27: ¿Nacida para qué?
Roma, Palacio del Emperador, 31 de marzo del año 23 a.C.
Cuando Selene despertó esa mañana, nunca imaginó todo lo que vendría después. Pensó que ya había sufrido demasiado al ver a su hogar destruido, a sus padres muertos y ser arrastrada al mismo imperio que le quitó todo; luego vino la muerte de su pequeño hermano y después de tantos años, todo estaba impune. Así que sí, Selene creía que ya había sufrido bastantes maltratos y humillaciones; pero el destino se empecinaba en decirle que no, que todavía le faltaba bastante.
Encontrarse con cualquiera de la familia imperial que no sea Marcela, Octavia o Tiberio, siempre era un suplicio. No había ninguna excepción a parte de los tres anteriores, todos parecían odiar o tener algo en contra de ella, de la misma forma que a ella le producían rechazo. Sin embargo, había algunos que estaban un poco más arriba en la lista de prioridades bajo el rótulo de "desagradables".
—Egipcia —dijo Julia, y a pesar de que la hija del Emperador lo utilizaba como insulto, para Selene era todo lo contrario.
—Señora —respondió ella a cambio.
Solo era otra forma de irritarla porque a pesar de toda su situación y ser considerada solo una esclava en este lugar, Selene no se iba a dejar humillar, ella era una princesa después de todo. Y había recibido una muy buena educación solo por formar parte de la realeza, con solo mencionar que ya sabía hablar varios idiomas a los diez años porque su madre lo consideraba necesario, así se ganaban grandes aliados y se evitaba cualquier engaño. La estaban formando para gobernar, junto a su hermano y todo eso se quedó en ella a pesar de que se había interrumpido cuando el Emperador Augusto decidió llevarlos a Roma.
Así que Selene utilizaba toda su educación elitista para enojar a Julia, ya que era la única forma que tenía para devolverle todos sus agravios. Porque no había otra cosa que enojara más a Julia que los buenos modales de Selene, esa soberbia y educación que conservaba a pesar de que todos le recordaban que era una simple esclava en esa casa, a pesar de haber sido adoptada por Octavia y que solo por ella, seguía viva. Ya que a pesar de todo y de que era la hija del Emperador, Julia solo había sido educada para ser una noble romana respetada, la buena conducta personificada y la mujer perfecta para el hogar, pero solo eso. Selene había sido educada para gobernar y no dejarse pisotear por nadie.
—¿Paseando por el palacio antes de que lo tengas que abandonar después de casarte? —contestó de buen humor sin alterarse por el intento de provocación de la egipcia.
A Selene esto le pareció un poco extraño, Julia parecía muy feliz de hablar con ella cuando siempre había sido todo lo contrario. Ahí estaba otra vez el presentimiento de que algo malo iba a ocurrir, que algo se estaba gestando bajo sus narices y ella no se estaba dando cuenta. No le gustaba.
—Aún no hay fecha —dijo Selene, intentando permanecer serena ante la mención del casamiento sabiendo muy bien que pronto todos sabrían que Juba lo cancelaría—. Solo estaba volviendo a mi habitación a descansar después de haber presenciado tan divertidos Juegos, por cierto, felicite a su marido por tan exitosa organización —agregó a último momento.
Detestaba a Claudio Marcelo y también sabía que por culpa de ese hombre, la hija del Emperador le tenía resentimiento. Pero Selene no podía evitar tentar su suerte y hacer enojar a Julia.
Hace apenas un mes, Marcelo había sido nombrado por el Emperador como Edil Curul*, y para demostrar que estaba muy capacitado, organizó los últimos Juegos de Roma hace apenas unos días. Los Juegos habían sido alabados y muy exitosos a pesar de la peste que asolaba a la ciudad. Y Marcelo estaba regodeándose de su éxito, solo para intentar aplacar la envidia que sentía por Tiberio, quien había sido nombrado como Cuestor de Annona. Ese nombramiento había sido un duro golpe al orgullo del sucesor del Emperador, ¿cómo podía ser que él no ocupaba ese puesto y su rival sí?
Julia la miró con una sonrisa inquietante en su rostro, una que hizo que Selene se sintiera inquieta a pesar de tratar de disimularlo.
—No creo que falte tanto para tu matrimonio, tal vez unos dos meses como máximo —mencionó la romana.
Selene no pudo evitar su desconcierto y obviamente fue notado por la otra, que sonrió aún más grande cuando notó que Livia se acercaba lentamente por el pasillo hacia ellas. Selene comenzó a sentirse cada vez más atrapada, soltó una risa nerviosa e incómoda.
—No quiero contradecirla —arrancó diciendo cuando Livia estuvo al lado de su hijastra—, pero aún no hay fecha para mi matrimonio con el rey Juba, su majestad todavía no ha expresado su opinión al respecto —intentó mantener la calma.
Ambas mujeres romanas se miraron entre sí y parecían confundidas, pero Selene sabía que esto era falso. Todo era una escena, ellas sabían algo más y estaban a punto de darle el golpe final.
—Pero querida, ¿acaso no lo sabes? —intervino Livia por primera vez.
Selene no quería caer en su juego, pero terminó haciéndolo igual porque necesitaba saber que se estaba tejiendo a sus espaldas.
—¿Qué es lo que debo saber? —interrogó a ambas.
Ambas mujeres volvieron a mirarse otra vez, pero en esta ocasión había un brillo sardónico en sus ojos y la burla era evidente. Fue Julia con evidente alegría quien contestó la duda que tenía y finalizó haciendo explotar ese sentimiento que persistía en ella desde que se despertó, un sentimiento de que algo andaba mal.
—Tu matrimonio con el rey Juba fue cancelado por el Emperador, pero tranquila —agregó ante la evidente conmoción en el rostro de la egipcia—, el Emperador no quería que tu imagen quede afectada y luego, ya nadie quiera casarse contigo y solo quedes como una soltera eterna y mala mujer. Así que ya organizó un nuevo compromiso para ti —dijo, mientras Selene quería huir de ahí y no escuchar las siguientes palabras—. Dentro de muy poco contraerás matrimonio con el noble Rhodón, ¿te acuerdas de él? Fue el mentor de tu difunto hermano Cesarión.
"Y quién lo entregó a Augusto", quedó implícito. Selene no podía respirar, se casaría con el asesino de su hermano mayor. Ojalá nunca se hubiera despertado esa mañana.
—¡Ahora todos los hermanos están juntos! —celebró con entusiasmo el Emperador romano.
Selene se alejó del mundo que la rodeaba, no escuchó nada más, ni los gritos del pueblo ni las vociferaciones de su hermano, tampoco los llantos de su hermanito y las risas crueles de Octaviano.
Cayó de rodillas y su vista quedó fija y en blanco, no se movió del cofre de madera que habían traído los soldados romanos, donde en su interior se encontraba la cabeza de su hermano Cesarión.
Sus lágrimas no paraban de fluir ante el recuerdo. La atormentaba, habían pasado años del suceso pero seguía intacto, como si hubiera pasado en el día de ayer. La sangre seca y el terror absoluto en los ojos sin vida de Cesarión, su hermano mayor estaba muerto y el Emperador les había regalado la cabeza como una forma cruel de darles la bienvenida. Y todo por culpa de Rhodon, el tutor de su hermano quien lo traicionó y lo entregó a los salvajes romanos por un par de monedas. Y ahora Selene tenía que casarse con ese hombre.
Se maldijo una y mil veces por todas las acciones que hizo para alejar al rey Juba de ella, todas las veces que fue desagradable solo para que cancelara el matrimonio. Ojalá nunca lo hubiera hecho, prefería a Juba por sobre todos los hombres antes que al traidor de Rhodon.
—No me puedo casar con ese hombre —murmuró para ella misma casi histérica—. No me voy a casar con ese hombre, prefiero morirme —dijo entre lágrimas cada vez más enloquecida.
Buscó rápidamente un papel y comenzó a escribir, Juba era su salida. Eso le había asegurado su hermano, la única posibilidad de librarse de los romanos era si se casaba con Juba y se iba lejos, y ella lo había arruinado. Así que ahora la iban a casar con otro hombre y quedaría atrapada para siempre con un miserable y bajo las garras de Augusto.
"Por favor, perdóneme. No me deje sola". Escribió desesperada mientras más lágrimas caían sobre el papel. Luego lo dobló sin ceremonias ni cuidado. Era un pedido simple y urgente, ni siquiera intentó adornarlo con palabras dulces como siempre lo había hecho, ya que no tenía tiempo y tampoco la salud emocional para hacerlo. Era ahora o nunca, si Juba la rechazaba estaba perdida y no tendría otra salida. Agusto, Julia, Marcelo y todos los romanos habrían ganado.
—¡Yanira! —gritó con todas sus fuerzas.
La esclava apareció a los pocos segundos, agitada seguramente por haber corrido y bastante asustada. Durante los dos años que había estado sirviendo personalmente a la señorita Selene, ella nunca la había escuchado así, parecía enojada, asustada y al borde de un colapso.
—Sí, señora, ¿qué necesita? —ofreció con voz lo más calmada, intentando regular su respiración sin que se note su preocupación.
Los ojos de Selene estaban fuera de sí, mostraban un conjunto de sentimientos y emociones muy negativas que delataban que estaba mal.
—Entrega la carta y que sea enviada lo más rápido posible al rey Juba —dijo de forma acelerada.
—Sí, señora, como usted ordene... —respondió, pero terminó haciéndolo en una habitación vacía, ya que la joven egipcia había desaparecido antes de que terminara de hablar.
Yanira respiró hondo y solo deseó que nada malo sucediera, pero sabía que su señorita no estaba bien y eso le daba una mala espina. De todos modos, solo era una esclava más, no podía hacer nada solo cumplir con la tarea encomendada y enviar la carta al rey. Lamentablemente, sabía que no obtendría una respuesta, porque ella misma había enviado todas las anteriores que su señorita escribió para el rey de Numidia, pero ninguna fue respondida.
Se dirigió con rapidez hacia las puertas del palacio, ignorando todas las miradas extrañas que le dirigían los sirvientes que transitaban haciendo su trabajo.
—Necesito salir —expresó a los dos guardias que custodiaban la entrada.
Ella dio unos pasos al frente para continuar, pero ambos guardias atravesaron sus gladios y le impidieron el paso. Ella frunció el ceño enfadada.
—¿Qué hacen? —interrogó enojada—. Voy a salir, así que déjenme espacio para atravesar las puertas. Están estorbando —terminó con fuerza.
Ellos se sorprendieron, la joven egipcia siempre había sido alguien tranquila y cuidaba mucho sus palabras y acciones, siempre alguien mucho más reservada y fría.
—Lo siento, señorita. No podrá salir sin la autorización del Emperador o acompañada por la señora Octavia. Esas son las órdenes que tenemos —pronunció un guardia.
Selene recordó esa orden. No podía salir sola y tampoco sin el permiso de ese hombre que se creía su dueño. Pero ella necesitaba salir con urgencia, ir al mercado para buscar al vendedor de telas y ponerse en contacto con su hermano. Necesitaba hablar con Alejandro y contarle toda la situación, debían planear un escape porque sabía que Juba no contestaría y ella no se casaría con Rhodon nunca. Prefería estar muerta antes que eso.
—Es urgente, así que voy a salir —volvió a repetir con un tono más desesperado. Intentó avanzar otra vez, pero fue detenida—- ¡Quítense! —gritó colérica ante la acción de los guardias e intentó empujarlos ella misma.
—Lo siento, pero no saldrá de aquí sola o sin permiso —repitió otra vez el guardia.
Sus intentos de empujarlos fracasaron ante la fuerza de los hombres y ella gritó frustrada, ambos guardias estaban desconcertados, nunca la habían visto así, parecía una loca.
Selene se dio media vuelta y se alejó. Necesitaba escapar de aquí e irse muy lejos, buscar a Alejandro y comenzar una nueva vida. Ella no se casaría con Rhodon.
—Mi bella princesa, ¿qué hace por aquí? —la voz de Marcelo en ese momento, fue la gota que casi derramó el vaso de la cordura de Selene.
Ese tipo insufrible no podía dejarla en paz por un solo día de su vida, tenía que salir de aquí porque no podía responder por sus acciones si seguía escuchándolo. Pero el ser ignorado no le cayó nada bien al hombre, así que para detenerla la agarró del brazo. Esa acción fue la gota que definitivamente derramó el vaso y lo hizo explotar.
—¡Suéltame! ¡Porque juro que te mato! —gritó totalmente furiosa y angustiada.
El tiempo pareció detenerse no solo con tal declaración, sino también cuando Selene lo golpeó en el rostro. La cachetada que le propinó sacó del estupor no sólo a Marcelo, sino también a Druso que lo acompañaba.
—Maldita perra desg... —dijo y avanzó hacia ella, Selene se encogió esperando el golpe inevitable.
—¡Basta! —intervino Marcela como un ángel salvador—. Ni se te ocurra golpearla porque te juro que dejarás de ser mi hermano —exclamó con autoridad.
Sin dudarlo avanzó y se paró entre los dos, protegiendo a Selene de la furia de su hermano.
—Marcela, estás embarazada, no quiero lastimarte. Así que mejor te haces a un lado —comenzó Marcelo entre dientes, tratando de contenerse.
Pero su hermana menor no se rindió, no pensaba moverse y menos dejar a Selene a merced del estúpido y volatil de Marcelo. No la había defendido antes, pero lo haría ahora, se lo había prometido a Tiberio y lo cumpliría. El hijo de Livia antes de marcharse a inspeccionar los campos del Lacio, se comunicó con ella y le pidió si podía ir a visitar y hacerle compañía a Selene, ya que estaría sola en el palacio. Tiberio no precisó decirlo, Marcela comprendió los entresijos de esa petición, la situación de Selene no seguía siendo la misma que cuando ella se fue, sino que su amiga estaba sola y casi sin un apoyo ahí dentro, caminando en hielo muy fino cada día. Sin Alejandro, sin Tiberio y con una tibia Octavia que parecía no enterarse de nada, Marcela comprendió que la necesitaba. Así que adelantó su visita unos meses y fue a hacerle compañía a Selene, pero también a protegerla y ahora, no se arrepentía de hacerlo, sino que estaba feliz de poder estar aquí.
—No lo haré, así que serás tú quien deba retroceder —contraatacó Marcela sin dejarse intimidar.
—Mira —comenzó el mencionado ya harto de la situación.
—¿Qué sucede aquí? —interrogó Octavia desconcertada.
Todos miraron a la hermana del Emperador y la tensión pareció desaparecer por obra de los dioses. Marcelo fue el primero en forzar una sonrisa.
—Nada madre, solo conversando con mis hermanas —respondió en tono jovial.
Octavia se relajó y les devolvió la sonrisa. Pensó que había estado sucediendo algo entre sus hijos y el de Livia, el ambiente era raro así que intervino para evitar cualquier discusión. Pero después de todo solo había sido una falsa alarma.
—Nosotras nos retiramos, qué tengan un bonito día todos —intervino Marcela lo más alegre posible e inmediatamente arrastró a Selene fuera de ahí.
Los tres se quedaron mirando a las jóvenes en retirada, solo Octavia no terminaba de entender el comportamiento extraño pero lo dejó pasar, era mejor así.
—Mujeres —dijo alegremente—, mis niñas ya crecieron e incluso Marcela me hará abuela pronto. Solo nos queda esperar el matrimonio de Selene para verlas completamente como mujeres y espero que a ella los niños también le lleguen pronto —agregó feliz.
Marcelo solo se mordió la lengua de rabia, eso no sucedería si podía evitarlo.
—¿Y lo golpeó? —interrogó Livia a su hijo intentando no reír.
Druso asintió. Había ido a pasar tiempo con su madre y enseguida le había contado el último encuentro entre Claudio Marcelo y la egipcia, con lujo de detalles.
—Marcelo estaba colérico y dispuesto a devolverle el golpe, pero su hermana menor intervino y salvó a la esclava esa —prosiguió casi decepcionado por los resultados.
Livia no pudo contenerse más y comenzó a reír, Druso la miró por unos segundos pero terminó siguiéndola.
—Me hubiera encantado ver su cara al ser humillado por una egipcia cualquiera, el esposo de Julia está cayendo muy bajo —dijo Livia entre risas.
—Y ese será el futuro Emperador —pronunció Druso con burla.
Podía llevarse bien con Marcelo y estar siempre juntos, pero para Druso ese hombre era una burla y no dudaría en olvidarlo si un día caía en desgracia. Druso se aprovechaba de la buena posición de Marcelo pero no sería arrastrado por eso.
—Ese hombre nunca llegará a ser emperador de Roma y te aseguro que esa esclava inmunda será su perdición —acotó Livia.
—Pues que mi hermano no te escuche hablar así, ya que defiende a esa esclava inmunda —dijo Druso—. Solo espero que ella no sea la perdición de mi hermano —agregó.
Livia se puso seria de repente y miró a su hijo menor.
—No lo será —aseguró—. Tu hermano es demasiado bueno e inocente y cree en las mentiras de esa mujer de mala vida, pero no permitiré que la hija de esos traidores arruine a Tiberio. Antes muerta.
Druso observó a su madre y notó que hablaba en serio, las bromas habían sido dejadas de lado.
—No lo sé, madre, Tiberio es hombre y ella es bastante atractiva —respondió Druso y pareció lo incorrecto de decir, ya que su madre frunció el ceño.
—Druso querido, solo espero que tú no te dejes engañar por esa meretriz —pronunció con severidad.
—¡Nunca! —exclamó él totalmente sorprendido.
Livia pareció relajarse ante su respuesta. Pero lo que Druso no dijo era que podía entender la obsesión de Marcelo por esa mujer, era realmente hermosa. Y él tampoco dudaría de pasar una noche con ella si tuviera la oportunidad pero nunca perdería la cabeza, la mujer no valía tanto para arriesgar toda su vida.
—Debemos evitar que tu hermano siga siendo engañado por esa cualquiera —dijo Livia y Druso asintió—. ¿Puedo contar contigo, hijo mío?
—Siempre madre —aseguró el joven—. No podemos permitir que esa estirpe maldita arruine nuestro nombre.
Livia sonrió.
Marcela solo podía acariciar el cabello de Selene intentando consolarla, mientras su amiga lloraba desconsoladamente con la cabeza apoyada en su regazo.
—Necesito hablar con Alejandro, pero no me dejan salir —dijo entre sollozos.
Marcela permaneció en silencio al no saber qué responderle, no había nada que ella pudiera hacer. Cuando arrastró a Selene lejos del incidente, su amiga estaba en plena crisis de nervios y fuera de sí, murmurando que tenía que ponerse en contacto con su gemelo porque era de vida o muerte. Luego de varios intentos, logró tranquilizarla al menos un poco para que pudiera contarle que estaba sucediendo, que era lo que la tenía así y Marcela no pudo estar más de acuerdo. No podía entender cómo su familia podía llegar a ser tan cruel, antes era demasiado ingenua pero ahora, ahora se le estaban abriendo los ojos y entendía por qué Selene y Alejandro los odiaban tanto. Ese matrimonio era una crueldad demasiado grande.
—No me casaré con un asesino —murmuró Selene, mientras continuó llorando.
—No lo harás —contestó ella a cambio, aunque no estaba muy segura de esa afirmación—. Hablaré con mamá, ella nunca permitiría algo así, estoy segura que ni siquiera lo sabe. Así que todavía tenemos tiempo —aseguró en un vano intento de tranquilizarla.
Selene solo lloró más fuerte. Octavia era la hermana del Emperador y obviamente no permitiría un matrimonio así, pero también era una mujer obediente y que callaba para mantener la paz, además de estar del lado de su hermano siempre. Ninguna de las dos tenía mucha fe en que Octavia sea de mucha ayuda si Augusto la convencía que era lo mejor.
Marcela rogó a todos los dioses que el rey Juba conteste las cartas y decida no cancelar el matrimonio, ya que dada la situación actual, él era el único que podría salvar a Selene y eso era realmente desesperanzador.
El comedor estaba ocupado por toda la familia imperial, el banquete dispuesto sobre la mesa y los presentes disfrutando de tales manjares. La alegría y clima festivo era evidente, ya que el Emperador Augusto había decidido organizar una cena familiar para celebrar los excelentes juegos romanos organizados por Claudio Marcelo como primera vez en su rol de Edil Curul. Así que este banquete era en su honor y él no podía estar más presumido.
Sin embargo, Marcela no compartía la alegría de todos. Ella hubiera preferido quedarse consolando a Selene, pero había sido obligada a asistir ya que el festejado era su propio hermano de sangre y obviamente, Selene no había sido invitada porque no era parte de la familia a pesar de ser hija adoptiva de Octavia. En estas ocasiones, Marcela odiaba a su madre, era obvio el maltrato hacia Selene pero ella no intervenía, se quedaba callada por la paz. No lograba entenderla. A pesar de que su madre se quedaba callada, Marcela no pensaba seguir esa misma conducta y que la imagen de la mujer romana respetada se vaya a donde quisiera.
—Hermanito querido —dijo con falsa alegría y elevando el tono para atraer la atención de todos en la mesa—, me enteré de tu incidente hoy con Selene —continuó. Julia frunció el ceño y Marcelo se atragantó con la comida—. Fue todo un espectáculo.
Marcelo comenzó a toser más fuerte y Marcela estaba disfrutando su incomodidad. Julia enseguida se acercó a su marido y le ofreció vino para ayudarlo.
—Incluso escuché que te pegó —mencionó con burla y exageradamente.
—Basta, este es un momento de celebración y no son temas para hablar cuando estamos disfrutando —intervino Augusto con seriedad.
Cuando le dirigió una mirada a todos, notó lo incómodos y tensos que estaban, incluso su madre tenía una mirada de decepción en su rostro.
—Puede ser, pero... —pronunció Marcela.
Pero fue interrumpida por los jadeos desesperados de Marcelo, quien todavía parecía estar ahogándose y Julia comenzaba a desesperarse al no saber qué hacer. Todos se concentraron en la escena frente a ellos, Marcelo se puso de pie, mientras luchaba por respirar, dio unos pasos hacia atrás pero no fue muy lejos cuando se derrumbó en el suelo.
—¡Esposo mío! —gritó desesperada Julia.
—¡Hijo! —exclamó Octavia al mismo tiempo.
Marcela nunca olvidaría ese día y mucho menos el rostro de su hermano, el de un terror absoluto mezclado con la angustia y la agonía más grande.
*Edil Curul: era un puesto al que podían optar los patricios y eran los que se encargaban de organizar las celebraciones de los juegos, la vigilancia de los mercados y control de precios. Era un escalón dentro del Cursus Hoborum (carrera política).
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