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19: Belleza y felicidad exterior


Roma, capital del Imperio Romano. Palacio del Emperador, 1 de septiembre del año 24 a.C.


El hombre negó con la cabeza cuando la mujer lo miró a los ojos esperando una respuesta.

—Lo lamento, pero la situación sigue siendo la misma —confirmó el doctor.

Julia sintió que perdía otra batalla más, siempre era la misma y la enfrentaba de diferentes formas, pero obtenía el mismo resultado. Los primeros meses solo fue una pequeña molestia, no era demasiado grave porque todavía había tiempo, pero luego comenzó a preocuparse y esa preocupación se convirtió en desesperación y dolor. Ahora sentía lo mismo, sin embargo también comenzaba a invadirla la ira.

No dejó que su dolor se reflejara en su rostro aunque fuera evidente, sino que dio paso a toda la rabia que sentía.

—Es un médico inútil y mediocre —comenzó severa y escupiendo odio—, ni siquiera debería llamarse así. Usted es un insulto en comparación a Asclepíades* —soltó con veneno y toda la intención de herir.

—Señora... —dijo el hombre mientras apretaba los puños incapaz de defenderse ante las palabras de la hija del Emperador.

—¡Eres un inútil! —gritó colérica—. No tienes idea de medicina y me has engañado con cada remedio que me has dado, ¡todos fracasaron! —continuó mientras perdía los nervios cada vez más—. ¡Seguro quisiste matarme! Pero esto no va a quedar así, mi padre se va a enterar.

—Señora, nunca... —expresó con temor.

Todos sabían que el Emperador Augusto adoraba a su única hija y haría cualquier cosa por ella. También era cierto que la joven no había logrado concebir después de un año de matrimonio y teniendo en cuenta que de su linaje saldría el próximo sucesor, la situación era tensa. Pero a pesar de todas las prácticas, hierbas y medicinas que había probado la joven, todo seguía igual. El médico especulaba que podía ser el estrés y la presión a la que estaba sometida o incluso, el problema podría ser del esposo, Marco Claudio Marcelo y no justamente de la joven Julia. Sin embargo, nunca se había atrevido a decir algo así, si no había hijos era culpa de la mujer, y el médico quería seguir conservando su libertad y puesto. No quería ser condenado solo por sugerir que no había hijos debido a problemas que podía llegar a tener el hombre.

—¡Fuera de mi presencia! —exclamó furiosa, el médico se quedó paralizado, necesitaba arreglar esta situación—. ¡Esclavo! ¡Esclavo! —profirió a los gritos.

Un joven desgarbado y pelirrojo hizo acto de presencia ante los gritos de la hija del Emperador, quien lo miró molesta.

—Saca a este hombre de mi habitación y si se resiste, llama a los guardias **.

El esclavo pelirrojo asintió, el médico no intentó alegar y tampoco se resistió, él mismo se encaminó a la salida lo más rápido que pudo. Cuando estuvo sola, Julia explotó. Gritó frustrada intentando liberar toda la rabia que sentía y que la estaba matando por dentro, mientras procedía a tirar contra las paredes cualquier objeto que se encontraba a su paso.

Cayó al suelo cansada y llorando. Otra batalla perdida, otra vez no estaba embarazada, otra vez había fracasado como mujer. Había probado de todo y nada daba resultado, ella solo quería un hijo. Un hijo le aseguraría que su esposo la amaría y que no la abandonaría por ser incapaz de concebir; si tuviera un hijo, habría un sucesor y ella sería la orgullosa madre del emperador. Si tuviera un hijo, su esposo dejaría de desear a Selene. Sin embargo, no tenía un hijo.

Julia era la hija del Emperador Augusto, el hombre que controlaba todo el Imperio Romano. Por tal motivo, tenía todo para ser feliz, pero no lo era.



Livia se miró al espejo, ella aún era joven y bonita, no tenía nada que envidiarle a nadie. Todo el pueblo la adoraba porque representaba a la mujer romana ideal: se ocupaba de las labores domésticas y de su esposo, como también nunca ostentaba de su riqueza ya que no llevaba joyas demasiado llamativas ni tampoco vestidos demasiado caros. Livia rió, el pueblo era tonto y fácil de engañar, solo bastaba mostrar la imagen de la mujer perfecta y humilde y todos le creían.

Se acomodó el cabello cuando terminó de abrocharse el collar más bonito que tenía. Todo el Imperio la consideraba la mujer más bella y Augusto se había enamorado de esa belleza hace ya más de una década, se rindió a sus pies y poco le importó que su padre y su esposo habían sido sus enemigos***. Augusto le propuso matrimonio, los dos se divorciaron de sus respectivas parejas y al día siguiente se casaron.

No había dudas de su hermosura, pero aún así, Augusto tenía amantes aunque siempre volvía a ella. Sin embargo, ahora estaba un poco inquieta, no preocupada pero sí inquieta; desde hace varios meses, Augusto mantenía a la misma amante. Eso nunca había sucedido, él estaba un tiempo y finalmente se aburría de la mujer, ahí volvía con Livia por varios meses hasta que se encontraba una nueva. Ella no tenía problemas con eso porque seguía siendo su legítima esposa y su consejera, pero su nueva amante no se estaba marchando. Augusto llevaba meses acostándose con ella y parecía feliz, no se aburría y eso la tenía inquieta, tenía la seguridad que no se divorciaría de ella por una prostituta, pero había algo que la molestaba.

La mujer era bonita y mucho más joven que ella, hace poco había dejado de ser una niña, pero era una prostituta. Eso le molestaba, las prostitutas eran buenas en el arte del sexo y del engaño, de eso trabajaban y Livia no dejaría que una tonta meretriz le quite a su marido y todo lo que había conseguido. Ella era la Emperatriz de Roma y no una rubia tonta.

—¿Cómo se encuentra la mujer más bella de todo el Imperio? —pronunció una voz al entrar a la habitación privada de la Emperatriz.

La mujer se sobresaltó al reconocerlo y sonrió sin todavía poder creerlo.

—¡Druso! —exclamó feliz mientras corría hacia el joven y lo abrazaba—. ¡Oh, hijo mío!

—También te extrañé madre —dijo cuando Livia comenzó a repartir besos por todo su rostro—. Ya, parece que no nos hubiéramos visto hace años —intentó apartarla, un poco avergonzado del comportamiento de su progenitora, aunque no había nadie presente.

Ella no se alejó, pero se apartó solo un poco para poder contemplarlo mejor.

—Años no, pero sí demasiados meses que casi se cumple un año. Una madre tiene derecho a extrañar a su hijo, mucho más cuando es su pequeño retoño —regañó—. He estado tan sola desde que te fuiste —dijo con tristeza.

—Ya madre, que no te escuche Tiberio que se pondrá celoso al saber que soy tu preferido —dijo, y los dos sonrieron.

Livia Drusila no tenía hijos con el Emperador Augusto, pero sí era madre de dos jóvenes con su esposo anterior, Tiberio Claudio Nerón, su primogénito era Tiberio Julio, quien ya contaba con dieciocho años y estaba actualmente en Hispania. Fue el propio Emperador quién lo envió ahí el año pasado como Tribuno militar**** para luchar en las guerras cántabras*****, y según las últimas noticias se estaba desempeñando muy bien. Algunos alegaban que con unos años más de experiencia se convertiría en un estratega militar de temer, Livia no podía estar más orgullosa.

Su segundo hijo, Nerón Claudio Druso, apenas estaba entrando a la vida adulta y pública con sus catorce años y era demasiado joven para tener un cargo político, pero Livia sabía que llegaría ese día. Su hijo era inteligente y sabía encantar a las personas con sus palabras, después de Claudio Marcelo, Druso era el preferido de Augusto. Livia conocía a su esposo y Claudio Marcelo podría ser su sucesor por sobre todos los demás, pero su hijo Druso ocupaba el segundo lugar en la lista. Druso tenía una carrera brillante por delante y Livia se encargaría de que así sea. Incluso ya había comenzado, había logrado convencer a Augusto para que le permita a Druso acompañar a su hermano a Hispania, no lucharía porque no era un soldado pero sería bueno para que vaya conociendo y familiarizándose; Augusto había aceptado con gusto alegando que sería bueno. Y Druso estaba emocionado, le encantaba viajar y conocer nuevos lugares y personas. Había permanecido varios meses allá y recién había regresado al palacio, ya que debía volver a su hogar y no podía permanecer tanto tiempo en un campamento al no ser legionario; se suponía que solo era un viaje de conocimiento.

Livia acarició el rostro de su hijo, no pudo darle a Augusto los suyos, pero se encargaría de que su esposo termine adoptando a sus dos hijos como propios y, en un futuro, ellos serían sus sucesores y se convertirían en emperadores. Incluso, apenas se habían casado, Augusto estaba dispuesto a adoptarlos, pero habían comenzado los rumores de infidelidad. Esto se debía a que cuando contrajeron matrimonio, Livia estaba embarazada de seis meses de su primer esposo, pero los contrarios habían hecho circular la posibilidad de que Livia había engañado a su esposo Tiberio Claudio Nerón con Augusto, y que en realidad, este segundo hijo era de Augusto y no de Tiberio Claudio. Para evitar confusiones, Augusto no los adoptó y mandó a los dos niños a vivir con su padre hasta la muerte de éste, hace ya una década. Luego sí, habían regresado a vivir al palacio con Livia, pero Augusto no los adoptó y tampoco lo volvió a mencionar.

—Lo más importante es que has regresado sano y salvo —pronunció, ya que a pesar de que había sido su idea, había estado un poco asustado a que muera—. ¿Cómo está tu hermano? ¿Alguna idea de cuándo regresa?

Druso estaba por contarle lo bien que le estaba yendo a Tiberio y como realmente parecía que tenía facilidad para el arte de la guerra, pero fue interrumpido por el esposo de su madre.

—Muy pronto, lo mandé a llamar para que regrese a Roma —contestó Augusto al entrar a la habitación.

—¿Por qué? ¿sucedió algo? —interrogó Livia, mientras fruncía el ceño un poco preocupada. Augusto rio.

—Nada malo, mujer —dijo para tranquilizarla—. Solo buenas noticias.

Livia se relajó, si había mandado a llamar a Tiberio significaba que esas buenas noticias lo involucraron.

—¿Y cuáles son esas buenas noticias? —preguntó más emocionada.

Druso puso los ojos en blanco ante la impaciencia de su madre y Augusto volvió a reír.

—No seas ansiosa mujer, te enterarás a su debido tiempo —respondió el Emperador y luego miró al hijo menor de su esposo, Augusto tenía planes más grandes para él para cuando creciera—. Y tú muchacho, bienvenido a casa —dijo con orgullo—. Ahora me contarás todo lo que has hecho.

Druso sonrió emocionado, le encantaba hablar y relatar sus travesías.

—Mira que es mucho, ¿tendrás tiempo para escucharme? —preguntó más por cortesía porque de todos modos ya se estaba sentado para hablar.

—Para ti, tengo todo el tiempo del mundo —respondió Augusto feliz al ver la emoción del joven.

Livia sonrió, sí, su hijo algún día sería el emperador de todo el Imperio Romano.



Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 3 de septiembre del año 24 a.C.


Attis observó cómo Alejandro se colocaba la toga, sonríe desde la cama.

—¿De verdad tienes que irte? ¿No puedes quedarte a pasar la noche conmigo? Voy a sentir mucho frío sin ti —murmuró con tristeza.

Alejandro la mira divertido, Attis suele utilizar su cara de niña bonita para hacer berrinches cuando le conviene o también para la seducción, depende siempre de la situación. Él niega.

—Lo siento, debo regresar al palacio —dijo mientras se terminaba de poner la toga y escaneaba la habitación buscando sus sandalias.

—Siempre te quedaste, nunca antes volviste al palacio —contestó al mismo tiempo que le dirigía una mirada incrédula.

Eso es cierto, Alejandro siempre que venía en busca de su compañía se quedaba por el resto de la noche después de estar juntos, nunca había regresado al palacio. Había una única respuesta, a él nada le importaba y detestaba tanto su vida en el palacio bajo el yugo del Emperador por lo que trataba de pasar el mayor tiempo posible lejos; si no estaba con Attis, estaba tomando alcohol en un bar de dudosa reputación. Sin embargo, las cosas habían cambiado, su hermano menor había muerto y eso le abrió los ojos. Dejó a la única familia que le quedaba completamente sola, junto a sus enemigos y su hermano fue la primera víctima. Se alistó al ejército no solo para contradecir al Emperador, sino también para huir y aprender a defenderse, tanto a él como a Selene. No volvería a dejar a su hermana sola, por eso, ahora ya no se quedaba a pasar la noche con Attis, sino que volvía lo más rápido al palacio para vigilar a todos.

—Las cosas cambiaron, no dejaré a mi hermana sola —respondió al mismo tiempo que se sentó en la cama para calzarse las sandalias y poder marcharse.

—No entiendo, está en el palacio, ahí vive el Emperador y nada le va a suceder. Es el lugar más seguro —mencionó aún sin entender.

—No tienes que entender —replicó en un tono duro.

Attis abrió los ojos sorprendida, Alejandro nunca le había hablado así, la adoraba. Parecía que el ejército lo había cambiado y era un hombre más cerrado, Attis sintió que algo andaba mal, así que gateó sobre el colchón y lo abrazó por la espalda mientras repartía besos en su cuello.

—Está bien, no te enojes. No preguntaré nada sobre tus asuntos, mejor hablemos del casamiento —pronunció seductora sin dejar de besar su cuello, pero intentando meter una mano entre sus ropas.

—¿Qué casamiento? —interrogó Alejandro y se giró para mirarla, Attis se alejó un poco y lo miró sin saber muy bien qué decir—. No me voy a casar y tampoco puedo hacerlo ahora, al menos hasta que termine el servicio militar.

Alejandro se puso de pie y ella quedó anonadada en el medio de la cama.

—Pero tú podrías pedirle al Emperador una excepción... —mencionó aún sin saber muy bien cómo reaccionar.

—Podría —contestó pensativo, Attis sonrió—, pero nunca le pediría nada a ese hombre y además, no hay ninguna mujer con la que me quiera casar —soltó como si fuera un hecho. Attis borró la sonrisa de su cara.

—¿Y yo qué sería? —dijo en tono jocoso, sabiendo al instante que a esta situación tendría que jugarla como si no le importaba, como si fuera una broma.

Alejandro la miró divertida y rió, Attis sintió que algo dentro de ella dolía ante el rechazo que venía, pero siguió jugando con su mejor sonrisa.

—Una prostituta con la que me encanta pasar el tiempo, eres demasiado bonita y lo sabes —respondió él—. Me gustas, Attis, pero no te quiero.

Sintió ganas de llorar, pero hizo todo lo contrario, rió encantada aunque parecía más histérica, si Alejandro lo notó nunca mencionó nada. Los dos jugaron el juego de la ignorancia.

—Que nunca se te olvide, soy la mejor prostituta y nunca hallarás una igual, así que ni la busques —agregó con arrogancia, mientras se encargaba de encorvar su cuerpo desnudo en la mejor pose para que todos sus atributos sean visibles—. Nos vemos la próxima, guapo —pronunció lasciva y Alejandro le dedicó una última sonrisa antes de marcharse.

Toda su fachada se cayó cuando estuvo completamente sola y se mordió el labio para contener las lágrimas, pero era difícil. Así que apoyó su rostro sobre la almohada y gritó, el ruido se ahogó en la tela.

Cuando sintió que podía respirar de nuevo, Attis se sentía determinada de nuevo. Se levantó y fue a su tocador y buscó el brazalete que el Emperador le había regalado hace mucho tiempo, nunca lo usó porque siempre esperó a Alejandro y la vida que tendrían juntos. Pero eso ya no sería posible, así que no tendría que privarse de nada. La joya se veía bien en su pálida muñeca, Attis sonrió con arrogancia, tal vez sí era una prostituta como dijo Alejandro, pero no terminaría como una, en ese mismo momento se lo prometió a ella misma.





*Asclepíades: fue un médico griego (124 o 129 a.C. - 40 a.C.) muy famoso en Roma que se basó en la teoría atomista. Según la cual, las partículas invisibles (átomos) atravesaban los poros del cuerpo y provocaban enfermedades. Galeno y Areteo, médicos romanos del siglo II d.C., lo consideran el primero en emplear la técnica de la traqueotomía.

**Guardias: no tenía guardias personales y tampoco había circulando por el palacio, los únicos guardias eran los de la entrada que custodiaban quién entraba y salía; Julia hace referencia a ellos.

***Enemigos: Livia era hija de Marco Livio Druso Claudiano, quien luchaba en el bando de los libertadores y en contra del futuro emperador Augusto. Al perder, Marco Livio se suicidó junto a Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto, los asesinos de Julio César (padrastro de Augusto). Además, Livia estaba casada con Tiberio Claudio Nerón, quien también luchaba contra Augusto y estaba del lado de Marco Antonio y Cleopatra. Pero cuando Augusto se enamoró de Livia, ambos se divorciaron y Tiberio se retiró de la escena política y ya no tuvo una enemistad abierta con Augusto.

****Tribuno militar: es un oficial de una legión romana como también un cargo de estado.

*****Guerras cántabras: enfrentamientos que tuvieron lugar entre los años 29 a.C. al 19 a.C. entre Roma y los pueblos Astures y Cántabros, que habitaban el norte de la Península Ibérica.


++++++ 

Una aclaración mía porque errar es humano y tengo muchos de ello :) Pues bien, en el capítulo anterior mencioné que Selene se quedaría sola porque Alejandro volvería al ejército en el mes de octubre, ya que los romanos iniciaban sus campañas en octubre y las terminaban en marzo. Aquí está el error de cálculo, me confundí ya que es al revés: el ejército romano iniciaba sus campañas en marzo y las finalizaba en octubre (ya lo corregí, no me digan nada jaja). Por lo tanto, hay una pequeña modificación en mi esquema y por tal motivo, los hermanos egipcios preferidos estarán unos capítulos más juntos, al menos hasta marzo *inserte risa malvada*

Solo eso, nos leemos la próxima.



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