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35 : El brillo de la Luna


Roma, Mazmorras del Palacio del Emperador, 10 de mayo del año 23 a.C.


Con cada paso que daba, la rabia de Juba aumentaba. ¿En este lugar tenían a Selene? ¿Cómo se atrevían? El olor a humedad y la falta de aire era terrible, sin contar la oscuridad que gobernaba el sitio, solo salvada por las pocas antorchas que había. Su bella Selene no merecía este trato, pero primero quería asegurarse de que ella estaba bien, luego hablaría largo y tendido con los responsables.

—Quiero estar solo con ella —dijo antes de llegar al final del pasillo.

—Si es lo que desea —contestó Agripa resignado y ya dando media vuelta.

—Y luego deseo hablar contigo —continuó Juba—, hay muchas cosas que debemos arreglar y espero que tengas una explicación lógica porque las consecuencias te costarán. ¿Entendido?

Agripa se tragó la contestación grosera que tenía en la punta de la lengua, se repetía una y otra vez que el otro hombre era un rey aliado a pesar de todavía ser mucho más joven que él, que tampoco no era nada personal hacia su persona sino que estaba enfadado porque su prometida estaba presa. Y que cuando pudiera verla, seguramente se calmaría un poco. Sí, Agripa tenía que pensar en el bien del Imperio y que Augusto había confiado en él para defenderlo.

—Lo estaré esperando, tómese el tiempo que desee. Con permiso —terminó con educación y se marchó, seguido por todos los guardias.

El silencio que siguió después fue evidente, los pasos alejándose le permitieron a Juba respirar y permitir que la preocupación que tenía se notara más, intentó que el enojo se fuera. Selene no necesita presenciar eso, necesitaba verlo y ver apoyo, no más problemas.

—¿Selene? —murmuró un poco inseguro mientras avanzaba.

Escuchó ruido de deslizamiento de tela, como si alguien se estuviera poniendo de pie. Las antorchas sólo iluminaban hasta los barrotes de la celda, el interior de la misma estaba consumido por la oscuridad. ¿Así pasaba todos sus días? Era horrible de solo imaginarlo, no ver ni un poco de luz por tanto tiempo, ella no merecía este trato y se lo iba a dejar en claro a Agripa.

—¿Juba? —contestó una voz que no había escuchado por tanto tiempo, pero que aún lo perseguía en sueños.

Nunca la había escuchado tan ilusionada, esperanzada al decir su nombre; el corazón de Juba se apretó un poco, no sabía si era de felicidad o tristeza por imaginarse lo que había pasado y que solo ver a alguien conocido la alegrará a tal grado.

El numidio contiene la respiración cuando por fin puede visibilizarla, ella se agarra a los barrotes para poder ver mejor y contiene un jadeo.

—¡Juba! —grita emocionada.

—¡Mi bella, Luna!

No duda en acortar la distancia y pegarse a los barrotes solo para tomarla de las manos y aunque sea sentirla más cerca y brindarle la seguridad de que la sacará de este lugar.

—Viniste —murmura ella al borde de las lágrimas—. Viniste por mí —repite aún sin poder creerlo.

—¡Oh, mi Luna! ¿Qué te han hecho? —interroga con dolor.

Mientras observa no solo la angustia en sus ojos, sino el color amarillento y verde que colorea todo su rostro. Alguien le puso la mano encima y él nunca deseó tanto ver agonizar muy lentamente al culpable de dicha cobardía. Pero Selene lo necesita, él necesita ser el pilar fuerte en este momento para que ella pueda apoyarse y no caer. Las lágrimas que antes estaban contenidas, ahora se derraman libremente por sus mejillas maltratadas.

—Debo verme horrible —pronuncia intentando sonar jovial pero fracasando. El corazón de Juba se apretuja un poco más al escucharla.

—Tal vez el resto de las personas lo piensan, pero para mí—dice mientras la mira con cariño y ella se siente demasiado vulnerable—, para mí siempre serás la mujer más hermosa que haya pisado estas tierras. Aunque los años lleguen y surquen tu rostro o las cicatrices marquen tu piel; siempre serás mi bella y única Luna —terminó mientras llevaba su mano hacia su mejilla y la acariciaba.

Algo en sus paredes debió romperse o tal vez fue consciente de su seguridad y de cómo podía dejarlas caer ante su presencia, sabiendo muy bien que él nunca la dañaría con intención. Un ruido adolorido brotó de su garganta, seguido de un jadeo quebrado, mientras sus pocas lágrimas se convertían en un mar incontrolable. Cayó de rodillas, rendida mientras él se arrodillaba a su lado.

—No puedo más —dijo entre sollozos—. Mi rey, no puedo más —lloró más fuerte.

—Estoy aquí, estoy aquí —repitió—. Te prometo que moveré hasta el inframundo si es necesario, pero te sacaré de aquí —besó su sien—. Ya no estás sola, estoy aquí.

Ella siguió llorando y él solo permaneció a su lado, acariciando su mano, su cabello, besando su sien o simplemente en silencio; pero siempre cerca porque no pensaba alejarse de su lado nunca más.



Vía Apia en el Lacio


—¿No podría ir un poco más rápido? —pregunta cordialmente, Tiberio.

Su madre había mandado a un grupo de soldados y médicos hasta la estancia familiar del general Agripa. Lo habían revisado y a pesar de que la herida de su pierna aún seguía preocupando, le permitieron volver a Roma. Sin embargo, él debía ir en carro y sin mover la extremidad para evitar que la herida se abriera más o empeorara. Así que ahí estaba Tiberio, en medio de una caravana de soldados para protegerlo y de médicos cuidándolo, yendo por la Vía Apia para lograr llegar a Roma; el único problema: iba demasiado lento.

—No señor —contestó el guardia a cargo—. El médico dijo que cualquier movimiento brusco podría producir que su herida se abriera más, así que iremos lento —aseguró—. Además, tal vez le conviene no llegar tan pronto al palacio —agregó sutilmente.

—¿Por qué? —preguntó intrigado.

—La situación está un poco tensa, si me permite mencionar —respondió un poco dudoso.

—Hablé nomás, ¿qué está sucediendo? —interrogó un poco más preocupado que al principio.

El guardia no respondió enseguida, sino que dudó. Temía haber hablado de más, pero al mismo tiempo era de conocimiento público, así que tampoco estaba revelando ningún secreto.

—El Emperador enfermó —dijo y Tiberio se sorprendió al escucharlo, él no sabía nada—, no es nada grave —aclaró enseguida—. Pero usted sabe, hace poco murió el joven Marcelo que sería el heredero, así que las cosas están un poco confusas y el general Marco Vipsanio Agripa, terminó haciéndose cargo de todo hasta que el Emperador se recupere —terminó el hombre.

Tiberio cerró los ojos cansado, nada de esto estaba bien. La muerte de Marcelo, ahora la enfermedad de Augusto, algo estaba pasando y Tiberio no era un niño, sabía cómo se manejan estas cosas. Hace años estaba empapado en la política y ya había participado en guerras, algo se estaba gestando en las sombras e iba a haber varias molestias en torno a la política. Al Senado no le gustaba esto y tampoco iba a dejar pasar esta oportunidad.

—Creo que debemos ir más rápido —dijo Tiberio desganado.

Esto no estaba bien y a Tiberio no le gustaba, ojalá se hubiera quedado en la estancia sin enterarse de nada. ¿Por qué siempre le pasaba esto a él? Solo quería tener un momento de paz y descanso, no preocuparse por los problemas del Imperio. Definitivamente, nunca sería emperador.



Roma, Palacio del Emperador.


Agripa oculta perfectamente su nerviosismo, es un general que ha enfrentado y vencido al enemigo en innumerables batallas. No le teme a un niño que juega a ser rey, pero falla porque su pueblo sigue descontento con su accionar.

—Y el joven Druso fue testigo de cómo la joven Selene amenazaba de muerte a Marcelo, poco después fue envenenado —dijo Agripa, haciendo un breve resumen de por qué la egipcia había sido acusada del crimen.

Juba permanece callado durante todo el relato, algo relativamente sorprendente después de la demostración tan efusiva y amenazante de cuando había llegado. Agripa inicialmente pensó que el rey seguiría en esa línea, pero no lo ha hecho, sino que ha estado tranquilo, demasiado tranquilo para su gusto.

—Quiero escucharlo del propio Druso —rompe el silencio Juba—, quiero verlo a los ojos y que repita lo mismo que has dicho.

—¿Dudas de mi palabra? —interroga el romano, está empezando a enojarse. Este rey se está tomando demasiadas atribuciones.

—No —responde Juba al instante—. Dudo de la palabra de Druso —continúa sin inmutarse y Agripa no debe estar escuchando bien, habla del hijastro del Emperador, hay que ser valiente para mencionar tal aseveración—, tal vez el joven solo se confundió. Así que me gustaría volver a escucharlo y tengo entendido que estás llevando la investigación adelante, ¿tú mismo lo has entrevistado o solo te guias por los documentos que escribió otro sobre su declaración?

Y Agripa no puede responderle como se merece, porque tiene razón. Él solo leyó la declaración de Druso y la dio por sentado, no lo volvió a interrogar, sino que entrevistó a otras personas que creyó necesarias.

—Incluso tal vez nos aporte un detalle que pasó desapercibido la primera vez, ya sabes por el shock que podría haber tenido Druso —agrega inocentemente Juba.

El romano debe aceptar que no pensó que el numidio fuera tan inteligente, no debió subestimarlo, no cuando era su prometida la acusada. Menos mal que frenó el plan de Livia de delatarla en el Senado, eso hubiera sido mucho peor.

Dicha Emperatriz puso el grito en el cielo cuando se enteró que su hijo volvería a ser entrevistado, pero no pudo negarse. "Es solo rutina, no creo que tenga nada que ocultar, no debe tener miedo, ¿o sí?" Esas simples palabras de Juba habían hecho que la mujer se callara y su hijo siguió a Agripa para dar declaración otra vez.

—... y luego, Marcela la Menor se llevó a la escla... —se detuvo al ver el rostro de Juba—, se llevó a la joven Selene, quién parecía fuera de sí, casi desquiciada —terminó Druso, un poco nervioso.

No porque estuviera mintiendo, él había dicho toda la verdad de cómo Selene había golpeado y amenazado de muerte al fallecido Marcelo. Lo que lo tenía nervioso era la constante mirada gélida del rey sobre él, como si estuviera esperando un error suyo para saltar sobre la presa.

—¿Está conforme, su majestad? Lo que ha dicho es lo mismo que está en el documento que usted mismo ha leído —respondió casi feliz Agripa, solo quería callarlo y demostrarle que no podía venir aquí y decirle cómo hacer su trabajo.

—Es cierto —responde Juba y los otros dos hombres suspiran aliviados.

—Entonces, con su permiso pero me retiro... —comenzó Druso.

—Sin embargo, no he leído en ninguna parte la declaración de la joven Marcela la Menor —agrega Juba.

—¿Qué? —interrogan los dos hombres desconcertados.

—Tú mismo —responde Juba mirando a Druso—, mencionaste que Marcela estuvo ahí y alejó a Selene. Obviamente, Marcelo está muerto desgraciadamente, tú has contado tu versión, Selene es la supuesta culpable; pero hubo alguien más en esa escena, Marcela, y no leo en ninguna parte que la hayan interrogado para conocer su versión de los hechos —finalizó el rey.

Agripa permaneció en un total silencio, mientras Druso boqueaba y miraba a Juba y luego a Agripa, buscando un tipo de apoyo o para que el general ponga en su lugar al otro hombre; Agripa no dijo nada.

—Pero es mujer —terminó diciendo Druso, como si la respuesta fuera obvia.

—¿Y? —interrogó el rey desconcertado.

—Lo que ella diga no tiene valor —contestó casi riendo. Juba se puso serio y comenzó a hojear el documento donde estaban las declaraciones de todos los entrevistados.

—Sin embargo, la señora Livia que también es una mujer, ha declarado que Selene y Marcelo tenían conflictos constantemente —dijo Juba, elevando la vista a Agripa por una confirmación, quien asintió. Y luego, volvió a Druso—. Esa declaración a pesar de ser de una mujer, se usó en contra de la acusada. Entonces, si lo que dicen las mujeres no tiene valor, ¿por qué se tuvo en cuenta la declaración de la señora Livia?

Druso se puso rojo de la rabia y apretó los puños con fuerza, cuando en realidad quería estrellarlos en esa cara presuntuosa del hombre.

—Ella es la Emperatriz —murmuró entre dientes y conteniéndose.

—Y Marcela es la sobrina del Emperador —retrucó el rey—. ¿O acaso tienes miedo de qué cuente algo que tú ocultaste?

—¡No oculté nada! —gritó colérico y yendo hacia el otro hombre.

—¡Basta! —intervino Agripa por primera vez—. El rey tiene razón, me hice cargo hace poco de la investigación y se me pasó por alto tomarle su testimonio, pero lo haré —pronunció para calmar las aguas.

—¡Excelente! —respondió Juba, mientras se ponía de pie—. Vamos ahora, quiero estar presente.

Los otros dos hombres lo miraron como si estuviera loco y esta vez, Druso esperó que Agripa realmente le pusiera un freno a este hombre.

—La joven Marcela acaba de ser madre hace apenas unos días, no creo que sea el momento de tomarle declaración —expresó Agripa intentando ocultar el desagrado hacia el otro.

—Es verdad, el momento era hace un mes cuando los hechos sucedieron, pero ustedes cometieron el error de no hacerlo y lo pagó Selene, que está encerrada hace un mes en un lugar inhumano, sin juicio, sin que nadie sepa que está acusada de algo y sin pruebas firmes. Y yo no permitiré eso, así que será mejor que vayamos ahora mismo a entrevistar a Marcela, sino no creo que le gusten las consecuencias —pronunció Juba, mucho más serio y oscuro.

—¿Nos está amenazando? —interrogó Druso ofendido y el general romano levantó una mano para silenciarlo.

—La entrevistamos solo si ella accede y se encuentra estable para hacerlo —respondió Agripa sin doblegarse.

—Claro que sí, no soy un desalmado —dijo Juba sonando jovial otra vez.

Porque el rey numidio sabía que Marcela accedería a declarar, claro que lo haría, no tenía la menor duda. La joven romana quería ver libre a Selene tanto como él, si ella misma le había escrito la carta solicitando su ayuda.

¡Oh! Marcela la Menor había hablado con gusto, acostada en su cama y recuperándose del parto de su hija, sólo había solicitado que su madre no estuviera presente para evitarle cualquier dolor, no quería destruir la memoria de su hijo muerto, no cuando Octavia aún estaba frágil mentalmente. Así que Marcela habló, habló del hostigamiento constante de su hermano a Selene, de cómo estaba obsesionado con ella y no soportaba su rechazo, como ese día la había agarrado con fuerza y quería obligarla a complacerlo. Juba se contuvo cómo pudo, se repitió una y mil veces que ese desgraciado ya estaba muerto, pero aún muerto seguía fastidiando a su querida Luna. Cuando todo terminara, Juba escupiría en su tumba.

Pero lo más importante, fue que Marcela aseguró que ella pasó el resto del día con Selene, consolándola, ambas no habían salido de la habitación y no habían conversado con nadie. Por tal motivo, Selene nunca podría haberle ordenado a alguien que envenenara la comida de Marcelo.

—Druso, no declaraste eso —dijo Agripa mortalmente serio. Druso tartamudeó.

—No me pareció importante, los hombres siempre estamos con mujeres y ellas se hacen las difíciles, pero les encanta —dijo nervioso y a la defensiva—. Además, lo importante es que lo amenazó de muerte y luego Marcelo falleció.

Juba estaba sintiendo instintos asesinos hacia este joven, pero lo principal era liberar a Selene.

—¡No es cierto! —exclamó Marcela indignada—. Selene detestaba a Marcelo, nunca quiso estar con él, así que eso no le daba el derecho a tocarla.

—Por favor, el sexo es un juego de poder, no una relación entre iguales —respondió Druso, cortando a Marcela que estaba explotando de rabia.

Druso era un joven romano típico, donde demostrar la virilidad era lo más importante, encarnaba al romano de los tiempos de la República, aunque ahora todo estaba empezando a cambiar, él seguía con la vista en lo que el hombre romano libre debe ser.

—Pero también, un hombre libre tiene prohibido acercarse a la novia de otro —intervino Juba, a pesar de que su interior clamaba por la sangre de Druso y Marcelo—, y Selene es mi prometida, mi futura reina y el desgraciado de Marcelo intentó violarla. Así que el que debería ser castigado y estar preso es Marcelo, por suerte ya está muerto —todos lo miraron sorprendidos—. Además, la noble Marcela, acaba de asegurar que Selene nunca pudo envenenarlo, así que ¿cuándo piensas liberarla?

—No nos precipitemos —intentó calmar la rabia que crecía en todos, Agripa no había esperado este giro.

—Ustedes se precipitaron en encarcelar a mi prometida en un calabozo, confiando solo en las palabras parcializadas de este niño —escupió Juba.

—¿Me está llamando mentiroso? —interrogó Druso casi fuera de sí.

—Este no es el lugar —dijo Agripa haciendo acopio de paciencia—. La joven Marcela necesita descansar después de ser madre. Y el joven Druso necesita refrescar su temperamento, mientras que el rey y yo hablaremos en privado —terminó sin dar pie a una réplica.

—Me parece perfecto que lo arreglen los adultos a este asunto —dijo Juba y Druso se mordió la lengua ante el insulto—. Gracias por todo, felicidades por su hija —terminó sonriendo hacia Marcela antes de partir.

—Su majestad... —comenzó Agripa, mientras se sentaba en el despacho privado.

—Se lo haré sencillo, general Agripa —cortó Juba al hombre—. Ilegalmente han retenido a mi prometida por más de un mes, en un lugar que solo los criminales más despreciables merecen estar. Fueron inoperantes a la hora de recabar información para culparla de algo que no cometió y que ahora está casi demostrado. Sin embargo, soy partidario de la justicia, así que si desea seguir teniendo a la joven Selene bajo arresto hasta que se esclarezca todo, puede hacerlo; pero no permitiré que ella siga en esa mazmorra, de ninguna manera. Así que la declara inocente o la saca de ahí y la encierra en su propia habitación en el palacio, pero no continuará ahí. Porque la han maltratado físicamente y le han provocado un daño irreparable, y le aseguro que por mi prometida soy capaz de cualquier cosa y eso incluye traer a todo mi ejército y arrasar con Roma —respiró para intentar calmarse—. Así que usted decide.

—No me amenace, su majestad. Roma es mucho más importante que su propio reino —contestó Agripa sin doblegarse.

—Solo estoy declarando mis intenciones cuando veo irregularidades en el manejo de la justicia —respondió el rey—. Incluso yo mismo podría iniciarles un juicio por todo este bochornoso asunto, estoy seguro que con los conflictos políticos que se están suscitando, algunas facciones del Senado estarían felices de escucharme. Y cuando Augusto despierte, no estará contento con tu manejo —luego sonrió irónico—. Pero no te estoy amenazando querido Agripa, nunca lo haría, soy un aliado de Roma.



Julia y Livia miran a su padre y esposo respectivamente, con aprehensión. Augusto otra vez estuvo delirando hace poco, ahora le ha bajado un poco la fiebre, pero otra vez se ha dormido.

—¡¿Todos los médicos son inútiles?! —exclama Julia entre lágrimas—. No quiero perderlo, no soportaría perderlo a él también.

Y se quiebra, mientras Livia se acerca y la abraza, Julia se esconde en su protección.

—Ya he llamado a un médico de origen griego, dicen que es una eminencia —intenta tranquilizar a la mujer—. Él lo salvará, no lo perderemos. Augusto es muy fuerte —asegura.

Y Julia solo llora. Mientras Livia la consuela, pero sus pensamientos están muy lejos.



Selene se aparta de los guardias que la habían sacado de las mazmorras y la escoltaban hacia sus aposentos. Aparentemente, ahora podría estar en el palacio, no saldría de él hasta que no se cierre el caso, pero ya no estaría encerrada como una criminal en ese horrible lugar. Acelera sus pasos y termina trotando, escucha a los guardias gritarle para que se detenga, temerosos de que huya, pero no les hace caso; no cuando acaba de divisar el final del pasillo.

Una suave sonrisa de felicidad adorna sus rasgos y Selene no duda en devolvérsela, ya no escucha a los guardias detrás, tal vez han frenado al notar que no va a huir. Pero en cambio, ella no frena sino que acelera y no duda en estrellarse contra Juba, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello y escondiendo su rostro en él. Juba está estático por unos segundos, sorprendido por la forma en que fue abordado, Selene nunca había sido demasiado demostrativa y menos con él, a lo máximo que habían llegado era a tomarse de las manos y todo porque él había insistido y no porque ella quisiera. Pero esta vez, fue la joven quien inició el contacto y realmente lo está abrazando con fuerza, segundos después la rodea por la cintura y la aprieta con fuerza.

—Gracias —susurra ella y él se estremece al sentir su cálido aliento contra la piel sensible de su cuello.

Sus brazos aprietan un poco más fuerte, pero afloja cuando ella comienza a alejarse, no quiere incomodarla, no cuando ha pasado por el infierno recientemente.

—Me alegra que ya no estés en ese inmundo lugar —contesta él y por fin puede ver su rostro.

Los moretones no la han abandonado, siguen ahí, tal vez no tan visibles pero lentamente están desapareciendo. Pero eso no llama su atención, lo hacen sus ojos negros como la obsidiana, ahora con un brillo tan hermoso, un brillo que denota su felicidad y que nunca había estado dirigido a él antes. Cuando la conoció, Selene lo había mirado con odio, aún recuerda ese primer encuentro en el jardín cuando lo confundió con un sirviente, ella había estado tan llena de un fuego abrasador capaz de destruirlo, y él había quedado cautivado por ese espíritu. Luego, solo hubo indiferencia y cansancio después del anuncio de su compromiso, y aunque Juba había tratado de disimular, eso le había dolido muchísimo; quería volver a ver ese fuego. Pero esta mirada y lo que irradiaban sus ojos, era aún mejor y Juba quería verlo todos los días. Había algo tan cálido en ellos, el negro solía ser asociado a la oscuridad y la frialdad, pero la negrura de sus ojos hacía que una llama ardiente recorriera todo su cuerpo y lo llenara de la calidez más hermosa que había experimentado. Demostrando que esto era lo que siempre había buscado, sentirse como en casa, cálido y feliz.

—Gracias a ti, solo tú me libraste de esa pesadilla —respondió ella emocionada—, y estaré eternamente agradecida por eso.

—Haría cualquier cosa por ti —susurró él y amagó con acariciar su mejilla, pero temía sobrepasarse—. Te amo Selene, eso no ha cambiado y no lo hará.

Algo en sus ojos cambió, Juba no quiso ilusionarse pero pareció detectar una pizca de cariño en ellos. ¿Ese cariño iba dirigido a él? Él deseaba con todo su corazón que así sea y la esperanza cobró más fuerza, cuando ella luego de notar su amague, fue la propia Selene quien desenroscó los brazos de su cuello y llevó sus manos a las mejillas del hombre, lo acarició lenta y tiernamente.

—La última vez que te vi, te dije que no te amaba —comenzó ella suavemente y Juba sintió como una espada se clavaba en su corazón, toda esperanza muerta—. Ha pasado tanto tiempo de eso.

—Selene... —dijo él, no quería escucharla, no quería volver a ser despreciado.

¿Por qué nunca podía tener nada bueno? ¿Por qué cada vez que abría su corazón vulnerable se lo destrozaban? ¿Estaría condenado a una vida miserable eternamente? ¿Qué había hecho para que los dioses lo castigaran tanto?

Sin embargo, Selene no lo dejó continuar, llevó su dedo sobre sus labios para callarlo, para permitirle continuar.

—No mentí esa vez y tampoco lo hago ahora cuando te digo que todavía no te amo —continuó ella, él cerró los ojos, intentando contener las lágrimas de dolor que amenazaban con desbordarse. ¿Tan cruel era ella para seguir recordándoselo?—, pero algo ha cambiado, hay un nuevo sentimiento en mí —susurró mientras deslizaba su dedo por sus labios, acariciándolo y eso fue lo que alentó al rey a abrir sus ojos y mirarla—, algo que me dice que podría llegar a hacerlo —Juba contuvo la respiración y ella levantó la vista, ambos se miraron, ese cariño seguía ahí pero también había seguridad—. Si solo me dieras una nueva oportunidad, te prometo que no le cerraré las puertas a ese sentimiento y dejaré que florezca si así tiene que ser —finalizó ella con un nudo en la garganta y la sinceridad a flor de piel.

Sus manos no habían abandonado su cintura y ante sus palabras, sus puños se cerraron con un poco más de fuerza pero los relajó inmediatamente, temiendo lastimarla más y dejarle un nuevo hematoma, no quería cargar con esa culpa. Pero no podía evitar sentirse emocionado y permitir que la esperanza crezca.

—Nunca perdiste esa oportunidad, siempre fui tuyo, mi Luna —contestó con todo su cariño.

Y por primera vez, Selene no se cerró, dejó que ese cariño que él siempre le había brindado, entrara en ella y la llenara con su calidez. Porque en ese momento, había hecho una promesa que de aquí en adelante, todos los días pondría de su parte e intentaría amarlo con todo su corazón, como él se merecía. Y Selene mantendría esa promesa hasta el final de sus días, porque fue gracias a Juba que ahora es capaz de ver un día más y como había dicho antes, estaría eternamente agradecida.

Ambos sintieron la calidez del otro cuando sus labios se unieron, Selene expresó su agradecimiento en cada roce suave de sus bocas tímidas y Juba podía sentir como su querida Luna iba recuperando de a poco su brillo en medio de tanta oscuridad, y en ese momento, cuando sus befos hormigueaban por el placer de su encuentro, el rey se prometió que mantendría ese brillo vivo a base de cualquier cosa, incluso su propio reino.





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