8 | Sentimientos mutuos
Tae Hyung se quedó tan cortado ante la apabullante presencia del número uno de la música que no se atrevió a replicar y, una vez hubo abandonado el local, el ambiente volvió a la normalidad. Seok Jin y Nam Joon regresaron a sus asientos y retomaron su conversación en torno a una actividad promocional de verano. Los empleados, por su parte, también volvieron a sus ocupaciones, a excepción de Jung Kook, que voló hacia Yoon Gi.
—¡Qué alucinante! —Le dedicó un par de palmaditas en la espalda—. Esa forma de dejarle en su lugar ha sido genial.
—Sí... —Los ojos del rapero se movieron por la cafetería. Se acababa de dar cuenta de que Jimin se había esfumado—. Gracias.
—Diría que nadie se ha atrevido a hablarle nunca así a Kim Tae Hyung.
—Supongo. —El artista rastreó a su izquierda y después a su derecha, tras la barra y hasta echó una ojeada en el habitáculo que daba a la cocina. No, no estaba—. Ya iba siendo hora de que alguien lo hiciera.
—Y yo que me alegro. —Jung Kook volvió a palmearle—. Ese tipo le hizo mucho daño a Jimin.
Aquellas palabras despertaron en Yoon Gi un sentimiento de extrañeza. Le costaba asimilar que alguien pudiera ser tan cínico como para tratar sin valor a un chico tan dulce. Y, a todo esto, ¿daño? ¿Pena? ¡Los gladiolos! ¡El parque! ¡Pues claro!
—Disculpa, me ha surgido algo. —Se apresuró a salir del establecimiento, esta vez sin gorro ni cubrebocas que le ayudara a ocultar su identidad—. Después seguimos hablando, Jung Kook.
—¡Espera, no! —La voz de Seok Jin le llegó, a gritos, mientras cruzaba la calle—. ¡No puedes salir así!
Lo sabía. Claro que lo sabía. Pero le daba lo mismo.
—¡Yoon Gi, inconsciente! —Su manager siguió vociferando—. ¡No me hago responsable de lo que te pueda pasar! ¿Me oyes?
Por supuesto. Aquello era cosa suya: asumiría lo que fuera. Cogió aire, apretó la marcha y se metió por entre los arbustos del parque, procurando trazar un camino en paralelo al de la senda a fin de mantenerse escondido de las miradas de los transeúntes. Así llegó a la fuente en donde estaban los gladiolos.
Tal y como había supuesto, allí encontró a Jimin. Se había sentado en la piedra tras los chorros de agua, aún con el delantal de la cafetería y mantenía la mirada perdida en la arenisca del suelo.
—¿Has venido a explicarme más cosas de jardinería? —Esta vez le detectó antes de que se le acercara—. ¿O es quieres que regrese para servirte algún plato?
—En verdad estoy aquí porque quería ver cómo estabas. —La sinceridad, ahora sí, a Yoon Gi le salió sola—. Has sufrido una situación un tanto amarga con ese imbécil.
—Al principio no lo era tanto, ¿sabes? —Jimin juntó los pies y los balanceó—. Cuando le conocí era una persona normal que deseaba aprender música, con mucho talento vocal, ilusión y un nivel de autoexigencia considerable.
—Pues se ve que ahora le ha echado la exigencia a los demás.
Yoon Gi se acomodó en la roca, junto al chico, a fin de buscar una proximidad que pudiera reconfortarle.
—Fue culpa de tu mundo —continuó el joven camarero—. Por eso lo odio —remarcó—. A medida que Tae Hyung fue cosechando éxitos y recibiendo halagos, se empezó a crecer en el ego y a creerse más que nadie. —Ahogó un suspiro—. Y, por supuesto, yo no fui la excepción.
—Salíais juntos.
—Era más que eso —corrigió Jimin—. Nos íbamos a casar.
La revelación dejó al idol sin respiración.
—Sin embargo, él no me quería. Solo buscaba un niño más o menos guapo que se moviera en su mismo mundo —añadió—. Yo trabajaba como modelo de firmas de alta costura. A parte, era integrante de un grupo que estaba a punto debutar.
—¿Y qué te pasó? —El rapero no pudo evitar interesarse—. ¿Te retiraste?
—Más o menos. —El joven asintió—. Tuve que dejarlo porque enfermé de algo grave.
—¿De algo grave? —Yoon Gi se alarmó—. ¿Cómo de grave?
—No te asustes, que seguí un tratamiento y ahora estoy bien. —Jimin esquivó la pregunta—. La cosa fue que rescindí mi contrato. En cuanto me vi fuera de cámaras, focos y escenarios, Tae Hyung se consiguió un amante. Luego le descubrí y rompimos.
—¿Y por qué lo hizo a tus espaldas? —Yoon Gi sabía que quizás no fuera correcto seguir indagando pero había empatizado demasiado con Jimin como para dejarlo estar sin brindarle consuelo—. Quiero decir, si no te amaba, te lo hubiera dicho y ya.
—Quería quedarse con mi perro —murmuró el camarero—. No sabía cómo arreglárselas para abandonarme y llevárselo al mismo tiempo.
El artista parpadeó, alucinado del todo. Ese Tae Hyung estaba loco.
—O sea que no te dejó porque quería tu mascota.
Jimin asintió.
—Y mientras estaba contigo se tiraba a otro tipo.
Volvió a asentir.
—¿Un tipo al que le regaló los gladiolos que iban a ser para ti?
—Eso es.
—¿Y lloras por ese individuo? —Yoon Gi, sincero como él solo, meneó la cabeza a ambos lados, con desaprobación—. No te ofendas pero Tae Hyung es un mierdero súper lamentable. Más que entristecerte, deberías enfadarte.
—No creas que no lo insulto —se defendió Jimin—. Le he llamado de todo en mi cabeza miles de veces.
—No las suficientes —objetó Yoon Gi—. Solo fíjate en ese aire que lleva: "eh tu, persona" —le imitó—. ¿Quién demonios llama así a nadie? ¿Persona? —teatralizó—. Vamos, no me jodas. Hasta yo hablo mejor que él y mira que soy bastante egocéntrico y desagradable.
El rapero no se esperaba que su comentario provocara que Jimin rompiera a reír a carcajadas y aún menos que su timbre le contagiara y él terminara haciendo lo mismo. Y las risas llevaron a más bromas, éstas a su vez a más proximidad y, cuando se quiso dar cuenta, Jimin se había levantado del poyete y le observaba, con un brillo en los ojos que le disparó el pulso.
—Gracias por estar tan pendiente de mí —dijo.
—Yo...
"No es nada". "Lo haría por cualquiera". "Es que me gustaría que fuéramos amigos". "Te aprecio".
No, no, no. Era ahora o nunca.
—Quiero que estés bien —se lanzó y, antes de que Jimin pudiera reaccionar, ya se había incorporado y estaba frente a él—. Me gustas.
—¿Gustar en qué sentido? —El joven entrecerró los ojos—. ¿En el de llevarse bien?
Yoon Gi se acercó aún más. Se sentía temblar por dentro pero, ya que había empezado, tenía que terminar así que se atrevió a tomar a Jimin por las mejillas, con cuidado, y a aproximar su aliento, eso sí, despacio, no fuera a llevarse un golpe o un empujón. Sin embargo, el chico, lejos de huir, le asió de la ropa y le atrajo hacia él.
Le aceptaba. El artista no se lo podía creer.
Y, de hecho, no lo creyó ni cuando unió sus labios a los suyos y Jimin le correspondió abrazándose a su cuello. Tampoco al encadenar un beso tras otro, comiéndose con dulzura pero al mismo tiempo con urgencia y bastante ansiedad. Ni al caer bajo los brazos del deseo y beber de él mientras sus lengua revoloteaba con devoción por entre la suya.
Era mutuo.
Parecía imposible pero lo era.
Lo era.
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