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45: La boda I


Roma, Palacio del Emperador, 25 de junio del año 20 a.C.


No conservaba ningún objeto de su infancia en Egipto, pero sí tenía juguetes que Octavia le regaló cuando la adoptó. No eran importantes para ella, ya que casi ni había jugado con ellos, sin embargo su madre adoptiva le había asegurado que era un rito importante para poder casarse, el primer paso. Así que ambas juntaron los juguetes que Octavia había conservado cuando creyó que ya tenía la edad para dejarlos y se dirigieron al jardín del palacio, donde se encontraba la estatua más grande de la deidad de Lares.

El lugar estaba tranquilo y sorprendentemente vacío de sirvientes, seguramente ya alertados del ritual, se habían mantenido alejados hasta que terminase. Octavia le hizo dejar todos los juguetes al pie de la deidad y luego tomó su mano, para acto seguido sacar una pulsera que la propia romana le había regalado hace tantos años, y que Selene solo la había conservado, en un principio porque realmente le parecía bonita y después, porque comenzó a tenerle cariño a Octavia y se la quedó como un regalo de ese sentimiento.

—A ti dios Lares que cuidas este hogar, hacemos entrega de los juguetes de la infancia de ésta novia, así como también de esta joya que la cuidaba del mal de ojo desde su llegada —comenzó Octavia, Selene permaneció en silencio a su lado—, para que seas tú quien ahora la cuida en su nueva vida y que le des la voluntad suficiente para afrontar el paso de la niñez a la adultez, que comenzará mañana cuando una su vida a la de su futuro esposo —terminó con solemnidad.

Acto seguido, obligó a Selene a que se postrara igual que ella como veneración hacia la deidad. La egipcia no creía en estos dioses, a pesar de haber convivido y aprendido todo sobre ellos durante los últimos años, pero lo hizo igual. Si todo esto era un rito romano para casarse, ella lo haría aunque no le encontrara sentido, no quería que luego digan que su matrimonio no valía por no haberlos cumplido. Además, su madre adoptiva se veía tan feliz de poderla acompañar en cada paso, que ella no tuvo el valor de desilusionarla.

Cuando la noble romana consideró que habían estado el tiempo suficiente, se puso de pie e instó que la siguiera. Volvieron a la habitación de la futura novia para encontrar a una mujer entrada en años, esperándolas ahí. La joven se desconcertó y estuvo a punto de llamar a Yanira, su sirviente, para que escolte amablemente a la desconocida fuera de su lugar privado, pero Octavia cortó cualquier posibilidad.

—Mi querida Selene, ella es la pronuba que te ayudará —dijo señalando a la extraña, pero pareció captar la mirada de desconcierto de su hija adoptiva porque sonrió con simpatía y siguió explicando—, toda novia antes de casarse debe recibir los consejos de una pronuba, que es una mujer que solo se a casado una vez, por lo tanto tiene la experiencia suficiente para aconsejarte cómo llevar una vida matrimonial feliz y placentera, te ayudará a ser una esposa ejemplar.

Selene asintió por compromiso, pero no le gustó nada la idea que le dieran "consejos" sobre como ser la esposa ideal.

—Será honor asesorarla, joven —habló por primera vez la desconocida, con una voz tosca pero amable—. Sin embargo, primero debemos comenzar con el ritual de desvestirla.

—¿Desvestirme? —preguntó alarmada Selene.

Miró primero Octavia, quien seguía emocionada y solo asentía y luego a la pronuba, quien ya se le estaba acercando.

—Mi señora Octavia —dijo con su misma voz, que a Selene todavía presa de la incomodidad y la vergüenza, ya no le pareció tan amable—, busque la túnica recta, mientras ayudo a la joven novia.

—Puedo hacerlo sola —dijo la más joven de las tres al darse cuenta que no tenía escapatoria.

Al final, las dos mujeres habían aceptado, Selene terminó sacándose la toga praetexta que solía usar diariamente y tenía bordes lila, para colocarse la toga recta, que era completamente blanca y de una tela rígida que le llegaba hasta los pies, cubriendo completamente todo su cuerpo.

—Esta misma toga usarás mañana para la ceremonia —agregó la pronuba—. Solo falta colocar la redecilla* roja sobre el cabello.

Octavia se movió rápidamente y buscó el objeto solicitado, entre ambas mujeres cuidadosamente envolvieron todo su cabello y no dejaron que nada quede suelto. Mientras la extraña le explicaba que ambas prendas no eran elegidas al azar, sino que formaban parte del ritual previo a la boda y que ambos colores, blanco de la toga y rojo de la redecilla, simbolizaban la pureza virginal de la novia.

Al terminar, le aseguraron que todo había terminado por hoy y que era hora de descansar, ya que mañana finalmente sería el gran día y comenzarían muy temprano con todos los preparativos. Cuando estuvo sola, Selene dejó que los nervios la invadieran, mañana, todo sucedería mañana y su vida cambiaría para siempre, ya nada sería igual. Lo peor es que estaría sola, sin su hermano Alejandro y eso la llenaba de temor.



Norte de Egipto, Legio III Cyrenaica, 26 de junio del año 20 a.C.


—Es muy temprano para que estés aquí —pronunció Plauciano, el Legatus de la Legión.

Su tono de voz no demostraba emociones, Alejandro no sabía si estaba enojado, tranquilo o sospechaba de él. Su superior siempre había sido difícil de descifrar y eso lo estaba poniendo nervioso en ese momento.

—Me gusta madrugar y además quería hablar con usted, señor —respondió el otro, intentando parecer sereno.

Plauciano lo miró de reojo, mientras seguía acomodando varios papeles.

—Ya interrumpiste mi trabajo, habla de una vez, así terminas y no me atrasas más —contestó serio, pero aún sin mirarlo del todo.

Alejandro juntó toda su tranquilidad, que era realmente poca y decidió enfrentar esta lucha de frente.

—Es sobre mi compañero Alair... —pronunció claro, pero tentativo—, lo encarcelaron ayer después...

—Después de que descubriéramos que es un esclavo —interrumpió el Legatus.

El egipcio se mordió el labio ante lo cortante que sonaba su superior, aparentemente no estaba muy contento con respecto a ese tema.

—Sí, pero... —intentó sonar amable otra vez, pero no parecía que Plauciano estuviera en la misma sintonía.

—Legionario, ¿usted lo sabía? ¿Sabía que su compañero era un esclavo y qué mintió para ingresar a nuestro honorable ejército? —preguntó, pero la acusación estaba ahí, palpitante y deseosa de una respuesta.

Claro que lo sabía, lo había descubierto cuando todavía estaban en el campamento de entrenamiento de la Isla de Cerdeña, hace años; pero no podía decirlo, sería condenarse a sí mismo. Y aunque se sintiera como un amigo egoísta y cobarde, tenía que fingir ignorancia, ya que sino él también sufriría las consecuencias de ser considerado un traidor y no podía dejar sola a su hermana.

—Claro que no —respondió, aunque sintió que traicionaba a Alair—, yo nunca guardaría un secreto así.

El Legatus lo miró fijamente por lo que parecieron horas, como si tratara de descubrir su alma. No sabe si encontró su mentira o no, pero si lo hizo pareció decidir que lo pasaría por alto.

—Entonces, ¿por qué estás realmente aquí? —prosiguió enfocado en sus papeles, como si la conversación ya no fuera tan importante.

—Fue mi compañero durante años y sé que no es malo, se equivocó —aclaró enseguida para no quedar como un traidor—, pero no creo que haya tenido malas intenciones. Siempre fue un gran legionario e incluso en la batalla contra los rebeldes...

—Ve al grano, legionario —lo cortó Plauciano.

—¿Qué castigo le espera? —interrogó.

—Eso no lo decido yo, debo entregarlo a los superiores y se le iniciará un juicio, generalmente se los devuelve a sus dueños o reciben la pena de muerte —pronunció y Alejandro sintió un escalofrío ante lo último—. Sin embargo, el legionario acusado mintió muchos años e incluso falsificó sus documentos, lo más seguro es que reciba la pena máxima.

Mientras lo relataba parecía tan distante y desinteresado, como si hablar sobre la muerte de un hombre, de uno de sus propios hombres, no fuera nada. Alejandro sintió dolor y rabia.

—Pero podríamos hacer algo, él no es malo, nunca quiso dañar a nadie —comenzó a soltar todo frenéticamente.

—¡Basta! —interrumpió Plauciano, esta vez sonaba muy serio y duro—. No te metas en esto, eres solo un legionario más y si no quieres ser acusado de traidor también, nunca vuelvas a sugerir algo así frente a nadie y mucho menos ante oídos de otras personas que están buscando errores para perjudicarte —exclamó y Alejandro lo miró sorprendido—. El legionario que fue tu compañero sabía en que se metía, él mismo se condenó, no te condenes tú para intentar salvarlo.

—Pero... —objetó aunque no fue escuchado.

—Tengo entendido que tu hermana contrae matrimonio hoy con el Rey de Numidia, te sugiero que te concentres en eso por tu propio bien —ordenó—. La conversación ha terminado, puedes retirarte.

Alejandro quiere continuar, intentar encontrar una forma de liberar a Alair o al menos conseguir que no sea ejecutado, pero parece que hoy no será el día. Debe buscar otra opción, el Legatus está realmente cerrado y sin posibilidad de llegar a otro acuerdo. Le duele que le recuerde a su hermana y como no puede estar con ella este día tan importante, tal vez era el destino. Selene se casará hoy y por fin conseguirá su libertad y escapará de las garras del Emperador, eso ya es un hecho, así que tal vez el destino lo quería aquí para que sea él quien salve a Alair y está dispuesto a hacerlo.

—Como usted ordene, señor —se inclina ante su superior y se marcha, decidido a no abandonar a su amigo.



Roma, Palacio del Emperador, 26 de junio del año 20 a.C.


El matrimonio romano estaba precedido por varios ritos, los primeros eran la entrega de los juguetes infantiles de la novia a la deidad de Lares y luego, la colocación de la túnica recta. Todo comenzaba en la casa de la novia para finalizar en el hogar que ambos compartirían en el futuro, aunque en este casamiento en particular eso no sería posible, ya que el reino de Numidia estaba muy lejos, así que se había decidido que todo sucediera en el mismo palacio. Por tal motivo, desde muy temprano los sirvientes habían comenzado a decorar la entrada principal al palacio imperial con ramas y flores para que todos supieran que ese día se estaba celebrando una boda.

Selene se enteró porque fue la misma Marcela la Menor quien se lo contó, al mismo tiempo que se burlaba de ella por avergonzarse cuando quisieron sacarle la túnica y ponerle la otra.

—Literalmente, eso hará Juba esta noche —respondió entre burlas, mientras Selene se ponía más roja.

—Basta hija, no seas una mujer tan vulgar, esas son cosas privadas —reprendió Octavia a su hija menor.

—Parece que la conversación que tuvimos antes de tu matrimonio sobre cómo ser una esposa ideal fracasó —aportó con severidad la pronuba.

Marcela rodó los ojos e hizo una mueca ante la moralidad de las dos mujeres mayores, Selene intentó no reírse por los gestos de su amiga.

—Solo fue un chiste, además el sexo es algo normal entre una pareja —intentó defenderse.

Pero no funcionó, Octavia la miró horrorizada y la pronuba frunció el ceño ante su vocabulario.

—No es un tema del que las mujeres decentes hablen, eso es para las meretrices —repitió enojada la pronuba.

Marcela decidió no seguir con la discusión, las dos eran mayores y no cambiarían de opinión. De todos modos, ella le daría sus propios consejos a Selene cuando estuvieran solas.

—Ponte de pie joven —dijo la pronuba y Selene le hizo caso—, te colocaré este cinturón que solo podrá ser desatado por tu futuro marido esta noche cuando finalmente consuman su matrimonio. Y a partir de ahí, dejarás de ser una niña y pasarás a ser una mujer.

Ató el cinturón sobre la túnica recta, mientras Octavia le contaba sobre la tradición y sobre cómo no se podía atar cualquier nudo, sino que debía ser atado con un nudo hércules, justamente en alusión al mismo dios Hércules que según la leyenda había tenido más de setenta hijos y que evidentemente era necesario para asegurar que el matrimonio sea fértil.

—A mí me funcionó, ya voy por el segundo —acotó Marcela con su comentario, mientras se tocaba el vientre aún plano.

Esa había sido otra noticia que alegró a Octavia, el saber que un nuevo nieto venía en camino. Marcela no estaba teniendo un mal matrimonio según lo que ella contaba, pero aún así, Selene sabía que no amaba realmente a su marido, sino que se acostumbró a la rutina. Se llevaban bien y se respetaban, pero no había amor, era pacífico. ¿Eso le esperaba con Juba? ¿O Selene se terminaría de enamorar de él? Había algo pequeño ahí, creciendo lentamente, solo esperaba que siguiera así y que pudiera vivir un matrimonio con amor.

Mientras todo el palacio era un caos de sirvientes adornando y acomodando todo para la celebración del banquete, en la habitación de la novia, tanto Octavia y la pronuba, le peinaban el cabello tranquilamente con seis perfectas trenzas como dictaba la costumbre y finalmente se las ataban con una cinta de lana. Todo esto mientras Marcela hablaba sobre cualquier cosa.

Cuando terminaron con su cabello, le colocaron sandalias de un color demasiado llamativo: anaranjado, que eran muy poco comunes, supuso que era parte de la costumbre. Luego la hicieron parar y casi como si el acto fuera una ceremonia super importante, las dos mujeres mayores le colocaron un velo sobre su cabeza del mismo color que sus sandalias. Y para culminar, Marcela añadió una corona realizada con hojas de un naranjo que desprendía un delicioso olor y que además, estaba adornada con algunas flores de verbena.

Como último acto, las tres la miraban maravilladas y con una sonrisa con distintos niveles de complacencia.

—Estás hermosa mi niña —dijo Octavia emocionada—, es hora de comenzar tu nueva vida.

Respiró profundo, intentando esconder los nervios y también sonrió. Sí, su vida cambiaría hoy y por fin escaparía de las manos del Emperador.

—Se le va a caer la baba a Juba cuando te vea, estoy segura que esta misma noche te hará un hijo —pronunció Marcela con su verborragia que tanto la caracteriza.

—¡Hija! —exclamó Octavia alterada, compartiendo una mirada de disgusto con la pronuba.

Selene solo rió, su amiga era única y se alegraba de tenerla. Salió de la habitación y cuando la puerta se cerró, fue como si una parte de su vida también lo hiciera para siempre.



Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis".


—¿Saldrás? —interrogó Attis a su compañera.

Tais no estaba vestida con sus vestimentas habituales de trabajo, sino con una toga sencilla que solía usar cuando salía al mercado, ya que decía que ser meretriz era su trabajo y no toda su vida. Así que cuando salía a hacer algo tan simple como comprar comida o algo para ella, quería vestirse como cualquier otra mujer. Era una tontería, todos la conocían y sabían que era una meretriz aunque se pusiera otra ropa, porque esa era su vida y no solo su trabajo.

Lo extraño era que Tais ya había salido ayer al mercado, no tenía nada que comprar y no creía que el viejo de Drymilos la dejara salir dos días seguidos. Ese idiota las hacía trabajar cada segundo de su vida, quería dinero y más dinero.

—Sí, iré hasta el palacio para intentar ver algo del casamiento —respondió—. No me dejarán entrar, pero al menos quiero ver la decoración —terminó encantada.

—¿Casamiento? —interrogó.

Los casamientos eran públicos y las personas que no tenían trabajo generalmente los presenciaban, aunque si era de la familia imperial las ceremonias siempre eran privadas, pero el pueblo iba hasta la entrada solo para ver cómo habían decorado las ventanas y puertas aunque éstas permanecieran cerradas. Attis no se había enterado de nada, ¿acaso alguien de la familia imperial se casaría?

—Sí —volvió a decir Tais, ya lista—, se casa Selene, la hermana de Alejandro, la princesa egipcia. El viejo nos dejó ir solo por un rato porque es en el palacio, iré con otras de las chicas, ¿vienes?

Así que esa boda finalmente se celebraría, pensó que no después de tanto. Le gustaría ir solo para ver cómo se vestían las mujeres de la alta sociedad, pero ir con el resto de las meretrices no le agradaba ni un poco.

—No gracias, prefiero no ir con mujeres tan vulgares como ustedes —contestó asqueada.

—¿Perdón? —interrogó sorprendida y sin poder creer.

—Lo que escuchaste, son simples putas que se ponen felices por salir un rato de este agujero y ver bodas de extraños, aunque ni siquiera pasarán la puerta y menos ver a los novios. Pero volverán extasiadas aquí, sabiendo que tendrán algo de qué hablar por meses, ya que en su vida no pasa nada emocionante y es demasiado aburrida —finalizó y comenzó a maquillarse.

Tais no respondió nada durante los siguientes segundos y Attis sonrió sabiendo que la había lastimado, sin embargo cuando se giró para mirarla, se sorprendió que Tais tenía una mirada de lástima pero dirigida a ella.

—Me cansé de ti —dijo—, siempre quise ayudarte. Entraste a este lugar siendo apenas una niña y sentí que debía protegerte, tal vez despertaste mi instinto materno, pero me cansé. Siempre burlándote de todas nosotras, creyéndote superior y estás en el mismo lugar.

—No soy igual a ustedes —respondió Attis enojada—, no me conformo con esta vida miserable, yo saldré de aquí y tendré una vida mejor —continuó—. Nunca te pedí que me protegieras y tus tontos consejos solo eran eso, tontos. No es mi culpa que me tengas envidia porque soy joven y hermosa, todos los hombres me desean a mí y tú cada vez estás más vieja. Así que no intentes arrastrarme contigo, estás acabada —escupió con veneno.

—La belleza y la juventud no son eternas —pronunció con calma—. Tranquila, esta vieja acabada ya no te molestará más, pero cuando te caigas, no te gastes en buscarme porque yo hoy terminé contigo —finalizó decepcionada.

Luego se marchó del lugar, Attis la observó con desagrado.

—Nunca te buscaré, serás tú la que me necesites cuando Drymilos te eche de este lugar por vieja —murmuró para sí misma.

Después siguió maquillándose, si había una boda, seguramente vendrán varios hombres ricos al palacio y en una de esas, alguno caía al burdel y ella se encargaría de atenderlo y sacarle una buena cantidad de denarios o si estaba con suerte, oro. Nadie podía resistir su encanto después de todo, ni siquiera el Emperador.



Roma, Palacio del Emperador.


Según la costumbre, al amanecer el dueño de la casa debía sacrificar un animal y como se realizaba en el palacio técnicamente debía ser el Emperador quién lo hiciera. Augusto lo había hecho en la boda de su hija porque la amaba y quería lo mejor para ella, pero en esta ocasión le ordenó a un sirviente, nadie objetó nada y fingieron que el dueño lo había hecho. No se atrevían a desafiar al hombre.

Acto seguido, el sacerdote examinaba y leía las entrañas del animal sacrificado, para luego ofrecérselo a los dioses y finalmente comunicar que los mismos daban el beneplácito al matrimonio.

Octavia apretó su mano y la miró con cariño, Selene se tranquilizó solo un poco, pero aún así no fue suficiente, nada lo sería. Su vida estaba a punto de cambiar y tenía demasiado miedo.

—Todo saldrá bien, hija mía, estaré esperándote al final del camino —susurró con dulzura.

Besó su frente a través del velo y después de una corta mirada, se marchó a ocupar su lugar durante la boda. Ella respiró profundo y cerró los ojos, se sentía tan sola. Luego sabiendo que esto era para mejor, se paró derecho y miró al frente.

El salón estaba lleno de personas que no conocía y que no la conocían a ella, pero estaban aquí porque se casaba la hija de Octavia con un rey extranjero. En el medio había un pequeño pasillo que estaría caminando dentro de segundos y al final de éste, estaba Juba esperándola y como se lo había prometido, también Octavia, su madre adoptiva.

Enfrentó su destino como la mujer valiente que su verdadera madre siempre le enseñó que fuera, confiando en ella la vida de sus hermanos, había fallado con Ptolomeo, pero no fallaría ahora. Al final de su historia, ella le ganaría a los romanos.



Norte de Egipto, Legio III Cyrenaica.


Alejandro le suplicó a Isis que protegiera a su hermana y que le brinde un futuro brillante, no podía estar hoy con ella, pero haría todo para protegerla. Solo esperaba que hoy sea ese primer paso para que pudieran tener una vida feliz.



Roma, Palacio del Emperador.


La pronuba recitó las capitulaciones matrimoniales, dando así inicio a la celebración y como era regla, ante los diez testigos elegidos. Selene solo reconocía a Octavia y Marcela, los demás eran extraños para ella, seguramente había varios que eran allegados de Juba, pero no lo sabía. Tal vez también eran sus nervios y por eso no podía distinguir los demás rostros, pero no podía evitarlo estaba realmente nerviosa y sinceramente todo lo que estaba diciendo la mujer era como un ruido sordo en su cabeza. Pero fue consciente del momento en el que el sacerdote dejó de copiar en las tablillas nupciales todas las capitulaciones que leía la pronuba, así que supo que llegaba el siguiente paso, trató de alejar sus nervios e intentar volver a escuchar a la mujer.

—Las acepto —dijo Juba, su voz clara y marcada por la emoción fue lo que terminó de romper el ruido sordo en su cabeza.

Ahora era capaz de percibir cada pequeño detalle que había a su alrededor y de los ojos esperanzados que Juba posaba sobre ella. Tragó, todos estaban esperando sus palabras, el Rey de Numidia ya había aceptado las capitulaciones, ahora le tocaba a ella y fue consciente de que todo cambiaría cuando soltara las palabras. Por primera vez, los nervios la abandonaron y estuvo muy segura de todo.

—Las acepto —respondió fuerte y sin titubear.

No notó las sonrisas de Octavia ni de Marcela, sino solo la de Juba que parecía brillar aún más. El toque de la pronuba hizo desviar la vista de ambos hacia la susodicha, quien tomó sus manos y finalmente las juntó, cuando ellos entrelazaron sus dedos, la mujer se concentró en Selene esperando que dijera las palabras.

—Como tú eres Gaius, yo soy Gaia —pronunció, sin encontrarle demasiado sentido, pero siguiendo la tradición.

Juba sonrió aún más si era posible y esperó hasta que ella terminara de recitar la frase, para decir la suya.

—Como tú eres Gaia, yo soy Gaius** —contestó.

La pronuba asintió y levantó la mano de ambos para que todos los presentes fueran testigos y no quedaran dudas.

—Esta pareja queda unida en matrimonio —gritó y todos los invitados aplaudieron.

Luego todo sucedió muy rápido, el sacerdote recitó una plegaria a los dioses pidiendo la felicidad y protección de la nueva pareja. Para acto seguido, ser llevados a uno de los jardines para tener el último acto de la ceremonia matrimonial: sacrificar a un buey y a un cerdo.

Para Selene fue demasiado, ella no podía hacerlo, así que fue Juba. Se quedó parada a un lado, pero siendo testigo de todo, cerró los ojos con fuerza mientras escuchaba gritar a los animales, ellos gritaban de dolor en sus últimos suspiros, mientras los invitados lo hacían con júbilo. Abrió los ojos cuando Juba le tocó el brazo, quien se detuvo frente a ella y aún con las manos manchadas de sangre, lentamente retiró el velo que aún cubría su rostro. Con todos los invitados a su alrededor exclamando palabras jocosas que se suponían eran divertidas, su reciente esposo la besó, manchando la delicada tela y su piel trigueña con el color rojo de la sangre, sangre de los animales sacrificados que todavía moribundos pataleaban a unos metros de ellos. Sus oídos silenciaron todo y sólo deseó que su matrimonio no tenga ese mismo futuro, ya que una vez escuchó que lo que empezaba con sangre, terminaba con ella.



El banquete nupcial estaba en pleno apogeo, la mayoría ya borrachos de tanto vino consumido, todos bailaban felices y despreocupados. Julia sonrió y bebió un poco de su propia copa, en breve esa felicidad de esfumaría.

—Has bebido demasiado, creo que la celebración ha terminado para ti —dijo Agripa apareciendo a su lado—. Será mejor que vayas a nuestra habitación y cuides a tu hijo.

Hizo una mueca de desagrado ante las palabras de quien es su esposo, ella había estado tan bien antes de su llegada, un poco apartada de todos pero observando cada detalle y esperando el momento justo.

—Tú también deberías hacerlo, esposo mío, no creo que a tu edad el cuerpo aguante tanto como antes —respondió irónica y solo para enojarlo un poco más, bebió otra vez mirándolo a los ojos, desafiándolo.

Él frunció el ceño, nunca habían logrado llevarse bien desde que se habían casado, pero había notado que Julia parecía odiarlo realmente.

—Deberías respetarme, soy tu esposo y estoy cumpliendo con mis obligaciones de cuidarte —amonestó un poco molesto.

Estaba anocheciendo y pronto el banquete se daría por finalizado para continuar con el siguiente ritual: el rapto de la novia. Sin embargo, cuando Julia notó que Selene abandonaba momentáneamente la celebración y tomaba el pasillo que iba directo a su habitación, supo que su dulce venganza había llegado; tal vez ya no habría un siguiente ritual después de sus palabras. Pero antes miró a Agripa, a su esposo y decidió herirlo a él también, hoy era un día glorioso.

—Esa es la única obligación que cumples, ya que tu obligación como hombre en mi cama, deja mucho que desear —escupió con resentimiento, luego empujó la copa vacía a las manos de su atónito marido y se marchó siguiendo a la egipcia.

Como era de esperarse, la encontró en su habitación, estaba retocándose las trenzas y asegurándose que ya no tuviera sangre en su rostro; Julia entró sin llamar.

—¿Qué haces aquí? —interrogó la egipcia alarmada, parece que la había sorprendido y asustado. Bien.

—Venía a felicitarte por tu reciente matrimonio y a desearte toda la felicidad —respondió con una sonrisa cínica, que demostraba que sus palabras no eran realmente ciertas.

Selene frunció el ceño y apretó sus puños, eso le pareció divertido a la joven romana.

—No te creo nada —pronunció de forma dura—, pero te lo agradezco aunque sigo creyendo que hubieras hecho todo lo posible para evitar esta boda. Si eso era todo, te pido que te retires —agregó.

Julia se llevó una mano a su pecho como si sus palabras la hubieran lastimado.

—Te juro que es cierto, estoy feliz que te hayas casado —dijo—. No negaré que te odio y en un primer momento quise evitar tu matrimonio con el rey Juba y casarte con otro, pero luego...—sonrió con maldad—, cuando descubrí la verdad de Juba, comprendí que lo mejor era que te casaras con él y así vivirás infeliz por el resto de tu vida.

Selene permaneció en silencio, Julia parecía tan sincera y no comprendía nada de lo que estaba sucediendo.

—Si no eres feliz en tu matrimonio con Agripa no es mi culpa... —comenzó a decir la flamante reina de Numidia.

—Es cierto, no soy feliz junto a ese viejo, pero al menos yo no estoy casada con un enemigo —espetó—. Duermo todas las noches con un viejo decrépito, pero tú lo harás con un asesino.

—¿Qué? —balbuceó Selene desconcertada.

Y los ojitos de Julia parecieron brillar, maravillados frente a la escena que se le presentaba en ese mismo momento.

—¡¿Acaso no lo sabes?! —exclamó eufórica y ante su silencio y consternación evidente en su rostro, Julia rió—. No lo sabes —pronunció emocionada—. Entonces haré mi buena obra del día y te contaré —dijo como si le relatara un cuento a un pequeño—. Resulta que hace unos años atrás, cuando mi padre, el Emperador Augusto, se enfrentó a Marco Antonio y Cleopatra, la zorra de tu madre —escupió con desdén—. Tuvo el apoyo de muchos aliados, uno de ellos fue un fiel amigo y jovencísimo Juba II, quien participó junto a sus hombres en la Batalla de Accio donde finalmente fueron vencidos los traidores —finalizó contenta.

No, no podía ser real, Julia tenía que estar mintiendo. Sintió como todo a su alrededor daba vueltas, ya nada era seguro.

—Por eso, debes creerme cuando digo que estoy feliz por tu matrimonio —continuó Julia—. Cómo no estaría feliz al saber que mi enemiga se acaba de casar con el asesino de sus padres.

Soltó una carcajada y viendo el rostro pálido de la egipcia y su semblante de desesperación, Julia se marchó después de soltar una verdad explosiva, sabiendo que había completado su dulce venganza y que ésta era un plato que se servía frío.

"Duermo todas las noches con un viejo decrépito, pero tú lo harás con un asesino".

"...jovencísimo Juba II, quien participó junto a sus hombres en la Batalla de Accio donde finalmente fueron vencidos los traidores".

"Cómo no estaría feliz al saber que mi enemiga se acaba de casar con el asesino de sus padres".

El asesino de sus padres, le repetía su cabeza. Alejandro y ella hicieron tanto para sobrevivir a la crueldad de Augusto y escapar de sus manos, para finalmente dirigirse por voluntad propia a las garras de otro asesino.

Al final, lo que comienza manchado de sangre, finaliza de la misma manera. Solo que esta vez, todo comenzó con la sangre derramada de sus padres y terminó con la sangre en el rostro de Selene cuando finalmente se casó con uno de los culpables de su muerte.

Afuera aún corría la sangre de los animales asesinados; adentro, Selene había perdido cualquier rastro de vida y se sentía muerta aunque aún respirase.

*Redecilla: Fina malla para sujetar el peinado femenino. Malla redondeada, a menudo adornada con cintas, con que se sujeta el pelo recogido. Es parte de algunos trajes populares.

**Como tú eres Gaius, yo soy Gaia/Como tú eres Gaia, yo soy Gaius: A lo largo de la historia romana, Cayo fue generalmente el segundo nombre más común, después de Lucio. Aunque muchas familias prominentes no lo usaban en absoluto, estaba tan ampliamente distribuido entre todas las clases sociales que Gayo se convirtió en un nombre genérico para cualquier hombre y Gaya para cualquier mujer. Una ceremonia de boda familiar romana incluía las palabras, pronunciadas por la novia, ubi tu Gaius, ego Gaia ("como tú eres Gayo, yo soy Gaya"), a las que el novio respondió, ubi tu Gaia, ego Gaius. Aunque ciertos autores argumentan que esta frase era expresada cuando la mujer llegaba a su nuevo hogar.


Notas de la autora: ¡La boda ha llegado! Les prometí una Boda Roja, no hubo muertes como en GOT, pero nuestra protagonista se quiere morir jajaja ¿Qué creen qué pasará? ¿La boda continuará o no? Recuerden que el divorcio existe, ya vimos que Agripa lo hizo para casarse con Julia y más adelante otros personajes también lo harán... ¿Qué hará Selene?

¿Esperaron eso de Juba? Se lo tenía bien guardadito... Si bien el no lo mató personalmente, participó de la Batalla que terminó de vencer a Cleopatra y Marco Antonio, así que nuestra querida Selene lo ve igual de culpable que el resto, por el momento....

Intentaré no tardar tanto con la segunda parte de la boda, pero no prometo nada porque el trabajo me persigue. Saludos a todos!!!



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