66: La muerte del deber
Germania, 16 de enero del año 17 a.C.
—¿Cómo están los demás? —interrogó la joven de ojos celestes.
La situación no había cambiado mucho, pero al menos ella había comenzado a soltar algunas preguntas que claramente estaban dirigidas a él, al menos ya no lo insultaba tanto.
—Bien, igual que ustedes —respondió con ambigüedad.
Igual que ustedes, no dijo con frío y hambre, no dijo enfermos y más cerca de la muerte que de seguir vivos, no dijo encadenados y tratados como basura; no lo dijo, pero se entendió. Sin embargo, Alejandro no le contó a la joven que ya habían muerto cerca de diez niños por las bajas temperaturas, que sus madres estaban desconsoladas y que dos jóvenes habían sido asesinadas al intentar escapar. No lo dijo, no tenía el valor para enfrentar la verdad de que aunque no quisiese, él formaba parte de esa masacre.
—Dicen que en dos días llegará el traductor, te recomiendo que pienses bien lo que dirás —advirtió Alejandro, mientras envolvía con su propio abrigo a uno de los niños.
El niño estaba mal desde ayer y obviamente necesitaba un médico, pero no gastarán en uno para los prisioneros cuando haya legionarios enfermos o heridos de las primeras batallas con los queruscos. Ni ella ni él podían hacer mucho, Alejandro al menos se había asegurado que no pasaran frío, pero sabía que eso no sería suficiente.
—¿Por qué me lo dices? —interrogó mientras lo miraba envolver al niño—. Tú me tienes prisionera, pero al mismo tiempo haces que me ayudas. No entiendo qué planeas, ¿por qué no me delataste? ¿Por qué sigues robando comida y trayendola? ¿Por qué nos das mantas para el frío? —continuó presionando por una respuesta.
—Yo no te tengo prisionera, los romanos lo hacen —aclaró Alejandro.
Ella lo miró de arriba a abajo, su vestimenta como legionario y luego, miró alrededor, estaban en un campamento romano y ella era una prisionera. Era un poco estúpido negar esa verdad.
—Eres un romano —retrucó ella, le parecía un descaro total que lo negase.
Alejandro terminó de abrigar al último niño y la miró, ella abrazó a los pequeños que se acercaron sin dudarlo.
—Puedo pertenecer a sus fuerzas y luchar por lo que ordene Roma, pero no soy un romano —pronunció sin titubear—. Soy un sobreviviente y a veces, para proteger a los que quieres tienes que hacer cosas que odias, como aliarse al enemigo.
Ella no contestó enseguida, sino que se quedó pensando en sus palabras. Entonces, éste legionario que la ayudaba odiaba a los romanos pero estaba en su ejército o solo la estaba engañando.
—¿Cómo puedes hablar mi idioma? —cambió de tema, ya que era una de las dudas que la carcomía desde el primer día.
¿Cómo era posible que hubiera sabido su idioma? No era muy extendido y muy pocos lo dominaban por fuera de Germania, así que era extraño. ¿O acaso era un germano esclavizado? No, imposible porque los esclavos no podían entrar al ejército.
Alejandro dudó. ¿Era seguro hablar? ¿Por qué le interesaba eso a ella? Pero al mismo tiempo lo vio como una oportunidad de acercarse a la mujer que había llamado su atención.
—Mi madre era una persona muy instruida, ella sabía muchos idiomas —comenzó con una alegre nostalgia—, así que quiso que sus hijos reciban la misma educación. Desde chico pasaba horas con un tutor, aunque solo aprendí bien el latín porque era el idioma de mi padre; a los demás idiomas solo los entiendo, pero no puedo hablarlos. Aunque mi hermana es más inteligente y ella si domina varios —sonrió al pensar en Selene—. Sin embargo, eso terminó de golpe cuando nos invadieron y mis padres murieron —terminó de forma amarga.
Aún había días en que le costaba aceptar que los dos habían decidido terminar con su vida y abandonarlos, que realmente no los habían querido demasiado y les importó más su orgullo de no ser vistos como vencidos, que el tormento que sus hijos podrían llegar a sufrir al ser esclavizados.
—¿Quién eres? ¿Y quién era tu madre? —interrogó ella, realmente estaba interesada.
Entonces era un esclavo, su pueblo había caído y Roma lo esclavizó, pero ¿cómo? Tenía entendido que el ejército era muy exclusivo y los esclavos lo tenían prohibido. Eso la desconcertaba, debía estar mintiendo pero parecía decir la verdad.
—Ahora solo soy Alejandro —sonrió con tristeza, la miró unos segundos, dudando sobre su siguiente oración—. Mi madre fue la última reina de Egipto, la mujer más poderosa que se enfrentó a Roma, pero que no pudo y terminó perdiendo.
No podía ser cierto. ¿Hablaba en serio? Este legionario, este tal Alejandro era realmente hijo de la grandiosa Cleopatra VII, aquella mujer que murió hace ya más de una década pero que su figura seguía presente en todos aquellos que odiaban a los romanos. Una mujer había logrado reinar en una de las tierras más prósperas y manejó un gran imperio hasta que fue derrotada por el actual emperador. Sin embargo, a pesar de su grandeza, al valeroso ejército romano le había costado demasiado. Eso porque ella también manejaba uno muy grande y había contado con el apoyo de otros romanos, pero lo interesante es que había logrado que se arrodillaran ante ella y le ofrecieran su ayuda, ya que ella siguió gobernando, nunca cedió el poder hasta su muerte.
¿Alejandro era su hijo? Tenía entendido que los dos hijos varones habían muerto y hace unos años atrás, la única hija mujer que sobrevivió se había casado con un rey extranjero. ¿Esa era de la hermana que hablaba? ¿Podía ser posible que no esté muerto? Pero, ¿por qué se había unido al ejército? "Soy un sobreviviente y a veces, para proteger a los que quieres tienes que hacer cosas que odias, como aliarse al enemigo". Esas palabras volvieron a su memoria, ¿será?
El legionario, Alejandro, ya se estaba marchando, no era bueno que lo vieran tanto tiempo cerca de una de las prisioneras. Podía llegar a meterse en problemas o meterla a ella en problemas si descubren que le interesaba un poco más que las demás.
La joven, al verlo marcharse sintió un impulso, él le había ofrecido una parte de su vida y ella sentía que tenía que hacer lo mismo, así que no lo dudó ni lo pensó demasiado, solo siguió a su instinto.
—¡Adela! —gritó, pero miró alrededor inmediatamente temiendo haber sido escuchada. Alejandro volteó sin entender—. Adela es mi nombre, solo para que lo sepas —agregó un poco tímida a lo último.
Se estaba arrepintiendo un poco de haberlo hecho. ¿Por qué lo hizo? ¿por qué le brindó información al enemigo? Acaso podía ser más tonta. Pero cuando finalmente él entendió y Adela lo vio sonreír, supo porque lo hizo, Alejandro tenía una sonrisa muy bonita.
Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 25 de enero del año 17 a.C.
La carta había llegado el día anterior y apenas la leyó, Selene la descartó, pero Juba seguía insistiendo.
—Selene es una invitación de Augusto a los Ludi Saeculares, no podemos rechazarla —intentó el rey—. Además, es solo una vez en la vida, no volveremos a vivir algo así.
Los Ludi Saeculares eran la festividad del siglo, además de ser unos juegos únicos e irrepetibles porque cuando vuelvan a realizarse, ya nadie estaría vivo. El problema es que Augusto había hecho unos cambios, mientras antes solo se celebraban los juegos y rituales de noche, ahora también lo harían para los dioses del día, ya que estaban celebrando una nueva era de paz. Y Selene no creía en eso, el Emperador estaba haciendo todo para seguir manipulando, enaltecer su persona o porque planeaba algo mucho más grande.
—No podemos faltar, nos enemistaremos con Roma y no nos conviene después de todo lo que sucedió —siguió Juba—. Solo son tres días, por favor —suplicó.
Selene suspiró derrotada, aunque no quisiera ir, eran los monarcas de un reino aliado y no podían faltar. Tendría que volver a ver las caras a todas las personas que más la odiaban.
—Al menos me reencontraré con Octavia y Marcela —respondió desganada.
Y Juba sonrió, lo había conseguido. En mayo estarían yendo a Roma después de casi tres años.
Germania, 30 de enero del año 17 a.C.
El traductor apenas había llegado al campamento empezó a dialogar con todos los prisioneros, ninguna mujer habló, pero algunos niños sí pero no dijeron nada importante. Ya que todos alegaron que pertenecían a pueblos diferentes y que sí, habían sido enviados a espiar al enemigo, pero nada más. Había varias lecturas a eso, ¿cuántos pueblos tenían de enemigos? ¿Tenían ejércitos grandes o eran pequeños? ¿Estaban unidos entre sí o no? ¿Podían manipularlos y convencer a algunos o todos los enfrentarían? El problema era que al final solo eran niños contando esa información, ¿qué tan cierta podía ser?
Adela ni miraba al traductor mientras éste le hablaba, llevaba varios minutos así, pero la joven solo abrazaba a uno de los niños y tenía la mirada perdida. El traductor al observar que obviamente estaba protegiendo a los niños, decidió atacar por ese lado para obtener una reacción.
—Ich kann Ihnen helfen, Kinder zu schützen. Sie müssen mir nur ein paar Fragen beantworten (Puedo ayudarte a proteger a los niños, solo necesito que me respondas unas preguntas) —dijo y logró por fin lo que estaba buscando, que ella lo mirase y notase su presencia, pero no fue como él pensaba.
—Kinder schützen? Du tötest Kinder! (¿Proteger a los niños? ¡Ustedes matan a los niños!) —gritó enfurecida.
Sin que nadie lo esperase, se abalanzó sobre el traductor y a pesar de que las cadenas les restringían bastante, ella llegó a agarrar su cuello y sin contemplaciones empezó a ahorcarlo. Todos reaccionaron y la separaron con demasiada violencia, pero cuando el traductor se recuperó y volvió a mirarla, Adela sonreía de una forma que parecía un demonio. Había disfrutado casi matarlo.
—Está loca —expresó con miedo, pero se asustó aún más cuando su sonrisa se amplió después de esas palabras.
Roma, 07 de febrero del año 17 a.C.
Vipsania repasaba la lista de todas las personas destacadas que habían confirmado su asistencia a los Ludi Saeculares que se harían dentro de tres meses, su padre se la había traído esa misma mañana cuando vino a visitarla. Desde que ella y Tiberio habían dejado de vivir en el palacio y se compraron su casa propia, un poco alejada del centro de la ciudad y de las miradas constantes, habían estado mucho más tranquilos. Su padre venía casi todas las semanas, Livia una sola vez al mes ya que veía a su hijo más seguido porque él aún iba al palacio para hablar con Augusto sobre temas políticos. Sin embargo, Vipsania creía que solo lo hacía para no perder la imagen de buena mujer o para hacerle saber a ella que todavía seguía controlando. A Vipsania le molestaba, pero al menos no había vuelto a hacer algún comentario sobre la ausencia de hijos.
Miró la lista y ahora entendía porqué Tiberio había estado un poco nervioso los últimos días, se supone que él había visto la lista antes que ella. Las inseguridades de Vipsania volvieron a aparecer y tenía miedo, habían avanzado mucho con Tiberio y cada día que pasaba, parecía que él se abría mucho más con ella y que empezaba a quererla. No quería perder eso.
Odió verlo, pero ahí estaba en esa lista maldita, el nombre del nuevo rey de Mauretania, Juba II y a su lado, el de la flamante reina, Cleopatra Selene II; la mujer que Tiberio aún amaba y ahora vendría de visita a Roma y se reencontrarían.
Germania, 09 de febrero del año 17 a.C.
La habían castigado demasiado después de ese intento de matar al traductor, había sido aislada y torturada porque cuando Alejandro volvió a verla, diez días después, estaba bastante lastimada. No conformes con eso, la habían atado a un poste en el medio del campamento, el legionario recordó que habían hecho lo mismo con Alair.
Se acercó a ella, era pasado el mediodía y el campamento estaba bastante tranquilo ya que la mayoría estaba descansando después de haber almorzado. Adela parecía dormir.
—Te traje agua y también algo para comer si puedes —pronunció suavemente.
Ella abrió un ojo, el que no estaba hinchado producto de un golpe que ya tenía color violeta, pero volvió a cerrarlo.
—Es peligroso si te ven cerca mío —respondió apenas audible.
—Lo sé, puedo ser castigado por esto —dijo Alejandro—, pero no me importa. No permitiré que te mueras de hambre o de sed. Así que bebe, antes que me vean —apresuró.
Adela no reaccionó inmediatamente, pero luego de meditarlo unos segundos terminó abriendo la boca para permitir que el egipcio le de agua, ya que al estar atada al poste no podía usar las manos. El agua sabía celestial después de varios días donde apenas ingirió algunas gotas, cuando sintió que se había saciado, volvió a hablar.
—¿Qué le hicieron? —interrogó ella.
Alejandro supo inmediatamente que se refería al niño. Al principio no comprendían la reacción de ella hasta que se acercaron al niño que había estado abrazando, estaba muerto. Imaginaron que había muerto de frío o de hambre, no sabían y tampoco les importaba. Entonces, la reacción de Adela había sido comprensible, ya que las palabras del traductor no habían sido las mejores justo cuando ella abrazaba al niño que acababa de morir.
—Lo siento, no pude hacer nada —se disculpó sinceramente.
A nadie le importaba el niño, pero tampoco podían quedarse con un cuerpo que podía terminar ocasionando enfermedades al resto, así que debían deshacerse; lo incineraron inmediatamente.
Ella asintió, lo había imaginado, nadie le tendría compasión a un prisionero pero aún dolía porque era solo un niño y no merecía ese final, no lo merecía. Sin embargo, esas palabras tan sinceras de alguien que debía ser su enemigo, para su propia sorpresa le dieron algo de alivio. Tal vez porque realmente no veía a Alejandro como un verdadero enemigo, sino como él mismo había dicho: un sobreviviente que tuvo que hacer lo que podía para no tener un destino horrible. Tal vez, no eran tan diferentes como pensaba. Además, no había sido más que amable, trayendo abrigos y robando comida, poniendo en riesgo su propia vida porque estaba segura que sí era descubierto, el ejército no se lo perdonaría.
—¿El resto de los niños? —preguntó, tratando de no llorar.
Alejandro parecía aún más afligido después de esa pregunta y ella supo que no le gustaría lo siguiente.
—Los enviaron a Roma —respondió sin dilatar más.
Como esclavos, eso no se dijo pero era obvio. Los niños prisioneros o se convertían en esclavos o familias muy ricas se apiadaban de ellos y los adoptaban y terminaban siendo ciudadanos romanos y no volvían a sus tierras nunca más.
—¿Alguno era tu hijo? —interrogó Alejandro al verla tan mal. Ella negó.
—Pero eran parte del pueblo, hijos e hijas de alguien, madres que llorarán y padres que se enfurecerán —respiró tratando de aliviar la pena—. No terminará bien, la guerra se desatará muy pronto y será mejor que estés preparado porque correrá sangre. Esto no lo perdonaremos—. Era una amenaza sin lugar a dudas.
—Estaremos preparados entonces —contestó otra voz.
Ambos voltearon para encontrar al Legatus Plauciano con la misma mirada desafiante, eso también era una amenaza.
Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 11 de febrero del año 17 a.C.
—Eres muy bonita —dijo la niña tonta, mientras observaba como Attis se arreglaba el cabello frente al espejo.
—Lo sé —respondió la rubia.
—Es cierto que fuiste la preferida del ex príncipe egipcio —pronunció la más joven.
Attis dejó de arreglarse por un momento y recordó aquellos tiempos, parecía que había sido hace una eternidad cuando esperaba ilusionada cada visita de Alejandro, ni siquiera tenía veinte años y era tan inocente que pensaba que él se casaría con ella, la sacaría de este lugar y la volvería una mujer libre. Demasiados años de eso, años que ya no volverían, de la misma forma que no volvería Alejandro, Attis lo había aceptado. Estaba segura que el egipcio de alguna forma se enteró que ella le pasaba información al Emperador y terminó tendiendole una trampa con la llegada del barco que supuestamente iban a robar, todo fue mentira y la dejó como una mentirosa frente a Augusto; y desde ahí no lo vio más. Ya se iban a cumplir tres años de ese suceso.
—Lo fui, pero ahora soy la del Emperador que es mucho más importante que ese príncipe que terminó siendo esclavo —escupió con asco, aún lo odiaba.
—Pero, ¿era más lindo, no? Los rumores dicen que era muy pero muy lindo —pronunció de forma soñadora.
Attis agarró con fuerza el peine y tenía ganas de romperlo, obviamente Alejandro era más lindo que el Emperador, pero ella no estaba dispuesta a reconocerlo. Miró a la niña tonta y parecía toda inocente esperando al príncipe lindo que la salve de toda esta mierda, le hacía recordar a ella cuando aún creía eso y la odió por ser tan tonta. Aunque también recordaba que solo tenía unos dieciséis años, aún era una niña, pero Attis le rompería el sueño, era mejor así.
—¿Por qué tantas preguntas? ¿Qué quieres? —interrogó de forma brusca.
De repente, la otra meretriz pareció perder el entusiasmo y se apagó en un abrir y cerrar de ojos. Se volvió triste y apesadumbrada, no había brillo alguno.
—Hoy viene ese cliente que no quiero —dijo preocupada—. Me trata mal —expresó con lágrimas en los ojos.
Attis la miró de arriba a abajo, aún tenía la apariencia de una niña y no era nada agraciada, debería estar agradecida que tenga clientes y que Drimylos aún no la haya corrido de este lugar.
—Tu trabajo es complacerlo —espetó Attis como si estuviera diciendo algo obvio.
—Pero me lastima —protestó la joven meretriz.
—No importa —cortó con dureza—, tu trabajo es complacerlo en todo lo que quiera. No puedes negarte a nada, no eres linda para tener ese privilegio de poner condiciones —continuó—. Deberías estar agradecida que todavía solicita tus servicios y te da algo de dinero, yo no lo haría —al ver como lágrimas se deslizaban por las mejillas de la niña tonta, hizo una mueca de asco—. Ya vete y tráeme algo de comer, estoy cansada de verte.
La niña salió corriendo de la habitación, pero lo hizo llorando desconsolada porque creyó que la otra meretriz le brindaría su apoyo o la ayudaría, Tais lo hubiera hecho. Se extrañaba demasiado a la antigua prostituta, había sido como una hermana mayor para todas y siempre las defendía o aconsejaba.
Germania, 13 de febrero del año 17 a.C.
—¿Hasta cuándo me tendrán aquí? —interroga Adela.
El Legatus Plauciano la mira divertido, como si fuera gracioso que ella exigiera saber cuánto tiempo más permanecerá en este lugar atada a un poste y expuesta a la intemperie y al frío devastador, apenas comiendo algo y bebiendo un poco de agua al día.
—¿Ahora sí hablas latín? —preguntó de forma burlona.
—Siempre lo hice, no soy una inculta como ustedes —respondió con soberbia—, que no haya querido dirigirles la palabra es otra cosa.
No entendía porque desde hace cuatro días quien le traía agua y comida era este hombre y no Alejandro, ¿acaso lo habían castigado? Sabe que este hombre es el superior del legionario y que los descubrió hablando, solo espera que no le haya pasado nada, no preguntará por él, pero tiene curiosidad.
—Dos días más seguirás aquí atada para cumplir con tu castigo —responde el Legatus a la pregunta inicial.
—¿Y después, qué harán conmigo? ¿Me matarán? ¿Me azotarán? —continúa desafiandolos—. No hablaré aunque me quemen viva, pierden su tiempo —dice—. Se que a los niños los enviaron a Roma, pero ¿y las demás mujeres? ¿Dónde están?
El Legatus sonríe ante el atrevimiento de la prisionera, realmente es alguien valiente porque tiene una clara desventaja y aún así no se inclina.
—Te harán lo mismo que a las demás —responde y se pone de pie después de haberle dado agua—. Calentarás la cama de algún romano que te quiera.
No le sorprende cuando la cara de la mujer se descompone y se vuelve pálida, no puede haber nada peor que convertirte en un simple objeto sexual del enemigo, siente lástima por ella, pero no hay nada que él pueda hacer. No aún.
—¡Antes muerta! ¡Nunca seré la puta de un romano! —grita enfurecida, pero Plauciano ya se aleja.
Sin embargo, sus gritos llaman la atención de varios legionarios y Legatus de otras legiones que miran con sorpresa a la prisionera.
Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 14 de febrero del año 17 a.C.
El grito estremecedor asusta a Attis, estaba a punto de irse a descansar después de una larga noche. Sale para ir a increpar a esa meretriz que se atrevió a gritar así, pero luego escucha otro y otro grito más; también escucha pasos de las demás que van a ver que sucede.
—¡Ayuda! —otro grito más, parece desesperado—. ¡Drimylos, ayuda! —insiste la voz.
—¡Por Platón! —exclama el viejo—. ¿Qué les sucede ahora? Espero que realmente sea importante porque estaba por irme a dormir, les juro que las castigaré limpiando los baños por el resto del año...—viene diciendo mientras camina, pero se calla cuando se asoma a la habitación donde todas están congregadas. Nunca habían visto al viejo tan asustado.
Attis no aguanta la curiosidad de saber qué sucede, está buscando con la mirada a la niña tonta para que vaya a averiguar, pero no la ve por ningún lado. Así que camina hacia el lugar, todas las meretrices están asomadas mirando al interior de la pequeña pieza, mientras el viejo está paralizado y se escucha el llanto de quienes están adentro, seguramente las que gritaron. Finalmente Attis llega, empuja a algunas meretrices para poder mirar qué es lo que ocasiona tanto escándalo, prefiere no haberlo hecho.
La niña tonta está tirada en el suelo desnuda y completamente inmóvil, su cuerpo está lleno de moretones recientes y antiguos, todos en una gama de colores distintos. Pero indudablemente lo que se lleva todas las miradas es la navaja clavada en su cuello y la sangre que ya no brota, pero que está en un charco a su alrededor decorando el suelo con un rojo intenso. Attis también se queda paralizada.
—Ella dijo que no le gustaba ese cliente, que la maltrataba —murmuraba llorando quién estaba arrodillada al lado del cuerpo, pero sin tocarla porque tenía miedo de hacerle daño—. Le dije que no lo aceptara, pero mencionó que su trabajo era complacerlo y que debía estar agradecida que le paguen —continuó llorando—. Era solo una niña —terminó.
Otra se acercó y la abrazó, a su lado estaba el cuerpo inerte de la niña tonta. Attis nunca le importó saber su nombre real, le bastaba con que la obedeciera, pero ahora estaba muerta y eso significaba una sola cosa.
Attis estaba completamente sola en un burdel lleno de meretrices que la odiaban.
Germania, 15 de febrero del año 17 a.C.
Adela había estado dormitando aquella noche fría, le dolían los brazos de siempre estar atados a un poste, así que debido a toda la incomodidad pudo sentirlo apenas se sentó sobre ella.
—Es hora de la diversión —pronunció una voz que olía demasiado a vino.
La helada y desconocida mano se metió directamente entre sus senos y comenzó a tirar de la tela que la cubría. Adela se aterrorizó y comenzó a gritar.
—Eso, grita puta, grita más fuerte —incitaba extasiado el legionario—. Voy a hacerte aullar como los lobos salvajes de este lugar.
No dejó de gritar ni de patalear, pero el tipo siguió pasando sus manos por todo su cuerpo y besándola donde quisiera. No había más nadie, la noche estaba cerrada y silenciosa.
—¡Suéltame! ¡Te voy a matar! —escupió en la cara del hombre cuando éste la quiso besar.
Eso pareció enfurecer al borracho y toda su actitud fanfarrona se borró inmediatamente.
—No me gusta que me amenacen, pero parece que a ti te gusta la mano dura, eres una puta muy salvaje —pronunció con odio.
Estaba a punto de golpearla cuando alguien lo golpeó a él, derribándolo y cayendo al suelo. Tardó en enfocar su mirada, solo para encontrar a un legionario de la Legio III Cyrenaica.
—No te atrevas a tocarle un cabello más —amenazó Alejandro.
El borracho comenzó a reír, lo intentó varias veces, pero finalmente logró ponerse de pie solo para descubrir que Alejandro había desenvainado el gladio.
—Tranquilo compañero, podemos compartir, solo es una puta más —razonó aún sonriente.
—Te dije que no la vuelvas a tocar —continuó Alejandro.
El otro pareció notar la seriedad con la que hablaba y que esto ya no era un juego.
—¿La viste primero? —interrogó—. Lo siento mucho, pero yo la usaré primero y si queda algo, podrás utilizarla tú —dijo ya más enojado.
—No te permitiré hacerlo —pronunció el egipcio.
—Entonces te mataré —sentenció.
Y a pesar de que estaba borracho, sacó su gladio con una rapidez inigualable y lo blandió contra el que alguna vez fue un príncipe heredero. Éste trató de defenderse, esquivando los ataques demasiado violentos de su contrincante. Mientras tanto, Adela observó el cuchillo que se le había caído a su atacante y con un movimiento de pies lo fue acercando a ella, le costó bastante, pero de vez en cuando observaba a los dos hombres que seguían peleando. No podía perder el tiempo, muy pronto escucharían tanto alboroto y aparecería el resto, así que cuando tuvo el cuchillo no desperdició el tiempo y se puso a cortar la soga que la unía al poste.
Fueron minutos acompañados por el choque de los gladios, pero cuando se soltó y se puso de pie, notó a Alejandro con el gladio lleno de sangre y el borracho agonizando en el suelo.
—Lo maté —susurró estupefacto—. Lo maté y ahora me van a matar —mencionó mirando al cuerpo que ya había soltado su último suspiro.
Luego, alzó la mirada para enfocarse en Adela, se notaba completamente horrorizado y asqueado de lo que había hecho. A ella realmente no le importaba el borracho, estaba feliz por su muerte, pero al ver al otro joven ahí, sabiendo que su castigo por matar a otro legionario era su propia muerte, le entró la duda. Alejandro siempre le llevó abrigo y comida decente, a escondidas y arriesgando su puesto. De la misma forma que saltó a defenderla cuando el borracho quiso abusar de ella, había matado a un hombre para salvarla.
En otro acto de total imprudencia, Adela lo tomó con fuerza de la muñeca y con la idea de que nadie la cuestionaba, tomó su decisión.
—Vámonos de aquí —ordenó.
Él no podía reaccionar, aún miraba el cuerpo en el suelo, así que ella echó a correr. Rápidamente se perdió entre el bosque que conocía muy bien, llevando a un legionario con ella y no dudando ni un minuto de la locura que acababa de realizar.
Un tiempo después, se desataría el caos en el campamento romano al ver al borracho muerto y al constatar su fuga. Adela poco podía importarle, tenía que seguir huyendo porque ya comenzaría la caza por su cabeza.
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