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59: Momento de acción


Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 15 de febrero del año 19 a.C.


—¿Qué pasó querida Attis? —interroga una de las prostitutas con tono burlesco—. ¿El Emperador se enojó contigo y por eso ya no te manda a llamar? —termina y se escuchan las risas de las demás.

Attis las mira con la peor de sus caras, una por una para recordarlas y hacerlas pagar cuando tenga la oportunidad, se detiene unos segundos cuando vislumbra a Tais, su antigua compañera. Está sentada con las demás, forma parte de su grupo desde que Attis la echó, pero no se está riendo solo parece que la mira con lástima, eso es aún peor y despierta su odio.

—¿Eso quisieras, no? —pregunta a cambio—. Pero no, Augusto me sigue adorando como siempre, solo que ha estado muy ocupado con la campaña a Hispania y nuestro tiempo se ha reducido, pero cuando le gane a los cántabros volverá a mí —la mira de arriba a abajo, despreciándola—. Pero claro, ¿cómo sabrás tú eso? Si solo te acuestas con borrachos y eres una puta de cinco céntimos* —escupe con asco.

La otra prostituta se pone roja de la rabia y va directo a golpearla ante el insulto recibido, no tolerará que otra se atreva a rebajarla solo porque se está acostando con el Emperador.

—¡Maldita puta desgraciada!

Pero no llega a tocarla ni siquiera, ya que de la nada aparece Drymilos y le pega una cachetada que le voltea la cara.

—Ni se te ocurra tocarla —amenaza el dueño del burdel—. Es la preferida del Emperador y tú una puta cualquiera —mientras habla escupe saliva debido a la cólera que siente. Luego mira a las demás prostitutas que se han mantenido calladas ante tal escena—. Ustedes no son nadie al lado de Attis, así que tienen prohibido hacerle algo, sino realmente pagarán las consecuencias.

Acto seguido, agarra de los cabellos a la primera prostituta y la saca arrastrando del lugar, para llevarla a su propia habitación.

Cuando el silencio continúa, Attis sonríe con suficiencia a cada una de ellas.

—Espero que ya sepan cuál es su lugar, uno que está muy por debajo de mí, putas.

Luego se marcha, mientras sus pasos acompañan los gritos de dolor que comenzaron a escuchar de su compañera que Drymilos se llevó. Más tarde, aparecerá con moretones por todo su cuerpo y con un odio profundo hacia Attis.

Mientras Attis se encierra en su propia habitación, ya que ha estado sola desde que Tais no quiso dormir más con ella. Respira profundo y trata de tranquilizarse, a pesar de que lo negó, es verdad que Augusto ha estado un poco alejado de ella. Han pasado casi dos meses y apenas lo vio tres veces, a todos les dice que es por la campaña a Hispania, pero ella sabe que no. Desde que le pasó esa información que Alejandro le contó y que al final resultó ser mentira, nunca hubo un ataque al cargamento de granos ni por asomo, ni siquiera rebeldes merodeando el lugar, Attis siente que Augusto se alejó de ella. El hombre debe estar enojado, lo sabe, porque todo fue una mentira. ¡Maldito Alejandro! ¿Por qué le habrá mentido? ¿Acaso habrá descubierto que ella le pasaba la información al Emperador? No lo cree, es poco probable, ella nunca habló del líder romano.

¿Entonces qué pasó? Seguramente es tan inútil que ese plan fracasó, debe ser eso, no le sorprendería. Encima Alejandro tampoco ha vuelto a aparecer para que ella se entere y le pueda decir a Augusto. Igual ya no tiene sentido, en este momento solo quiere pegarle a ese egipcio inútil que hizo que el Emperador se enfadara con ella. Ahora solo necesita recuperar a Augusto y hacer que la perdone, pero cómo.

No importa, ya encontrará la solución, ella no perderá el favor del hombre más importante de toda Roma, hace muchos años se juró que no moriría siendo una meretriz y lo cumplirá.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 17 de febrero del año 19 a.C.


Selene va directo a la habitación privada de Juba, sabiendo que actualmente se encuentra ahí, trabajando sobre los asuntos políticos seguramente con Baldo. Toca, esperando el permiso para ingresar, apenas lo recibe, entra.

—Selene —pronuncia el rey, contento de poder ver a su esposa.

Su mujer casi ha vuelto a encerrarse en su habitación, no porque esté enojada sino porque cada día se le dificulta mucho más caminar, la matrona aseguró que falta como máximo un mes para que el niño nazca. Y estos últimos meses, ella ha cambiado mucho físicamente, además de su visible abultado vientre, Selene le ha manifestado que se cansa mucho y sus pies viven hinchados, así que le cuesta caminar. Por suerte, tanto el médico como la matrona han asegurado que eso es normal. Como consecuencia de todo, su esposa ha hecho caminatas mucho más cortas y hay días que apenas se levanta de la cama.

—Necesito hablar contigo sobre unos rumores que Yanira escuchó en el mercado —comienza ella.

Juba frunce el ceño, hasta que recuerda que Yanira es la otra sirvienta personal de su esposa.

—Sí, dime —contesta.

—Están armando una rebelión contra tu reinado —dice con severidad—. Y varios son ex prisioneros que escaparon de las ergástulas, ¿eso es cierto? ¿Escaparon prisioneros hace poco?

Baldo y Yugurta, los otros dos presentes, se miran de reojo, pero no abren la boca. Selene espera una respuesta, pero Juba aún mira los papeles que tiene frente a él, pero ya no puede fingir que no la escuchó.

—¿Dónde escuchaste eso? —pregunta a cambio.

A Selene no le gusta no recibir una respuesta contundente, sabe que su esposo está desviando la conversación y le molesta. También le molesta que cada día este embarazo se vuelve más complicado, le duele todo y se le dificulta caminar, ya casi no sale de su habitación porque le cuesta subir y bajar las escaleras. Hay días buenos y malos, hoy por suerte es uno bueno, por eso pudo venir a conversar con Juba.

—Yanira lo escuchó en el mercado, es de lo que hablan los habitantes —responde un poco molesta por tener que repetirse.

—¿De eso habla el pueblo? —interroga otra vez el rey, acto seguido mira de reojo a los otros dos hombres, como si esperara una confirmación de eso.

Yugurta mira a su padre, él no estaba enterado de eso, pero Baldo permanece en silencio, no dice sí ni no. No sabe si no responde porque no lo sabe o no quiere decirlo.

Juba tampoco le dedica mucho tiempo, como si realmente no le importara la respuesta que le pudiera dar su mano derecha, tal vez porque ya la sabe o porque considera que las palabras de su esposa son una tontería.

—Sí —responde Selene, un poco enojada por tal dilatación—, entre murmullos, no a viva voz por miedo. Pero hablan de eso —aclara ella.

El rey se pone de pie y se acerca a ella, la hace sentarse en un kline que hay en la habitación, sabe que el embarazo la cansa demasiado rápido y no quiere eso, quiere cuidarla. Así que cuando ella ya está sentada, Juba se arrodilla frente a sus pies y le habla tranquilamente, no quiere alterarla.

—No hay ninguna rebelión, solo lo dicen algunos rebeldes o sus familias, pero solo son dos o tres; el resto del pueblo nos apoya —se pone de pie ante su mirada confusa—. No te preocupes por eso, solo cuida a nuestro hijo.

Le hace una seña a Baldo para que lo acompañe, mientras Selene no puede creer que no le dé mérito a sus preocupaciones, sino que acaba de descartarlas de una.

—¿No es importante lo que te digo? ¿Mi palabra no vale? —interroga totalmente indignada.

Juba que ya estaba saliendo del lugar y con Baldo a su espalda, se detiene y vuelve su vista a su esposa indudablemente enfadada.

—Tu palabra vale más que cualquiera —aclara con calma—, pero esa fue la de tu esclava que tal vez solo escuchó a una persona decirlo —continúa sin alterarse—. Pero soy yo, tu esposo y rey, quien te dice que no te preocupes que son rumores falsos, así que tranquila porque no habrá ninguna rebelión, Numidia está a salvo —se toma unos segundos para devolverle sus propias palabras—. Acaso, ¿mi palabra no vale? ¿Quién es más importante que yo para responder tus inquietudes?

Esto la deja sin palabras, pero no convencida. Al notar que Selene no tiene forma de refutarlo, vuelve a emprender su marcha.

—Nos vemos en la cena, descansa —le dice mientras sale del lugar.

Un silencio un poco incómodo inunda la habitación, pero cuando Yugurta se mueve apenas para también salir, Selene lo mira fijamente.

—Necesito hablar contigo —dice de la nada.

—Sí, su majestad, dígame —responde él un poco sorprendido—. ¿En qué puedo ayudarla?

Selene se pone de pie con un poco de esfuerzo, Yugurta da unos pasos para intentar ayudarla, pero con un gesto de mano, ella lo rechaza.

—¿Cómo hago para liberar a un esclavo? —pregunta con seriedad.

Yugurta no puede creer lo que escucha, ¿qué está planeando la reina?



Roma, Palacio del Emperador, 20 de febrero del año 19 a.C.


—¡¿Cómo se te ocurre hacer algo así?! —increpa Livia a su hijo mayor—. ¿Y todo por qué no querías casarte? ¿Cuántos años tienes? ¿Cinco?

Tiberio permanece con la cabeza gacha, no porque realmente está arrepentido y le importe que su madre le está gritando, sino porque está cansado de luchar por su felicidad, prefiere resignarse. No podrá estar con Selene, ya lo aceptó, así que ya nada le importa.

—No, madre, tengo veintidós —contesta ante su silencio, ella solo le hace responderle para humillarlo más, a él ya ni le importa.

—Pues no parece porque te comportas como un niño —sigue con su discurso—. ya que para mí a los veintidós ya son hombres que asumen responsabilidades y no se escapan de su hogar porque tienen miedo a casarse —escupe enojada.

—No tengo miedo a casarme —arremete Tiberio—, solo que no quiero hacerlo con Vipsania.

—Te informo que no tienes elección, te casarás con ella, quieras o no —amenaza la emperatriz romana.

Ante esas palabras, Tiberio se da cuenta que Selene tiene razón, su madre nunca hubiera permitido su matrimonio. La duda es: ¿él se hubiera atrevido a desafiarla para estar con Selene? Nunca lo sabrá, ya todo está perdido entre ellos dos.

—Sí madre, me casaré con ella —concuerda Tiberio con seguridad—, sino nunca hubiera vuelto. Volví porque me casaré a pesar de no quererla.

Ella observa a su hijo y sabe que le está diciendo la verdad, Tiberio ha aceptado casarse con Vipsania, lo puede notar en su mirada. Como también puede notar que está más triste y totalmente desganado con la vida. ¿Estará haciendo bien al obligarlo a casarse?

—Eso espero —responde ya no tan dura—. No quiero que te vuelvas a escapar, tuve que mentirle a Augusto sobre tu paradero y Druso se cansó de buscarte en cada rincón del imperio —dice con un poco de hartazgo—. Por cierto, ¿dónde estuviste?

Nota como su hijo se cierra totalmente ante ese cuestionamiento y su mirada se vuelve un poco más fría.

—Eso no importa, ya estoy aquí —contesta.

Pero no es lo correcto de decir para Livia, nunca es lo correcto para ella, salvo que le digas lo que quiere escuchar. No acepta negativas.

—Escúchame bien —comienza con dureza—, no invertí años de mi vida y un gran esfuerzo para que tú arruines tu futuro por una estupidez. Así que será mejor que de ahora en adelante me obedezcas porque conocerás un lado de tu madre que te aseguro que no te gustará.

Tiberio la mira, ella realmente está enojada y es capaz de hacer cualquier cosa para conseguir lo que quiere. Ahora lo nota, ni siquiera a su madre le interesa el joven Tiberio, sino que le interesa el Tiberio político.

—No te preocupes, madre. Te obedeceré en todo como un buen hijo —pronuncia.

Podría haber batallado más, poner algo de resistencia y dejarle en claro que nunca le pidió todo eso. Pero no tiene sentido, su madre hará lo que quiera. Las palabras, pensamientos y sentimientos de Tiberio no importan. Nunca importaron, no tiene caso luchar.

Hizo bien en dejar ir a Selene, no soportaría condenar a la mujer que ama a una vida donde su madre Livia la está atosigando cada segundo de su existencia. Tener a Livia como suegra no es vida. Siente un poco de pena por Vipsania y el infierno que le espera. Al menos, Selene podrá tener la oportunidad de ser feliz, alejada de todos los romanos porque Tiberio no hubiera podido defenderla.

Está demasiado cansado de todo.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 22 de febrero del año 19 a.C.


Selene no puede creer lo que está escuchando. ¿Realmente Juba piensa en marcharse en este momento? Parece que sí porque el mismo rey está juntando alguna de sus vestimentas para el viaje.

—Piensas dejarme aquí sola —pronuncia sin poder creerlo todavía.

Juba deja de empacar y la mira, también sin poder creer lo que está escuchando de su esposa, claramente está molesta, pero es una tontería, no entiende todo el drama que está haciendo.

—No te quedas sola, Yugurta se queda al mando —comienza—. Además, están todos los sirvientes y algunos soldados —aclara para que se sienta segura—. Solo me iré con Baldo, algunos nobles y otros soldados —ella no quita su mirada de enfado—. Será a lo sumo una semana, solo iré a resolver un conflicto entre las dos familias más importantes, tienen una pequeña disputa sobre territorio.

—¿Y por qué no va Baldo solo? Estoy segura que podrá resolverlo, creo que no es tan incompetente —insulta Selene.

Juba sabe que ninguno de los dos se llevan bien, pero esta vez dejará pasar ese insulto porque su mujer está realmente alterada y en su estado eso no es bueno, la matrona se lo dijo.

—Baldo puede —respalda a su mano derecha—. Voy porque justamente son dos de las familias más importantes y si voy personalmente, se verá como una muestra de mi interés en mis súbditos. Además, no estoy en un momento de perder apoyo de familias adineradas y que me respaldan —intenta hacer entrar en razón a la mujer.

Ella parece en conflicto, entre lo que siente y lo que él le dijo. Juba lo nota cuando se muerde el labio y mueve su pierna en un gesto de impaciencia.

—No estoy de acuerdo, esos nobles deberían arreglar sus propios problemas —escupe aún enojada. Juba suspira.

—Dime la verdad, Selene —dice y luego se le dibuja una sonrisa—. No será que no quieres que me vaya porque me vas a extrañar y te avergüenza decirlo.

El rostro de ella se transforma enseguida y se vuelve rojo, no sabe si por la vergüenza o la ira.

—Cambié de idea, vete nomás y si puedes, no regreses —finaliza para marcharse sin darle la oportunidad de responder.

Juba solo atina a reírse, sí, no habrá querido quedarse sola porque lo va a extrañar. Es mejor emprender el viaje con ese pensamiento.



En algún lugar del Reino de Numidia, 24 de febrero del año 19 a.C.


Se habían alejado bastante del palacio, lo habían abandonado a primera hora del día de hoy, la capital había quedado atrás y ahora transitaban por los pequeños pueblos rurales que no tendrían más de cien habitantes y estaban bastante espaciados entre sí. Les quedaba medio día de viaje aún, pero pronto tendrían que acampar porque en dos horas máximo estaría anocheciendo.

Juba había estado bastante pensativo desde que salieron, seguramente por culpa de la reina. Después de la escena que le había hecho al rey, éste sentía culpa por dejarla sola, casi no hace el viaje. Por suerte Baldo logró convencerlo, está seguro que esa jovencita será la perdición del reino.

—Repíteme lo que decía la carta otra vez, Baldo —pronuncia el soberano.

La han leído muchas veces y se la ha vuelto a repetir otras tantas, pero el rey insiste. Todo esto es culpa de esa egipcia. Suspiró pero aún así le respondió al rey.

—El jefe de la familia Viáfara escribió solicitando su presencia para resolver un conflicto de límites, ya que surgió una disputa con sus vecinos los Chará sobre unas tierras —dice Baldo de forma resumida.

Juba asiente y se queda en silencio otra vez, Baldo no entiende porqué tiene tantas dudas. Muchas veces han recibido este tipo de cartas y no dudaron tanto. Esa reina es la culpable, necesita cortar su influencia sobre Juba. Pero, ¿cómo?

—¿Estás seguro que el propio jefe de la familia Viáfara lo escribió? —interrogó Juba, parecía un poco alarmado. ¿Por qué lo estaría?

—Sí, mi señor —confirmó sin mostrar su hastío—. Lo escribió él porque estaba en primera persona y llevaba su firma y sello —volvió a repetir.

—¿De cuándo tenía fecha? —prosiguió el rey y parecía cada vez más alterado.

Siguieron avanzando, los caballos iban más lento por el cansancio del viaje largo. Tendrían que parar pronto para que recuperen fuerzas.

—De hace diez días más o menos, no recuerdo bien —contestó intentando hacer memoria—. ¿A qué viene todo este interrogatorio? —se atrevió a preguntar.

El rey frenó de golpe, su caballo quedó parado en el camino y el hombre tenía su rostro surcado por el miedo. Baldo se detuvo, la comitiva también, todos extrañados.

—Su majestad, ¿qué sucede?

—Algo anda mal, algo anda muy mal —respondió Juba.

—No entiendo —pronunció Baldo.

—El jefe de la familia Viáfara me escribió hace un mes, diciéndome que se iría junto a su esposa de viaje, querían conocer Roma y otras partes del imperio, supuestamente como regalo por sus treinta años de matrimonio. Su hijo mayor se iba a quedar a cargo —contestó Juba alterado—. Él no pudo escribir esa carta porque no está.

—Bueno, tal vez la escribió su hijo y usó su sello —intentó Baldo mitigar su preocupación.

—No, tú mismo me dijiste que estaba en primera persona —prosiguió Juba. Baldo tuvo que estar de acuerdo con eso.

—Tal vez no viajó y cambió de opinión después de escribirte —proporcionó su mano derecha, pero ya no tan seguro.

Juba negó, totalmente fuera de sí.

—¡No, Baldo! —gritó alterado y su caballo dio un pequeño brinco del susto—. Hace tres semanas pasó por el palacio para saludar antes de irse porque estará afuera por casi un año y confirmar que su hijo quedará a cargo. ¡Tú mismo lo recibiste! —estalló.

Baldo lo recordó, claro que lo hizo. ¿Cómo puedo pasarles por alto algo así? ¿Cómo no se dieron cuenta ni Yugurta, ni él ni Juba? Pero principalmente, ¿cómo no se dio cuenta él? Es la mano derecha, quien aconseja al rey. Esto es imperdonable.

—Su majestad... —comienza tratando de mitigar su culpa.

—Tenemos que volver —ordenó, para dar vuelta su caballo—. ¡Ahora!

Baldo quiso razonar, hacerlo cambiar de opinión, pero el rey ya se había ido con su caballo totalmente agotado, otra vez al palacio. La mano derecha solo esperó que todo quede en un mal presentimiento y no en una tragedia.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey.


Selene se ha levantado bien, el embarazo no le ha dado molestias en todo el día, sus pies no están hinchados y puede moverse con facilidad casi como antes de tener el vientre tan hinchado. En pocas palabras: ha sido un buen día.

Nuru está terminando de peinarla cuando Yanira entra corriendo, totalmente alterada.

—¡Mi señora! —grita asustada.

—¿Yanira qué sucede? —interroga Selene.

—¡Nos invaden, mi señora! ¡Nos invaden! —pronuncia entre lágrimas—. ¡Los rebeldes vienen a matarnos!


*Puta de cinco céntimos: un insulto común ya que hacía referencia a una moneda pequeña, de poco valor.

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