
42: Vientos de cambios en el Imperio
Roma, Palacio del Emperador, 21 de junio del año 21 a.C.
Julia lloraba desconsoladamente entre los brazos de su madrastra, quien intentaba que no se notara su molestia. Aborrecía toda esta situación, no solo por tener que estar consolando a la hija de su marido que no le caía en gracia, sino porque hoy había perdido la batalla para hacer a sus hijos herederos, Julia se había casado oficialmente con Marco Vipsanio Agripa. Augusto había preferido a su amigo y no a sus hijastros para casarse con Julia, eso lo convertía prácticamente en un heredero al trono. Livia no estaba nada feliz.
—¿Por qué me hizo esto? —interrogó Julia entre llantos—. Agripa me desagrada y es demasiado viejo para mí, yo aún amo a Marcelo —exclamó.
Había perdido la batalla, pero no la guerra. Este juego iba a ser muy largo y hace tiempo atrás, Livia se prometió que nadie la vencerá. Agripa, un hombre que no la quería y al que no podía manipular se había casado con la hija del Emperador en lugar de uno de sus hijos, eso era cierto. No tenía a Agripa de su parte, pero Livia siempre fue buena viendo todo el panorama, no podía manipular al hombre para obtener lo que quería, pero sí podía manipular a la tonta de Julia.
—Porque tu padre te está usando como moneda de cambio para sus propios intereses —dijo Livia y no le importaba sonar cruel—. Solo quiere que des a luz a sus próximos herederos.
—¡No es así! —exclamó ella enfadada—. ¡Mi padre me quiere! —dijo tardíamente.
—Te quiere —estuvo de acuerdo—, pero le interesa más la estabilidad de su Imperio, sino ¿por qué te casó con ese viejo de Agripa? Si tú le suplicaste que no lo hiciera.
Julia no supo qué responder, ya que era cierto. Cuando se enteró de su compromiso, lloró, pataleó, hizo huelga de hambre y hasta se arrastró de rodillas ante su padre para que lo rompiera, pero éste hizo oídos sordos y ni siquiera se conmovió.
—Los hombres son así —continuó Livia—, hacen lo que quieren y nos mandan sin importarles nuestra felicidad.
—¡Es injusto! —dijo indignada y mucho más enojada que antes.
Livia sonrió, Julia ya no lloraba como una niña tonta, ahora estaba sintiendo rabia y ese odio conllevaba a la venganza, justo donde la Emperatriz la quería.
—Ellos piensan que nos gobiernan porque nos ven totalmente sumisas, pero en realidad, cobramos venganza por otro lado y ellos siguen como tontos sin saberlo.
—¿Venganza? ¿Cómo? —parecía intrigada y desconcertada.
—Dime Julia, ¿qué es lo más importante para un hombre? —preguntó la mujer mayor.
—No lo sé, el poder... —contestó con duda.
Livia negó.
—Ser vistos como hombres —respondió su madrastra—. ¿Y qué es lo que más les dolería? —interrogó otra vez.
Esta vez Julia no lo dudó, tenía la respuesta más clara que nunca.
—Dejar de ser vistos como hombres por la sociedad —pronunció y soltó una risita.
—Sabes, he visto durante el baile a un joven muy apuesto, que no podía sacarte los ojos de encima, parecía encandilado por tu belleza —dijo como quien no quiere la cosa.
Julia abrió los ojos sorprendida y se puso colorada inmediatamente, pero también parecía nerviosa.
—No puedo, las mujeres decentes no hacen eso —expresó inquieta—, eso solo lo hacen las meretrices y sería igual a ellas.
—No eres igual a ellas, esas promiscuas lo hacen por dinero —intervino Livia—, tú lo harías por venganza. Además, ¿quieres pasar el resto de tu vida durmiendo con el viejo de Agripa? —preguntó sonando asqueada—. Julia, eres joven y hermosa, tienes el mundo a tus pies y mereces disfrutar la vida. Realmente, ¿no tienes curiosidad por saber qué hay más allá?
La semilla de la intriga ya estaba sembrada y Livia cosechará sus frutos con una sonrisa de felicidad en el rostro.
La lira acompañaba los pasos de los invitados que se movían bajo su ritmo, despreocupados de todo y disfrutando tan bella celebración, sin saber que su propia protagonista aborrecía tal unión. A nadie le importaba si a la hija del Emperador le agradaba su nuevo marido o no, solo disfrutaban de la fiesta, del banquete y el buen vino y también, de poderse mezclar con la clase imperial y conseguir alguna nueva conexión o vínculo para su futuro.
—Un día más que logras encandilarme con tu brillo —susurró Juba, mientras sostenía a Selene, quien se movía como si estuviera unida al sonido melodioso de los instrumentos.
La joven intentó parecer aburrida, pero no pudo evitar sonreír.
—Ya estamos comprometidos, no precisas decir todas esas cosas como si aún intentaras convencerme de que eres agradable —respondió ella divertida.
Juba tomó su mano y la hizo girar, para luego volverla a colocar en su cintura y continuar con el ritmo anterior.
—No intento agradarte, solo estoy diciendo la verdad —replicó él—. Me pareces la mujer más hermosa que he conocido y no pienso dejar de decírtelo —agregó, mientras ella sentía que sus mejillas ardían ante tal declaración—. Incluso dentro de un año, cuando estemos bailando aquí otra vez, pero finalmente como marido y mujer, me encargaré de decírtelo todos los días de nuestra vida. Así que comienza a acostumbrarte —terminó con diversión.
Selene se quedó muda y el color rojo se expandió con más intensidad por todo su rostro, Juba se rió más fuerte y atrajo algunas miradas, entre ellas la de la novia.
—¡Callate! —susurró avergonzada—. Sigue bailando y no digas esas cosas entre las personas —retó al hombre.
—Entonces, cuando estemos los dos solos, ¿si puedo decírtelo? —interrogó burlón.
—¡Basta! —exclamó más escandalizada, pero una sonrisa tímida se deslizó de sus labios.
Ambos siguieron bailando sin ser conscientes de la mirada que estaba puesta en ellos, quien definitivamente no los apreciaba. Julia estaba amargada, no podía entender cómo esa esclava egipcia era más feliz que ella, primero siempre tuvo la atención de Marcelo y hasta terminó matándolo, porque ella estaba segura que algo tenía que ver, era una meretriz igual que su madre. Y ahora se iba a casar con un rey, mientras que ella, la única hija del Emperador debió hacerlo con un viejo repugnante que odiaba. Se tragó la rabia e intentó no derramar lágrimas en su propia boda, pero era difícil. Selene debería estar en un calabozo o trabajando como sirvienta para ella, no viviendo en el palacio, con todos los lujos y siendo la hija adoptiva de Octavia.
La vida era injusta, pero Julia se iba a vengar de la egipcia, en algún momento lo haría. Se acomodó el cabello y captó una mirada sobre su persona, un joven apuesto que le sonrió al verse descubierto, Julia se la devolvió. Ese debía ser el joven del que habló Livia, luego miró a su flamante marido y no pudo evitar una mueca, el desconocido era realmente mucho más agraciado.
La noche estrellada se ve hermosa y él la contempla con fascinación, desgraciadamente está solo.
—No eres un hombre de celebraciones, ¿verdad? —interrogó una voz femenina.
Tiberio miró a la niña, no, ya no era tan niña como cuando la conoció, había crecido un poco pero sus rizos seguían siendo los mismos: rebeldes y llamativos.
—Soy un hombre aburrido —contestó desapasionado y volvió a concentrarse en el cielo.
Sin embargo, Vipsania no pareció rendirse y se paró a su lado, también mirando el cielo, tratando de entender qué veía, pero era solo un cielo con estrellas y no muy interesante; la fiesta estaba mejor.
—Yo no diría aburrido, tal vez un poco extraño o alguien demasiado solitario y serio, como que siempre quieres estar solo; pero no aburrido —respondió ella.
Él soltó una risa al escucharla, esta joven siempre hablaba demasiado, parecía que no soportaba el silencio.
—Gracias, siempre es mejor ser considerado extraño y no aburrido —agregó entre divertido pero también venenoso.
Recién ahí, ella pareció darse cuenta de lo que había dicho, mientras había intentado levantarle el ánimo, parece que lo había empeorado.
—¡No quise decirlo así! —exclamó aterrorizada—. ¡Solo intentaba decirte que eres lindo! —agregó y se tapó la boca con las manos.
Tiberio presenció el momento en que se avergonzaba por las palabras que parecieron escaparse de sus labios y que obviamente pensaba, pero no quería decirlas.
—Muy amable de tu parte, también considero que eres una niña muy hermosa, si se me permite el atrevimiento —contestó él, intentando aligerar la vergüenza de Vipsania, tomarlo como algo normal y quitarle la presión.
Ella pareció calmarse, se quedó callada unos segundos hasta que frunció el ceño.
—No soy una niña, ya tengo quince años —espetó enojada, quería que Tiberio la viera como una mujer, no como una niña—. Julia es tres años mayor que yo y ya va por su segundo matrimonio, incluso acaba de convertirse en mi madrastra —terminó de forma despectiva.
El silencio incómodo se hizo presente, Tiberio no sabía qué decir y tampoco la conocía demasiado para intentar cambiar de tema, así que se quedó callado. Pero no duró demasiado cuando algunos pasos y voces se escucharon acercarse.
—Tiberio, pensé que ya te habías retirado, sé lo mucho que te desagradan las fiestas —dijo la sorprendida voz de Selene.
Tiberio sonrió y luego volteó a verla, Selene se acercaba y parecía contenta, mientras que atrás suyo lo seguía un Juba un poco más tranquilo y cordial, pero también serio. Así que todavía parecía que no lo quería mucho, Tiberio lo encontró divertido.
—Me conoces demasiado bien —dijo con picardía y vio al Rey apretar los puños—, pero la noche me pareció demasiado hermosa para no admirarla.
—Tienes razón, es hermosa —respondió ella y alzó la mirada.
Ante el repentino silencio, Juba se percató de que había alguien más y necesitaba romper la conversación que los dos amigos estaban teniendo.
—Disculpa, pero creo que nunca nos han presentado —empezó y se dirigió a Vipsania, quien se enfocó en el hombre y perdió el interés en el dúo—. Soy Juba II, el futuro esposo de Selene —agregó, aunque la información parecía más dirigida a Tiberio.
El Rey posó su mano en la cintura de la ex princesa, quien sonrió ante el gesto, pero quién no sonrió fue Tiberio, sino que su rostro volvió a ser serio casi como aburrido, aunque Vipsania pudo detectar algo parecido al enojo pero no estaba segura.
—Buenas noches, su majestad —respondió la romana—, soy Vipsania, la hija del flamante nuevo novio —agregó con una mueca.
—¡Oh sí! Escuché que Marco Agripa tenía a su única hija en edad de casarse —pareció recordar el Rey—. Un placer conocerte. Supongo que estarás feliz por él.
Vipsania se mordió el labio, para no intentar responder, ya que realmente no estaba feliz por esta unión, su padre había hecho todo mal.
—Soy su hija mayor, pero no la única —expresó para decir algo y no parecer descortés—. Tengo una hermana pequeña de apenas un año, que mi padre tuvo con su anterior mujer, Marcela la Mayor.
Selene se percató del ambiente extraño, todos lo hicieron, pero los dos hombres parecían incompetentes a la hora de cambiarlo.
—¿Sabes algo de Marcela y de tu hermana menor? —interrogó Selene, hablando por primera vez con la otra mujer—. Cuando sucedió el divorcio, Marcela se fue inmediatamente del palacio y Octavia decidió acompañar a su hija.
Había sido un escándalo dentro del palacio, no era raro que un hombre se divorcie de su mujer para casarse con otra, pero aquí si lo había sido. Marcela la Mayor era la sobrina de sangre de Augusto y Agripa se divorció de ella, quien apenas había dado a luz, y se terminó casando con la hija del Emperador. En otras palabras, dejó a su esposa por la prima y aunque nadie lo dijera abiertamente, había sido por poder, ya que así, el hombre se había convertido en el heredero directo de Augusto, tal cual como lo había sido Marcelo anteriormente; todo aquel que se casara con Julia, ostentaría ese título.
Lo peor había venido después, Marcela estaba destrozada por haber sido abandonada apenas había dado a luz a su primogénita, intentando entender qué había sucedido con su exmarido, quien tuvo el descaro de pedirle que se quedara en el palacio para poder ver crecer a la pequeña. Marcela estalló, no quería vivir bajo el mismo techo que la nueva pareja, así que juntó todas sus cosas y se fue directamente a la residencia de su hermana menor. Octavia quien estaba también dolida con su hermano por obligar a Agripa a divorciarse, decidió acompañar a su hija hasta que superara la ruptura. Ambas estaban viviendo temporalmente con Marcela la Menor.
—No, nunca me llevé muy bien con mi madrasta Marcela, ella era muy seria y correcta —comenzó Vipsania—, pero te juro que la prefiero mil veces a ella, que a la engreída de Julia. Estoy muy enojada con mi padre por hacerle eso —terminó furiosa.
Todos se sorprendieron por el arrebato y por la ausencia de temor al hablar tan mal sobre la hija del Emperador, Selene sonrió, la joven era simpática y valiente.
—Supongo que ya somos dos quienes no quieren a la joven Julia —dijo la egipcia con alegría.
Vipsania se sorprendió, primeramente que la otra mujer no la retara por sus palabras y segundo, por pensar igual que ella. Había escuchado muchas cosas sobre la esclava, pero ahora estaba segura que todas eran mentiras. Uno debía conocer antes a las personas y luego, formar un juicio sobre ellas, nunca dejarse llevar por lo que dicen los demás.
—Somos tres, la hija del Emperador realmente es... —agregó Juba, quien realmente no quería decir una grosería sobre la mujer.
Pero el Rey todavía no podía perdonarla por haber culpado a su Selene de matar a Marcelo, entendía que podía sentir dolor por la muerte de su marido, pero esas acusaciones habían destilado bastante veneno.
—Yo también me sumo —secundó Tiberio.
—Podríamos formar un grupo, los cuatro unidos por la aversión hacia Julia —agregó Vipsania.
Se hizo el silencio, solo interrumpido por los grillos, hasta que casi al unísono, los cuatro estallaron en carcajadas.
—Creo que se está haciendo tarde, la celebración debe estar por terminar para el día de hoy, será mejor ir a descansar —interrumpió Juba, cuando todos se habían calmado.
—Tienes razón, la noche es hermosa, pero mañana todavía nos espera un largo día —respondió Selene, miró a la otra pareja con una sonrisa tranquila, casi divertida—. Buenas noches —dijo a los dos.
Cuando todos se despidieron y finalmente Juba y Selene desaparecieron de la vista del otro par, finalmente volvieron a estar como antes, solo Vipsania y Tiberio.
—Ahora entiendo por qué te gusta tanto, Selene es una mujer increíble —expresó Vipsania mirando las estrellas y con tintes de decepción—. No eres un hombre aburrido, eres un hombre solitario.
Ahora entendía las estrellas, siempre rodeadas por miles de estrellas más, pero nunca tendrían la posibilidad de acercarse unas a otras, siempre solas en la oscuridad de la noche y la inmensidad del cielo, contemplándose de lejos, ansiándose desde lejos, igual que Tiberio a Selene.
—¿Qué? No, no es así... —comenzó Tiberio a excusarse.
Vipsania lo miró con tristeza, tal vez ni siquiera él se daba cuenta de lo que sentía por la egipcia.
—La noche siempre es silenciosa y guarda sus secretos —lo interrumpió—. Buenas noches, Tiberio.
Dicho esto se marchó, mientras que él se quedó helado, aún con la boca abierta y sin saber qué decir exactamente. No supo cuánto tiempo estuvo así, pero el ruido de unos pasos lo alertaron.
—¿Quién anda ahí? —ordenó.
Una sirvienta salió de las sombras, con la cabeza gacha y con miedo de haber sido descubierta.
—Lo siento señor, mi dueña me ordenó que buscara su palla que había olvidado en el jardín, no quería molestarlo señor —respondió temerosa.
—Muestrame tu identidad —agregó aún enojado.
Todos sabían que los sirvientes tenían oídos y muchos eran espías para sus propios señores y a Tiberio no le gustaba que alguien escuchara la conversación que habían tenido los cuatro anteriormente, sería un problema si Augusto se enteraba que hablaban mal de su hija, mucho más para Selene.
La mujer se quitó la palla que le cubría y lentamente alzó el rostro, mirando a Tiberio a los ojos, igual que lo había hecho hace un tiempo atrás.
El joven romano se sorprendió por segunda vez ese día, no podía creerlo.
—Tú —susurró.
Julia sale de la habitación que comparte con su nuevo marido, lo más silenciosa posible para no ser descubierta. Se tapa el rostro con la palla y camina por los pasillos, vigilando que nadie la observe; se detiene al llegar a una habitación de invitados, donde ya la está esperando el joven apuesto de la fiesta. Ambos sonríen, él mucho más seductor, abre la puerta y la deja entrar, luego la cierra y ambos desaparecen en su interior.
En una esquina oscura, sin ser vista por ninguno de los dos, se encuentra Livia, quien está realmente feliz. Se marcha por donde vino, directamente a su habitación, no a la de su marido, ya que sabe que Augusto está otra vez con esa meretriz. Estará sola esta noche, sin embargo, ya no le molesta tanto, muy pronto conseguirá lo que quiere, solo necesita tiempo. Hoy ha dado el primer paso.
Roma, Palacio del Emperador, 22 de junio del año 21 a.C.
El sol está apenas despuntando, pero el joven apuesto abandona la habitación antes de ser detectado, sabe que le cortaran la cabeza si eso sucede.
Se está marchando cuando es detenido por la sirvienta fiel a la Emperatriz, por un momento se asusta, pero al reconocerla, se tranquiliza.
—Hermana, me asustaste —dijo con diversión.
Ella lo manda a callar, nadie puede enterarse de eso, sino estarían en serios problemas. Aquí es importante la discreción.
—Esto te lo manda mi señora y ahora desaparece de aquí —expresó severa, mientras le tendía una bolsa llena de monedas de oro.
El joven la abrió y ella lo regaña por desconfiar de su señora, la cierra y se la guarda. Luego, responde en un tono jocoso.
—Ella parecía una niña virgen, como si nunca hubiera tenido sexo o su sexo era realmente aburrido. Pero te aseguró que la hice gritar toda la noche con las cosas que le hice, no quedó bien después —dijo con burla.
La sirvienta fiel lo golpeó por sus palabras.
—No seas vulgar —regañó, él hizo una mueca—. Ahora vete, ya tienes tu paga —él se inclinó burlonamente y dio un paso al costado para irse—. Y recuerda, esto nunca sucedió y tú nunca viste a mi señora —amenazó.
—Como mande —volvió a decir sarcásticamente.
Y después, de la misma forma que había aparecido, desapareció sin dejar rastros.
Roma, Palacio del Emperador, 02 de diciembre del año 21 a.C.
Augusto estaba feliz, hace apenas unos minutos le había llegado la confirmación oficial de que todos los involucrados en la conspiración para asesinarlo, estaban muertos.
—Lucio Murrena fue el último —dijo Escipión—, con él se completa la eliminación de todos los traidores, ya que Fanio Cepión fue asesinado hace seis meses, solo quedaba Murena y ahora él también ya no habita esta tierra —dijo con alegría.
—¿Pudieron sacar alguna información? —interrogó Augusto.
Agripa se tensó, casi de forma imperceptible para el resto de los presentes en el consejo del Emperador, solo Tiberio pareció notarlo y lo miró sorprendido.
—De hecho sí —continuó Escipión, Agripa deseaba que se callara—. Después de las continuas y dolorosas torturas, Murena soltó algo interesante, esa noche cuando huyó, alguien le informó antes de que sería apresado.
—Eso siempre lo sospechamos, ¿quién fue? —volvió a preguntar Augusto.
—Cayo Mecenas —finalmente Escipión lo dijo, Agripa se tragó los nervios.
—Así que uno de mis amigos me traicionó, avisando a quién intentó matarme que sería apresado —expresó Augusto para sí mismo.
Todos quedaron en silencio, Tiberio se dio cuenta que Agripa sabía sobre esto, pero que él también era amigo de Cayo Mecenas y claramente no quería que le pase nada. Seguramente el hombre estaba en conflicto.
—Está bien, ya veré que hago con esta información —pronunció para toda la habitación—. Y cambiando de tema —volvió a sonar feliz y eufórico—, quiero felicitar públicamente a mi amigo Agripa, quien pronto será padre junto a mi hija, y ambos traerán al mundo al nuevo heredero del Imperio. ¡Salud! —gritó mientras levantó la copa.
Todos parecieron emocionados y tomaron su propia copa de vino para brindar.
—¡Larga vida al Imperio romano! —exclamaron.
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