13: Secretos ya no tan secretos
Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 7 de abril del año 24 a.C.
Cepilló su rubio cabello, mientras se miraba en el espejo. Se veía hermosa y lo sabía, así que lo utilizaba a su favor.
Podía ver el rostro divertido de Tais a través del espejo.
—¿Qué te resulta tan gracioso? —interrogó entre molesta y curiosa.
Tais soltó una pequeña carcajada, se levantó de la cama donde había estado acostada y se acercó a su compañera.
—Tu tonta idea de que te casarás —dijo mientras tomaba el cepillo con sus manos y comenzaba a peinar ella misma a su compañera.
Tais era lo opuesto a Attis, donde la segunda era rubia, la primera tenía cabellos negros como la noche. Mientras Attis tenía ojos verdes, los de Tais eran como la tierra recién mojada después de una lluvia. Tais era descarada y no tenía pretensiones muy altas, solo conseguir la mayor comodidad de entre todo lo que le ofrecían; por el contrario, Attis era delicada y tenía un aire angelical, pero no se conformaría con poco, siempre aspiraría a más y si se lo negaban, lucharía con más fuerzas para obtenerlo.
Attis frunció el ceño y miró mal a su amiga.
—No es tonto, cuando Alejandro regrese nos casaremos y dejaré esta vida y seré una gran señora —respondió con arrogancia.
Tais resopló ante la estupidez que estaba escuchando. Ella sabía que Attis nunca conseguiría eso, ella nunca se casaría y sería una dama de sociedad. Era ridículo pensarlo. Era bonita, mucho más que el promedio con sus cabellos rubios y sus ojos verdes, pero era una prostituta y eso resumía todo.
Y tal vez, sí lograba casarse, pero nunca lo haría con un hombre como Alejandro. Un hombre guapo, joven y perteneciente a la alta sociedad. Podía ser considerado por muchos como un esclavo e hijo de un traidor, pero Alejandro seguía siendo de sangre noble. Sin omitir que ahora ya no era un príncipe pero era el hijo adoptivo de Octavia y sobrino del Emperador Augusto. Seguía perteneciendo a la alta sociedad después de todo. Era alguien inalcanzable para una mujer como Attis.
—Escúchame niña, Alejandro no ha contestado ninguna de tus cartas, ¿por qué crees que se casaría contigo? —intentó hacerla entrar en razón, lo mejor sería es que dejase esa tonta idea.
Attis se apartó y se puso de pie para enfrentarla.
—Alejandro me ama —comenzó con seguridad —. No contesta mis cartas porque no debe tener tiempo, estará entrenando y se convertirá en un gran general —terminó con petulancia.
Tais negó con la cabeza ante la ingenuidad de la chica más joven.
—Escribes cartas y más cartas, pero ni siquiera sabes dónde está realmente. Y te recuerdo algo importante, los legionarios suelen tener prohibido casarse, recién cuando cumplen con sus veinte años de servicio pueden formar una familia. ¿Estás dispuesta a esperarlo? O mejor dicho, ¿él te esperará? —inquirió de forma irónica.
Alejandro se estaba acostando con Attis porque la mujer era bella, pero Tais apostaría todo su dinero que a la hora de formar una familia, nunca elegiría a una mujer así, sino a alguien que le traiga beneficios, alguien "decente".
—Lo hará, me esperará. Además, estoy segura que logrará encontrar una forma de esquivar esa prohibición, es el sobrino del Emperador después de todo —dijo convencida de sus palabras.
Tais se había rendido, no conseguiría nada mientras seguía hablando. La chica estaba ciega.
—Te daré un consejo por si te interesa —comenzó Tais mientras volvía a acostarse sobre la cama—. Eres joven y bonita, aprovecha eso al máximo y consigue el favor de los hombres más ricos. Y deja tus sueños de matrimonio a un lado, solo conseguirás desilusión, todos los hombres corren detrás de un buen cuerpo pero luego ven uno mejor y te abandonan. ¿Quieres esa vida aburrida? Es mucho mejor ser la mujer por la que los hombres se pelean.
Attis estaba por contestarle que no le interesa su consejo, ella no moriría siendo una prostituta. Ella se convertiría en una gran señora algún día. Pero antes de hablar, Drimylos entró en la habitación de las dos mujeres.
—Espero que hayan terminado de limpiar todo el lugar y que se arreglen, dentro de unos minutos abriremos —dijo con autoridad y las dos asintieron.
Drimylos era un hombre que rondaba los cincuenta, de estatura mediana tirando hacia abajo, calvo y bastante panzón. Un hombre lejos de cualquier estereotipo de belleza. También era bastante repugnante y vulgar, pero era dueño del Burdel "Granadensis", uno de los mejores en la capital del Imperio y por lo tanto, era el dueño tanto de Attis como de Tais y de todas las mujeres que trabajaban ahí.
—Attis, esto llegó para ti —dijo el hombre mientras le extendía una pequeña caja—. Espero que sigas siendo una buena niña y no lo arruines. Estaré vigilándote —terminó el hombre serio, luego de mirarla con frialdad por unos segundos, se marchó.
Cuando las dos mujeres estuvieron otra vez solas, Tais corrió rápido con su amiga y no pudo evitar la curiosidad que sentía para descubrir que había en la caja. No era raro que los hombres más ricos enviaran regalos para las prostitutas de su preferencia en ese momento, pero esos regalos solo llegaban hasta que el hombre la viera como una novedad, luego se aburría y todo terminaba. Por eso, Tais le había aconsejado que se acercara a los hombres ricos, era la única oportunidad de obtener algo, ya que la mayoría del dinero que obtenían se lo llevaba Drimylos por ser el que estaba a cargo de ellas.
—¿Y qué es? ¿Es de Alejandro?—interrogó—. ¡Ábrelo ya mujer! —exclamó ansiosa.
Attis la ignoró y abrió lentamente la caja de madera, la cual estaba tallada con las más hermosas formas de flores. Tais jadeó cuando vio el brazalete, nunca había visto algo tan hermoso y brillante de tan cerca, solo en las mujeres patricias que se cruzaba en el mercado.
—¿Esas son perlas reales? ¿Y está hecho de oro? —interrogó totalmente sorprendida.
Quiso agarrarlo, pero Attis cerró rápidamente la caja y la colocó sobre el mostrador.
—No importa, lo devolveré cuando tenga la oportunidad —contestó seria la otra joven, mientras volvía a retocarse el cabello.
Tais la miró sin poderlo creer, definitivamente Attis no podía estar bien si devolvía una joya de ese valor.
—¿Estás loca verdad? ¿Tú sabes cuánto cuesta eso? Pues te lo diré: mucho, muchísimo. Nunca tendremos tanto dinero para comprarnos algo así. ¿Y tú piensas devolverlo? —preguntó casi enfadada.
Attis la miró molesta y sin dejarse manipular por todas las cosas que estaba diciendo su amiga.
—No me lo envía Alejandro, así que no me interesa. No corresponde que acepte regalos de hombres que no son mi futuro marido —dijo seria, al mismo tiempo que Tais soltaba una carcajada.
—¿No corresponde que aceptes regalos de hombres que no son tu futuro marido? Pero si te puedes acostar con ellos —dijo anonadada. Attis abrió la boca para protestar, pero no supo muy bien qué decir—. Abre los ojos niña, nadie le regala algo tan costoso a una prostituta, te lo aseguro, nadie. Y quieres despreciar la oportunidad de obtener más regalos de este hombre, solo porque crees que Alejandro volverá... ¿Y si no lo hace? Te quedarás sin nada y te morirás siendo una prostituta.
—Él volverá —dijo más como una mantra, pero ya no estaba tan segura.
Tais negó con la cabeza resignada.
—Haz lo que quieres, solo te aviso que te estás equivocando. Yo me voy a trabajar porque no tengo ningún hombre rico queriéndose acostar conmigo, solo pobres trabajadores.
Luego se marchó, dejando a Attis sola y pensativa. Ésta miró la caja una vez más, pero la terminó guardando. Algo con el Emperador Augusto sería imposible, ella esperaría a Alejandro.
Isla de Sardegna, provincia romana. Ciudad de Palau, Cuartel de invierno; 7 de abril del año 24 a.C.
El Legatus hablaba y hablaba, sobre el honor de pertenecer y ser un legionario, sobre dar la vida por el Imperio, sobre el valeroso Emperador y varias cosas más. Pero Alejandro no le prestaba atención, solo quería que la tortura termine.
¿Cuántos Legatus había en el Imperio Romano? ¿Mil? ¿Mil quinientos? No lo sabía con certeza, pero estaba seguro que eran muchos. Entonces, ¿cuántas posibilidades había que el mismo diablo sea el Legatus encargado de vigilar justo el campamento donde él se encontraba? Eran casi nulas, pero aparentemente sus dioses no lo estaban escuchando porque el mismísimo Manio Cornelio Escipión, Legatus de la Legio XIX Augusta Pia Fidelis, estaba parado a unos pies de distancia.
Todavía podía recordar sus burlas, la crueldad con la que había cortado el rostro de la mujer que los protegía, el odio que les profesaba y su maltrato constante. El rencor que sentía por ese hombre continuaba dentro suyo, pero debía contenerse. Estaba seguro que el propio Emperador Augusto lo había mandado para vigilarlo, pero no le daría el gusto de cometer algún error.
—Pero miren a quien nos trajo Isis* y Horus*, ¿así se llamaban tus dioses, no? —interrogó burlón el Legatus.
Alejandro se mordió la lengua para decir algo incorrecto. Sabía que el otro hombre solo quería enojarlo para tener algo en contra suyo, pero no le daría la satisfacción. Debía controlarse. No dijo nada.
—¿Qué sucede? ¿Perdiste tu altanería? —soltó como si fuera gracioso.
Alejandro permaneció en silencio.
—¿Hay algún problema, Legatus? —intervino el optio Aurelio.
El hombre parecía tenso seguramente sabiendo que si se producía algún incidente dentro del campamento que dirigía, su puesto corría peligro.
—Ninguno —dijo aún con una sonrisa en los labios—. Solo conversando con un viejo conocido.
Alejandro no hizo movimiento alguno. Dejó que todo se desarrollara.
—No sabía que se conocían —respondió Aurelio.
No era muy común que un Legatus con tanto renombre como lo era Manio Cornelio, tuviera conexión con un aspirante a legionario, salvo que ese joven sea de una familia patricia.
—Lo conozco desde que era un niño —dijo y luego miró a todos a su alrededor con sorpresa—. ¿No saben quién es? —dijo a nadie en particular, sino a todos los presentes—. ¿Se los ocultaste? —pronunció esta vez hacia Alejandro—. ¡Increíble! —soltó una carcajada.
Alejandro apretó los puños ante la impotencia que sentía. Nunca reveló quién era, no por vergüenza, él estaba orgulloso de su origen. Sino por una cuestión de seguridad, sabía que muchos romanos aún resentían hacia todos los egipcios y la guerra que había sucedido hace seis años atrás, todavía estaba muy presente. Entonces, él se calló. Pero debió suponer que Manio Cornelio no dejaría pasar la oportunidad de humillarlo.
—Pues les comunico que deberían arrodillarse porque están ante un príncipe —dijo en un tono divertido—. Nuestro querido Alejandro Helios es el hijo de la reina egipcia Cleopatra VII y del traidor romano, Marco Antonio el Triunviro, toda una joyita de la realeza.
El silencio se hizo en el lugar y Alejandro sentía una presión tremenda.
—Así que espero que lo estén tratando muy bien y sino, recíbanlo como un príncipe lo merece —terminó el Legatus.
Esto se volvería peor que los dominios del dios Anubis*.
Roma, Palacio del Emperador, 7 de abril del año 24 a.C.
Selene acarició el rostro dormido de Marcela la Menor y la miró con tristeza. Había llorado hasta dormirse, la joven necesitaba desahogarse porque ambas sabían que no había solución. ¿Cómo la ayudaría Selene a evitar su matrimonio, si ni siquiera podía escapar del suyo?
La tapó un poco mejor y se puso de pie, la dejaría descansar un poco y luego le avisaría a Octavia, seguramente su madre estaría preocupada. Pero Marcela también necesitaba un tiempo a solas para procesar lo que sería su futuro, su libertad se estaba agotando y eso no era fácil de asimilar.
Fue directo a donde había guardado la carta ante la aparición repentina de Marcela en su habitación, y la volvió a leer.
"Estoy bien. Pronto volveremos a vernos".
Mañana. Mañana iría a buscar a ese vendedor de telas y lo interrogaría. Ese hombre se la vendió y en ella estaba la carta de Alejandro. Así que tenía que saber algo. ¿Era un aliado o un enemigo? La letra era de su hermano, de eso estaba segura, pero de lo otro no. ¿Por qué le envió una carta a escondidas y no al Palacio? Una posibilidad era porque Alejandro podría tener miedo de que sea interceptada, ya que ambos sabían que dentro del Palacio no tenían a nadie de su lado. Y su hermano estaba ciento por ciento seguro que ahí estaba el asesino de Ptolomeo. Era lo más probable, pero eso significaría que confiaba demasiado en este vendedor y no entendía cómo o por qué. Pero ya obtendría respuestas.
Mañana sería el día.
PROHIBO LA COPIA PARCIAL Y/O TOTAL DE ESTA OBRA, ASÍ COMO TAMBIÉN LAS ADAPTACIONES.
TANTO LA HISTORIA COMO LOS PERSONAJES ME PERTENECEN, NO AL PLAGIO.
Aclaraciones:
*Isis: diosa griega conocida como la "gran diosa madre". Estaba vinculada a la magia, al misterio de la vida, de la muerte, protectora de los niños y las mujeres.
*Horus: dios egipcio vinculado con el cielo, la guerra y la caza. Se lo considera como el iniciador de la civilización egipcia. Además, creían que el faraón era la manifestación de Horus en la tierra.
*Anubis: dios egipcio asociado con la muerte y la vida después, era el guardián de las tumbas.
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