XII
Diego Armando
—Don Diego, le llama por teléfono la señora Dolores, ¿qué le digo? —susurró Consuelo, tapando el auricular, con el fin de no ser escuchada.
Diego, el cual tenía una mano en el picaporte de la puerta principal, se paró en seco, torció el gesto y con una sola seña le indicó que se le negará la llamada.
Consuelo asintió con obediencia, después de todo era la reacción normal en el hombre.
Carito, que se entretenía bordando una bufanda color azul, puso especial atención a las palabras de la empleada.
— ¿Señora Dolores? Fíjese que don Diego salió, y no sé a qué hora va andar volviendo —excusó la mujer, con el tono más natural del mundo.
Después de unos cuantos segundo, colgó el teléfono.
—Dijo, que no me cree nada y que soy re mentirosa —informó encogiéndose de hombros.
Diego que le tenía sin cuidados quedar mal con esa mujer, repitió el gesto de la empleada y volvió a tomar el picaporte.
—Oh, lo olvidaba. Dijo la doñita que viene pa'ca.
Como si un balde de agua fría hubiese recorrido la fuerte espalda del hombre, quedó engarrotado, sintió como un escalofrío de mal presagio lo recorría de palmo a palmo, para después estremecerse hasta los huesos y de tres sancos recorrer la estancia, hasta tomar con gesto osco el teléfono.
— ¿Pati? —indagó después de marcar el número y escucharlo sonar tres veces, justo el tiempo que esperaban antes de responder—. ¿Dónde?, ¿salió?, ¿acá? ¿No?, ¿sí?, aja. Gracias, adiós.
Usando más fuerza de la necesaria colgó el auricular, con gesto enfadado se quitó el sombrero y fue a sentarse junto a Carito, la que sin inmutarse un segundo continuó encajando los ganchos con maestría.
—La bruja viene para acá...
—Bienvenida sea —respondió la anciana en tono solemne incluyendo un poco regaño y sin levantar la vista.
Un gruñido lo impulsó a levantarse del elegante sillón, cruzó de nuevo la estancia hasta tomar el picaporte.
—Ni se te ocurra dejarme sola con la bruja —amenazó la anciana, levantando al fin la mirada.
— ¿No dijo que era bienvenida? —repeló con huasa.
—Lo es, pero viene a verte a ti Dieguito. Además ya sabes que mi Jerónimo no la soporta.
Diego sonrió de lado, si era verdad que su abuelo la odió gran parte de su vida, al igual que él, quizá aún lo hacía por eso rehuía a su presencia, aunque prefería ya no ahondar en esos sentimientos.
—Entonces, vayámonos los dos y que se las arreglé con Consuelo —propuso volviendo al suave sofá.
—Dieguito, tienes que verla. Ella es tu madre —reprendió la mujer dirigiéndole una mirada severa, la misma que le hacía cuando era pequeño y hacía alguna avería.
El hombre la observó con ternura, sabía lo que Carito sentía por esa mujer, que de palabra la llamaba madre, después de todo también era la única hija de la anciana.
—Mi madre es usted, mi Carito—respondió dándole un beso entre la encanada mata de cabello.
La anciana sonrió con amor, pero justo cuando iba a responderle a su nieto, el sonido del timbre les avisó de la recién llegada visita.
— ¿Será ella? —indagó Carito.
—Es muy pronto —repeló poniéndose de pie—. Quizá uso su escoba.
Carito soltó un chistido, seguida de una risita incontenible.
Una hermosa sonrisa recibió al guapo hombre, que también ensanchó la suya, para después saludar con un par de sonoros besos.
—Hola, pero que carita, ¿a quién esperabas ver? —dijo la joven de pelo de arcoíris que con ligereza cruzó el umbral.
—Me quité un peso de encima —repeló siguiendo a la mujer que ya saludaba con cariño a la linda anciana.
— ¿Cuándo llegaste cariño?, ¿por qué no me habías venido a visitar? Sobrina ingrata.
Gloria sonrió con naturalidad, conocía como le encantaba el drama a su tía abuela.
—Llegue hace tres días, pero doña Julia tenía tiempo esperándome para que le vacunara su ganado, y ya ve que son cerca de trecientos animales. Me tuvo secuestrada a pan y agua estos días.
—Y pensar que comenzó con apenas tres vacas y dos cerdos. Si yo la conozco desde que llegamos mi Jerónimo y yo al pueblo, llevaba sus tres chamacos chiquillos, pero como pasa el tiempo —terminó con un suave suspiro, perdiendo la mirada en sus recuerdos.
—Si tía, ahora les va muy bien.
Diego miró un momento a su prima, y haciéndole una seña le dio entender que salieran de allí.
—Tía...
—Ni se les ocurra dejarme sola, que ya casi llega Dolores —amenazó esta al darse cuenta de las miraditas.
Diego chistó, mientras Gloria ataba cabos, sabía que su primo no soportaba la presencia de su madre, y no lo podía culpar, esa mujer lo abandonó cuando solo tenía dos años, para seguir a un hacendado adinerado. Dolores se había enamorado y ni su hijo, ni sus padres, ni el mismo demonio, la hubieran podido detener. Muchos años se desapareció de la vida de Diego, pero después de la muerte de su marido se le había metido la idea de recuperar a su único hijo, 30 años más tarde.
—No me tardó, solo quiero mostrarle a Gloria como va quedando el cultivo—aclaró tomando del brazo a su prima, la que con calma se puso de pie—. Nunca la dejaría sola con la bruja.
Carito asintió confiando en su palabra.
—Anden rápido, pero no se tarden que mi Jerónimo aún no quiere hablarle a esa muchacha.
Gloria asintió asegurándole con tranquilidad que no tardaría en volver, para después despedirse y salir con su primo directo a los sembradíos.
— ¿Y de cuándo acá me muestras los sembradíos? —indagó dándole un codazo en las costillas.
—Desde que la señora nos visita, necesitaba un respiro antes de su llegada.
—Tienes que acostumbrarte—regañó tomándolo por brazo.
—Lo sé Gloria, pero esa señora tiene bien claro que solo la tolero por Carito —respondió girando repentinamente en dirección al pequeño mausoleo.
—Suéltala ya. A ver, ¿qué más te pasa?
Lo conocía demasiado bien y aunque las visitas de su madre solían incomodarlo, nunca lo había visto tan intranquilo por ello.
— ¿Por qué piensas eso?
—Porque me dijiste que iríamos al sembradío y si no me equivoco vas directo a la tumba de Sandra.
— ¿Y? —retó el hombre abriendo el enrejado blanco.
—Que siempre que visitas a Sandra es para algo grande te pasa.
—No voy con Sandra, quiero pedirle consejo a mi viejo —dijo, apuntando la tumba de su abuelo Jerónimo.
—Oh, cosa más rara aún. Entonces evitas a Sandra para pedirle consejo al viejo —dedujo ganándose una mirada divertida de su primo—. Si sabes que están muertos, ¿verdad?
—Me relaja venir aquí, me hace sentir en paz —respondió tomando un viejo trapo para quitarle el polvo a la tumba, donde se leía con claridad el nombre de su abuelo—. Es como si siguieran conmigo.
Gloria sonrió y tomando la otra jerga se unió a su primo.
— ¿Y ya me vas a decir quién es?
Diego interrumpió un segundo el trabajo, analizó la pregunta y siguió su trabajo.
— ¿Quién es quién? —preguntó haciéndose el despistado.
Gloria ensancho su sonrisa haciendo su ya conocido chisteo de lengua que más bien parecía un ligero silbido y agregó.
—La mujer que te trae así, ¿es la rubia?
Diego que no pudo reprimir una sonrisa al pensar en Bárbara, se limitó a seguir limpiando, aun cuando ya estaba limpia la tumba.
—Son solo negocios...
—Oh, ¿de verdad no te das cuenta? La mujer te pidió fingir ser su prometido, ¿de cuándo acá eso se usa en los negocios? — indagó recargándose en la lápida.
Diego recordó con una amplia sonrisa esa mañana, cuando Bárbara le pidió ese gran favor. Evocó también su encantadora sonrisa de nervios, la manera en la que resplandecía su pelo contra el sol, mostrando sin pudor unos suaves mechos color oro, casi mágicos, que combinaban a la perfección con sus hechizantes ojos verdes, los que no hacían otra cosa que invitarlo a mirarlos por horas, perderse en ellos y adentrarse en su alma. Y es que todo en ella le parecía espectacular, hasta ese porte de señora prepotente que usaba para no ser lastimada, lo que le hacía sospechar y casi asegurar que alguien, en el pasado, le había hecho mucho daño.
—Se metió en aprietos y yo solo le brinde mi ayuda. Además, a mí también me conviene con los problemas que tiene la hacienda —repitió en voz alta la excusa que se había dicho a sí mismo una y otra vez, y es que, hasta él mismo se había sorprendido al aceptar un trato así.
—Bueno, la verdad es que la mujer es muy guapa y tú ya te estas poniendo viejo primo. Yo que tú, no la dejaba ir —carrilleó con una risita socarrona.
La cara de Diego lo decía todo.
—Gloria, no me pongo viejo me pongo interesante —respondió altanero haciéndola reír.
—Ay Dieguito, ¿y cuando empiezan las grabaciones? —indagó haciendo un cambio de tema.
—Este lunes, ¿piensas venir?
La mujer asintió, mientras tomaba del brazo a su primo sabiendo que ya era hora de volver a casa, sino corrían peligro de ser ahorcados por la misma Carito.
—Por nada me lo pierdo...
—Viene Sol también —mencionó, haciendo con esas tres palabras que su prima se paralizara en seco—. Trabaja con Barbie, es la gerente en relaciones públicas.
—Entonces le va bien, ¿no? —indagó volviendo a retomar su paso.
—Eso parece, aunque me contó que su madre acaba de fallecer hace poco.
Gloria bajo la vista, mientras Diego se dedicaba a observar cada detalle en el rostro de la mujer, aunque desconocía los detalles de la separación de ese gran par de amigas, extrañaba ver a su prima llegando a la hacienda acompañada por Sol, nunca la había visto tan feliz como cuando se perdían corriendo con ligereza de aquí para allá, eran un trio inseparable, Gloria, Sol y Gael. Y luego un buen día, cuando Diego regresó de Canadá se topó con la terrible noticia que se había dejado de hablar, y por más que había insistido con ambas nadie quiso tocar el problema y mucho menos ceder un paso.
—Aunque, aun a pesar de ello se ve bien —agregó el vaquero casi obligándola a caminar.
—Me da gusto por ella—atinó a decir con los pensamientos muy lejos—. Se lo merece, luchó mucho por ello.
Caminaron un par de minutos en silencio ambos sumidos en sus propios recuerdos, cuando una conocida voz chillante los sacó de golpe de sus pensamientos.
— ¡Diego Armando, ven saluda a tu madre!
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