Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

43: Palabras (no) dichas


Roma, Palacio del Emperador, 13 de febrero del año 20 a.C.


Las últimas nevadas habían caído, ya débiles y no tan abundantes, pero igual de blancas que el primer día. Ésta era la primera señal de la pronta retirada del invierno y del asomo de la primavera en algunas semanas, ya que la temperatura aún seguía siendo muy baja.

—Era peligroso hacer este viaje, debiste haber esperado un poco, aunque sea hasta que la nieve se derritiera —amonestó Selene.

La brisa gélida del viento chocaba contra sus cuerpos, pero ambos se negaban a entrar al palacio, querían la soledad del jardín tapado de blanco, antes que estar bajo muchos ojos curiosos que los observaban. Afuera en el frío no había tantas personas, aunque sabían que seguía habiendo oídos atentos. Estaban comprometidos, pero no casados, seguían siendo un hombre y una mujer que debían cuidar su virtud para ser decentes, las apariencias debían mantenerse y cualquier acercamiento estaba mal visto.

—Si esperaba a la nieve, no podría venir a verte, ya tengo compromisos pactados para esas fechas —respondió Juba—. Y quería verte una vez más, ya que la próxima vez que estaremos juntos ya será para nuestra boda. Además, no podía soportar tanto tiempo.

—Igual sigue siendo peligroso —agregó ella, el frío ocultó la vergüenza de su rostro.

Juba solo sonrió, si bien no lo expresaba con palabras, podía notar la obvia preocupación de Selene por su bienestar y eso lo alegraba, significaba que él le importaba. Y teniendo en cuenta como había iniciado su relación y que había sido obligada a este matrimonio, significaba mucho, tendrían la oportunidad de ser felices en el futuro.

—Además de poder verte, también quería mostrarte algo —dijo él.

Lo miró desconcertada y mucho más cuando varios sirvientes y algunos guardias aparecieron, Selene se tensó un poco, no tenía un buen recuerdo, así que cada vez que veía a los guardias del palacio, tenía el temor de volver a ser encerrada en ese calabozo.

—¿Confías en mí? —interrogó él, mientras ofrecía su brazo para que ella pudiera agarrarse.

Si era realmente sincera consigo misma, Selene no confiaba del todo en el Rey numidio, pero también sabía que el hombre no le haría ningún mal con verdadera intención, así que tomó el brazo ofrecido.

Terminaron abandonando el palacio, Juba le aseguró que tenía el permiso de Augusto, aunque se seguía sintiendo nerviosa. Mientras transitaban las calles de la ciudad, el blanco invadía cada rincón y solo los trabajadores más pobres caminaban por ellas, sabiendo que un día no trabajado era un día que no llevaban el alimento a casa.

No preguntó a dónde iban, Juba le dijo que era una sorpresa, se entretuvo mirando la ciudad. No tenía la libertad de abandonar el palacio según su voluntad, así que pasaba la mayoría de los días de su vida encerrada entre esos muros y cada vez era más difícil porque se estaba quedando completamente sola y sin ninguna cara aliada. Se estaba ahogando y sabía que debía abandonar lo más pronto posible ese lugar, nunca imaginó que ansiaría tanto su matrimonio con Juba.

—Llegamos —soltó algún tiempo después su compañero.

Selene no sabía dónde estaban, pero un gran edificio se cernía frente a ella.

—¿Qué lugar es este? —interrogó apenas habían bajado de la carreta.

—El Atrio de la Libertad —respondió él, claramente emocionado, luego la miró a ella—, la primera biblioteca pública de toda Roma.

Selene no respondió nada, sino que dejó que Juba la guiara a su interior. El lugar era grande y parecía tener varios pergaminos en los diferentes estantes, pero aún así, seguía siendo muy pequeña si la comparaba con la de Alejandría. Un sentimiento de nostalgia por su tierra la invadió, sentía que comenzaba a olvidar muchas cosas y ella no quería.

Había varias personas dispersas que buscaban pergaminos, seguramente trabajaban ahí, pero lo hacían todo en silencio. Sin embargo, casi al fondo del lugar, había una pequeña ronda de varios hombres, la mayoría aún muy jóvenes tal vez casi de su misma edad, salvo por uno, quien cortaba el silencio con su habla pausada y melodiosa, quien era el más anciano de todos, tal vez entre los cincuenta y sesenta, era un poco difícil saberlo.

—Y luego tenemos a una mezcla de cocodrilo con un león, que parece estar a los pies del otro dios. Sin embargo, aún desconocemos su rol... —fue lo que Selene logró captar que murmuraba el hombre.

Y eso llamó su atención. ¿Realmente había escuchado bien? Sin percatarse, se fue acercando al grupo que seguían dialogando entre ellos hasta que se detuvieron al notar su presencia. Eran alrededor de ocho hombres y la miraron realmente sorprendidos y curiosos, ella permaneció en silencio hasta que sintió la presencia de Juba a su lado.

—¡Buenos días, señores! No queríamos interrumpir, solo estábamos recorriendo el lugar —dijo el Rey de forma amable.

—Es raro ver a una mujer aquí, ellas no se interesan por las letras y el estudio, sino más bien por el hogar —mencionó uno de los jóvenes.

La egipcia no pareció escucharlo, sino que se dirigió al más anciano del grupo, quien todavía no había dicho nada.

—Me llamó la atención lo que estaba diciendo, no quería interrumpirlo —agregó.

El hombre mayor relajó sus facciones y la miró con tranquilidad, sin juzgamientos.

—No interrumpes nada, mi bella señora, solo era un diálogo abierto sobre los dioses egipcios —contestó con paciencia—. Ahora que se han convertido en una provincia romana, tenemos más acceso a todos sus escritos, es otra forma de conocerlos.

Hubo una leve tensión en el cuerpo de la joven ante la mención de la desaparición de su reino, pero ya estaba acostumbrada y este hombre, no parecía decirlo como burla o desprecio.

—Me pareció que estaban hablando de la Diosa Ammyt, por eso llamó mi atención —continuó Selene.

—¿Diosa Ammyt? —interrogó el anciano emocionado.

—Qué puede saber una mujer —masculló el mismo joven que había hablado anteriormente.

Sin embargo, el hombre mayor lo hizo callar y le pidió a Selene que continuara.

—Se la conoce como la Devoradora de Almas —comenzó Selene un poco temerosa, solían callarla siempre que quería hablar de sus costumbres, pero Juba tomó su mano y sabía que tenía su apoyo—. Cuando una persona muere es llevada por Anubis, Dios de la Muerte, ante la Diosa de la Justicia, Maat, y ésta coloca el corazón en un lado de la balanza, mientras que del otro, una pluma de avestruz. Si su corazón era impuro, entonces pesaría más que la pluma y sería devorado por Ammyt, condenando al alma del difunto a vagar por toda la eternidad sin descanso —explicó brevemente lo que eran siglos de creencias.

El hombre parecía maravillado, había encontrado a quién pudiera explicarle todos los significados de la cultura egipcia que se abría como un nuevo mundo para los romanos.

—Increíble, ¿no te gustaría sentarte con nosotros y contarnos un poco más? —interrogó deseoso.

Pero fue ahí cuando Juba se puso serio e hizo notar su presencia.

—Lo lamentamos sinceramente, pero solo estábamos de paso y ya se está haciendo tarde y debemos regresar al palacio —pronunció cordial pero severo, al mismo tiempo que volvía a ofrecer el brazo a su prometida—. Y tampoco estaría bien visto que una joven estuviera sola con tantos hombres, podría malinterpretarse la situación.

—No es esa mi intención de ninguna manera —aclaró alarmado el hombre.

No quería que saliera el rumor de que había intentado acercarse a una dama romana.

—Lo sé, pero prefiero evitarlo —pronunció Juba.

—Está en todo su derecho, pero pueden regresar cuando quieran, estamos aquí todos los jueves —informó, deseoso de que algún día volvieran.

—Gracias por su invitación, lo tendremos en cuenta —agradeció Juba y luego miró a su pareja—. Es hora de irnos, Selene —mencionó con dulzura su nombre.

—¿Selene? —pronunció el hombre por lo bajo confundido—. Si es tan amable y no los molesto, ¿podría saber sus nombres? —interrogó el anciano una vez más.

La pareja se detuvo y Selene pareció quedarse muda, sin intenciones de soltar una palabra, con miedo a represalias, su nombre y origen seguía despertando burlas entre los romanos. Una princesa humillada y convertida en esclava por sus captores.

—Disculpe mi mala educación —dijo él—, soy Juba II, rey de Numidia y ella es mi prometida y futura esposa, Cleopatra Selene II, hija de la reina Cleopatra y Marco Antonio —agregó feliz y orgulloso.

Después de tales palabras, todos parecieron quedarse atónitos, así que el Rey aprovechó y se marchó del lugar. Cuando ya estaban de regreso y en el interior de la carreta, solo acompañados por Yanira, la sirviente personal de la princesa, Selene habló.

—¿Lo sabías, no? —preguntó, pero no sonaba a acusación, solo algo parecido al nerviosismo.

Juba la miró, pareció evaluar su reacción y finalmente asintió.

—Sabes que me gusta mucho la literatura y no tenemos bibliotecas en Numidia, así que siempre que vengo a Roma pasó por ahí y finalmente terminé escuchando a Cayo Asinio Polión —dijo, hizo una pequeña pausa y continuó—. Lo reconocí, fue un político hasta hace una década cuando se retiró de la vida pública, incluso hace muchos años atrás fue derrotado por mi padre, cuando apenas yo había nacido; pero ahora se dedica al estudio de los escritos, él fue el que creó la biblioteca —Selene pareció asombrarse, pero seguía sin entender.

—Pero, ¿por qué? ¿Por qué me llevaste ahí? —preguntó confundida.

—Él ya estaba retirado cuando estalló la guerra entre Augusto y tus padres —dijo suavemente y ella apretó los dientes—, el Emperador le pidió que se uniera, pero se negó. Consideraba a tu padre como un buen hombre y no quería ir contra él —Juba la miró, ella parecía algo conmocionada, pero él siguió—. Quería que te dieras cuenta que nadie olvidará a tu gente, tal vez ya no heredarás el trono y todo tu reino está destruido, pero sigue habiendo gente que los quiere conocer, tu cultura perdurará —se inclinó y tomó sus manos, la sirvienta bajó la cabeza avergonzada de la muestra de cariño de sus señores—. No quiero que sientas vergüenza o temor de ser quien eres, eres Selene, la princesa egipcia que se volvió romana, eres tus costumbres viejas como las nuevas; eres la futura reina de Numidia, la mujer de la que estoy enamorado, eres todo eso y más, lo que quieras ser, eres mi Luna. Solo no tengas temor a ser libre y vivir feliz —suplicó él al final.

Ella solo se echó a sus brazos y lloró emocionada, nadie que no fuera su hermano, había sonado tan orgulloso de ella. Nadie la había hecho sentir que estaba bien ser quien era y en ese momento lo comprendió, Juba no podría ocasionarle ningún dolor.



Roma, Palacio del Emperador, 10 de abril del año 20 a.C.


Salonia vio a Selene sola, otra vez trabajando en su jardín y aprovechando el inicio de la primavera para intentar hacer que sus plantas cobren vida. La egipcia solía pasar todos sus días entre el jardín o encerrada en su propia habitación, sin hablar con nadie, salvo algunos días que pasaba la tarde con Octavia para hacerle compañía, quien ya no era la misma desde la muerte de su hijo. La hermana del Emperador también estaba apartada del resto, pero con una mirada ausente cada día más encerrada en sí misma, incluso ya no hablaba tanto con su propio hermano, después de que éste había provocado el divorcio de su hija.

Las dos mujeres habían pasado a ser presencias ausentes en el palacio, una por decisión propia y ahogada en su propio dolor, y la otra, marginada por el odio que sentían hacia ella los demás que vivían ahí. Selene estaba completamente sola, ya no habían aliados y estaba siendo empujada a un lado; cada uno de sus días debía ser un infierno y Salonia quería ayudar a que lo sean un poco más.

—Ve a traerme una copa de vino —ordenó y luego se rió.

Selene ya acostumbrada a las burlas de la mujer, continuó sacando las malas hierbas. Cuando Escipión se convirtió en el capitán de la Guardia Pretoriana y por lo tanto, el hombre más importante encargado de la seguridad del Emperador, éste se mudó a vivir al palacio imperial para estar siempre al lado de Augusto y con él, también vino su esposa Salonia y un par de sus sirvientes. Así que ella, ahora también tenía que convivir con estas dos personas desagradables que parecen empecinadas en denigrarla cada segundo. Por eso, cada vez se estaba aislando más del resto, solo hablaba con Octavia y con Tiberio, cuando volvía al palacio

—¿No me escuchaste? Ve por esa copa de vino —insistió otra vez.

Se estaba enojando por ser ignorada, esa egipcia se creía rebelde y superior a los demás solo porque se casaría con un rey y porque cuando nació lo hizo como princesa. Pero parecía no darse cuenta que su reino estaba hecho ruinas hace décadas y ella aún no se había casado y tal vez nunca lo hiciera, ese matrimonio ya se había retraso mucho tiempo, Salonia tenía sus dudas de que algún día se realizara, aunque ya haya una fecha.

—Hace meses que vives aquí, ya deberías conocer el camino hacia el comedor porque si no lo has notado, este es el jardín —comenzó Selene sin mirarla, aún dedicándose a sus plantas—. Si no lograste percatarte de eso, estoy un poco preocupada por tu capacidad intelectual para...

Un fuerte agarre y tirón en su brazo la obligó a ponerse de pie y enfrentar a Salonia, quien tenía una ansia asesina recorriendo todo su cuerpo. Sus ojos exaltados de odio parecían salirse de sus cuencas y sus duras uñas se clavaban en la piel del antebrazo de Selene, mientras sus labios estaban en una línea recta, dispuestos a soltar las barbaridades más grandes. Esta mocosa no era nada, pero seguía creyéndose más que ella, quien estaba casada con el Legatus más importante de todo el Imperio y el más cercano al Emperador. Al día de hoy, Salonia a pesar de haber sido una esclava antes, tenía una posición mucho más privilegiada que Selene, sin embargo ésta la seguía tratando como si no fuera digna ni siquiera para limpiar la suela de sus sandalias; la aborrecía.

—Maldita esclava —dijo al mismo tiempo que levantó la mano, pero el golpe que hubiera ayudado a mitigar la rabia de la que alguna vez fue una traductora egipcia, nunca llegó.

—¿Qué significa esto? —la voz ruda y gruesa las interrumpió, ambas miraron al hombre.

—La esposa de Escipión quiere pegarme porque aún no sabe cómo llegar a las cocinas del palacio —dijo Selene de forma inocente.

Los ojos de Salonia se oscurecieron aún más y la fuerza que aplicó en el brazo de Selene fue mayor, pero no dijo nada.

—Esto es una vergüenza —escupió el hombre—, son mujeres y deben comportarse como tales. Y dejar los golpes a los hombres que sí saben darlos, ¿no tienen que ir a bordar algo o tal vez ocuparse de sus hijos? —recriminó al final.

Fue ahí cuando Salonia soltó el brazo de Selene, quien no había borrado la diversión de su rostro en ningún momento.

—Tiene razón joven Julo Antonio, no debo rebajarme a tratar con esclavas egipcias —soltó como insulto.

—Espero que consigas esa copa de vino —gritó Selene cuando la otra mujer se marchó, quien hizo oídos sordos.

Selene soltó unas risitas y volvió a arrodillarse para continuar limpiando su jardín. Julo Antonio la fulminó con la mirada, su media hermana era una insolente, debería pedirle perdón por tal comportamiento y no ignorarlo.

—Parece que no has recibido mucha educación, no se ignora a las personas que te salvaron de un golpe seguro —soltó el hombre.

Ella suspiró cansada y miró a Julo, con quien nunca tuvo una relación muy cercana a pesar de ser hijos del mismo padre. Nunca compartieron tiempo juntos, ya que cuando Marco Antonio, el padre de ambos, se divorció de Octavia y se fue con Cleopatra, Julo decidió quedarse con Octavia y volvió a Roma con sus medias hermanas, hijas de ésta. En cambio, su único hermano de sangre, Marco Antonio Antilo, decidió quedarse en Alejandría con su padre. Fue así, que Selene creció junto con Antilo como su hermano y no con Julo, a quien no lo consideraba como tal a pesar de tener la misma sangre.

—Es la misma educación que recibiste tú, cuándo dejaste que Augusto matara a nuestro padre y a tu hermano Antilo —respondió ella con veneno.

Él avanzó unos pasos dispuesto a ponerla en su lugar, pero luego se frenó, pareciendo darse cuenta que maltratarla estaría mal visto.

—Será mejor que cierres la boca, eres una mujer que no sabe nada sobre la guerra —soltó con desprecio—. Ellos eligieron el lado equivocado y pagaron el precio de su traición al Imperio.

Selene negó e hizo una mueca, no podía discutir con alguien que parecía seguir con alegría cada una de las órdenes del Emperador, era un caso perdido.

—Lo que tú digas —respondió con falsa educación.

—No quiero perder mi tiempo contigo, no vales la pena —pronunció con indiferencia—. Me iré a ver a Octavia que solicitó mi presencia.

Octavia había regresado hace unas semanas, ya que Augusto le pidió que volviera, tenía un rol que ocupar dentro del palacio, aunque sea para la mirada del pueblo. Así que la noble romana, dejó a su hija recién divorciaba en la casa de su hermana y regresó al palacio. Sin embargo, siguió pareciendo que realmente no había vuelto.

Julo Antonio después de dirigirle otra mirada de desprecio, se dirigió hacia el interior del palacio, pero solo había dado unos pasos cuando las palabras de su media hermana lo frenaron.

—Debe ser lo del matrimonio —susurró mientras volvía a sus plantas.

—¿Qué? —interrogó un poco alarmado.

—¿No lo sabías? —contestó con una falsa sorpresa—. Como Augusto te tiene en alta estima y Octavia te adora como a un hijo, han decidido que serás el mejor marido para Marcela la Mayor, quien se acaba de divorciar de Agripa porque éste se casó con Julia —continuó Selene como si fuera un cuento—. ¡Pronto se acabará tu soltería! —festejó ella.

Julo Antonio no supo como reaccionar, Selene solo sonrió y procedió a volver a su antigua labor, esperando que nadie más la interrumpiera.



Roma, Palacio del Emperador, 16 de abril del año 20 a.C.


—Todos se van alejando, pronto me quedaré totalmente sola —pronunció Octavia con melancolía—, eso es lo malo de tener hijas mujeres, abandonan la casa materna para seguir al esposo, dejando a sus padres solos —suspiró—. Solo tenía a Marcelo, pero está muerto y estoy condenada a una vida en soledad.

—Pero Antonia y yo, aún estamos aquí —mencionó Selene intentando tranquilizarla.

Octavia sonrió con tristeza, las dos estaban sentadas en el jardín, Selene la había convencido que dejara su habitación y disfrutara del aire fresco y los primeros días cálidos que estaban ganando terreno sobre el frío.

—Sí —estuvo de acuerdo—, pero en dos meses será tu boda y luego, te irás a Numidia junto a tu esposo —agregó su madre adoptiva—. Y Antonia ya está en edad, seguramente mi hermano encontrará un hombre para ella y tal vez, el año entrante estemos celebrando su matrimonio —luego, alzó la vista al cielo despejado—. Y después, la inminente soledad.

La más joven de las dos odiaba verla así, tan derrotada y desconsolada, cada día sus ganas de vivir se iban apagando y era horrible de ver; una mujer tan bella y bondadosa, estaba desapareciendo bajo el dolor y el olvido.

—Tú no eras así —dijo Selene acusándola, Octavia se sorprendió ante su tono—, antes eras una mujer tan alegre y activa que hacía todo por su pueblo. Ellos te amaban y admiraban y ahora simplemente desapareciste, todos preguntaron por ti pero cada día que pasa, tu ausencia crece, pero las preguntas por ti disminuyen. ¿Eso quieres? ¿Ser olvidada por el pueblo que te amó?

—No, pero es difícil, desde que Marcelo murió... —intentó defenderse.

—A él también lo están olvidando, solo vive dentro de tus propios recuerdos. ¿Eso quieres? —volvió a interrogar con dureza.

—¡No! Mi hijo no merece ser olvidado —espetó colérica, Marcelo había sido un joven noble que había hecho tanto por Rma, no merecía ese destino.

—Y tú tampoco —agregó Selene—. Entonces, haz algo para que nadie los olvide.

—Pero, ¿qué? —preguntó Octavia, ya no tan colérica, sino más confundida.

Selene sonrió, ésta era la mujer que quería ver, alguien que tenía un propósito en la vida y si para lograr que Octavia recobre sus fuerzas, ella tenía que permitir que el desagradable de Marcelo sea recordado como alguien bueno, Selene lo haría.

—Hace un tiempo atrás, junto al rey Juba visitamos la primera biblioteca pública de toda Roma, donde cualquiera puede entrar y tener contacto con el conocimiento —comenzó ella.

—No sabía eso, es algo bueno —contestó Octavia, su hijastra asintió.

—Pero desgraciadamente hay una sola y no alcanza —Octavia no comprendía—. Deberías inaugurar otra biblioteca —soltó su idea sin tantos rodeos.

Octavia sonrió, pero luego se le borró lentamente.

—Habría que buscar un lugar y pedirle permiso a mi hermano —enumeró los pequeños problemas que tenían.

—¿Y por qué no utilizas el Pórtico* que tú misma construiste hace unos años? —dijo Selene y la otra mujer la miró sorprendida—. Ya tienes esa construcción, utilízala, está en el lugar perfecto entre los templos dedicados a Júpiter y Juno. Incluso está al lado del teatro que el difunto Julio César nunca llegó a terminar —se acercó a su madre adoptiva—. Transforma ese lugar en una biblioteca en honor a tu hijo Marcelo y el primer libro puede ser el que está escribiendo ese tal Virgilio, dijiste que le dedicó un capítulo a tu hijo.

La mujer romana no dijo una sola palabra, pero estaba visiblemente emocionada y casi al borde de las lágrimas.

—Con esa biblioteca nunca serás olvidada y tu hijo tampoco —agregó la joven egipcia—. Además, estarías haciendo lo que siempre te gustó: ayudar a tu pueblo, quienes gracias a la pax** están comenzando a alfabetizarse y una biblioteca pública los ayudaría muchísimo.

—Incluso el teatro que mencionaste podría ser terminado y... —miró a Selene con una felicidad que hace años no sentía—, podría pedirle a mi hermano que sea dedicado a Marcelo —terminó extasiada.

Selene también sintió esa felicidad, no por la memoria de Marcelo, sino porque su madre adoptiva estaba recuperando poco a poco la alegría. Ella asintió, haciéndole saber que su idea le parecía increíble.



Roma, Palacio del Emperador, 04 de junio del año 20 a.C.


Selene caminaba de mal humor por los pasillos del palacio, hoy el día no había comenzado de la mejor manera. Primero tuvo que aguantar educadamente, durante varias horas al sastre, quien le tomaba medidas y más medidas para poder hacerle el chitón para la boda. No dijo nada, ya que la misma Octavia lo había contratando, alegando que era el mejor de toda Roma y que a ella la haría muy feliz verla espléndida y hermosa en el día de su casamiento, el momento más importante de una mujer después obviamente, del momento en que se convierte en madre.

Está bien, lo había hecho por su madre adoptiva, no había sido tanto, pero luego, encontrarse con Julia, Salonia y Escipión había sido demasiado. Todo el tiempo querían humillarla y ridiculizarla, no los aguantaba más. Extrañaba demasiado a Marcela y Alejandro, quería abandonar el palacio lo más pronto posible.

Así que, debido a esto, no vio que fue a dar de frente contra Tiberio, quien también parecía estar distraído con sus propios problemas.

—Hey, hey, creo que alguien está necesitando una copa de vino para tranquilizarse —dijo medio divertido después de ver el rostro de la joven y de percatarse la tensión presente en su cuerpo.

—Mejor que sean dos —respondió ella de forma brusca.

Tiberio soltó una risa y ella pareció relajarse un poco, sabiendo que sus problemas no eran culpa del joven romano, no al menos de este romano, sí de otros.

—Entonces permíteme acompañarte, creo que los dos necesitamos a alguien que escuche nuestros problemas —contestó Tiberio.

Fue ahí, cuando ella notó las ojeras bajo sus ojos. Aparentemente no era la única que sufría aquí, era tiempo de compartir un momento entre amigos.

Tiberio la escuchó pacientemente, mientras Selene soltaba todo el malestar que sentía, cada palabra que salía de su boca era una carga menos en su interior y eso la aliviaba. Al final, ese mal humor, solo era un recuerdo y por eso, decidió concentrarse en su compañero.

—Y a ti, qué problema te está molestando dentro de tu cabecita, que te tiene tan preocupado que no te deja descansar —pronunció ella.

Tiberio esbozó una sonrisa triste, se había dado cuenta de sus problemas a la hora de conciliar el sueño. Debió suponer que lo haría, era Selene después de todo. Pero aún así, no habló inmediatamente, se tomó su tiempo y disfrutó del silencio, sabiendo que ella no lo presionará, sino que lo esperará hasta que pueda poner en palabras lo que siente y cuando lo haga, Selene estará ahí para escucharlo.

—Mi madre está organizando la boda de Druso y la mía —dijo y las palabras parecieron agotarlo completamente, quitarle todas sus fuerzas.

Selene no pensó en eso, pero lo encontraba lógico, Tiberio ya tenía veintidós años y hace mucho tenía la edad suficiente para casarse. Además, era el hijo de la Emperatriz y si bien, no era el preferido de Augusto, estaba en alta estima ya que desde joven había ocupado cargos importantes; sumado a que era un político y un estratega militar sobresaliente. Era un joven romano que cualquier doncella o familia importante quisiera como esposo. Ya le había parecido que Livia había tardado demasiado en casar a sus dos hijos, Selene llegó a pensar que tal vez había estado planeando algo.

—¿Y tú no quieres? —adivinó ella.

Tiberio se encogió de hombros, no es que no quisiera, sabía que ese era su destino como hombre. Sin embargo, "Ahora entiendo por qué te gusta tanto, Selene es una mujer increíble"; las palabras que Vipsania le había dicho esa noche, hace ya tantos meses atrás, volvieron a su mente. Y aunque todavía le costaba aceptarlo, tal vez no era que no quisiera casarse, sino que... miró a la joven que estaba a su lado, sus ojos oscuros parecían brillar con comprensión y una dulce sonrisa amable adornaba su rostro. La luz pareció brillar dentro de Tiberio, entendió porqué cuando surgió el compromiso de Selene, él había intentado salvarla y se ofreció como un candidato, no era solo amistad.

Ella era como un estanque con aguas tranquilas, siempre en primavera, un momento destinado a durar para siempre, anclado en ese instante. Y Tiberio no quería otra cosa que ser tragado por esas aguas, sumergirse en ellas por voluntad propia y disfrutar de esa tranquilidad por el resto de su vida. Sin inviernos, en una eterna primavera floreciente.

No es que Tiberio no quisiera casarse, sino que con la mujer que quería hacerlo era imposible. Y eso lo llevó a la dolorosa comprensión de que nunca sería feliz.

—Yo tampoco quería —siguió Selene ante su silencio—, me enfurecí e intenté de todo para evitarlo —contó como si ahora le resultara gracioso—. Pero luego me di la oportunidad de conocerlo, y Juba terminó siendo un hombre increíble. Hoy ya no le temo al matrimonio.

—¿Y lo amas? —interrogó él, en un vago intento de mantener la esperanza.

Ella no respondió enseguida, pareció pensarlo y luego esbozó una pequeña sonrisa.

—No sé que es el amor de pareja, creo que aún no está ahí —dijo tranquila—. Pero creo que puedo llegar ahí, él es amable y muy dulce, cuando convivamos y podamos pasar todos los días conociéndonos, ese amor se construirá —agregó—. Ya no le temo a mi futuro con él y sé que también te pasará a ti, ahora puede ser terrorífico, pero cuando te des la oportunidad de conocerla, todo cambiará.

Ella parecía tan convencida, tan sabia, que a Tiberio le dolía. Todavía no amaba al rey Juba, pero aún así se casaría. Tiberio ya no sabía si tener esperanza era algo bueno o malo, ¿él haría algo para cambiar su destino?

—Y si no tengo la suerte de encontrar una Selene para mi vida —soltó sin más, casi como un chiste pero cubierto de verdad, esperando su reacción.

Ella soltó una carcajada, que también lo hizo reír. Posó su mano en el brazo de él y sus ojos destilaban tranquilidad.

—Selene hay una sola, pero hay muchas otras que son mejores, solo date la oportunidad —mencionó, él se tragó el nudo que amenazaba con ahogarlo y asintió—. Como por ejemplo, una tal Vipsania, me di cuenta como te miraba en la boda de Julia —terminó con picardía.

"¡Solo intentaba decirte que eres lindo!", ahora esas palabras cobran otro sentido. Sintió que la punta de sus orejas se calentaban y por la cara divertida de Selene, ella también se dio cuenta. Pero ella lo interpretó como si Tiberio también estaba interesado en Vipsania, pero era lo más alejado de la realidad. Le parecía una joven increíble, pero como había dicho la ex princesa, Selene hay una sola.

—Deja de meterte conmigo —soltó y la empujó como broma.

Ella explotó en carcajadas por lo tímido que parecía, Tiberio se relajó y disfrutó de su compañía, tal vez era la última oportunidad. Siguieron hablando de cualquier otro tema, cómodos con la presencia del otro, aprovechando la tranquilidad que no encontraban a diario.

Antes de irse porque se estaba haciendo demasiado tarde, Selene volvió a mirarlo con dulzura y sus palabras lo golpearon fuerte.

—No te cierres, eres una persona increíble y te espera un futuro muy prometedor —luego se volvió seria—. No te quedes solo por temor, la soledad es horrible —dijo antes de marcharse.

"No eres un hombre aburrido, eres un hombre solitario", y las palabras de Vipsania volvieron. Él disfrutaba de la tranquilidad y la soledad, sin embargo se percató que lo disfrutaba porque nunca había estado solo realmente, siempre había sabido que contaba con Selene, pero ahora ella se casaría y sería Juba quien la tendría siempre a su lado.

Mientras observa a Selene marcharse hacia su habitación, Tiberio comprende que tal vez también era hora de dejarla ir de su vida. ¿Podría hacerlo? ¿O debería luchar por ella? Todavía no amaba a Juba, tenía una oportunidad aunque sea pequeña, pero ella parecía estar en paz con su futuro casamiento, no había tormento en su mirada. ¿La esperanza era buena o mala? No tenía una respuesta, pero mientras la buscaba se estaba quedando solo sin percatarse.



Roma, Palacio del Emperador, 08 de junio del año 20 a.C.


—Estaba pensando en colocar flores lilas en mi cabello, ¿crees que me quedarían bien? —interrogó Selene, mientras se miraba en el espejo.

Yanira, su sirvienta personal, que estaba acomodando las sábanas, la miró y negó con una sonrisa.

—Estoy segura que le quedarían muy hermosas, mi señora —contestó ella—, pero no se lo permitirán por la tradición —aclaró, echando al suelo la ilusión de la joven.

Yanira siempre había sido tímida y callada, tratando de hacer su trabajo en silencio y sin ser notada. Tuvo suerte de poder servir a la señorita Selene, quien nunca la había maltratado y tampoco salía con exigencias demasiado descabelladas. Nunca habían tenido una relación de confidentes, una solo hacía su trabajo y se marchaba y la otra no la maltrataba ni humillaba, eran como dos desconocidas compartiendo un mismo techo. Sin embargo, eso había cambiado después de la instancia de la joven noble en prisión, quien se había dado cuenta que Yanira limpió sus heridas porque quiso y no por obligación. Se enteró en una de las tantas conversaciones con Marcela, su amiga le contó que la misma Yanira se acercó y se ofreció a acompañarla para ayudar a cuidar a Selene, cuando ambas estuvieron en conocimiento de que Julia la había golpeado.

Desde ese día, Selene estaba realmente agradecida e intentó tener mejor relación con la joven y no solo ignorarla, sabiendo que era realmente buena y no solo una espía puesta por Augusto.

—Esa tradición es una estupidez, no sé por qué tanto alboroto —dijo media molesta, quería vestirse cómo quería, ¿por qué no podía?

Yanira intentó no reír, al principio se horrorizaba por los arrebatos de su joven señora, pero con el tiempo se fue acostumbrando y lo terminaba encontrando gracioso.

—Nosotros solo debíamos firmar un acuerdo matrimonial y luego la mujer se iba a la casa de su marido y ya estaba —continuó la joven—. No teníamos tantos ritos y tampoco duraba tantos días.

Yanira la escuchó, no siempre hablaba de su vida en Egipto, pero de vez en cuando soltaba alguna información sobre sus costumbres por aquí y por allá.

—¿Y qué piensas de dos o tres cuentas trenzadas en mi cabello? —insistió Selene otra vez.

—¡Señorita, eso es aún peor! —exclamó alarmada—. Colocarse algo tradicional de su tierra natal, sería un insulto al Emperador —susurró lo último un poco asustada de ser escuchada.

Selene rió, eso sería divertidisimo de ver, una última burla a Augusto frente a un montón de romanos conservadores. Sería una gran despedida de esta ciudad infernal, definitivamente lo pensaría.

Yanira terminó de acomodar y guardar todo, luego se dirigió a su puerta y miró a su joven señora.

—Señorita, iré por su desayuno, ¿desea algo más? —interrogó servicial.

—Tráeme esas flores violetas, me las probaré igual —respondió.

La otra joven puso los ojos en blanco, pero aún así asistió y se marchó a hacer su trabajo. Selene aún estaba divertida, hoy se había levantado de buen humor y sentía que podía ser un gran día. Ya que cada nuevo amanecer, era un amanecer menos en este palacio y rodeada de todas estas personas que la odiaban y que ella odiaba. Al menos dos semanas más y luego todo terminaría.

—Desayuno —escuchó, acompañado del golpe en la puerta.

Le pareció que había pasado muy poco tiempo, Yanira había vuelto demasiado pronto o tal vez ella misma estaba perdiendo la noción de los minutos, solo por estar pensando en otras cosas.

—Adelante —contestó sin más.

Cuando escuchó que Yanira había vuelto a cerrar la puerta, Selene volvió a hablar, siempre cuidadosa de que nadie más las escuchara, mientras la otra joven ponía la bandeja del desayuno sobre la cama.

—No me lo puedo sacar de la cabeza, pero estoy convencida que una corona de flores lilas y tres cuentas a cada lado, me quedarían radiantes —dijo la egipcia y sonaba convencida a hacerlo, aunque sabía que Octavia no se lo permitiría porque no era tradición romana.

Pero no perdía nada con intentarlo, tal vez tenía suerte. Le pareció raro que Yanira no protestara y la miró a través del espejo, todavía acomodando el desayuno.

—¿Qué opinas? —preguntó, para hacerle saber que esperaba una respuesta.

La joven al ser preguntada directamente, enderezó su postura y miró a Selene directamente a los ojos y ésta se percató que no era Yanira, ya que ella nunca se cubría todo el rostro.

—Las cuentas le quedarían preciosas, su Majestad —pronunció una voz quebrada y nerviosa.

Selene se alarmó inmediatamente y se puso de pie, retrocediendo unos pasos intentando alejarse de la extraña. Estaba dispuesta a gritar con todas sus fuerzas si era atacada, Yanira no debería tardar en volver y algún guardia debía estar dando vueltas por el pasillo.

—¿Quién eres? ¿Y por qué me llamas "Majestad"? ¿Es una burla acaso? —contestó irritada.

Muchas veces habían usado ese título para ridiculizarla y humillarla por todo lo que había perdido y ya estaba cansada.

La mujer llevó sus manos hacia la palla que cubría su rostro, Selene se tensó y tomó lo primero que encontró de su tocador, terminó siendo un pequeño frasco de vidrio que contenía su medicina para el dolor de cabeza; no serviría de mucho, pero se lo podía arrojar y usarlo como distracción mientras escapaba.

La mujer detuvo sus movimientos al ver el accionar de la otra joven y volvió a mirarla a los ojos.

—No me tema, no estoy aquí para hacerle daño —agregó y continuó soltando la palla de su rostro, Selene hizo una mueca porque no le creía, no bajó la botella sino que la sostuvo con más fuerza—, he vuelto para servirle, como juré hacerlo hace tantos años.

La palla finalmente se desenredó del todo y cayó sobre sus hombros, liberando su rostro. Un rostro que hizo que Selene jadeara al encontrarlo lleno de cicatrices. Llevó la mano a su boca para tratar de no ser descortés, pero estaba sumamente impresionada.

—¿Aún no me recuerda, su Majestad? —preguntó con una sonrisa triste y ante el silencio y el horror de Selene continuó—. Me imaginé que no lo haría, la última vez que me vio, me estaban haciendo estas cicatrices —se llevó las manos a la cara y se las tocó con asco y melancolía—. Aún usted y sus hermanos eran unos niños tan pequeños.

Selene bajó el frasco de vidrio y lo dejó en su lugar, sin apartar la mirada de la otra mujer, balbuceó algo, intentando soltar palabras, pero nada salió. Todavía estaba muy conmocionada.

—Intenté protegerlos, pero fallé —su voz se quebró aún más, lágrimas corrían por su rostro desfigurado—. Fue mi culpa que nos descubrieran, debí escondernos mejor, nos condené a los cuatro a una vida de esclavitud bajo el yugo romano —se culpó la mujer.

—Tú —pronunció Selene.

Recordó a la mujer, que por aquel entonces aún era demasiado joven, pero fue la última que hizo lo posible para protegerlos. Fue quien desafió a los romanos y les mintió en la cara para intentar salvarlos. La mujer ante sus ojos, era la joven sirviente que llena de temor, que los abrazó mientras su reino se caía y aún así se quedó y luchó por ellos. Fue la última que los vio como sus jóvenes amos, la última que los vio con libertad antes de perderla.

*Pórtico: El Pórtico de Octavia fue construido en el 27 a.C., por Octavia la Menor, se trata de la primera construcción pública construida por una mujer en Roma en ocho siglos. Además de los templos, el recinto tenía numerosas esculturas s e incluía dos bibliotecas, una destinada a libros en griego y la otra a libros en latín, levantadas por Octavia en memoria de su hijo .

**Pax Augusta: Es una expresión en latín utilizada para referirse al largo periodo de estabilidad que vivió el Imperio romano, caracterizado tanto por su calma interior como por su seguridad exterior, lo que le permitió alcanzar su máximo desarrollo económico y expansión territorial.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro