Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

58: El para siempre de un adiós


Roma, Palacio del Emperador, 25 de noviembre del año 20 a.C.


—¿Alguna novedad? —interroga apenas su hijo ingresa.

Druso cierra la puerta de la habitación de su madre, pero antes se asegura que no haya nadie que pueda escucharlos.

—No, madre —responde derrotado—. He buscado por todas partes, pero Tiberio no está.

Livia apretó los dientes y se contuvo de gritar algún insulto. Apenas había notado la ausencia de su hijo mayor, secretamente convocó a su hijo menor y le ordenó que lo buscara, pero nadie debía enterarse. Desgraciadamente, Druso llevaba casi veinte días buscando a su hermano y siempre volvía con las manos vacías. Nadie lo había visto partir, nadie lo vio en la ciudad ni en ningún otro lado, como si se lo hubiera tragado la tierra.

—Solo queda la opción de que haya salido por algún puerto —agregó Druso, ya no sabiendo qué más decir para tranquilizar a su madre.

Él tampoco tenía una idea de dónde podría estar Tiberio, no le había dicho nada, solo desapareció sin dejar rastros y estaba bastante preocupado a pesar de intentar ocultarlo para no alterar más a su madre.

—Pero, ¿a dónde iría? No tiene ningún conocido —espetó Livia.

—No lo sé, pero es lo único que nos queda —pronunció Druso.

Livia respiró hondo y trató de calmarse. Augusto había notado la ausencia de su hijastro y ella lo convenció que había salido a recorrer los campos del Lacio para revisar las plantaciones de granos, ya que esa era su función como Cuestor de Anona y se lo tomaba muy en serio. Su esposo le creyó y no volvió a preguntar, pero si Tiberio no volvía dentro de poco, levantaría sospechas otra vez y la mentira se caería.

Así que por el bien político de Tiberio y la tranquilidad de su madre, tenía que aparecer pronto y nadie podía enterarse que había desaparecido.

—Entonces busca ahí, haz lo que puedas, pero sin soltar una sola palabra —volvió a advertir Livia.

Su hijo menor asintió y se marchó, esperando conseguir alguna información sobre el paradero de su hermano.



Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 27 de noviembre del año 20 a.C.


—Es hermoso —dijo la niña tonta.

—No la toques con tus manos sucias, no quiero que la ensucies —espetó Attis y le sacó la hermosa pulsera de las manos a la otra joven.

—Lo siento, solo quería verla —susurró apenada.

La niña tonta se le había apegado a Attis desde esa primera vez que hablaron y las demás meretrices al verla cerca de ella, pasaron a ignorarla también. El mensaje era claro, toda persona que se vinculara con Attis, sería apartada del resto, así que las otras dos nuevas prostitutas que habían llegado después de la niña tonta, ni siquiera se acercaron a ella. Attis estaba bien, no las necesitaba, la niña tonta parecía adorarla y hacía todo lo que ella le pedía.

—¿Te la dio el Emperador? —interrogó.

—Claro que sí, es el hombre más poderoso y está loco por mí, claro que me la regaló él —expresó orgullosa mientras se la colocaba en la muñeca—. Deja de hablar y ve a terminar de lavar mis pertenencias, hoy a la noche me toca trabajar y debo estar hermosa.

La niña tonta, a pesar de que le había dicho su nombre, Attis no lo recordaba y tampoco le interesaba así que seguía llamándola así; asintió efusivamente, juntó todo y se fue corriendo a hacer lo que su amiga le había ordenado.

—Esa niña es demasiado estúpida, pero no me importa mientras me siga obedeciendo —pronunció y sonrió al ver sus joyas.

Tenía una buena vida, cosas carísimas y al Emperador en la palma de su mano, dentro de muy poco estaría viviendo en ese palacio y abandonaría este lugar asqueroso.



Roma, Palacio del Emperador, 28 de noviembre del año 20 a.C.


—Quiero que acompañes a Agripa al norte de Hispania y terminen de una vez por todas con el pueblo cántabro —ordenó Augusto.

La campaña militar para conquistar Hispania ya llevaba seis largos años y el Emperador quería terminarla de una vez por todas. Le estaba costando dinero y hombres, cuando podía dedicarse a conquistar otros territorios, pero el pueblo cántabro estaba poniendo más resistencia de la que inicialmente creyó cuando empezó la guerra.

—Señor, me casaré en unos meses, no puedo embarcarme en una campaña que puede durar años —respondió un poco nervioso.

Se supone que se casaría en unos meses con Antonia, si se iba de campaña y participaba en las guerras cántabras, ese matrimonio se retrasaría y él no quería eso. Estaba enamorado de Antonia verdaderamente y ella de él, estaban emocionados de poder casarse, no quería posponer eso.

—He decidido cambiar la fecha de tu boda, no puedes casarte antes que Tiberio —dijo Augusto—. Así que tu hermano mayor se casará en unos meses y la tuya será más adelante, pero primero quiero que acompañes a Agripa, es por tu bien, tienes que comenzar a cosechar logros y triunfos para despegar tu carrera política, así te ganarás la admiración y tendrás a todos a tu favor cuando me sucedas en el poder —finalizó el Emperador.

Druso no dijo nada al principio, estaba enojado porque lo enviaban a una guerra y retrasaban su boda con Antonia, pero le sorprendió sus últimas palabras. Si bien sabía que era el hijo adoptivo favorito de Augusto, éste nunca le había dicho abiertamente que le sucedería como Emperador, estaba anonadado.

—Sí, como usted diga —respondió aún sin poder creerlo.

—Puedes llamarme padre, Druso, no seré de sangre, pero te quiero como un hijo y solo pienso en tu bienestar —se suavizó Augusto.

—Sí, padre —pronunció con una breve sonrisa.

Su madre estaría extasiada cuando le cuente lo que había dicho su padre adoptivo, no iba a poder creerlo.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 1 de diciembre del año 20 a.C.


Juba realmente no puede creer lo que le ha contado Yugurta, nadie avisó sobre su visita y ahora parece que está aquí. Las visitas sobre asuntos políticos siempre se suelen avisar con antelación, salvo que el asunto sea grave, pero Numidia ha estado bien, un poco tensa pero sin grandes conflictos. Así, ¿qué hace aquí?

Casi corre por los pasillos del palacio hasta el salón principal y cuando llega, lo ve. Tiberio yace con la típica toga, pero parece alguien elegante y distinguido, como si él realmente fuera el rey del lugar y no Juba; eso lo enfada de sobremanera. Tiberio siempre ha logrado sacar lo peor de él, no quiere a este hombre y lo pone de mal humor que ahora esté en su palacio, creyó que se había librado de él cuando dejó Roma, pero parece que ha viajado días solo para molestarlo en su propio palacio.

—Bienvenido a Numidia, ¿a qué debo su visita? —interroga apenas hace notar su presencia.

Tiberio sonríe para ser cortés, pero se nota que es falsa. Ahora que lo puede ver de cerca, el joven romano parece cansado e incluso un poco nervioso con su propia persona, como si algo lo molestara.

—Su majestad —responde, mientras hace una breve reverencia—. Durante su boda le mencioné que lo visitaría para tratar asuntos sobre la comercialización de granos, ya que soy el Cuestor de Annona, solo vine a cumplir con mi trabajo y reforzar nuestras alianzas.

Juba no le cree y eso no tiene nada que ver con que odia ver a este hombre cerca de Selene, no, hay algo más que lo tiene inquieto y no le da la confianza para creerle.

—Lo hablamos durante la boda, igualmente debió avisar de su llegada, es educación y muy importante si decide iniciar su carrera política —pronunció, algo de acusación había presente—. Podría enojar o molestar a algún rey.

—Lo siento tanto, me disculpo si molesto —dijo enseguida Tiberio—, estaba de paso y pensé en visitar, pero me puedo marchar si así lo desea.

—Claro que no, ya que está aquí podemos conversar —respondió, tratando de que su molestia no se note, no quería enemistarse con Roma.

Está a punto de indicarle que lo siga para poder ir a una habitación más privada para tratar los asuntos políticos y no en un salón donde los oídos sobran, o esa es su justificación. Sinceramente no quiere que Selene lo vea, un capricho infantil le impide permitir que ese par se encuentre. Sabe que es tonto, ya que tendrá que darle hospedaje porque el viaje a Roma es largo y querrá descansar antes de partir, así que antes de mañana no se irá y su esposa lo verá o se enterará de su llegada. Sin embargo, quiere que pasen el menos tiempo posible, pequeñas victorias estúpidas.

Los dioses no le sonríen. Es la misma Selene quien aparentemente viene del jardín interno, la única persona que no quería que llegara, la que entra al salón principal y se congela.

—¿Tiberio? —interroga sin poder creerlo.

Al menos Juba se tranquiliza con algo, su esposa tampoco sabía sobre la llegada del romano si su reacción era verdadera. Al menos no se escriben en secreto.

—Selene —responde él y todo su rostro parece iluminarse, el hombre inquieto desaparece y parece feliz, pero luego también se congela cuando apenas da un paso en dirección a la mujer—. Oh —pronuncia al notar su vientre apenas hinchado—. Oh —vuelve a repetir y recupera su compostura y seriedad—. Qué sorpresa, no sabía nada pero ¡felicidades! —esbozó otra sonrisa falsa.

Es ahí cuando Juba se percata que el joven romano no está siendo sincero, que realmente no está feliz por el embarazo de Selene. Y tal vez los dioses no le sonríen a Juba, pero tampoco lo odian tanto y eso es suficiente por ahora. De mucho mejor humor ante las nuevas situaciones, se dispone a conversar con su compañero.

—Gracias, estamos contentos con la llegada de nuestro heredero, el primero de muchos espero —contesta alegre, Selene lo mira sin creer lo que acaba de escuchar, pero él no dará el tiempo para reaccionar—. Acompáñame Tiberio, hablemos sobre esos acuerdos —hace una seña indicando el camino y el otro hombre asiente.

—Con su permiso, Selene —menciona y ella también asiente.

—Nos vemos en la cena, esposa mía, hoy tendremos un invitado —pronuncia con marcada dulzura, ella lo mira con desconfianza.

Juba solo sonríe y se marcha junto con Tiberio.



Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 2 de diciembre del año 20 a.C.


Attis habla y habla, algo sobre sus otras compañeras, parece que se está quejando sobre ellas, Alejandro no lo sabe muy bien. No puede concentrarse, no cuando solo puede observar la hermosa, delicada y cara pulsera que se encuentra en la muñeca de la mujer. Él sabe muy bien que se acuesta con otros hombres, es una meretriz después de todo, pero esa pulsera enciende sus dudas. Un solo joyero las hace, es muy distinguido y solo para los patricios de la clase más alta y además, esas mismas joyas se las ha visto a tres mujeres más: Octavia, Livia y Julia y casualmente se las regaló el mismo hombre, el emperador Augusto.

¿Cómo Attis puede tener algo así? Si bien es posible que algún otro patricio distinguido se lo haya regalado, quien hace esas pulseras es únicamente el joyero imperial. Quiere creer que fue otro hombre quien se lo regaló, ya que teme aceptar que fue Augusto quien lo hizo, por todo lo que implicaría.

—¿Recién has llegado? —interroga Attis de repente y Alejandro la mira—. ¿Cuándo visitarás a tu hermana? Porque ahora es reina, tal vez podrías dejar el ejército y mudarte con ella, ¡volverías a ser alguien importante! —exclama con alegría.

No responde inmediatamente, el miedo de que ella tenga contacto con Augusto lo invade y sabe que debe cuidar sus palabras, al menos mientras no esté seguro o pueda comprobar que sus presentimientos son falsos.

—He llegado hace bastante, para la bendición de armas —responde tranquilo.

No piensa descubrirse, no dejará que nadie se entere que no estuvo en la celebración, su Legatus lo dijo: son muchas personas y es difícil que alguien se entere.

—Oh, pero eso fue hace más de un mes —dice sorprendida, como si hubiera sabido que no fue y esperaba que él se lo confirme—, como no viniste a visitarme para esa época, pensé que no habías estado en Roma para la celebración y bendición de las armas.

—Pero estuve —confirma él, aunque sea mentira—, después fui a visitar a Selene y a su marido —agrega.

Ella asiente, un poco decepcionada o enojada parece, él no sabe realmente por qué.

—¿Y cómo está ella? ¿Ellos siguen juntos? Pensé que tal vez se divorciaron —agrega ella con un falso desconcierto.

Ahora lo puede ver, ella está fingiendo, lo quiere llevar por un camino para que sea él quien pregunte y ella le de la información por la que obviamente se muere por decirle. A Attis realmente no le interesa cómo está Selene, ni cómo está él, tal vez nunca lo hizo, solo es una actuación para lograr lo que quiere, pero ¿qué será eso?

—Ellos están muy bien, incluso el heredero viene en camino, dentro de muy poco seré tío —contestó con breve alegría. No le dará pie a ella, no le hizo la pregunta que seguramente ella estaba esperando.

—Oh, no sabía nada de eso —dice, esta vez realmente parece sorprendida.

—¿Por qué tendrías que saberlo tú? Solo la familia lo sabe —pronuncia, tirando esta vez la pregunta a ella.

Ahora parece visiblemente incómoda, como si la hubiera descubierto en algo que no debería saber. Las sospechas de Alejandro aumentan.

—No, solo pensé que el embarazo de una reina sería noticia —suelta algunas risas, claramente está nerviosa.

Alejandro sabe que es mentira, pero se la deja pasar, ahora solo quiere descubrir si ella se está viendo con Augusto y si es, en el peor de los casos, alguien aliada con él y que le pasa información.

Se relaja un poco en la cama, necesita parecer desinteresado y ella enseguida lo acompaña, recostando su cabeza sobre el pecho del joven, mientras Alejandro acaricia su brazo y deliberadamente se entretiene con la pulsera.

—Todo terminará muy pronto —dice de la nada, con un tono de secretismo forzado.

—¿Qué cosa terminará muy pronto? —interroga ella, cayendo por el camino que Alejandro quiere llevarla.

—Toda la maldad de Augusto —responde, siente como ella se tensa, es casi imperceptible, pero ahí está.

—¿Qué quieres decir? —vuelve a preguntar.

Él se sienta y la mira demasiado serio, como si toda la situación es de vida o muerte, tal vez lo es.

—Attis, esto es peligroso, ¿puedo confiar en ti? ¿Guardarás el secreto? —pregunta con total honestidad, porque lo hace de verdad, necesita saber si puede confiar en ella.

—Claro que sí, nunca dije nada de lo que hablamos, yo te adoro Alejandro —menciona ella, y él sonríe casi con tristeza porque nota la mentira.

—Mañana a la noche llegará un cargamento con granos procedentes del Lacio —comenzó contando el egipcio—, con un grupo de rebeldes pensamos robarlo y así la ciudad se quedará sin comida como hace unos años. El descontento volverá y el odio hacia Augusto aumentará. Esto es solo el principio —finalizó.

Ella no podía creer lo que había escuchado, Alejandro pensaba rebelarse contra Augusto y todo comenzaría mañana a la noche.

—Pero debes guardar el secreto, si alguien se entera estamos muertos —advirtió él.

—Tranquilo, no diré nada, puedes confiar en mí —respondió con dulzura.

Ambos se sumergieron en la mentira que habían armado.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 3 de diciembre del año 20 a.C.


La cena había estado bien, principalmente porque Yugurta y Baldo habían conversado con Tiberio sobre temas políticos, pero lo más extraño había sido el comportamiento de Juba. Siempre tan atento a ella, preguntando si quería más comida, si el niño le estaba ocasionando malestares o cómo se sentía; actuaba como si fueran un matrimonio feliz. Selene respondió directa y simple, no fue de mala manera pero tampoco con la dulzura que el rey le hablaba. Sabía que debían demostrar que era un matrimonio sólido, ese había sido el pacto y aunque ella confiara en Tiberio y sabía que no contaría nada a Augusto, parecía que Juba no, así que le siguió la corriente solo para no provocar un desaire.

El golpe esa mañana en su habitación la sorprendió un poco, no esperaba a alguien tan temprano, pero aún así le indicó a Nuru que abra.

—Buenos días, quisiera hablar con Selene —Tiberio le dijo a la esclava apenas abrió.

Ella no respondió, pero miró a la reina, esperando una confirmación. Selene había terminado de peinarse y asintió, se puso de pie mientras Tiberio ingresaba. Nuru se puso a un costado y no cerró la puerta.

—Tiberio —sonrió Selene—, es muy temprano todavía, no te hacía despierto después de tan largo y cansador viaje —dijo mientras lo abrazaba brevemente, él le devolvió el apretón, quiso que continuara, pero ella se alejó—. ¿Qué te trae a mis aposentos? —interrogó un poco desconcertada.

—Quisiera hablar contigo, en privado —respondió mirando a la sirvienta.

Selene miró de reojo a la otra mujer, pero Nuru no se movió un centímetro, ella solo obedecía a su señora, a nadie más.

—No es apropiado, soy una mujer casada y no debería estar en una habitación a solas con un joven soltero —mencionó ella—. Ser aceptada como reina me está costando más de lo previsto y que circulen este tipo de rumores no me ayudaría en nada.

Ella siempre fue buena para la política, Tiberio lo sabía cada vez que tenían la oportunidad de hablar sobre los diferentes temas, temas que no estaban permitidos para una mujer en Roma, pero Selene nunca fue romana. Admiró eso de ella, está seguro que ese fue el camino que se abrió y le condujo a enamorarse de ella.

—No quiero ocasionar problemas, pero realmente necesito hablar contigo —dijo casi suplicante y ella pudo reconocer ese tono en su voz, su corazón se ablandó.

—Mi señora ya dijo que no, debería dejar de insistir —intervino Nuru, parecía enojada.

No quería que este romano la metiera en problemas, ya había sufrido mucho.

—Esa voz —dijo Tiberio de repente—, yo conozco esa voz.

Miró a la esclava con intriga, ésta al ser el centro de atención se puso un poco nerviosa y trató de acomodarse la palla que cubría su rostro para evitar ser reconocida, pero sus manos temblorosas le jugaron una mala pasada. Y fueron breves segundos en los que la tela se corrió y Tiberio pudo ver su rostro lleno de cicatrices.

—Tú —totalmente sorprendido.

Selene al notar que su esclava estaba demasiado nerviosa y que Tiberio parecía conocerla, decidió intervenir.

—Está bien, hablemos —llamó la atención del romano otra vez—, pero no aquí —aclaró rápidamente—. Iremos a un lugar más tranquilo.

Tiberio todavía estaba un poco anonadado de su cambio de respuesta tan rápido y por haber descubierto a la otra mujer aquí, así que no emitió palabra alguna, solo asintió.

—Nuru —ella llamó a su sirvienta ante la afirmación del romano—, avísale a Yugurta que si necesita algo me puede encontrar en el jardín, pero preferiría no ser interrumpida porque estaré conversando con Tiberio.

Nuru asintió y se marchó, quería salir de ahí lo más rápido antes de que Tiberio le hiciera preguntas. Pero los tres sabían muy bien que estaba haciendo Selene, irían a un lugar abierto para conversar y al hacerlo en un sitio donde podían ser vistos por muchas personas, daba a entender que no era un secreto y no escondían nada, a pesar de ser dos jóvenes. Además, al avisar a Yugurta, también cubría las bases ante cualquier enfado de Juba, ya que sabía que el otro joven le avisaría al rey, pero al mismo tiempo mantenían una privacidad ya que había solicitado no ser interrumpidos. Selene siempre había sido buena para mantener las relaciones, sería una muy buena reina.

—Marca el camino —dijo él y ella salió de la habitación rumbo al jardín, con él detrás.



Sabía que era una posibilidad, pero no esperó realmente que sucedería, pensó que nunca más volvería a ver al joven romano después de la primera vez. Pero la vida da muchas vueltas, dejó de ser la esclava del legatus Escipión y pasó a serlo de Selene, como lo había sido desde que nació. Tal vez la vida no da tantas vueltas, sino que te lleva a tu lugar de origen otra vez.

Divisa a Yugurta doblando el pasillo, no quiere hablarle, odia tener que interactuar con otras personas y que la vean como una extraña por siempre cubrir su rostro con una palla, pero fue una orden de su señora, así que tendrá que hacer un esfuerzo para cumplirla. Acelera el paso para alcanzarlo.

Yugurta escucha los pasos acelerados que vienen detrás de él, tal vez sea un sirviente atrasado con alguna tarea, se sorprende un poco al ver a la otra mujer.

—Nuru —menciona algo alegre, la joven siempre despierta un interés en él, no sabe catalogarlo, pero quiere saber más sobre ella. Lástima que siempre sea tan esquiva.

—Mi señora me pidió que le avise que estará en el jardín conversando con el joven Tiberio —ni siquiera lo saluda o lo reconoce de alguna forma, sino que va directo al grano—. Es una conversación privada, pero si la necesitan por algún asunto, pueden buscarla —lo mira por unos segundos, pero no le da tiempo a responder—. Con su permiso.

Ya se está marchando cuando Yugurta abre la boca para iniciar una conversación, es una mujer muy dura.

—Está bien, gracias Nuru —grita a un pasillo ya vacío—. Esto no le gustará a Juba —dice más para sí mismo y se encamina a llevar el mensaje al monarca.



El jardín no es igual al que tenía en Roma, Tiberio puede notarlo, incluso sabe que a este lo armó el propio Juba para Selene cuando estaban comprometidos, eso se nota en que no hay un orden o equilibrio en la distribución de las diferentes plantas, pero al menos el pequeño árbol bajo el que se encuentran sentados, les da una buena sombra. Así que vale la intención.

El calor no es sofocante, pero se siente, le cuesta acostumbrarse a la idea de que mientras aquí hace calor, en Roma están en pleno invierno y las nevadas ya habrán comenzado a caer.

—¿Dónde conociste a esa sirvienta? —pregunta para romper el silencio.

No es lo que realmente quiere consultar ni tampoco hablar, pero necesita armarse de valentía para tocar ese tema. A pesar de que escapó de Roma para hablar con ella, ahora que está a su lado se siente un cobarde.

—Nuru era la esclava del Legatus Escipión, me la dio como obsequio de bodas —comienza Selene y lo mira de reojo como para evaluar su reacción, pero continúa—. Yo misma la pedí porque la maltrataba y quería sacarla de ese infierno—luego hace silencio por unos segundos, sin saber si contar o no, pero recuerda que es Tiberio y puede confiar en él y su discreción—. Además, fue esclava de mi madre antes de que Alejandría cayese, ella me defendió del mismo Escipión cuando él nos encontró antes de llevarnos ante Augusto —cierra los ojos al recordar ese momento horrible—. Creo que por eso mismo la eligió como su esclava, para seguir torturándola y humillándola por hacerle frente, ese desgraciado le desfiguró su rostro, la fue lastimando con su espada frente a nuestros ojos. Es una imagen que nunca olvidaré —aún siente terror ante esos recuerdos—. Por eso quise salvarla de ese loco, estoy en deuda con ella por salvarme hace tantos años.

Tiberio no habla inmediatamente, aún procesando todo lo que Selene le acaba de contar y sintiendo asco ante las acciones del jefe de la guardia personal del Emperador. Escipión nunca fue de su agrado porque se le notaba el odio que le tenía a los príncipes egipcios, así que también se ganó el desagrado de Tiberio. Nunca se llevaría bien con alguien que odiase a Selene.

—Esa vez que Roma estuvo inundada y no había comida para el pueblo, fue ella quién me brindó la información —dijo Tiberio, Selene lo miró sorprendida.

—¿Qué? ¿Fue Nuru? —interrogó sin poder creerlo. Tiberio asintió.

—Cuando fui a la ergástula* para interrogar a los prisioneros, en una de las celdas me la encontré a ella. Nunca dudó en delatar a los hombres que escondían granos —Selene no puede creerlo, Nuru nunca le contó nada—. Fue la primera en hablar y su valentía inspiró a un gladiador también, los dos me brindaron nombres de familias patricias que acumulaban granos, gracias a ellos salvamos al pueblo de morir de hambre —recordó contentó Tiberio—. Desgraciadamente, volví dos días después para comprarlos como les prometí, pero solo encontré al gladiador, ella ya no estaba. Me dijeron que su señora había venido a buscarla, pero nunca me dijeron quién era —termina un poco desanimado.

Siempre sintió culpa, era una deuda pendiente que tenía con esa joven esclava y a pesar de pasar varios años, aún la recordaba. Al menos se alegraba que ahora estaba en un lugar mejor.

Selene negó con la cabeza sin poder creerlo, así que quien ayudó a Tiberio esa vez había sido la propia Nuru, a veces el mundo parece muy chico, tal vez los dioses querían que se vuelvan a encontrar.

—Sí, Escipión y su mujer siempre la encerraban en las ergástulas por unos días para seguir torturándola —escupió Selene con enfado, no creyendo que hubiera personas que disfrutaran del dolor ajeno —. ¿Y pudiste liberar al otro hombre?

—Sí, cumplo mis promesas —responde Tiberio—. Sin embargo, me costó mucho, su dueño no quería venderlo, pero terminé haciendo una oferta que no pudo rechazar.

—¿Y qué pasó con él? —preguntó intrigada.

—No tenía familia con quien volver, había sido comprado desde niño y entrenado como gladiador. Le ofrecí trabajar para mí, pero no quería quedarse en Roma, odiaba la ciudad, así que contacté a Marcela y le pregunté si podía hacerme un favor —Selene parecía sorprendida ante la mención de su amiga—. Ahora está en su casa, creo que ayuda en la cría de caballos e incluso formó pareja con una de las sirvientas de Marcela —terminó algo simpático, como si realmente se alegrara que el ex gladiador haya podido rehacer su vida.

—Increíble —musita Selene, no creyendo como Tiberio pudo cambiar la vida de alguien solo por liberarlo.

—Me voy a casar con Vipsania —soltó Tiberio de repente—. La boda será dentro de poco, mi madre ya arregló todo sin consultarme.

Selene queda momentáneamente estupefacta ante las palabras dichas por el romano, ya que no esperaba un cambio de tema tan abrupto, pero finalmente esboza una tibia sonrisa.

—Felicitaciones —susurra, no es muy efusiva porque Tiberio lo ha dicho tan directo que no sabe si está feliz o triste y teme excederse.

Espera que sea él quien siga hablando, ya que ahora intuye que su visita realmente fue para hablar sobre su futuro matrimonio y cómo se siente al respecto, y que lo de la visita política solo fue un pretexto.

—No quiero casarme, no quiero a Vipsania y no deseo condenar mi vida a un matrimonio infeliz —responde, esta vez se nota la angustia en su voz.

No sabe qué decirle, ¿qué consejo puede darle ella? Teniendo en cuenta que justamente se casó odiando a su futuro marido, sería hipócrita decir algo alentador, pero sabe que debe hacerlo, Tiberio vino por eso. Vino buscando su ayuda y así aliviar su peso emocional, ya que aunque él no quiera, terminará casándose con Vipsania, nunca podrá oponerse a su madre y al Emperador. El destino de Tiberio ya está sellado junto al nombre de Vipsania.

—Vipsania es una buena joven y alegre —comienza la egipcia—, además es evidente que te quiere. No creo que sea un matrimonio condenado a la infelicidad —dice pausadamente y acentuando cada palabra.

Tiberio sonríe derrotado, sabe que la hija de Agripa se siente atraída hacia su persona, pero no cree que lo ame ¿cómo puede hacerlo? Habrán hablado una o dos veces desde que se conocieron, pero hasta ahí.

—¿Crees que hubiéramos sido felices? —pregunta de golpe y Selene se siente desconcertada.

—¿En qué sentido? —expresa, mientras observa su mirada lejana.

—Si tú y yo nos hubiéramos casado, ¿crees que hubiéramos sido felices? —vuelve a repetirse.

Ella se tensa un poco ante tal pregunta, él se gira para mirarla directamente, sin miedo y sin segundas intenciones, solo esperando su sinceridad. Sin embargo, está vez es ella la que se acobarda.

—Estoy casada con Juba, no es pertinente tu pregunta —responde incómoda y por primera vez, quiere alejarse de Tiberio.

—Solo imagina por un momento, que nunca te casaste con Juba sino conmigo, que mi madre nunca se opuso y en un bello día de junio nos unimos para siempre, ¿crees que hubiéramos sido felices? —intenta otra vez, ya suena un poco más ansioso por esa respuesta a una pregunta tan simple.

Pero para Selene no es simple, es retroceder y lastimarse con algo que nunca podría haber sido. No tiene sentido, no ahora cuando ya está casada y con un niño en camino.

—No puedo imaginar algo que no sucedió —expresa, tratando de hacerlo suave y no herir sus sentimientos.

—Solo imagina, solo por un momento imagina... —insiste él, pero ella coloca su mano sobre la de él y parece calmarse.

—Tiberio —lo corta—. No te lastimes más, no ganamos nada con imaginar cosas imposibles. Nunca podríamos habernos casado, nunca lo hubieran permitido, tú y yo nacimos en lugares distintos que nos marcaron un destino separado. No sigas insistiendo en algo que no tiene futuro —dice más suave.

Él parece romperse por dentro y contiene un sollozo, no puede derrumbarse, no puede hacerle esto a Selene, no a la única mujer que ha estado a su lado sin mirar quién es.

—Hubiera sido muy feliz a tu lado —agrega al borde de las lágrimas, ella se muerde el labio para no decir algo que no corresponde, pero también se ve superada por sus emociones—. Nunca fue mi intención arruinar tu nueva vida —mira por unos segundos su pequeño vientre— y tampoco tu nueva familia, solo quería sacarme esta duda —respira y trata de recuperar su compostura—. Pero tienes razón, mi futuro está en Roma y junto a Vipsania, eso es lo que siempre ha querido mi madre y no pienso defraudarla —termina con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente, pero eso es imposible.

En el fondo a Selene eso le molesta, que Tiberio siempre antepuso a su familia ante todo, nunca desobedecería a su madre, por eso sabe que es una tontería imaginar un futuro diferente para ellos, nunca hubieran estado juntos. Odia ese lado cobarde del joven, por eso nunca intentó verlo de otra forma, era inútil dedicar tiempo a sueños imposibles.

Ante su dolor y abatimiento, Selene se rinde y lo abraza, sin importar el qué dirán o las malas lenguas que podrían tomar este gesto de otra manera. Él corresponde su gesto de apoyo, sabiendo que es lo único y lo último que podrá tomar de ella, así que se aferra como si su vida terminara en este instante y tal vez sea así. Cuando deje el palacio y vuelva a Roma, ya no habrá más Selene en su vida, todo tendrá que ser Vipsania y la política, así lo quiere su madre.

—El tal vez y el imaginar algo no existe —comienza Selene y él la abraza aún más, sus palabras duelen porque son la realidad—, pero si lo hicieran, estoy segura que hubiéramos sido muy felices —apenas susurra lo último.

Si Tiberio no hubiera tenido sus labios casi pegados a su oído, se le hubiera escapado la última frase entre el viento y el cantar de los pájaros. Fue dicho sólo para este momento y para que se quede atrapado en este jardín, entre sus cuerpos y nunca salga de ahí porque no estaba destinado a ser escuchado por nadie más. Su último secreto, el último respiro de dos corazones que nunca tuvieron la oportunidad de latir a la par.



Roma, en la entrada sur de la ciudad


Alejandro observa como hay una guardia de legionarios demasiado numerosa para el cargamento de granos que llega a la ciudad. Siempre hay una guardia que custodia el cargamento, pero nunca es tan grande. Además, parece que están muy atentos mirando a su alrededor y también están demasiado armados, casi como si esperaran un ataque. Y eso duele porque sabe que significa.

—Es una informante de Augusto —menciona Marco Tulio Salinator, su padre adoptivo.

Alejandro asiente, no puede decirlo con palabras, pero sabe que es verdad, Attis le pasa información al Emperador, no puede confiar en ella. Ambos observan escondidos como finalmente el grano ingresa a la ciudad y toma rumbo a los lugares de almacenamiento para luego ser distribuido al pueblo.

El ataque siempre fue una mentira, nunca iba a suceder, pero Alejandro se lo contó a Attis para saber si podía confiar en ella, ya que al notar esa pulsera costosa supo que había algo extraño.

—¿Estás bien? —interroga el hombre que lo adoptó, sabiendo que está traición puede dolerle.

—Estoy bien, me siento libre como nunca antes —responde.

Obviamente no le gusta la traición de Attis y en alguna parte suya, le duele porque le tenía cariño a la joven, pero tampoco tanto porque nunca la amó. Solo siente el dolor de la traición de alguien que conocía hace muchos años y que su recuerdo le traía nostalgia. Sin embargo, esto también lo libera, ya nada lo ata a Roma, no hay nada ni nadie aquí para él. Ya no siente la obligación de volver a estas tierras, su hermana se fue lejos y está comenzando una nueva vida, tal vez un poco complicada pero sabe que saldrá adelante y encontrará su propio camino. Algo en su mente le recuerda a Octavia, la mujer que lo cuidó como una madre apenas llegó de Egipto, ella aún está en Roma, pero Alejandro también sabe que ella no está sola, tiene otros hijos incluso a su propio hermano, no sentirá la soledad. Si bien Alejandro está agradecido porque fue la única que los trató bien, nunca pudo verla como una madre.

La traición de Attis duele como la de un conocido y también lo desilusiona, dejando un vacío de algo que no sabe, pero además lo libera a no sentir la necesidad de volver y de sentir que estaba abandonando a alguien.

Marco Tulio Salinator solo lo observa, no dice nada más y tampoco lo cuestiona, no sabe si le cree o no, pero Alejandro no le está mintiendo.

—Se alió a mi enemigo, aún así no le deseo el mal, incluso aunque creo que se está equivocando, espero que su final no sea terrible —menciona, siente algo de temor al pensar en el problema que se puede estar metiendo Attis por juntarse con Augusto, pero ella eligió—. Vamos, ya no tenemos nada que ver aquí —dice finalmente a su compañero.

Salinator asiente y así como las carretas con granos desaparecen por las calles, así también lo hacen los dos hombres con la certeza que esta también es su despedida de la ciudad.

Attis y Alejandro se encapricharon en mantener unidos sus caminos, pero éstos ya estaban separados hace mucho tiempo. Ahora solo los años dirán quién eligió mejor su destino o si ambos lograrán alcanzar esa felicidad por ellos mismos.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 4 de diciembre del año 20 a.C.


Selene se está cansando de despedir a las personas, siempre siente que un pedacito de ella se va con cada uno y teme que sea la última vez que los vea. El miedo es un sentimiento tan feo y no quiere volver a sentirlo, no cuando está ligado a personas que son importantes para ella.

—Que sea un buen viaje y que los lazos comerciales se fortalezcan —pronuncia Juba cuando se despide de Tiberio.

Él asiente y logra esbozar una pequeña sonrisa para salir de compromiso. Presiente que Juba sabe algo y que ese comentario sobre los acuerdos comerciales fue intencional, como si en realidad el rey numidio hubiera descubierto que en realidad su visita no fue por eso, sino para ver a Selene. Tiberio espera que no lo sepa, no por él, sino por Selene y lo que le pueda llegar a pasar si se enteran de los sentimientos que tiene hacia la nueva reina. Juba la ama, no tiene dudas sobre eso, pero también nota que la relación entre los dos es algo extraña, algo de incomodidad entre los dos persiste y antes no estaba ahí. Aún así, Juba desliza su brazo por la cintura de ella y le sonríe al despedirlo.

Comprende la señal, lo está echando, lo está apurando para que deje su reino y se vaya a Roma de una vez por todas y a pesar de que odia obedecerlo, lo hará.

Mira a Selene, su mirada es complicada, no puede leerla. Cree que en el fondo ella no quiere que se marche, pero también sospecha que solo se lo está imaginando porque el que no se quiere marchar es él. Irse es aceptar su derrota, dejarla atrás es olvidarla, irse a Roma es decirle adiós y perderla para siempre.

—Su alteza —inclina su cabeza hacia Juba—. Mi reina —agrega mucho más suave y lo hace mirándola.

Luego, solo para molestar una última vez, para sentir que al menos hizo enojar a Juba una vez más, besa la mano de Selene como despedida. Parece educado pero osado también, sin embargo, solo lo hace para tocar su piel una vez más, para llevarse su olor y recordarla por lo que reste de su vida. Lo de ellos nunca pudo ser, no tendrán un final feliz, solo serán un recuerdo de algo bonito que nunca tuvo la oportunidad de brillar.

—Que la vida les sonría —finaliza.

Se quiebra, no puede continuar y el brillo anhelante en los ojos de la mujer que ama, le duelen aún más. Ojalá ese tal vez hubiera tenido la oportunidad de existir, es lo que ambos piensan mientras el joven romano se marcha sobre su caballo hacia Roma, sabiendo que esté es el final de algo inexistente, pero aún así lastima.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 7 de diciembre del año 20 a.C.


El bebé continúa desarrollándose perfectamente y Selene se encuentra mejor, los malestares estomacales han desaparecido, pero han comenzado los físicos. La matrona le ha dicho que es normal y seguirán avanzando, su cuerpo está cambiando en poco tiempo y eso le costará, así que le aconsejó que sea paciente y que no debe realizar muchos esfuerzos, pero aún así debe mantenerse activa, que no debe quedarse en cama.

Sin embargo, ha notado a su esposa un poco más silenciosa los últimos días, desde que Tiberio se fue, más precisamente. Sentiría celos si no hubiera escuchado la conversación que esos dos tuvieron. Cuando Yugurta le informó lo que la reina había dicho, no pudo resistirse y fue al jardín a escondidas; como siempre lo presentía, Tiberio quiere a Selene y se le declaró en ese momento, estuvo a punto de intervenir. Pero vio como Selene lo rechazó, eso lo tranquilizó porque supo que su esposa lo respeta y no lo traicionó.

El joven romano siempre despertó la inseguridad dentro de él, porque era alguien importante, con dinero y éxito, muy cercano al Emperador y muy deseado por todas las romanas de alcurnia. Y Tiberio quería a Selene, siempre lo notó, su mirada y anhelo cuando estaba cerca de ella, por eso siempre lo detestó, tenía miedo de perderla, que si él se le hubiera declarado antes, ella podría haber aceptado. Por suerte, nunca se animó y cuando lo hizo, Selene ya estaba casada y lo rechazó.

No sabe si su esposa siente algo o no, o solo es amistad como ella siempre alegó. Pero ahora ya no importa, Selene lo alejó y eso lo llena de alivio, no debe preocuparse nunca más por ese romano. Finalmente él ganó, Tiberio perdió.

Sonríe mientras brinda en solitario, el vino lo relaja y se promete que ahora ya no hay obstáculos para su felicidad, no duda que hará de todo para alcanzarla.

Mientras tanto, a varios kilómetros del palacio, casi al borde de la ciudad, varios prisioneros escapan de la prisión en la que el rey los había puesto.

*Ergástulo: prisión subterránea romana.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro