51: Hogar, dulce hogar
Ciudad portuaria de Rusicade, al norte del Reino de Numidia, 14 de julio del año 20 a.C.
Otra vez en los carros, esto se está volviendo demasiado agotador, solo quiere llegar de una vez y poder descansar en algo mucho más cómodo, como realmente se merece después de demasiados días en el mar.
—¿Se encuentra bien, mi señora? —interroga Yanira, quien está a su lado una vez más durante el viaje.
—Sí, solo pensando —responde.
—¿Hay algo que podamos hacer por usted? —pregunta, pero esta vez es Nuru.
Selene había logrado que Nuru deje de viajar con los demás sirvientes y pase a estar junto a ella, como su otra sirviente más fiel; Juba solo había asentido, pero a Baldo no parecía gustarle ni un poco. Eso le divertía, si ponía amargar un poco a ese hombre, lo haría siempre.
—Tal vez... —susurra pensativa.
El esclavo que le mintió surca sus pensamientos, el hombre le aseguró que pertenecía a la comitiva de Juba, pero Baldo no parecía reconocerlo y la acusó a ella de no controlar a sus sirvientes. Así que definitivamente, no estaba con ninguno de los dos, pero entonces, ¿a quién le respondía? Solo podía pensar en que Augusto lo había infiltrado, pero eso parecía algo muy sutil para el hombre más importante del imperio, quien podía destruirlos con solo unas palabras. Pero entonces, ¿quién? Y otro nombre se le vino a la cabeza: Julia. Ella sí sería capaz de hacer algo así y hasta casi tendría su sello.
—Solo dígalo y haré todo lo que esté a mi alcance para cumplir su orden —pronunció Nuru muy segura de sí misma.
Selene sonrió, descubriría para quién estaba trabajando ese sirviente.
Roma, Palacio del Emperador, 15 de julio del año 20 a.C.
—La emperatriz Livia no parece quererte mucho —menciona Vipsania a su padre.
Ambos están sentados en la pequeña oficina del hombre mayor, separados por un pequeño escritorio, mientras él revisa todos los papeles concernientes al Imperio y los que el Emperador debe ver con mayor urgencia, los está clasificando. Pero a pesar de estar ocupado, le dedica tiempo a su hija mayor, siempre fue así y eso no cambiará. Han sido muy unidos desde que ella nació, pero cuando su madre murió, su padre había temido que se sintiese sola, así que nunca se despegó de ella y a pesar de todo, siempre buscaba la manera de pasar aunque sea unos minutos del día con su primogénita.
Agripa se encoge de hombros, no lo afirma, pero tampoco lo niega, sino que trata de restarle importancia. Pero Vipsania no es tonta, nota el desprecio de Livia hacia su padre, lo que no sabe muy bien es el porqué de ese desprecio.
—Mi amistad es con Augusto y le sirvo a él, así que mi relación con la Emperatriz no interfiere en nada —responde luego, Vipsania pone los ojos en blanco, claro que interfiere, ella es la mujer más importante y respetada del Imperio, aunque tal vez se encuentre después de Octavia—. Aquí lo que interesa es a quién quieres tú —dice finalmente, sabiendo que su hija seguirá con el tema así que lo desvía hacia su lado.
La joven parece ponerse roja inmediatamente y balbucea algunas excusas, hasta que lo piensa mejor.
—No sé a quién te refieres —intenta.
Agripa deja lo que está haciendo por unos momentos y la mira fijamente, parece clavarla en ese lugar y Vipsania sabe que está perdida, no hay escape de esto.
—Vipsania —recrimina, no está para mentiras. Ella suspira derrotada.
—No me quiere, tiene ojos para otra persona —dice decepcionada.
Él permanece en silencio por unos minutos, estudiando a su hija y a su dolor, parece quererlo realmente. Al principio, Agripa pensó que era solo una fascinación y que se le pasaría, pero parece que no será así.
—Y contra eso no puedo luchar, ¿no? —lo dice como si fuera una broma, intentando esbozar una sonrisa, pero le sale más una mueca.
—Hija, ella ya está lejos —menciona, pensando en que la ex princesa egipcia ya está casada y debería estar llegando a su reino—. No hay posibilidades —le asegura—. En cambio, tú aún...
—Él tampoco está aquí —corta a su padre antes de que continúe, recordando que Tiberio se fue hace unos días a una campaña militar apenas Selene abandonó Roma, casi como si no soportara estar en el palacio si ella no está, todo tiene sentido—. No quiero hablar de eso, pero gracias igual —menciona y esta vez sonríe de verdad—. ¿Tú cómo estás con Julia? —interroga ya más seria.
Agripa vuelve a trabajar y no contesta inmediatamente, pero cuando lo hace parece mucho más cansado.
—Bien, ella volverá en unos días.
Livia y Julia se habían marchado para descansar por unos días a una estancia familiar, pero nadie parece creerse mucho eso, aunque tampoco saben la verdad. Así que se callan y no lo mencionan. Su padre parece más relajado desde que su esposa no está y Vipsania siente pena por él, las peleas en el matrimonio ya habían aparecido.
—¿Extrañas a Marcela? —interroga de repente.
Su padre se pone tenso y Vipsania cree que su respuesta es afirmativa. Él había estado notablemente más feliz cuando estaba casado con la sobrina de Augusto. Pero luego su padre le solicitó el divorcio para casarse con Julia y todo terminó mal.
—Hice lo que el Imperio necesitaba —respondió de forma seca y siguió trabajando.
—Augusto la casará con Julo Antonio —dice Vipsania.
Agripa se queda inmóvil por unos interminables segundos, pero luego vuelve a sus papeles.
—Lo sé, Augusto me consultó qué opinaba acerca de eso —responde con tranquilidad o al menos intentándolo.
—¿Te preguntó qué opinabas sobre el casamiento de tu ex esposa? —interroga totalmente anonadada.
No puede creer el descaro del Emperador, él mismo organiza el casamiento y se atreve a preguntarle al ex esposo qué piensa, siendo que él presionó a Agripa para que se divorciara de ella y se casara con su hija.
—Sí —dice Agripa—, Augusto quiere lo mejor para su sobrina y yo también, así que me consultó si estaba de acuerdo con ese matrimonio —su padre parece titubear, pero lo disimula con una breve pausa—. Julo Antonio es un buen político y militar, además Octavia intercedió por él ante Augusto, ella lo quiere, ya sabes que lo crió casi como a un hijo —agregó el hombre.
Vipsania niega con la cabeza, no creyendo lo que escucha, su propio padre básicamente está apoyando el casamiento de su ex con otro, cuando claramente aún la extraña.
—También es el hijo de dos personas que el Emperador odia —menciona Vipsania.
Pensando en la guerra que Augusto libró primero con Fulvia, la madre de Julo Antonio, que terminó perdiendo la mujer y esto le costó el exilio y la muerte; y luego, en la que tuvo con Marco Antonio, que terminó en una guerra civil bastante grande y con la caída de Egipto, y terminó trayendo a Selene y Alejandro como esclavos. Al final, siempre todo termina conduciendo a esa mujer, a la nueva reina de Numidia y a quién tiene el corazón de Tiberio.
—No hay que juzgar a un hijo por los errores de sus padres —advierte Agripa a su hija—. Julo Antonio no traicionará al Imperio, es un buen hombre y será un buen esposo para Marcela —termina Agripa.
—Nunca se sabe —responde ella, pero Agripa la mira demasiado feo—. ¿Y también será un buen padre para tu hija? —interroga con sorna.
Agripa es tomado por la sorpresa ante ese ataque, no lo esperaba de Vipsania, pero se queda pensando. No ha visto mucho a su pequeña hija, la que tuvo con Marcela, la niña debe estar cerca de los dos años y apenas ha tenido contacto. Si Marcela se casa con Julo, él claramente será quien la crie y a quién ella le dirá papá por primera vez. Trata de que esa realización no le duela, pero aun así lo hace.
—Será un buen apoyo, pero su padre seguiré siendo yo —asegura.
Y al igual que Vipsania, trata de creerse esa mentira. No lo consigue.
Cirta, capital del Reino de Numidia
Viajaban en silencio, antes de entrar a la ciudad, Juba había hecho detener a toda la comitiva y se subió al carro real, en el cual ya se encontraba su esposa. Cuando ella lo miró escéptica, él alegó que si se habían casado por conveniencia debían mantener las apariencias ante su pueblo, no podían aparecerse por separado cómo si ya se odiaran.
—Para eso me casé contigo, para que seas mi esposa trofeo —responde con bronca Juba—. Y tú te casaste para ser reina, así que finge ser la reina más feliz.
Selene sonríe con bronca y odio, no entendiendo cómo alguna vez le creyó algo a éste cínico hombre. Realmente era muy buen mentiroso y supo engañarla perfectamente, debió seguir su primer instinto cuando se cruzaron en ese jardín y lo confundió con un esclavo.
—Claro, y tú finge ser el esposo más fiel y amoroso —pronuncia ella sarcásticamente sin borrar su sonrisa—, a los dos nos sale muy bien mentir, ¿no?
Un pequeño golpe contra el carro los distrae, afuera el pueblo los observa pasar, están parados a la vera del camino principal, saludando y gritando con alegría.
—¿Qué fue eso? —interroga Selene.
—Nada —responde Juba, cuando se escucha otro golpe, además de que los soldados empiezan a retar al público—, seguramente solo nos dan la bienvenida, tal vez tiran algunas flores —reflexiona, aunque él también parece un poco desconcertado.
El carro está cerrado y solo hay una pequeña ventana para observar, fue hecho para que la realeza pueda viajar los días de lluvia y esté protegida. Selene frunce el ceño, no le cree nada y menos cuando los golpes continúan y suenan muy fuertes para ser flores. Además, los soldados parecen que se están alterando por algo, la gente ya no parece gritar de felicidad.
—¡Su Majestad! —se escucha gritar a Baldo, quien está sobre uno de los caballos que custodian el carro, parece estar alarmado.
A Selene le gana la curiosidad y se asoma por la pequeña abertura que funciona como ventana, solo ahí se da cuenta que el pueblo no está feliz sino todo lo contrario, no llega a entender lo que gritan, pero claramente lo dicen con odio. Se asusta cuando algo choca contra el carro a centímetros de su rostro, Juba inmediatamente la empuja hacia atrás y se nota alarmado.
—¿Estás bien? —interroga preocupado.
Pero antes de que Selene pueda responder, un fuerte dolor comienza a la altura de su sien y grita, lleva sus manos hacia la fuente de dolor y se aprieta con fuerza en un vago intento de mitigar el dolor. Se desconecta del resto de las personas que la rodean por unos segundos, el dolor ha sido muy fuerte y se siente algo mareada. Sin embargo es capaz de escuchar el alboroto que hay afuera y adentro del carro, siente varios brazos que la sostienen y a Juba gritando muy cerca de su oído, suena frenético.
—¡Sácanos de aquí ahora!
No sabe a quién se lo está diciendo, sí a Baldo o al jefe de los soldados, pero la orden es escuchada y de repente, los caballos que arrastran el carro parecen correr a toda velocidad. A los minutos su vista se aclara y por fin puede volver a enfocar.
—¿Estás bien? —pregunta Juba alarmado y es lo primero que ella ve—. Esos rebeldes estaban arrojando frutas y una pegó en tu cabeza, ¿estás bien? —vuelve a preguntar luego de explicar brevemente lo sucedido.
Selene quita su mano de la sien y la nota roja, se asusta, pero luego observa a su alrededor, la ropa de Juba, Nuru y Yanira también está manchada de rojo, así que les arrojaron algo de ese color. Mira otra vez su mano y recién nota que no es realmente sangre, sino la pulpa de alguna fruta, solo ahí logra calmarse un poco.
—Sí, estoy bien —responde y todos parecen calmarse al escuchar su confirmación.
Y Selene nota que es Juba quien la está abrazando, acunando en sus brazos como si intentará protegerla de lo que les estaban arrojando, frunce el ceño y lo empuja inmediatamente. Él también parece molesto ahora con su reacción.
—No es necesario que estés tan cerca de mí, no hay nadie observándonos —dice con brusquedad.
Juba parece cerrarse ante tal arrebato y todo gesto de amabilidad desapareció. Nuru y Yanira permanecen calladas, no se meten en las discusiones de sus señores, sabiendo que su opinión no cuenta en asuntos matrimoniales.
—Te pido disculpas por intentar protegerte —pronuncia enfadado—. Estamos yendo al palacio y nos quedaremos ahí hasta que la revuelta sea detenida.
—Si es así el primer día, no me quiero imaginar lo que será el resto —escupe Selene—. Será mejor que se den prisa, quiero llegar ya y poder descansar para prepararme para este infierno.
Puerto de Bríndisi, al sur de la península itálica
Tiberio observa cómo la embarcación comienza a surcar las aguas hacia su nuevo destino, pensando en cómo solo hace unos días atrás, Selene estuvo en este mismo lugar y yéndose a su nuevo hogar. ¿Habrá pensado en él? ¿Así como él está pensando en ella? Sabe que no sirve de nada torturarse de esta forma, ya no hay vuelta atrás, cada uno tomó caminos diferentes y eso los llevará a lugares diferentes.
—Capitán, ¿cree que reclutar ese ejército sea lo mejor? —interroga su segundo al mando.
Tiberio lo mira, realmente no recuerda su nombre, lo conoció apenas hace unos días cuando Augusto le ordenó partir y hacerse cargo de esta legión. Él desde el principio les dijo que solo lo llamasen capitán, no le gustaban los títulos ni nada por el estilo, pero prefería eso a que lo llamen legatus o algo así, no le importaban las jerarquías del ejército, aunque sus hombres parecían algo reacios a sus formas.
—Sí, reclutaremos una parte del ejército en Macedonia y la otra en Iliria, luego iremos a Armenia y nos enfrentaremos a Artaxias II y lo derrotaremos —aseguró, repitiendo otra vez el plan.
—No quiero desobedecer, pero no creo que esos ejércitos estén tan capacitados como nosotros y eso podría traernos problemas —intentó el hombre otra vez.
—Ese es el plan, sorprenderemos a ese tirano con otra formación que no espera —refutó Tiberio—. Además, su propio pueblo nos ayudará, ya que escuché por ahí que no están muy contentos con él.
Su segundo al mando, quien claramente dudaba de las capacidades de Tiberio para liderar un ejército tan grande y en una misión tan importante, no estaba dispuesto a rendirse tan fácil. Solo veía a este joven como un niño que tuvo suerte en algunas campañas y que obtuvo reconocimiento solo por ser hijastro del Emperador, pero no era buen estratega y él no quería estar bajo su mando.
—Yo creo... —continuó, pero Tiberio ya estaba cansado.
Esta campaña se supone que serviría para ayudarlo a olvidar a Selene, pero no estaba funcionando y encima este hombre dudaba de sus capacidades. Era bueno, pero no se dejaría manipular.
—¿Quién está a cargo? —interrogó con dureza.
El hombre se sobresaltó y luego se calló, hasta que inclinó la cabeza.
—Usted capitán —respondió.
—Entonces obedece y solo habla cuando pido tu opinión —pronunció Tiberio cansado.
—Sí, capitán, lo siento —se tragó su bronca y se marchó.
Tiberio se quedó contemplando las cristalinas aguas, triste y solo.
Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey.
Todos los sirvientes se estaban alineando, uno al lado del otro, tratando de lucir lo mejor posible. Su rey no tardaría en llegar, les habían informado que la comitiva ya había entrado en la ciudad, así que pronto estaría aquí; sin embargo, esta vez no vendría solo, por primera vez vendría con la nueva reina de Numidia, una antigua princesa egipcia por lo que sabían. Pero todos se quedaron sin mover un músculo cuando comenzaron a escuchar los gritos, esto no era habitual, su rey solía ser bastante pacífico, aunque hubo una época en que estaba realmente deprimido y triste, según los rumores era porque se había peleado con la que ahora es su esposa y parece, a sospechar por esos gritos, que estaban otra vez peleando. ¿Esta era la forma de empezar el nuevo matrimonio? Esperaban que no, sino sería muy difícil vivir aquí, deseaban que su rey haya sabido elegir bien y no tengan a una reina insoportable.
—¡Deja de gritar! —exclamó la voz furiosa del rey.
Al mismo tiempo que las puertas de la sala principal se abrían y todos los sirvientes alertas se enderezaron inmediatamente y agacharon levemente las cabezas, quietos como las estatuas que adornaban ese mismo salón, no querían ser notados y ser castigados por eso.
—¡Dejaré de gritar cuando yo quiera! —respondió una voz igual de enfadada, pero ésta era desconocida para todos.
Y fue ahí cuando la vieron, una joven con cabellos oscuros y su piel trigueña, bañada de un hermoso dorado casi como si fuera besada por el sol, pero también roja. Todos estaban realmente sorprendidos por la suciedad que ambos reyes demostraban, pero supieron controlarse para no ser castigados por tal atrevimiento; sin embargo, hubo dos jóvenes a las que unas risitas se le escaparon, por suerte, entre los gritos de la reciente pareja, no fueron escuchadas.
—Estás siendo una niña infantil y no una reina —dijo Juba, ya no gritando, pero su voz seguía siendo elevada y dura.
—¿Una niña? —preguntó ella con sorna—. Quieres que me comporte como una reina, pero tú no te comportas como un rey —acusó a cambio.
Todos los presentes ajenos a la discusión, contuvieron la respiración, nunca nadie había tenido tal atrevimiento de decirle eso al rey, era el rey y nadie tenía derecho a hablarle así, pero parecía que ahora su esposa lo había roto. Algunos esperaban que la joven, quien claramente estaba muy alterada, no fuera castigada por su osadía, mientras que otros sirvientes más radicales, esperaban que sí lo sea ya que una mujer nunca podía hablarle así al rey.
—¿Yo no me comporto como rey? ¿De dónde has sacado eso? —interrogó él a cambio, no creyendo la acusación que salía de los labios de Selene.
Ella se burló mediante una mueca y rodó los ojos, levantó los brazos y se señaló hacia sí misma y luego a él.
—¡Mírame y mírate! —exclamó—. ¿A un rey que tiene todo bajo control le pasaría esto? —preguntó enfadada—. La respuesta es no, pero ni siquiera he estado un día aquí y fui recibida con frutas y te aseguro que eso no fue una muestra de cariño, sino todo lo contrario —continuó sarcástica—. No me pidas que me comporte como una reina cuando tú tampoco lo haces, ¿y sabes por qué? Porque no tienes un reino, sino un pueblo que parece no aceptarte y ahora yo me he convertido en la fuente de su odio, ¡y no les hice nada!
Juba tragó saliva ante sus palabras, en el fondo sabía que tenía razón, fue recibida de la peor manera y no estaba enterada. Fue el foco de odio de los rebeldes que no lo quieren como su rey, nunca pensó que esto pasaría.
—Selene —dijo ya mucho más resignado y con todo el enfado desaparecido, quería calmar las aguas y traer algo de tranquilidad.
—No me interesa escucharte —lo cortó ella con dureza—. Solo quiero darme un baño y sacarme toda esta suciedad y después, dormir un día entero si es necesario para olvidarme que todo esto pasó —finalizó totalmente agotada y frustrada.
Juba se calló y terminó asintiendo, era lo mejor, cuando ella pudiera relajarse y dejara un poco todo el estrés de lado, seguramente podrían hablar con más tranquilidad, aunque eso ya era algo bastante difícil. No sabía cómo pasó todo, pero ahora no podían dirigirse la palabra sin lastimarse.
Ordenó a dos sirvientes que la guiaran, ellos obedecieron y después de una última mirada, Selene los siguió. Detrás de ellos, casi pegadas a su señora, estaban Nuru y Yanira, cargando algunas pertenencias, el resto fue cargado por otros sirvientes del palacio después de que Juba también se los ordenara.
De repente, un silencio muy pesado se hizo presente en la sala principal, todavía quedaban algunos sirvientes y entre ellos estaba Yugurta, quien tomó la palabra antes de que todo se volviera muy incómodo.
—Bienvenido su majestad —pronunció mientras se inclinaba levemente, Juba solo asintió como reconocimiento, aún se notaba muy tenso—. Bienvenido padre —agregó cuando notó a Baldo detrás del rey.
—Es bueno verte de nuevo, hijo mío —respondió contento y sincero, aunque se notaba que también estaba muy tenso.
Yugurta tenía miedo de preguntar qué había pasado, porque claramente algo demasiado malo había sucedido y temía ser reprendido por eso. Cada vez que Juba y Baldo se iban, quién quedaba controlando el palacio era justamente él, Yugurta era casi como un hermano menor de Juba, ya que su padre había criado al heredero en una parte de su vida. Además, su padre también le estaba enseñando para tomar su lugar en un futuro, ya que cada vez sentía que se volvía más viejo y quería que Yugurta sea la mano derecha de Juba cuando él ya no pudiera más. Era el segundo hombre de más confianza para el rey después de su padre Baldo.
—Yugurta —llamó Juba, el otro lo miró—. Asegúrate de que Selene sea bien atendida y pueda descansar cómodamente —el aludido asintió—, después ven a la oficina inmediatamente que tenemos que tratar sobre un asunto serio.
—Sí, su majestad —pronunció.
Juba no esperó más y se marchó, sin dirigir una sola mirada a todos los presentes. Baldo respiró para intentar tranquilizarse, luego suavizó sus ojos cuando los enfocó en su hijo y sonrió, feliz de volver a verlo; y finalmente siguió a Juba sin decir nada más.
Cuando no hubo nadie, una risa se escuchó, evidentemente había estado tratando de controlarse durante mucho tiempo.
—¿Viste a la egipcia? Parecía ensalada de tomate —dijo con burla.
Yugurta se enfocó en la joven sirvienta y la fulminó con la mirada, ella no parecía muy afectada, sino que continuó riéndose y su compañera la acompañó, aunque mucho más disimulada y temiendo las represalias de Yugurta.
—Saliha, ese no es modo de hablar de tu reina —retó el hombre.
La joven, Saliha, fiel sirviente desde que nació y de pequeños rulos encrespados que resaltaban su fino y anguloso rostro, frunció el ceño.
—Ella no es mi reina —escupió.
—Se acaba de casar con nuestro rey, por lo tanto de ahora en más es nuestra reina y todos la obedecerán —elevó la voz para el resto, todos asintieron—. Espero no tener que castigarlos, ¿entiendes eso, Saliha? —apuntó directamente a la joven.
—Sí señor Yugurta —dijo entre dientes apretados.
Él sabía muy bien por dónde venía esa rebeldía y bronca de la joven, pero no se metió antes y no se metería ahora, su trabajo era mantener el palacio bajo control y lo haría.
—Entonces cada uno vuelva a sus actividades —ordenó.
Todos comenzaron a dispersarse, Yugurta cerró los ojos y esperó que todo mejore y que la reunión no sea demasiado mala, luego se fue hacia el mismo lugar que Juba y su padre habían desaparecido.
—Esto no puede volver a suceder —dijo Juba después de haber hecho un resumen de lo sucedido para Yugurta—. Quiero a todos esos rebeldes y a toda persona que haya arrojado un solo tomate, presos —expresó inflexible.
—Juba, creo que estás siendo un poco drástico, la mayoría de los rebeldes ya están en las mazmorras y se intentará obtener cualquier información que tengan sobre quién organizó esto, pero no podemos detener a todos los que arrojaron tomates —intervino Baldo—. Hubo niños que solo lo hicieron por diversión, sé razonable.
—Quiero que los torturen para que canten hasta lo que no sepan —pronunció con resentimiento.
Yugurta miró alarmado a su padre, nunca había escuchado así al rey, parecía fuera de sí y totalmente enojado y escalofriante. Baldo le devolvió la mirada, pero se concentró en su exaltado rey.
—Juba escucha, el diálogo es la mejor salida y no una guerra civil —expresó calmado el hombre mayor del trío.
—El diálogo no nos llevó a ninguna parte, ellos siguen estando en mi contra y atentan contra la paz de mi reino, ya los escuché demasiado pero ellos a mí no —cortó a su mano derecha—. Así que me cansé, me atacaron y agredieron a Selene —continuó ahora más enojado—. No permitiré que nunca más le hagan algo así a mi esposa, es su reina y la van a respetar, se terminó el rey Juba bueno, aplicaré mano dura si es necesario —dijo serio—. Pero nadie más le pondrá una mano encima y quien lo haga, tendrá que enfrentar todas las consecuencias.
Baldo ya no dijo más nada, pero maldijo internamente a esa egipcia, otra vez esa chiquilla estaba metida en el medio y todo era su culpa. Odiaba el día en que Juba la conoció y cambió el rumbo de todo, ojalá nunca lo hubiera hecho.
Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 18 de julio del año 20 a.C.
Yanira lo había conducido hasta una de las bodegas de almacenamiento, alegando que necesitaba ayuda para sacar unas bolsas de granos, ya que ella carecía de fuerza, pero debía apurarse porque su señora quería sopa y ni siquiera había empezado con la cena, así que el joven sirviente vinculó su evidente nerviosismo con el retraso que tenía para la comida. Ese había sido primer error. Entrar al almacén, fue el segundo.
—¿Cuál es la bolsa? —dijo mirando todas las bolsas que acumulaban diferentes comidas.
Sintió el frío metal sobre su cuello y Yanira le pidió perdón a través de su mirada demasiado asustada.
—Si quieres vivir, será mejor que colabores y respondas todas las preguntas —amenazó la voz que sostenía el cuchillo.
No podía verla, pero estaba seguro que era una mujer y notó que la reina Selene salía detrás de Yanira, supuso que quien sostenía el cuchillo sobre su garganta, debía ser la otra sirviente, la que siempre tenía una palla envuelta en su rostro y no dejaba que nadie la viera.
—Mi señora —pronunció con reverencia.
—No finjas más —respondió Selene—. Es hora de que hablemos con claridad.
El joven, de nombre aún desconocido, tragó saliva y comenzó a ponerse más nervioso. Nunca había estado en una situación así y el cuchillo parecía acercarse cada vez más a su garganta.
—Siempre hablé con claridad —el filo presionó más contra su piel y él se tensó.
—No lo hiciste —amenazó Selene—. Dijiste que eras sirviente de Juba, pero no es así y tampoco eres mío —agregó—. Así que mentiste para infiltrarte en el barco, ¿o me equivoco?
Sabía que tenía que responder, pero decía la verdad o seguía sosteniendo su ignorancia.
—Es cierto, quería subir al barco —optó por decir la verdad.
—Ni siquiera tratas de ocultarlo —dijo no creyendo tal descaro, era un espía fatal—. ¿Quién te envió? ¿Augusto? ¿Julia? —interrogó.
El sirviente parecía desconcertado y por eso no contestó inmediatamente, pero Nuru lo tomó como si estuviera jugando con ellas, así que apretó con más fuerza el cuchillo para refrescar la amenaza que estaba sufriendo.
—Habla o te rebano la garganta —dijo con odio—. Cuando la reina pregunta, tú contestas o si no sufres.
Yanira cerró los ojos, ella no estaba preparada para esto, se supone que nadie moriría aquí. No quería ser partícipe de un asesinato, tenía miedo y no quería estar aquí, no sabía cómo aceptó ser parte de esto. Su señora nunca había sido así, pero Nuru aparentaba ser un caso aparte, la mujer no parecía tener escrúpulos a la hora de complacer a su señora.
—Tranquila Nuru —intervino Selene, también un poco alarmada por la reacción de la otra mujer, pero lo ocultó—, él hablará, ¿no? —él asintió.
—A mí no me envió ni Augusto ni Julia —dijo—, a mí me envió mi salvador y solo le estoy haciendo un favor a él. Le debo todo y cuando me pidió que la vigilara, yo acepté con el mayor honor.
—¿Tu salvador te envió a vigilarme? ¿Y quién es? —preguntó ya más enojada, Nuru volvió a acercar el cuchillo, pero esta vez el sirviente no se alarmó.
—Sí, me envió a vigilarla y protegerla —aseguró, parecía casi feliz.
—¡¿Quién hizo tal cosa?! —exclamó evidentemente harta.
Se casó para poder ser libre y que nadie más pueda controlarla, que ningún romano pueda estar cerniéndose sobre ella y midiendo cada uno de sus pasos, asfixiándola y sintiendo que la muerte le respiraba en la nuca a cada segundo.
—Fue Alejandro, su hermano me envió aquí —dijo tranquilo.
—¿Qué? —balbuceó, mientras todo se derrumbaba en su interior.
Darius desde pequeño supo que su vida no iba a ser fácil y lo fue comprobando al pasar los años. Nació en una familia campesina romana, de las más pobres y castigadas. Sus padres y hermanos mayores trabajaban de sol a sol para conseguir aunque sea unos denarios al menos, algo que claramente no alcanzaba. Se fue a dormir más noches con hambre que las que comió y no había ilusión de mejorar. Su madre murió dando a luz, al igual que lo hizo su hermanito unas horas después, al día de hoy Darius era el menor de la familia y no porque fuera el último en nacer, sino porque aún estaba vivo, varios de sus hermanos menores murieron al no comer lo suficiente. Al quedar su padre solo, lo vio mucho menos, ya que tenía que trabajar el doble, al menos sus hermanos mayores ayudaban.
Un día llegó su tío y como Darius aún no trabajaba en el campo porque no tenía fuerzas para cargar las cosechas, éste le dijo que también debía ayudar a la familia. Fue él quien le enseñó a robar, siempre pequeñas cosas y ciudadanos que estaban distraídos y que la pérdida de ese dinero no les afectaría; Darius siempre fue rápido y escurridizo, eso lo ayudó bastante y se sintió bien poder contribuir con su familia.
No recuerda si ese día le había rezado a los dioses, tal vez lo hizo, no lo recuerda pero lo que sí recuerda fue que ese día su vida cambió para siempre, aunque en ese momento no lo imaginó. Había salido dispuesto a ir a la ciudad para robar algunas monedas, pero dos personas llamaron su atención, lloraban frente a la tumba de alguien, pero cuando se percataron de su presencia, él se asustó y huyó. Sin embargo, su curiosidad fue más grande y volvió para observarlos, él también había perdido a su madre y lloró mucho los siguientes días, pero luego supo que ese dolor no le daría de comer. Así que aceptó que estaba muerta y siguió, nunca fue a visitar su tumba, ni siquiera creía que tenía una, lo encontraba inútil y solo era una pérdida de tiempo, ya que podía utilizar esos momentos para robar, visitar la tumba de su madre no le daría de comer. Pero estas personas lloraban y seguían sufriendo por su familiar, supuso que era algo de ricos, así que los observó. Se perdió en sus pensamientos hasta que uno de los jóvenes se le acercó y le entregó comida, Darius quedó paralizado del susto y mucho más cuando el desconocido se acercó para hablarle: "Si quieres más de esto, ve mañana a primera hora a la tienda de telas de Marco Tulio Salinator". No dijo nada más, solo sonrió y siguió su camino de regreso a la ciudad, dejando a la mujer aún llorando en la tumba*.
Fue ahí cuando todo empezó, no solo conoció a un amable hombre mayor que siempre le ofrecía comida y refugio, que le mostró seguridad y compasión como lo fue el vendedor de telas, sino que también conoció a Alejandro. Un antiguo príncipe egipcio, quien le prometió que nunca le faltaría nada a él ni a su familia, si prometía que lo ayudaría. Darius pensó que era una broma o que le pedirían hacer cosas atroces, pero estaba muy lejos de la realidad, solo tenía que vigilar a una mujer que vivía en el palacio del Emperador. La joven no salía mucho, pero cuando lo hacía siempre era acompañada por otras mujeres y por varios guardias. Darius siempre iba al final del día a contarle al vendedor de telas, Marco Tulio, éste le agradecía y le comunicaba que se lo informaría a Alejandro, luego le daba comida para su familia.
Pero un día volvió a ver a Alejandro, el joven había vuelto del ejército y tenía otra misión para él, esa fue la primera vez que estuvo cerca de Selene. La tarea era sencilla, solo debía robarle algo y llamar su atención, de ese modo la joven lo seguiría, pero Alejandro le advirtió que debía ser algo de valor sino no funcionaría. Terminó robándole la misma carta que Alejandro le había dado** y luego corrió, Selene lo siguió. El camino ya estaba trazado, además conocía la ciudad y todos sus recovecos como la palma de su mano, así que no fue difícil evadir todo, sin embargo debía asegurarse que ella lo siguiera. Cuando llegó al final de su camino, Alejandro lo estaba esperando, Darius le entregó la carta y el otro algunas monedas, "Bien hecho, ve a casa ahora y disfruta a tu familia, que yo quiero abrazar a la mía". Ese día, Darius se marchó y no fue testigo del reencuentro de los hermanos, pero luego Alejandro lo visitó y le volvió a agradecer, se notaba feliz.
Durante los años siguientes, su trabajo siguió siendo el mismo, vigilarla y avisar cualquier anomalía. Hasta que hace casi un año, Alejandro se presentó en su casa, ya era como uno más de su familia, todos lo consideraban su benefactor, porque gracias a él ahora vivían mejor.
—Lo que te pediré es un favor, nunca te obligaría porque será difícil y puedes decir que no, no me enojaré si te niegas, tampoco quiero que te sientas obligado —comenzó Alejandro.
—¿Qué es? —interrogó Darius, ya había crecido y ahora rondaba la misma edad que tenía Alejandro cuando lo conoció.
Su salvador pareció dudar un poco, como si no estaba seguro de decirlo o no, pero Darius insistió.
—Mi hermana se casará en unos meses y se marchará a Numidia con su esposo —dijo con seriedad—, estará lejos de Augusto, pero también de Marco Tulio, él ya no podrá vigilarla.
—Y quieres que yo la vigile —completó Darius, Alejandro permaneció callado—, quieres que sea yo quien viaje a Numidia y la vigile —aclaró, dándose cuenta de lo que estaba pidiendo.
—Nunca te obligaré a nada —contestó enseguida el egipcio—. Viajar a Numidia implicaría abandonar toda tu vida aquí, a toda tu familia y no te obligaré a hacerlo.
Darius miró a su familia, su padre aún no estaba tan viejo, seguía trabajando pero ahora en algo mucho más tranquilo y no en el campo sino que con Marco Tulio vendiendo telas; sus hermanos ya habían formado su propia familia y se habían marchado, cada uno comenzando su propia vida.
—¿Mi padre? —interrogó, era lo único que le preocupaba.
—A tu padre nunca le faltará nada, te lo prometí cuando eras un niño —aseguró el egipcio.
Darius lo sabía, Alejandro era como un hermano mayor que lo protegería siempre, tal vez era hora de que él también creciera y haga su propia vida, y quien sabe, tal vez su futuro estaba en Numidia.
—Acepto, cuidaré a la señora Selene como si fuera mi propia hermana —aseguró y Alejandro sonrió, sabía que lo haría.
—Y por eso estoy aquí, mi señora —terminó Darius de relatar toda su historia.
Las tres mujeres lo miraban sorprendidas, incluso Nuru ya no sostenía la navaja en su cuello, sino que estaba junto a su señora atenta y escuchando.
—Su hermano la ama, es lo más preciado para él, nunca la dejará sola aunque esté lejos y por eso me envió aquí —continuó Darius—. No debí mentir, pero tampoco quería ser descubierto y arrojado del barco —expresó con culpa—. Mi señora, el día que acepté, usted se convirtió en parte de mi familia y si me permite, entregaré mi vida para protegerla porque sé que Alejandro haría lo mismo por la mía —respiró profundo—. Solo permítame permanecer a su lado y protegerla, como lo he hecho durante años, le juro que no la defraudaré.
Tanto Nuru como Yanira miraron a su señora, expectantes de sus palabras, Selene pareció meditarlo por unos segundos, hasta que obligó a que el joven se pusiera de pie, ya que estaba arrodillado.
—A partir de hoy, te pediré que confíes en mí como yo lo haré en ti —comenzó la reina, luego miró a las dos mujeres—. Juntos, tendremos que permanecer juntos para sobrevivir porque vendrán tiempos difíciles.
Fue en ese momento que algo cambió, donde el cuarteto reunido fue consciente que podían confiar los unos en los otros.
*Esta escena está narrada desde la perspectiva de Darius, pero sucede en el capítulo 09 titulado "Despedidas".
**Esta escena está narrada desde la perspectiva de Darius, pero sucede en el capítulo 17 titulado "Los hermanos sean unidos".
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