44: Momentos previos
Norte de Egipto, Legio III Cyrenaica, 12 de junio del año 20 a.C.
Alair observó a un furioso Alejandro, que miraba el horizonte árido con odio. Ambos estaban cumpliendo su horario de patrulla en la frontera romana, todavía le quedaban varias horas antes de ser reemplazados, así que consideró que sería pertinente comenzar una conversación para intentar adivinar que estaba molestando a su compañero. A unos cien metros había otro par de soldados, estaban lejos, así que no escucharían.
—¿Hablarás o tendré que preguntártelo? —interrogó a la ligera.
El egipcio permaneció en silencio durante varios minutos más, hasta que exhaló, se sacó el gladio y lo dejó a un costado para poder sentarse sobre la tierra, junto a Alair.
—Pedí permiso para ausentarme durante algunas semanas, me lo negaron —escupió.
—¿Y a dónde querías ir? —continuó el otro.
Alejandro lo miró como si fuera estúpido o algo así, Alair tal vez sintió que debería saberlo, pero sinceramente no recordaba nada importante que su amigo tenía que hacer más que cumplir su labor como legionario.
Al darse cuenta que Alair no iba a hablar, Alejandro puso los ojos en blanco y volvió a mirar la extensa superficie ante sus ojos, la que alguna vez fue su hogar, y que ahora debía proteger para los romanos cuando no hace menos de dos décadas, la defendió de los romanos.
—Mi hermana Selene se casará en los próximos días —dijo él—, y no podré estar presente —terminó de mal humor.
Ahora lo entendía, pero bueno, no había nada que se pudiera hacer, Alejandro debía aceptarlo y continuar. Era una lástima, claro que sí, su única hermana se casaría pronto con el rey de Numidia y Alejandro no podría estar ahí. Pero debía ver el lado bueno, faltaban pocas semanas para que ella finalmente lograra abandonar el palacio y escapar del control del Emperador, lo que siempre quisieron, así que ellos ganarían finalmente.
—Es razonable, aún nos quedan cuatro meses por cumplir este año, no te iban a dejar ir ahora —respondió Alair a cambio.
—Lo sé —se defendió—, solo pensé que tal vez lo lograría, el Legatus Plauciano parece abierto y razonable.
—Es verdad, pero él solo es la autoridad máxima de esta legión, no tiene autoridad para permitir una salida antes del tiempo reglamentario, sino será quien cargue con las consecuencias —dijo Alair.
Alejandro hizo una mueca pero asintió, comprendiendo perfectamente la situación. Pero de todos modos sentía rabia de no poder estar al lado de Selene ese día, estaba seguro que ella lo necesitaría más que nunca. El otro hombre al verlo tan desanimado, intentó mejorar su ánimo.
—¿Y por qué no le escribes una carta? Estoy seguro que eso ayudará a tu hermana y entenderá tu ausencia —pronunció.
Roma, Palacio del Emperador, 14 de junio del año 20 a.C.
—¿Qué harás? —interrogó Marcela la Menor a su amiga.
La joven romana había regresado al palacio hace apenas unos días por motivo del casamiento real que se estaba por celebrar. No pensaba perderse por ningún motivo la celebración, así que había llegado unas semanas antes para poder tener tiempo con Selene y también, porque sinceramente se aburría en su casa completamente sola y sin nadie con quien hablar; ella siempre había sido tan fuera de las reglas y ahora debía permanecer encerrada entre cuatro paredes porque era una mujer casada.
—No lo sé, nunca me imaginé esto —respondió sinceramente.
Marcela asintió, comprendiendo a Selene pero también pensando en cómo ayudarla.
—Todo lo que me contó es horrible y ella... —continuó Selene abrumada—, ella nos defendió cuando éramos pequeños, a costa de su propia vida —recordó cómo la mujer le había mentido a los romanos para salvarlos—. Quiero ayudarla, no quiero que siga sufriendo —terminó totalmente convencida.
Marcela no podía estar más de acuerdo, sin embargo sabía que sería difícil. Luego de que Egipto cayera, los príncipes egipcios nunca más vieron a la esclava que los había intentado proteger y pensaron que había muerto o sido esclavizada como muchos otros. Y así había sido, la joven se convirtió en la esclava de Manio Cornelio Escipión, el mismo hombre que había desfigurado su rostro durante la invasión. Desde ahí, su vida solo había sido llanto y dolor, el Legatus y su esposa solo la habían maltratado cada día y ella aguantó, pero solo esperando que el día de su muerte esté cerca. Sin embargo, cuando Escipión se volvió el capitán de la Guardia Pretoriana debió mudarse al palacio imperial y con él, también lo hizo su esposa y alguno de sus sirvientes. Entre estos últimos se encontraba la esclava egipcia, quien no tenía un propósito para vivir hasta que volvió a ver a sus príncipes y recordó la promesa que le había hecho hace tantos años a la difunta reina: protegerlos.
—Todo esto es muy complicado —suspiró Marcela, no sabiendo cómo ayudar.
—Sí —estuvo de acuerdo Selene—, pero encontraré la forma de alejarla de Escipión. Ella me protegió hace mucho de ese mismo hombre y ahora la salvaré de ese monstruo romano —terminó convencida.
Puerto de Bríndisi, al sur de la península itálica, 16 de junio del año 20 a.C.
Cuando Juba baja del barco, los sirvientes ya han sacado la mitad del equipaje y lo están cargando en las carretas que esperan.
—Cuando quiera podemos partir hacia el palacio, su majestad —dijo Baldo a su derecha.
El Rey respira el aire húmedo y frío que bordea el mar y una sonrisa adorna sus facciones. Ha regresado al Imperio y por última vez lo hará como un hombre soltero, dentro de unas pocas semanas por fin logrará casarse con la mujer que ama y con quien lleva cerca de cinco años comprometidos. Pasaron tantas cosas en ese lapso de tiempo, que sinceramente nunca creyó que llegaría este día, pero ahora sí.
—Extraño demasiado a mi hermosa Selene, así que cuánto antes partamos, cuanto antes llegaremos —mencionó feliz.
—Como usted ordene, su majestad —contestó con seriedad.
A Juba no se le escapó la mueca de disgusto que había hecho Baldo ante la mención de su prometida, pero no dijo nada en un principio, sino que esperó que los dos estuvieran sobre la carreta y ésta en marcha, así su mano derecha no podría evitar el tema al ser cuestionado.
—¿Qué es lo que sucede? No te veo muy emocionado con mi futuro casamiento —dijo el Rey—, incluso parece lo contrario. Cuánto más se acerca la boda, más callado y disgustado te notas —concluyó.
—No sucede nada, su majestad —respondió inmediatamente.
Pero eso no era suficiente para convencer al hombre que gobernaba a todo un pueblo combativo, conocía a Baldo hace años, era como un padre para él, no podía engañarlo tan fácilmente.
—No soy un tonto, así que no me trates como tal —pronunció y Baldo estuvo a punto de objetar, pero Juba lo silenció—. Sin mentiras, nos conocemos hace años. Así que responde, ¿qué piensas sobre mi futuro matrimonio?
Baldo permaneció en silencio unos minutos más, mientras las ruedas chocaban contra el camino de piedra que los acercaba al palacio y que también los acercaba a la boda inevitable de su señor.
—Que no debería casarse —soltó con seriedad—, esa mujer no es la indicada para usted y llevará el reino a la ruina —terminó sin miramientos.
No tenía miedo a las posibles represalias, sabía que Juba nunca le haría nada malo, eran como un padre y un hijo, siempre hablando con sinceridad ante todo. Así habían logrado mantener el reino de Numidia a flote a pesar de todas las revueltas. Siempre siendo francos y buscando la mejor solución, por eso debía advertirle una última vez sobre la mujer que sería su esposa, ya que estaba seguro que la ex princesa egipcia sería la perdición de su rey.
Juba no respondió, pero cualquier alegría se esfumó de su rostro como lo hace el agua en el desierto, las palabras que escuchó no le habían gustado ni un poco.
—La estabilidad del reino está en una situación crítica, el pueblo no está contento con tu gobierno y tus medidas tan romanas —continuó Baldo, algo que obviamente era un tema de discusión desde hace mucho tiempo—. Aún así siempre te apoyé porque considero que benefician a nuestro pueblo, pero creo que este casamiento es tentar la suerte —siguió sin obtener una razón—. Lo mejor hubiera sido casarte con alguna mujer de la elite numidia, al menos así los tranquilizarías, pero convertir a una extranjera en su reina y mucho más a la hija adoptiva de la hermana del Emperador romano —suspiró—, es la receta para el desastre.
Juba en el fondo sabía que tenía razón, su propio pueblo no lo quería porque consideraban que estaba bastante romanizado y que ya no podía considerarse numidio, a pesar de serlo. Su padre había sido el rey anterior hasta que los romanos lo derrotaron y tomaron al pequeño Juba en cautiverio, tuvo que caminar por las calles de Roma con cadenas de oro mientras todos se reían de él, pero no lo mataron sino que fue educado. Su mente se abrió ante la lectura de tantos libros y las enseñanzas de tantos maestros, descubrió la grandeza del Imperio y como una sociedad sólo podía crecer a través de la civilización. Cuando fue mayor, Augusto confió en él y le devolvió su reino con la promesa de ser aliados; él estaba tan cautivado por el desarrollo que Roma había alcanzado, que solo quería que su propio pueblo llegue ahí. Sin embargo, se encontró con una resistencia muy fuerte de su propia gente, quienes no querían ser como Roma, sino seguir con sus conductas bárbaras y su cultura numidia. Había sido una lucha desde que asumió, siempre sofocando revueltas y las cosas habían empeorado cuando se anunció su casamiento.
—Tienes razón —dijo Juba—, pero amo a Selene y el pueblo numidio también aprenderá hacerlo cuando la conozcan y descubran lo brillante qué es.
—¿Estás seguro? —interrogó Baldo una última vez.
—Completamente y no quiero volver a tocar este tema —amenazó severamente.
—Como usted ordene, su majestad —respondió derrotado.
No volvieron a hablar más sobre eso, pero los dos estaban convencidos que el otro estaba equivocado.
Roma, Palacio del Emperador, 21 de junio del año 20 a.C.
—¡Lárgate de aquí ahora mismo! No quiero que nadie vea tu horrorosa cara y se asuste, ve a hacer lo que te ordene —espeta Salonia enojada.
La sirvienta no se inclina ni afirma, solo se da media vuelta y se marcha. Eso parece enojar más a su señora, quien solo quiere su sumisión y el verla humillada. Está a punto de ordenarle que vuelva y así golpearla por no mostrarle respeto, pero es interrumpida por Selene y Marcela que se acercan a ella. Ambas no están contentas por el trato que le dio a la otra mujer, pero intentan ser educadas y guardar las apariencias, si quieren lograr su plan de liberar a la otra mujer, tienen que hacer esto con calma y diplomacia.
—Señora Salonia, no parece tener un buen ánimo el día de hoy —comenta Marcela con falsa cortesía.
—Estoy harta de las esclavas ineptas —responde aún de mal humor.
—Tal vez debería tratarlas mejor si quiere que la respeten —agrega Selene, conteniendo la bronca que siente por esta desalmada mujer.
Eso parece enfurecer aún más a Salania, quien a pesar de intentar disimular su malestar frente a la sobrina del Emperador, no puede evitar responder.
—Así se trata a las esclavas insolentes, deberías saberlo bien porque así te han tratado a ti —pronunció escupiendo cada una de sus palabras.
Selene permanece callada y sin ninguna reacción, en el fondo las palabras de la que alguna vez sirvió a su madre como traductora, ya no le afectan, está acostumbrada a sus hirientes palabras desde que se mudó al palacio. Sin embargo, Marcela está indignada, no puede creer cómo la mujer se atreve a hablarle así, teniendo en cuenta que su amiga sigue teniendo un estatus mucho más alto solo por ser la hija adoptiva de Octavia; Salonia definitivamente está perdiendo la cabeza porque si alguien llega a escuchar un trato así podría meterse en muchos problemas y ella se lo está a punto de decir.
—Salonia, no creo que la joven Selene necesite consejos sobre cómo tratar a sus esclavos, ella ha sido princesa desde su nacimiento, está acostumbrada —interviene Escipión, quien viene caminando por el pasillo junto a Juba—. Además, en unos días se convertirá en reina de Numidia.
Su tono es amable y parece feliz, pero tanto Selene como Juba saben que todo es solo una fachada, ya que el hombre preferiría verla humillada el resto de su vida. Aunque supone que no puede mostrar sus sentimientos tan abiertamente cuando Juba está a su lado, es un hombre desagradable, pero muy conocedor de las políticas del Imperio, nadie querría iniciar una guerra con un reino aliado y menos con uno con el que comercializan bastante.
Como Selene se lo había dicho hace un tiempo atrás a Alejandro, todo es un manejo de poder y de egos, una constante lucha de relaciones cordiales falsas para seguir manteniendo los privilegios alcanzados; eso es la política.
—Me imagino que estarán felices por su futura boda —menciona Escipión, intentando alejar la conversación del tema anterior.
—Claro que sí, no veo la hora de que Selene se convierta en mi reina —contesta Juba, siguiendo con la amabilidad falsa que parece que todos se han puesto de acuerdo en sostener.
—Hace mucho que no he ido a Numidia, pero escuché que ha prosperado bajo tu reinado de forma increíble —responde Escipión, casi como si fueran viejos amigos.
—Y lo hará mucho más con Selene a mi lado —continuó Juba.
Ambos hombres parecían estar mordiéndose la lengua, dispuestos a saltar a la yugular del otro como animales salvajes, pero se contuvieron.
—Mi bella Luna —dijo Juba, esta vez sonando sinceramente feliz cuando se dirigió a su prometida—, el Emperador ya tiene lista la dote que me obsequiará por nuestro matrimonio. Así que ya está todo, solo nos queda esperar el día —finalizó emocionado.
Selene le devolvió la sonrisa, pero parecía que el jefe de la Guardia Pretoriana estaba decidido a ser el centro de la atención.
—Mi querida Selene, prácticamente te vi crecer ya que fui quien te rescató del palacio de Alejandría que se estaba derrumbando —comenzó, mientras que Marcela, Selene y Juba lo miraron mortalmente, él continuó—. Eres prácticamente como una pequeña sobrina para mí, así que yo también estoy dispuesto a darte una dote para ti, como muestra de mi cariño.
Ésta vez, también se ganó la mirada indignada de su propia esposa Salonia, quien se había mantenido al margen pero no podía creer lo que estaba escuchando.
—Muchas gracias, pero no es necesario... —pronunció Selene con educación, pero asqueada ante la posibilidad de tener algo de este hombre.
—Insisto, te daré lo que quieras —intervino Escipión, aún demasiado alegre.
—Ella lo pensará, gracias —respondió Marcela de pronto, la pareja próxima a casarse la miró desconcertada—. Y si nos disculpan, nos retiraremos ahora ya que mi madre Octavia quería hablar con los futuros novios, ya que ama demasiado a su hija y quiere asegurarse que el Rey sea un buen hombre con ella —terminó en forma de broma.
Cuando el trío desaparece de la visión de los otros dos, Escipión borra la eterna sonrisa que había adornado su rostro durante toda la conversación y se gira hacia su esposa, no dudó en tomarla del brazo sin escatimar su fuerza.
—¡Maldita estúpida! —escupe con crueldad—. No vuelvas a cometer una estupidez así nunca más, a la egipcia esa no se la puede volver a insultar y mucho menos delante de testigos —increpa enojada—. ¡Estaba Marcela la Menor!
Salonia hace una mueca por los regaños recibidos y también porque su brazo le está doliendo ante la fuerza aplicada por el romano.
—Suéltame —suplicó, pero él no lo hace, entonces intenta justificarse—. Siempre la humillamos, cada vez que teníamos la oportunidad lo hicimos, ¿por qué ahora no puedo?
Intenta otra vez soltarse, pero Escipión aplica mucho más fuerza y ella jadea del dolor, su marido no está bromeando.
—Eso era cuando pensamos que nunca se casaría con ese Rey imbécil, pero ahora la boda ya es un hecho y estás insultando a una reina —pronuncia lentamente—. No queremos desatar una enemistad entre Numidia y Roma solo porque no supiste mantener la boca cerrada. ¿Está claro?
Ella está a punto de llorar, la humedad bordea sus ojos. Está acostumbrada al maltrato constante de su esposo, pero nunca pensó que por insultar a esa princesita también sería regañada, no cuando su propio marido también lo hacía. Pero parece que las cosas cambian y esa insolente volvió a ganar.
—Sí, lo entendí —suelta con la voz entrecortada.
—Espero que sea así, sino tendré que recordártelo de otra forma y te aseguro que tu rostro se ve más bonito sin ningún golpe —menciona.
Acto seguido suelta su brazo sin miramientos y después se marcha a paso firme, Salonia permanece en su lugar, tratando de mitigar el dolor en su brazo y sabiendo que todo es culpa de esa esclava.
Roma, Palacio del Emperador, 22 de junio del año 20 a.C.
La cena había transcurrido con normalidad, todos fingiendo que disfrutaban y eran una familia unida y feliz; tal vez, la única que era realmente sincera fue Octavia, quien estaba encantada de poder disfrutar de reuniones así, le recordaba cuando aún todos sus hijos estaban aquí. Tiempos que ya no volverán.
—Quiero brindar por la boda de mi querida sobrina Selene con el rey Juba, quien dentro de tres días pasará a ser parte de la familia —proclamó el Emperador, mientras levantaba la copa de vino y callaba todas las conversaciones entre los demás comensales.
Todos imitaron el gesto y procedieron a llevar la copa a sus labios, pero no todos lo hicieron con la misma emoción, mientras que Juba, Octavia, Marcela la Menor, Selene e incluso Agripa parecían contentos; no fue así para la Emperatriz, Julia, Escipión y Salonia, que tenían más ganas de terminar con la pantomima que seguir en ella. Y después, estaba otro grupo que sinceramente le daba lo mismo, solo podían pensar que habría una celebración y podrían disfrutarla, entre ellos estaba Druso, Antonia la Menor, Vipsania, Julo Antonio; y por último, Tiberio, el joven romano intentaba sonreír, pero la tristeza en sus ojos era evidente.
—Es una gran celebración y creo, si usted me permite el atrevimiento mi Emperador —dijo Escipión mirando al hombre—, que también quisiera entregarle un regalo a nuestra querida Selene por su futura unión, ya que la he visto crecer y la tengo en alta estima —su tono era burlón y no pasó desapercibido para nadie, excepto Octavia.
—¡Oh, es maravilloso! —exclamó la hermana del Emperador—. Es hermoso tu gesto, mi hija Selene estará feliz de recibirlo.
Todos parecían tensos en la mesa, esperando la reacción de Augusto, ya que era el padre quien debía entregar una dote cuando su hija contrae matrimonio, pero en el caso de Selene, al estar muerto su verdadero padre, el Emperador había ocupado su rol como tío adoptivo y ya tenía la dote.
Además, la mayoría de los presentes sabían que era una burla, una forma de humillar a la egipcia ante todos, que Escipión realmente no daría una dote. Pero quien no pareció darse cuenta fue Octavia, que se mostraba realmente emocionada y eso era realmente raro en estos días. Así que ahora el peso de la decisión caía sobre Augusto, rechazar el regalo del Legatus, que era lo que debía hacer y lo que todos esperaban o, aceptarlo y contentar a su hermana. La decisión fue fácil.
—Claro que sí, un regalo más solo ampliará la dote y eso demostrará el valor de nuestra querida Selene —respondió Augusto—. Te estamos entregando un tesoro inigualable, rey Juba, espero que sepa valorarlo.
El Rey sonrió y miró a la mujer que sería su futura reina, quien lo había encandilado desde el día que la conoció.
—Lo hago —dijo cuando sus ojos se encontraron con los de ella—, Selene es la mujer más increíble que he conocido —pronunció, mientras ella sonrió y trató de no ruborizarse—. Le agradezco mucho su bondad —continuó hacia Escipión y luego hacia Augusto—, el Legatus ya nos lo había mencionado y prometió que le daría a Selene lo que ella quisiera, así que ¿qué quieres mi bella Luna?
Esta vez la pregunta fue directa hacia la mujer, quien comprendió lo que estaba haciendo, se estaba vengando de Escipión. Lo estaba acorralando frente al Emperador y muchos testigos, volviendo sus propias palabras en su contra.
—Después de la conversación que tuve ayer con la señora Salonia, su mujer Legatus, estuve pensando que tenían razón —comenzó y el matrimonio mencionado no sabía qué esperar de esto, no vieron venir este revés—. A los esclavos y sirvientes hay que saber tratarlos para que te obedezcan y como ustedes son especialistas en eso, pensé que ya que el Legatus se ofreció a agrandar mi dote, podría obsequiarme uno de sus esclavos perfectos. Así ya sé cómo manejarlos —finalizó con una sonrisa cínica.
Estaban sorprendidos todos los presentes, pero mucho más Juba y Tiberio, que conocían a la joven y su postura de no maltratar a los sirvientes, estaban desconcertados. Mientras el Legatus boqueaba sin saber muy bien qué contestar.
—Interesante —respondió Augusto—. Es verdad, siempre hay que tener esclavos que conozcan todas las reglas para que te ayuden a llevar tu futura casa de forma exitosa y ya que Escipión te ofreció cualquier cosa, seguramente te lo dará, ¿no?
¿Quién pensaría que el propio Emperador pondría a uno de los suyos en aprietos? Nadie lo esperó, ni siquiera Escipión, pensó que podría seguir burlándose de la egipcia como si nada, pero la situación se había dado vuelta. El hombre se recompuso y volvió a su postura altanera.
—Claro que sí, escogeré al mejor esclavo y será parte de tu dote —masculló entre dientes, obviamente intentando disimular lo irritado que se encontraba por eso.
—Preferiría escogerlo yo —respondió Selene—, como futura reina tendré que tratar con nobles de diferentes lugares y quisiera tener un esclavo que conozca varias culturas y lenguas. ¿No lo considera así, Emperador? —terminó ella.
Esta vez fue mucho más lejos con su atrevimiento al volver a implicar a Augusto, sabiendo muy bien que por el bien de Octavia le daría la derecha y si tenía la aprobación de él, Escipión tendría que obedecer.
—Sería lo mejor —contestó el hombre más importante, pero se percibió una pequeña e insignificante gota de molestia.
Escipión solo asintió, tratando de tragarse todo el veneno que tenía ganas de soltar.
—Si todo ya está arreglado, volvamos a brindar por la futura pareja —intervino Marcela con entusiasmo.
Octavia fue la primera en unirse y le siguieron el resto, el Emperador no dijo nada, viendo feliz a su hermana le bastó. Mientras que Marcela fue la única que realmente entendió la jugada de su amiga y estaba contenta de que lo haya logrado.
Livia mira a su marido, ha estado intentando no decir nada por mucho tiempo, pero cuando ambos están por irse a dormir, es cuando lo suelta todo.
—Pensé que la idea era evitar ese casamiento, te dije que ellos estaban de acuerdo y seguro que era porque tenían un plan —comenzó malhumorada—. Me prometiste que te harías cargo, pero ahora estamos aquí celebrando que en unos días ella tendrá más poder y no lo entiendo.
Augusto suspira cansado por todo lo hecho durante el día, primero se acuesta y luego le contesta a su esposa.
—El casamiento estaba planeado hace años y sé que al principio intenté evitarlo, pero es mejor así —cierra los ojos para aliviar el dolor de cabeza que está creciendo, no lo logra—. Cuando conquisté Alejandría temía que alguno de los hijos de esa zorra pueda tomar el poder y que claramente serían apoyados por el pueblo. Por eso maté a quien se decía que era el hijo de mi padre adoptivo —continuó haciendo referencia a Cesarión— y me traje a los más chicos a Roma. Tuvimos suerte que el último muriera de una enfermedad hace años, así que solo quedaban los gemelos. Comprometí a Selene con Juba porque si se convertía en reina, la contentaría y no reclamaría nada porque ya tendría una corona, además que su marido la controlaría —volvió a cerrar los ojos, estaba cansado y dar explicaciones de sus acciones lo molestaba—. Y con Alejandro, si bien al principio no me gustó que entrase al ejército, luego vi el lado bueno.
—¿Y cuál sería ese? Porque para mí, lo mejor hubiera sido que estén muertos —espetó la Emperatriz.
—Hubiera sido lo mejor, pero no enfermaron como su hermano —prosiguió Augusto, pensando que Selene era la única que hacía sonreír a su hermana en estos días y que evitaba que muriera de angustia—. Alejandro se convirtió en un legionario romano, si hay una revuelta en Egipto, ¿crees que ellos lucharán por un ex príncipe que se romanizó? Solo mira a Juba, quien es el heredero legítimo del anterior rey, pero hasta el día de hoy su pueblo lo aborrece porque se volvió romano —expuso a su esposa—. Los egipcios lucharán por un líder egipcio, como sucedió hace décadas atrás con su madre y hermana, no por uno que se convirtió en lo que ellos quieren combatir. Así que sin gente que lo respalde, solo es un tonto que no está contento con el Imperio pero que no puede hacer nada para cambiarlo, uno más de todos los que me odian.
Livia permaneció sin decir nada más y él creyó que todo había terminado por hoy, pero ella tenía otros planes.
—¿Y qué harás con el traidor? —interrogó después de un prolongado silencio. Él gimió de frustración.
—Ya casi no tengo relación con Cayo Mecenas, sé que fue él quien le avisó a Lucio Murena que iríamos a detenerlo y éste escapó por eso. Sin embargo lo atrapamos, Murena ya está muerto y no tengo contacto con Cayo. Decidí olvidar el asunto porque entiendo que quiso salvar a su cuñado y por eso me traicionó, castigo suficiente es perder mi amistad y mi apoyo; no quiero que termine en prisión cuando es padre de un niño pequeño —finalizó él.
Ella se sorprendió, ¿Terencia había sido madre? Solo esperaba que esa puta no haya cometido una locura, pero lo dejaría pasar por ahora, era un problema para más tarde.
—Lo entiendo, pero estoy hablando del otro traidor —dijo Livia y Augusto la miró confundido—, Cayo Mecenas ya no vivía en el palacio cuando sucedió lo de Murena, ¿cómo se enteró? Fue algo que nunca salió de aquí porque justamente querías sorprenderlos. Entonces, ¿Cómo se enteró Mecenas para avisarle a Murena?
—Ten mucho cuidado con lo que dirás —advirtió Augusto, sabiendo que no le iba a gustar lo que estaba insinuando su esposa.
—La única otra persona que también estaba enterada de todo y que al mismo tiempo era amigo de Mecenas —a pesar de los ojos furiosos de su marido amenazándola, ella no se calló—, fue Marco Vipsanio Agripa.
—¡No te lo permito! —gritó furioso—. Agripa nunca me traicionaría, es mi mejor amigo y está casado con mi hija y se acaba de convertir en el padre de mi primer nieto. Así que si no quieres convertirte tú en una traidora, no vuelvas a repetir esa calumnia nunca más.
Livia vio realmente odio en sus ojos, Augusto no estaba jugando, así que bajó el rostro.
—Lo siento, mi Emperador, no volverá a suceder —contestó sumisa.
—Eso espero —volvió a amenazar, para acto seguido levantarse furioso de la cama.
—¿A dónde vas, esposo mío? —dijo más dulce y preocupada.
—Te quejas todo el tiempo que no paso la noche contigo, pero cuando lo hago, solo me fastidias con tonterías y cuestionas mis decisiones, eso me quita las ganas para estar contigo —contestó mientras se volvía a vestir.
—Lo lamento, no volverá a suceder —expresó ella más angustiada y tratando de evitar que se marche.
—Claro que no, porque no pasaré la noche contigo, tal vez así aprendes —terminó la conversación y se marchó.
La Emperatriz odió aún más a Agripa si era posible, pero encontraría la forma de vengarse.
Roma, Palacio del Emperador, 24 de junio del año 20 a.C.
—Todavía recuerdo las primeras palabras que te dije en este mismo jardín cuando te conocí —dijo Juba melancólico y Selene soltó una risita—. Está bien, tal vez no fueron las más románticas —se defendió.
—Fueron extrañas —argumentó ella y él se indignó.
—Fueron poéticas por toda la situación que estabas viviendo con tus plantas, ¡intenté darte ánimos! —siguió, pero ella rió más fuerte—. No aprecias al poeta que hay en mí —agregó con un falso enojo—. Además, fue lo único que me salió al estar abrumado por toda tu belleza, no podías pedirme tanto.
Ella un poco avergonzada por las muestras de cariño tan directas y también un poco divertida, aún recordando todo.
—Y como recompensa, te traté bastante mal —dijo sintiendo la culpa por palabras dichas hace tanto tiempo.
En ese momento estaba tan dolida y devastada por la muerte de Ptolomeo que cada día era difícil.
—Cierto, pero lo compensó la cara que pusiste en la cena de ese mismo día cuando te enteraste quién era yo. ¡Parecía que querías desaparecer!
Esta vez fue él quien soltó carcajadas y ella lo empujó, avergonzada y tratando de que se callara.
—Y ahora estamos aquí, a un día de nuestra boda después de tanto tiempo —dijo Selene, ya más calmada y pensativa.
El tiempo no se detenía, seguía avanzando y después de todo lo que vivieron, de sus idas y vueltas, de sus peleas y enojos; estaban a solo horas de ser marido y mujer. Ella nunca lo imaginó y mucho menos que realmente lo estuviera esperando, cierto era que fue su modo de escape, pero estaba aprendiendo a querer al hombre y su unión ya no le aterrorizaba tanto.
—Cuatro años y nueve meses —respondió él, sacándola de sus cavilaciones.
—¿Qué? —preguntó desconcertada.
—Cuatro años y nueve meses es lo que nos tomó llegar aquí —ella lo miraba sin dar crédito, ¿llevó la cuenta?—. Me cambiaste la vida, eres la mujer que nunca pensé encontrar, pero llegaste igual —continuó emocionado—. Mañana uniremos nuestras vidas para siempre y realmente es lo que más deseo, poder compartir cada amanecer y anochecer a tu lado hasta que expulse mi último suspiro.
Selene no había esperado tal declaración, Juba siempre había sido abierto a sus sentimientos, un elogio aquí y allá o sus cartas cargadas de emociones; pero todavía la seguía sorprendiendo. Con un rubor y una tímida sonrisa, tomó su mano.
—También quiero compartir mi último suspiro contigo —respondió aún nerviosa y sin saber cómo manejar todo.
—No —pronunció—. No soportaría que me abandonase, sé que suena egoísta, pero el solo imaginar que te vayas antes —un nudo provocó su silencio—. No quiero una vida después de ti, la quiero contigo.
—Y la tendrás, pero mejor no nos adelantemos —intentó aligerar—. Mañana comenzará todo y espero que podamos disfrutarla por mucho tiempo.
Y él no pudo estar más de acuerdo, no debían adelantarse a algo que esperaba que tarde mucho en llegar, debían vivir el presente. Y ese presente se mostraba lleno de felicidad a la brevedad.
—¿Estás seguro de todo esto? —preguntó Julia.
La noche había caído y el palacio estaba muy silencioso, desierto, un momento perfecto para hablar.
—Sí, te puedo asegurar que es cierto —contestó Julo Antonio—. ¿Qué vas a hacer? ¿Interrumpir la boda? No creo que lo logres.
Julia se rió, pero trató de no hacer mucho ruido para no ser descubierta.
—No te preocupes, tu querida hermanita se casará —dijo y Julo hizo una mueca, no consideraba a la egipcia su hermana—. No interrumpiré su boda, sino que haré de su matrimonio un infierno —su tono se volvió más oscuro y rencoroso—. Si yo debo vivir una vida infeliz, esa esclava también lo hará —él sintió una punzada de temor, nunca la había escuchado así. Ella volvió a cambiar de ánimo y parecía más contenta—. Gracias, te debo un gran favor y te juro que te lo compensaré —guiñó un ojo y desapareció en su habitación.
Mañana sería un gran día, por fin podría vengarse de Selene después de tantos años.
—He recibido una muy buena noticia, así que estoy con muchas ganas de divertirme —dijo al sirviente que la esperaba desnudo en la cama.
—Y soy todo suyo, mi señora —contestó él.
Julia no tardó en desnudarse y unirse a él, mientras en otra habitación su esposo dormía plácidamente y en otra, una sirviente intentaba tranquilizar al hijo de los dos que lloraba desconsoladamente.
Norte de Egipto, Legio III Cyrenaica, 25 de junio del año 20 a.C.
Alair estaba escuchando tranquilamente a Alejandro, mientras éste lamentaba no poder estar en el día más importante de su hermana. Ambos estaban construyendo el campamento en el que pasarían los siguientes meses.
—El Legatus los quiere a todos listos en una hora porque iniciará una reunión informa... —dijo la voz de un legionario que se acercó a ellos.
Los dos lo miraron al notar que se había quedado callado, totalmente estupefacto estaba el joven, no entendía por qué y Alejandro le estaba por preguntar. Pero Alair siguió la mirada del legionario, que se había detenido en sus pies, en sus pies descalzos. Todo fue tan rápido y cuando Alair quiso decir algo, el joven salió corriendo y gritando.
—¡Un esclavo! ¡Un esclavo!
No pudieron hacer nada, la noticia corrió muy rápido y solo unos minutos después, Alair se encontraba bajo custodia de la Legio III Cyrenaica por mentir sobre su identidad. Una de las reglas para entrar al ejército era no ser esclavo, ellos lo tenían prohibido y Alair la desobedeció. El castigo a tal infracción era la muerte.
NOTAS DE LA AUTORA: Uf, este capítulo me ha costado, sin mentirles fueron 18 hojas en word; no suelo hacer esto, pero creo que lo ameritaba. Como podrán leer, el próximo capítulo será la tan esperada boda, aunque creo que me llevará dos ya que los romanos mínimo celebraban 3 días y obviamente.... vendrá la HECATOMBEEE!!!
Estoy emocionada, siempre quise llegar a esta parte, después de este matrimonio todo cambiará y comenzará la verdadera historia de Selene y la de varios más (tengo planeados unos giros de trama que no se imaginan jajaja). Igual tranquis, no planeo una Boda Roja jajaja el lío vendrá por otro lado, esperad. ¡Nos leemos la próxima!
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