IX
¿Bárbara? —preguntó Naomi sacudiéndole un poco el hombro.
La rubia parpadeó varias veces antes de despertar.
Volvió a la realidad.
Maldijo mentalmente a la inoportuna de su prima, la que acababa de interrumpir el mejor sueño que había tenido en años.
¡Dios! Si aún podía sentir los labios de Diego sobre los suyos, el agarre en su cintura, la forma en que pegaba su fibroso cuerpo, haciéndola estremecer del más puro y genuino placer.
— ¿Y esa boba sonrisa?, ¿qué soñabas mi amors? —carrilleo Naomi con una risa burlona.
Bárbara rio un poco, soltó un largo suspiro y se sentó en la cama.
—Tuve un sueño hermoso. Soñé que tenía una prima normal que no se metía a mí recámara a verme dormir —dijo con sarcasmo llevándose una mirada ofendida de su prima.
—Vaya, ya recobramos el buen humor. Por cierto, no creas que lo hago por gusto, son las diez de la mañana, mi amorsh.
Bastó con mencionarle la hora para verla, ponerse de pie como resorte. Con rapidez comenzó a buscar la ropa y a encajarla en su cuerpo. Tenía que recorrer la hacienda, ver el mejor lugar para la filmación, platicar con Diego sobre los detalles del contrato, también debía ir a recoger su auto y había quedado en asistir a las oficinas del Desierto para checar los detalles y mostrarles las fotos de la hacienda. En definitiva, su día era demasiado complicadopara quedarse en cama un segundo más pensando en el sueño.
— ¿Mateo? —preguntó poniéndose un tenis.
—Desayunando con Sol y Carito —respondió Naomi acomodando la cama.
Bárbara asintió con rapidez y un minuto después salieron juntas, rumbo al comedor.
—Buenos días —saludó besando en la mejilla a cada uno de los integrantes de esa gran mesa.
— ¿Cómo durmió maestra? —indagó Carito pinchando un poco de huevo con jamón.
—Muy bien, señora Caroli...
—Carito, querida. Dime Carito, que casi somos de la edad —bromeó la anciana con una sonrisa socarrona.
Bárbara sonrió, mientras Naomi reía con ternura y Mateo le hacía espacio a su mamá para que se sentara junto a él.
La rubia tomó asiento junto a su pequeño y en seguida Consuelo le colocó enfrente un plato lleno de un surtido desayuno, huevo, chorizo, vegetales, un buen trozo de carne y un par de tortillas recién hechas. Un plato igual fue recibido por Naomi que sin pensarlo dos veces comenzó a devorar todo. Bárbara, por su parte, se debatía entre la certeza de que si seguía comiendo de esa manera terminaría volviendo a la ciudad rodando y, en lo grosera que sería, al rechazarlo.
—Carito, ¿ya está listo Diego? —preguntó pinchando un pedazo de chayote—. Quedó de mostrarnos la hacienda.
—Lo olvidé —respondió Sol, que ya había terminado de comer y se dedicaba a revisar su celular—. Diego tuvo que salir, pero dejo a don Pepe, el capaz, se encargaría del recorrido.
—Oh, bueno.
La rubia pinchó otro pedazo de verdura, pero pronto se dio cuenta de que el apetito se le había esfumado.
¿Por qué le avisaba a Sol? Ella era la que había viajado y sufrido por ese contrato.
¡Y vaya que lo sufrió!
Y él solo se iba y la dejaba así.
— ¿Pasa algo linda? —indagó Carito notando el cambio de humor en el rostro de la rubia.
—No. Todo bien —aseguró poniéndose de pie—. Entonces, Sol vienes conmigo al recorrido. Naomi, tú y Mateo se adelantan al pueblo a recoger mi coche y en una hora nos vemos allá.
— ¿Y cómo van a llegar al pueblo ustedes? —comentó Naomi sin dejar de comer.
—Diego dejó al capaz a nuestras órdenes. Supongo que él nos puede llevar —puntualizó Sol con una sonrisa amable.
Bárbara señaló a Sol, con lo cual Naomi se dio por bien servida.
—Bueno. Vámonos Sol que tengo mil pendientes hoy —ordenó Bárbara inclinándose para darle un beso a Mateo, el que con la boca repleta de comida solo sonrió.
—Oh, pero terminé antes de comer, es malísimo andar por allí sin desayunar —regaño Carito señalando el plato casi intacto.
La rubia sonrió con amabilidad, negándose a continuar, alegando el haber cenado demasiado y ya no tener apetito. Aunque en realidad quería terminar lo más rápido posible el recorrido, con suerte podría irse antes de que llegará Diego, de ese modo solo mandaría a Sol otro día con el contrato. Y ella ya no tendría que verlo otra vez.
El solo pensarlo bajo sus revoluciones, y es que no podía negar que le aterraba lo que ese hombre despertaba en su interior, su sola cercanía la volvía loca, inmadura, irracional, lenta y hasta un poco tonta y precisamente a ella la que no se dejaba intimidar por nadie, la que era capaz de poner en su lugar a cualquiera con tres palabras y controlar sus emociones. Y eso, eso era justo lo que la ponía muerta de miedo.
El recorrido por la hacienda resultó bastante pesado, Bárbara agradeció mentalmente el cómodo par de tenis que Naomi le había llevado, mientras Sol platicó de lo más animada y feliz con don Pepe, un hombre bajito, de bigote y con una panza solo comparable con la de una mujer que está a punto de dar a luz. Que, aun así, se movía con una agilidad envidiable, mientras las mujeres seguían su paso fotografiando todo a su alrededor, el indiscreto hombre platicaba hasta por los codos.
—... ¿Cuándo se enteró Diego?
Los escuchó indagar la rubia mientras fingía estar concentrada en el pintoresco paisaje y tomar fotos de todo.
—Ya van pa' dos años de eso casi despuesito de la muerte de la señora Sandra —respondió el hombre esperando con paciencia a la rubia que se entretenía fotografiando el manantial.
—Ya veo, debió ser un golpe duro para él. Ama esta hacienda y amaba demasiado a su esposa —puntualizó Sol, mirando de reojo a Bárbara.
Pepe soltó un largo suspiro, se acomodó el poco visible cinturón y subiendo una pierna a una pequeña roca, continuó.
—Si no fuera por doña Carito don Diego se hubiera venido abajo. Pero la doñita, la doñita lo mantiene vivo por ella, es que sigue luchando por no perder la hacienda —Pepe soltó otro suspiro —. Peroesta canijo, es un chorro de lana lo que debe.
—Por eso es que accedió a rentarla para el comercial, ¿cierto? —indagó Sol, acomodando sus manos en forma de cachucha para defenderse los ojos de la intensa luz del día.
—Sí, eso le va a ayudar harto —respondió con un simple encogimiento de hombros.
—Me alegro. De verdad que sí —comentó la morena con la sinceridad impresa en cada sencilla palabra.
Hora y media después, donde caminaron bajo el intenso sol, fotografiaron la mayoría de la extensa hacienda y donde Bárbara se enteró de varios aspectos interesantes de la vida de Diego, por ejemplo, los años que estudió en Canadá, donde se recibió de Ingeniero en Arquitectura, algo de su exesposa fallecida y un poco de los problemas financieros que tenía la hacienda con el banco, solo le sirvieron para interesarse más en el hombre.
Al fin don Pepe las llevó al pueblo, no sin antes acompañarlas a despedirse como era debido de Carito, agradecerle su amable hospitalidad y asegurarle que volverían pronto a visitarla. Aunque cave recalcar que la que aseguró su regreso fue Sol. Mientras Bárbara se limitó a darle un fuerte abrazo lleno de cariño, esa anciana era una lindura y no podía negar lo divertido, había sido sus conversaciones y relatos, pero su nieto, su nieto, tenía la culpa de que se alejara para siempre de la hacienda.
—Aquí estamos. El mecánico —anunció don Pepe bajándose de la camioneta blanca.
El famoso ¨ el mecánico ¨, no era más que un viejo tejaban destartalado con una improvisada cortina mugrienta llena de aceite y grasa. La rubia vio el auto de Naomi estacionado al costado. Sin pensarlo dos veces bajó de la camioneta seguida por Sol, la que con una sonrisa más grande de lo normal escudriñaba a su alrededor. De un manotazo apartó la cortina y un segundo después escucharon la risita de su prima, otro más bastó para encontrar a Mateo viendo una pequeña televisión a blanco y negro puesta sobre una vieja mesa de madera.
Naomi, ajena a su presencia, seguía dándoles la espalda y platicando sin parar hasta que, el chico que la entretenía enfocó la mirada en su dirección, la sonrisa del de por sí agraciado joven, se ensanchó en exceso, por un segundo Bárbara pensó ser la receptora de esa alegría hasta que Sol pegó un sonoro gritito de felicidad y dos segundos después se fundían en un gran abrazo.
El joven la levantó del piso cuál ligera pluma mientras ella se aferraba a su cuello con ambos brazos y enroscaba sus cortas piernas en su cintura.
Atónitas Naomi y Bárbara presenciaron en silencio la escena, observaron como el guapo mecánico le susurraba al oído y la morena asentía, cualquiera que presenciara aquella curiosa estampa juraría que se trataba del reencuentro de una pareja de enamorados.
—Humm, humm —llamó Naomi cruzando con aire de insolencia sus brazos.
La apenada Sol, más roja que un tomate, descendió sus piernas hasta colocarlas sobre el piso y alejándose del joven el cual, no se veía con ninguna intención de soltarla, dijo:
—Lo siento, me deje llevar. Él es Gael Montero, un viejo amigo. Gael ella es la señora Bárbara Cantú.
—Mucho gusto —saludó el joven dueño de unos ojos café claro, de enormes pestañas.
—El gusto es mío —respondió con gentileza estrechándole la fuerte mano. Momento en que aprovecho para examinarlo, llevaba unos vaqueros gastados, manchados de grasa y algo rotos, una sencilla camiseta blanca de tirante que se pegaba un poco a su bien trabajado six pack y dejaba a la vista sus fibrosos brazos, además de ser poseedor de un rostro de niño bonito y una sonrisa traviesa. No le sorprendió en lo absoluto la cara de babas de Naomi, es más, tampoco le extrañaría que se pinchará una llanta para quedarse un poco más.
— ¿Entonces tú eres el mecánico que arregló mi coche? —interrogó al terminar el escaneo, dando un nervioso vistazo al pequeño reloj de mano. Era tarde y aún tenía que llegar a su casa y arreglarse, era consciente de que de ninguna manera podía presentarse con esa ropa a una cita de negocios.
—Sí, ya está listo, señora —respondió Gael mostrando su resplandeciente sonrisa, digna de comercial.
Bárbara sonrió complacida, al fin algo le salía bien.
Cinco minutos después guio a las tres mujeres, acompañadas por Mateo y don Pepe, al lugar donde tenía al coche. La rubia examinó el buen trabajo del joven, estaba perfecto, salvo un pequeño tallón que tenía en la pintura.
—Perfecto —respondió recibiendo la llave—. Dime, ¿cuánto te debo?
Gael la miró confundido.
—Ya está pagado. Esta mañana, cuando don Diego recogió su camioneta, me liquido ambas...
— ¡¿Qué?!
El estómago de Bárbara se hundió de pronto, ese pedazo de atrevido había pagado la compostura, ¿qué se creía?, ¿con qué derecho?
— No, de ninguna manera. Te pagó yo y cuando veas a don Diego le regresas su dinero. Por Dios, ¿qué se cree ese hombre? —ordenó en tono autoritario y tajante.
Gael se encogió de hombros. No sabía qué hacer o decir, así que se limitó a asentir, quién diría que esa mujer que se veía tan linda y tierna tuviera semejante carácter.
Bárbara sacó su cartera, le dio las gracias más, él pagó lo acordado y una propina extra.
Gael, por su parte, aprovechó la presencia de don Pepe para mandarle a Diego su dinero, más el recado, de la negación de la rubia.
— ¡Nos vamos! —ordenó la rubia subiéndose al coche. Sesentíamolesta, más que eso, estaba furiosa, ¿cómo se atrevía a ser tan...? tan... tan, amable, lindo, atento ¡Metido! Eso, era un metido.
—Barbie —llamó Naomi tomando el musculoso brazo del mecánico—. Se van adelantando. Mati y yo las alcanzamos más tarde.
La rubia la miró boquiabierta, no tenía tiempo que perder, tampoco podía presentarse con Mateo en la cervecera, así que, si más opciones viables decidió asentir, después de todo, Naomi siempre lo había cuidado muy bien, no tenía razón alguna para desconfiar de su prima, por más loca que estuviera.
—Está bien —accedió apuntando mentalmente preguntarle más tarde sobre ese repentino exceso de confianza con el mecánico—, ¿nos vamos Sol?
La morena asintió y fue a despedirse de su amigo, el cual, estaba tan bien sujetado por Naomi que solo puedo darle un par de besos y un rápido hasta pronto, mientras Bárbara aprovechaba para bajar del coche y darle un beso a su nene, para después dirigirle una sonrisa llena de complicidad a su prima.
—Nos vemos allá. ¡Temprano!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro