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72: La esclava Saliha


Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 18 de junio del año 16 a.C.


—Mi señora, esa desgraciada no puede seguir aquí —dijo Nuru totalmente enfadada.

Selene no contestó al principio, solo observó su propio reflejo a través del espejo, la imagen que le devolvía era la de una mujer cansada, agotada y totalmente derrotada.

—No puedo hacer nada, es la preferida del rey, solo debo seguir ignorándola —ofreció, parecía triste.

Nuru no podía creer lo que estaba escuchando, parecía la reina desconectada que había aparecido después del parto, ida. Incluso Yanira, la siempre amable Yanira no estaba de acuerdo con eso.

—Pero, ¿el rey Juba no lo negó? —interrogó.

Hasta donde ella sabía, Juba había intentado hablar varias veces con su reina y le aseguró que él no se había acostado con la esclava Saliha, pero Selene prefería ignorar todo el asunto.

—Mentiras para cubrirse, pero ya no importa. No quiero volver a tocar este tema, iré a ver a Ptolomeo —sentenció la reina, se marchó en busca de su hijo.

—Esto no está bien, nuestra reina está mal y todos los sirvientes hablan —intervino Yanira preocupada—. No la ven como una figura a respetar, creen que el rey pronto se divorciará y se casará con Saliha —terminó preocupada.

—Esa desgraciada —respondió Nuru con odio—, ella misma seguramente esparció esos rumores. Pero tienes razón, no está bien y ya que nuestra señora no piensa hacer nada, debemos hacerlo nosotras, es nuestro deber protegerla —aseguró.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Yanira, dispuesta a escucharla.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 27 de junio del año 16 a.C.


—Ha vuelto a ignorarme, solo me habla del reino y nada más —suspiró Juba—. Pensé que estaba ablandando su corazón, pero me equivoqué.

—Claro que te equivocaste, pero cuando decidiste acostarte con Saliha a pesar de que Selene la odia y te pidió que no lo hagas —reprendió Yugurta—. Yo si estuviera en su situación, ya me hubiera divorciado de ti.

—¡No me acosté con ella! —exclamó Juba.

Había repetido esa frase desde hace dos meses, pero ni Selene ni Yugurta querían creerle. Incluso su esposa ni siquiera quería hablar del tema, solo decidió ignorarlo, pero su amigo vivía recriminándolo.

—No fue lo que la reina y yo vimos esa mañana —continuó Yugurta, realmente estaba enojado con su rey.

—Te juro que no estuve con Saliha, amo demasiado a Selene para hacerle eso —suplicó con dolor—. Ni siquiera sé cómo llegó a mi cama, solo recuerdo cenar con Baldo porque habían llegado muy tarde e irme a dormir porque estaba muy cansado. Luego simplemente me desperté con tus gritos —finalizó muy frustrado.

—Qué conveniente —respondió irónico.

—¿Cómo haré que Selene me perdone si ni mi mejor amigo me cree? —interrogó muy abatido.

Yugurta finalmente pareció compadecerse y trató de levantarle el ánimo.

—No sé cómo lo harás, pero tienes que hacer algo —dijo serio—. Saliha no ha tardado ni dos segundos en contarle a todo el palacio que es otra vez tu amante, riéndose en la cara a la reina. Los esclavos dentro de poco no la respetarán más —apuró.

—¿Cómo se atreve a hacer algo así? —preguntó con bronca.

Era normal que los reyes tuvieran amantes, pero éstas nunca lo decían y la reina siempre conservaba su lugar. A pesar de ser normal, Juba nunca engañó a Selene desde que se casó con ella, salvo esa vez en la noche de bodas que se acostó con una prostituta, pero era una noche que prefería olvidar porque había tratado horrible a la mujer que amaba. No quería que ella perdiera el respeto de los sirvientes, eso era inconcebible.

—Eso no es todo, además —Yugurta se detuvo, recordando que la reina le había pedido que no diga nada, pero él no se podía callar algo así—, esa mañana cuando los vimos, Saliha intentó golpear a la reina y tuve que detenerla.

—¡¿Qué?! —preguntó horrorizado.

—La reina me pidió que no te lo diga, pero no puedo callarme algo así —expresó Yugurta.

Juba apretó los puños y se puso de pie con una ira tan profunda que parecía que se había arraigado en cada parte de su ser.

—Esto no voy a perdonarlo —respondió.

Salió en busca de la esclava y no volvió a decir nada más.



Saliha estaba en la cocina, por primera vez parecía feliz de estar trabajando, las demás esclavas lo habían notado. Mientras la observaban con envidia por ser la amante del rey, Adeona lo hacía con sospecha, no le gustaba toda esta historia. Esto podría provocar grandes conflictos y odiaba ver a la reina tan triste, tan apagada y humillada.

De un momento a otro, se hizo el silencio y todas las esclavas se inclinaron, Adeona también lo hizo al darse cuenta de la presencia del mismo rey en la cocina, nunca venía por estos lados, era solo lugar de la servidumbre.

—Saliha, ven aquí —pronunció de forma seca.

La aludida sonrió y se pavoneó hasta estar parada frente al hombre.

—Mi rey... —pero no llegó a terminar cuando una cachetada le volteó la cara debido a la fuerza y a lo inesperado del golpe.

Miró a Juba totalmente estupefacta, solo había odio en los ojos negros del hombre.

—Nunca más hables así de tu reina y ni te atrevas a levantar tu sucia mano hacia ella, porque te juro que no vivirás para contarlo —comenzó—. Es la única mujer en mi vida, la única que tiene valor, así que deja de esparcir esos rumores falsos —escupió.

Ella estaba al borde del llanto, no solo por el dolor en su mejilla, sino también por la humillación y degradación que había sufrido por parte del hombre que amaba. Lo peor de todo, frente a otros esclavos que se burlarían de ella más tarde.

—No puedes hacerme esto —suplicó y él se rió sin humor, estaba a punto de volver a desmentirla, pero ella fue más rápida—. No puedes hacerme esto, no cuando estoy embarazada y esperando a tu hijo —pronunció al borde del llanto.

El silencio se hizo una vez más, pero este fue mucho más pesado.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 30 de junio del año 16 a.C.


Pero la noticia no tardó en circular y al finalizar ese mismo día, todo el palacio lo sabía. A la reina no se la había vuelto a ver, al rey tampoco.

—Tu rey es un imbécil —dijo Nuru.

—Él asegura que no recuerda nada —responde Yugurta, Nuru está a punto de burlarse—, al principio no le creí, pero me parece que no me está mintiendo. Realmente no recuerda haberse acostado con Saliha.

Nuru se calló, observando como el otro hombre se mostraba muy seguro de su rey.

—Entonces tenemos que hacer algo —propuso ella.

—Ya estoy en eso, y voy a llegar al final de todo esto, te lo aseguro —expresó convencido.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 02 de julio del año 16 a.C.


El cuerpo de Fatma chocó contra la fría pared de piedra y soltó un quejido, pero no pudo hacer más cuando sintió la navaja en su cuello.

—Habla porque no tengo problema alguno en eliminarte, odiaré limpiar tu sangre, pero valdrá la pena —escupió Nuru.

Detrás de ella, Yanira nerviosa vigilaba que nadie se acercara, mientras intentaban sacarle información a la amiga de Saliha.

—Está bien, hablaré —dijo presa del pánico—, solo no me hagas nada —suplicó.

—Habla —volvió a repetir Nuru.

—No estoy segura de si se acostaron o no —empezó mientras temblaba del miedo—, pero Saliha sabía que el rey estaba borracho, así que se metió en su habitación y después no sé más, ella me dijo que sí pero que él no estaba consciente en ningún momento. ¡No sé más nada! ¡Por favor no me hagan daño! —dijo entre sollozos.

—Maldita —masculló entre dientes Nuru, pensando en Saliha.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 04 de julio del año 16 a.C.


Yugurta observa a su padre, quien permanece tranquilo a pesar de haber sido atrapado.

—¿Por qué? —pregunta sin saber realmente cuál fue la razón.

—No la quiero como reina —es la única respuesta del hombre mayor—. ¿Me delatarás ante el rey? ¿Serías capaz de hacerle eso a tu propio padre?

Yugurta lo piensa, realmente lo hace. Después de varios días y varias investigaciones, entre ellas la que Nuru le sacó a Fatma, él pudo saber lo que pasó esa noche. Su padre había salido con el rey a supervisar unas obras, habían vuelto demasiado tarde al palacio y terminaron cenando solos, Juba se emborrachó y se fue a dormir, algo que aprovechó Saliha, quien parecía tener el apoyo de su progenitor; aparentemente porque no le agradaba Selene como reina.

¿Sería capaz de delatar a su padre ante el rey? Debería hacerlo, esto podía considerarse traición y había metido al soberano en tanto problemas con su esposa, que debería hacerlo. Pero, ¿qué le pasaría? No creía que Juba sería capaz de castigarlo, ya que veía a Baldo como a un padre, pero estaba seguro que perdería la confianza en él y eso no sería bueno para el reino, y el reino siempre estaba por delante de todo.

—No lo haré —confirmó finalmente, Baldo sonrió, sabía que su hijo no lo delataría—. No le diré nada al rey, pero sí se lo diré a la reina.

Baldo hizo una mueca de desprecio, pero luego soltó una risa.

—¿La reina? ¿Crees que me importa lo que esa mujer piense de mí? —interrogó incrédulo. ¿Su hijo pensaba amenazarlo con eso? La reina no le daba miedo.

—Metiste a Juba en un lío tremendo, incluso ahora parece que la esclava Saliha está embarazada, ¿era eso lo que querías? —preguntó disgustado—. Puede no agradarte la reina, pero es una buena soberana y el rey la ama, tal vez deberías respetar más a nuestro soberano y solo interferir en asuntos políticos y no en los privados —regañó.

—Esa mujer no sirve para reina —contestó ya más enojado.

—Ni tú ni yo lo sabemos, pero Juba sí lo hace —mencionó—. Espero que te mantengas apartado, no me hagas vigilarte —suplicó antes de marcharse.

Llamó a la habitación real y cuando se encontró con la reina, Yugurta le expresó la necesidad imperiosa de hablar con ella sobre un asunto delicado.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 07 de julio del año 16 a.C.


Después de varios días de pensarlo y de haber escuchado a Yugurta, Selene accedió a hablar con el rey.

—Está embarazada, ¿qué pasará con ese bebé? —preguntó serena, pero por dentro estaba llena de miedos.

Juba estaba cansado, una vez que las cosas empezaban a salir bien entre ellos, tenía que aparecer toda esta situación de Saliha y para empeorarlo aún más, la sirvienta ahora estaba embarazada.

—¿Qué quieres que pase? —interrogó él, mirándola, Selene frunció el ceño.

—Este es tu problema, ese niño es tuyo —respondió un poco enojada.

¿Por qué quería tirarle la responsabilidad a ella de sus propias acciones? Debía ser hombre y resolverlos, no esperar que todo lo hagan los demás.

—Apenas me lo dijo, ordené al médico que la revisara —comenzó contando el rey—, ella está embarazada —aseguró. Hubiera deseado que hubiera sido una mentira.

—Lo sé, todo el palacio lo hace —respondió Selene, carente de cualquier emoción.

—No me acosté con Saliha por gusto, realmente no lo recuerdo —intentó defenderse otra vez—. No cuando te hizo tanto daño con sus mentiras.

Eso era lo que le había dolido porque Selene le había permitido tener amantes, la única regla era que no fuera Saliha, la mujer que a base de mentiras había hecho de todo para que Juba odiara a su esposa.

—No me estoy excusando de lo que pasó —aclaró—, te estoy pidiendo perdón y tratando de arreglarlo.

—Algunas cosas no tienen arreglo —intervino Selene.

—Lo sé, pero haré de todo para que esto sí lo tenga —dice casi desesperado—. Hace años atrás te hice una promesa, no pude cumplir lo de Saliha, pero cumpliré el resto.

—¿Y cuál es el resto? Me humillaste otra vez frente a todo el palacio, soy una reina donde las amantes de su marido la pasan por encima —escupió con resentimiento. Odiaba toda esta situación.

—Tú y nuestro hijo siempre serán mi prioridad, nadie está por encima de ustedes —responde y ella no termina de comprender—. Saliha está embarazada, pero es su hijo, no el mío.

—¿Qué quieres decir? —interroga.

—No pienso reconocerlo, no es mi hijo y nunca lo trataré como tal. Ptolomeo es el único y siempre lo será —respondió con seguridad.

—¿No sientes nada por ese bebé? ¿Estás seguro? —preguntó sin poder creerlo.

—No lo quiero, de la misma forma que no quiero a su madre, será un esclavo más igual que Saliha —pronunció. Selene se quedó en silencio—. Selene, tú eres la reina, el palacio es tu dominio y hace mucho te dejé el manejo del lugar. Por lo tanto, tanto las decisiones como todos los sirvientes están a tu cargo, tú decides qué hacer con ellos —dijo mirándola a los ojos—. La esclava Saliha se atrevió a intentar golpearte, eso es una traición a su soberana, podría castigarla pero sería otra forma de desacreditarte, así que dejaré en tus manos el castigo. La decisión es tuya.

Selene en ese momento, no comprendió todo el poder que Juba le había dado, pero ya lo haría.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 11 de julio del año 16 a.C.


—La reina nunca le mencionó al rey la implicación de mi padre en todo el asunto —dijo Yugurta a Nuru.

Las últimas semanas cuando decidieron unirse para investigar lo que había sucedido, poco a poco se fueron acercando. Al menos ya Nuru hablaba con él, Yugurta estaba feliz por el progreso, era poco, pero era un avance.

—Prefirió no hacerlo, tu padre sigue siendo una pieza importante en el manejo del reino —respondió la mujer—. Yo lo hubiera echado por traición, pero mi señora no es tan impulsiva y piensa todo, fue educada para ser reina.

Yugurta asintió. Sabía que su padre estaba equivocado, Selene sería una gran reina.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 14 de julio del año 16 a.C.


—No me delataste —pronunció Baldo cuando encontró a la reina en uno de los pasillos—. Sabía que no te atreverías —terminó con burla.

Selene solo lo miró y también sonrió.

—Juba te aprecia y debo reconocer que eres bueno en tu puesto, nadie sabe como tú —dijo ella—. Por eso, no te delaté, pero no te preocupes, me aseguraré de que tu caída en desgracia sea comentada por los pasillos del palacio durante décadas —agregó con maldad.

Baldo se puso demasiado serio y no ocultó su odio.

—Hubiéramos sido grandes aliados, pero me quisiste como tu enemiga, espero que puedas soportarlo —finalizó y siguió de largo.

—Caerás antes que yo —retrucó Baldo.

Solo escuchó la risa de Selene como respuesta.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 16 de julio del año 16 a.C.


Saliha lloraba desconsolada en el suelo, la reina acaba de avisarle que le habían otorgado su libertad, algo que muchos deseaban. Desgraciadamente para ella, ya no requerían sus servicios y debía marcharse del palacio en un lapso de dos días.

—Deberías estar feliz, eres una mujer libre que podrá cuidar a su hijo en el lugar que desees —dijo Selene con falsa amabilidad.

Había muchos sirvientes congregados alrededor, la reina había vuelto a aparecer después de tanto tiempo y con tremenda decisión. Esto había hecho que todos se acercaran a presenciar lo que parecía la caída de la amante del rey, mismo rey que estaba unos pasos atrás de su esposa y escuchando todo en silencio, apoyando lo que la reina decía.

—¡Pero es el hijo del rey! Debo estar aquí para que pueda conocerlo —exclamó Saliha desesperada.

No quería irse, no tenía a donde irse, el palacio era su vida. No había nada más.

Selene pareció desconcertada y volteó a ver a su marido.

—¿Es tu hijo? —preguntó sorprendida.

Juba se acercó a ella y pasó el brazo por su espalda baja, dirigiendo su atención a la esclava que permanecía en el suelo llorando y que lo miraba con esperanza.

—No, no lo es —respondió Juba y Saliha se quedó pálida—. Mi único hijo es Ptolomeo y la única mujer con la que estoy y estaré es mi hermosa reina Selene —esta vez la miró a ella con una dulzura indiscutible.

Luego volvió su atención otra vez a Saliha que se había quedado sin palabras.

—Tienes dos días, ya lo ha dicho mi reina —agregó de forma dura—. Junta tus cosas y marchate —luego miró a todos los sirvientes que estaban congregados—. Ni yo ni mi esposa toleraremos faltas de respeto hacia nosotros, sino ahí está la puerta, les concederemos su libertad y podrán irse a donde quieran —todos quedaron en silencio—. Dos días —repitió mirando a la sirvienta—. Vamos a ver a Ptolomeo, extraño a mi príncipe —dijo de forma tierna y Selene asintió.

Mientras se marchaban, Selene vislumbró a Baldo y sonrió con crueldad. Ella sabía que todo había sido su plan pero fracasó, ahora sería el turno de ella de contraatacar, solo debía esperar.



Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 18 de julio del año 16 a.C.


Saliha pasó esos dos días suplicando perdón, pero los soberanos ni la escucharon. Entonces, intentó con Baldo, pero éste le dijo que no podía hacer nada por ella, solo conseguirle una pequeña casa a las afueras y ayudarla con el niño. Que sería mejor alejarse ahora y cuando el niño naciera, él se encargaría de que Juba lo acepte como su hijo. Saliha aceptó, pero no estaba convencida.

Nuru los había escuchado y se coló en la habitación de la esclava, sus cosas personales ya estaban todas en un bolso. Después de asegurarse que nadie la viera, agarró la lata donde había guardado agua para el camino, la abrió y vertió un líquido en ella. La cerró otra vez y se marchó sin que se percataran de su presencia.

Nuru prometió proteger a su reina y lo haría hasta el final, aunque sea desde las sombras. Por eso, sabiendo lo que planeaban esos dos, trató de protegerla. Ese bebé no nacería.

Saliha se marchó poco después, solo su amiga Fatma la despidió y lloró por ella. El resto del palacio siguió su vida normal.


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