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— ¿Qué no es Diego ese? —preguntó Bárbara, viendo una conocida figura con tejana negra, después de dar vuelta para tomar la calle principal que las llevaría directamente fuera del pueblo.
Sol levantó la vista y entrecerrando un poco los ojos, asintió despacio.
—Sí, es él... —respondió con un hilo de voz, apenas audible, casi en un susurro. Como con miedo a ser escuchada aun cuando la distancia era considerable.
Ambas observaron al hombre sonreírle a una guapa mujer de cabellera morada con mechas rosas, para después perderse de una de las casas de tejado rojo.
Bárbara sintió como se le contraía el estómago, aun así, se las arregló para morderse la punta de la lengua y no decir una sola palabra, no podía, ella era apenas una desconocida en la vida de ese hombre, y así planeaba seguir.
—Es la veterinaria del pueblo. Su prima... Gloria, se llama —dijo Sol mirando de manera insistente al interior de la casa, mientras Bárbara se las arreglaba para pasar de largo sin siquiera voltear.
—Oh, creo que si la mencionó —sentenció mostrando el menor interés, aunque no pasó por alto el tono de Sol.
Será que, ¿está celosa? Se preguntó sin apartar la vista de la carretera.
El resto del camino se dedicó a hablar exclusivamente de trabajo, necesitaba con urgencia poner varios papeles en regla, otra de las prioridades era la contratación de personal competente. Sin contar que debían dar de alta el nombre de la agencia, (el cual aún no decidía), para comenzar con su propia publicidad y esperar a que los clientes llegaran. Aunque eso la tenía casi sin cuidado, sabía que, si la campaña de la cervecera resultaba un éxito, pronto le lloverían los contratos.
Al llegar a casa se repartieron dichas tareas, quizá con un poco de suerte podrían resolver un par de ellas. Bárbara tomó un rápido duchazo, y después de arreglarse en tiempo récord salió corriendo a la cervecera.
Y no fue hasta que detuvo el motor del auto en el amplio estacionamiento, que cayó en cuenta de la gran imprudencia que había cometido al no llamar con antelación, ya que era bastante probable que una mujer tan importante y ocupada como Clara, no estuviera disponible. Aun así, bajó del coche y con paso firme se encaminó hasta presidencia, rogándole a Dios, no ser una inoportuna molestia. O tener que esperar tres horas para ser atendida.
—Buenas tardes —saludó la rubia ganándose una mirada de fastidio de la secretaria que con una ceja levantada la invitaba a presentar sus intenciones—. Busco a...
— ¿Tiene cita? —interrumpió en tono altanero.
—No. Pero es urgente...
—Sin cita no puede pasar —sentenció volviendo la mirada al monitor.
Bárbara forzó una sonrisa y después de un respiro hondo volvió a insistir.
—Sí, lo sé. Pero si le avisa a la señora Clara que estoy aquí...
La mirada que le dirigió la pálida chica hizo que Bárbara cortara la explicación.
— ¿No está? —indagó dándose cuenta de lo ceñido que tenía el maletín contra su cuerpo.
—Se jubiló, la publicista, ¿cierto? —Un segundo después, y sin dejarla responder, la vio levantar al auricular anunciando su llegada—. El señor Ramírez la recibirá de inmediato.
El cambio de humor de la chica, no solo sorprendió a Bárbara, sino más bien el asunto era como si disfrutará con antelación de algo que pronto pasaría. Así que con rapidez se encaminó a la oficina, de inmediato notó la falta de la placa con el nombre de Clara, que había sido removido ya de la puerta, aunque aún no era sustituido. Después de dar un par de toquidos, una fuerte voz ronca le ordenó entrar.
—Buenas tardes —saludó la rubia en tono neutral.
—Siéntese —ordenó el hombre de traje negro, en su frente se marcaban un par de profundas arrugas, que le daban un aspecto demasiado severo. No debía tener más de 45, se veía bastante alto aun cuando estaba sentado y aunque sus facciones eran atractivas, el gesto de amargado mataba su encanto.
Bastaron un par de minutos para que la rubia se diera cuenta de la sequedad del hombre, que, sin levantar la mirada del teclado, la invitó a tomar asiento. Atrás había quedado la oficina llena de luz y tranquilidad, dándole lugar a otra, con acabados caoba, sumamente elegante y sobria.
—Javier Ramírez. Un gusto —dijo de golpe extendiendo una firme mano.
Bárbara le regalo una sonrisa mientras la estrechaba.
—Bárbara Cantú, encargada de la publicidad enfocada en la nueva cerveza light —recitó con seguridad.
El hombre retiró la mano colocándose enseguida de loción desinfectante. Hecho que no pasó desadvertido por la mujer que incomoda se removió en su asiento.
—Así lo anunció mi secretaria —respondió con formalismo—. Entonces, ¿ya está lista la propuesta?
El hombre hecho un rápido vistazo a su reloj de mano haciendo que Bárbara se apresurara a sacar su laptop. Mientras explicaba de manera profesional las estrategias y le mostraba las dispositivas con las mejores fotos de la hacienda, la rubia experimentó en carne propia como era tratar a alguien tan desagradable, cuadrado y estricto.
— ¿Eso es todo? —indagó el hombre, ante el silencio de la rubia.
—Sí, yo quedé con la señora Clara en mostrarle la hacienda antes de...
—Dos cosas —soltó frunciendo aún más el ceño—. Primera, mi tía Clara, no volverá jamás a esta silla y segunda, ahora las decisiones las tomo yo y quiero que sepa que tengo un modo distinto de trabajar y así será por tiempo indefinido, ¿quedó claro?
La rubia asintió, sintiendo el ardor de la gastritis, subir por la boca del estómago.
—Aclarado esto, la hacienda me parece muy adecuada para el comercial, el que recalco, está hecho y diseñado a gusto de mi tía. A decir verdad, yo hubiera escogido algo más sobrio y elegante, pero, en fin. Puede proceder con la firma del contrato y del personal adecuado, además le informo que quiero el comercial terminado en un mes.
Dicho eso se volteó a seguir tecleado en su ordenador, dejando a Bárbara descolocada frente a esa estatua viviente. Sacudiendo un poco su cabeza, se colocó muy derecha, acercó la laptop y con su usual tono empresarial comenzó a preguntar los detalles, estaba dispuesta a no perder el contrato, necesitaba acomodar todo y ese hombre por más altanero que fuera ahora era su jefe.
—Muy bien, ya mismo trabajo en eso. Ha sido un gusto conocerlo, señor Ramírez. Buen día.
El hombre se limitó a asentir.
—Valeria.
—Bárbara —corrigió con paciencia.
—Sí, lo siento. Cierre la puerta al salir, por favor.
Y así lo hizo, pasó de largo hasta el ascensor sumergida en sus propios pensamientos y pendientes, dispuesta a aguantar a ese hombre, total, solo sería un mes, después podría contratar personal competente y mandarlos a lidiar con él.
— ¡Señorita! —la voz de la pálida secretaria la detuvo en seco—. Esto es para usted.
La chica le entregó un sobre color marfil decorado con un elegante listón en tono chocolate.
—Es la invitación para la fiesta de despedida de la señora Clara. Invitó a todo el personal y me pidió que le diera lo suya.
— ¿Aquí está la señora? —indagó, pensando en agradecerle en persona la atención.
—Estuvo hace un momento, pero estaba ocupada con su sobrino, no quiso interrumpirlo, ya que como lo notó está muy ocupado —dijo bajando la voz en la última oración.
Esa mujer resultó una chismosa. Pensó la rubia con la mirada fija en el sobre.
—Entiendo —respondió en tono suave—. Bueno, gracias, buen día.
—Señorita, ¿llevará alguien acompañante? —Indagó señalando el reluciente anillo aún inmovible—. Oh, pero qué tonta de mí, ya mismo anoto a su esposo o su prometido en la lista de invitados.
—No, no creo...
La secretaria la miró de soslayo, y con una ceja levantada.
—No se preocupe la invitación, cubre a un acompañante, es gratis.
Bárbara soltó un sonoro suspiro, esa mocosa pálida, sangrona y chismosa la estaba sacando de quicio.
—No me refería a...
— ¿No me diga que hay problemas en el paraíso? —indagó la chismosa, elevando la voz más de lo necesario, justo cuando el señor Ramírez salía de su oficina con un puñado de carpetas, dirigiéndoles a ambas una mirada de extrañez.
—No —titubeo tratando de hilar rápidamente las palabras—. Está bien, apúntame un acompañante.
Sin más que decir, dio media vuelta para seguir su camino.
—Y, ¿qué nombre anotó?, digo para qué figuré en la lista de invitados.
¿De verdad era necesario? No, no lo era, esa flacucha la quería poner contra la espada y la pared. La rubia se detuvo en seco, no contaba con amigos, no podía llevar a Naomi, y tampoco platicaría la historia de anillo. Así que irguió la espalda y con una sonrisa casi natural giró el cuerpo para mirar de frente a la mujer.
—Apuntalo como Diego Altamirano.
Dicho esto, dio media vuelta para seguir su camino, casi podía ver la cara compungida de la mocosa esa. Ay, pero como lo gozó un par de minutos, al menos hasta que se dio cuenta del tremendo lío en que solita se había metido.
Ay Bárbara, qué pendeja acabas de hacer. Pensó una vez dentro del coche.
— ¡Ay Barbie, qué pendejada hiciste! —recalcó Naomi ya en casa y acostada a su lado.
Hace horas que había llegado, y al solo entrar fue bien recibida por Mateo y su prima, la que, después de una rápida cena y de acostar al nene, la secuestro en su habitación para platicarle todo lo que vivió con el guapo mecánico, lo que no se esperaba, era que Bárbara también tenía sus propios chismes jugosos que debatir.
—Sí, sí, y lo sé, debí haber dicho la verdad. Pero, ¿cómo explicaba lo del maldito anillo? Y peor, ¿ahora cómo lo arreglo sin quedar cómo una mentirosa? Naomi, no puedo perder, él contrató —recitó, al fin en voz alta, lo que se repitió mentalmente todo el camino a casa.
—Lo sé, ¿qué piensas hacer? —indagó su prima incorporándose para mirarla de frente.
—No lo sé... ¿Qué hago?
Hace años que no pronunciaba esas palabras, la sensación de estar perdiendo las riendas y el control de su vida le hicieron sentir otra vez el hueco en el estómago, solo que esta vez no supo bien si fue a causa de la gastritis, o del miedo. Al fin, lo supo, era incertidumbre.
Naomi chistó con la lengua, terminó de sentarse en su cama y después de hacer sus piernas moñito sonrió con malicia.
—Propónselo.
Bárbara se sentó de golpe sintiendo el estómago atorado en la garganta.
— ¿Qué?, ¿te volviste loca?
—Hazlo mujer, piénsalo. Él necesita el contrato para salvar su hacienda, y tú, para arrancar tu agencia...
—No, no, no... o tal vez. ¡No es una locura!
—Solo es una noche Barbie, después como tú misma lo dices, mandas al personal, o inclusive a la misma Sol, a tratar con ese cliente. Piénsalo mi amor's es un ganar-ganar.
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