Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

15: Eclipse solar


Isla de Sardegna, provincia romana. Ciudad de Palau, Cuartel de invierno; 28 de abril del año 24 a. C.


—No hice nada —dijo Domitio—. Por favor, necesita creerme, yo no hice nada —suplicó una vez más el hombre.

Era todo lo que había dicho durante todo el día, llevaba horas interrogándolo, pero no pudo sacarle otra cosa más que las mismas palabras de siempre: "yo no hice nada".

Aurelio era optio hace ya varios años. Había entrenado a varios aspirantes a legionarios y había administrado varios campamentos, pero nunca había visto algo así. Siempre había uno que otro problema, era lo normal en este estilo de vida, pero siempre eran problemas menores como que no calcularon bien la cantidad de comida y tenían que solicitar otro envío; o que sufrieron días con intensas lluvias y no todos los aspirantes pudieran entrenar porque no cabían en el espacio techado; pero nunca un intento de asesinato.

Y todavía no podía creerlo, pero Domitio estaba realmente complicado.

El día de ayer había amanecido con la noticia de que diez caballos estaban muertos. Al principio pensó que podía haberse infiltrado un enemigo, pero horas después, el médico confirmó que en base a lo que había observado, seguramente los caballos habían sido envenenados. Entonces, ordenó que todos los demás caballos sean revisados, pero obtuvo resultados negativos. Los otros animales no presentaban síntomas y parecían estar bien. Así que tenía que haber algo más, los diez caballos pertenecían a un mismo cubículo y estaban muertos, pero los demás equinos del establo estaban perfectamente. Mandó a revisar el cubículo.

Fue ahí cuando el médico aseguró que el agua era extraña y era tan obvio que era la única forma en que los animales murieron, todos bebieron del mismo recipiente y por eso, el resto de los caballos seguían vivos, ya que cada cubículo tenía su propio bebedero. De todos modos, se cambió el agua de todos.

Sus soldados también le comunicaron que habían encontrado fragmentos de una botella de vino dentro y fuera del bebedero. Lo más razonable era que ese recipiente contenía el veneno.

Ahora ya sabía el modo y la causa de muerte, pero seguía sin saber quién y el motivo que podía tener. Se hizo un rastrillaje completo en todo el campamento, no se encontraron intrusos, así que eso fue descartado. Dudaba que alguien haya salido y entrado sin ser visto, lo que dejaba otro punto claro: era alguien del interior.

El día fue horrible porque no encontró ninguna respuesta, el rumor de los caballos muertos y el envenenamiento había corrido por todo el lugar. Los aspirantes a legionarios susurraron sin parar sobre el tema y elaboraron las teorías más descabelladas, pero Aurelio sabía que el asesino se encontraba entre ellos.

Estaba a punto de enfrentarse a una noche sin dormir para intentar esclarecer el asunto, cuando alguien llamó en la entrada de su carpa, estaba agotado, pero Aurelio lo dejó pasar.

Se sorprendió al encontrarse cara a cara con el bisoño Alejandro, aunque ahora sabía que era el príncipe Alejandro Helios de Alejandría. Debía admitir que se sorprendió cuando el Legatus Manio Cornelio Escipión lo reveló, Aurelio sabía que el joven había llegado por una carta de recomendación del propio Emperador Augusto, pero creyó que se trataba del hijo de un noble amigo o algo así, nunca se imaginó que era el príncipe egipcio.

Al principio, el joven era uno de los peores aspirantes que habían llegado ese año, no tenía idea de nada, ni de como agarrar una espada, hacer una tienda o trabajos forzados. Aurelio supo enseguida que había sido criado entre lujos y nunca tuvo la necesidad de mover ni un músculo para conseguir algo, salvo ordenar a sus siervos para que lo hagan por él. Y también sabía que nunca lograría ingresar a las Legiones.

Entonces entendió la recomendación del Emperador, era un regalo al hijo de un amigo para que al menos tenga la oportunidad de intentarlo. Muchos jóvenes de la aristocracia eran obligados por sus padres a entrar al ejército para demostrar su valía y enorgullecerlos, otros lo hacían por tradición familiar aunque no tuvieran las aptitudes, como supone que le pasó a Spurio Domitio Severo. Pero, Alejandro, lo había sorprendido, era cierto que al inicio no sabía nada, pero mejoró. Prestaba atención y se esforzaba en cada práctica, estaba claro que no era el mejor, todavía le faltaba mucho. Sin embargo, no tenía dudas que formaría parte de los legionarios, ya que había logrado ganarse su lugar.

—¿Qué quieres muchacho? —dijo mientras intentaba no sonar tan cansado.

El joven no respondió al instante y eso, lo hizo levantar la vista de sus papeles. Parecía nervioso y un poco dubitativo, casi como si quisiera contar algo, pero no estaría seguro de que fuera lo mejor.

—Suéltalo, he tenido un día horrible y no quiero perder el tiempo con tonterías —mencionó con fastidio, al mismo tiempo que se frotaba los ojos en un intento de mantenerse despierto.

Alejandro cuadró los hombres y se paró más derecho y tenso.

—Es sobre los caballos —respondió con voz neutral.

Aurelio no parpadeó ni una sola vez mientras lo miraba sorprendido. No había esperado esto.

—¿Qué sabes? —interrogó con voz gélida y que demostraba que durante sus años de Legatus, había sido alguien que infundía respeto.

El egipcio no habló enseguida, sino que parecía evaluar al optio, Aurelio no podía creer su descaro. Pudo haber sido un príncipe al nacer, pero ahora ya no era nadie, incluso él, un Legatus retirado y convertido en optio y esperando su pronto retiro del ejército; era alguien más valioso en la escala social que el hijo de un traidor y una reina muerta.

Aurelio no se achicó ante su mirada, no tenía por qué hacerlo, sino que se la sostuvo y también se encargó de evaluarlo. Hubiera sido un gran faraón si su pueblo no hubiera sido derrotado, tenía algo que inspiraba precaución y demostraba su fortaleza de espíritu.

—Anoche estuve en los establos, quería alejarme de la celebración —comenzó Alejandro, Aurelio no emitió ningún juicio de valor, solo esperó—. Así que me fui ahí, no había ruido y tampoco personas, pero la tranquilidad duró poco —tragó saliva, estaba nervioso y se sentía culpable. Aurelio podía notar eso, también sabía que había visto algo y seguramente tenía un poco de miedo de hablar sobre ello—. Domitio Severo, mi compañero de carpa apareció, y... —calló durante unos segundos que parecieron eternos—, y me ofreció una botella de vino.

Aurelio abrió los ojos sorprendido, perdiendo cualquier fachada de tranquilidad que podía haber tenido. Spurio Domitio Severo era parte de la aristocracia romana, de una familia patricia con mucha historia y provenía de una línea de nobles que habían servido al ejército y lo llenaron de orgullo y honor.

—Me negué, no quería beber. Estaba harto de todas las burlas y maltratos durante los últimos días. Todos no hacían más que escupirme desde que se enteraron sobre mi origen, así que le dije que se fuera y me dejara solo, pero siguió insistiendo —respiró hondo, como si lo que siguiera a continuación sería catastrófico—. Me enojé, agarré la botella de vino que me ofrecía y la arrojé. Terminó dentro del agua para los caballos —miró al optio fijamente a los ojos—. No sabía que estaba envenenada, se lo juro por la madre Isis, pero cuando escuché los rumores, no pude quedarme callado.

Aurelio no cree en los dioses de los egipcios, pero el joven parece que les tiene una gran devoción. ¿Tendría una razón para mentir? Él sabe que sí, podría querer vengarse por todo lo que ha sufrido estos días. El optio no es ajeno a los maltratos y humillaciones que sufrió el aspirante a legionario que está frente a él, pero ¿es una razón suficiente? Además, fue todo el campamento que lo despreció, incluso Aurelio está seguro que Domitio nunca lo hizo, sino que siempre se acercó con amabilidad. Sin embargo, también pudo estar fingiendo solo para engañarlo y terminar asesinándolo.

El problema de todo esto, es que a pesar de su origen, Alejandro sigue siendo el sobrino del Emperador Augusto y, Domitio, pertenece a una de las familias más respetadas. Cualquier decisión a favor o en contra de alguno de los dos, va a traer consecuencias. No puede cometer errores.

—¿Estás consciente de la gravedad de tu acusación? —interrogó al egipcio.

—Sí —contestó sin dudar.

Aurelio suspiró derrotado, definitivamente sería una noche horrible.


Y lo fue. Miró a Domitio y el joven parecía al borde del llanto, así no parecía ser culpable. No obstante, aprendió que nunca hay que confiar en las apariencias, éstas siempre engañan.

—¿Tanto te disgustaba dormir en la misma carpa con un egipcio que intentaste matarlo? —interrogó con dureza.

Domitio lo miró horrorizado.

—¡No! Alejandro es mi mejor amigo, nunca intentaría matarlo —se ahogó con un sollozo—. Estoy diciendo la verdad, yo solo quería que se divirtiera porque desde que todos se enteraron sobre sus padres, lo han despreciado y él se alejó. Solo quería animarlo, ¡nunca lo mataría! —gritó desbordado por el llanto.

Esta situación solo le ocasionó un fuerte dolor de cabeza. Para él, los dos jóvenes estaban diciendo la verdad, sin embargo uno tenía que estar mintiendo. Solo que no sabía cuál.

—Lo siento —dijo de forma sincera, Domitio lo miró suplicante—, las pruebas me indican que cometiste un delito y como la Isla es una provincia romana, debo enviarte a Roma para que te juzgue el Tribunal público.

—No, espere, de verdad no sabía que el vino tenía veneno. Le suplico que me crea, si mi familia se entera de esto me repudiará y el Tribunal terminará expulsándome al extranjero —terminó suplicante.

—Lo siento, ya no puedo hacer nada más por ti —sonó duro, ese era su deber, aunque sentía pena por el muchacho.

Salió de la carpa dónde lo tenían como prisionero hasta que llegara la hora de marchar a Roma. Él lo intentó, ya que al estar al mando de todo el campamento, podía fungir como gobernador y hacerse cargo de los asuntos judiciales. Esto se debía porque si bien la Isla de Sardegna era una provincia romana, todavía la unificación era muy reciente, ya que hasta hace cinco años atrás, las revueltas eran demasiado fuertes. Como consecuencia, la Isla, todavía no tenía un gobernador*.

—¡Soy inocente! ¡Por favor, creame! —gritó Domitio mientras se largó a llorar.

Un día como hoy, odiaba ser quién era porque estaba seguro que había condenado a un joven al exilio**, solo deseaba que la familia lo salvara porque ya no estaba tan seguro de que fuera culpable.



Roma, capital del Imperio romano, 28 de abril del año 24 a.C.


La primavera por fin estaba haciendo acto de presencia, por lo tanto, Selene había pasado los últimos días en su jardín, se estaba encargando de sembrar las nuevas plantas y cuidar a las que comenzaban a brotar. Los geranios que había sembrado junto a Ptolomeo, estaban verdes otra vez, en el verano florecerían sin lugar a dudas.

Marcela la Menor miró a su hermana, sí, para ella Selene era más su hermana que la que llevaba su sangre. Desde la situación con el vendedor de telas, la joven se había encerrado en sí misma, estaba más callada y triste, y odiaba verla así.

—Cuando llegue el verano, estoy segura que todo quedará hermosos con todas las flores, igual que el año pasado —dijo con alegría mientras se acercaba a su amiga que estaba sacando unas malas hierbas.

Selene solo le dirigió una mirada y esbozó una patética sonrisa, como si lo estuviera intentando, pero sin resultados.

Marcela se enojó.

—Tienes que parar, no soporto verte así —expresó con enfado.

Selene elevó su rostro demasiado serio.

—Hace seis meses, según el calendario romano, que no tengo noticias de mi hermano y una vez que logro tener un poco de esperanza, la pierdo al instante. Discúlpame, pero no puedo estar feliz.

Marcela hizo una mueca, tal vez había sido demasiado dura.

—Lo entiendo —intentó más suave esta vez—, pero no sabemos si esa carta era de él...

—Era de él —la cortó Selene—. Puedo reconocer su letra en cualquier lugar, además estaba escrito en nuestra lengua —agregó, ella estaba segura de lo que decía.

Podía entender que tenía un punto, pero Marcela también lo tenía.

—¿Y sí alguien solo lo hizo para jugar contigo? —dijo casi como al pasar, pero ambas sabían que era una posibilidad.

Una posibilidad muy cruel, y si Selene la aceptaba, eso significaría que Alejandro nunca se había puesto en contacto con ella y tal vez, lo que más la asustaba y no la dejaba dormir durante las noches, era que si no se había contactado era porque estaba muerto.

No, ella no perdería la esperanza.

—La carta era de Alejandro y no pienso hablar más del tema —sentenció mientras volvió a su trabajo de arrancar hierbas, pero con mucha más dureza.

Marcela no insistió, sabía que hasta aquí podía presionar antes de pasar una línea que no deseaba.

—¿Has respondido la carta del rey Juba? —interrogó otra vez alegre. Era un cambio abrupto, pero necesitaba cambiarle el ánimo a su hermana.

Selene la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué carta? —contestó a cambio, aunque sabía muy bien a cuál se refería.

Marcela esbozó una sonrisa al notar como le seguía la corriente, por pequeño que sea, ya era una victoria para ella.

—La que te dio el rey, no te hagas la desentendida conmigo, que el otro día la vi entre tus cosas —replicó con todo juguetón.

Selene la descartó al poner los ojos en blanco y volver su atención a las plantas.

—No lo he hecho y no pienso hacerlo. Por mí, se puede quedar en su reino y no volver jamás —respondió.

No quería pensar en eso. Debía admitir que más de una vez sintió curiosidad por abrirla, pero lo descartó. Además, en estos seis meses, el rey tampoco había hecho el esfuerzo de ponerse en contacto con ella, así que seguramente ya se había buscado otra reina. Por ella estaba bien, más que bien.

Sin embargo, un recuerdo la asaltó, fue en este mismo jardín donde lo vio por primer vez y ella lo confundió con un esclavo. ¡Qué tonta había sido ese día!

—No seas así, tal vez está esperando que le respondas, ¡será tu futuro marido! —exclamó solo para generar algo en Selene.

La joven se puso de pie y enarcó una ceja hacia Marcela.

—¿Quieres que hablemos del tuyo? —respondió irónica. Marcela hizo un puchero al sentirse derrotada.

—Eres cruel —masculló.

Y Selene soltó una pequeña carcajada, Marcela ocultó la suya, había conseguido hacerla sonreír, eso había sido imposible estos últimos días.

—Vamos, ayúdame a regar las plantas —respondió, seguía triste, pero se sentía un poco mejor.

Esa misma noche, mientras volvía a leer y guardar la carta de su hermano, también notó la del rey, pero cerró el cajón.



Isla de Sardegna, provincia romana. Ciudad de Palau, Cuartel de invierno.


La noche se cirnió sobre el campamento de entrenamiento y cubrió con su manto oscuro todo el lugar.

Él avanzó con una tranquilidad que le dieron todos los años de experiencia y se acercó a Alejandro. El joven dormía mientras parecía desconocer todo el peligro que lo rodeaba, sonrió, así era más fácil para él.

Llevó sus manos al cuello del otro y apretó.

La falta de aire logró despertarlo. La desesperación lo invadió y boqueó intentando que el aire ingresara a sus pulmones, pero no funcionó. Recién cuando intentó librarse de las telas que lo cubrían, fue cuando notó que había alguien más. Y ese alguien lo estaba ahorcando. Alejandro luchó con más desesperación para soltarse, pataleó, intentó apartarlo con las manos, pero no funcionó. Tampoco encontró nada para poder defenderse y sintió como su vista se nublaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas al saber que este sería su final, hasta aquí había llegado.

Al ser un esclavo había aprendido a nunca tener un sueño muy profundo, siempre debía estar al borde de la conciencia en caso de que sus amos lo necesitaran. Y al tener una dueña como la que había tenido, aprendió a no dormir, a que cada pequeño sonido lo mantuviera alerta. Y los pasos fueron suficientes.

Se quedó quieto y escuchando, cuando fue consciente de lo que estaba ocurriendo, no lo dudo ni un segundo, Alair se levantó y se abalanzó sobre la figura que estaba ahorcando a Alejandro.

El lugar estaba demasiado oscuro y no se podía ver bien, pero se las arregló para enredarse en una lucha cuerpo a cuerpo con el otro sujeto. Rodaron por el piso, sin que ninguno logre tener el control sobre el otro, ya que Alair podía admitir que el otro era demasiado bueno, pero él debió luchar para sobrevivir, así que tampoco se quedaba atrás.

Escuchó al príncipe egipcio jadear mientras intentaba respirar, parecía que ya estaba recuperándose.

—¡Corre y busca al Optio! —gritó mientras forcejeaba con el extraño. Alejandro lo miraba desconcertado mientras se llevaba una mano al cuello—. ¡Corre y llama al Optio! ¡Maldita sea! —exclamó cuando recibió una patada demasiado fuerte en su estómago.

Alejandro pareció salir de su ensoñación y todavía tambaleándose, salió de la carpa para buscar ayuda.

Al salir, la carpa se abrió y permitió que entrara un poco de la luz lunar, Alair se quedó sin aliento.

—Lucano —susurró con incredulidad y asombro.

—Sorpresa —respondió engreído al mismo tiempo, que le propinaba un fuerte golpe en el ojo.



Aurelio salió de su carpa apenas vestido cuando Alejandro apareció en un estado parecido, mientras le pedía ayuda.

El joven se veía realmente mal, así que apenas tuvo tiempo de buscar su gladius y salió corriendo. Se olvidó de su dolor de rodilla, producto de una herida de batalla mal curada, y siguió a Alejandro. Éste lo condujo hasta su carpa y cuando ingresó, se sorprendió de ver a Lucano propinándole una paliza a Alair, los dos eran de los mejores aspirantes a legionario de este año.

—¡Deténganse ahora mismo! —gritó con su voz de mando.

Lucano obedeció y empezó a reír de una forma desquiciada, se apartó de Alair y se sentó en el suelo, mientras continuó riendo.

Alair se puso de pie, pero aún parecía un poco inestable al limpiarse la sangre de su nariz y boca, Aurelio supo que tendría grandes moretones dentro de unas horas.

—¿Qué está pasando aquí? Y espero que sea una muy buena explicación —volvió a ordenar, pero ninguno de los tres pareció hacerle caso.

Lucano detuvo un poco su desagradable risa y lo miró de una forma divertida. Alair estaba otra vez alerta y en posición de ataque.

—Supongo que me atraparon —dijo con gracia.

—Lucano, ¿qué...? —interrogó Alejandro, pero nunca terminó su pregunta.

Aurelio no entendía nada y nadie, parecía querer ponerlo al tanto de la situación.

—Ay, ay, ay, querido príncipe —parecía estar mofándose de ese título—. Realmente se viene la noche para ti —terminó todavía con ese tono divertido.

Alejandro cuadró sus hombros y endureció su mirada, ya no parecía un joven desconcertado sino que totalmente enfadado.

—¿Por qué? ¿Que tienen Domitio y tú contra mí? —preguntó con una frialdad envidiable. Aurelio se sorprendió.

Lucano volvió a reír demasiado fuerte y perturbador.

—Domitio solo fue un estúpido que utilicé para que no me atraparan, yo mismo le di la botella envenenada para que te la diera. El imbécil creyó que te llevaba vino —rió otra vez—. Es un pobre estúpido —y volvió a reír, Aurelio estaba comprendiendo la situación, él también se puso en posición de ataque. Ahora Lucano también lo miró divertido al captar su movimiento, pero luego se dirigió otra vez a Alejandro—. No es nada personal, principito, solo hago mi trabajo.

Aurelio sintió que su sangre se helaba. A lo largo de su vida y debido a estar en el ejército, siempre estuvo al tanto de la existencia de los mercenarios. Personas, generalmente de bajos recursos, que brindaban sus servicios para cualquier tipo de actividad ilegal; pero Lucano parecía demasiado joven para ser un asesino.

Alejandro apretó los labios, pero se contuvo de atacarlo, debía conservar la calma.

—¿Quién te pagó? —interrogó, Lucano solo esbozó una sonrisa—. ¡Quién te pagó! —gritó esta vez ya perdiendo los nervios.

Lucano sacó algo de sus ropas y todos se tensaron, pero no fue ninguna espada, solo un pequeño frasco de vidrio. En un abrir y cerrar de ojos, se lo bebió.

Todos se quedaron inusualmente quietos, hasta que el mercenario volvió a hablar.

—Podrán haberme atrapado, pero vendrán muchos después de mí —dijo con una sonrisa—. Estás en muchos problemas principito, te quieren muerto. Alguien muy importante quiere deshacerse de ti y rápido —emitió un jadeo adolorido y eso, pareció sacarlos a los tres de su quietud.

Alejandro avanzó y fue directamente contra Lucano.

—¡Quién! ¡Dime quién te lo ordenó! —gritó furioso—. ¡Porque juro que será lo último que hagas! ¡Haré de tu vida un infierno!

Siguió despotricando hasta que Aurelio se dio cuenta que no tenía sentido.

—¡Suficiente! —pronunció.

Él y Alair apartaron a Alejandro, quién todavía estaba notablemente fuera de sí.

—Ya no podemos hacer nada —mencionó con resignación.

Los tres miraron el cuerpo de Lucano que todavía se retorcía débilmente, mientras la sangre salía de su boca.

Él que hace seis meses atrás era el mejor aspirante a legionario, ahora yacía muerto en el suelo, luego de ingerir su propio veneno para no revelar sus secretos.

Hoy, habían intentado tapar al Sol para siempre y fallaron, pero nadie podía asegurar que mañana no volvería a ocurrir.



Aclaraciones:

*Quiero aclarar un poco este punto, desde los tiempos de la República, los crímenes cometidos se juzgaban en tribunales públicos de Roma, presididos por pretores. Pero en las provincias romanas (territorios conquistados y anexados al Imperio), la jurisdicción criminal era ejercida por el gobernador que actuaba con su consejo; sin embargo, no podía aplicar un castigo capital a un ciudadano romano, sino que tenía que remitirlo a Roma.

En cuanto a la Isla de Sardegna, realmente no sé si en el año 24 a.C. tenía un gobernador porque busqué pero no lo encontré. Empero, tuvo mucha resistencia por parte de sus habitantes (los sardos) y estuvieron cerca de un siglo combatiendo. Fue recién cerca del 29 a.C. que Roma logró dominarla completamente. Así que como la situación era muy reciente, me la imaginé como un territorio un poco inestable y como consecuencia, aún no tenía un gobernador. Por lo tanto, si alguien tiene información que mi suposición no es correcta, lo siento, pero en las advertencias puse que podía alterar algunas cosas para el desarrollo de la trama.

**Exilio: durante la República la pena de muerte había sido eliminada para los ciudadanos y, el Emperador Augusto mantuvo casi todas las leyes igual. En consecuencia, al cometer crímenes capitales, el mayor castigo que recibían los ciudadanos, era ser enviados al destierro a una ciudad extranjera, sin perder sus propiedades. Esto solo se aplica a ciudadanos romanos, los demás tenían otros castigos.



¡Casi dos meses después! Pero he regresado, aunque aviso que la universidad me tiene loca, así que hasta las vacaciones de julio no puedo prometer nada. Lo siento, recién el próximo mes estaré más libre, pero haré lo que pueda.

Se ha revelado quien intentaba matar a Alejandro, que para los que leyeron atentamente, ya había aparecido en el capítulo 11 cuando recibió la orden de asesinarlo. La duda es: ¿quién se lo ordenó? Pues para eso habrá que esperar. Alejandro se salvó esta vez, pero no es el único egipcio que queda vivo... mmm.... jajaja

¡Nos leemos la próxima! Espero que lo hayan disfrutado.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro