
49: Nuevo rumbo
Ciudad de Capua, capital de la región de Campania, 03 de julio del año 20 a.C.
Había caído la noche y los sorprendió en la ciudad de Capua, por más que tuvieran una guardia no era seguro continuar. Apenas habían recorrido la mitad del camino, todavía les llevaría un día más llegar al Puerto de Bríndisi y de ahí, subir a una embarcación hasta Numidia. Por lo tanto, el viaje era aún demasiado largo y no valía la pena continuar de noche debido a la inseguridad, así que decidieron detenerse y buscar un lugar para descansar.
Selene suspiró de alivio cuando finalmente pudo descender del carro, estaba cansada de estar sentada y sus piernas se encontraban un poco entumecidas de no haberlas movido por mucho tiempo. Así que cuando pisó el suelo, sonrió.
—Señora, su habitación ya está lista en la mansio —dijo Baldo interrumpiendo su tranquilidad—, su sirviente más leal y cercano estará en el mismo lugar. Sin embargo, la servidumbre restante pasará la noche en la tabernae —finalizó.
Ella observó a quien era la mano derecha de Juba, su consejero personal y más fiel, quien siempre daba su opinión sin temor y el más cercano al rey. Selene sabía perfectamente que no era del agrado del hombre, podía notarlo y por ahora la tenía sin cuidado, pero internamente sabía que debía mantenerse alerta y no descuidarlo. Baldo tenía el cargo más importante de todo el reino después de Juba y ella podía ser la nueva reina, pero sabía que tenía un camino muy difícil por delante si decidía inmiscuirse en los manejos políticos, ya que el primero en alzar la voz sería a quien tenía delante.
—Gracias —respondió, no iniciaría una guerra con este hombre, aún; así que se mantendría amable—, pero quisiera saber por qué nuestros sirvientes están en hospedajes distintos entre sí. ¿No sería mejor permanecer todos unidos?
Las mansio eran un establecimiento oficial, es decir, que era el propio Imperio quien las mantenía y servía para hospedarse para todos aquellos viajeros de la clase más alta, como funcionarios o patricios con alto poder adquisitivo, que circulaban por la vía y necesitaban descansar. Por lo tanto, tenían muchas habitaciones, la mejor atención, comedores e incluso baños termales. En cambio, las tabernae, no eran para las clases sociales más bajas porque eso eran las cauponae*, pero claramente no tenían demasiados lujos. Eran paradas para pasar la noche y descansar, y luego, se podía ingerir algo de comida antes de continuar el viaje, pero hasta ahí nomás.
—Ellos son sirvientes y nosotros no, merecemos tratos diferentes —respondió él con total calma.
Selene estaba a punto de responderle, solo para hacerlo enojar, pero en ese preciso momento apareció su esposo.
—¿Qué sucede? —interrogó sospechoso, notaba que el ambiente entre los dos no estaba muy animado.
—Su esposa quería saber por qué nosotros dormiremos en la mansio y los esclavos en las tabernae —respondió antes de que Selene pudiera hacerlo.
Incluso ella pudo detectar una leve molestia en el tono al mencionar su título de esposa, ni siquiera la consideraba su reina. Selene sonrió internamente con cansancio, realmente tendría que librar una guerra con Baldo.
—No había más lugar —expresó Juba con seriedad, mirando a la única mujer—. Incluso los soldados no entraban en la tabernae, así que tendrán que pasar la noche en la mutatio** —agregó—. ¿Alguna inquietud más o ya está? —finalizó con cansancio.
—Ya está, no te preocupes —contestó ella de igual forma—. Solo quiero ir a descansar porque presiento que el viaje que nos espera será muy largo.
—Sí, será muy largo —respondió Juba.
Ambos sabían que no estaban hablando del viaje en sí, sino del resto de su vida y de todo lo que les estaba esperando en su matrimonio; los dos tan hartos de todos como si hubieran estado casados hace veinte años y no hace apenas una semana.
Esa noche, mientras Selene descansaba en la cómoda cama esperó casi con miedo a que Juba apareciera de un momento a otro, pero nunca lo hizo, sino que terminó durmiendo en otra habitación. Los dos permanecieron solos y alejados, casi como un vaticinio de lo que sería su matrimonio.
Roma, Palacio del Emperador, 04 de julio del año 20 a.C.
Livia observa a su hijastra, quien está llorando y con los nervios a flor de piel, apareció apenas había amanecido y soltó todo lo que la estaba atormentando sin detenerse ni siquiera para respirar y luego, lloró y lloró, como si derramar lágrimas solucionaría el problema en el que estaba metida.
—Eres una estúpida —dijo finalmente la Emperatriz, liberando ese sentimiento que hace años quiso verbalizar, pero debía guardar las apariencias.
La más joven la mira sorprendida, vino aquí buscando consuelo y una solución, no que su madrastra la trate de esa forma. Livia siempre había sido amorosa con ella, no entendía qué cambió.
—¿Qué? —interrogó escéptica.
La mayor la fulmina con la mirada, hay dureza ahí, un juzgamiento que antes no estaba o que tal vez nunca lo notó.
—Eres una estúpida —repitió—. ¿Cómo fuiste tan estúpida para quedar embarazada de un esclavo? —interrogó con dureza—. ¿Qué va a pasar cuando tu esposo se entere? O peor aún, ¿qué dirá tu padre?
Julia detiene su llanto, sabe que está en un problema demasiado profundo y le costará salir, pero le duele incluso que Livia la esté retando ya que pensó que sería la única que le tendería una mano. Se siente tan sola y abandonada, sabe que es su final si sus aventuras salen a la luz, será repudiada no solo por su marido sino por toda la sociedad, será una adúltera y será humillada. No está segura cómo reaccionará su padre, es el Emperador y debe brindar el ejemplo, pero ella también es su única y adorada hija; su última esperanza es que él la respalde o que el castigo no sea demasiado duro.
—Me equivoqué, lo sé —balbuceó—. Por favor ayúdame, no quiero ser repudiada —más lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. No quiero terminar exiliada como mi madre —termina otra vez llorando.
Cuando su madre y su padre se divorciaron, para que él pudiera casarse con Livia, su madre tuvo que irse. No podían coexistir dos emperatrices en el palacio, así que Augusto apartó a Escribonia, la madre de Julia, de todos los sectores sociales y políticos, la alejó lentamente hasta que la mayoría de la sociedad la olvidó. Ahora vivía lejos, viajaba demasiado alegando que quería conocer todo el Imperio, pero casi nadie la veía, era invisible; incluso Julia la visitaba una vez al año con mucha suerte, no tenían mucha relación. No quería ser olvidada, no quería esa vida miserable para ella.
—¿Hay posibilidades de que a ese niño lo hagamos pasar como hijo de Agripa? —interrogó Livia ya cansada.
Más lágrimas cayeron por el rostro de Julia y negó derrotada.
—No he tenido relaciones con Agripa desde que nació nuestro hijo, el pequeño Gayo César —explicó derrotada.
—¡Estúpida! —gritó Livia totalmente furiosa, para acto seguido voltearle la cara de un cachetazo—. ¿Quién es el padre? —interrogó ya sin una pizca de paciencia.
Julia aún intentaba recomponerse del golpe, intentando asimilar como la siempre tranquila Livia se había convertido en esto.
—¿Quién es el padre? —volvió a preguntar.
—Yo- yo no lo sé —susurró temblorosa y con la mano en su mejilla—. Me acosté con varios y sinceramente no estoy segura.
—¿Qué tan estúpida eres? ¿Cómo no vas a saberlo? —dijo horrorizada—. ¿Qué clase de puta eres? Una prostituta que se acuesta con cualquiera que le dedique una mirada agradable. ¿Qué tan bajo has caído? —musitó desconcertada.
—¡No lo soy! —exclamó ella enfadada—. Solo seguí tu consejo de disfrutar la vida, pero sigo siendo una dama decente y respetable de esta sociedad.
Livia la miró de forma burlona, no dando crédito a lo que estaba escuchando.
—¿Las damas decentes tienen hijos con los esclavos? —dijo, pero no esperó una respuesta—. Y yo nunca te aconsejé eso, solo que te atrevieras una sola vez, pero que luego seas fiel a tu marido y no que te conviertas en una puta. Así que no intentes culparme a mí de tu indecencia —amenazó la Emperatriz. Julia volvió a llorar.
—Lo siento —murmuró entre sollozos—, pero me gustó tanto. Ser deseada, tocada con pasión y en lugares que nunca pensé que harían que gritara de placer, me agradó. Se volvió como una adicción de la que no podía parar, eran hombres jóvenes y bellos, mientras que en mi cama me esperaba el viejo y aburrido de Agripa. No pude parar —estalló otra vez en llanto.
Livia la miró asqueada, Julia se había acostado con esclavos y personas que eran de un nivel más bajo y le había gustado, era una cualquiera.
—Eso hacen las meretrices —escupió.
Julia alzó la mirada y estaba claramente horrorizada, no, ella no era eso. Meretriz solo eran las que cobraban por el sexo, gente pobre.
—No lo soy —respondió segura.
—Tus actos dicen lo contrario —continuó Livia.
—Solo lo hice para probar y para vengarme de Agripa, pero te juro que no se repetirá —aseguró con seriedad—. Si me ayudas a salir de este problema sin que nadie se entere, te juro que estaré en deuda contigo siempre y volveré a ser la de siempre —expresó—. Por favor ayúdame, eres mi única opción —imploró, sería capaz de humillarse si era necesario.
Livia permaneció en silencio, pensando qué decisión tomar, cuál sería la más acertada. Mientras Julia estaba dispuesta hasta arrastrarse, necesitaba encontrar una salida.
—Es un problema muy grande —murmuró Livia.
—Por favor —volvió a suplicar—. Haré lo que quieras —imploró.
Eso pareció surtir algún efecto o tal vez, fue lo que Livia siempre quiso.
—Está bien —dijo, mientras Julia sonreía emocionada—, pero tendrás qué hacer todo lo que yo te diga, sin discusión.
—Sí, lo haré, gracias —respondió emocionada.
—No —alegó severa, mientras la clavaba con su mirada—. Nada de estupideces, esto es necesario. Harás todo lo que te diga al pie de la letra y no te quejarás de absolutamente nada, porque si no te juro que me olvido de ti y tendrás que solucionarlo sola —amenazó.
Julia asintió, ya mucho más seria y comprendiendo que esto era realmente complicado, ambas se estaban jugando la vida.
—Lo juro, haré todo lo que me digas de ahora en adelante —prometió y Livia pareció tranquilizarse.
—¿Alguien más lo sabe? —inquirió la Emperatriz—. ¿Sirviente? ¿El padre? —continuó presionando.
Julia pensó en Selene, no tenía ni idea de cómo esa egipcia se había enterado, pero lo había hecho. Eso significaba que seguramente alguien le contó, por lo tanto había otras personas que conocían su secreto. Sin embargo, esa maldita le había prometido no decir nada si Julia hacía lo mismo y por primera vez en su vida, ella le creyó y sabía que no rompería su palabra.
—No, nadie más lo sabe —aseguró con total tranquilidad.
—Está bien —aceptó Livia su respuesta.
Cuando Julia abandonó la habitación de la Emperatriz ya mucho más calmada, la mujer sonrió y se miró al espejo. Su plan estaba dando resultado, ahora Julia la necesitaba y solo ella podía ayudarla, esto solo era el comienzo, la joven terminaría en sus manos y ella la destruiría hasta conseguir que su propio padre la odie.
—Empezó tu final, mi querida hijastra —soltó con burla.
Ciudad de Capua, capital de la región de Campania, 04 de julio del año 20 a.C.
Desayunaba completamente sola en el comedor, no había nadie. Yanira había ido a buscar a Nuru a la tabernae en la que había pasado la noche, para que así las dos puedan guardar las cosas de su señora, subirlas al carro y que estuvieran listas a la hora de partir. Juba y Baldo se habían levantado mucho más temprano, así que ni siquiera lo había visto y después nadie más. Lo que demostraba que Juba mintió al decir que la mansio había estado llena, ya que claramente ella era la única aquí.
—¿Desea algo más, mi señora? —interrogó el mansionarius, quien era el gerente de dicho lugar.
—No, gracias —respondió.
—Con su permiso entonces —murmuró, mientras se daba vuelta.
Pero Selene estaba demasiado aburrida, el día de ayer lo había pasado sobre un carro y en compañía de Yanira, la joven era agradable, pero llega un momento en que ya no hay temas de conversación y sumado que al ser su sirvienta la veía todos los días... se volvía demasiado aburrido. Y de solo imaginar que hoy sería completamente igual, no tendría interacción con otra persona y de solo imaginárselo, ya se estaba deprimiendo.
—Disculpe —lo llamó, haciendo que el hombre que tenía alrededor de unos cincuenta, se detuviese—, solo tenía curiosidad de saber por qué hay tantos legionarios en este lugar, casi la misma cantidad que habitantes. Pensé que era una ciudad comercial, ¿acaso hay un cuartel aquí?
El hombre la miró sorprendido, generalmente los viajeros no querían hablar y mucho menos quienes venían a las mansio, ya que al ser de clase alta se consideraban superiores y lo veían como un simple sirviente.
—Fue una ciudad muy comercial históricamente y estuvo dentro de las más importantes después de Roma —comenzó el hombre—, pero también fue muy conflictiva. Un territorio disputado por muchos pueblos y a pesar de que hace tiempo está bajo poder romano, las últimas décadas no estuvieron exentas de conflictos.
—¿Conflictos? ¿Cómo cuáles? —preguntó interesada.
El hombre miró a su alrededor, no quería ser escuchado, pero claramente el comedor estaba muy silencioso, no había nadie cerca. Aún así, bajó el tono de su voz la siguiente vez que habló.
—Hace como cinco décadas atrás, en esta ciudad comenzó la rebelión del esclavo Espartaco —dijo, ese era un tema tabú. No se hablaba de cómo el Imperio casi pierde contra un simple gladiador y sus seguidores—. Y hace poco, también se estableció el cuartel general de los legionarios aquí, cuando fue la batalla contra Marco Antonio y la reina egipcia —continuó.
Selene respiró profundo, la guerra en la que sus padres murieron y ella perdió todo lo que conocía. Así que este lugar había sido uno de los centros de comandos del Emperador, uno de los lugares que ayudó a la caída de su hogar.
—Terminada la guerra se fundó una nueva colonia y se asentaron más personas, pero el cuartel permaneció —expresó el hombre—. Pero es una ciudad muy bella, si tiene tiempo de recorrerla, estoy seguro que le encantará —dijo ya más contento—. Ahora sí, si me disculpa debo continuar trabajando —finalizó.
—Claro, no lo retengo más —respondió.
El hombre hizo una breve inclinación y se marchó. Ella permaneció pensativa, este lugar ayudó a destruir a su madre, pero también fue la cuna de la rebelión más grande de esclavos hasta ahora conocida. Espartaco había fracasado, pero demostró que un hombre de la clase más baja, casi considerado como un animal por ser un gladiador, había logrado infundir suficiente miedo al Imperio más grande. Tal vez nada era tan imposible.
Estancia de la familia Imperial en el Lacio, 05 de julio del año 20 a.C.
Julia se estaba retorciendo de dolor, mientras el médico personal de Livia le pasaba un paño mojado por el rostro, para intentar aliviarla. Pero todos sabían que no había forma, era algo que tenía que suceder, era la única forma.
Livia se dio media vuelta y salió de la habitación, no tenía nada qué hacer ahí, además tampoco quería presenciar la escena, ya demasiado con lo que estaba haciendo. El plan había sido sencillo, convenció a Augusto que tanto ella como Julia necesitaban salir a un pequeño viaje para relajarse y también, para intentar conversar con su hijastra sobre su matrimonio. El Emperador sabiendo que la pareja no estaba pasando por su mejor momento y siendo consciente de la relación tirante que Julia y Agripa tenían, aceptó, creyendo que su esposa lograría convencer a la joven para que cambie su actitud hacia el hombre mayor. Por tal motivo, habían llegado a la estancia familiar, donde ya las estaba esperando el médico, todo en un absoluto silencio profesional.
—Lo peor ya ha pasado —dijo el médico mientras salía de la habitación—. La señora Julia está descansando en este momento, seguramente tendrá algunos dolores los próximos días y sangrará un poco, es normal. Pero le aseguro que ya no está más embarazada —finalizó el médico.
—Ese té hace maravillas —musitó Livia—. No es necesario que le recuerde sobre guardar el secreto, ¿verdad?
—Tranquila, mi señora —respondió—. Solo le soy fiel a usted y contará con mi silencio eterno.
—Gracias —dijo ella—, puede ir a descansar —finalizó agradecida.
—Un placer, estaré en la habitación de invitados, pero puede llamarme ante cualquier eventualidad —expresó para luego desaparecer.
—Prepara el mejor almuerzo, hoy ha sido un gran día —dijo Livia a su esclava personal y mayor confidente—. La estúpida de mi hijastra se acaba de enterrar ella sola y me ha dado la pala a mí, solo que aún no lo sabe y cuando lo sepa, será demasiado tarde —terminó riendo de felicidad.
Puerto de Bríndisi, al sur de la península itálica, 06 de julio del año 20 a.C.
El viento sopló y meció sus cabellos oscuros, Selene respiró y sintió ese olorcito inconfundible que tenía el agua de mar. Por fin habían llegado al puerto, ya no volvería a subirse al carro por varios días, ahora tocaba enfrentar el agua.
—Vamos, muévanse —gritaba Baldo, mientras apuraba a los sirvientes.
—Tal vez debamos subir, mi señora —susurró Yanira a su lado, quien observaba temerosa el monstruo que surcaba los mares.
—Sí, solo dame un momento —musitó Selene, mirando todo a su alrededor, pero no prestando atención a las personas que subían y bajaban de la embarcación cargando sus pertenencias, sino que miró el majestuoso paisaje. Sonrió—. Vamos —dijo después de unos minutos.
Ambas subieron y se acomodaron a un costado, todavía con vista al puerto. Si bien sabía que era imposible, Selene esperaba ver aparecer a su hermano para despedirse, pero no sucedió, Alejandro estaba a kilómetros de aquí y recién en octubre tendría unos meses de descanso como legionario.
Luego observó como Nuru ayudaba a otro sirviente, quien se había resbalado por la rampa y casi perdía todas las pertenencias que estaba cargando. Selene pensó en Nuru y cómo a ella también le cambiaría la vida a partir de ahora.
Habían estado cerca de una hora, pero finalmente cuando el sol estaba en lo más alto, se escucharon unos gritos y la embarcación finalmente se puso en marcha. El puerto de Bríndisi, tan concurrido y atestado de personas, ahora solo era un pequeño punto en el horizonte casi invisible y cuando Selene volteó el rostro hacia la dirección en la que zarparon, solo encontró agua y más agua. Ya no harían más paradas, el tramo final del viaje había comenzado y tenía un único destino: el reino de Numidia, donde iniciaría su nueva vida y su legado como reina, algo que nunca debieron quitarle.
*Cauponae: Este era el nombre de un alojamiento/tiendas donde se ofrecía vino y comida ya lista para servir o lugares de entretenimiento. La comida que se ofrecía solía ser fría, a base de quesos o embutidos, y vino para beber. Como, generalmente, no había mesas ni sillas, había que comer en la barra. Eran conocidas porque las camareras estaban adornadas con joyas y los clientes intentaban conquistarlas. Por lo general, las cauponae estaban dedicadas a viajeros de pocos recursos, siendo frecuentadas habitualmente por ladrones y prostitutas, por lo que no estaba bien visto que una persona de buena posición parase en ellas.
**Mutatio: Era una parada o establecimiento en una calzada romana, para descansar y dar servicio a los animales que se utilizaban como transporte. Eran el lugar para cambiar de caballos y tomar otros de refresco, así como para efectuar las reparaciones necesarias en el vehículo. Se hallaban cada 20-30 kilómetros. En estos complejos, el conductor podía adquirir los servicios para ajustar las ruedas, el carro, conseguir medicinas o un veterinario para sus animales, dar descanso o para el cambio de caballerías.
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