12: El mal está aquí
Isla de Sardegna, provincia romana. Ciudad de Palau, Cuartel de invierno; 7 de abril del año 24 a.C.
La mañana ya no estaba tranquila, el sol aún no había salido y la temperatura todavía era baja. Pero en el campamento comenzaban los movimientos y los ruidos de todos sus ocupantes que iniciaban un nuevo día. No había tiempo que perder, todos los aspirantes a legionario lo sabían, quedaban las últimas semanas de entrenamiento y la oportunidad de demostrar su valía para ganarse un lugar en el ejército. Cuando se cumplieran los seis meses, los optios* decidirán quiénes tenían el honor de entrar y quienes, debían volver a su hogar con la cabeza gacha y buscarse otro modo de vida.
—Escuché por ahí que hoy nos visitará un Legatus —mencionó Domitio Severo totalmente emocionado.
Spurio Domitio Severo era un joven perteneciente a las familias patricias de la sociedad romana, su padre y su abuelo llegaron a ser grandes Legatus que sirvieron al ejército romano. Así que desde su nacimiento su destino estaba marcado, tenía que igualar o superar a los dos integrantes de su familia.
La presión era bastante, pero a pesar de todo, el joven con un cabello pelirrojo, piel blanca y ojos azules demasiados grandes para su rostro, se mostraba bastante relajado. Su actitud no se debía a que tenía grandes dotes o por sobresalir en el manejo de cualquier arma, sino porque era bastante desinteresado. Debía ser un adulto responsable, pero todavía parecía un niño soñador.
—¿Y cómo puedes confiar en eso? —reprochó Lucano—. Antes de esparcir cualquier mentira deberías asegurarte de que sea cierto —terminó de mal humor.
Lucano era todo lo contrario a Domitio, un hombre serio y parco. También uno de los mejores en manejar el gladio, incluso en una ocasión, luchó a la par con el optio Aurelio, aunque finalmente fue vencido.
—Lo siento, solo escuché... —comenzó a responder abatido el pelirrojo.
—Ese es tu problema, escuchas demasiadas cosas pero no entrenas con la misma energía. Así solo avergonzaras a tu familia cuando no te conviertas en un legionario —escupió Lucano.
Domitio abrió los ojos sorprendido y su rostro se volvió rojo de la vergüenza, por lo que terminó agachando la cabeza mientras deseaba desaparecer.
Lucano solo hizo una mueca, terminó de prepararse y se marchó para comenzar con el entrenamiento, ya que la regla número uno era no llegar tarde. La carpa donde dormían se quedó en silencio, solo interrumpido por el ruido de la tela que hacían Alejandro y Alair mientras se vestían.
Los dos que habían permanecido callados durante la conversación se miraron al unísono, pero Alair terminó negando, él no se metería en estas rencillas, tenía cosas más importantes que hacer. Así que se acomodó la túnica y sin decir una sola palabra, salió directo al campo.
Alejandro suspiró derrotado, debió imaginarlo, Alair era el sujeto más solitario y reservado que conocía, él también lo era. Pero Alair era a un nivel extremo, casi como si tuviera miedo de algo. Entonces, resolver el problema quedaba en sus manos.
Los hombros de Domitio temblaron y Alejandro temió que comenzara a llorar, ahí sí que no sabía qué hacer.
—No le hagas caso —dijo mientras apoyaba la mano sobre el hombro del pelirrojo, el chico se sobresaltó un poco, pero no dijo nada y tampoco levantó la vista del suelo—, todos conocemos a Lucano y no es la persona más amable de todo el Imperio, así que no te sientas mal.
—Pero tiene razón, paso más tiempo escuchando sobre la vida de los demás que entrenando —respondió el joven con la voz entrecortada.
Alejandro se sintió incómodo, realmente no quería consolarlo si se largaba a llorar.
—¿Y qué tiene de malo? —interrogó, Domitio levantó el rostro y lo miró sorprendido. Alejandro continuó—. Soy un fiel creyente de que las personas deben hacer lo que las haga felices, así que tú sigue tu rumbo e ignóralo. Lucano no vivirá tu vida, sino la suya.
Domitio permaneció totalmente quieto por unos segundos y Alejandro temió haber dicho algo fuera de lugar, pero finalmente el pelirrojo sonrió como si hubiera ganado un gran premio.
—¡Gracias! Eres realmente increíble —expresó con su alegría habitual—. Realmente siempre pensé que eras un malhumorado como los otros dos y estaba triste porque me había tocado la peor carpa con los peores compañeros, pero ahora... ¡Te acabas de convertir en mi mejor amigo! —gritó eufórico y lo abrazó con fuerza.
Totalmente descolocado, Alejandro se quedó en su lugar y no se movió ni siquiera un milímetro.
—Desde ahora te prometo mejorar y poner más empeño para que los dos podamos convertirnos en legionarios —dijo con una sonrisa.
Luego salió corriendo de la carpa para ir al entrenamiento, pero se olvidó la mitad de sus armas.
—Estupendo —dijo Alejandro a la carpa vacía.
Al final Domitio tenía razón, un Legatus vendría a visitar el campamento para saber cómo iban las cosas. El pelirrojo había sonreído mientras miraba a la cara a Lucano, éste solo terminó haciendo una mueca como si no le importara.
Así que el optio Aurelio les había ordenado organizar y limpiar todo el campamento para que esté lo mejor posible. La visita de un Legatus podía ser buena o mala, generalmente venían a inspeccionar para asegurarse un buen funcionamiento y luego, se lo comunicaban al Emperador. Si llegaban a encontrar anomalías, los comandantes podían llegar a recibir grandes sanciones por parte del Emperador. El ejército era el orgullo de Roma, no debía mancharse por tonterías.
Alejandro fue a la armería a guardar las espadas que acababa de limpiar cuando lo vio. Alair estaba arrodillado en el suelo mientras lo limpiaba, sus sandalias se habían mojado con el agua jabonosa y por eso se las había quitado. La mayoría sabía que si arruinabas tu par de sandalias sería muy difícil conseguir otras, así que las cuidaban como si fueran oro puro. Entonces él entendía, se las quitó para preservarlas, pero al hacerlo reveló su gran secreto.
—Eres un esclavo —susurró entre sorprendido y horrorizado.
Los esclavos no podían ingresar al ejército y si uno era descubierto, sería asesinado.
Alair se tensó al instante, su espalda quedó completamente rígida y no se levantó de su posición arrodillado sobre el suelo durante unos segundos que parecieron eternos. Pero luego, con una rapidez sobrehumana, tenía a Alejandro con la espalda en la pared y acorralado por Alair de frente mientras una pequeña navaja se presionaba en su cuello expuesto.
—No dirás una palabra porque te juro que te rebano el cuello —siseó entre dientes—. Así que te recomiendo que tengas mucho cuidado con tus próximos movimientos.
Alejandro sabía que estaba en desventaja, sin armas, sin posibilidad de moverse o escapar, así que optó por relajarse y mostrarse lo más inofensivo posible.
—Vi el sello heráldico* en las plantas de tus pies —mencionó suavemente, tratando de que no sonara como una acusación, sino solo como un hecho, una revelación.
Alair se odió por ser tan descuidado. Había logrado lo inimaginado, escapó con vida de la casa de su amo, logró entrar al ejército, ser seleccionado y nadie lo descubrió. Los esclavos no podían ser legionarios ni soñar con quedar en las Tropas auxiliares, así que el hecho de que él haya entrado era todo un milagro.
Pasó las revisiones médicas sin sobresaltos, esto se debió principalmente a que todos estaban acostumbrados a que los esclavos llevaran collares con los nombres de sus dueños y si eran encontrados mientras escapaban, eran devueltos, pero Alair se había desecho de eso apenas puso un pie fuera de la propiedad. Pero su dueña había sido retorcida y malvada, así que no solo le había puesto un collar, sino que también había marcado la suela de sus pies con el escudo familiar en un intento de que no escape. Pero él había hecho frente al dolor y obligó a sus pies a moverse a pesar de que sentía como la piel se desgarraba y las heridas en carne viva se abrían otra vez.
Un punto a su favor fue que en el ejército no revisaron la suela de sus pies, ya que no tenía sentido, si un amo quería dejar su marca lo haría en un lugar visible para que el esclavo sea devuelto, pero su dueña había sido siempre tan excéntrica, en ese momento se alegró de eso.
Pero ahora había sido descubierto. Se había cuidado siempre, nunca se descalzó frente a otros, se alejó de todos y prefirió transitar su entrenamiento en soledad. Pero se descuidó, se confió demasiado y ahora pagaría el precio.
Pero el maldito soplón no la sacaría barato.
Agarró de los hombros a Alejandro y volvió a azotarlo contra la pared con más fuerza, el otro joven hizo una mueca de dolor.
—Si aprecias tu vida te quedarás callado, no dudes que no te mataré ya que no tengo nada que perder —dijo con desprecio y Alejandro no dudó ni por un segundo de sus dichos.
Si era descubierto sería ejecutado por los generales del ejército, así que estaba seguro que intentaría matarlo antes de morir, al menos se vengaría.
Pero Alejandro no ganaba nada, así que trató de apaciguarlo.
—Tranquilo, nunca pensé en delatarte, solo me tomaste por sorpresa —mencionó con calma.
Esto descolocó a Alair por unos segundos y el agarre sobre su cuerpo y la presión sobre su cuello se aflojaron, Alejandro podría haber usado ese momento para empujarlo y liberarse, pero esa no era su intención. Debía dejarle bien en claro que él no era una amenaza, no lo delataría.
Un grito solicitando a todos los aspirantes a legionarios sobresaltó a ambos, Alair iba a decir algo más, pero Aurelio los volvió a llamar. Sería tonto matarlo aquí, se estaría delatando el mismo.
—Te estaré vigilando —soltó con veneno.
Lo soltó y a punta de navaja, lo obligó a salir primero, lo siguió segundos después.
Roma, capital del Imperio romano, 7 de abril del año 24 a.C.
El mercado siempre estaba lleno, el número de habitantes en Roma iba en aumento cada día: esclavos, viajeros, campesinos buscando mejores opciones de trabajos y la lista seguía. Esto ocasionaba que haya más afluencia de personas por sus calles y obviamente, desorden.
A Selene no le gustaba mucho, pero la única excusa que tenía para poder salir del Palacio del Emperador era ir al mercado. Necesitaba despejarse, siempre encerrada en ese lugar, rodeada de enemigos que no dudarían en hacerla sufrir, y tan sola. Ptolomeo estaba muerto y no tenía noticias de Alejandro, ni siquiera una carta para saber cómo estaba. Los seis meses de entrenamiento estaban por terminarse en unas semanas y ella ni siquiera sabía si había logrado llegar al campamento.
Cada día era más angustiante, cada día se imaginaba todas las situaciones horribles que podría haber vivido, cada día intentaba ser más positiva y no dejarse llevar por la desesperación. Cada día fallaba.
Se quedó mirando un rato las telas que estaban frente a ella, eran bonitas tal vez debería comprarse algunas para distraerse, eso le habían dicho Octavia y Marcela la Menor, pero le costaba. Era imposible dejar de pensar en su hermano, debería odiarlo por dejarla sola, pero lo amaba demasiado. Era su gemelo, su sangre, la única familia que le quedaba, no podía perderlo a él también
De repente se sintió observada, volteó a los lados para asegurarse pero solo estaban los guardias que siempre la seguían a una distancia prudente. Sabía que los soldados no eran por seguridad, al Emperador Augusto realmente no le importaba su vida, sino más las apariencias y quedaría muy mal ante el Imperio si a su sobrina adoptiva algo malo le sucedía en la calle.
No eran los soldados, era alguien más. A pesar de que no podía ver a nadie, la sensación no se iba. El miedo y la angustia comenzaban a invadirla, la gente a su alrededor seguía caminando y no le prestaba atención, pero ella comenzaba a sentirse encerrada. Su piel se eriza y le recorre un escalofrío a pesar de estar en primavera.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —interrogó el vendedor.
Eso la devuelve a la realidad y mira al hombre que parece extranjero, está entrado en años y su piel es un poco oscura, pero su preocupación parece sincera. Mira de reojo a los guardias que parecen mucho más atentos a su persona y listos para atacar, si la mano en su gladio* es un signo suficiente.
Entonces, mira sus propias manos, están en un puño y apretando con fuerza la tela que antes había estado tocando. Eso seguramente llamó la atención del vendedor. Fuerza una sonrisa y mira al hombre tratando de parecer despreocupada.
—Sí, todo bien. Solo quiero llevarme esta tela —dijo mientras señalaba la tela que antes apretó con tanta fuerza.
El hombre no parece seguro, pero termina asintiendo y envuelve la tela.
—Sería un áureo* —pronunció el vendedor.
Selene asintió y sacó la moneda, pero luego se detuvo al percatarse de un error.
—La tela estaba marcada como dos áureos —dijo desconcertada. El hombre sonrió.
—Un regalo para tan bella joven —respondió con alegría.
Está por rechazarlo, pero algo en el rostro del extraño la hace callar y acepta agradecida. Regresa al Palacio poco tiempo después, la sensación de ser observada no la ha dejado del todo.
Cuando está en la soledad de su habitación, se dispone a guardar la tela que ha comprado para poder dársela a una de las sirvientas mañana para que comiencen a confeccionarle un vestido. Pero cuando la despliega, un pergamino enrollado de forma que quede bien pequeño, cae al suelo.
Lo toma en sus manos y se percata que está temblando, lo desenrolla rápidamente.
"Estoy bien. Pronto volveremos a vernos".
Es la letra de Alejandro. La letra de su hermano, significa que su hermano está vivo. La emoción la invade y siente la necesidad de llorar, pero se contiene cuando la puerta se abre de improviso. Gira hacia el invasor solo para ver a Marcela en un mar de lágrimas.
—¿Qué...? —intentó preguntar al verla así.
—Me arreglaron un matrimonio —dijo entre lágrimas—. Me obligarán a casarme, ayúdame por favor —suplicó desbastada.
Selene solamente atinó a abrazarla, no puede hacer otra cosa. Marcela estalla en un llanto desconsolador porque también sabe que no hay vuelta atrás. Solo es un sueño tonto pensar que podrá librarse de esta situación.
Isla de Sardegna, provincia romana. Ciudad de Palau, Cuartel de invierno; 7 de abril del año 24 a.C.
Se ordenaron en filas de veinte hombres, uno al lado de otro y luego otra fila idéntica atrás. Todos parados derechos y en orden, esperando la llegada del Legatus.
Los cascos de los caballos resonaron y de repente se vieron una docena de caballos apareciendo por la colina, la comitiva estaba aquí y se sentía la tensión en el aire.
Se detuvieron y el Legatus no esperó mucho para bajarse del caballo, fue recibido por los altos mandos del campamento.
Alejandro se tensó cuando lo vio, esto no podía estar pasando. Lo peor es que a su lado estaba Alair, decidido a no dejarlo ni a sol ni a sombra para evitar que hable.
Este sería un día maravilloso, si llegaba vivo hasta el final de la noche.
PROHIBO LA COPIA PARCIAL Y/O TOTAL DE ESTA OBRA, ASÍ COMO TAMBIÉN LAS ADAPTACIONES.
TANTO LA HISTORIA COMO LOS PERSONAJES ME PERTENECEN. NO AL PLAGIO.
ACLARACIONES:
*Optios: por las dudas repito, eran suboficiales romanos que podían tener muchas funciones, en este caso, está a cargo de una centuria durante el entrenamiento previo a ser legionarios.
*Sello heráldico: escudo que cada familia patricia tenía como emblema para distinguirse de otras.
*Gladio: por las dudas repito que era un tipo de espada.
*Áureo: por las dudas repito que era una moneda romana.
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