10 | Me gustaría estar contigo
Los siguientes días fueron difíciles. El rapero seguía ofuscado ante las dudas mostradas por Jimin y no era capaz de relajarse de modo que se dedicó a ignorarle pese a que el joven hizo varios intentos por acercarse a hablar con él. Incluso pidió al encargado que Jung Kook se ocupara de servirle el desayuno. Se sentía ofendido, triste, decepcionado.
¿Dudas? ¿En serio? ¿Después de besarle como lo había hecho?
¡Bah!
¡Qué injusto!
Se merecía un poco de indiferencia. Por supuesto.
No había previsto que su agenda laboral se fuera a complicar como lo hizo. Debido a la previsión del lanzamiento de su nuevo álbum, de un día para otro se llenó de compromisos y la presión mediática obligó a su manager a acelerar las grabaciones con lo que no le quedó más remedio que cambiar la cafetería por un desayuno en el mismo coche, camino del estudio, durante semanas enteras.
Empezó a trabajar de sol a sol, sin tiempo para otra cosa que no fuera comer algo rápido y dormir cuatro horas como máximo pero, aún así, se las ingenió para escabullirse durante las reuniones de equipo, coger uno de los autos de la empresa a hurtadillas y dejarse caer por la local. Así fue como tomó conciencia de que los miedos que Jimin le había expresado eran bastante sensatos y mucho más lógicos de lo que en un inicio había creído.
El joven tenía el turno fijo de apertura de modo que, cuando el rapero llegaba, ya se había ido. Y a veces que ni siquiera tenía opción de acceder a la cafetería porque, cuando lograba desocuparse, la noche envolvía las calles y se encontraba con el cierre echado. Era entonces cuando se dedicaba a vagar por el parque, bajo la luz de las farolas, en soledad, hasta que llegaba a la fuente de los gladiolos y se daba la vuelta.
Ahí era cuando más reflexionaba. Cuando se arrepentía de su altanería y de aquel "tu te lo pierdes" que había dicho en un arranque estúpido porque, en realidad, no lo sentía. No, para nada. El que había perdido, en todo caso, era él.
¿Cómo estaría Jimin? ¿Notaría su ausencia? ¿Se habría entristecido? ¿Le extrañaría al menos un poco?
—No suelo coincidir con él. —Fue Jung Kook el que, una tarde cualquiera, le dio algo de información—. Ahora tenemos horarios opuestos así no sé a ciencia cierta cómo está. Pero, por lo que dice Hoseok, nuestro amigo común, parece que le va bastante bien.
Yoon Gi sintió que el mundo se le caía encima. Jimin ya había pasado página. O peor aún: con eso de las dudas, seguro que ni siquiera había llegado a abrir el libro.
—¿Sabe que vengo? —inquirió entonces.
—Ni idea.
Vaya.
—Pero, en mi opinión, creo que lo mejor es que hables con él. —Jung Kook garabateó una serie de números en una servilleta, la dobló y se la entregó—. Este es su teléfono. Llámale.
Yoon Gi revisó, con cierta aprehensión, los trazos del bolígrafo. Una parte de él deseaba marcarle en ese mismo instante, disculparse y aguantar lo que fuera que tuviera que aguantar por ganarse una nueva oportunidad. La otra, en cambio, le decía que era mejor dejarlo estar, que era evidente que Jimin estaba bien sin su presencia altanera revoloteando a su alrededor y que nada ganaba insistiendo en algo que nunca podría ser. Y, con ese debate, llegó a su apartamento, clavó el teléfono en el corcho de notas importantes y, en vez de dormir, se dio a la tarea de zambullirse en la partitura de esa canción de amor que seguía burbujeando en su pecho y de la que todavía no había logrado hilar más que un par de líneas seguidas.
Visualizó a Jimin el día en el que le había dicho que su música era un asco. La vez que lloró frente a los gladiolos. Lo vio cuando le regaló el bonsái, que ahora atesoraba junto a su ventana, y también cuando se las tuvo que ver con Tae Hyung. Y luego estaba el beso, ese néctar cálido y dulce pero a la vez fuerte y ansioso, tan deseado, anhelado y soñado.
Y, por fin, empezó a tocar. Volcó su sentir sobre las teclas del piano y, mientras lo hacía, lloró.
¿Por qué tenía que estar así? Tampoco era como si aquel joven hubiera sido una constante en su vida. ¿Cómo demonios había logrado colarse de forma tan profunda en su corazón? Yoon Gi no lo entendía. No comprendía la razón mas, sin embargo, ahí estaba, soltando lágrimas silenciosas a diestro y siniestro mientras sus dedos trazaban la melodía más personal y especial de su vida. Y siguió así hasta las doce, cuando el móvil le empezó a sonar y no lo quedó más remedio que parar y componerse un poco para descolgar.
—Perdona que te llame a estas horas.
El corazón se le detuvo. Era...
¿Jimin?
—Sé que es muy tarde pero me ha resultado bastante complicado convencer a Nam Joon de que me diera tu teléfono y no quería acostarme sin llamarte.
—No... —La impresión hizo que a Yoon Gi se le atascaran las palabras—. No importa.
—Me imagino que estarás pasando por una época de mucho trabajo —continuó—. ¿Cómo estás? ¿Puedes comer y dormir de forma adecuada? ¿Te encuentras bien?
"Sí, estupendamente". "En verdad no estoy tan ocupado". "No hace falta que te preocupes". "Me va todo genial".
¡No, no, no! ¿Por qué siempre se le ocurrían estupideces?
—La verdad, estoy hecho una mierda —obvió las excusas—. Me siento mal.
—¿Por estrés?
El cerebro de Yoon Gi se disparó. Tenía la oportunidad de decirle mil cosas, entre ellas que su principal problema era que se creía estar enamorando y que lamentaba llevar la vida que llevaba por primera vez desde que había hecho su audición pero no sabía cómo hacerlo. Seguía siendo un bocazas, después de todo.
—Por ti —simplificó—. Siento que te debo una disculpa.
—No te preocupes. —El camarero no se lo pensó para responder—. Si te refieres a lo del "tu te lo pierdes", ya no estoy enfadado.
—Pero tenías razón —insistió el artista—. Me cerré en banda y te hablé mal pese a que tu planteamiento era de lo más normal. Es cierto que una cosa son mis buenas intenciones y otra muy diferente el tiempo real que tenga para hacerlas realidad. —Resopló—. Y me duele que sea así, ¿sabes? Me duele mucho.
—A mí también. —El murmullo de Jimin apenas se escuchó—. Aunque no lo creas, me gustaría mucho estar contigo.
Aquellas palabras fueron suficientes para que el rapero reaccionara y se deshiciera de toda tristeza. Aquel chico, pese a sus reticencias, sentía lo mismo que él. Y quizás no pudiera juntar nunca su bonsái con las florecitas blancas en la ventana pero...
—¿Dónde estás? —Se invistió en seguridad—. Entiendo que no podamos a ser pareja pero, ¿y si soñamos que lo somos un rato por lo menos? ¿Estaría mal?
Se hizo un silencio. Por unos instantes, Yoon Gi temió haber vuelto a meter la pata. Sin embargo, el pánico se transformó en euforia al escuchar el pitido de la mensajería.
Le acababa de mandar su ubicación.
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