47: El último banquete a lo romano
Roma, Palacio del Emperador, 27 de junio del año 20 a.C.
No solía existir la privacidad en Roma en cuestiones sanitarias, por eso existían los baños públicos, no había pudor o vergüenza a la hora de bañarse o hacer sus necesidades fisiológicas rodeado de extraños. Sin embargo, podrían existir algunas excepciones más ligadas a las familias patricias de más alto rango o a la familia imperial y una pareja recién casada entraba en esta categoría, más si uno de los contrayentes era un rey aliado.
Marcela cuando entró a la habitación de la flamante pareja, encontró la cama vacía, aunque ya sospechaba que sería así. Por tal motivo, fue a la pieza continúa que fungía como una especie de baño privado, para encontrar a Selene completamente sola.
Al principio, la joven romana no había querido molestar a la pareja muy temprano, pero estaba nerviosa de lo que podía haber sucedido en esa noche de bodas después de cómo había encontrado a Selene el día de ayer. Pero temiendo interrumpir una posible reconciliación, no molestó muy temprano, pero todas sus alarmas se encendieron cuando una muy silenciosa y tímida Yanira, se había acercado a ella cuando estaba sola y le contó que el Rey numidio no había pasado la noche en la habitación, sino que se había ido rápidamente y nunca volvió, y que Selene tampoco había salido.
Marcela la miró estupefacta y totalmente horrorizada y preocupada.
—¿Alguien sabe esto? —interrogó—. ¿Alguien se dio cuenta que no durmieron juntos?
Para su alivio temporal, Yanira negó con la cabeza.
—Es mi deber cuidar a mi señora, así que estuve montando guardia toda la noche —comenzó—. Nadie quiso molestar a la reciente pareja, así que se mantuvieron alejados. Solo yo vi al Rey deslizarse silenciosamente en la oscura noche y no volver.
—Es mejor así, nadie debe enterarse. Comentarios malintencionados podrían arruinar la reputación de Selene y este no es un buen momento —agregó Marcela, sabiendo que las habladurías podrían destruir esta paz tan tambaleante.
—Lo sé, por eso vine a contárselo a usted. Después de lo de ayer —Yanira pareció dudar, no sabía cómo poner en palabras el colapso de su señora sin sonar grosera u ofender—, pero estoy preocupada por mi señora —finalizó.
Y así fue como las dos fueron directo y sin demorarse a la habitación de la supuestamente feliz pareja. Sin embargo, de feliz no tenía nada.
Marcela se contuvo de soltar cualquier comentario, sabía que este no era momento para iniciar una conversación, la fragilidad estaba flotando demasiado en el aire. Así que solo caminó hasta donde se encontraba su amiga Selene, sentada en la pequeña piscina privada, rodillas al pecho y la mirada perdida.
—Selene —susurró angustiada cuando se arrodillaba a su lado y con una preocupación evidente, la cual aumentó más cuando su mano tocó la fría piel del brazo de la otra mujer.
Ante la sorpresa, rápidamente tocó el agua de la piscina y la alejó inmediatamente, estaba helada.
—¡Yanira! —gritó a la sirvienta que la había acompañado, quien no se atrevió a alejarse de la puerta, pero se acercó inmediatamente.
—¿Señora? —interrogó temerosa, mientras miraba a la joven recién casada, quien tenía la mirada perdida en la blanca pared y no parecía haber notado la presencia de ninguna de las otras dos.
—Trae agua caliente, ésta está helada —dijo Marcela—. Y que sea rápido —agregó.
Yanira asintió y abandonó el lugar para cumplir con su misión, recién cuando recorría los pasillos para buscar agua caliente, fue consciente no solo de la desnudez de Selene, sino también de su extrema palidez y sus labios tan azules. Seguramente estuvo mucho tiempo sentada en esa agua fría, perdida en su propia mente.
Mientras tanto, Marcela intentó sacar a su amiga del agua fría, pero no estaba colaborando y a ella le costaba mucho esfuerzo, más con su embarazo que le quitaba más fuerzas.
—Vamos Selene —insistió suavemente, pero no hubo caso.
Sin embargo, las palabras parecieron surtir un efecto, al menos para sacar a la joven egipcia de su aislamiento. Selene miró a Marcela, a su única amiga y con quien había compartido buenos y malos momentos, verla ahora y en este momento a su lado, cuando no veía un futuro por delante y solo se imaginaba desolación; la quebró.
Las primeras lágrimas no tardaron tanto y el ruido salió desde su garganta, un sollozo rompiendo su silencio mortal, luego solo se tiró a los brazos de su amiga y lloró con fuerza. Marcela se recompuso de la sorpresa bastante rápido, evidentemente no podría sacarla del agua, así que hizo varios movimientos hasta que ella también terminó sentada en el agua fría. Esto definitivamente no era bueno para la salud de ninguna de las dos, pero eso no era lo más importante ahora.
Podría haberle dicho que "todo estaría bien", que "la situación mejoraría" y que "viviría muy feliz con su esposo", sin embargo Marcela no quiso mentirle porque sinceramente no tenía la seguridad de que sería así. Entonces, no dijo nada, solo se quedó a su lado, ambas sentadas en el agua fría, abrazadas, mientras Selene lloraba por su pasado, su presente y futuro. Su destino parecía marcado por la tristeza que una y otra vez golpeaba a su puerta y ella no podía evitar que entrara, a pesar de cerrarla con fuerza.
El tiempo siguió pasando, aunque para ellas se había detenido, ya no había vuelta atrás pero tampoco había esperanzas de algo bueno que estuviera viniendo. Solo estaba ahí.
Marcela pasa reiteradamente el peine por el cabello húmedo de Selene, quien ha permanecido en silencio después del colapso emocional sufrido hace poco. Ya vestida y sentada frente al espejo, permanece distante e inmóvil, mientras Marcela continúa con su labor de peinado.
—El divorcio sigue siendo una posibilidad —susurró la romana, sin dejar lo que estaba haciendo.
El divorcio todavía estaba sobre la mesa, la oportunidad para que Selene se salve de un matrimonio que claramente le estaba causando demasiado dolor. Obviamente tendría que ser fuerte y enfrentar todas las repercusiones que esto ocasionaría, ya que si bien el divorcio no era ilegal, las mujeres siempre tenían todas las de perder, no solo económicamente sino que socialmente también. Además, la situación de su amiga era aún peor porque seguiría bajo la tutela del Emperador y justamente, el objetivo del matrimonio siempre había sido librarse de ese control.
El cambio fue mínimo pero tan radical, en cuestión de segundos una mirada feroz la anclaba a través del espejo y Marcela se sorprendió, quedándose completamente quieta. Ésta no era la Selene que había tenido un ataque de ira antes de la boda, tampoco la que había llorado desconsoladamente, totalmente quebrada hace momentos atrás; ésta era otra.
—No me divorciaré hoy ni nunca —comenzó con una frialdad paralizante—. Me metí en este infierno para librarme de otro, pero esta vez tengo muchas más armas y te juro que sabré utilizarlas —continuó sin dudar en ningún momento—. Nadie volverá a pasarme por encima sin consecuencias, me convertiré en lo que siempre estuve destinada a ser.
Marcela no supo cómo responder, así que no lo hizo. No tenía ni idea cómo terminaría toda esta situación, pero al menos se alegraba que su amiga parecía tener un nuevo objetivo en su vida, por más triste que eso sonara.
—Señor, ¿dónde estuvo anoche? —interrogó Baldo a su rey.
Juba continuó arreglándose, no estaba de ánimos para esta conversación con su sirviente más fiel, aunque siendo sincero, no estaba con ánimos para nada y mucho menos para fingir ser un esposo feliz durante todo el almuerzo con el Emperador.
—Era mi noche de bodas, estuve con mi esposa y cumpliendo mis roles como un buen hombre —respondió, empujando la conversación hacia el terreno fácil y que le evitaría varios dolores de cabeza.
Baldo no era tonto, sabía descubrir la mentira, solo quería darle la oportunidad a su rey de ser sincero, pero parecía que tenía que sacarle la información a la fuerza. Se puso de pie y se acercó para ayudarlo con la toga que le estaba trayendo unos inconvenientes.
—Le estoy preguntando por el después, mi Señor —aclaró Baldo, dejándole en claro que sabía que mentía—. Se marchó de la habitación matrimonial y del palacio una vez consumado el matrimonio —prosiguió, mirando al rey a los ojos, una vez que su vestimenta estaba perfecta—. Así que, ¿a dónde fue?
Juba no contestó, quería a Baldo como a un padre, pero ahora le parecía realmente molesto con esa necesidad de meterse en cada paso que daba.
El hombre mayor miró al joven rey y supo que no obtendría una respuesta. ¡Maldita sea esa egipcia! Desde el día que se metió en sus vidas todo cambió, Juba había tenido ojos solo para ella y la prefería por sobre su reino, hasta que la consiguió, se casaron, pero ahora algo había sucedido y ese capricho febril parecía haberse roto. Necesitaba averiguarlo, no podían perder su reino por esa muchacha, su rey debía tomar las riendas pronto.
—No lo obligaré a que me lo diga, no importa porque ya lo sé —hace una pausa y observa la leve tensión en el Rey—. Solo le recuerdo que ahora es un Rey casado y si no planea divorciarse, será mejor que cuide las apariencias porque un solo rumor podría acabar con toda la reputación del matrimonio y eso mi Señor, no le conviene a nuestro reino en este momento, no cuando un solo paso en falso puede provocar una guerra —Juba permaneció callado, pero lo escuchaba atento—. Usted quiso casarse con esa mujer a pesar de que había mejores opciones en nuestro reino, fue por el camino difícil, ahora será mejor que lo camine con la cabeza bien alta y sin retroceder —finalizó con dureza.
Nunca le agradó la ex princesa egipcia, en su interior sabía que traería la desgracia a su reino, pero Juba se había encaprichado con ella y no pudo hacerlo retroceder. Entonces lo mejor ahora era que se hiciera cargo de todo y siguiera hacia adelante.
El más joven estuvo a punto de responder, pero unos golpes en la puerta lo interrumpieron. Estaba en la habitación de invitados que le habían asignado cuando llegó a Roma, ya que debía prepararse para el banquete nupcial final, que finalizaba con los festejos del matrimonio. Debido a todos los arreglos que tal celebración ameritaba, no hubo tiempo para trasladar sus pertenencias a la habitación matrimonial, ahora el Rey estaba agradecido de eso, ya que aún seguía pensando cuál sería su postura hacia su flamante esposa de aquí en adelante.
—Pase —ordenó.
La puerta se abrió lentamente y se pudo vislumbrar a la joven esclava de Selene, quien tenía la cabeza gacha y no lo miraba a los ojos.
—¿Qué quieres? —interrogó Baldo, no le gustaba la interrupción.
—Disculpe su majestad —pronunció tímidamente—, pero mi Señora ha solicitado su presencia en la habitación matrimonial, necesita dialogar con usted antes del banquete.
Ambos hombres observaron unos segundos a la nerviosa joven, hasta que Juba suspiró y se apiadó de ella.
—Está bien, dile que ya iré, puedes retirarte —ordenó.
Yanira asintió, nunca mirando a los ojos y tras unas disculpas, cerró la puerta y se marchó, dejando a los dos hombres solos como al principio.
—No hemos terminado de hablar —rompió Baldo el silencio. Juba lo miró.
—Sí, lo hemos hecho. Ahora debo ir con mi esposa —respondió caminando hacia la puerta.
—¿Harás todo lo que ella diga? ¿Este tipo de rey serás? —cuestionó su mano derecha bastante enfadado.
El hombre frenó, obviamente tocado por las palabras del otro, pero se lo tomó con calma, Baldo siempre pensaba en lo mejor para el reino y no quería que él se convirtiera en un hombre débil. Los débiles no servían para gobernar y Juba no permitiría que eso le pase a él, no perdería su reino como lo hizo su padre.
—Estoy siguiendo tu consejo —aclaró para calmar las aguas—. Tomé el camino difícil y estoy asumiendo las responsabilidades —finalizó, antes de desaparecer por la puerta.
Norte de Egipto, Legio III Cyrenaica
La noticia no había tardado en llegar, no habían estado tan lejos tampoco, así que ahora todo el campamento lo sabía. La Legión que escoltaba a Alair hasta Roma para ser juzgado por su traición, había sido atacada por ladrones durante la noche. La mayoría había muerto al ser tomados por sorpresa, ya que se encontraban durmiendo o borrachos, la resistencia había sido nula. Sin embargo, algunos tuvieron más suerte, solo los que se dieron cuenta que era una batalla perdida y huyeron para salvar sus vidas. Si era un acto cobarde o no, Plauciano no era quién para juzgarlos. Él solo era el Legatus de la Legio III Cyrenaica y recibió al único legionario que escapó de regreso a su territorio.
Cuando el agotado y aterrorizado hombre llegó, Plauciano lo escuchó y luego se encargó de que recibiera comida y descansara, mientras él tomaba a un pequeño grupo de sus hombres y se dirigía al lugar.
Solo encontró muerte, los cuerpos ya estaban siendo rodeados por cuervos y la imagen era desoladora.
—Recoge los cuerpos y lo comunicaremos a Roma —respondió, sabiendo que ningún hombre merecía quedar en el olvido, sino que su familia se hiciera cargo.
—Sí, mi Legatus —respondió su segundo al mando—. No encontraron el cuerpo del esclavo, ¿qué crees que sucedió con él? —interrogó luego.
Plauciano observó la vasta llanura que se extendía ante sus ojos y lo meditó.
—Los ladrones no toman prisioneros —fue lo único que respondió.
Y si no toman prisioneros, pero tampoco encontraron su cuerpo, solo quedaba una opción.
—Usted cree que escapó —pronunció.
—Yo no creo nada —respondió el Legatus rápidamente—, y usted tampoco debería creer nada. Ya le dije el otro día, si no estaba en nuestro territorio, ya no era nuestro problema, así que no quiera traerlo hacia nosotros —había casi un tono de amenaza o advertencia en su voz.
Luego el Legatus se marchó de regreso al campamento, mientras el resto recogía los cadáveres de los soldados muertos. El segundo al mando se quedó contemplando todo, ya no era su problema, tenía razón, así que debían olvidarse de él. Si alguien le llegara a preguntar, diría que murió en el encuentro con los ladrones.
Roma, Palacio del Emperador
Juba duda por un momento, no sabe si anunciar su presencia o no, pero luego recuerda que la misma Selene solicitó verlo y que después de todo ésta es su habitación matrimonial; así que entra.
Ella ya lo estaba esperando, sentada en el borde de la cama, demasiado seria con su stola de las matronas, aquel vestido que era una obligación llevar después de la boda como parte de la tradición. No sabe qué esperar de esta conversación, podría ser cualquier cosa, desde seguir en la mentira que está feliz con él o hasta pedirle el divorcio. Si es sincero consigo mismo, no está preparado para ninguna de las dos, no está preparado para absolutamente nada, así que solo esperará a ver qué quiere ella y tomará su decisión a partir de ahí.
—Te mandé a llamar porque considero necesario que tengamos una conversación antes del banquete —comenzó ella sin dejar que el silencio se alargase—. Es hora de terminar con la mentira, ambos no queríamos este matrimonio, pero estamos atrapados ahora.
Juba no arremetió enseguida,a pesar de que quería gritarle en la cara que ella era la única que no quería casarse, ella fingió una dulzura que nunca existió y él siempre fue sincero con su amor por ella; pero no lo hizo, sino que respiró profundo y se calmó antes de hablar.
—¿Y qué propones? —su voz salió seca y ella no parecía sorprendida, casi como si hubiera esperado eso.
—Que saquemos provecho de toda esta situación para nuestros propios intereses personales —respondió como si fuera obvio.
Él resopló e hizo una mueca burlona, pero fue breve, más producto de no haberse dado cuenta antes de la ambición de la mujer que era su flamante esposa.
—¿Y cuáles serían esos intereses? —interrogó, ya se estaba enojando un poco por la frialdad de su pareja.
Ella no parecía afectada por su cambio en el tono de voz o por su molestia que comenzaba a ser un poco evidente, sino que continuó sin problemas.
—El mío es alejarme de este lugar y el tuyo es tener una reina, ¿o me equivoco? —expresó, pero no esperó la confirmación—. Así que juguemos a la parejita feliz frente a los ojos de todos estos romanos hipócritas y luego, cuando estemos en Numidia cada uno se manejará solo.
—¿Y eso qué significa? —interrogó él.
Ella no parecía interesada en un divorcio, pero tampoco en intentarlo como pareja.
—Seré la reina que necesitas y cumpliré con mis obligaciones políticas y monárquicas, pero eso será todo —pronunció con dureza—. No tendremos ningún tipo de trato más allá de eso y tampoco cumpliremos con nuestras obligaciones maritales, viviremos bajo el mismo techo pero no compartiremos nada más.
Juba soltó una risa sin humor. Tenía ganas de preguntarle cómo pudo fingir tan bien, suponía que al haber cumplido su objetivo de casarse, ya no era necesario montar un espectáculo. Pero, ¿por qué parecía odiarlo tanto? ¿Al menos no podían intentar llevar adelante el matrimonio? Supuso que no obtendría una respuesta sincera o tal vez, tenía demasiado miedo a que fuera muy sincera, así que no preguntó.
—Está bien —aceptó, quería irse de aquí lo más rápido posible.
—Otra cosa —espetó, cortando su huida—. No me interesa a dónde fuiste anoche —él se tensó, no quería hablar de eso—, pero te lo mencioné hace años, cuando apenas nos conocíamos —continuó —. No soy la segunda de nadie, no toleraré rumores burlescos hacia mí, así que espero que cuides tus aventuras porque a mí no me mancharás —finalizó.
Y eso lo enojó, todo era un circo de apariencias para ella, nada era real. Lo suyo nunca lo fue. LLamaba hipócritas a otros, pero ella hacía lo mismo que criticaba en los demás.
—¿Y qué piensas hacer? —interrogó con burla, a punto de explotar—. ¿En qué me afectaría a mí? Si esos rumores comienzan a circular, te aseguro que no será mi imagen la que estará arruinada, sino la tuya. Así que dime, ¿por qué debería importarme lo que la sociedad piense de mi fría esposa?
Ella pareció sorprendida por su reacción, su postura no cambió demasiado, pero sus ojos lo miraron como si no hubiera esperado ese golpe. En el fondo tenía razón, ante rumores de una infidelidad, la mujer sería quien más saliera perjudicada y mucho más si se decía que había sido durante la misma noche de bodas, ya que todos estarían de acuerdo en que ni siquiera tenía la capacidad de complacer a su marido durante la primera noche. Entonces, no serviría como mujer ni esposa si su marido tenía que buscar en otras lo que ella no podía darle. Sería una humillación tremenda y seguramente nunca más lograría concertar otro matrimonio y terminaría bajo la tutela de Augusto por el resto de su vida. Al final, Selene tenía todas las de perder.
—Así que piensa bien las cosas antes de intentar manejarme, quién tiene la última palabra aquí soy yo, no olvides tu lugar —escupió con rencor.
Toda calma o control que había logrado mantener a raya, se cayó por un acantilado cuando esas palabras llegaron a los oídos de Selene. Estaba harta, se había prometido a sí misma que nadie más la volvería a pisotear y lucharía por eso hasta el fin de sus días.
Se puso de pie y lo miró con una superioridad que heló la sangre a Juba, pensó que ella se enfadaría, pero a cambio vio su sonrisa condescendiente.
—¿Eso crees? —interrogó con falsa preocupación—. Puede que tengas razón, la humillación sería pública y seguramente no volvería a conseguir casarme otra vez. Pero justamente porque no olvido mi lugar, sé que tú perderías más que yo —él frunció el ceño sin entender, pero sentía que ya había perdido esta pelea, como si estaría atrapado en una ratonera desde que entró en la habitación pero recién se daba cuenta ahora—. Soy la reina de Numidia desde que nos casamos y por tal motivo, sé que si lo nuestro termina en un divorcio, perderías toda credibilidad ante tu pueblo. El cual según las últimas informaciones no está nada contento contigo, no te quieren demasiado, ¿no? —Juba se mordió la lengua ante el revés que estaba sufriendo—. ¿Eres tan poco rey que no lograste durar ni siquiera un día con tu esposa? ¿Serás tan irresponsable con tus obligaciones políticas como lo fuiste con tu matrimonio? Estoy segura que eso se preguntarán y llegarán a una conclusión que no te gustará nada. Así que tal vez tú deberías recordar tu lugar y pensar mejor las cosas, ¿realmente estás dispuesto a perder todo tu reino? Porque te aseguro que aprovecharán el mínimo desliz para derrocarte.
Cuando Juba volvió a la habitación de invitados donde todavía se encontraba Baldo, el hombre aún estaba esperándolo.
—Tendremos una reina combativa, ¿no? —expresó.
Juba no preguntó cómo la sabía, hace muchos años había aprendido que su mano derecha parecía estar al tanto de todo aunque sean los mayores secretos.
—Esto recién comienza —contestó a cambio.
Selene podría haber ganado esta batalla, pero no estaba dispuesto a rendirse, no le dejaría el camino fácil.
Baldo suspiró derrotado, esto era justamente lo que no quería. Por eso, nunca le gustó la egipcia, pero él no se rendiría y no permitiría que esa niña con ínfulas de grandeza gobernara Numidia. No perderían su reino por una mujer, Baldo no lo permitiría, haría de todo para evitarlo.
Las voces se terminaron al instante cuando la flamante pareja ingresó a la habitación, la familia imperial y los amigos más íntimos ya estaban sentados en la mesa, esperando a los invitados de honor: los recién casados.
—¡Bienvenidos a la spotia*! —pronunció Augusto con alegría—. Ahora que ya está el rey Juba y su esposa, podemos comenzar a celebrar este banquete que justamente es para alabar su unión —finalizó levantando una copa de vino.
Selene continuó sonriendo, a pesar de estar consciente de la humillación que le estaba infringiendo Augusto, solo mencionarla como la esposa y ni siquiera ser digna de un nombre, era el trato cruel que utilizaba el hombre para burlarse de ella. Pero no pensaba demostrarle lo que la afectaba, si el Emperador pensaba que había ganado, Selene se aseguraría de dejarle en claro lo contrario.
—Gracias Augusto —contestó Juba—, para nosotros es un honor compartir este banquete con ustedes y también, poder unir lazos entre las familias —agregó.
Augusto sonrió, encantado de tener atado al rey de Numidia, era una forma de evitar cualquier tipo de independencia de ese territorio que siempre había sido tan conflictivo.
—Gracias Emperador —intervino Selene, pausando cualquier otra acción que estaban pensando hacer, ya que no era común que una mujer hablase si ya lo había hecho su marido—, como la nueva reina de Numidia, solo espero que esto sea beneficioso para ambos territorios y podamos continuar con tratos cordiales.
Nadie pronunció nada por unos segundos, no sabiendo como tal declaración sería tomada por el hombre más poderoso. Juba estaba algo nervioso, habían acordado respaldarse el uno al otro en este matrimonio, pero Selene jugaba al límite con esto. No lograba comprender del todo el odio tan grande que le tenía a los romanos, Juba podía atender que lo haya sentido inmediatamente después de la caída de Egipto y de la muerte de sus padres, era una niña y era totalmente comprensible, pero ya habían pasado cerca de diez años y seguía igual. A él le había pasado lo mismo, su padre se enfrentó a los romanos y terminó perdiendo y muerto, fue ahí cuando se lo llevaron al imperio aún siendo un niño. Juba los odió al principio, pero cuando fue creciendo y recibió educación, pudo comprender la grandeza del imperio romano y por eso, no dudó en convertirse en un ciudadano y luego, cuando Augusto le cedió el reino de Numidia, trató de convertir a su pueblo en algo tan grande como Roma, sin embargo, sus habitantes se estaban resistiendo.
¡Y Selene había crecido en el mismo palacio! Siendo adoptada por la mismísima Octavia, hermana de sangre del Emperador, lo que la convierte técnicamente en sobrina del hombre más poderoso. Él no había tenido tanta suerte, sino que lo había cuidado un patricio romano de renombre, pero no el mismo Emperador. Entonces, ¿por qué ella los odiaba tanto? ¿acaso no podía ver lo grandiosa que era Roma?
—Y estoy seguro que serás una gran reina —dijo Tiberio, rompiendo el silencio y haciendo que todos lo miraran a él—. En pocos días partiré hacia Armenia con las legiones para recuperar este territorio, expulsar a Artaxis II y lograr que vuelva a ser un Estado vasallo de Roma; pero si a la vuelta, continuó como Cuestor de Annona, me encantaría dialogar con su reino y poder comercializar granos.
Selene sonrió, supo que su amigo la estaba respaldando públicamente y reconociéndola como reina de un territorio aliado, no la estaba rebajando a ser la esposa de otro rey simplemente. Incluso se había atrevido a hablar directamente con ella para comerciar y no con Juba, aunque luego, también dirigió una mirada al hombre y sonrió, solo para calmar las aguas.
Tiberio una vez más, demostraba que era un amigo fiel en el que podía confiar, siempre estando ahí para ella. Selene pensó que Juba debió hacerlo, pero el hombre permaneció callado, aunque parecía increíblemente molesto. Sinceramente le daba igual, la palabra de Tiberio valía mucho más para Augusto que la de Juba; incluso, disfrutaba verlo molesto, nunca perdonaría a su esposo.
—Cierto, debemos realizar esa Campaña a Armenia lo más pronto posible —cortó Augusto—. De todos modos, no hablemos de negocios ahora, sino disfrutemos de la comida.
Todos parecían estar de acuerdo, y por unos momentos parecía que la tensión se había difuminado entre todas las delicias sobre la mesa, pero el Emperador no era un hombre que se dejaba humillar.
—Ha sido un rico banquete, lástima la ausencia de tu único hermano, querida Selene —mencionó triste y casi parecía real; la egipcia se mordió la lengua—. Pero desgraciadamente no podía abandonar su legión, defender a Roma es mucho más importante —continuó—. Quién diría que el niño egipcio rebelde terminaría luchando en nuestras filas, al final todos se rinden bajo los pies de Roma y reconocen su grandeza, el Imperio siempre gana. ¡A su salud! —terminó brindando, dedicado a la gemela del mencionado.
La miró a los ojos, desafiando a que diga algo más, a que intente hacer un movimiento superior. Pero sabiendo que esta vez la había hundido, que la ausencia de su hermano Alejandro la afectaba y le dolía, un golpe bajo muy certero. Selene también lo sabía, no tenía un arma justa para defenderse, pero esta era solo una batalla.
—Es una pena, extraño tanto a mi niño, mi querido Alejandro, solo espero que esté bien —comentó Octavia, realmente preocupada por el bienestar de su hijastro—. Pero no te preocupes, apenas pueda regresar, irá a visitarte inmediatamente, estoy segura —pronunció luego, tratando de levantarle el ánimo a su hija adoptiva. Ella sonrió.
—Claro que sí, con mi hermano nos queremos mucho y tenemos algo que no todas las familias tienen y eso, es un amor sincero —dijo la ex princesa, pero esta vez, mirando a su tío adoptivo.
Tiberio se llevó una copa de vino a los labios, tratando de disimular la risa que quería soltar. Definitivamente Selene, no se dejaría pasar por arriba. Juba lo miró mal, aún no soportando a este hombre y mucho menos, sabiendo que el cariño que le tenía su esposa era real. ¿Por qué no lo odiaba a él si también era un romano?
—Tienes razón, por suerte aquí si nos queremos mucho —agregó Augusto, ahora sí tratando de desviar el tema, pero no sería tan fácil.
—Claro que se quieren mucho, si mi padre no hubiera invadido tu miserable reino, te hubieras casado con él —intervino Julia, evidentemente algo ebria—. Porque ustedes los egipcios son tan asquerosos que se casan entre hermanos —escupió con desdén—, perdón, me corrijo, eran porque están todos muertos —terminó riéndose.
El silencio volvió, las palabras habían sido muy fuertes y también porque el estado de la hija del Emperador era bastante vergonzoso. Emborracharse no era tan malo, pero sí cuando eras Julia y tu padre Augusto.
—Basta hija —cortó un serio Emperador, sabiendo que era una línea muy delgada por la que caminaban y era mejor no seguir.
—Pero papá, solo estaba haciendo una broma —intentó defenderse, haciéndose la inocente, pero le costaba permanecer erguida.
—Eso no es gracioso, será mejor que vayas a descansar, la spotia a terminado para ti —dijo severo, su hija quiso reclamar, pero él no la dejo—. Agripa, acompaña y controla a tu esposa —ordenó a su amigo.
Éste asintió, tomó a su mujer del brazo y entre protestas y quejas de ella, la sacó del salón. Luego solo hubo silencio, hasta que el hombre más poderoso volvió a hablar.
—Pido disculpas en nombre de Julia, no se ha comportado de forma decente, espero que no los haya lastimado con sus palabras —dijo pareciendo realmente avergonzado.
—No se preocupe, cualquiera puede tener un desliz con una bebida tan rica y mucho más, festejando una unión como la nuestra. Estoy seguro que la señora Julia no quiso decir eso realmente —respondió Juba y luego miró a su esposa—. Es así querida, ¿no?
No le estaba dando mucho margen para que Selene pueda decir algo contrario, pero ella no estaba dispuesta a quedarse callada.
—Claro que entendemos que su hija no se pueda controlar —comenzó, Augusto tenía una expresión realmente mortal, pero no dijo nada y Juba, llevó su mano a la pierna de Selene y la apretó en forma de advertencia, pero ella siguió—, pero no se preocupe, no me he ofendido, yo estoy orgullosa de quién soy y de mi cultura —terminó sonriendo y tomando una copa de vino, demostrando sutilmente, que sí se podía controlar.
Marcela había permanecido callada gran parte del banquete, pero era hora de que también le demostrase todo su apoyo a su amiga.
—Estoy realmente feliz por ustedes dos —empezó diciendo, como algo más formal teniendo en cuenta lo que celebraban—. Pero estoy cansada de hablar de política o economía, esas cosas son muy aburridas —intentó aligerar el ambiente—. Así que quería saber, ¿recibiste grandes regalos?
—¡Marcela! Eso es descortés —regañó su madre, pero ella la ignoró. Selene solo rió.
—Sí, sinceramente todos han querido demostrar el poder que tienen y hacer alardes de su riqueza —dijo la recién casada, entre un alago y un golpe—. Cuando lleguemos al reino, tendremos que escribir una pequeña carta de agradecimiento a cada, para mantener los lazos y conexiones —esta vez se dirigió a su marido, pero haciendo que todos escuchen. Juba asintió.
—Espero que te haya gustado el mío —continuó la romana, llegando al punto que quería—. Oh, casi me olvidaba, usted General Escipión, ¿ya le entregó el regalo que le prometió? —interrogó Marcela, mirando expectante al hombre.
Escipión, quien desde que se había convertido en el general de la Guardia personal del Emperador, se había vuelto un hombre de mucha confianza hasta el nivel de poder compartir esta spotia como si fuera parte de la familia; miró a Marcela con gran disgusto.
—Pues, ... —comenzó, intentando inventar una excusa.
—No, no lo ha hecho —cortó Selene—, pero lo hará antes de que me vaya ¿cierto?
Escipión miró a esas dos mujeres, sabiendo muy bien que habían armado esto para dejarlo en evidencia frente al Emperador.
—Lo hará, lo prometió y mi querido General cumple con su palabra —interrumpió Augusto, ya algo cansado de todo esto, quería terminar pronto e irse.
—Claro que sí —contestó seguro Escipión—, soy romano y siempre cumplo con mi palabra —sonrió, pero por dentro se arrepentía de no hacer matado a esa niña egipcia cuando la encontró en ese palacio en caos. Una espada por su garganta y todo hubiera terminado, tal vez en un futuro.
Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 28 de junio del año 20 a.C.
—Y estoy segura que era él, es un hombre muy distintivo —pronunció una de las meretrices.
—¡Qué suerte que tuvo Tais! —exclamó otra—. Yo también quisiera que llegue un hombre así y me elija a mí, la propina que le habrá dado.
—Te juro, yo intenté atraerlo, pero el hombre eligió a Tais, aunque parecía bastante enojado —respondió la primera.
—Y sí, sí esa misma noche tuvo que venir aquí, yo también estaría así, anda a saber qué pasó —cuchicheó.
—¿De quién hablan? —interrogó Attis, quien recién se levantaba, pero le llamó la atención lo que decían.
Ambas mujeres se quedaron calladas y la miraron de soslayo, para luego levantarse e irse sin responder.
—¡Qué mal educadas! —exclamó indignada.
Sin embargo, Attis se había esperado algo así, ella no quería a ninguna de las otras prostitutas y ellas tampoco la querían, ya que la envidiaban demasiado. Pero desde que se había peleado con Tais, todas las demás mujeres parecían haberse puesto de su lado y ya ni siquiera le dirigían la palabra a Attis. De todos modos, no le importaba, podían hacer lo que quisieran, al final del día era ella la favorita del Emperador y la que terminaba ganando. No necesitaba a ninguna de las otras, eran meretrices que morirían siendo eso, así que era mejor que no le hablaran.
Se estaba por marchar, pero vio a la chiquilla, tal vez tenía unos trece años o algo así, nunca le preguntó y dudaba que hasta ella misma lo supiera, se notaba de lejos que ni siquiera sabía leer y mucho menos escribir. Había llegado hace unos días, la nueva adquisición del cerdo de Drimylos para el burdel y Attis no le había prestado mucha atención, ya que no era muy agraciada, era muy simple y aún muy niña, así que no la vio como competencia; era una campesina rústica y bruta. Por tal motivo, la descartó al instante, pero ahora viéndola ahí, sentada en el suelo y toda nerviosa, sin saber qué hacer o con quién ir, no teniendo amigas y tampoco aliadas, aún tratando de descubrir como funcionaba todo y con quién le convenía lograr una cercanía para sobrevivir en este lugar. Alguien tonta y manipulable, que haría cualquier cosa por quien le tendiera una mano en este momento y le dijese qué hacer. Attis sonrió.
—Oye niña —dijo mirándola. La susodicha pareció ponerse más nerviosa y comenzó a frotarse las manos.
—¿Si señora? —susurró temerosa.
A la rubia le gustó que la llamasen así, señora, algún día lo sería porque ella no nació para morir siendo meretriz.
—Dime, ¿de qué estaban hablando las otras? —interrogó.
La susodicha porque realmente ni siquiera sabía su nombre y tampoco le interesaba, seguro era tan insignificante como su existencia, se puso más nerviosa si eso era posible y comenzó a mirar para todos lados, como si el mismo Plutón** podría aparecerse y llevársela con él.
—Ellas no están y te prometo que tampoco se van a enterar de que me lo contaste —expresó la rubia, adivinando que seguramente tenía miedo a las otras.
La niña pareció dudar por unos momentos más, volvió a mirar a su alrededor y finalmente, la sala vacía pareció darle valor.
—Hace dos noches, la señora Tais estuvo con un hombre muy importante y todas estaban imaginando cuánto le habrá pagado —dijo, su voz demasiado chillona e irritante para los oídos, era como escuchar a una gallina cacarear. Seguramente Drimylos no tardaría mucho en hacer algo respecto a eso, sino ningún hombre la querría y el cerdo no perdería plata.
Attis no había estado las últimas noches, había conseguido que el cerdo le de unos días libres, ya que sabía muy bien que no se lo negaría siendo ella su preferida y quien más ganancias le producía al ser la elegida del Emperador. Por tal motivo, se había marchado unos días a descansar a un pueblo vecino y disfrutar de todo el dinero que tenía, obviamente escondido del viejo, mientras todos pensaban que había ido a visitar a su familia.
—¿Y qué tan importante era? —preguntó escéptica.
Sabía que estaba el casamiento de la hermana de Alejandro y que vendrían hombres ricos a la ciudad, pero generalmente no visitaban estos lugares, sino que ya tenían a sus meretrices de alta alcurnia. Así que dudaba realmente de la importancia del cliente de Tais.
La niña volvió a mirar a todos lados, asegurándose por décima vez más o menos, que no la estaba escuchando nadie. Y entre susurros volvió a hablar.
—Por lo que escuché, parece que era el mismo esposo que apareció en su propia noche de bodas y la pasó con la señora Tais, un tal rey... rey... no lo recuerdo —murmuró nerviosa.
—Rey Juba —dijo Attis, totalmente sorprendida.
—¡Sí, ese! —exclamó la niña emocionada.
Por todos los dioses existentes, esta información era demasiado valiosa y ella solo sonrió, siempre ganaba al final del día.
—¿Puedo... puedo ser tu amiga? —preguntó la niña avergonzada.
Attis solo la miró y estaba a punto de rechazarla, pero luego se le ocurrió que podría utilizarla a su favor.
—Claro que sí, yo te protegeré de todas estas víboras —respondió con su voz más dulce.
La niña tonta solo sonrió, creyendo cada palabra y realmente haría cualquier cosa por quien le muestre una pequeña muestra de cariño, aunque sea falsa y Attis se aprovecharía sin dudarlo.
*Spotia: al día siguiente de la celebración religiosa del matrimonio, se realiza la spotia, que es un nuevo banquete pero solamente reservado para los familiares más cercanos de los recién casados.
**Plutón: dios romano del inframundo.
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