V
—Qué belleza de lugar —puntualizó Naomi, mientras observaba con asombro las fotos de la hacienda.
—Lo es, hoy mismo voy a conocerla —respondió Bárbara, bastante más animada.
Después de una noche larga de trabajo con su ex asistente, que terminó en plática de confidencias, había decido quitarle a Aarón ese poder con el que en un abrir y cerrar de ojos arruinaba su día, su vida. Ese tipo no merecía ni una lágrima más.
— ¿Se puede? —preguntó Sol asomando medio cuerpo a la habitación de Barbie.
—Si claro, pasa —respondió gustosa.
Naomi miró como su prima trataba diferente a esa linda chica, sonrió, le encantaba notar que poco a poco volvía a ser la mujer de antes. Lo atribuyó a que Sol se sinceró y Bárbara notó su verdadero valor más allá del trabajo, o quizá, la anciana bruja le había hecho reflexionar.
—Entonces, ¿ya está todo listo? —indagó Bárbara con entusiasmo.
—Sí, ya hablé con el dueño...
—Dime, ¿quién es el afortunado dueño de ¨ El Manantial ¨? —preguntó dispuesta a no dejar ir su buen humor.
Sol sonrió, pasándole una hoja con todos los datos de lugar.
—DiegoArmando Altamirano Del Monte —leyó en voz alta—. Dios, qué nombre tan tele-novelesco, ¡DiegoArmando, no me dejes!
Las tres mujeres soltaron la risa ante la escena de la rubia.
—Cuidado, que capaz termina enamorado de: Bárbara María Teresa de todos los Santos Cantú —bromeó Naomi.
Las escandalosas risas llegaron hasta Mateo, el cual, entró a la habitación con la almohada pintada en la cara. El pequeño consentido fue bien recibido entre las mujeres con mimos, besos y apapachos.
Después de un animado desayuno y un rico baño, Bárbara ya ataviada con uno de sus mejores trajes. El cual consistía en una falta negra de tubo, que le bajaba a media pantorrilla con abertura en la pierna derecha, blusa blanca de puño, abotonada y bien fajada y sus infaltables zapatillas de tacón de aguja. Salió directo a la hacienda.
Hora y cuarenta y cinco minutos es lo que marcaba su GPS. Con buena actitud se colocó las gafas oscuras, le subió el volumen a Chayanne y pisando fondo tomó el rumbo marcado: un pueblo llamado, Las Quisquillas.
La lluvia no tardó en hacerse presente dificultando la vista de la carretera. La mujer activó los limpia parabrisas y el aire acondicionado.
Hora y media después, por fin, vio el letrero que anunciaba la llegada al pintoresco pueblo.
La sonrisa se dibujó casi en automático, el paisaje era una verdadera belleza de verdor y colorido, un aroma a tierra mojada y pan recién hecho la llevó a recordar los domingos de su infancia. Se sorprendió de la cantidad de casas con marquesinas llenas de distintas florecillas. Además, todas tenían tejado rojo, puertas y ventanas de madera. Las calles eran un estrecho pasillo de adoquines marrón obscuro. Y las personas paseaban relajadas por ellas. De verdad que se antojaba bajarse a andar por esos pasillos, tanto se metió en la bella estampa, que no vio un profundo hoyo llenó de agua en el que la llantaderecha de su auto se hundió.
—Rayos —murmuró bajando del coche. La llantaderecha estaba totalmentehundida.
Maldijo un par de veces más antes de sacar su celular. Necesitaría ayuda.
— ¡Buenas güerita!
Gritó un hombre a sus espaldas dándole tal susto que la llevó a soltar el celular, el que, para su maldita suerte de perro sin dueño, cayó al mismo hoyo.
— ¡No! —gritó mientras se agachaba intentando ver a través del lodoso charco.
— ¿Güerita? —Insistió el tipo—. Su carro está estorbando el paso, ¿puede moverlo?
Bárbara le dirigió una mirada asesina al señor vestido de policía, el que sin pensarlo retrocedió por puro instinto de supervivencia.
—Digo, si sabe manejar, ¿no? —indagó.
—No, no sé manejar —soltó furiosa sin verlo directamente—. Justo por eso tomé la carretera hasta este pueblo solo para venir a hundirme al maldito pozo, ¿y sabe qué más hice?
El policía negó con la mirada absorta en la furiosa mujer.
—También me desperté odiando la tecnología, así que, quise venir a arrojar mi celular allí, miré, justo al mismo pozo. Por qué, pues, no hay otro mejor y más profundo en todo el pueblo.
—No se crea, hay otros peores —respondió con mueca burlesca, agachándose, metió la mano al lodoso charco, sacando así el teléfono.
Bárbara giró los ojos con fastidio. Mientras con una mueca de asco lo recibía recordando todas veces que Naomi le había insistido en cambiar de teléfono por uno más nuevo, uno contra agua.
Después de todo el pueblo no era tan bonito, había demasiados perros grandes y obvio, sus ¨ gracias ¨ estaban dispersas por doquier. También sus pies se torcían entre los adoquines, lo que complicaba el regreso al coche.
—Señor... —llamó ya adentro del auto.
—Antonio, Tony para los amigos —respondió con alegría.
—Antonio —respondió con sequedad—. Lo molesto si me ayuda a empujar, ¿puede?
Tony asintió, enseguida dio un par de fuertes silbidos y dos policías más salieron corriendo. El hombre habló con ellos en voz baja. Mientras uno de ellos no le despegaba la mirada a la rubia, tal parecía que el regordete acababa de ver a un mismísimo ángel.
— ¿Lista? —preguntó Tony. Bárbara se limitó a asentir—. A la cuenta de tres.
Cuando Bárbara escuchó el tres, pisó a fondo, pero el coche seguía sin moverse.
Cuatro intentos más, y nada, estaban demasiado atascados. Tony caminó hasta el pozo, examinó la llanta y volvió con la mujer.
—Güerita...
—Bárbara —corrigió, no por educación, sino porque odiaba ese apelativo—. Me llamo Bárbara.
Un suspiro exagerado salió del policía regordete.
—El rin se torció, la llanta se chingó todita... Y pues vamos a tener que llamar al mecánico. Pospa'que lo remolque al taller.
Bárbara maldijo su suerte, asintió intentando mantener la calma. Tomó su saco, el maletín negro de piel que contenía el contrato y salió del coche.
—Antonio, tengo que llegar pronto a la hacienda El Manantial, ¿sería mucha molestia si le dejo dinero y las llaves de mi auto para que se haga cargo? —Preguntó dudosa, pero no veía otra salida, la hora de la cita se acercaba—. Obviamente, le pagaría muy bien por cuidarlo.
— ¿Usted es la de la hipoteca?, ¿la compradora? —indagó el policial alto viéndola de mala manera.
Bárbara lo miró extrañada.
— ¿Se refiere a rentar la hacienda? —aclaró.
El hombre la miró de pies a cabeza, murmuró algo a sus compañeros y sin decir una palabra se retiró.
—No le haga caso —habló el tipo regordete—. Por cierto, me llamo Luis y estoy a sus órdenes.
—Gracias —murmuró con recelo—. Entonces Tony, ¿me haría ese favor?
Antonio la miró un momento y finalmente asintió. Bárbara le entregó una buena cantidad en efectivo y le pidió que le señalara algún lugar donde pudiera tomar un taxi para llegar al Manantial.
—Muchas gracias Tony, nos vemos más tarde —Se despidió la rubia intentando a toda costa caminar y al mismo tiempo mantenerse de pie.
Resultó que la única calle adoquinada era la principal, las demás eran de tierra, que, si bien facilitaban el camino, los enormes tacones de agujas se hundían en el lodo, sin contar que tenía que esquivar varios charcos profundos.
A solo una cuadra de la estación de autobuses, una camioneta blanca surgió de la nada y a toda velocidad, hundiendo sus enormes llantas en un sucio charco. Los perros enloquecieron a ladridos, las gallinas cacaraquearon, los cerdos chillaron asustados y la rubia bañada de pies a cabeza gritó los peores insultos que conocía, los cuales, no eran muchos.
La camioneta se detuvo un poco, un hombre de sombrero y barba que intentaba mantener la risa a toda costa surgió entre los cristales blindados.
—Lo siento, es una emergencia. —Esa fue toda la explicación antes de que huyera de la escena.
— ¿Emergencia?, ¡Maldito, desgraciado, hijo de toda tú...!
— ¿Disculpe? —un hombre vestido de sacerdote surgió de una de las casitas.
Bárbara agachó la mirada apenada, se puso muy derecha y murmuró un rápido ¨ lo siento ¨.
Empapada siguió su camino.
¿Podía ser peor ese día?
—Disculpe señorita, ¿a qué hora sale el siguiente autobús para el Manantial? —preguntó en cuanto entró a la pequeña central.
La chica le dirigió una mirada furtiva volvió a su revista y respondió:
—El ultimó salió hace cinco minutos.
— ¿Ya no hay más? —indagó sintiendo que el mundo se le venía de pronto encima.
— ¿Eres sorda?, dije que el ultimó salió...
—Sí, si escuché —respondió molesta—, ¿algún taxi que me llevé?
—Son muy caros —respondió la insoportable chica sin siquiera mirarla.
La rubia se estiró un poco y arrebatándole la revista de las manos la arrojó a un rincón.
—Mira mocosa, tengo más dinero en mi cartera de lo que tú ganarás en toda tu vida. Así que levantas tu flojo trasero de ese asiento y me llamas un taxi ¡Ya!
La joven se levantó del asiento, tenía la cara roja de furia y sin pensarlo ni un segundo, se arrojó sobre el mostrador llevándose a la rubia al piso. La caída no le dolió tanto como los jalones de pelo, rasguños y hasta un puñetazo en el pómulo izquierdo. Mientras se limitaba a proteger su rostro y gritar auxilio a todo pulmón.
— ¡Sandy! Por el amor de Dios, deja a esa mujer —gritó una asustada señora.
De pronto los golpes pararon y alguien le extendió la mano para ayudarla a levantar. Bárbara la tomó. La mujer mayor la miraba con preocupación, mientras ella intentaba recomponer su mojada, y ahora arrugada ropa. El glamour de la mañana se había marchado, junto con su buen humor y dignidad.
—Gracias, señora —agradeció con sinceridad—. Necesito un taxi, ¿me podría ayudar?
Tenía demasiado frío, le punzaban los pies y la dignidad por el piso le ardía más que los recientes golpes. Aun así, la única salida que veía era llegar a esa hacienda.
La mujer sonrió con tristeza.
—Lo siento, los taxis vienen de la ciudad y cuando alguien ocupa uno se le tiene que llamar desde un día antes. La gente casi no los pide, son muy caros.
— ¡Se lo dije! —gritó la joven, ya detrás del mostrador, con la revista otra vez en la mano.
—Dígame, ¿cómo pudo llegar a la hacienda El Manantial? —indagó.
Al momento la mirada de la mujer cambio, la chica bajó la revista, y el ambiente se cargó de tensión.
—Usted, ¿es la compradora?
Otra vez esa pregunta.
Bárbara la miró extrañada, ¿por qué esa gente actuaba tan extraña en cuanto mencionaba su destino?
—Solo puede llegar caminando. —Y como si las frías palabras de la señora firmaran su sentencia, un trueno resonó a lo lejos—. Siga las indicaciones, es fácil, no se perderá.
Y así como llegó a salvarla, se fue. Salió de la central sin dejar que Bárbara hablará, ni negociará un transporte o una llamada.
—Ya escucho señito. A caminar...—recalcó la joven desde su cómoda silla.
Bárbara tomó el maletín y ondeando su larga cabellera rubia salió del lugar, con toda la dignidad que le fue posible reunir.
Las señales resultaron sencillas de seguir y la pavimentada carretera le facilitaba el paso. Quince minutos después, lo inevitable llegó, una nube negra soltó todo su contenido. Con rapidez metió lo más que pudo del maletín, lo cual no era mucho, debajo del saco.
El ruido de un coche llegó a ella, la esperanza renació, y aun sin mirar bien entre la lluvia, comenzó a dar de brincos moviendo los brazos como loca. La misma camioneta blanca que la había empapado se paró a su lado.
Y ahí estaba, ese maldito hombre del sombrero viéndola con esa sonrisa burlesca que tan bien le quedaba.
— ¿En serio? —preguntó mirando al cielo.
— ¿La llevó? —Indagó el hombre, pero Bárbara ya se había echado a caminar— ¡Señorita!
— ¡No! —gritó caminando lo más rápido posible.
Pero la suerte es curiosa y en este caso mala. A estas alturas su ya cansado tacón no dio más llevándola a visitar de nueva cuenta el piso en una estrepitosa caída.
El hombre del sombrero bajó de la camioneta, le revisó con cuidado el tobillo, el cual ya comenzaba a hincharse e importándole poco los gritos y protestas de la rubia la levantó en peso para subirla a la camioneta.
Les dejo a Bárbara en la imagen 👆
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