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46: La boda II

ATENCIÓN LECTORES!!!!! Este capítulo puede tener escenas que hieran sensibilidades y traté de manejar el tema de la violación de la mejor manera. Porque no importa que sea tu marido, dentro de un matrimonio también existe la violación, no necesariamente tiene que haber violencia física y sometimiento para que lo sea, la sola situación en la que una de las dos partes no quiera tener relaciones pero lo haga para evitar problemas mayores o porque es su "deber", eso es violación. Y estoy totalmente en contra de ella, pero es lo que sucedía en estos tiempos y desgraciadamente sigue sucediendo. Deberíamos empezar a deconstruirnos y repensar todas nuestras prácticas y pensamientos que tenemos naturalizados, ojalá así sea.



Roma, Palacio del Emperador, 26 de junio del año 20 a.C.


Caminaba por los pasillos con prisa, por suerte casi no había personas que pudieran estorbarle, ya que la mayoría de los invitados y sirvientes aún estaban en el salón principal del palacio disfrutando de la música y la bebida. Por tal motivo, no precisó dar explicaciones de por qué casi estaba corriendo preocupada hacia la habitación de la novia, Marcela suspiró aliviada cuando llegó, pero se asustó ante lo que vio.

Yanira, la sirviente personal de su amiga, se había acercado silenciosamente hacia ella cuando estaba disfrutando de la fiesta, esto llamó su atención porque estaba visiblemente nerviosa, así que cuando la joven le susurró que su señora no estaba bien, Marcela abandonó el banquete de inmediato. A lo sumo pensó que Selene estaría teniendo nervios o miedo ante su primera noche con su marido, todas las mujeres lo tenían ante el hecho de perder su virginidad, hasta ella. Pero su amiga estaba peor y no creía que fuera por nervios antes de la noche de bodas.

—Selene, ¿qué sucedió? —interrogó suavemente, mientras se acercaba a su amiga.

La recién casada estaba sentada en el suelo, todo a su alrededor estaba desordenado y roto como si ella lo hubiera arrojado en un ataque de rabia, y lágrimas resbalaban de sus ojos sin cesar.

—Me casé con un asesino —susurró ella sin mirarla aún.

Marcela se detuvo en el acto ante la revelación y miró a Yanira, quien aún estaba en la entrada, ésta última cerró la puerta inmediatamente, sabiendo que lo que se hablaría sería de una seriedad y gravedad muy importante, nadie podía escucharlo; pero se quedó ahí, sin avanzar más sino que dejando que Marcela se hiciera cargo de la situación, pero dispuesta a ayudar en caso de ser necesario.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó aún tranquila.

Selene se giró hacia ella y su mirada se endureció, un odio profundo pareció abarcar sus iris negros como la noche.

—Que Juba es un maldito asesino —escupió—, él ayudó a matar a mis padres y me acabo de casar con ese monstruo.

Yanira jadeó ante tal revelación, pero se contuvo de hacer cualquier otra intervención. Marcela pareció quedarse paralizada y horrorizada a la vez. ¿Qué debía hacer o decir? No estaba muy segura, pero su amiga estaba realmente alterada así que lo mejor sería tranquilizarla.

—Selene, escúchame, entiendo que estés nerviosa por tu boda, pero estoy aquí para ayudarte, así que porqué no te tranquilizas y me cuentas todo —pronunció la joven romana.

—Me acabo de casar con un asesino, ¿qué parte no entiendes? —escupió con rencor.

No estaba dispuesta a escuchar a nadie. Estaba harta que intentaran menospreciarla y hacerla parecer una tonta, se casó con Juba porque creyó que era un buen hombre y quien la liberaría del Emperador, pero al final era peor porque la engañó y le construyó un sentimiento de bienestar y tranquilidad que nunca existió, solo para destruirla.



Los invitados ya habían bebido demasiado y a pesar de que la algarabía seguía, ya comenzaban a mirarse entre sí, esperando el siguiente ritual. Estaba oscureciendo y era hora que se recreara el rapto de las sabinas y finalmente los novios compartirían su primera noche juntos. Sin embargo parecía que no había señales de eso, Octavia se estaba poniendo nerviosa, no veía a su hija por ninguna parte.

—¿Dónde está la novia? —masculló entre dientes Augusto, pero sin borrar su sonrisa—. Debería estar aquí.

—Fue a su habitación a retocarse, pero Marcela ya fue a buscarla —contestó Octavia, intentando que sus nervios no se notaran.

Salvo que Marcela se había ido hace mucho tiempo y ya deberían estar de vuelta, pero no había ningún rastro de ambas.

—Es la novia en su primer matrimonio, debe estar nerviosa y querrá verse linda. Ya vendrá —aseguró su madre adoptiva, aunque no estaba segura.

—Espero porque los invitados están a punto de comenzar a murmurar —dijo el Emperador—, sino aparecen dentro de poco, las mandaré a buscar.

Octavia sonrió y asintió, esperando no llegar a eso. No era bueno hacer enojar a su hermano.

Un poco más apartado, Juba escuchó toda la conversación y sin que nadie lo notara, salió a buscar a su esposa. Su esposa, sonaba tan lindo así, estaba emocionado de que por fin podrían compartir su noche de bodas y ser uno solo para siempre.

El pasillo estaba demasiado silencioso, así que no le costó mucho escuchar los gritos que provenían de la habitación de su amada. Se alarmó, ¿algo le había sucedido? Corrió los últimos metros hasta llegar, pero se quedó con la mano extendida y paralizada antes de tocar.

—¡Lo odio! ¡Y odio más tener que haberme casado con él!

Era la voz de Selene, imposible de confundirla, pero tal vez había escuchado mal. Ellos estaban bien, habían logrado conocerse mejor y la joven egipcia parecía que por fin había desarrollado sentimientos hacia él, Juba lo había visto en sus ojos, no podía ser una mentira.

—Selene, será mejor que te tranquilices un poco —intentó razonar Marcela, se la oía bastante preocupada—, estamos en el medio de la celebración. ¡No puedes decir esto ahora! ¡Te acabas de casar con Juba!

—¡No me importa estar en el medio de la celebración! —exclamó su esposa.

Por su tono parecía cada vez más fuera de sí y no parecía estar queriendo escuchar razones, ni siquiera la de su amiga. Y Juba no podía creerlo, ¿qué había sucedido? ¿Cuándo sucedió todo esto? ¿Cómo habían pasado de palabras dulces a un odio tan profundo?

—Entonces divorciate —dijo Marcela y de repente todo se volvió silencioso.

Juba dejó de respirar, apenas se había casado y ya se divorciría sin saber la razón. Nada de esto podía ser real, ¿lo era? No lo sabía, pero el miedo y la inseguridad dentro de él le gritaban que sí, que todo esto era real.

No podía ver a Selene y saber qué estaba haciendo, cuáles eran sus gestos o qué mostraba su mirada. Si estaba enojada, nerviosa, decepcionada o llena de dolor; Juba no podía adivinarlo, pero el silencio se rompió con su voz, una voz tan fría y rencorosa que rompió algo dentro de él y que sabía que no podría volverse a unir.

—No lo haré —respondió segura y hueca a la vez—. Lo odio y lo desprecio con toda mi alma, pero es mi único pasaje para salir de este lugar y escapar de Augusto. Ese siempre fue el plan, no arruinaré todo lo que hizo Alejandro por mí. Juba es un medio para un fin, siempre lo fue y siempre lo será.

Y ese fue el final, eso fue lo que lo sentenció. Juba retiró su mano extendida, aquella que había intentado tocar para hacer notar su presencia. Dio media vuelta y se marchó, no precisaba escuchar nada más, su reciente esposa lo había dejado muy claro: todo era una mentira. El sueño había terminado y era hora de despertar a la cruel realidad.



Baldo abandonó el banquete cuando no pudo encontrar a su señor, los invitados habían comenzado a murmurar que el siguiente ritual se estaba tardando y los novios no habían sido vistos hace bastante tiempo. El rostro del Emperador se había desfigurado en un fastidio bastante evidente, pero las aguas se habían calmado un poco cuando la esposa apareció.

Él la observó, la egipcia estaba actuando bastante extraña, su semblante había cambiado considerablemente al que tenía al inicio de la boda, ya no parecía feliz y nerviosa, sino vacía y distante. No había tiernas sonrisas o pequeñas acciones nerviosas por su futura inocencia quitada, no había nada, absolutamente nada y eso lo asustó. A Baldo nunca le había gustado la mujer, no quería que Juba se casara con ella, sabía que todo en ella gritaba problemas y su Rey solo sufriría, pero Juba estaba absolutamente perdido por su belleza y no escuchaba razones. Baldo terminó aceptando porque vio a una niña caprichosa que no sería buena reina, pero que podría manipular si la contentaba con algún obsequio materialista y así la corría un poco de la escena y no intervenía demasiado en la política de Numidia y mantenía al pueblo tranquilo. Pero ahora ya no estaba tan seguro, la que sus ojos veían no era una niña caprichosa, sino una mujer rodeada de mucha oscuridad y eso lo asustó, no sabía cómo enfrentarse a ella.

De todos modos, no pensó más en eso, porque la novia ya estaba en el banquete, pero el novio seguía sin aparecer, así que fue a buscarlo. Lo encontró sentado en la cama nupcial, donde finalmente el matrimonio reciente sería consumado, con la vista fija en la ventana que mostraba el atardecer con un sol que se despedía y le daba la bienvenida a la luna.

—Señor, la celebración debe continuar, todos lo están esperando —pronunció.

Juba no reaccionó de ningún modo inmediatamente, permaneció del mismo modo en el que lo había encontrado.

—Tienes razón, Baldo, siempre tuviste razón —contestó luego.

El hombre mayor frunció el ceño, su Rey estaba actuando raro. ¿Qué pasaba con los novios de esta boda? Todos estaban actuando extraño.

—Señor, ¿está usted bien? —interrogó.

Juba no demostraba emoción y felicidad cómo lo había hecho desde hace meses cuando se confirmó el matrimonio, el hombre no había hablado de otra cosa, realmente feliz de poder casarse con la mujer que amaba. Pero ahora, no parecía haber nada, solo cansancio y decepción, casi igual que la novia. ¿Había sucedido algo?

—Sí, Baldo —respondió—. Vamos a sellar mi felicidad eterna —esbozó una sonrisa pero no parecía sincera.

Quiso decirle algo más a su Rey, pero no supo qué, así que se quedó callado y asintió, mientras lo veía irse hacia el salón principal. No se le escapaba que algo había sucedido, pero ahora ya era tarde y el espectáculo debía continuar.



Un silencio calmo con bajos murmullos de los invitados invadió el salón, los dos novios estaban presentes y todos estaban emocionados por la segunda parte del festejo. Como un acuerdo general, no se haría el ritual del deductio* porque querían evitar cualquier malestar en los presentes, ya que este rito era considerado fundamental en la historia de Roma y ninguno de la pareja era originalmente romano. Selene aún seguía siendo vista como la esclava egipcia, como ese trofeo obtenido por la victoria frente a la prostituta de Cleopatra y el traidor de Marco Antonio; mientras que Juba, a pesar de ser rey y haber obtenido la ciudadanía romana, todavía era visto como un extranjero. Así que, el deductio sería omitido en esta celebración.

El siguiente rito también debió ser modificado, ya que supuestamente la novia abandonaba la casa de sus padres y comenzaba la procesión hacia la casa del novio, el hogar donde compartirían su futuro. En esta ocasión no podría realizarse, ya que la pareja viviría en Numidia donde reinarían, así que tuvieron que modificarlo. Todo se realizaría dentro del mismo palacio, ya se había acondicionado una habitación que fungía como el nuevo hogar momentáneamente para así poder cumplir con la tradición.

Las antorchas se encendieron, ellas iluminarían el nuevo camino de Selene hacia su felicidad, la joven quería sonreír por tal ironía, sabiendo que ese camino solo la conducía a una nueva vida de infelicidad. Selene fue rodeada por tres niños que la guiarían, dos se pusieron a ambos lados, uno cargando un huso mientras ella sostenía la rueca porque era más pesada; mientras que el tercer niño, se puso adelante y cargó con la antorcha y dirigió simbólicamente el camino. Cuando los cuatro comenzaron a avanzar, el resto de los presentes los siguió.

—¡Talasa! —gritaron varias mujeres, entre ellas Octavia—. ¡Qué la diosa Talasa proteja este matrimonio! —continuaron, al mismo tiempo que arrojaban nueces como ofrenda y los demás niños se peleaban divertidos para poder comerlas.

El resto de los invitados no evocaron a la diosa por protección, eso ya lo hacían las mujeres, sino que se pusieron a cantar o lanzar bromas y comentarios obscenos que también eran parte de la tradición. Solo así, estaban ahuyentando los malos augurios y propiciaban la fertilidad a la nueva pareja, sin embargo Selene lo consideraba una estupidez, no entendía como comentarios gritados: "Si la novia es igual de zorra que la madre, el rey pasará una noche fenomenal", "Quisiera probar sus mejores movimientos en la cama o en el piso", "Una mujer así solo sirve para calentar a un hombre" y acompañados de risas jocosas, podrían ayudar. Pero no dijo nada y siguió con este teatro.

Caminar por los pasillos pareció eterno, pero estaba agradecida, prefería nunca llegar a su destino. Había perdido a Marcela entre la multitud apenas comenzó el cortejo. A Octavia tampoco la veía, pero todavía la escuchaba invocar a la diosa de la fertilidad, eso no cambiaba el hecho de que estaba sola como siempre.

Como últimamente había sucedido, los dioses no escucharon sus súplicas y terminó frente a la puerta de la habitación, Juba ya estaba ahí parado. Se atrevió a dirigirle una rápida mirada, lo vio mortalmente serio, igual que ella, esto la sorprendió un poco porque pensó que estaría feliz de haber logrado su cometido. Sin embargo, el odio y la rabia que sentía por él, volvieron con fuerza y se dispuso a continuar con los ritos y terminar pronto con esta mentira. Todo pasó en un borrón, se dejó guiar por su memoria y lo que le había dicho la pronuba. Ella le entregó la rueca y el huso a Juba, como una muestra de la dedicación que tendría con el hogar y como su esposa, él a cambio, un poco de aceite que Selene tuvo que ungir sobre la puerta para propiciar la unión fecunda.

Finalmente llegaba el momento de traspasar la puerta e ingresar al "hogar", pero no podía pisar el umbral ya que si llegaba a tropezar era un presagio negativo, por eso la novia nunca entraba sola, sino que era llevada por quienes la acompañaron. Selene pensó que cualquier invitado lo haría, si hubiera estado su hermano, él lo hubiera hecho pero no estaba. Se asustó un poco cuando unos brazos se colocaron detrás de sus rodillas y en cuestión de segundos estuvo en el aire, contra un pecho masculino, los ojos tristes de Tiberio la devolvieron a la realidad. Su rostro estaba tan serio como siempre, pero sus ojos eran una tormenta desatada por la desesperanza y la resignación. Selene no supo qué hacer con eso, pero antes de que pudiera reaccionar, Tiberio ya la estaba dejando otra vez, sus pies tocando el suelo y él le mostró una sonrisa cansina, antes de darse media vuelta, abandonar la habitación y perderse entre las personas que miraban desde la entrada.

Cuando Selene volteó, Juba estaba parado frente a ella, en la habitación solo estaba la pronuba y una cama, por lo demás estaba vacío. Él sin mirarla a los ojos, le entregó un pequeño frasco de agua y una vela, que simbolizaban sus principios opuestos dentro del matrimonio como marido y mujer, y que a la vez le cedía su poder como nueva señora de la casa.

La pronuba se movió apenas el intercambio finalizó, tomó la mano de ambos como lo había hecho en la ceremonia, las unió y los llevó hasta la cama. Cuando ambos se sentaron, la mujer mayor se retiró en silencio y cerró la puerta al marcharse, dejando a todos los invitados afuera y sin ver a la pareja.

Ninguno de los dos se movió, había llegado el momento de terminar con los ritos del matrimonio y consumar la unión. Cuando se miraron a los ojos por primera vez, no había amor en ninguno de los dos.



Norte de Egipto, Legio III Cyrenaica


La Legión que se encargaría de escoltar a Alair hasta Roma para ser juzgado, había llegado hace alrededor de dos horas al campamento, y desde ese momento habían estado encerrados en la carpa del Legatus Marco Plauciano.

Alejandro espiaba desde una distancia segura, no quería ser descubierto, pero necesitaba saber. Cuando notó que por fin la Legión recién llegada se retiraba de la carpa hacia una parte desconocida del campamento, aunque seguramente irían donde se encontraba detenido Alair, Alejandro no aguantó más y se acercó.

—¿Y entonces? —escuchó la voz del segundo al mando, la mano derecha del Legatus.

—Apenas el sol comience a ocultarse, la Legión se marchará con el prisionero rumbo a Roma, así que a partir de ahí ya no será nuestro problema, solo debemos aguantar unas tres horas más —respondió Plauciano.

Alejandro estaba casi apoyado sobre la tienda de campaña, intentando escuchar con la mayor claridad posible, pero el insistente viento que se estaba levantando con fuerza lo hacía difícil. Se movió un poco, pero sin darse cuenta pisó una pequeña rama y se quedó totalmente quieto, temeroso de ser descubierto.

—¿Pasa algo, Señor? —interrogó el segundo al mando. Alejandro contuvo la respiración.

El silencio fue pesado y angustiante, pero Alejandro aguantó.

—No, solo fue el viento —respondió el Legatus, aunque no sonaba muy seguro, Alejandro respiró aliviado.

—Señor, no sería mejor que partan mañana por la mañana con el prisionero. De noche se les dificultará —expresó el otro.

—Es mejor así, cuanto antes el prisionero deje de estar bajo nuestra responsabilidad es mejor —dijo Plauciano—. Ya tendré que asumir varias llamadas de atención por tener un esclavo en mis filas, nuestra reputación y categoría como Legión caerá varios puestos por esto y nos perjudicará. Tal vez nos envíen a un territorio más hóstil o la ayuda económica será menor y eso nos afectará a todos, te lo aseguro —continuó el hombre—. Y si a eso, le tenemos que sumar que el prisionero se escape cuando todavía está a nuestro cargo, sería prácticamente nuestra destrucción, nos desaparecerían como Legión —terminó preocupado.

—¿Usted cree que puede llegar a escapar? —interrogó alarmado.

—Ay, Julius, aquí todo puede pasar, es un esclavo que escapó de su dueño, ¿por qué no podría hacerlo otra vez? —preguntó a cambio—. Prefiero prevenir, así que ubica al doble de legionarios en la tienda donde está retenido el prisionero y asegurate que todo salga bien. Una vez que se lo entreguemos y ellos pasen el límite de nuestra zona a cargo, será problema de ellos y no nuestro.

—Si se escapa cuando está con ellos, ya no seríamos los culpables... —resumió el segundo, por fin entendiendo la situación.

—Exactamente, se lo entregamos y luego, no me importa lo que suceda —acotó el Legatus.

—Una pena, era un gran legionario.

—Sí —estuvo de acuerdo, recordando lo feroz que era en el campo de batalla—. Pero la ley romana dice que los esclavos no pueden formar parte del ejército porque lo manchan, así que tendrá que pagar las consecuencias.

—Una pena, seguramente lo condenarán a muerte —agregó un poco afligido.

Alejandro no se quedó más tiempo, se marchó rápidamente a su tienda a prepararse, él salvaría a Alair y tenía pocas horas para poner todo en marcha.



Roma, Palacio del Emperador


—Terminemos con esto de una vez —expresó Juba, al mismo tiempo que se puso de pie y se alejó del lado de Selene.

El Rey comenzó a desvestirse, sacándose la toga que había traído puesta todo el día, tirándola a un costado sin ninguna ceremonia o delicadeza. Después se inclinó y se dedicó a desatarse las sandalias. Recién ahí, muy lentamente a diferencia de su flamante marido, Selene se puso de pie y dudó, estaba a punto de suceder, pero no sabía si estaba preparada. Sin embargo, no le quedaba otra alternativa, debía entregarse a Juba para consumir el matrimonio, todo siempre fue política, no había amor aquí.

—¿Lo desatarás? —interrogó, rompiendo el silencio.

El Rey parecía tenso apenas la pregunta salió de sus labios. Según la tradición, el esposo debía desatar el cinturón con el nudo de hércules que la pronuba le había atado bien temprano en la mañana, solo así se aseguraba que la esposa sea virgen y se cumplía el ritual de fertilidad que le prometía al matrimonio tener una gran descendencia.

—Hazlo tú, quiero terminar con esto rápidamente —contestó fríamente.

Ella se sorprendió, Juba parecía tan distinto y estaba actuando tan extraño, hasta que ella misma se enfureció. Juba no precisaba fingir más ser ese hombre gentil, ya estaban casados, ahora mostraba su verdadero ser, un mentiroso y asesino cobarde.

Desató el cinturón con bronca y lo más veloz que pudo, con el mismo sentimiento se sacó la túnica recta y quedó completamente desnuda, luego se acostó boca arriba sobre la cama y esperó.

—Ya está, date prisa, así terminamos con nuestro deber lo antes posible —escupió con resentimiento.

Si él había dejado de fingir amabilidad y amor hacia ella, entonces Selene también lo haría. Cuando Juba terminó y estaba al mismo nivel de desnudez que su flamante esposa, recién volteó y la miró, pareció dudar por unos segundos, pero luego avanzó y se posicionó sobre su cuerpo. Selene apoyó la cabeza sobre la almohada y volteó la vista a un costado, no quería que él la bese y tampoco quería mirarlo a los ojos, aunque ese también parecía ser el plan de él.

El Rey solo extendió un poco sus piernas para poder posicionarse entre ellas, no hubo besos ni palabras dulces o tranquilizadores, solo incomodidad y dolor.

Selene solo cerró los ojos y esperó que todo terminara pronto, sus dedos agarraron con fuerza las costosas sábanas de seda intentando que su cuerpo quede en el presente, pero su mente se alejó demasiado. Todo se transformó en un momento borroso y mecánico, una acción repetida una y otra vez, totalmente fría y muy lejos de ser un acto de amor o pasión. Ninguno de los dos parecía disfrutarlo, sino que simplemente seguían los pasos de lo que el acto implicaba pero sin incluir ninguna cercanía emocional.

Nunca supo cuánto tiempo pasó, pero de un momento a otro, Juba se estaba poniendo de pie y el frío que recorrió su cuerpo, la devolvió al momento. Ambos se miraron a los ojos cuando él terminó de vestirse, abrió la boca para intentar decir algo y sus ojos parecían llenos de culpa, pero todo quedó en un intento. Sus ojos volvieron a ser gélidos como lo habían sido desde que ingresaron a la habitación, no dijo nada, sino que se marchó y cerró la puerta en un absoluto silencio.

Estaba completamente sola y desnuda, no solo en el cuerpo, sino también con los sentimientos. Los minutos pasaron en un ensordecedor silencio y soledad asfixiante, luego como si recién despertara, tomó las sábanas con dedos temblorosos y movimientos entumecidos, tapó su cuerpo. Aunque quería taparse ella misma del resto del mundo, desaparecer y que nadie la notara. Cerró los ojos una vez y las lágrimas se deslizaron sin su autorización, pensó que estaba vacía de cualquier otra emoción que no sea el odio, pero se equivocó, algo muy dentro de ella sufría de dolor.

Había cumplido, estaba casada y pronto se iría de este palacio y del control de Augusto, pero ¿a qué precio? Selene solo esperaba que su hermano esté feliz, porque ella había sellado su destino y sabía que nunca alcanzaría esa felicidad. Más lágrimas mancharon la sábana blanca, ensuciándola, de la misma forma que su inocencia había sido manchada para siempre ese día.

Juba no volvió en toda la noche, Selene pasó su noche de bodas sola, como lo había estado desde que los romanos invadieron Alejandría. Augusto había vuelto a ganar, pero esta vez definitivamente porque a ella ya no le quedaban ganas de luchar.



Norte de Egipto, a las afueras del territorio controlado por la Legio III Cyrenaica


La noche estaba en todo su esplendor, en su punto álgido. El sol ya se había ocultado hace mucho tiempo y había sido olvidado por todos aquellos que podían disfrutar de sus horas de sueño, no así para quienes debían cumplir con sus labores nocturnas, ellos ansiaban que el astro saliera para al menos alegrar su vista.

—Tal vez no debimos venir por este camino —soltó un legionario.

Sus compañeros que están sentados a su alrededor y cerca de la pequeña fogata que han encendido para iluminar en la noche cálida pero oscura, no contestan verbalmente temiendo ser escuchados quejándose, sin embargo internamente están de acuerdo.

—El Legatus de la Legión esa nos advirtió sobre este camino, que suelen existir varios asaltos y por eso, los viajeros ya casi ni lo usan —continuó el joven, cada vez más en susurros para no ser sorprendidos por su superior.

Los demás miraron a su alrededor, a unos veinte metros había otros grupos de legionarios de diez hombres que formaban un círculo con una fogata en el centro. Esto se repetía siete veces más, ellos no eran una legión muy grande, ya que su función primordial no era luchar al frente de las batallas, sino que se encargaban de trasladar a prisioneros hasta Roma para ser juzgados.

No parecían estar siendo escuchados, cada grupo estaba en su pequeña burbuja, algunos cantando, otros conversando animadamente y aquellos que no tendrían la primera guardia se estaban marchando a dormir. En el centro de todos, atado a un grueso tronco, que habían cavado y colocado hace solo unas horas en la tierra, se encontraba el prisionero que estaban escoltando, demasiado herido para hacer otra cosa que quedarse quieto.

El legionario más joven del grupo, al tener la seguridad de que solo eran ellos, decidió intervenir en la conversación unilateral que estaba teniendo el otro.

—Pero nuestro Legatus decidió tomar este camino porque es mucho más corto hasta Roma —agregó casi tímido. El hombre que había iniciado todo hizo una mueca.

—Es más importante llegar un día antes a Roma que nuestra propia vida —respondió irónico—. No estoy de acuerdo con esto, en cualquier momento nos pueden atacar y sinceramente no quiero morir.

Todos se quedaron un momento en silencio, nadie quería morir, pero no podían desobedecer a su Legatus y él había decidido ir por este camino. Tenían que acatar las órdenes, no había escapatoria.

—Somos legionarios, podremos con unos pocos ladrones —finalmente expuso otro, mucho más calmado y maduro que el resto.

Nadie discutió esto, tal vez porque lo creían o porque temían quedar tildados como cobardes si lo contradecían.

—A mí me da más pena el prisionero, con lo que hizo más que seguro que será condenado a muerte —otro de los presentes cambió de conversación, para así aliviar la tensión y la incertidumbre, incluso el miedo del resto.

Todos inmediatamente miraron al hombre atado al tronco, giraron la cabeza al unísono y se quedaron observándolo durante tres segundos aproximadamente. Pero Alair, tal vez cansado de la postura en la que se encontraba o intentando aliviar su cuerpo de las cuerdas que lo aprisionaba, se movió un poco; eso bastó para que el grupo de legionarios asustados, miraran otra vez la fogata.

—Se lo buscó él mismo, sabía que los esclavos no pueden entrar al ejército —acotó otro más de los presentes, ya más envalentonado y sintiéndose valiente al hablar de un tema por el que no serían castigados si los escuchaban—. Tiene que pagar, rompió las leyes y se burló de nuestra institución máxima —terminó enojado.

Nadie lo contradijo, pero algunos pensaban que el hombre tal vez solo quería sobrevivir. Entrar al ejército era tener un salario asegurado, sumado a comidas diarias, muchas clases bajas tenían como propósito en la vida entrar al ejército, solo para poder vivir. El joven era un esclavo que escapó de su dueño, tal vez deberían devolvérselo a éste y no matarlo. Pero cuando humillas a una institución como el ejército romano, que era considerado un orgullo en todo el Imperio, no había muchas formas de escapar con vida, no se podían permitir esos atrevimientos sino la población pensaría que el cuerpo militar era una burla.

Mientras tanto, Alejandro observaba el campamento improvisado de una distancia considerable, pero aún cerca. La legión encargada de llevar a Alair a Roma para ser juzgado, había partido cuando el sol ya amagaba con irse a dormir, pero seguía en el cielo. Alejandro los observó, cuando había pasado casi una hora, tomó su gladio y sin que nadie se diera cuenta, se mimetizó con la oscuridad que caía y tomó el mismo camino que los visitantes. No tardó tanto en encontrarlos a pesar de haber salido mucho más tarde, el caminar de la pequeña legión era lento, llevaban demasiado equipaje y un prisionero que no parecía muy animado con su nuevo destino, así que lo habían golpeado hasta casi desmayarlo. Sin fuerzas y con dolor, lo ataron y tiraron en una carreta, ya no había resistencia.

Finalmente, cuando la noche se había cerrado demasiado, montaron un campamento en el área abierta que se extendía ante sus ojos y se dispusieron a pasar la noche ahí, para salir dentro de unas horas cuando la visibilidad sea mayor. Ahí también se encontraba Alejandro, esperando su oportunidad para poder liberar a Alair, pero aún nada. Estaba rodeado de muchos legionarios y él se encontraba solo, en la batalla cuerpo a cuerpo perdería en un abrir y cerrar de ojos, así que ese plan estaba descartado. Su única posibilidad era escabullirse sin ser visto y liberarlo, pero con Alair en el centro de todos, eso se complicaba bastante. Otra opción era generar una distracción y aprovecharla para salvar a su amigo, pero no sabía qué. Lo peor es que debía ser lo más pronto posible, ya que debía estar en su campamento mañana apenas salga el sol y todavía tenía un largo viaje de regreso. Tenía que darse prisa, era ahora o nunca. Pero ¿qué debía hacer?

Sus dioses, por primera vez desde que cayó en poder de los romanos, parecieron escucharlo y le enviaron una ayuda. Una ayuda en forma del sonido de varios cascos de caballos que se acercaban a toda velocidad. Los legionarios más despiertos y aquellos que habían bebido muy poco vino, fueron los primeros en percatarse de la situación, gritaron para alertar al resto, pero no fue suficiente. Lentos, dormidos y borrachos no fueron competencia para un grupo de bandidos que tenía todo a su favor: conocían el terreno, estaban totalmente entrenados y con toda la lucidez de su parte, la noche los cobijaba y les sirvió de sorpresa.

Todo fue un caos inmediato, los legionarios que presentaron batalla fueron muy pocos, pero fueron neutralizados casi al instante, mientras los ladrones robaban todo a su paso. Alejandro no dudó y se metió en el medio, esquivó con mucha destreza cualquier cuchillazo que parecía venir en su dirección, pero tampoco fueron tantos. El grupo de bandidos estaba mas concentrado en robar y si nadie los atacaba, ellos no prestaban atención, mientras que los legionarios más precavidos corrían por sus vidas y habían abandonado toda pantomima de enfrentar a los intrusos. Así que el egipcio llegó con bastante facilidad ante su amigo, le costó un poco desatarlo por los nervios que sentía y la adrenalina ante el miedo de ser descubierto, pero al poco tiempo ya estaba sobre su caballo abandonando el destruido campamento con Alair a cuestas.

El sol todavía no salía, pero pronto lo haría, debía darse prisa y regresar al campamento antes de que amanezca.

—Hasta aquí hemos llegado, ¿no? —pronunció Alair.

Alejandro detuvo el caballo justo en una colina, la claridad amenazaba con descubrirlos. Se bajó del animal y ayudó a su compañero a hacer lo mismo, éste último haciendo muecas por sus heridas.

—Sí, es la hora de la despedida —dijo el que una vez fue príncipe de una nación sumamente próspera.

Alair sonrió, ayer pensó que nunca volvería a ver la luz de un nuevo día, pero Alejandro le había devuelto esa oportunidad al rescatarlo.

—¿Por qué lo hiciste? —interrogó conmovido—. Si algo salía mal y te descubrían, tú también hubieras terminado muerto igual que yo.

Era cierto. Todo había salido bien por el simple hecho de que tuvieron suerte, tenían todas las de perder y realmente los hubieran matado, pero parece que sus dioses por fin decidieron ayudarlo.

—La respuesta más fácil es porque te estoy devolviendo el favor —comenzó Alejandro—, hace unos años me salvaste cuando Lucano intentó matarme en aquel campamento de formación de legionarios —ambos hicieron una pausa recordando aquel momento—. Tú me salvaste aquella vez, ahora te salvo yo. Pero esa no es la respuesta verdadera.

—¿Y cuál es? —interrogó desconcertado Alair.

—Te salvé porque eres mi amigo —respondió con total honestidad.

Un silencio emotivo se hizo presente, ambos sabiendo que ninguno esperó esto cuando se conocieron. Los dos con todos sus problemas y secretos, ninguno buscando amistad, pero la vida les cruzó los caminos y se los dio vuelta.

—Nunca me contaste tu verdadera historia y aunque tuve curiosidad, nunca te presioné porque siempre dejaste claro que querías olvidar tu pasado —siguió Alair, sabiendo que el tiempo corría y debía apurarse, pero sintiendo que debía soltar todo porque no sabía cuando se volverían a ver—. Tú hiciste lo mismo por mí, y aunque no sepa tu verdadero nombre, para mí eres Alair, mi amigo cuando nadie más quiso serlo —terminó con una sonrisa.

Alair sintió un poco de culpa por los secretos, pero era mejor así, él ya no era ese niño del pasado y no guardaba nada de lo que fue.

—Llegó el momento de que seas libre, ve a buscar tu destino y nunca olvides que siempre tendrás un amigo aquí —dijo el egipcio emocionado.

—Gracias —susurró Alair.

Parecía una palabra tan pobre y vacía después de todo lo que había dicho Alejandro, pero nada más le salía. Y ambos lo entendieron perfectamente.

—Hasta que nos volvamos a ver —dijo Alejandro ya más contento, mientras montaba otra vez su caballo—. Lo siento, pero debo regresar rápido, así que me llevo el caballo, tú busca tu destino a pie —soltó una carcajada y presionó al caballo para que comience a moverse.

No se dijeron nada más, no era necesario. Alejandro desapareció rápidamente y Alair contempló los primeros rayos anaranjados que despuntaban y sonrió, hoy el Sol lo había salvado. Muy lentamente comenzó a caminar, su destino era desconocido pero no le importaba, era libre.

Alejandro presionó a su caballo para que fuera más rápido, necesitaba llegar. La luna empezaba a desaparecer y el sol a salir, pensó en su hermana y por fin tuvo tranquilidad. Hoy salvó a su amigo y Selene por fin se había casado y empezaría una mejor vida lejos de Roma, todo había salido bien.

Lo que el gemelo desconocía, es que había salvado a su amigo, pero había condenado a su hermana.

*Deductio: La tradición exigía remedar el ancestral rapto de las sabinas perpetrado por los hombres de Rómulo en los inicios de Roma. La novia se resistía a abandonar su hogar arrojándose en brazos de su madre, mientras el marido fingía arrebatarla a la fuerza.

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