29: Luto y rezos desesperados
Roma, Palacio del Emperador, 5 de abril del año 23 a.C.
El lugar estaba oscuro, vacío y frío. Selene llevó sus rodillas más cerca de su pecho y se abrazó con fuerza, intentando darse un poco más de calor corporal, pero el estar vestida simplemente con una stola no la ayudaba mucho, ni siquiera había tenido tiempo de agarrar la palla para cubrirse, ya que los guardias habían interrumpido tan tempestivamente y la llevaron con fuerza y sin darle tiempo a nada. El suelo de tierra tampoco ayudaba mucho y el aire parecía estar viciado al ser un lugar tan cerrado, olía horrible, ni siquiera quería imaginarse por qué.
Había estado aquí encerrada desde el día de ayer y pasar la noche en este lugar había sido terrible, no había podido dormir ni siquiera unos minutos, asfixiada por el ambiente, el ruido de las ratas y el miedo que invadía cada uno de sus pensamientos. Esta situación le hizo recordar aquellos primeros días cuando Alejandría había caído y Augusto los esclavizó, en ese entonces su futuro había sido incierto y ahora, siete años después estaba igual. Sin embargo, en el pasado tenía a sus hermanos para sentirse fuerte y acompañada, ahora estaba completamente sola. Un escalofrío la recorrió, no solo por el ambiente helado sino por su evidente temor a lo que le iba a suceder.
—¿Tienes frío, egipcia? —interrogó una voz burlona.
Selene se sobresaltó y levantó la vista, un guardia había asomado la cara por los barrotes. No podía ver mucho por la escasa iluminación, pero las antorchas que estaban encendidas en el pasillo le permitieron vislumbrar una cara regordeta y que tenían unos ojos demasiado redondos, que parecían saltar de sus cuencas con el juego de luces y sombras. Selene retrocedió un poco más si fuera posible, aplastándose contra la sucia pared, solo en un vago intento de alejarse del hombre, pero permaneció callada. Sin embargo, el guardia captó su movimiento y sonrió más todavía, notó que le faltaba el tercer diente del lado derecho.
—No tenemos mantas para ofrecerte, pero si me lo pides amablemente, puedo entrar y hacerte compañía —dijo de forma lasciva.
Los demás guardias rieron, Selene no podía verlos por estar apostados en los pasillos pero estimaba que eran tres más, ya que eso había contado cuando la arrojaron a este lugar. Selene cerró los ojos, apoyó su frente en sus rodillas y se abrazó con más fuerza, deseando desaparecer y dejar de tener miedo.
—Vamos no seas tímida, soy una buena compañía y entraremos en calor rápidamente —continuó el hombre.
Las risas se hicieron más estruendosas y ella trató de desconectarse a pesar de seguir escuchando sus voces desagradables como "Yo también me ofrezco como voluntario", "Podemos compartir". Y ya no pudo contener las lágrimas que se deslizaban por su rostro, se hizo más chiquita para que ya nadie la notara y la dejaran sola. Se sentía vulnerable y desesperada, ya no quería estar aquí, solo quería desaparecer.
—¿Dónde estás hermano? —susurró para sí misma—. Te necesito —se quebró.
No habían logrado separarla del cuerpo ya frío de Marcelo. Julia lo había abrazado desde el momento en que el médico le notificó que había fallecido, la joven solamente se acostó junto a su marido en la cama y lo abrazó. Así había pasado toda la noche y ningún sirviente se había atrevido a decir algo. Pero el tiempo pasaba y necesitaban realizar los rituales para su debido entierro, así que urgía que la noble romana lo soltara. Entonces, con todo el dolor de la pérdida de su hijo, Octavia fue quien se hizo presente para hacer entrar en razón a su sobrina.
—Querida, es necesario hacer la preparación del cuerpo para poder enterrarlo —comenzó dócil y dolida, era el cuerpo de su hijo mayor después de todo—. Vamos niña, es doloroso pero necesario —insistió cuando la joven no reaccionó.
Al no obtener respuesta, Octavia agarró el brazo de Julia y comenzó a separarla del cuerpo inerte de su hijo. Eso hizo reaccionar a la hija del Emperador, fue demasiado rápido, en un momento parecía completamente ajena al mundo que la rodeaba y al siguiente, hervía consumida por el enojo.
—¡No! —bramó con odio—. ¡No me van a separar!
Octavia retrocedió ante el arrebato, pero se recompuso bastante rápido y lo intentó nuevamente.
—Julia, hay que preparar el cuerpo —repitió.
—¡No! —volvió a gritar y Octavia la miró con dolor, al mismo tiempo que comenzaba a llorar—. ¡No me van a separar de él!
Su tía sostuvo su brazo y le impidió volver a acostarse junto a su difunto marido.
—¡Suéltame! —exclamó iracunda, pero Octavia no lo hizo a pesar de los intentos de la otra joven.
—Julia... —insistió.
—Se van a arrepentir, les juro que mi padre se enterará de esto —respondió y miró a todos en la habitación. A pesar de que el médico ni las dos sirvientas habían intervenido, Julia los consideró igual de culpables. Acto seguido, empujó a Octavia que terminó en el suelo ante el ataque repentino y Julia abandonó la habitación furiosa.
Ayudada por los demás presentes que se encontraban ahí, Octavia se puso de pie y se acercó a la cama con lágrimas y totalmente desconsolada, cayó de rodillas.
—Hijo mío —balbuceó con dolor.
La pareja estaba en silencio, meditando cuáles serían los siguientes pasos. La muerte de Marcelo había sido tan repentina e inesperada, que estaban en blanco. No solo había muerto el heredero del imperio, eso ya implicaba problemas porque significaba que Augusto debería elegir otro sucesor para evitar cualquier descontento o temores en la futura sucesión del poder. Sino que también había muerto el marido de su hija y estaba seguro que Julia necesitaría de su apoyo durante lo que estaba por venir y ni hablar de su hermana, aunque estaba seguro que Octavia era mucho más fuerte, le costaría pero saldría adelante.
—¿Cuándo notificarás sobre su muerte? —preguntó Livia suavemente.
Augusto se llevó las manos al rostro, en un claro gesto de agotamiento. Ese era otro tema, aún nadie afuera del palacio sabía sobre el fallecimiento, solo había rumores sobre la salud de Marcelo, ya que a Augusto no le había quedado otra que informar al Senado para justificar su llamativa ausencia. Todo esto desencadenaría varios problemas.
—Aún no, necesito un día más para meditarlo. Mientras tanto que vayan realizando los ritos en absoluta discreción —ordenó. Livia asintió.
¿Qué debía hacer? ¿Comunicar su muerte como asesinato o como producto de la peste? Ese era otro gran dilema y necesitaba meditarlo muy bien. No podía tomarlo a la ligera, ya que cualquier explicación brindada provocaría distintas reacciones.
—¿Y con la egipcia? —continuó Livia.
—Aún no lo sé —respondió.
Ese era su gran temor, si declaraba a Selene como culpable desencadenaría una gran ola de reacciones, ¿estaba dispuesto a hacerle frente?
—Amor, ella asesinó a Marcelo, no puede quedar libre de una condena. No puedes hacerle esto a Julia —indicó su esposa indignada.
—Eso aún no lo sabemos con seguridad —cortó el Emperador.
—Mi hijo fue testigo —retrucó Livia a cambio—. ¿No es suficiente su palabra? ¿Acaso Druso no es una persona confiable a sus ojos, Emperador?
Augusto se puso de pie bastante enfadado, no le gustaban los planteos que su mujer le estaba haciendo. Él no quería tomar una decisión apresurada y después darse cuenta que había sido la incorrecta.
—Druso fue testigo de la discusión y la amenaza —dijo Augusto—, pero nunca le vio colocar el veneno en la comida de Marcelo —Livia estaba a punto de objetarlo, pero él siguió—. Selene ni siquiera estaba esa noche presente, me han informado que no había salido de su habitación después del altercado.
Livia no podía creer lo que estaba escuchando, se suponía que Augusto confiaría en Druso, a ella no le gustaba el rumbo de esta situación, Druso era el favorito.
—Eso no es suficiente para su inocencia, pudo mandar a cualquier sirviente que esté de su lado para hacerlo en su lugar —pronunció.
Y Augusto sabía que tenía razón, la mayoría de los verdaderos autores de asesinatos y traiciones, no lo hacían ellos mismos, sino que mandaban a otros.
—Es cierto —concedió—. Pero tampoco es suficiente para culparla. Entiende Livia, un paso en falso podría ocasionarnos muchos problemas, no hay que apresurarse.
—A nadie le importa esa egipcia —chasqueó Livia—. Si estás preocupado por la reacción del rey Juba, no deberías estarlo, hace mucho que ya no muestra su interés en ella. Estoy segura que ya tiene a otra para entretenerlo, así que no iniciaría una guerra por su honor —explicó Livia.
Augusto comenzaba a frustrarse y enojarse cada vez más, ¿acaso Livia no podía notar los problemas que tendrían al asegurar algo así y no estar seguros? Por suerte era él el emperador y no ella.
—Puede ser —comenzó—, pero aún no ha contestado mi carta, así que no tengo la seguridad de que lo haya cancelado y por lo tanto, sigue siendo su prometida y no quiero tener problemas con Numidia. Además, también está su hermano Alejandro, ¿cómo crees que reaccionará cuando se entere de la condena a su hermana?
—Ese niño no es nadie... —replicó Livia pero Augusto la calló.
—Su descontento podría provocar incidentes. Los sectores más pobres no me tienen en alta estima con todas las consecuencias de la peste que están sufriendo, y siempre hay ciertas familias patricias e incluso senadores a los que no les agrado, ¿crees que dudarán en tomar este caso como una forma de iniciar una revuelta para desacreditarme? —interrogó pero no esperó una respuesta—. No, no lo harán, ellos están buscando cualquier excusa para atacarme y Selene es una oportunidad perfecta... La bella joven cautiva del despiadado Emperador, separada de sus hermanos y encerrada injustamente... Y puedo seguir con lo que dirían —explicó Augusto—. No puedo tomar una decisión a la ligera sin pensar en todo lo que puede desencadenar —acusó a su mujer.
Livia permaneció callada ante el regaño de su marido, nunca pensó que una simple esclava podría ocasionar tanto.
—Cuando eran niños y los hice desfilar con pesadas cadenas de oro por las calles de Roma, sólo como una forma de humillarlos y vengarme de su difunta madre; muchos susurraron que yo era cruel porque eran simples niños y me rogaron que no los matara —siguió contando Augusto—. Así que para no generar malestar en el pueblo, tuve que hacerlo y mi hermana los adoptó. Algo parecido le había pasado a Julio César con la tía de esos niños, toda esa estirpe está maldita y solo trae desgracias a Roma —escupió con asco y luego se concentró en su mujer—. Por eso, no puedo declararla culpable sin estar completamente seguro o tener un buen respaldo, ya que me podría llegar a ocasionar problemas un solo paso en falso.
Livia asintió, comprendiendo lo que su marido le había explicado y lo peligroso que podía llegar a ser si acusaban a Selene sin muchos fundamentos, a pesar de ser una esclava había logrado despertar simpatía cuando era una niña, podía llegar a hacerlo otra vez siendo adulta. Además, que ese gemelo suyo todavía estaba ahí afuera, siendo entrenado como un legionario y conociendo su actitud impulsiva podría provocar algunas molestias, aunque esa actitud también podía llegar a ser su fin. Y finalmente, estaba el rey Juba II, el que podría ocasionar una guerra si todavía tenía intenciones de casarse con Selene y Augusto la declaraba culpable.
—¿Y entonces? —interrogó ya sin estar muy segura sobre qué hacer.
—Esperar —respondió el Emperador—. Dejarla encerrada unos días y esperar, quiero que enloquezca ahí dentro y termine declarando su propia culpabilidad solo para salir de ese lugar —agregó—. Si ella misma asume ser la asesina, nadie podrá culparnos por el castigo que recibirá.
Ella asesinó a Marcelo, no puede quedar libre de una condena. No puedes hacerle esto a Julia.
Ella asesinó a Marcelo, no puede quedar libre de una condena.
Ella asesinó a Marcelo, no puede quedar libre.
Ella asesinó a Marcelo.
Ella asesinó a Marcelo.
Ella asesinó a Marcelo.
Ella asesinó a Marcelo.
Y la frase se repetía una y otra vez en la cabeza, como un bucle que no podía detenerse. Y Julia tampoco quería que se detuviera, ella no iba a permitirlo, no cuando ese bucle infinito era lo único que la alimentaba y la había llenado de sentimientos diferentes al dolor, que era lo único que había sentido desde la muerte de Marcelo. El dolor no se había ido, pero ahora también tenía ira y un odio profundo.
Ella asesinó a Marcelo.
Eso era lo que había dicho Livia cuando Julia la escuchó por casualidad hablando con su padre. ¿Se lo iban a decir alguna vez? Conociéndolos, seguramente que no, utilizando como pretexto que querían protegerla. Era lo que temía, que su padre para evitarle más dolor, no le diría que esa egipcia había asesinado a Marcelo y después terminaría dejándola libre para evitar cualquier conflicto. Y Julia no podía permitirlo, esa desgraciada no se iba a salir con la suya, ella no quedaría en libertad después de asesinar a su marido, antes la mataría con sus propias manos.
Ignoró a todos los sirvientes y guardias que se cruzó en su camino hacia la prisión donde tenían retenida a la esclava, ella tenía su objetivo fijo y no se detendría. Vio a alguien correr, seguramente iba a avisarle a su padre, pero a Julia no le importaba.
—Abran —ordenó a los cuatro guardias apostados en el sombrío lugar. Ellos parecían estupefactos de verla ahí, nunca pensando que la propia hija del Emperador bajaría en persona a tan penoso lugar—. Abran la puerta, es una orden —repitió con seriedad.
Estaban dubitativos, se miraron entre sí sin saber cómo proceder y Julia estaba perdiendo la paciencia y la poca cordura que le quedaba. Estaba a punto de gritarles otra vez, cuando un guardia de cara redonda hizo el primer movimiento, sacó la llave y abrió finalmente la puerta.
—Tenga cuidado, mi señora —dijo el hombre intentando recomponerse y mientras bajaba la cabeza en un gesto de respeto.
Ella lo fulminó con la mirada y entró, nadie le decía lo que tenía qué hacer y menos un guardia cualquiera. La egipcia estaba poniéndose de pie y mirándola totalmente sorprendida, el lugar olía asqueroso y después de pasar todo un día en él, las ropas antes tan limpias y relucientes, ahora comenzaban a demostrar signos de suciedad. Además, su cara y sus ojos estaban completamente rojos, seguramente de tanto llorar, se veía devastada y horrible.
—Este siempre debió ser tu lugar —dijo con asco, el odio filtrándose en su tono—. Pero no, Octavia te adoptó y te sentaste a comer en nuestra mesa, como una más cuando no lo eres y con eso, te burlaste de nosotros durante años y pensaste que tenías el derecho de asesinar a mi marido —pronunció con resentimiento.
Selene se estremeció ante tal afirmación, ¿Marcelo estaba muerto? No, no podía ser cierto.
—No, yo no lo maté —suplicó, comenzando a desesperarse.
—Lo hiciste y te juro que lo vas a pagar —terminó con frialdad.
Avanzó hacia Selene y la agarró del cabello, posteriormente azotó su cabeza contra la dura y fría pared de la prisión. Cualquier posibilidad de luchar y defenderse terminó en ese mismo instante, el golpe había sido demasiado fuerte que ocasionó que la sangre comenzara a brotar desde su sien rápidamente. Tremendo golpe le había provocado desorientación y una visión borrosa, eso la hizo tambalear y tropezar, aunque intentó utilizar sus brazos para sostenerse de cualquier cosa, pero parecía que sus extremidades no querían cooperar. Julia utilizó esta debilidad para tirar más de su cabello, que todavía no había soltado, y finalmente arrojarla al suelo sucio, del que nunca debió levantarse.
Hubo un pequeño grito que salió de sus labios ante el choque contra el suelo frío, su hombro había hecho un ruido extraño, como si hubiera caído y aterrizado de una forma que no era normal. Los guardias ni atinaron a moverse ante tal muestra de violencia, solo se quedaron mirando, casi con una enfermiza diversión viendo a dos mujeres de la alta sociedad peleando. Algo que no era común en mujeres nobles, sino más en prostitutas o campesinas cuando peleaban por un hombre, aunque aquí el hombre ya estaba muerto.
—¡Maldita asesina! ¡Te juro que pagarás por lo que hiciste con tu propia vida! —gritó fuera de sí.
Todo pasó demasiado rápido, Selene seguía en el suelo intentando orientarse cuando Julia se sentó sobre sus caderas y comenzó a golpearla en el rostro dando alaridos de rabia e insultos por igual, señalando las formas más crueles en las que pagaría con su vida por haber asesinado a Marcelo. El tiempo pareció detenerse y desdibujarse entre golpes y dolor constante, que parecían no terminar, ya ni siquiera tenía fuerzas para intentar defenderse o levantar los brazos para apartarla, solo yacían a su lado sin movimiento alguno. Su conciencia también pareció perder fuerza y cada vez tenía más ganas de dejarse arrastrar por el cansancio y que los puntos negros que inundaban su visión, se hicieran cargo por completo.
Sin embargo, de un momento a otro, todo desapareció y tardó unos momentos en darse cuenta que ya no estaba siendo golpeada, pero los gritos e insultos seguían aunque cada vez parecían hacerse más lejanos. Lo que no era lejano, sino que por el contrario, se estaba acercando, eran pasos firmes hasta que se detuvieron y un aire tibio se acercó a su oído, ella se estremeció de miedo pero no tenía fuerzas para defenderse, cerró los ojos con fuerza esperando que todo pasara rápido y no doliera tanto.
—Si quieres terminar con este dolor, reconoce tu crimen, sino te aseguro que atravesarás un infierno constante en tu futuro —susurró la voz con crueldad.
Lágrimas salieron de sus ojos o tal vez era sangre, Selene no lo sabía, pero cuando notó que todo el lugar estaba silencioso y ella estaba completamente sola, dejó que la oscuridad tan característica de Seth* la arrastrara aunque internamente deseó que haya sido Anubis** para terminar con todo esto.
Pero un último pensamiento angustioso la invadió: "¿Dónde estás, hermano mío? Te necesito".
Cirta, capital del Reino de Numidia. Palacio del Rey, 6 de abril del año 23 a.C.
—Este es el informe de nuestros espías que están en la zona sur, parece que las revueltas están surgiendo otra vez —dijo Baldo mientras le entrega el dicho informe a su majestad.
Juba suspiró derrotado. Están revueltas por pequeñas que sean parecían que no acababan más, siempre había una nueva cuando lograron sofocar otra. Eran como hormigas, cuando parecía que habían sido exterminadas, aparecía otro hormiguero que destruía las plantas del jardín. No se cansaban nunca.
—¿Es para preocuparme? —interrogó a su mano derecha, pero que veía más como un padre.
Baldo se encogió de hombros y volvió a señalar el informe.
—Lealo por usted mismo para sacar sus propias conclusiones, pero creo que no. Es pequeña y no tienen un líder fuerte o determinado, son más como un grupo que se unió por su descontento pero no están organizados —respondió el hombre, dando su propia opinión después de observar el informe.
Juba suspiró casi aliviado, no tenía fuerzas para pensar un plan estratégico ahora mismo.
—Entonces está bien, haz lo de siempre, manda una unidad del ejército para hacer presencia en el pueblo y calmar las cosas; pero que no lastimen a nadie —aclaró por las dudas. Baldo asintió, pero estaba por señalar que sería mejor que lo lea por sí mismo, Juba ya conociéndolo se adelantó—. Estoy cansado y confío en tu buen criterio —respiró profundamente y miró al otro hombre—. ¿Algo más? —interrogó, pero deseaba que la respuesta fuera no para poder descansar.
Sus esperanzas se vieron hechas pedazos cuando Baldo extendió dos cartas más hacia él. Juba enarcó una ceja esperando el resumen, no quería perder tiempo leyendo, no cuando sabía que Baldo ya lo había hecho, todo pasaba antes por él.
—Una es de la joven noble Cleopatra Selene —dijo con suavidad, Juba pareció tensarse y amagó con extender la mano para recibir la carta, pero finalmente la mantuvo sobre su escritorio pero en forma de puño y sus dedos parecían volverse cada vez más blancos ante la fuerza en la que apretaba. Baldo lo vio pero no lo mencionó—. La otra es del Emperador Augusto.
Juba relajó un poco sus hombros, pero la tensión no lo abandonó y se notó en su voz.
—A la carta de la joven Cleopatra Selene, solo tírala —dijo con cautela, casi con esfuerzo como si no quisiera pronunciar esas palabras—. ¿Y qué dice la del Emperador?
Baldo asintió y puso la carta de la joven noble otra vez entre sus ropas, la tiraría cuando terminara de hablar con el rey.
—El Emperador Augusto escribió solicitando información sobre la situación del compromiso con la joven Cleopatra Selene, ya que no ha sabido nada de usted en el último tiempo —hizo una pausa para decir lo siguiente, ya que temía cómo podría reaccionar su majestad—. Ya que si usted no está más interesado en dicha joven, desea conseguirle otro compromiso lo más rápido posible.
Juba se mordió la lengua con rabia ante las noticias, aunque sabía que esto sucedería pronto y más cuando él transmitiera la rotura del compromiso, pero no significaba que no doliera. Se puso de pie sin mirar a Baldo.
—Deja la carta del Emperador sobre mi escritorio, más tarde le responderé —masculló entre dientes.
—Señor... —susurró el otro hombre.
—Estoy cansado, iré a dar una vuelta y no quiero que los guardias me acompañen —aclaró ante las próximas palabras de su mano derecha—. Seguimos mañana con mis funciones.
Dicho esto se marchó, sin mirar ni esperar una respuesta de su amigo. Dejó que sus pies lo guiaran por el palacio hasta llegar a un pequeño jardín que había ordenado construir cuando había conocido a Selene, como una forma de hacer agradable el lugar para cuando se casaran y ella viniera a vivir junto a él. Ahora, lentamente estaba siendo abandonado y las flores comenzaban a marchitarse, igual que su ilusión de compartir una vida junto a la joven.
—Selene —susurró al viento con dolor y añoranza.
*Seth: dios egipcio de la oscuridad, el caos y la confusión.
**Anubis: dios egipcio encargado de conducir al muerto hasta el dios Osiris para recibir su juicio final.
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