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01: La última gloria de un padre


Alejandría, 12 de agosto del año 30 a.C.

Podía escuchar los gritos, el choque de espadas y los cascos de los caballos que se acercaban. Estaban hundidos en un completo caos, pero no por eso dejó de correr.

Su madre sostenía con fuerza su mano mientras los arrastraba por el palacio, mientras ella agarraba la mano de su hermano. Ninguno podía soltarse sino se perderían en esa marea de sirvientes y nobles que también corrían para poder encontrar un refugio seguro. Atravesaron la Ventana de las Apariciones* y fueron directo al sector donde se encontraban las habitaciones reales.

—Quiero que se queden aquí, no importa lo que suceda afuera —dijo su madre cuando los metió en la primera habitación que encontraron.

—¿Qué está pasando? —Selene preguntó temerosa. El alboroto era cada vez mayor.

—Personas malas han venido para hacernos daño, por eso es importante que no salgan de aquí —le respondió a su única hija.

—¿Dónde está Cesarión? ¿Él vendrá a protegernos? —cuestionó Alejandro a su madre. Ella se notaba nerviosa y angustiada.

Miró a sus dos hijos mayores, quiénes apenas tenían diez años y aún no conocían la maldad de los hombres, pero se enfrentarían a ella.

—No, tu hermano no vendrá. Tuvo que irse a un lugar muy lejos, pero cuando tenga un gran ejército regresará para rescatarlos, por eso deben esconderse hasta que llegue. —Ambos niños asintieron.

No quería mentirles a sus hijos, pero era mejor si guardaban la esperanza de que todo saldría bien, aunque fuera mentira. Su primer hijo, Cesarión, no vendría, ella se había encargado de ponerlo a salvo en un navío directo a la India. Era su heredero y lo necesitaba vivo para una futura rebelión.

—Cuídalo —entregó a Ptolomeo Filadelfo a su hermana Selene, el niño que apenas tenía tres años, comenzó a llorar al separarse de los brazos de su madre.

—Mamá, no nos dejes —suplicó la niña, pero abrazó con fuerza a su hermanito quién continuó llorando.

—Tú, ven aquí —dijo su madre a una sirviente que cruzó corriendo. Ella dudó, había terror en sus ojos, pero ante la mirada fría de la reina, terminó acercándose. —Serás la encargada de cuidar a mis hijos, si algo les pasa, me encargaré que la furia de los dioses caiga sobre ti—. La pobre mujer asintió.

Todos estaban a punto de ser masacrados por los romanos, pero la joven aún temía a su reina y a los dioses.

—Es hora de irnos —pronunció un hombre parado en la puerta.

Los niños reconocieron a su padre, un hombre que aún parecía intimidante, a pesar de que el paso de los años comenzaban a notarse en su rostro y cabello. Pero no podía ocultar el miedo de sus ojos y su postura tensa.

Le dio un beso a cada uno de sus hijos y los miró con dulzura.

—Los amo, nunca lo olviden —y sin mirar atrás y haciendo oídos sordos a las súplicas de sus hijos, se marchó.

Cuando cerró la habitación donde se encontraban los niños, Marco Antonio volvió a encararla.

—Debemos darnos prisa, Octaviano* ya entró a la ciudad y en poco tiempo estará aquí —le dijo entre molesto y temeroso.

—Lo sé —le contestó tajante. —Pero quería despedirme de mis hijos y decirles que los amo.

Marco Antonio asintió. También eran sus hijos, pero él no les tenía un cariño especial, ya que apenas hace poco los había reconocido como suyos. Además, tenía otros de matrimonios anteriores y tampoco significaban mucho para él.

—Vamos —volvió a insistir, pero mucho más suave y calmado.

Ella miró una vez más la puerta cerrada y siguió a su pareja, esa sería la última vez que los vería con vida.



Los gritos se hicieron más fuertes cuando los enemigos entraron al Palacio, ellos se encontraban en una esquina de la habitación, intentando esconderse. La sirviente los abrazó con fuerza cuando las botas de los invasores resonaron por el pasillo.

Selene no la conocía, nunca la había visto, no era una de las que atendía a su madre, así que seguro tenía que estar en un escalón más bajo de servidumbre. Tal vez era una cocinera o una que limpiaba, ya no importaba.

La puerta se abrió de un solo golpe, la chica gritó aterrorizada pero apretó con más fuerza a los tres hermanos. Ptolomeo estalló con un llanto desconsolado.

Fue cuestión de segundos para que los encontraran.

La joven sirviente fue tomada de la peluca, pero cuando ésta se salió, la tomaron de los brazos con una fuerza animal. Ella lloraba y suplicaba clemencia. Alejandro agarró su mano y Selene acercó a Ptolomeo a su pecho, como si eso los protegiera del peligro.

—Miren lo que tenemos aquí. —El soldado le pegó una patada en el estómago a la mujer. Selene sintió pena de ella —¿Y éstos quiénes son? —interrogó al darse cuenta de los niños —¡Te pregunté quiénes son! —gritó enojado y volvió a golpear a la mujer.

Ella continuó llorando. El soldado la tomó del rostro e hizo que mirara a los tres hermanos que seguían acurrucados en la esquina.

—¿Quiénes son? —volvió a repetir.

—Mis hijos —le contestó y Selene admiró la valentía y fidelidad de la mujer, aunque podría decirse que todavía era una niña. ¿Cuánto tendría? ¿14? ¿15?

Pero el soldado seguía enojándose al no obtener una respuesta, ya que la sirviente le contestó en egipcio y el soldado solo hablaba latín, así que ninguno se entendía. Él le pegó una trompada y la mandó otra vez al suelo.

—Agarren a los niños, por su ropa parece que son de alta sociedad, se los llevaremos al Emperador Octaviano y que él decida —dijo el soldado al resto de los uniformados que los acompañaba.

—¿Y con la mujer que haremos? —le consultó otro. El primer soldado sonrió con maldad.

—Pagará la consecuencias por no responderme en mi idioma —sacó su espada y se acercó a la aterrorizada mujer —Aprenderá a contestarme siempre.

Acto seguido comenzó a cortarle el rostro a la pobre joven, quién lanzaba gritos de dolor. Los tres príncipes solo cerraron los ojos y lloraron.

¿Dónde estaba su madre?



Alejandro quiso resistirse, pero solo era un niño frente a soldados preparados y curtidos por las guerras. Selene permaneció quieta mientras los arrastraban otra vez por el Palacio, solo podía frotar la espalda de su hermano menor en un vano intento de calmarlo.

Si dentro del Palacio tuvieron la mala suerte de ver los cuerpos de varias personas que no lograron escapar y les pareció horrible, el exterior era mucho peor.

Ya no había habitantes intentando escapar, todos estaban en el suelo y rodeados de charcos de sangre, varios soldados romanos recorrían entre los cuerpos, ya sea asesinando a los que todavía agonizaban o robando todo lo que creían de valor.

Selene nunca creyó ver así a su hogar.

Fue obligada a arrodillarse en el suelo, Alejandro a su lado.

—¿Qué es esto? Mi orden fue clara, todo aquel que se resista que sea asesinado. Y los que se rindieran fueron llevados directo a las jaulas como esclavos. —Su voz era potente, pero Selene se negó a levantar la cabeza, estaba concentrada en calmar a Ptolomeo —¿Por qué traes estos niños frente a mí? —Alejandro se removió inquieto.

—Discúlpeme mi gran Emperador, pero tengo mis sospechas sobre estos niños y pensé que podría interesarle —comenzó el soldado que los Príncipes ya habían comenzado a odiar y temer.

—¿Qué sospechas? —inquirió curioso.

—Solo mire sus vestimentas y saque sus propias conclusiones.

Ambos príncipes pudieron escuchar las botas que se acercaban a ellos.

—¿Quiénes son? —No obtuvo ninguna respuesta, solo el llanto del Príncipe Ptolomeo —¡Saquen a ese niño de aquí!

Un soldado salido de la nada, le quitó a su hermanito a Selene de sus brazos.

—¡No! —exclamó la niña saliendo de su estupor y quiso correr hacia su hermano menor que se alejaba con el soldado, pero fue devuelta al suelo con pesadas manos sobre sus hombros.

Había roto la promesa que le hizo a su madre, no pudo cuidar a Ptolomeo.

—Traigan a alguien que hable egipcio —Los niños escucharon a varias personas moverse a su alrededor, pero no levantaron la vista del suelo.

En cuestión de minutos, una mujer egipcia era llevada por los soldados frente al Emperador.

—¿Eres la traductora? —cuestionó el Emperador.

—Sí, mi señor —contestó la mujer mientras agachaba la cabeza en forma de respeto.

—¿Quiero saber quiénes son? —continuó el Emperador.

Ella asintió y se agachó frente a los infantes, no quería asustarlos.

—Niños, sé que están asustados, pero estoy aquí para ayudarlos. —Solo Alejandro la miró pero no contestó. —Si me dicen sus nombres, podré evitar que los maten. —Su voz trató de salir tranquila para brindar confianza, pero los segundos en un tenso silencio se prolongaron.

—¿Nos ayudarás a encontrar a Ptolomeo? —cuestionó Selene cuándo todos pensaron que permanecerían callados.

La traductora transmitió la misma pregunta al Emperador, quién hastiado de tanto misterio solo asintió, pero estaba seguro que si la respuesta no valía la pena, tampoco cumpliría la promesa.

—Prometió que los reunirá con su hermano pequeño —Selene levantó la vista y miró a la mujer, luego al Emperador y por último a su hermano, quién le devolvió la mirada nervioso.

No sabían si era la mejor decisión, tal vez se salvaban o tal vez sucedía todo lo contrario, y los mataban con placer cuando se enteraran quiénes eran.

Selene decidió arriesgarse, todo sea para reunirse con su hermano menor y cumplir la promesa a su madre.

—Él es el Príncipe Alejandro Helios y yo soy la Princesa Cleopatra Selene. —La mujer los miró sorprendida. —El niño que se llevaron es nuestro hermano más pequeño, el Príncipe Ptolomeo Filadelfo.

La mujer no supo cómo reaccionar y qué hacer con esa revelación, pero ante el temor de ser asesinada, optó por contarlo. Solo esperaba que esos niños no sufrieran demasiado.

—El niño es Alejandro Helios y la niña Cleopatra Selene, son los hijos de la Reina y Marco Antonio.

Primero fue la sorpresa, pero luego, el Emperador romano estalló en carcajadas.

—Cleopatra Selene, más que una princesa eres la última Cleopatra porque tu madre acaba de ser encontrada muerta —volvió a soltar una carcajada. —Llévenlos a las jaulas, acabo de planear un destino maravilloso para ellos. —Y luego se marchó sabiendo que sus soldados cumplirían la orden.

Una solitaria lágrima rodó por la mejilla de la princesa porque ella sí hablaba y entendía latín, y lo que dijo el Emperador romano la destruyó.

Los tres hermanos estaban solos contra el mundo y siendo alejados de su hogar.

El infierno solo había comenzado.

Aclaraciones:

*Ventana de las Apariciones: los Palacios Reales contaban con una gran riqueza ornamental, donde destacaban el Salón de recepciones y la Ventana de las Apariciones, ésta última era usada por el faraón en algunas ocasiones, para hacerse visible a sus súbditos.

*Octaviano: "A causa de los varios nombres que ostentó, es común llamarlo «Octavio» al referirse a los sucesos acontecidos entre 63 y 44 a. C., «Octaviano» de 44 hasta 27 a. C. y «Augusto» después de 27 a. C.". Por lo tanto, como mi historia inicia en año 30 a.C., en ese momento se lo llamaba Octaviano, pero luego irá cambiando.

PROHIBO CUALQUIER COPIA COMPLETA O PARCIAL DE LA OBRA, ASÍ COMO LAS ADAPTACIONES. LOS PERSONAJES Y LA TRAMA ME PERTENECEN. NO AL PLAGIO.


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