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03: Cesarión


Puerto de Berenice, costa occidental del Mar Rojo, 23 de agosto del año 30 a.C.


Cuando empezaron a perder las batallas y fue inevitable la llegada de Octaviano a Alejandría, su madre lo obligó a huir. Lo convenció que debía alejarse del foco de la guerra y luego regresar para recuperar su hogar, él sería el futuro faraón y tenía que conseguir alianzas.

Alejandría caería y él tenía que sobrevivir para recuperarla, pero no estaba de acuerdo. Cesarión sabía leer entre líneas a su madre, había sido su corregente desde edad muy temprana y entendía muy bien lo que no estaba diciendo. Ella, Marco Antonio y sus tres hermanos menores: Alejandro, Selene y Ptolomeo morirían, junto a la mayoría de su pueblo.

¿Eso era justo? ¿Qué él sobreviva solo por ser el futuro faraón y que el resto muera? Al principio pensó que sí, su madre le inculcó eso, los faraones eran dioses en la tierra y eran muchos más importantes que el resto. Fue por eso que abordó el barco que lo llevaría a India, directo a su salvación. Pero durante el viaje, dudas que nunca habían estado presentes, aparecieron en su mente.

—Los romanos ya están arrasando con Alejandría —dijo una mujer que parecía realmente horrorizada, mientras mantenía su vista puesta en un punto en la lejanía.

El barco en el que viajaba el príncipe heredero no era exclusivo, debido a la rapidez en la que debió abandonar el reino de su madre, no pudo abordar una de sus propias naves y debió irse en la primera que encontró. Y el primer navío fue uno que curiosamente estaba lleno de otros egipcios con alto poder adquisitivo que tuvieron la oportunidad de huir, ya que sabiendo que los romanos estaban muy cerca de la ciudad, tomaron la mayoría de sus riquezas y pusieron un río de por medio.

Cesarión no podía culparlos, él estaba haciendo lo mismo, pero le daba bronca que a la primera complicación abandonaran a su madre. Igual que él, se recordó.

El príncipe dirigió su vista al mismo lugar donde la mujer miraba asustada y con lágrimas en los ojos, y deseó nunca haberlo hecho.

Colinas de humo negro se visualizaban a la distancia, paredones con ese tóxico aire que salían del mismo lugar donde se supone que estaba Alejandría, la capital del reino de su madre. Cesarión sintió como todo su mundo se derrumbaba al darse cuenta que los romanos al mando de Octaviano, estaban quemando la ciudad que lo adoptó cuando huyó de Roma tras la muerte de su padre.

Se puso de pie, dispuesto a decirle al capitán que diera la vuelta para regresar, pero una mano de Rhodon lo sujetó y lo hizo sentarse otra vez.

—No es el momento —dijo su tutor en voz baja y calmada.

Ambos estaban viajando de incógnito, no podían correr el riesgo de que alguien los descubra y los delate. Si caían en manos enemigas, todo lo que había ideado su madre sería tirado a la basura, su familia y su gente habrían muerto para nada.

—Necesito regresar, los están matando y no puedo permitirlo —suplicó casi al borde del llanto.

Rhodon había sido su tutor desde que lo recordaba, el hombre entrado en años, había sido un gran amigo de su padre y se le había encomendado su educación. Le enseñó todo lo que tenía que saber sobre la gran Roma, desde temas políticos, pasando por la economía, la historia, la arquitectura hasta las artes. Lo preparaba para ser un gran político y futuro sucesor de su padre. Pero todo se acabó cuando asesinaron a Julio César y como su padre nunca lo había reconocido oficialmente, nadie lo apoyó en su ascenso al poder, sino que se convirtió en alguien peligroso para todos lo que aspiraban a ese lugar. Así que su madre tuvo que dejar Roma y regresar a Alejandría para protegerlo y protegerse ella misma.

Rhodon decidió acompañarlos, a pesar de ser un respetado ciudadano romano, dejó todo para seguir educando a Cesarión. Cleopatra se lo agradeció y como había sido siempre, cuando Cesarión debió huir otra vez, su madre le pidió a su tutor que lo acompañe, lo cuide y lo guíe en su nuevo camino.

—Sabías que esto pasaría —dijo el hombre y Cesarión se mordió la lengua porque era cierto. —Todos se están sacrificando para protegerte, no lo desperdicies solo por un arranque de impulsividad —mencionó de forma severa, ya que siempre había insistido en que aprenda a controlar sus emociones. —No serviría de nada que regreses, sería tonto e inútil. Ellos no tienen salvación, tú sí.

El hombre no volvió a hablar y Cesarión trató de no mirar más hacia la esplendorosa ciudad en la que pasó los últimos años de su vida, pero el dolor era fuerte y él nunca fue muy inteligente para tomar las mejores decisiones.



No pudieron avanzar mucho más lejos, ya que el navío en el que viajaban sufrió un desperfecto y tuvieron que atrancar en el puerto más cercano para repararlo.

La isla era pequeña y casi deshabitada, Cesarión ni sabía cuál era su nombre aunque pasó como tres días ahí. Tampoco podían estar muy lejos de Egipto ya que ni siquiera había transcurrido una semana desde su huida de la ciudad, así que estaban en un territorio desconocido pero no lo suficiente alejados del peligro que representaban los romanos.

Debían hacer algo, no podían seguir esperando.

—¿Nos vamos a quedar mucho tiempo en este lugar? —interrogó el príncipe a su tutor al anochecer del cuarto día.

Rhodon había estado extraño, distante y pensativo desde el día de ayer y Cesarión no sabía por qué. Además, eso lo hacía ponerse nervioso, su tutor siempre había tenido la palabra justa en el momento indicado para calmarlo, y en este momento, él también parecía perdido y desconcertado. No le daba seguridad al príncipe.

—Estuve pensando y creo que lo más conveniente sería que zarpemos mañana antes del amanecer.

Miró al hombre mayor esperando que se explayara más en la idea, pero Rhodon no dijo otra cosa.

—¿A dónde? —preguntó ante la duda.

Lo más conveniente era seguir hacia India, pero no había nadie que los pudiera llevar, por eso seguían esperando que terminen el barco en el que habían venido.

Rhodon lo miró nervioso y Cesarión sabía que algo malo tenía que estar pasando.

—¿A dónde? —volvió a cuestionar ya un poco más severo.

Rhodon suspiró derrotado.

—Debemos volver a Alejandría —dijo intentando recuperar la calma.

Cesarión se tensó al instante y se levantó de golpe, negando con la cabeza.

—¿Estás loco? Acabamos de huir de ahí, si regreso el Emperador romano va a matarme —dijo comenzando a enojarse.

Rhodon intentó calmarlo, necesitaba que el joven lo escuche, no que se vuelva loco.

—Desde hace dos días que estoy viendo como los barcos romanos se están acercando —empezó a relatar el tutor. —A nuestro navío no lo arreglarán pronto, y los hombres del Emperador Octaviano terminarán atrapándonos antes de que logremos pisar India —se quedó en silencio unos segundos, casi esperando una respuesta del príncipe, pero no la obtuvo así que continuó. —Lo más conveniente sería presentarnos voluntariamente ante Octaviano, si ve nuestra buena predisposición y le brindamos nuestra lealtad, nos dejará vivir. Sino, ya podemos considerarnos cadáveres.

Cesarión odiaba esta situación, su madre había hecho todo para mantenerlo con vida, ya que era la última esperanza para su pueblo, él reuniría un ejército y volvería para recuperar Alejandría en un futuro.

Pero ahora, esos planes parecían tan lejanos e imposibles. Rhodon le estaba asegurando que serían atrapados, que a más tardar en un día o dos, los romanos estarían pisando la isla donde se encontraban, y ya nada tendría sentido. Todo plan sería inútil.

La única forma de seguir con vida era mostrando sus respetos al Emperador romano y luego, armaría una revolución en las sombras, justo bajo la nariz de toda Roma y de Octaviano. Se burlaría en sus caras y le devolvería toda la gloria a la ciudad de su madre.

—Volvamos —contestó el príncipe con la frente en alto.



Nada había salido bien, apenas pisaron las costas del Puerto de Berenice, un escuadrón romano estuvo ahí para apresarlos. A Cesarión lo hicieron poner de rodillas, mientras el Emperador se situaba frente suyo y sonreía burlón.

—Definitivamente, no sacaste la inteligencia de ninguno de tus dos padres, pero ni siquiera un poco —dijo Octaviano mientras se reía de lo estúpido que era el joven mitad romano y mitad egipcio.

En un pasado, ese niño había sido un estorbo en su ascenso al poder, pero se había encargado de correrlo. Y paradójicamente, en el presente lo volvía a tener arrodillado ante sus pies. El único hijo de la reina Cleopatra VII y Julio César, aunque éste último nunca lo reconoció abiertamente. Sería algo así como su hermanastro y por eso lo odiaba, Julio César lo había adoptado y lo había hecho su heredero, pero Cesarión era su sangre y siempre temió que le pudiera arrebatar el trono, ya que el príncipe egipcio también era romano por haber nacido y pasado sus primeros años en esa ciudad, aunque no tenía la ciudadanía oficialmente. Y no podía olvidarse, que durante la guerra civil posterior a la muerte del Dictador, hubo un sector que quiso coronar como gobernador de la República a Cesarión, solo por ser hijo de Julio César.

Al día de hoy, luego de asumir Octaviano, él mismo se había encargado de asesinar a cada uno de sus oponentes. Con suerte, sus cuerpos descansaban en una tumba con su nombre.

—No hables de mis padres —siseó enfadado.

Ante el tono de desafío, los soldados romanos hicieron más presión en su agarre y Cesarión apretó los dientes ante el dolor.

—Puedo hablar como quiera, los dos están muertos —dijo con alegría.

Cesarión se tensó. Era una posibilidad y casi una verdad que su madre no sobreviviría, pero la esperanza era lo último que se perdía.

El primer Emperador de Roma vio su dolor ante la confirmación del fallecimiento de la reina egipcia, y decidió seguir metiendo el dedo en la llaga.

—Tu madre, la gran reina Cleopatra VII fue una cobarde —el príncipe lo miró con odio. —Y también demasiado orgullosa, prefirió suicidarse antes de caer en mis manos y tener que sufrir el mismo destino humillante que su hermana Arsínoe. ¿Recuerdas a tu tía, no? —interrogó de forma irónica. —Seguramente no, ya que tu madre se encargó de asesinarla hace ya una década. ¡Qué bonita familia tienes! —expresó mientras se echaba a reír, los demás soldados lo acompañaron.

—¡No tienes autoridad para hablar de ellos! —gritó sobre las burlas.

Octaviano hizo callar al resto.

—En eso te equivocas, tengo todo el derecho porque ahora Alejandría y todo Egipto es una provincia romana, y yo soy su Emperador.

Cesarión quiso levantarse y comenzar a golpearlo, pero los soldados lo sostenían con demasiada fuerza.

—Te voy a matar —dijo enfurecido.

Octaviano lo miró divertido. Le resultaba gracioso como un príncipe que tenía todo un futuro por delante, ahora había caído en desgracia y ya estaba muy cerca de su final.

—No, príncipe fugitivo, serás tú quien muera por mis manos y en este mismo lugar.

Acto seguido, los romanos estiraron sus brazos hasta que le dolió, pero no presionaron más. Otro, que estaba atrás suyo, sostuvo su cabeza firme y con la vista en el Emperador.

—¿Por qué volviste? Hubieras tenido éxito en tu huida y te habrías salvado, pero regresaste. Definitivamente, no eres igual de inteligente que tus progenitores.

Cesarión ante la pregunta del romano, desvió la vista en busca de su tutor, pero Rhodon no estaba. Temió por lo que le podría haber pasado.

—¿Estás buscando a tu tutor? —preguntó con sorna. —¿Todavía confías con él? —Cesarión lo miró confundido, Octaviano se echó a reír al comprender. —Eres un estúpido, con razón tu padre nunca te reconoció.

Eso enfureció a Cesarión. Vivió toda su vida a la sombra de su madre y con el fantasma de su padre. Un padre que no recuerda pero aún así lo marcó para siempre. Fue el único hijo varón de Julio César, pero éste nunca terminó de aceptarlo como su heredero sino que adoptó a otro y lo eligió como su sucesor. Y ese mismo, ahora estaba a punto de matarlo.

—¿Sabes que Rhodon te traicionó, verdad?

El joven abrió los ojos sorprendido y buscó más desesperado a su tutor entre todos los romanos presentes, pero el hombre no estaba. No podía ser posible, no podía, se lo repetía una y otra vez, mientras escuchaba las burlas y carcajadas del bando enemigo.

—Pobre niño, confió su vida a un romano y éste mismo le dio la pala para cavarse su propia tumba —dijo con gracia el Emperador. —Y ahora yo te tiraré la tierra para sepultarte —terminó soberbio.

Cuando aceptó su derrota, fue el momento en que apareció la persona que se había convertido en una figura paterna, el hombre que le enseñó todo lo que sabía y lo cuidó de todos los peligros, solo para terminar entregándolo a su asesino.

—Maldigo el día en que te conocí, pero te juro que Serapis todo lo ve y su ira caerá sobre ti —dijo sabiendo muy bien que su dios protector, el cual cuidaba de Alejandría desde hace siglos, cumpliría con su tan ansiada venganza.

El Emperador Octaviano rio ante los dichos del príncipe, pero éste no le prestó atención, solo se concentró en el hombre que lo había entregado en bandeja de plata al nuevo dictador romano.

—Tus dioses no existen —dijo Rhodon tomando la palabra por primera vez. —Parece que perdí mi tiempo enseñándote —mencionó resignado.

—¡Eres un desgraciado! —gritó ofuscado. Intentó ponerse de pie otra vez, pero fue golpeado en el rostro por uno de sus captores y terminó en el suelo otra vez. —¿Por qué? —preguntó casi de forma suplicante. —¿Por qué me hiciste esto? —volvió a repetir.

Rhodon miró fijamente al joven que había educado durante casi quince años. Al principio, durante los años que vivieron en Roma, pensó que tenía un futuro brillante. El niño era el hijo del gran Julio César, de su mejor amigo y de un hombre inteligente. Pero luego perdió la esperanza. Con el paso del tiempo, Ptolomeo XV Filópator Filómetor César o más conocido como Cesarión, demostró que no había heredado ninguna de las habilidades de sus padres, el joven era inseguro, poco pensador, nada estratégico y débil emocionalmente.

Su madre, la famosa Cleopatra VII también lo notó, a ella nada se le escapaba, por eso siempre lo nombró regente junto a ella, y Rhodon apostaba su vida que cuando llegara el momento, lo sacaría y pondría a uno de los gemelos. Esos niños sí tenían en los ojos un brillo interesante, ellos serían dignos sucesores de su madre.

Pero Cesarión siempre fue un simple títere.

—Odié dejar Roma, pero en ese momento, era el mejor amigo de Julio César y su leal seguidor, sus asesinos me buscarían a mí y correría el mismo final —comenzó a relatar. —Mi única oportunidad fue huir junto a tu madre como tu tutor. Aquí en Egipto encontré la protección que no hubiera tenido allí, pero nunca me gustó —dijo con desprecio. —Estar bajo el gobierno de una mujer déspota que se creía superior. Siempre intentando superar a Roma y declararle la guerra, solo con la idea de trasladar la capital a la insulsa ciudad de Alejandría. ¡El Imperio Romano es mucho más grande que esa tonta ciudad! —gritó totalmente enojado.

Octaviano permaneció al margen, no le interesaba intervenir en esta conversación, solo esperaba que no se alargara demasiado, ya que debía alcanzar a la caravana que había salido hace unos días con todos los prisioneros.

—Al saber que el Emperador se acercaba a Alejandría para apoderarse de ella, supe que tenía una segunda oportunidad en mi vida. Lo contacté y le ofrecí mi lealtad —continuó hablando Rhodon. —Me contestó que si te entregaba, él me perdonaría —miró a Octaviano para asegurarse y al mismo tiempo, recordarle silenciosamente el trato. El otro hombre asintió. —Acepté, pero sabía que debía alejarte del control de tu madre y aproveché cuando ella decidió mandarte a India para protegerte. Irónicamente, esa fue tu sentencia de muerte, lejos de Cleopatra te volviste vulnerable y dependiente de mí —mencionó casi jactándose. —Luego, fue demasiado fácil engañarte, siempre fuiste un títere que necesitaba que los demás le dijeran qué hacer.

Cesarión odió admitir que era cierto. Durante esos días en la isla, sin la orientación de Rhodon, estaba demasiado nervioso y desorientado. Y cuando éste le propuso volver a Alejandría, aunque sabía que era una locura, no tardó ni cinco minutos en aceptar. Rhodon le dio una balsa de donde sostenerse ante el naufragio, pero no vigiló a que lugar lo conducía. No vio la telaraña de engaños y traiciones que se tejía detrás suyo, y después fue demasiado tarde.

Ahora entendía porque su madre nunca le confió grandes responsabilidades, era simplemente un inepto, alguien que los demás usaban para sus propios intereses. El tipo de persona que siempre viviría a la sombra de los demás.

Ya no importaba lo que le dijera al tutor traidor, no gastaría palabras si al final ya estaba condenado. Le hubiera gustado disfrutar un poco más la vida, conocer a alguien que haga a su corazón acelerarse, presenciar una primavera más y poder tocar la nieve, pero sus oportunidades se habían terminado.

—¿Cuándo terminarás con esto? —dijo al Emperador ya sin fuerzas.

El receptor de la pregunta sonrió.

—Pronto, no te preocupes. Me hubiera gustado otro destino para ti, te tenía algo grande reservado junto a tu madre, pero ella se suicidó junto al traidor de Marco Antonio. Debo reconocer que éste me engañó, fingió su muerte en la batalla de Accio y yo le creí. Solo para descubrir que seguía vivo y terminó suicidándose junto a Cleopatra. Los bellos y trágicos amantes —mencionó dramáticamente, pero solo se estaba burlando. —Pero bueno, serán tus pequeños hermanos quienes conocerán mi misericordia —terminó con una sonrisa.

—¡No te atrevas a dañ...!

"Dañarlos" era la palabra que todos creyeron que iba a decir, pero Octaviano no quiso que la terminara. Y antes de darse cuenta, el cuerpo del joven Cesarión cayó inerte sobre la arena, y su cabeza rodaba a varios metros de distancia, mientras que la espada del soldado encargado de rebanarle el cuello, aún goteaba la sangre con la que se había manchado.

—Junten la cabeza, la llevaremos como trofeo a Roma —dijo el Emperador mirando con asco el cuerpo de su enemigo.

—¿Y con el cuerpo señor? —interrogó el soldado asesino.

—Tirenlo al mar para que se lo coman los peces o déjenlo ahí y que sea alimento de cualquier animal que habite en esta zona. Me da igual —terminó de decir para luego montarse en su caballo y marcharse.

Debía darse prisa para alcanzar la caravana principal, pero sabía que el regadero de cuerpos egipcios le servirían de guía.

—Aquí tienes —mencionó otro guardia que se acercó al ex tutor.

Rhodon tomó entre sus manos la bolsa que le entregaban, solo para constatar que habían cumplido con el trato: mil monedas de oro ya eran suyas.

Miró una vez más lo que quedaba del príncipe que había jurado proteger y solo rogó que a él nunca le tocara ese final.

Sintió un poco de pena por el niño, según las creencias de los egipcios, su ba y ka nunca se unirían en el Más allá. Ni estando muerto podría descansar. Su cuerpo siempre estaría dividido entre las ciudades de Roma y Alejandría, como su esencia y origen lo habían marcado desde su nacimiento.



¡Amores, ya les traje el tercer capítulo! Hemos sido testigos del trágico final del príncipe Cesarión, el único hijo fruto de la relación entre Cleopatra y Julio César.

¿Odian a Rhodon? La traición y la ambición corren por su sangre, veremos que pasa con él, o mejor dicho ¿qué quieren que pase con él?

Ahora queda esperar lo que sucederá con los hijos de Cleopatra y Marco Antonio... ¿qué creen que tenga preparado el Emperador para ellos? No creo que sea bonito... no diré más.


Aclaración: Históricamente se sabe que Marco Antonio después de abandonar su ejército a su suerte y perder en la batalla de Accio, se entera que Cleopatra se había suicidado, aunque era una noticia falsa, entonces él decide terminar con su vida arrojándose sobre su espada. Fue llevado aún con vida ante Cleopatra y murió en sus brazos, fue ahí cuando estando acorralada por Octaviano, Cleopatra se mata.

Yo decidí tomarme la libertad de cambiar esto un poco, hice que ese suicidio de Marco Antonio después de la batalla de Accio, sea un engaño para Octaviano, quién lo creyó. Finalmente, los dos amantes deciden suicidarse juntos. ¿Por qué lo cambié? Porque este engaño será importante para el futuro desarrollo de la historia, ya que dejará una secuela en la seguridad del Emperador. Solo esperen.


PROHIBO LA COPIA PARCIAL O COMPLETA DE ESTA OBRA, ASÍ COMO TAMBIÉN LAS ADAPTACIONES. USA TU PROPIA IMAGINACIÓN Y CREATIVIDAD, NO LA DE OTROS.

LA HISTORIA ES MÍA. NO AL PLAGIO.


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