Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

20: Un hombre simple


Roma, capital del Imperio Romano. Palacio del Emperador, 29 de septiembre del año 24 a.C.


Llovía, no había parado de llover desde que pisó suelo romano y eso fue hace tres días. No era una lluvia tranquila y apacible, sino todo lo contrario; era implacable y dominante, apenas se podía ver a un metro de distancia. La pequeña caravana que había regresado de Hispania tuvo que parar varias veces para buscar un lugar para descansar y esperar que la lluvia afloje, ya que los caballos estaban inquietos y asustados y se dificultaba bastante regresar. Todo eso había puesto a Tiberio Julio de mal humor, odiaba la lluvia y odiaba regresar al palacio. No sabía por qué el Emperador Augusto lo había llamado, pero no le gustaba; hubiera preferido mil veces quedarse en el campo de batalla en Hispania que regresar a Roma. No le gustaba la capital del Imperio, sentía que se ahogaba rodeado de tantos políticos que solo les importaba conservar su poder y no realmente hacer crecer al Imperio.

Sin embargo, el Emperador y esposo de su madre, lo había mandado a llamar hace ya tres semanas atrás, y no podía negarse. Nadie le decía que no a Augusto, su madre tampoco se lo perdonaría. Así que tuvo que dejar su puesto como Tribuno militar en Hispania y regresar a Roma lo más rápido posible, eso debió hacer si realmente le importaba estar bajo los buenos ojos del Emperador; él lo hizo, pero tal vez no con la mayor rapidez, de todos modos le echaría la culpa a la lluvia por su retraso.

Bajó del caballo cuando estuvo a las puertas del palacio, un esclavo tomó enseguida las riendas y llevó al animal al establo para alimentarlo y que descanse correctamente; Tiberio lo envidió en ese momento al caballo. Intentó inútilmente apartar la mayor cantidad de agua de su rostro, pero era una tarea perdida.

—Está bien, vamos a enfrentar la nueva batalla —murmuró el joven en un vago intento de darse valor y consolarse al mismo tiempo.

Los guardias le abrieron las puertas al reconocerlo e ingresó al palacio donde había pasado una parte de su niñez y adolescencia. Siguió lloviendo.



Roma, capital del Imperio Romano. Palacio del Emperador, 1 de octubre del año 24 a.C.


Selene contemplaba las gotas de agua que caían al suelo para unirse a otras y terminaban formando un pequeño río que corría libremente.

—Estoy tan aburrido —pronunció Alejandro, quien se acercó a ella y también comenzó a mirar por la ventana que daba a un patio exterior—. No hay nada para hacer y tampoco deja de llover, me estoy volviendo loco aquí encerrado —suspiró quejumbroso.

—Tú estás loco desde que naciste —dijo una voz divertida.

Selene y Alejandro voltearon para encontrarse con Claudio Marcelo y detrás de él, Druso, ambos tenían una sonrisa burlona en la cara. Los gemelos trataban de evitar a todos los que vivían en el palacio, pero llevaba lloviendo más de una semana y eso se había vuelto difícil. Debido al mal clima, todos permanecían dentro y nadie salía, las horas pasaban y el aburrimiento crecía, así que era complicado estar esquivando a todos.

—Tal vez, pero no más que ustedes —respondió Alejandro y los otros dos fruncieron el ceño con desagrado—. O tal vez sí, no lo sé, lo que sí sé es que si estoy muy loco, sería mejor que se cuidaran.

—¿Nos estás amenazando? —interrogó con escepticismo, Claudio Marcelo—. ¿Tú? el hijo de un traidor y una ramera egipcia —Alejandro sintió rabia correr por sus venas—. Tus padres se volverían a suicidar si se enteraran que terminaste siendo un simple legionario romano, ¿acaso no eras rey de algunas tierras de por ahí? —terminó con un tono jocoso.

—Así que un legionario romano, tal vez dentro de unos años estés bajo mi mando —comentó Druso—. ¿Sabes en qué legión estarás? Me gustaría saberlo, así me postulo para comandarla. ¿Qué te parece? Yo el jefe y tú el esclavo.

Claudio Marcelo y Druso estallaron en carcajadas, nunca perdieron la oportunidad para humillar a los egipcios. Era muy divertido verlos consumirse por el odio y no poder hacer nada, solo bajar la cabeza y aceptarlo porque no eran nada, solo esclavos de toda Roma.

—Al menos somos reyes de algo, pero en cambio ustedes... —dejó la frase sin terminar y Selene miró fijamente a los otros dos hombres.

—Uh, parece que la egipcia sacó las garras —contraatacó Claudio Marcelo con diversión—. Creo que tengo miedo, una mujer me está desafiando —continuó con burla.

Selene los odiaba, pero no iba a dejar que la pasen por arriba. Sin embargo, fue su hermano quién se adelantó.

—Es cierto, soy un legionario romano, pero al menos me gané mi puesto por mis propios méritos. ¿Y ustedes? —interrogó, mientras la felicidad comenzaba a borrarse del rostro de los otros dos hombres—. Uno es el hijo de la esposa del Emperador, ni siquiera el hijo adoptivo logró ser. Y el otro —sonrió con consideración y lástima—, el otro tuvo que casarse con la hija del Emperador. ¿Ven el punto común en su situación? Los dos están donde están, no porque hayan hecho algo, sino gracias a una mujer que puede ser tu madre o tu esposa —miró primero a Druso y luego a Claudio Marcelo—. Así que, si una mujer los vuelve a desafiar, les recomendaría que de verdad tengan miedo —pronunció mientras sus ojos brillaban por la victoria—. Selene vamos, estoy aburrido de hablar con romanos comunes.

Prestó el brazo a su hermana y ella, le dedicó una última sonrisa a los otros presentes, luego se enganchó a su hermano y ambos se alejaron del lugar.

El tenso silencio permaneció durante unos segundos, hasta que Claudio Marcelo reaccionó y se dispuso a ir detrás de los dos egipcios.

—No cometas una estupidez —intervino Tiberio Julio y ambos hombres se sorprendieron de verlo ahí.

Ninguno se había percatado de su presencia, pero Tiberio había estado presente desde el inicio del encuentro. Estaba decidido a intervenir si las palabras pasaban a la acción, pero se sorprendió de la forma en que los dos hermanos lograron devolver cada golpe y salir victoriosos. Sin embargo, podía ver el odio en los ojos de Claudio Marcelo, un odio demasiado peligroso, un odio tonto y violento. Tenía que detenerlo antes de que algo grave sucediera.

—¿Acaso has visto su insolencia? Deben conocer su lugar de prisioneros de guerra, aquí están para servirnos y no para amenazarnos —respondió Claudio aún hirviendo de rabia.

—Lo único que vi fue como ustedes dos quisieron iniciar una pelea, pero no se bancaron los golpes de su oponente —contestó con tranquilidad.

—Hermano... —intervino Druso al notar que no estaba de su lado.

—Si quieren pelear deben aceptar el contraataque del enemigo, sino son los típicos cobardes que tiran la piedra y luego esconden la mano —continuó sin escuchar a Druso—. Aceptar la derrota es de inteligentes, enojarse es de estúpidos. Así que les sugiero que sean los inteligentes que creo que son, y no los estúpidos que acaban de demostrar —terminó, y así como vino también se fue.



—No los soporto —pronunció Alejandro con rabia—. Siempre rebajándonos e insultando a nuestros padres, estoy tan harto —masticó entre dientes.

Selene tocó el brazo de su hermano y mantuvo su toque ligero pero constante, solo una muestra de apoyo y tranquilidad. Y pareció funcionar porque Alejandro comenzó a relajarse.

—Lo sé, son despreciables los dos, pero te pido por favor que te controles, lo mejor será evitarlos —dijo apacible.

Alejandro se mordió la lengua, pero se obligó a respirar antes de hablar. Actuar por impulso nunca le había traído buenos resultados y cuando el pequeño Ptolomeo murió, se juró a sí mismo que actuaría con inteligencia y derrotaría a sus enemigos. Él asintió a su hermana.

—Pero odio como hablan de nuestros padres y de ti, como te insultan solo por ser mujer —mencionó con impotencia contenida—. Nuestra madre fue de las mejores faraones y no tendría problemas en ponerlos en su lugar a estos creídos. Tú eres mejor que ellos y osan despreciarte de esa forma —exclamó enfadado.

Selene sonrió con cariño, el enojo de Alejandro no era por los constantes insultos que recibía hacia su persona, sino por los que iban dirigidos a su familia.

—No me afecta lo que digan —dijo, aunque era una mentira, pero su hermano no debía saberlo—, así que tampoco te debe afectar. Tenemos que concentrarnos en lo nuestro y salir con vida de este palacio lo más pronto posible.

Alejandro la miró con dolor, sabía que podía ver a través de ella y descubrir su mentira, sentir su dolor y envolverse en su sufrimiento; por algo eran gemelos. Él podía verla y ella podía verlo. Eran dos piezas unidas desde el nacimiento, pero destinadas a separarse en el futuro, solo querían retrasar ese momento lo más que podían.

—Lo intentaré —pronunció muy seguro.

No era una promesa, pero era lo más cercano a una que Selene conseguiría. Ella lo sabía y él lo sabía. Alejandro no dudó en abrazarla cuando sintió que se ahogaba en la desesperanza.



Julia se asustó cuando su esposo entró a la habitación matrimonial hecho una furia.

—¡Malditos bastardos! —gritó enfurecido.

Ella nunca lo había visto así, siempre tenía una postura arrogante y amaba eso de él. Toda su presencia irradiaba seguridad y confianza, pero ahora estaba muy lejos de eso. Sus ojos desquiciados y todo su cuerpo solo pedía sangre, como un animal rabioso que fue enjaulado y solo quería matar a sus captores.

—Esposo mío, ¿qué sucedió? —se atrevió a pronunciar con temor.

Él la miró como si recién la hubiera notado y algo más cruzó por sus ojos, algo que Julia no quiso leer porque se parecía al desprecio o desagrado y ella no quería aceptarlo. Su esposo no podía sentir eso por ella.

—¿Qué sucedió? —interrogó con ironía—. Sucedieron esos mugrosos egipcios que se creen superiores y con derecho a humillarnos a mí y a Druso. ¿Entiendes? —preguntó con crueldad como si ella fuera estúpida—. ¡Unos malditos bastardos me humillaron! —gritó con rabia.

El semblante de Julia se oscureció, estaba harta de Selene y su belleza, harta de que pudiera seducir a su marido sin siquiera intentarlo, harta de ser menos que una esclava egipcia. Pero hasta aquí había llegado, no permitiría que nadie la pisoteara.

—Tranquilo, esposo mío —dijo acercándose a él.

—¡No puedo estar tranquilo ante tal agravio! —contestó resentido.

Ella se sentó junto a él en la cama y tomó su mano, mientras lo miraba a los ojos para que su promesa tenga un valor real.

—Te juro que pagarán muy caro por tal atrevimiento —pronunció decidida—. Soy la hija del Emperador Augusto, el hombre más poderoso de toda Roma, no dejaré que mi marido sea humillado por esclavos sin valor.

Claudio Marcelo quiso soltarse de su mano y gritarle, él no necesitaba de la ayuda de ninguna mujer; él no era lo que había dicho Alejandro. Sin embargo, se calló y aceptó, usaría a su favor la influencia que tenía sobre su esposa.

Mientras tanto, Julia vio la oportunidad de acercarse a su esposo y destruir por completo a Selene. No veía la hora de poder contarle todo a Livia, estaba segura que la mujer no estaría contenta al descubrir que su preciado hijo menor había sido humillado; Livia le ayudaría a eliminar a las escorias egipcias.



No importó la lluvia, Alejandro se había marchado. Tenía que resolver asuntos importantes con sus aliados, así que dejó el palacio. Su hermano no le había contado mucho porque le aseguró que era mejor que no supiera tanto, ya sea para protegerla a ella y también a sus aliados. Sin embargo, algo le había dicho, como el hecho que había conocido al vendedor de telas antes de marchar al servicio militar, se habían hecho amigos y el comerciante seguía reconociéndolos a ambos como sus príncipes. En él, Alejandro encontró a un hombre de confianza y durante sus meses en el servicio, estuvieron en comunicación. De esta manera, evitaba mandar cualquier carta al palacio que corría el riesgo de ser interceptada por Augusto. Era el vendedor quien tenía que hacerle llegar el mensaje a Selene sin que nadie sospeche y lo había hecho. Incluso su hermano, le aseguró que si un día sucedía algo, que vaya con él, la protegería y le daría asilo. El vendedor había sido un egipcio que cayó como esclavo cuando Augusto llegó a Alejandría, sin embargo había terminado en una buena familia, la cual después de unos años le otorgó la libertad. Ahora era un liberto que vendía telas en Roma para sobrevivir, pero en secreto era un hombre que haría cualquier cosa para proteger a sus príncipes y tal vez, ayudarlos a conseguir su trono de vuelta y que Alejandría sea de ellos otra vez.

—Tienes un bonito jardín.

Selene se sobresaltó, pero cuando volteó a ver quien había decidido hacerle compañía, una pequeña sonrisa se deslizó por su rostro.

—Sí, lástima que está lloviendo demasiado y no puedas recorrerlo —respondió mientras volvía a mirar su jardín.

Era el único lugar donde sentía calma y donde casi nadie la molestaba. Desgraciadamente seguía lloviendo, así que solo podía contemplarlo bajo un techo que daba al exterior.

—Es verdad, pero cuando pare este diluvio, seguramente crecerán con más energía, sino llega la nieve antes —agregó Tiberio Julio a lo último.

Selene rio ante su comentario. Era verdad, ya había comenzado octubre y los días se sentían cada vez más fríos, el verano se había despedido hasta el próximo año y el invierno se acercaba cada vez más.

—Odio el invierno, en Alejandría nunca fueron tan crueles, no conocía la nieve hasta que llegué a Roma —pronunció con una mezcla de tristeza y añoranza—. Por cierto, felicidades por tu nuevo puesto —comentó con alegría.

Tiberio Julio puso los ojos en blanco, Selene sabía cuánto odiaba todo esto y solo se estaba burlando de él. Resulta que Augusto lo había mandado a llamar para nombrarlo Cuestor* de la Annona**, su madre había explotado en halagos y felicidad, no por el puesto en sí, sino debido a que había sido nombrado cuestor cinco años antes de la edad permitida por el cursus honorum***. El Emperador lo tenía en alta estima, tal vez no tanta como a Claudio Marcelo o a su propio hermano menor, Druso, pero había desafiado las leyes para darle un puesto político porque confiaba en sus habilidades.

Él no estaba tan contento, le gustaba su puesto como Tribuno militar debido a que podía planear los próximos ataques al enemigo. En cambio, ahora debía encargarse de que nunca falte trigo para todos los habitantes de Roma. No era lo que le agradaba, pero no tenía permitido rechazarlo.

—Gracias, al menos haré algo por el bien de los habitantes de Roma —contestó intentando sonar igual de contento. Selene lo miró con diversión.

Se quedaron un rato más en silencio, solo observando la lluvia caer y acumularse en pequeños charcos en el suelo, ya que debido a la gran cantidad de agua que caía durante tantos días seguidos, a la tierra le estaba empezando a costar absorberla.

—No es cierto.

Selene lo miró de forma interrogativa, esperando que se explaya más sobre el tema. Tiberio tragó el nudo de nerviosismo que tenía en su garganta, era un asunto delicado para tocar a la ligera.

—No es cierto lo que dijo Claudio Marcelo sobre tus padres —soltó y Selene no pronunció palabra, pero agachó la mirada al suelo, entonces él siguió adelante—. No conocí a tu madre, pero muchos hablaron de su belleza e inteligencia y no lo dudo. Ninguna romana ha gobernado y tampoco es una posibilidad que tengan, pero tu madre logró dominar todo su reino haciéndolo florecer y puso en la cuerda floja a toda la República****. Tal vez con mejores generales o un ejército mayor, estoy seguro que ahora no seríamos un Imperio, sino parte del Reino de Alejandría —Selene permaneció callada, pero había algo como el orgullo en sus ojos—. Y tu padre fue un gran político, no lo considero un traidor, sino que creo que cuando un nuevo orden político está naciendo siempre habrá opiniones y visiones diferentes. Pero una siempre va a triunfar y se encargará de defenestrar a la otra postura, nunca olvides que a la historia la escriben los que ganan, sin embargo eso no los convierte en buenos —hizo una pausa para observarla y ella estaba tranquila—. Tus padres fueron grandes, estoy seguro que nunca serán olvidados.

No habló más, ella tampoco. Sus ojos brillaban por las lágrimas contenidas, pero cuando levantó la vista del suelo, solo pudo ver un agradecimiento infinito en ellos. Le daba las gracias por todo, por el hecho de no insultar a sus padres, sino que reconocer su valor.

Pasaron los minutos en un completo silencio, Selene tratando de controlar todas sus emociones que estaban a flor de piel. Con el tiempo, los crudos sentimientos quedaron atrás y volvieron a la relativa tranquilidad.

—Lo siento —pronunció Tiberio de repente.

Selene lo miró sorprendida y él le devolvió la mirada algo triste y afligida.

—¿Por qué? —se animó a preguntar, sin saber qué rumbo podría tomar la conversación.

—Por no poder evitar tu compromiso con el rey Juba II —contestó decepcionado—. Si hubiera tenido la oportunidad, hubiera ofrecido mi propia mano para librarte de esa situación. Sé que no habría amor de pareja, pero hubiéramos sido el mejor matrimonio de amigos que existió en toda Roma —intentó aliviar lo último con un poco de amor—. En cambio ahora, estarás unida a un desconocido.

Selene sonrió con tristeza, no dudaba de las palabras de Tiberio, él siempre había sido un gran amigo dentro del palacio. Tal vez no tanto como Marcela la Menor, pero había sido un amigo que siempre estuvo dispuesto a escucharla, con el que muchas veces debatió sobre política y que nunca la subestimó o relegó por ser mujer, egipcia y la hija de sus padres. Tiberio la trató como una igual, no como una esclava de una raza traidora.

—Lo sé, pero tu madre nunca hubiera permitido que te casaras con el enemigo —Tiberio puso los ojos en blanco y Selene sonrió—, además Juba es un buen hombre, nunca me ha hecho daño. Así que tranquilo, tendré un buen matrimonio, será apacible.

Tiberio suspiró derrotado, era cierto, su madre nunca hubiera permitido que él se casara con Selene. Veía a la morena como una mujer inferior y no digna de su persona y Tiberio odiaba eso. Selene era bonita e inteligente, sabía varios idiomas, se podía debatir con ella sobre política, arte y literatura, aunque él no sabía nada sobre éstos dos últimos. El rey Juba había ganado el mejor premio al poder casarse con una mujer así. Solo esperaba que ese hombre sea digno y esté a la altura de ella. Tampoco se le había pasado el hecho de que Selene dijo que sería un matrimonio apacible, no feliz. Sufría por ella, ojalá podría hacer algo, pero no estaba en sus manos.

—Y por último, tampoco quiero sacarle a todas las mujeres a un hombre tan guapo como tú —agregó ella con picardía.

Tiberio rio. Todavía no había planes de casamiento para él y esperaba que se mantuviera así. No estaba interesado en esa etapa de su vida, solo quería seguir descubriendo el mundo que lo rodeaba y tratar de encontrar la felicidad, dejar de sentir cansancio y aburrimiento cada vez que respiraba. Pequeños momentos así, solo admirando la naturaleza y hablando tranquilamente con alguien que le agradaba, era suficiente. No pedía mucho, era un hombre simple sin grandes ambiciones.

Mientras tanto, siguió lloviendo en toda Roma, tal vez para limpiarla de sus pecados o para ahogarla en ellos.





*Cuestor: cargo político de menor rango dentro del magistrado, sus funciones fueron variando a lo largo de la historia.

**Annona: órgano del Imperio romano que servía para el reparto y comercio de cereales, al igual que su transporte.

***Cursus honorum: nombre que recibía la carrera política en la Antigua Roma.

****República: este período comenzó en el año 510 a.C. y duró hasta el 27 a.C., cuando se formó el Imperio. Tiberio habla de República porque cuando Cleopatra todavía gobernaba Alejandría (30 a.C), no existía el Imperio romano, ya que se formó tres años después.


+++

Pues bien, los gemelos tienen varios frentes abiertos con enemigos poderosos esperando el momento de destruirlos. Pero no podía dejarlos solos, así que apareció Tiberio al rescate jajaja. Al principio este personaje ni siquiera estaba en mis planes, no iba a aparecer; sin embargo, cuando empecé a explayarme con Livia, me di cuenta que mínimo merecían una breve aparición. Druso estuvo hoy y en capítulo anterior, creo que ya van captando algo de su personalidad; y Tiberio hizo acto de presencia. Iba a ser alguien indiferente a todos, pero luego cuando escribí me surgió esta amistad con Selene y me agradó mucho, ella está completamente sola y ante la ausencia de Marcela, algún amigo tenía que tener. Los pensé solo como un vínculo de amistad pura y verdadera, él incluso está dispuesto a casarse para librarla de Juba; por ahora es eso, no creo que cambie, pero conmigo nunca se sabe jaja. ¿Qué les pareció Tiberio? Yo lo quiero.

Tampoco sé cuánto tiempo estarán ambos hermanos, pero al menos unos capítulos más, seguro. También, sé que les debo la lista con todos los personajes para que les resulte más fácil relacionarlos, pero se me hace difícil porque sigo  agregando nuevos (tendré que conversar con mi imaginación muy seriamente jaja). Solo espero que lo hayan disfrutado, hasta la próxima.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro