41: Punto de inflexión
Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 08 de febrero del año 22 a.C.
Los obsequios habían comenzado a llegar desde que Attis había rechazado la invitación del Emperador, cada día uno diferente, la meretriz los aceptaba pero seguía negándose al pedido. Contra todo pronóstico, cada negativa no ocasionó el enfado del hombre más poderoso, sino un interés mayor y los regalos se volvían más costosos.
—No lo entiendo —dijo Tais, mientras miraba a su compañera guardar lo último que había llegado, una costosa tela morada—, cualquiera de nosotras que se hubiera atrevido a rechazar al Emperador, estaría muerta o relegada al olvido —continuó asombrada—. Pero tú lo has hecho durante una semana y él parece cada día más interesado.
—Te lo dije, no moriré como una prostituta, yo no soy como ustedes —respondió con suficiencia—. Conseguiré todo lo que quiero y más, no preciso de tus tontos consejos —terminó.
Tais la miró estupefacta y sintió no solo rabia, sino la necesidad de responderle. Pero Attis no le dio tiempo, apenas terminó de ponerse los pendientes más costosos que Augusto le había regalado y ponerse la palla más fina y delicada, salió de la habitación. Ella prosperaba en la belleza y en la mirada envidiosa de todas las demás meretrices, que no podían creer su suerte, quienes antes se burlaban de ella, ahora lloraban con su triunfo. Attis sonrió, ella amaba ser el centro de atención.
Roma, Palacio del Emperador, 25 de febrero del año 22 a.C.
La mujer la había mirado con lástima cuando le respondió de forma negativa. Livia no había podido soportarlo, ella siempre tan serena y educada, manteniendo la calma en los momentos más tensos y delicados, pero esta vez la echó a los gritos; no quería la lástima de nadie. Estaba totalmente furiosa y ni siquiera su fiel sirviente se atrevió a entrar, la dejaron descargarse en su propia soledad.
Se derrumbó en el suelo, sin importarle el decoro o la posible suciedad del suelo, Livia lloró desconsoladamente, mientras las palabras de la partera se repetían una y otra vez en su cabeza: "No hay un niño, tu vientre está vacío".
Estaba tan convencida, realmente pensó que esta vez sí estaba embarazada, le había rezado a todas las diosas y había tomado todos los remedios posibles, hasta los más exóticos traídos de otras tierras, pero nada. Ella seguía sin poder darle un hijo a Augusto. No sabía por qué estaba siendo castigada de esta forma, tenía todo a su alcance, pero lo que más quería, se le seguía negando.
Roma, Palacio del Emperador, 26 de febrero del año 22 a.C.
—Ha permanecido encerrada desde ayer, no ha salido ni comido nada —dijo la sirviente—. Tampoco permitió que nadie entrara, solo pidió por el Emperador.
—Está bien, sigue con tu trabajo, yo me encargaré a partir de aquí —respondió Agripa.
La mujer se inclinó y se marchó. Agripa quedó en silencio por unos momentos, pensando cómo proceder, pero sabía que la única persona que sacaría a la Emperatriz de su dolor era Augusto, así que fue a buscarlo.
—Ya tengo un compromiso, Livia es una mujer fuerte, solo déjala y pronto se le pasará —respondió Augusto cuando Agripa le contó lo que sucedía con su esposa.
—La Emperatriz está desconsolada, los sirvientes aseguran que no ha comido ni bebido nada desde ayer, solo se escuchan sus llantos —aseguró Agripa, intentando que su amigo entendiera la gravedad de la situación.
Sin embargo, Augusto hizo un gesto de fastidio y miró a su amigo de forma severa, no permitiendo ninguna discusión más.
—Superará esto, me casé con una mujer fuerte y no con una débil —dijo—. Además, no sé por qué tanto escándalo, no ha quedado embarazada durante los diecisiete años que llevamos de casado y ahora parece que el mundo se acabará mañana. Solo quiere llamar la atención —le restó importancia al dolor de Livia y Agripa no supo qué más decir.
Augusto no parecía conmovido por lo que estaba sufriendo su propia esposa, ni siquiera pensaba ir a visitarla, solo se marcharía sin mirar.
—Ya que estás aquí, quería hablar contigo sobre un asunto importante —expresó el hombre cambiando de tema, Agripa se recompuso y escuchó—. Mi hija Julia regresará al palacio dentro de unas semanas, ya ha pasado demasiado tiempo con su madre y la quiero de vuelta aquí, el duelo ha durado demasiado —dijo de forma seca—. Cuando ella regrese y sea una fecha favorable para los dioses, haremos los arreglos para tu casamiento con mi hija —manifestó con total calma, mientras continuó eligiendo la mejor toga para ponerse.
—¿Mi casamiento con la joven Julia? —interrogó Agripa sorprendido.
—Sí —respondió un poco molesto por tener que repetirse—. Necesito herederos, Marcelo ya está muerto y no llegó a darme nietos, mi hija debe casarse lo más pronto posible y empezar a traer hijos a este mundo —expresó—. El mejor esposo para Julia, eres tú, un hombre honorable y mi mejor amigo, eso me asegura tu lealtad al Imperio y por sobre todas las cosas, ya tienes hijos y eso demuestra tu virilidad —terminó convencido.
Agripa no podía asimilarlo, su amigo no podía estar pidiendo esto a él, no cuando ya estaba casado con la sobrina del propio Emperador.
—Augusto, sabes que ya llevo seis años casado con tu sobrina Marcela y en este preciso momento, ella está embarazada de nuestro primer hijo. No puedo casarme con tu hija —expresó entre desconcertado y horrorizado por lo que estaba escuchando.
El Emperador dejó todo lo que había estado haciendo y se acercó a su amigo, apoyó su mano sobre el hombro del otro y lo miró seriamente.
—El Imperio está en riesgo, sabes lo peligroso que es que no haya herederos —comenzó de forma solemne—. Eres mi amigo hace años, en quien más confío y te estoy pidiendo el favor más grande, te necesito para lograr la estabilidad en toda Roma. ¿Quieres que tu hija Vipsania y el niño que viene vivan en paz? —interrogó, Agripa solo asintió aún sin poder pronunciar palabra—. Entonces, te pido que te cases con Julia, es la única forma de lograrlo. Si lo haces, te juro que a Marcela ni a tus hijos les faltara nada, serán libres en una Roma pacífica. ¿No quieres eso?
Agripa no respondió nada, Augusto tampoco esperaba una respuesta porque sabía que pronto llegaría y sería afirmativa. Agripa era un hombre de honor para con el Imperio, siempre antepuso todo para lograr la estabilidad. Tal vez ahora dudaba y le costaba separarse de su familia, pero el Emperador sabía que lograría convencerlo.
Apretó con firmeza su hombro y luego se alejó otra vez, mientras volvió a elegir entre diferentes togas.
—Dile a los guardias que dentro de unas horas vendrá Attis, quiero que la dejen pasar y la lleven hasta mi habitación —expresó feliz, otra vez cambiando de tema.
Agripa asintió, casi como un robot, intentando asimilar todo.
Aspiró el aroma de su piel, embriagado por tal belleza y retándose mentalmente por alejarse tanto tiempo de aquella exquisita mujer. Todo había sido culpa de Terencia, se había sentido momentáneamente atraído por la esposa de su amigo Cayo Mecenas, fue divertido mientras duró, pero cuando se le pasó la adrenalina por lo nuevo y peligroso, perdió el interés por ella, quien terminó marchándose; una pena que también haya perdido la amistad de Cayo, tal vez podrían amigarse en un tiempo.
—Te he extrañado —murmuró mientras repartía besos por su hombro desnudo.
Attis sonrió y tomó el rostro del Emperador con sus manos para mirarlo a la cara.
—Tú me apartaste de tu lado —respondió ella, un poco de rencor filtrándose en su tono.
—Cierto, pero también hice de todo para recuperarte, no saliste nada barata —respondió él.
Había tardado varias semanas, que implicaron demasiados regalos, hasta que Attis había aceptado la invitación de Augusto.
—¿Qué esperabas? Me lastimaste al rechazarme y solo quería un poco de venganza —dijo ella con falso dolor—. ¿Acaso no crees que lo valgo?
—Vales eso y mucho más —respondió él y volvió a besarla.
Attis sonrió, sabiendo que otra vez tenía al hombre más poderoso del Imperio a sus pies y pensaba aprovecharse de eso al máximo.
—Y también soy una persona que cumplo con mi parte del trato —continuó diciendo ella—, así que venía a informarte que tu adorado sobrino Alejandro te engañó —soltó la bomba.
Augusto se detuvo de inmediato, se apartó de ella y la miró seriamente. Attis no sentía pena de Alejandro, tampoco sentía que lo estaba traicionando al revelar información, sino que lo tomaba como una dulce venganza contra él por ilusionarla con la posibilidad de otra vida. Ahora era Augusto quien podría darle esa vida y no pensaba desaprovechar la oportunidad, aunque tenga que aplastar todas las cabezas que se le cruzaran en el camino, incluso si era de un ex amante del que creyó estar enamorada.
—¿Qué quieres decir? —interrogó el Emperador.
Ella sonrió con sensualidad y acarició el rostro del hombre.
—Que Alejandro llegó a la ciudad de Roma de incógnito, mucho antes de lo que te hizo saber —ella hizo una pequeña pausa, esperando algún comentario de él, pero al no tenerlo continuó—. Está planeando algo, todavía no sé qué, pero te mintió para poder caminar sin que nadie se diera cuenta. Mientras tú pensabas que seguía con los legionarios, él estaba aquí moviendo los hilos en tu contra. Alejandro quiere destruirte y no parará hasta lograrlo —susurró ella.
Augusto sintió un frío helado recorrer su cuerpo, ¿cómo pudo ser tan ingenuo?
Mientras su esposo se enteraba de la artimaña, Livia lloraba en soledad, no solo por la pérdida del hijo que nunca pudo ser, sino también por la de su marido que cada vez parecía alejarse más de ella.
¿Qué había hecho para merecer tanto castigo? Ese mismo momento marcó algo dentro de ella, se había acabado el tiempo de los juegos, era el momento de no permitir que nadie más la humille. Livia sería la ganadora al final de todo, ella los vencería a todos y alcanzaría la gloria.
Roma, Palacio del Emperador, 2 de marzo del año 22 a.C.
Marcela la Mayor observó a su marido, quien había estado inquieto desde hace varios días, siempre perdido en sus pensamientos e incluso parecía un poco nervioso cuando ella se acercaba.
—¿Estás así por los rumores? —interrogó al susodicho, quien desde hace varios minutos miraba por la ventana sin movimiento alguno.
Agripa pareció despertarse de un sueño o pesadilla, si uno observaba su expresión alarmada.
—¿Qué rumores? —preguntó él a cambio a su mujer.
—Sobre el juicio a Marco Primo y la declaración de Augusto —comenzó ella dubitativa—. Algunos dudan sobre la veracidad de sus palabras.
Agripa estaba cansado, después de la última conversación con el Emperador, los pensamientos en su cabeza no habían podido detenerse: ¿qué debía hacer? Y ahora parecía haber un nuevo problema, tal vez se estaba arrepintiendo de volver a Roma.
—¿Por eso estás así? —continuó ella—. Hace días estás extraño, incluso conmigo y eso me pone mal a mí.
Recién ahí, Agripa notó la angustia de su mujer, quien permanecía en la cama, ya que cada día le costaba más levantarse, su vientre no paraba de crecer y el nacimiento se acercaba a pasos agigantados.
—Mi nuevo puesto al lado de Augusto es muy demandante —comenzó él, mucho más tranquilo y relajado, mientras se acostaba a su lado y besaba su vientre—. Pero tú no debes preocuparte y te pido perdón por estar alejado estos días, han sido complicados —aclaró sin más detalles—. Sin embargo, ya podremos pasar más días juntos, te prometo que desde hoy tú serás lo más importante, estaremos preparados para su llegada —finalizó emocionado, mientras acariciaba su panza.
Marcela sonrió y se relajó, sin ser consciente de la verdad oculta detrás de esas palabras. Pero por ahora, ella disfrutaba de su felicidad que ya tenía fecha de vencimiento.
Roma, Palacio del Emperador, 4 de marzo del año 22 a.C.
—La popularidad de Augusto ha crecido, el pueblo parece amarlo más después de la ejecución de Marco Primo —dijo Selene desconcertada.
Alejandro asintió, ambos pensaron que sería lo contrario, pero no. El pueblo estaba encantado con su Emperador, casi como si les gustara ver derramamiento de sangre y le estaban agradeciendo por eso.
—Incluso parece ser mayor que la de Julio César en su momento —respondió su hermano.
—Eso no es bueno —pronunció ella alarmada, el pueblo debería odiarlo, no quererlo más.
—Es verdad —estuvo de acuerdo—, pero no todas son malas noticias, parte del Senado no está tan contento —dijo con una sonrisita.
—¿De qué hablas? —interrogó ella esperanzada.
Alejandro se acercó un poco más a ella, estaban solos en la habitación pero el miedo a ser escuchados seguía siendo grande, todos sabían que Augusto tenía espías por todos lados; así que entre susurros emocionados y contenidos pronunció las siguientes palabras.
—Hay senadores que no pueden comprender por qué Marco Primo pondría en juego toda su carrera por una mentira —comenzó a relatar el egipcio—. ¿Te arriesgarías a perder toda tu fortuna y tu vida solo por una mentira? Nadie lo haría —sé contestó él mismo—. Entonces son muchos los que creen que Augusto mintió y que realmente Marcelo le había ordenado a Marco Primo el ataque a Tracia. Pero esto lleva a otro escándalo, cómo alguien que ni siquiera está en el Senado, puede ordenar tal acción a un gobernador —soltó lo que muchos se habían preguntado tras las declaraciones de Marco Primo en el juicio.
—Es un conflicto de poderes entonces, solo ambición —respondió Selene, intentando comprender.
Alejandro asintió, pero no era solo eso.
—Todo aquí lo mueve la ambición de poder, pero hay algo más profundo —continuó su gemelo—. Si lo que Marco Primo dijo era verdad, toda la base del Imperio romano y la división de poderes que pregona Augusto sería una mentira, las leyes de constitucionalidad serían un fraude y solo revelaría que toda Roma está en el poder autoritario de un solo hombre y el Senado sólo está integrado por títeres. Y eso, los magnánimos senadores no lo soportan —agregó con burla.
—Al final es una batalla de egos y poder —terminó Selene, Alejandro asintió.
—Una batalla de la que tenemos que sacar provecho nosotros.
—¿Cómo? —cuestionó Selene.
Alejandro exhaló derrotado y miró a su hermana.
—Esa es la gran pregunta.
Roma, capital del Imperio romano, 10 de marzo del año 22 a.C.
Lucio Lucinio Varrón Murena guardó con rapidez sus últimas posesiones más preciadas o las que podría llegar a necesitar durante el viaje, no podía perder tiempo, si quería seguir viviendo, tenía que huir inmediatamente.
La noche era demasiado cerrada y oscura, silenciosa e inquietante, casi como si pudiera adivinar lo que estaba sucediendo. Cuando Varrón Murena se subió al carro, completamente solo porque no confiaba en nadie, miró por última vez la ciudad y apuró a los caballos para que agilicen la marcha.
Todo había salido terriblemente mal, tal vez porque el plan no era demasiado bueno o quizás alguien los traicionó y delató, no lo sabía. Pero de alguna forma, el Emperador se enteró que había toda una operación para asesinarlo antes de tiempo y no pensaba dejar que todos los implicados se salieran con la suya. Por suerte, a Lucio le avisaron de esto, así que apenas se percató, junto todas sus cosas y abandonó la ciudad antes de ser enjuiciado. Sabía muy bien que al huir estaba aceptando todos los cargos de los que lo iban a acusar, pero también sabía que si se quedaba sería condenado de la misma forma que Marco Primo; su única oportunidad era huir lejos y buscar una nueva vida. Ya que si lograba huir, no sería perseguido ni condenado a muerte, solo perdería su estatus de ciudadano romano, junto con cualquier derecho político y económico que tenía antes; además de no poder volver a pisar Roma nunca más. Y para él estaba bien, era horrible perder todas sus riquezas, pero al menos viviría, ahora solo debía lograr salir de la ciudad.
Roma, Palacio del Emperador, 11 de marzo del año 22 a.C.
Augusto estaba enojado, los espías le habían informado que durante las primeras horas de la noche, Lucio Lucinio Varrón Murena había escapado de la ciudad en total silencio. Y no solo él, otro de los grandes conspiradores, Fanio Cepión, también había desaparecido al mismo tiempo. Y otras familias senatoriales, que también habían estado implicadas en mayor o menor medida, también se habían ido sin dejar rastro.
—Es mejor dejarlo así, no lograron su cometido y se declararon culpables ellos solos al escapar —comenzó aconsejando Agripa—. Ya no están en la ciudad y perdieron todos los privilegios, para evitar más malestares, déjalo así.
Tiberio que también estaba en la reunión, junto a su hermano, por ocupar cargos importantes dentro del gobierno, estaba de acuerdo con Agripa y así lo hizo saber. La sala estaba silenciosa, no muchos se atrevían a hablar y menos cuando el Emperador estaba tan enojado y callado. Tampoco se enfrentaban a una conspiración para asesinar al hombre mas importante del imperio, no desde el asesinato de Julio César hace ya varias décadas atrás.
—La ejecución de Marco Primo por traición todavía es muy reciente, creo que lo mejor es dejar que huyan, sino podría ser contraproducente para tu imagen social —agregó el joven romano.
Agripa no podía estar más de acuerdo, realmente cada día veía a este joven como un digno sucesor de Augusto, a pesar de que el Emperador tenía una clara preferencia hacia el hermano, Druso.
—El Emperador aquí soy yo y se hace lo que yo quiero —comenzó Augusto, todos permanecieron quietos y no emitieron ningún sonido cuando les dirigió una mirada mortal a cada uno de los presentes—. Intentaron matarme y si no fuera por mi red de espías, tal vez lo hubieran logrado como con mi padre Julio César —espetó enfurecido—. Estas cosas no puedo dejarlas pasar, sino todos pensaran que soy débil y prefiero ser llamado cruel que débil —miró con severidad a Tiberio, quien no bajó la mirada, sino que se mantuvo firme pero sin confrontar—. Agripa, ordena a una unidad del ejército que vaya detrás de todos los conspiradores, no me importa si ya abandonaron la ciudad, los quiero a todos de vuelta para que paguen lo que hicieron.
Nadie objetó, a pesar de que tal medida nunca se había tomado, ya que cuando un acusado abandonaba la ciudad se lo dejaba, ya era castigo suficiente perder todos sus privilegios. Y cuando Augusto les ordenó que se retiraran, así lo hicieron, excepto Agripa, quien a pedido de su amigo, permaneció en el salón.
Esto había sido demasiado para el Princess, no solo lo habían intentado asesinar, sino que también se sumaba a lo que Attis le había confesado sobre Alejandro. No había indicios o pistas que el hijastro de su hermana estuviera metido en la conspiración de Murena, pero él estaba seguro que algo planeaba y no saberlo, lo desesperaba. Tenía que hacer algo para controlar a esos gemelos, no era suficiente mandar a Juba a la guerra, eso solo le daba algo de tiempo, pero en algún momento regresaría y el matrimonio sería inevitable. Tenía que descubrir la estrategia antes, pero al mismo tiempo él corría peligro, no sabía de dónde vendría el golpe la próxima vez, Marcelo ya estaba muerto y a él casi también logran matarlo. No se sentía seguro ni en su propio palacio.
—Quiero que mandes llamar al Legatus Manio Cornelio Escipión, de la Legio XIX Augusta Pia Fidelis, lo quiero aquí lo más pronto posible —dijo Augusto.
—¿Por qué? —interrogó Agripa desconcertado.
Se había cruzado con el hombre varias veces y si era sincero, no terminaba de caerle muy bien, demasiado egocéntrico, violento y rencoroso. Pero no decía nada porque Augusto parecía tenerlo en alta estima y debería ser por algo.
—No estoy seguro aquí, muchos me envidian y esperan mi caída, así que necesito protegerme y aumentar la seguridad a mi alrededor —contestó aún un poco nervioso.
—¿Y cómo harás eso?
—Crearé mi propia guardia personal, que serán entrenados solo para protegerme y asegurar mi vida a costa de la suya propia. Y el que mejor puede encargarse de eso, es el Legatus Escipión.
Roma, Palacio del Emperador, 18 de marzo del año 22 a.C.
Mañana debía partir otra vez hacia la campaña en Egipto y unirse a su Legión y no estaba muy contento. Se suponía que aprovecharía estos meses para poder agilizar el casamiento de Selene con Juba, pero por alguna razón, Augusto había decidido pedir el apoyo de Juba para combatir a los rebeldes nubios y el rey, como fiel aliado de Roma, aceptó. Por tal motivo, el casamiento otra vez había quedado como suspendido en el aire, esperando a que el rey vuelva y recién ahí fijar una fecha.
Estaban igual que antes, no habían avanzado nada, incluso sentía que habían retrocedido. Alejandro volvería al ejército, dejando sola a su hermana una vez más y sin la seguridad de que estaría a salvo. Todo había sido por nada.
—Tienen a los rebeldes controlados, pero no tiene hombres suficientes para desterrarlos completamente. Está esperando que Augusto envíe algunas tropas de refuerzo —relata Selene, de forma resumida, lo que dice la carta que le mandó su prometido.
Su gemelo no está contento, puede darse cuenta, pero tampoco pueden hacer otra cosa. Siguen atrapados aquí hasta que Juba vuelva y se terminen casando. No deberían hacerse tanta mala sangre por eso, no tiene remedio, será esperar un año más.
—Escuché que la hija del Emperador, Julia, regresará el mes entrante —dijo para sacar a su hermano un poco de su propia cabeza.
—¿La viuda malcriada? —interrogó hastiado—. Realmente te admiro por aguantar tanto en este lugar, pero te prometo que falta poco, te sacaré de aquí —aseguró él y ella sonrió, creía en su hermano.
—¡Pero si son mis hermanitos preferidos! —exclamó una voz emocionada, y los dos sintieron que se les helaba la sangre.
Voltearon incrédulos hacia el sonido de esa voz, deseando que su imaginación les esté jugando una mala pasada, pero no. Desgraciadamente, caminando hacia ellos con una felicidad que les erizaba la piel, estaba Manio Cornelio Escipión, el hombre que había nacido para odiarlos.
Alejandro se mordió la lengua para no soltar una grosería, después de todo, éste era su superior y él como legionario debía respetarlo. Al menos debía cuidar las apariencias hasta que lograra sacar a su gemela de aquí.
—¿Vino para el Armilustrium de mañana, señor? —agregó lo último intentando ser respetuoso, pero se colocó imperceptiblemente, un paso adelante de su hermana para protegerla.
Escipión lo encontró divertido, le encantaba burlarse de los dos egipcios que habían sobrevivido, aún recordaba como lloraban cuando los encontró y los llevó frente a Augusto, cómo los humilló durante todo el viaje a Roma mientras permanecían en esas jaulas y cómo se burló cuando hicieron la entrada por las calles de la ciudad.
—En realidad no, ya que no partiré mañana con las legiones. He hecho una pequeña pausa en mi carrera como soldado en el frente de batalla —dijo feliz—. Ahora defenderé a Roma de otra forma.
Alejandro sintió algo parecido al alivio cuando escuchó eso, no precisaría cruzarse nunca más con este hombre. Pero esa felicidad no le duraría mucho.
—Es una pena que un Legatus tan importante como usted se retire tempranamente —contestó con falsa cortesía—. Disculpe mi atrevimiento, pero se puede saber cómo defenderá a Roma ahora.
Escipión pareció estar esperando esa pregunta, le daba una felicidad tremenda poder amargarles un poco más la vida a las pequeñas escorias egipcias. Él triunfaba en el caos.
—¿No se han enterado? —interrogó con una falsa sorpresa—. Debido a esos tontos que quisieron asesinar a nuestro Emperador —dijo mientras deslizó una mirada significativa al otro joven—, él ha decidido crear una guardia personal que lo proteja en todo momento y me ha nombrado a mí como su capitán. Así que soy el nuevo jefe de la recién creada Guardia Pretoriana* y no me despegaré del Emperador nunca porque debo protegerlo a costa de mi propia vida. Así que tendré que mudarme al palacio —expresó y luego, sus ojos se posaron en la joven egipcia que había permanecido todo este tiempo callada, en un segundo plano—. Así que mi querida Selene, nos veremos todos los días, será un placer compartir tan gratos momentos y recordar viejos tiempos, como cuando conquisté Alejandría y ustedes eran unos niños que lloraban por sus padres muertos —terminó con alegría.
Lo que Alejandro más temía se estaba haciendo realidad, él se marchaba y estaba dejando a su gemela en completa soledad, rodeada de los lobos más feroces dispuestos a destrozarla en la primera oportunidad. No había plan que pudiera salvarlos.
*Guardia Pretoriana: era un cuerpo militar que servía de escolta y protección a los emperadores romanos. Aunque ya había sido usada en la época de los Escipiones (no por nada puse que ese personaje sea su capitán, un guiño a la historia). Pequeño paréntesis, la Guardia fue creada unos años antes por Augusto, cerca del 27 a.C., pero modifiqué la fecha para que se adapte a mi trama.
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