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5 | Mover ficha


Jimin no le contó mucho. Por su carácter reservado, se limitó a explicarle que los gladiolos eran sus flores preferidas y que alguien, hacía ya tiempo, había prometido regalarle una maceta por su cumpleaños pero no lo había cumplido. A partir de ahí Yoon Gi imaginó lo demás.

Si las lágrimas empañaban los ojos de aquel joven ese alguien debía de haber sido una persona importante. Y, si estaba ahí, contemplando los arbustos, aún no tenía asumida, o superada, la decepción.

¿Qué le habría pasado? ¿Sería por un fallecimiento? ¿Una ruptura sentimental? ¿La traición de algún amigo íntimo? De eso Yoon Gi entendía mucho; su grupo de secundaria le había hecho la vida imposible en cuanto había empezado en la industria del entretenimiento así que se moría por preguntarle e incluso por aconsejarle al respecto. Sin embargo, como le preocupaba meter la pata otra vez, prefirió centrar la conversación en los cuidados que requerían las diferentes flores mientras daban un paseo por la senda. Su padre se dedicaba a la jardinería. Le había ayudado tantas veces que tenía tema para dar y tomar.

—Nunca hubiera imaginado que supieras tanto de plantas. —Jimin, ya sin esa sensación acuosa en las pupilas, sonrió levemente cuando llegaron a la salida del parque—. Se me hace dificil visualizarte sentado ante un macetero, rodeado de sacos de abono y con las manos y la ropa manchada de tierra.

—¿Y eso por qué? ¿Porque soy un idol? —Yoon Gi suspiró—. Una cosa es mi trabajo y otra muy diferente mi vida personal.

—Sí pero no se supone que los idols hagan cosas como cuidar de un jardín. Para eso contratan personas.

—Tampoco se supone que anden solos, sin supervisión, en un jardín del centro de la ciudad —replicó éste—. Menos aún para hablar de flores.

Jimin se echó a reír, su timbre contagió al rapero, que le imitó, y así, la mañana terminó para ambos muchísimo mejor de lo que había empezado. El primero porque logró aliviar su estado de ánimo y el segundo porque sintió una enorme felicidad al detectar que, por fin, el joven camarero le empezaba a mirar con simpatía. Lástima que no durara.

—Oye, ya que tienes el día libre, te puedo enseñar mi empresa —le ofreció entonces Yoon Gi—. Tengo el coche todavía en la cafetería.

—¿Tu... ? —Jimin parpadeó varias veces seguidas—. ¿Empresa?

—Sí. —El artista no se dio cuenta de que tomaba de nuevo el rumbo equivocado—. Se me hizo sencillo así que la compré. Es mía.

—Ah —recibió una mueca—. Te felicito por tu adquisición pero no, gracias. No me interesa que me presumas tus logros.

—¿Presumir?

El músico no dio crédito. ¿Otra vez? ¿Por qué otra vez? ¿No le había demostrado ya lo genial, amable y humilde que era?

—¿Por qué das por supuesto que quiero presumir? —protestó pero, antes de que su acompañante pudiera decir nada, la molestia le pudo y se adelantó—. ¿Para qué rayos he venido a buscarte entonces si luego todo te lo tomas a mal?

—Para empezar, yo no te pedí que vinieras. —Jimin no se quedó callado—. Lo hiciste porque te dio la gana. Te carcomían las ganas de recriminarme que hoy no te serví el cafecito ni tu vasito de agua.

—¡Pues claro que tenía decírtelo! —bufó el idol—. ¡Mi condición era que fueras exclusivamente tu!

—Sus exigencias no son mi problema, señor Min.

Aquel hubiera sido el momento perfecto para que Yoon Gi intentara rectificar y explicar que en realidad había ido al parque por preocupación y también porque le había extrañado. Mas, sin embargo, las palabras afectivas, como bien había observado Seok Jin, nunca se le habían dado demasiado bien pues estaba acostumbrado a recibirlas y no a prodigarlas. Por eso optó por murmurar un simple "me parece genial que no lo sean" que hizo que Jimin se marchara a paso ligero y le dejara solo en la arboleda.

¡Solo! ¡Después de haber ido hasta él y consolarle! ¡Solo!

De verdad, qué injusto.

Y qué mal.

Todo se había ido al traste otra vez. Había cavado aún más el foso de la animadversión. Ahora los desprecios serían más evidentes.

Sin embargo, al día siguiente, su sorpresa fue mayúscula cuando llegó al establecimiento y el camarero le dejó el desayuno con cuidado, procurando que el líquido oscuro de la taza no se tambaleara.

—Gra... —Yoon Gi quedó tan anonadado que hasta titubeó—. Gracias.

—De nada —respondió éste—. Y buenos días.

Buenos... ¿Días? ¿Le había saludado? ¡Lo había hecho!

—Buenos días a ti también, Jimin. —Por supuesto, no dejó escapar la oportunidad—. ¿Cómo estás?

—Bien.

—Yo también creo estar bien.

Yoon Gi sonrió pero Jimin no lo llegó a ver. Ya se había dado la vuelta y se había metido tras la barra, como siempre. ¡Demonios! ¡Por qué tenía que ponérselo tan cuesta arriba!

—Seok Jin, te necesito con urgencia. —El rapero telefoneó a su manager sin apartar la vista del chico—. Tienes que traerme gladiolos.

—¿Quieres que salga de la empresa para ir a por glafo...? —La voz del aludido sonó desconcertada—. ¿Glafo qué?

—Gladiolos. —Yoon Gi se armó de paciencia—. Pero, por favor, no compres un ramo. Necesito una planta viva, que tenga las campanitas blancas y que se vea bonita.

—¿Para qué quieres eso?

—Tu tráemela.

Colgó. Acto seguido, marcó el número de Nam Joon.

—Oye, ¿te acuerdas del rollo de plástico de regalo que me gustó tanto y que guardé en la estantería del estudio?

—¿La cursilada esa de los globitos de colores?

—Sí, esa "cursilada". —Yoon Gi carraspeó, incómodo. Nam podía decir lo que quisiera; a él los colores le habían entusiasmado—. Me hace falta que me la traigas con una cinta para hacer lazos.

—¿Lazos? —Nam Joon mostró la misma reacción que el manager—. ¿Qué pasa? No te irás a declarar al camarero, ¿no?

—Solo ven con eso.

Media hora después, Yoon Gi estaba fuera de la cafetería, sentado en uno de los bancos del principio del parque, envolviendo con todo el cuidado posible una preciosa maceta plagada de las flores favoritas de Jimin bajo la mirada estupefacta de sus dos acompañantes.

—Sí que te ha dado fuerte, sí —observó Seok Jin—. En vez de un simple "tilín", te ha tocado la orquesta entera.

—Muy gracioso.

El rapero echó mano de la cinta. Trató de hacer un lazo pero no le salió, lo tiró e hizo otro nuevo, que le quedó demasiado pequeño. Resopló y repitió la operación cinco veces más hasta que, por fin, fue capaz de colgar unas bonitas tiras serpenteantes.

—¿Vas a ponerle una nota? —se interesó entonces Nam Joon.

—No.

De hecho, ni siquiera se la entregó. Solo esperó a que Jimin se metiera en la cocina, entró en el establecimiento y la dejó en la barra.

Ya estaba hecho.

Había movido ficha. Ahora quedaba esperar.

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