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56: Buscando alianzas


Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 17 de octubre del año 20 a.C.


—La mayoría de los rebeldes están en los calabozos y los que escaparon se han mantenido en silencio, no han hecho ningún movimiento, seguramente deben tener mucho miedo. Así que diría que ese problema está cerca de terminar —menciona Baldo y Juba asiente.

Después del recibimiento que habían sufrido él y Selene, había decidido terminar con todas las quejas contra su reinado y se propuso encarcelar a todos aquellos que habían tenido algo que ver con ese incidente y además, a los que no estuvieran de acuerdo con su política porque representaban un problema a futuro.

—¿Cerca de terminar? —interroga Yugurta, sorprendiendo a los otros dos hombres por su tono indignado—. Esto no está cerca de terminar, todo lo contrario, está cerca de ponerse peor.

—¿De qué hablas? —pregunta el rey.

—Que tal vez tengas a la mayoría de los rebeldes en el calabozo, pero te estás poniendo al pueblo en contra —le expresa.

—Aún eres joven y no entiendes de política, hijo mío, te aseguro que el pueblo lo amará por meter a todos esos rebeldes al calabozo —aseguró Baldo, tratando de calmar a su hijo y a Juba.

—Tal vez no tenga tu experiencia, padre —concuerda—, pero recorro el reino y te aseguro que el pueblo no está muy contento con lo que está haciendo nuestro soberano. Era entendible que arrestara a quienes los atacaron, pero te excediste y parece que comenzaste una cacería con todo aquel que piense distinto a ti —esta vez miró directamente a Juba—, estás pisando la delgada línea entre ser un rey respetable y convertirte en un tirano, reinos enteros han caído por el descontento de un pueblo —aseguró.

—Basta, Yugurta, eso no pasará —amonestó Baldo—. Numidia es fuerte y tiene un rey fuerte, no caerá nuestro reino —expresó de forma severa y enojado con su hijo.

—Tengo personas en toda la ciudad que me mantienen informado sobre cualquier sublevación, antes de que quieran derrocarme lo sabré y los derrotaré —dijo el rey, serio pero seguro.

—¿Tan seguro estás de que te informan todo y qué son confiables? —volvió a preguntar, casi desafiante.

—Cuida tus palabras Yugurta, estás hablando con su majestad —advirtió Baldo.

—Solo hice una pregunta —respondió, pero con un tono mucho más bajo y tranquilo, comprendiendo que se estaba sobrepasando.

—Sí —contestó el rey con seguridad.

—Entonces supongo que te enteraste de la llegada de tu cuñado, ¿no? —soltó Yugurta y el rey parecía realmente sorprendido.

—¿Qué? —preguntó desconcertado.

Mientras que Baldo parecía un poco tenso y alarmado por tal desconocimiento, tal vez dándose cuenta que sus informantes no eran muy confiables.

—El hermano de la reina, un tal Alejandro, llegó hace unas horas al palacio y a mí nadie me había informado nada, así que casi lo echo por hacer cumplir con las reglas de seguridad y acabo de ganarme el disgusto de la soberana por tal acción —terminó un poco molesto.

No era bueno estar en malos términos con la soberana, él prefería tener buena relación y mantener la paz en el palacio.

—¿Cómo qué Alejandro está aquí? ¿Cuándo llegó? —interrogó casi desesperado, mirando a su mano derecha, quien tampoco pudo ofrecerle ninguna información porque tampoco sabía al respecto.

Nadie sabía que llegaría Alejandro al palacio, lo hacían aún en el campamento cumpliendo su deber como legionario. Obviamente el rey sabía que en algún momento llegaría, pero no tan pronto y, también había esperado que enviara una carta avisando tal acontecimiento o será que solo le había avisado a su hermana.

—¿La reina recibió una carta? ¿Ella sabía sobre esto? —preguntó a Baldo.

—No señor, la correspondencia de la reina fue revisada como usted ordenó, ninguna fue de su hermano Alejandro, solo de Marcela y Octavia —pronunció Baldo.

El rey aún parecía preocupado, nunca logró llevarse bien con Alejandro, obviamente el joven no lo quería y si aparecía así de improviso era porque algo había sucedido.

—¿Dónde está? Debo recibirlo como se merece —expresó, pero esta vez mirando a Yugurta.

—Bueno, él... —y no llegó a terminar.

Juba se sobresaltó cuando la puerta de la habitación donde se encontraba hablando con Baldo y Yugurta, se abrió de un momento a otro, dando paso a un Alejandro que no parecía nada contento.

—¡Oh, mi querido rey! Creo que nos debemos una conversación —dijo con falsa alegría.

—Alejandro —susurró el susodicho.

—No puede entrar de esa forma, este no es su palacio, respete al rey si no quiere terminar en los calabozos —escupió Baldo.

Pero cuando vio la sonrisa malvada que se formaba en el rostro del joven legionario, Juba alzó la mano para tranquilizar a su hombre de mayor confianza, alegando que todo estaba bien y era mejor no empeorar el ambiente.

—También considero que nos debemos una conversación, ya que apareciste en mi reino sin avisar y me interrumpiste en una conversación privada sobre asuntos políticos, al menos te pediré que demuestres algo de educación y cierres la puerta antes de que te sientes —mencionó con ironía y burla el rey.

—Como usted ordene —continuó Alejandro.

—¿Y qué es eso tan importante que no puede esperar? —preguntó.

Toda la falsa alegría se borró del rostro del egipcio y se convirtió en una seriedad implacable.

—De mi hermana, el único asunto que tenemos en común es Selene —expuso— y por lo que sé, no están muy bien, así que me debes varias explicaciones.

Juba ya no intentó aparentar nada, los protocolos y la educación podían tirarse de un acantilado, estaba enojado.

—Mi matrimonio es privado, así que eso no te concierne —amenazó.

—Sí me concierne si es mi hermana la que está sufriendo —retrucó la amenaza.

—También es mi esposa y te puedo asegurar que está muy feliz odiándome —continuó el rey.

Mientras tanto, Baldo y Yugurta estaban indecisos sobre marcharse o quedarse, la conversación era claramente personal y no asuntos del reino, pero no se les había dado la orden de marcharse, así que no sabían exactamente qué hacer.

—Ya me di cuenta de eso, pero hablé con ella y sé la razón por la que te odia —los otros tres hombres parecieron un poco sorprendidos por ese comentario—, y ahora vine a conversar contigo para saber la razón por la cuál tú la odias —explicó y esperó.

Juba no habló inmediatamente, sino que aún estaba asimilando todo lo que el joven le había dicho. ¿Acaso no era un plan de los dos hermanos? Se suponía que los dos habían planeado engañarlo para que se casara con Selene y así poder huir.

—No te hagas el tonto —comenzó enojado—, se muy bien que Selene nunca me quiso y que el casamiento solo fue un plan de ustedes dos para escapar del Emperador Augusto.

Padre e hijo contuvieron la respiración, el rey nunca les había dicho exactamente por qué despreciaba a su esposa de un día para el otro cuando antes estaba tan enamorado. Así que la reina solo había fingido amor para escapar de Roma.

Alejandro no parecía ofendido por tal acusación y tampoco trató de defenderse, sino que reaccionó con la mayor tranquilidad nunca antes vista.

—Eso era evidente, a mi hermana la obligaron a casarse contigo, nosotros nunca tuvimos una opinión —dijo un poco enojado al recordar la situación—, pero luego me di cuenta que era nuestra oportunidad y tú no parecías tan malo y la tratabas bien —y luego hizo una mueca sarcástica—. Tú tampoco te hagas el tonto, Selene te trató mal desde el principio y te dijo en la cara muchas veces que no quería casarse contigo. Sin embargo, en algún momento algo cambió y ella comenzó a verte de otra forma, de eso estoy seguro porque es mi hermana y la conozco, por eso tu traición le dolió demasiado —finalizó con bronca.

Juba sabía lo que había cambiado, él la liberó de los calabozos y de una sentencia a muerte o a una vida recluida por la muerte de Marcelo. Pero luego, las últimas palabras de su cuñado resonaron en su cabeza.

—¿Mi traición? —interrogó escéptico—. Nunca traicioné a Selene —aseguró.

—Le mentiste —continuó Alejandro.

—Nunca le mentí —repitió con seguridad el soberano.

—¿Sabes lo que sintió mi hermana cuando el mismo día de su boda se enteró que su esposo había participado en la Batalla de Accio? —interrogó y un silencio pesado inundó la habitación—. El saber que el hombre con el que pasarás el resto de tu vida y en el que aprendiste a confiar, colaboró en la caída no solo de tus padres, sino de todo tu reino y que eso provocó que fueras esclava, ¿te imaginas lo que se siente?

—Yo no... —balbuceó Juba alguna defensa, pero no sabía qué decir.

—Puede ser exagerado, lo sé, incluso ella te llamó asesino y ya hablé para que intente verlo de otra forma porque tú solo cumplías órdenes —dijo, mientras se tomaba unos segundos para observar al rey—. En el fondo, creo que lo que más le dolió fue que nunca se lo dijiste, que se tuvo que enterar por la estúpida malcriada de Julia y no por ti —expresó con resentimiento—. Había comenzado a confiar en ti y se sintió traicionada. Así que tiene derecho a estar enojada, no tanto como para desearte la muerte, pero sí estar enojada —expresó y Baldo pareció horrorizado al imaginar que la reina fuera capaz de matar a su marido.

—Nunca quise... —intentó otra vez Juba, pero se quedó en silencio.

—No me importan tus disculpas, no a mí, pero se las debes a Selene —pronunció tajante—. No me importa cómo, pero no quiero ver a mi hermana así de triste y siendo solo una sombra de lo que es. Estuve de tu lado pensando que la harías feliz, no me decepciones porque te vas a arrepentir.

Baldo estuvo a punto de abrir la boca para objetar lo último que había dicho, pero Alejandro se le adelantó.

—Y es una amenaza, no te mataré y tampoco tengo el poder para hacerte algo grave, pero te aseguro que te dolerá porque por mi hermana soy capaz de cualquier cosa —concluyó, luego se puso de pie y se marchó mucho más tranquilo de lo que había venido.

La puerta se cerró suavemente.



La cocinera ha sido avisada a último momento sobre el invitado sorpresa, así que tuvo que utilizar su imaginación y mejores recursos para que la cena sea lo mejor posible. Saliha solo observa como la mujer mayor va ordenando a las demás esclavas qué hacer.

—Revuelve eso —ordena finalmente a Saliha, ésta de mala gana lo hace.

Después de que le contara a Juba sobre lo que había escuchado de la reina y que todo terminase siendo falso, dejándola a ella como una mentirosa, había intentado hablar con el rey muchas veces para disculparse. Sin embargo, el soberano había alegado que no tenía tiempo y prefirió que otra esclava lo atendiese. A pesar de todo, Saliha no era tonta y sabía captar una indirecta, así que había decidido mantenerse alejada por unos días de Juba y esperar que el enojo del hombre desapareciera, así que básicamente se recluyó en la cocina.

—¿Sabes quién es? —interrogó de un momento a otro. La cocinera negó sin dejar de hacer sus cosas.

—No y tampoco me interesa, a ti tampoco debería —recomendó.

—¡Yo sí sé! —exclamó una emocionada Fatma.

—¿Y? —insistió Saliha, mientras la cocinera las miraba decepcionada.

Por el contrario, Fatma estaba feliz de poder ser por primera vez quien supiera algo y las demás no, eso la hacía sentir importante.

—El hermano de la reina —susurró casi gritando.

Nadie sabía que la reina tenía un hermano, parecía que habían sobrevivido más hijos de la antigua reina Cleopatra o tal vez se trataba de medio hermanos por parte de su padre, del recordado Marco Antonio, quien ya había tenido dos esposas anteriores y varios hijos.

—Ese soy yo —intervino una voz jovial pero masculina, todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo.

Nadie además de Yugurta o Baldo ingresaba a la cocina, ya que se consideraba un lugar del palacio que los nobles no pisaban, pero el extraño y apuesto joven entraba tranquilamente.

—Tranquilos, sigan trabajando, no los delataré que estaban hablando mal de mí —dijo aún sonriendo.

—No, no señor, yo no estaba hablando mal, solo... —murmuró Fatma nerviosa, no quería ser castigada.

La cocinera estaba a punto de regañarla, esto era lo que siempre había temido, esas dos hablaban demasiado y un día pagarían caro, parece que ese día había llegado.

—Lo sé, solo estaba bromeando —continuó riendo—. Solo quería ver qué comeríamos hoy y hablar con la cocinera o cocinero a cargo para pedirle un favor —dijo mirando a todos, buscando a la persona.

—Soy yo, mi señor —pronunció la cocinera.

—Que tus manos siempre estén protegidas por Rannut*, buena mujer —dijo mientras sonreía y la cocinera tan seria pareció un poco tímida ante la confianza del joven—. No quiero meterme en tu especialidad, pero quería pedirte un favor.

La cocinera estaba totalmente abrumada ante la amabilidad del joven y su carisma para hablar con los demás.

—Lo que usted desee, mi señor —respondió apenas.

El joven sonrió y parecía feliz.

—No me digas señor, no lo soy, solo llamame Alejandro —pronunció—. Si tú pudieras, estaré muy agradecido si mañana para la hora del almuerzo pudieras hacer pollo que seguramente te saldrá delicioso, solía comerlo mucho cuando era niño.

"Cuando era un príncipe" no se dijo, pero todos lo entendieron.

—Será un placer hacerle ese pollo, joven —respondió con ternura maternal.

—Gracias —respondió y estaba por irse, pero recordó algo—. Casi me olvido, pero si tienen sandía podrían llevarle a mi hermana, siempre le gustó esa fruta y estoy seguro que le hará muy bien al niño que está creciendo en su vientre.

Saliha hizo una mueca pequeña al recordar al heredero que venía en camino, nadie lo notó, salvo Alejandro que había aprendido a no dejar escapar ninguna señal por pequeña que sea desde que era un legionario.

—Con gusto le llevaré la sandía —expresó la mujer.

—¿Cuál es tu nombre? —interrogó el egipcio y todos parecían sorprendidos otra vez, a nadie le importaba sus nombres, ellos solo eran esclavos.

—Adeona, a su servicio —respondió con formalidad.

—Gracias, Adeona —respondió con verdadera gratitud y luego se marchó.



La cena había sido una cena particularmente extraña, ni Juba ni Baldo se habían presentado, algo extraño considerando que había un invitado y el rey siempre debía recibirlo. Pero Yugurta, quien sí se presentó al banquete de bienvenida, se disculpó en su nombre diciendo que el soberano se encontraba descompuesto y Baldo estaba cerrando los últimos asuntos del reino.

Todos supieron que era mentira, pero Selene, quien por fin había salido de su habitación para agasajar a su hermano, no le importó, ella estaba feliz de poder estar con su misma sangre. Mientras que Alejandro podía imaginar que Juba estaba meditando sobre todo lo que le había dicho esa tarde, aunque el hombre no estaba empezando de la mejor manera si se quería disculpar con su esposa, pero le daría un poco de tiempo.

—¿Eres el hijo de la mano derecha del rey, no? —interrogó Alejandro, rompiendo el silencio.

Yugurta había estado demasiado tenso e incómodo, había asistido a la cena por ser respetuoso y no provocar un desplante al invitado que justamente era el hermano de la reina, tal acción era de mala educación. Pero al mismo tiempo, no sabía cómo entablar una conversación, ya que nunca había hablado con ninguno de los dos hermanos y no sabía cómo tratarlos, tal vez un comentario inocente podía desatar una batalla que no tenía ganas de que sucediese. Pero el silencio era demasiado asfixiante y parece que el otro joven también lo había notado.

—Sí, Baldo es mi padre —respondió brevemente, sin saber muy bien qué más decir.

—Debes de ser uno de los pocos que vive en el palacio que creció junto a sus padres —soltó.

Yugurta se sorprendió ante tal comentario que parecía despreocupado, pero que se refería a una tragedia. Ya que ambos hermanos habían perdido a sus padres cuando Egipto cayó, hace ya una década; pero el propio rey Juba también los había perdido cuando los romanos invadieron su reino. Literalmente tenía razón, pero hablar de un tema que podía causar dolor era extraño, no pensó que el joven Alejandro lo haría y con tanta liviandad.

—Alejandro, basta —pronunció Selene, no creyendo que su hermano hubiera dicho algo así, se supone que la comida sería tranquila.

—Solo fue una broma —expresó, pero la mirada acusadora de ella no cambió—. Está bien, lo siento —agregó al final.

—Está bien, no precisa disculparse —pronunció Yugurta, tratando de aliviar el ambiente.

—No me estaba disculpando contigo, sino con mi hermana —respondió el joven.

Y de repente se volvió mucho más incómodo, no sabía por qué sentía vergüenza y solo pensaba en abandonar esta cena, pero no quedaría muy bien con el invitado y la misma reina. Ahora entendía cuando el rey una vez había comentado que el hermano de Selene era alguien difícil y le gustaba incomodar al resto, Juba siempre había preferido evitarlo.

—Deja de ser un imbécil y trata bien al joven Yugurta —amonestó Selene—, quiero tener una cena tranquila y nos está acompañando gustosamente.

—Es verdad porque tu esposo está bien desaparecido, eso no es muy cordial de su parte para conmigo que también soy parte de su familia, ¿no? —respondió y eso le valió otra cara muy seria de su hermana—. Está bien, ya terminé —agregó para traer paz—. ¿Y qué opinas de la situación del reino? —interrogó al otro joven.

Yugurta sintió como el trago de vino pasaba por su garganta, evitando atragantarse después de la pregunta sorpresa y se tomó unos segundos para debatir que debía responder o qué sería lo más conveniente.

—¿Y tú qué opinas? —optó por desviar a su favor tal interrogante y exponerlo a él primero.

Alejandro sonrió, entendió completamente que Yugurta solo estaba ganando tiempo para tantear las aguas y dar una respuesta que no genere conflictos.

—Complicada —respondió sincero—. Juba se está poniendo el pueblo en contra con tanta romanización de costumbres, algo que claramente no le gusta a la población.

A pesar de apenas haber llegado, Yugurta notó que el hermano de la reina estaba muy bien informado, era alguien para respetar y tener cuidado. Claramente tenía interés en algo, solo había qué descubrir qué buscaba realmente con esta visita sorpresa.

—Sí, algunas decisiones del soberano no son del agrado de todo el pueblo, pero tratamos de mitigar el impacto —pronunció Yugurta, él tampoco mentiría, pero lo suavizaría—. El rey Juba fue criado y educado por los romanos, tomó muchas de sus costumbres y ha sido nombrado hace poco como rey de Numidia, está volviéndose a conectar con su origen, así que estamos en ese proceso de orientarlo para lograr una unión —intentó sonreír para aparentar más seguridad, pero falló.

—Creo que ya lleva unos años y el malestar aumenta —continuó Alejandro—, no creo que logren mitigar nada, sino que empeorará y terminará estallando.

—Esa es su opinión, no la nuestra —contestó el otro ya más enojado.

Selene solo miraba a ambos, sabía que su hermano estaba buscando algo, pero no sabía qué.

—Cierto, pero no negaste esa posibilidad —respondió y Yugurta se estaba enojando cada vez más—. De todos modos, ¿quiénes aconsejan a Juba?

—Mi padre y yo —contestó de forma cortante, luego miró a la reina.

Ella parecía muy tranquila, disfrutando su cena, ajena a la discusión entre los otros dos hombres. Eso podía significar muchas cosas, una que no le interese la política, pero había escuchado muchas veces que era un ámbito que le interesaba, así que esa no debía ser; dos, que ya conocía a su hermano y prefería ignorarlo; o tres, que esta interrogación sea un plan de los dos y ella solo estaba aquí para ejercer presión y evitar que él pueda alejarse de la conversación por respeto a su reina.

—Imaginemos que un día estalla una revolución y todo el pueblo está en contra —comenzó Alejandro, cerrando ante las caras horrorizadas e incrédulas de los otros dos comensales.

—Eso no sucederá —lo cortó Yugurta inmediatamente.

—Claro que no, que Isis no quiera —se defendió el egipcio—, pero imaginemos, ¿qué harías tú?

Yugurta sabía que Alejandro no le dejaría pasar esta pregunta y que claramente la reina también estaba interesada, algo en su interior le dijo que todo lo anterior solo fue el camino para llegar a esto. Lo que realmente importaba, era lo que él respondería a esto.

—Si imaginamos que eso pasa —recalcó que no era una posibilidad—, mi padre y yo siempre intentaremos salvar el reino, el pueblo siempre es importante.

Ambos hermanos lo miraron con una intensidad que no supo identificar correctamente, ¿había respondido bien? ¿había respondido mal? No lo sabía.

—¿Y si el reino es insalvable? —cuestionó el ex príncipe otra vez—. ¿Qué harías? No tu padre, sino tú, ¿qué harías tú?

Yugurta no respondió inmediatamente, esta vez lo pensó realmente y se imaginó esa situación, no buscó las palabras correctas o lo que se esperaba que dijera, sino que realmente lo pensó.

—Si el pueblo no quiere ser salvado, fue una decisión que ellos tomaron —comenzó diciendo sin parecer asustado o con dudas—. Yo, Yugurta, no hice mi juramento para con ellos, lo hice con mis soberanos, mi deber siempre será proteger a mi rey y a mi reina hasta el último suspiro de mi vida —pronunció sin vacilar—. Un reino se puede volver a levantar y construir siempre que haya reyes, si no lo hay, ya no hay reino. Hay reyes sin reino, pero no reino sin reyes.

Alejandro sonrió de una forma tan extraña, que Yugurta no supo interpretarlo, pero el cuestionamiento terminó. El invitado se volvió alegre dejando el momento de incomodidad atrás y comenzó a relatar diferentes anécdotas de su vida como legionario. La cena terminó siendo amena y tranquila.

Al final, Yugurta sintió que pasó la prueba, aunque nunca supo en qué consistía o qué buscaba.



—¿Qué fue todo eso? —interrogó Selene cuando la noche ya había caído, la cena había quedado atrás y el palacio lentamente se iba quedando dormido.

Alejandro estaba a punto de también irse a descansar, pero antes acompañó a su hermana.

—Te busco aliados —respondió—. Y te puedo asegurar que ese Yugurta es de fiar, aunque va muy por el lado de lo correcto —terminó.

—¿Aliados? No los necesito —objetó ella.

Eso pareció enojar a Alejandro, quien a diferencia de las veces anteriores, ésta vez fue él quien miró mal a su hermana.

—¿No los necesitas? Abre los ojos de una vez, estás completamente sola y nadie será buena reina si no tiene apoyo —escupió—. Deja tu cascarón, sal de tu habitación y toma tu lugar como la reina que eres y que nuestra madre te educó para ser.

Selene permaneció un poco perpleja ante su repentino arrebato. ¿Cómo sabía que permanecía mucho tiempo en su habitación y que no tenía contacto con los demás integrantes del palacio?

—Desde chica estuviste destinada a ser reina, lo fuiste cuando nuestro padre nos heredó esas tierras —continuó Alejandro—, luego perdimos todo y fuimos esclavizados por Roma —ambos quedaron unos segundos recordando esos años tan horribles—. Pero ya escapaste de ahí, eres libre y sí, nunca recuperaremos Egipto y tal vez nunca volvamos ni siquiera a ver a Alejandría, pero —su voz se volvió un poco más suplicante y ya no tan enojada—, la vida te está dando una nueva oportunidad de tener todo ese poder al que estabas destinada, de una forma distinta, pero ahí está. Sin embargo, si te quedas como estás ahora, completamente aislada, te estás creando una nueva prisión tú sola y perdiendo todo otra vez.

Se quedó pensando en todo lo que él le había dicho y sabía que tenía razón. Siempre le había gustado la política y la cultura, había estudiado y comenzado a prepararse cuando le tocase, pero Egipto terminó cayendo. En Roma, cualquier conocimiento ligado a la política le fue vetado y solo aprendió a ser una esposa decente, solo sus pequeñas y breves conversaciones con Tiberio la hacían feliz, ya que ambos trataban sobre sus intereses y decisiones políticas o asuntos más mundanos, pero siempre en secreto, sabiendo que si eran descubiertos se meterían en problemas. No iba a ser hipócrita al negar que parte de aceptar a Juba como esposo, no solo era por su libertad, sino por la posibilidad de poder al que accedería al casarse. Sería reina, lo que siempre quiso. Pero Alejandro tenía razón, mantenerse encerrada no le estaba ayudando, si continuaba así perdería todo el poder que aún no había conseguido.

—¿Y qué hago? —preguntó un poco perdida.

—Busca aliados —repitió él, ya más tranquilo sabiendo que la estaba haciendo entrar en razón—. Tanto adentro como afuera del palacio y no te concentres en los poderosos, cualquiera te puede servir, hasta el esclavo más olvidado.

—Pero esos también son los más fáciles de sobornar —retrucó ella.

Y en eso debía estar de acuerdo. Alguien que no tenía nada, solía vender su lealtad por las migajas más pequeñas porque no podían aspirar a más y se dejaban engañar por baratijas brillantes.

—Ahí tendrás que saber elegirlos y ponerlos de tu lado —agregó él.

—Esa es tu especialidad, siempre fuiste el más carismático y conversador —pronunció ella.

—Pero nunca tuve tu inteligencia —dijo Alejandro—, por eso somos gemelos, nos complementamos muy bien.

Los dos sonrieron, sabiendo que a pesar de todo, siempre estarían juntos y nada podría separarlos.

—Y me imagino que ya estuviste recorriendo el palacio —respondió como si fuera obvio, Alejandro soltó una risa picara—. No esperaba menos de ti.

—Ese es mi trabajo como tu hermano mayor —ella negó divertida, ninguno de los dos sabía quién realmente era el mayor, nadie se los había dicho, pero Alejandro insistía que era él para siempre ganar las discusiones alegando que sabía más por ser más grande—. Yugurta es alguien, no para hacer un trabajo sucio o contarle tus secretos, está muy cerca de Juba para eso, pero sí para recurrir en la parte legal y las injusticias —Selene asintió, sabiendo que el joven nunca intentaría hacer algo fuera de lo correcto—. Después también te diría la cocinera Adeona —ella frunció el ceño al no saber de quién hablaba—, pero no en las sirvientas.

—Claro que no, Saliha es la peor de todas —escupió Selene, recordando como siempre le contó todo a Juba y lo puso en su contra.

—¿Qué te hizo? —interrogó más serio.

—¿Tienes tiempo para que te cuente? —preguntó aunque sabía la respuesta.

—Todo el tiempo del mundo si se trata de tus enemigos —respondió él.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 18 de octubre del año 20 a.C.


Adeona suspiró cansada, pero por fin podría descansar unas horas. La hora del almuerzo había terminado, estaban en plena tarde y dentro de unas horas tendría que preparar la cena, pero por ahora podía descansar, los años ya no venían solos y ella no tenía la misma energía que antes. La cocina estaba tranquila y limpia, todos se habían retirado a hacer otros quehaceres o a descansar un rato, por lo que solo quedaba ella. Estaba a punto de irse a las habitaciones de los sirvientes afectados a la cocina cuando escuchó unos tranquilos pasos bajar por las escaleras que conducían al lugar, se extrañó, pero supuso que sería uno de los sirvientes, se sorprendió demasiado cuando apareció la misma reina.

La joven tenía una belleza que apreciar, sus cabellos oscuros que combinaban con sus ojos y su piel lisa y trigueña la hacían resaltar, pero su incipiente barriga era lo que más llamaba la atención. Adeona era la segunda vez que la veía desde que había llegado al palacio, la primera vez fue cuando llegó, estaba enojada y gritando al rey y ahora era la segunda. No había sido ignorante a los susurros de todos, de cómo la reina parecía odiar al rey, que no salía de su habitación y que no quería tener contacto con nadie más que sus dos esclavas personales. El resto de los sirvientes había comenzado a tomarle rencor y mencionar que no merecía ser su reina, ella los cayó. Fue una sorpresa para todos el embarazo, pero no había cambiado mucho porque la reina seguía sin salir.

Y más sorpresa era verla ahora, ni más ni menos que en la cocina, un lugar no digno para una reina. Algo debía haber sucedido, era extraño que apareciera aquí. Aunque todos habían notado desde que la llegada de su hermano, la reina había abandonado su habitación y se la veía junto a él, caminando por los pasillos, el jardín o cenando en el comedor principal. Definitivamente, la visita de su familiar la había cambiado.

—Su majestad —mencionó, ella pareció sorprendida ante su voz, pero se recompuso bastante rápido—, ¿qué se le ofrece?

—Oh —mencionó y parecía un poco insegura, cómo si no hubiera esperado encontrar a nadie, cómo si hubiera bajado a hurtadillas—, mi hermano mencionó que cabía la posibilidad que haya sandía —movió sus manos cómo si no supiera qué hacer con ellas—. ¿Hay? —interrogó finalmente.

Adeona la miró por unos segundos hasta que sonrió con dulzura. Ver a la reina nerviosa solo por pedir una fruta, le demostró que seguramente no era la mujer arrogante y fría que aseguraban los demás sirvientes, sino que tal vez era tímida y le estaba costando adaptarse a su nueva vida. Al fin y al cabo, aún era muy joven y se encontraba lejos de todas las personas que conocía, sumado a que no había sido bien recibida por el pueblo apenas llegó.

—Claro que sí, su majestad —contestó dulcemente—. ¿Cuánto quiere? —dijo mientras se dirigía al canasto de frutas.

—Una rodaja —mencionó ella.

—¿Solo una? —volvió a preguntar no creyendo lo que había escuchado—. Tenemos varias sandías porque su hermano ya nos había dicho que le gustaban, así que puede pedir más. Además, mi madre siempre me decía que hay que cumplir con todas las demandas de los niños, sino luego nacen con manchas de colores del capricho que no cumpliste —agregó con complicidad mirando el vientre de la soberana.

Selene siguió su mirada y también miró su panza, cada día la veía más grande desgraciadamente; cada día era más consciente que sería madre dentro de unos meses y la idea no la alegraba en lo más mínimo. Pero todos insinuaban que debía estar feliz, así que fingía.

—Sí —dijo mientras pasó una mano por su vientre y esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Tres? —preguntó con complicidad.

—Eso me gusta más —agregó contenta y levantó una sandía.

Mientras la sirviente buscaba un cuchillo para comenzar a cortar la sandía, Selene recordó las palabras de Alejandro, que la cocinera podía ser alguien en quién confiar, así que decidió empezar a mover sus fichas y conseguir esos aliados.

—Estabas por irte a descansar, ¿no? ¿Interrumpí tu descanso? —preguntó con vergüenza.

Adeona la miró sorprendida, a nadie le importaba realmente el descanso de los esclavos, ellos solo estaban para servir a sus amos todo el tiempo.

—Siempre tengo tiempo para usted, su majestad —contestó ella sinceramente.

—Pero también es importante el descanso —refutó Selene, la mujer parecía otra vez sorprendida.

—Tiene razón, su majestad —contestó tímidamente Adeona.

No conocía a su reina y no sabía cómo reaccionar frente a ella, temía que si le llevaba la contraria podía ser castigada. Así que era mejor asentir y bajar la cabeza.

—¿Los dormitorios de los sirvientes quedan muy lejos? —preguntó ante su desconocimiento—. Realmente aún no conozco mucho el palacio, incluso llegar a la cocina me costó mucho

—¿Por qué no le pidió a Nuru y a Yanira? Sus sirvientes conocen muy bien el camino —expuso Adeona, mientras la primera rodaja de sandía era cortada—. No están tan lejos, en la parte sur, junto a las demás barracas de los sirvientes.

—Estaban ocupándose de otras tareas, no quise molestarlas —contestó ante el interrogante de sus sirvientes—. Además, tengo que conocer el palacio, ¿no?

—Una reina debe conocer su palacio de una punta a la otra y me alegra que quiera hacerlo, solo le aviso que le llevará mucho tiempo —dijo medio en broma medio en serio—. No es tan grande, pero tiene muchos pasillos y luego, el doble de pasillos secretos —otra rodaja de sandía cayó sobre la mesa al ser cortada.

—¿Pasillos secretos? —no era ajena a eso, muchos palacios lo tenían para protegerse, no pensó que éste los tendría—. ¿Hace mucho estás aquí?

Adeona se detuvo cuando estaba por clavar el cuchillo en la sandía y miró a su soberana, parecía genuinamente interesada y no era como que estuviera revelando un secreto a un desconocido, era la misma reina así que sonrió y continuó.

—Serví al antiguo rey, al padre del joven Juba y todavía era joven cuando Numidia cayó ante los romanos, tal vez unos diez años más que tú —dijo mirándola y calculando su edad—. Fue un caos cuando el rey acabó con su vida y el romano Julio César se llevó al pequeño Juba a Roma —dijo con un poco de dolor, esta mujer también había visto a su reino caer por culpa de ese imperio—. Creo que todos pensamos que íbamos a morir, pero en cambio durante veinte años fuimos una provincia romana y teníamos un romano a cargo del palacio, lo teníamos que servir a él. Si cumplíamos con sus órdenes, no nos hacían nada, pero... —no terminó la frase y su mirada se ensombreció—. Finalmente, hace unos años, el emperador Augusto le devolvió el reino a Juba y asumió como rey de Numidia, somos independientes otra vez —terminó con alegría y Selene pensó en las revueltas y cómo todos no estaban tan contentos con su rey—. Pero sí, aquí hay muchos pasillos secretos, están desde antes que nací —terminó de cortar la última rodaja de sandía—; siempre fue una zona conflictiva por todos los pueblos rebeldes, así que se hicieron como una forma de que la familia real pueda escapar rápidamente ante un ataque.

Selene asintió, suponía que podría ser por algo así.

—No sirvió mucho con los romanos —agregó como observación. Adeona asintió.

—Igualmente, eso fue diferente, el padre de Juba se suicidó porque perdió la batalla y no lo soportó. Numidia había quedado sin su líder, la toma del palacio fue pacífica porque todos nos rendimos, no podíamos hacer nada —respondió tranquila—. De todos modos, ya no hay tanta violencia, diferentes reinos se fueron conformando y hay relaciones cordiales entre todos. Los pasillos están, pero ya ni se usan —terminó y entregó las rodajas a Selene—. ¿Algo más, su majestad?

Selene sonrió, creía que Alejandro podría tener razón con la cocinera, parecía alguien de confianza.

—No, gracias —contestó sincera y se estaba por ir para liberar a la mujer y que pudiera descansar, pero decidió seguir el consejo de su hermano—. Lamento seguir reteniendote, pero un día cuando tengas tiempo, ¿quieres enseñarme el palacio?

Adeona se sorprendió por el pedido, una reina pidiéndole a una simple cocinera que la acompañe a recorrer todo el palacio; eso debería hacerlo el rey, pero ella le pedía su ayuda, era un honor.

—Claro que sí, su majestad —contestó emocionada—, será un honor hacerlo.

Selene sonrió ante su sinceridad.

—Gracias, Adeona —contestó y se marchó.

La cocinera quedó sorprendida una vez más ante el reconocimiento de su soberana. Era una mujer diferente, tal vez sería una buena reina y si estaba en su posibilidad, Adeona la ayudaría a serlo.



Roma, Palacio del Emperador, 25 de octubre del año 20 a.C.


La celebración de Meditrinalia había terminado hace unos pocos días, la ciudad estaba volviendo a su normalidad, en la normalidad que cabía en la ciudad más importante del imperio y la más poblada. Pero Julia, la única hija del Emperador, lo que menos quería era volver a la normalidad porque eso significaba volver a su triste vida con su marido.

Se encontraba sentada en su cama y mirando a la nada cuando Livia Drusila entró, ni siquiera se molestó en saludarla, no tenía ánimos y además, ya sabía la razón por la que venía.

—Felicidades —dijo su madrastra, lo que ella ya suponía—. Agripa ya ha ido a contarle a tu padre sobre la nueva noticia, sobre el nuevo hijo que viene en camino.

—Gracias —respondió aunque no estaba feliz—, sí, lo confirmé esta mañana.

Livia asintió y finalmente se sentó a su lado, obviando la falta de verdadera felicidad en su hijastra, ella sabía muy bien que no lo era.

—¿Ese niño es realmente de tu marido? —preguntó en un susurro.

Realmente no quería volver a tener que irse del palacio e inventar un viaje para deshacerse de otro bebé indeseado, Livia no tenía ganas, no cuando ya le había advertido a Julia. La otra mujer hizo una mueca, pero asintió.

—Lamentablemente sí lo es, no hay cosa más desagradable que tener que acostarme con ese viejo que tengo por marido —escupió con asco.

—Pero es tu marido y padre de los únicos hijos que tendrás —amenazó entre palabras Livia—. Debes tener cuidado, si alguien descubre tus andanzas estás acabada, aunque seas la hija del Emperador —Julia asintió sabiéndolo muy bien—. No puedes tener hijos ilegítimos, sería tu humillación pública e incluso podrías ser repudiada por Agripa, y te aseguro que ninguna mujer termina bien.

Julia lo sabía, así que volvió asentir. Después del susto que había sufrido hace poco cuando quedó embarazada de uno de sus amantes y tuvo que deshacerse de ese bebé, lo sabía muy bien. Por eso, se había asegurado de quedar embarazada de su marido, hace meses que no le era infiel.

—Me alegro que por fin lo hayas entendido.

La noche siguiente se hizo una gran celebración por la llegada del nuevo bebé, a pesar de que el primer nieto del Emperador, el pequeño Cayo César, ni siquiera tenía un año de vida, la joven Julia ya estaba embarazada otra vez y eso era motivo de festejo.

Una semana después, cuando la situación ya se había calmado un poco y la euforia de la nueva llegada había pasado, donde cada uno volvió a sus tareas; la emperatriz Livia Drusila, le estaba pagando secretamente a otro esclavo para que sedujera a Julia y mientras observaba como su hijastra volvía a caer en la tentación y en la trampa que ella misma le había tejido, se iba a dormir feliz sabiendo que en algún momento sacaría a Julia del camino, su caída en desgracia ya estaba marcada.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 28 de octubre del año 20 a.C.


Juba estaba muy cansado y le dolía demasiado la cabeza, quería arreglar las cosas con su esposa, ahora que sabía que ella realmente había sentido algo por él, pero que comenzó a odiarlo cuando se enteró que él participó en la conquista de Egipto. Podía entenderla, comprendía que lo odiase y aunque ninguno de los dos se había portado bien, Juba había sido el peor. La humilló al desconfiar de ella y acusarla de haber intentado acabar con su embarazo, algo totalmente falso y después otra vez, cuando la obligó a pasar por esa comprobación con los médicos que fue realmente humillante y dejó en claro que su palabra no valía, la expuso ante todo el palacio y no le dio su verdadero lugar. Ahora nadie la veía como su reina, sino solo como la mujer que daría a luz al hijo del rey.

Todo mal había hecho e intentó arreglar las cosas en estos días, pero fue demasiado cobarde para enfrentarla y además, ella parecía estar evitando a todos y solo se juntaba con su hermano, se habían vuelto inseparables. Así que hablar con Selene era casi imposible estos días, aunque esta mañana había surgido una oportunidad cuando ella fue para hablar con él a su sala de reuniones, pero desgraciadamente todo había salido mal, antes de iniciar una conversación, ella vio las cartas que habían llegado y entre ellas estaba una dirigida a la propia Selene, pero que había llegado hace ya dos meses atrás.

Fue un caos, su esposa se enfadó demasiado cuando comprendió que habían estado interceptando su correspondencia y que nunca se había enterado. Sintió que la estaban teniendo prisionera y que no quería que ella hablase con nadie, su esposa volvía a odiarlo más si eso era posible.

—Esa carta no debía estar ahí, ¿cómo llegó? —interrogó totalmente agotado.

—Lo siento, su majestad—se disculpó Baldo—. No estoy seguro, pero tal vez fue mi culpa, ayer saqué todas las correspondencias antiguas e iba a llevarlas a otro lugar porque ya eran demasiadas y tal vez se me traspapeló —expresó arrepentido—. Lo siento.

Juba negó, por qué nada le salía bien. Selene nunca iba a perdonarlo.



Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 29 de octubre del año 20 a.C.


La carta simplemente era una felicitación y una bienvenida como nueva reina a estas tierras y estaba escrita por otra reina vecina, pero nada más.

—Claramente quiere estar en buenos términos —concluyó Alejandro—, seguramente fortalecer las alianzas entre los reinos.

—Pero me escribió a mí y no a Juba —pronunció Selene.

Se había enojado tanto cuando se enteró, ésta reina hace meses que le había escrito y Juba nunca le entregó la carta a pesar de llevar su nombre y estar dirigida a ella, incluso tuvo la osadía de contestar en su nombre.

—Eso significa que te reconoce como reina y no solo como esposa del rey de Numidia —sonrió Alejandro.

—Y busca alianzas —concluyó Selene.

—Igual que nosotros —terminó su hermano por ella.

Ambos fueron interrumpidos por Darius, quien hizo una reverencia a los dos cuando se acercó, pero Alejandro le quitó importancia y le dijo que no hiciera más eso, al menos si se dirigía a él.

—¿Averiguaste algo? —interrogó más curioso.

Habían enviado a Darius para que averiguase todo lo posible sobre esa reina vecina que le había escrito la carta a Selene para felicitarla.

—Amanirena es la reina de Kush, ya que tanto su esposo como su hijo murieron y quedó como única gobernante —comenzó Darius—. Se la describe como valiente porque logró expulsar a los romanos durante unos años de una zona de Egipto, pero sus tropas fueron derrotadas por Plubio Petronio y como llevaban años en guerra y viéndose en desventaja, decidió firmar un tratado de paz con los romanos sobre no agresión. No conquistó Egipto, pero logró que los romanos no entren a su reino, así que por el momento está a salvo —finalizó Darius, eso era todo lo que había logrado averiguar en tan poco tiempo.

—Una mujer gobernante —pronunció Selene pensativa.

—Y que odia a los romanos —agregó su gemelo.

Ambos sonrieron, sabiendo perfectamente lo que eso significaba, solo esperaban que todo saliera bien.

—Creo que es hora de que responda esta carta —mencionó Selene.

—Una aliada en un reino vecino es una excelente idea —apoyó Alejandro la idea.

Y sin estar completamente conscientes, estaban empezando a cambiar la historia con solo la escritura de una simple respuesta a la carta, Selene estaba cambiando su futuro.

*Rannut: diosa egipcia de la alimentación, la fertilidad, la cosecha y guardiana del faraón.


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