Archivo 7: Geekers
"En otras noticias, Rusia sigue expandiendo su territorio sin oposición luego del extraño fenómeno que ha dejado a los Estados Unidos, completamente desconectado del mundo. La crisis humanitaria ha alcanzado niveles nunca antes vistos, mientras los refugiados atraviesan las fronteras en un éxodo masivo sin precedentes."
―Cambia el video... ―solicitó Jhon. Sus ojos no enfocaban nada. Estaba sumido en sus pensamientos―. Pon ese... parece ser más reciente.
Los tres guardaron silencio, disminuyendo al máximo el volumen del parlante para no ser descubiertos.
―Hago lo que puedo ―musitó Carl―. Todos los servidores de estados Unidos cayeron. Adiós YouTube, google maps, fotos, etc. Estamos muertos tecnológicamente...
Finalmente encontraron un video que se podía reproducir desde hace dos semanas atrás.
"Hoy en la tarde, el presidente de España entregará las medidas de su gabinete ante el inminente desplome de la economía mundial luego de la caída absoluta del dólar. Son cientos los países que de la noche a la mañana han perdido sus riquezas, antes valorada en dólares, luego de que el continente americano fuera silenciado el pasado ocho de marzo."
Scott encontró otro video relacionado. Los tres hombres seguían en trance, atemorizados por todo lo que estaba sucediendo en el mundo. Era como despertar en una película apocalíptica después de un prolongado estado de coma.
"Los saqueos continúan de forma desenfrenada por las calles de París, luego de que, a causa de la caída del dólar, millones de personas perdieran los ahorros de toda una vida. El gabinete del presidente Le Feur, ha enviado a las fuerzas armadas para mantener el orden en las calles, sin embargo, las imposiciones de Rusia y China al aceptar el rublo y el yuan como único medio de pago, ha provocado una crisis de abastecimiento nunca antes vista. Solo anoche, se confirmó la muerte de al menos doscientas cincuenta personas en distintas zonas del país a causa de los enfrentamientos armados entre saqueadores y fuerzas de la ley."
Fue el turno de Carl de cambiar la reproducción del video.
"El día de ayer, los países de Rusia, China y Corea del norte, se han reunido en Pekín para firmar un tratado denominado como la alianza militar de Asia unida. La AMAU, quien desde ahora defenderá de forma exclusiva los intereses de estas tres potencias del continente asiático, ha anunciado de inmediato un ultimátum contra las fuerzas de la OTAN en territorio asiático. Las autoridades temen que sean revocados además, todos los tratados con países miembros de la OTAN. Esta noticia ha sepultado completamente la economía mundial dejando a estas tres potencias aisladas del mundo y devaluando aún más el euro."
Los tres hombres se miraron consternados. Las ojeras, marcadas en su rostro, daban fe de las largas jornadas de trabajo y la constante presión de los altos mandos. Carl era ingeniero en sistemas, y luego de dos semanas, finalmente logró acceder a la red y a lo que quedaba del sistema.
Aquella noche era la primera en la cual podían vislumbrar lo que quedaba de su mundo. Ellos solo podían imaginar las consecuencias acontecidas después del impacto de aquellos cuerpos extraños. Constantemente se despertaban en las noches con pesadillas, sobre todo después de que Scott les convenciera sobre la invasión extraterrestre.
Manaos, en Sudamérica había desaparecido de la faz de la tierra, y solo hace días finalmente se despejó la gigantesca capa de polvo que fue expulsada hasta límites insospechados alrededor del mundo. Desde el momento del impacto, el continente americano permaneció completamente silenciado.
Muchos países perdieron la mayoría de sus satélites, y muchos de ellos cayeron a tierra en el trascurso de los días. Aquello no lo sabían a causa de las noticias, sino de las trayectorias establecida por los satélites que aun funcionaban. El miedo de que en cualquier momento les cayera un satélite sobre sus cabezas era real.
Toc. Toc.
Aquel sonido les hizo saltar de sus sillas. La habitación estaba a obscuras, la única fuente de luz era la computadora de Carl, mientras que Scott y Jhon, como estudiantes asustados, buscaban refugio al guardar silencio.
¿Quién rayos tocaba su puerta a las tres de la madrugada?
Los tres guardaron silencio.
La tensión se hizo palpable en el ambiente.
Nuevamente llamaron a la puerta. ¿Serviría que se hicieran los dormidos? No tenían forma de aparentar eso, al menos Jhon y Scott no estaban en su habitación y no tenían como justificar su estadía en el cuarto de Carl.
La puerta fue tirada de cuajo de una patada. De forma inmediata, como un relámpago, tres soldados irrumpieron en la habitación apuntando sus armas y con la linterna encendida. Encontraron a Carl con las manos en el teclado.
―¡Aléjese de esa computadora ahora mismo! ―rugió uno de los soldados, y de inmediato le apremió a cumplir la orden.
Carl no obedeció. Seguía tecleando lo más rápido que podía para ocultar lo que fuera que tenía en su computadora. Un segundo soldado, sin dejar de apuntarle al rostro se acercó, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, en un segundo, dejó su arma para lanzar al suelo a Carl.
―¡Te dije que te alejaras!
Las luces integradas a los fusiles de guerra encontraron a Jhon, quien como un idiota intentó esconderse bajo las frazadas de la cama de Carl.
―¡Al suelo, las manos donde pueda verlas! ―sus gritos ya deberían haber despertado a todos en el pasillo―. ¡Rápido!
Jhon hizo lo que se le pidió de inmediato.
Se tiró al suelo con rapidez, con el frío sudor recorriéndole el cuerpo. Jhon podía sentir aquellas armas apuntándole, su cuerpo tiritaba de forma descontrolada por el miedo. ¿Los matarían en ese mismo cuarto? Lo más probable es que los llevarían afuera para acabar con ellos. Jhon tenía tanto miedo que sus lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas. No quería que las cosas terminaran así. No quería morir.
―¡Al suelo idiota!
Jhon sintió el peso del soldado que lo inmovilizó. No podía ver nada más que el closet, donde Scott intentaba esconderse. El muy idiota de Scott intentó pasar desapercibido al ocultarse ahí, pero incluso desde la posición de Jhon se veía. Era imposible esconder una pelota de carne en un lugar tan pequeño. Fue patético.
―¡Al suelo, ahora! ―volvió a repetir el soldado. Scott salió de su escondite, con el cabello enmarañado, su piel blanquecina como un fantasma, y la papada temblorosa de forma descontrolada.
Un resplandor metálico brilló ante las linternas de los soldados, lo que sumado a la obscuridad de la habitación, dio pie a un malentendido peor del imaginado.
―¡Suelta las armas o abriré fuego! ―amenazó uno de los soldados. El corazón de los tres investigadores se aceleró a tal punto que, estaban a punto de sufrir un infarto.
―¡Suelta las armas! ―rugió el soldado.
Scott soltó un bolígrafo y una regla metálica. Sus anteojos cayeron también por el nerviosismo, e intentó recogerlos. En ese momento el soldado aprovechó para reducirlo y sin mucho esfuerzo, los tres investigadores fueron apresados.
A los tres se les puso una capucha en la cabeza. Aquello solo despertó un torrente de emociones negativas en ellos, estaban seguros que los matarían. Carl continuó gritando sobre los derechos humanos, sobre el miedo que sentía y dio todos sus datos personales a quien pudiera oírlos; ya que estaba convencido de que muy pronto dejaría de respirar.
La presión arterial de Scott causaba estragos en él, descompensándolo. Dos soldados lo llevaban a rastras por un pasillo a obscuras. No sabía siquiera cuantos minutos habían pasado desde su detención ilegal. Jhon en cambio, estaba a punto de vomitar, con mucho frío en su cuerpo.
Jhon sintió sus pies arrastrarse por cientos de metros. Dos soldados le escoltaban a su final. Sus silentes plegarias viajaban con su madre, y se lamentaba no haberla llamado incluso antes de que todo se fuera al infierno. Escuchó las puertas abrirse, soldados saludar, patrullas pasar por su lado, pero nadie emitía palabra alguna por ellos. El sonido de un escritorio siendo vaciado le puso en alerta. ¿Aún estaban en las dependencias de la ESA? ¿Por qué no los llevaban a los camiones si es que los querían muertos? La tensión no le dejaba pensar con claridad.
Entonces una voz familiar le llamó la atención.
―Por favor... ¿De quién diablos fue esta estúpida idea?
Aquella era la voz del teniente coronel a cargo de la investigación. Era inconfundible, sobre todo después de semanas de convivir con ella en los pasillos y salones.
―Quítale esas capuchas... son humanos, maldición.
Jhon sintió la brusquedad con la que le quitaban la capucha. No quiso abrir los ojos. Tampoco tenía la fuerza necesaria para hacerlo. Estaba mareado y catatónico.
―Les dieron el susto de sus vidas a estos pobres hombres ―el teniente coronel se acercó a ellos―. De seguro pensaron que los silenciaríamos.
El teniente coronel soltó una carcajada de forma sarcástica. Intentaba mostrarse amable, pero no tardaría mucho en irradiar sus verdaderos colores.
―¿Alguien puede recordarme cuales fueron las primeras ordenes que di en este lugar? ―el sarcasmo le brotaba por los poros. Aquel hombre, armado de poder, estaba disfrutando la tortura. Jhon siempre supo que en privado aquel hombre debía ser un monstruo. No se equivocaba.
―Creo recordar muy claramente... ―el teniente coronel extendió la mano derecha y uno de los soldados le ofreció su arma. El ambiente estaba sumamente tenso a esa hora, Jhon no sabía cuántos soldados estaban en esa habitación, solo entendía que estaban a solas con ese chacal, y aunque no lo dijera abiertamente, la amenaza estaba presente―. Que toda la información que se maneja en este lugar, es considerada ultra secreta y clasificada. Cualquier llamada o contacto con el exterior estaba estrictamente prohibido. La pena capital se aplica a cualquiera que ponga en riesgo la seguridad nacional...
Scott gimoteaba como una niña, llorando y con el rostro lleno de mocos.
―¿Con quién hicieron contacto?
Un tiburón mostraba sus dientes, con una pistola peligrosamente acercándose a Carl. Las sombras inundaban la habitación, solo una pequeña lámpara emanaba su luz distópica en esos momentos.
―¿Qué información compartieron?
―¡PORNO! ¡Estábamos viendo porno! ¡No quiero morir! ¡Solo estábamos viendo porno! ―los gritos desesperados de Scott descolocaron a todo el personal. El teniente coronel frunció el ceño, totalmente enfadado.
Carl y Jhon se unieron en medio de los gritos, harían cualquier cosa por seguir vivos. Entonces el teniente coronel perdió los estribos y el arma apuntó directamente a Scott. Un chillido lastimero se escuchó y sus amigos se atragantaron con las palabras. Respiraron hondo, sintiendo que sus cuerpos se desvanecerían en cualquier momento.
―¿Me crees idiota? ¿Quieres morir por ver porno? ¡Di la verdad maldita sea!
―¡Estábamos viendo las noticias! ―el grito desesperado de Carl hizo que el soldado centrara su foco en él―. Necesitábamos saber qué demonios está pasando en el mundo...
―Aquí hay alguien que de verdad quiere vivir... ―el teniente coronel retiró el arma de la cabeza de Scott―. ¿Y por qué necesitarían ver las noticias?
―¡Porque los extraterrestres nos están invadiendo y a nadie parece importarle! ―soltó Scott, con tal convicción que despertó de la incredulidad a sus compañeros.
El teniente coronel se relamió el labio. Jhon podía sentir la rabia creciendo en el interior de ese hombre.
―No sé qué cosa crees que estamos haciendo aquí, pero te aseguro, que no tiene nada que ver con los malditos aliens ―la voz pasmosa del teniente coronel les erizó el vello del cuerpo. Notas cargadas de amenazas llegaban a sus oídos.
―Quizá usted no lo sepa, señor... ―la voz temblorosa de Scott lo delataba―. Soy xenobiólogo, al igual que Jhon. Ambos estudiamos en la misma universidad en Nueva York, y estamos completamente seguros de lo que hemos visto en los satélites. Esto no fue obra de los meteoritos que los doctores les quieren hacer creer.
Los ojos de aquel soldado devoraron a Scott. La incredulidad se asomaba en aquella mirada; pero algo más, un sentimiento diferente, se veía difuso a través de sus ojos.
―Soy el único que sabe a qué nos enfrentamos.
Jhon no tenía idea en que habitación estaban. Solo sabía que Scott seguía a su lado, podía escucharlo jadear mientras lo arrastraban amablemente a otro lugar en las dependencias de la ESAC. La capucha negra volvió a sus cabezas, pero en aquella ocasión, fue por la orden del teniente coronel.
«Vamos a ver si lo que dices es cierto...» fue la amenaza directa de ese hombre. «Si descubro que me estas mintiendo, te mueres por traidor».
Scott había ocupado toda su locura para sacarlos respirando de aquella situación, sin embargo, la suerte se les agotaba. El teniente coronel estaba convencido que ellos eran espías de alguna nación extranjera. Todo el odio racial descendía sobre ellos por ser norteamericanos, a pesar de llevar años radicados en Madrid.
«Sepan que nadie va a salvarlos si son traidores de la patria. Estamos bajo la ley marcial... y su gobierno... pues parece que ya no rige más».
¿A qué se suponía que estaba jugando Scott? Solo lograría que los condenaran por mentirosos. Jhon no pudo dejar de sentir rabia e impotencia por todas las cosas que dejó inconclusas. Su familia no sabía nada de él en semanas, al igual que sus amigos y Michelle; nadie sabía nunca siquiera como moriría.
Los soldados los obligaron a sentarse nuevamente, pero en aquella ocasión, nadie les quitó la capucha. Así los tuvieron por al menos veinte minutos. Jhon podía oír las botas de los soldados atravesar la habitación, incluso el sonido de las luces al ser encendidas. Calculaba que debían estar próximos al amanecer. El sueño deseaba volver a su cuerpo en aquella deplorable situación.
Una voz distorsionada se escuchó por el micrófono de algún laptop. Un golpe seco en la mesa le acompañó y luego, la voz cortante del teniente coronel.
―Hal Scott Butterfield, veintinueve años. Nacido en Atlanta, Estados Unidos... ―la voz de su verdugo se oía más calmada, bajo control. No era la misma persona que horas antes les apuntaba con una pistola en la cabeza dispuesta a jalar el gatillo―. Aquí dice que estudiaste en la universidad de Columbia...
Jhon sintió su corazón latir a mil por hora. Estaba seguro de que los descubrirían. La ESAC tenía en su poder todo su historial y bastaba con que el teniente coronel diera la orden para que le entregaran todo lo que necesitaba.
―Y tú debes ser Jhonathan Blake Savage. También de veintinueve años, nacido en Brooklyn... egresado de la misma universidad...
―¿Cuál es la situación? ―una voz rasposa se dejó oír a través del micrófono. Probablemente habían contactado al doctor Hawking para corroborar la veracidad de su historia. Scott solo había alargado lo inevitable. Los matarían tan pronto supieran la verdad.
―Hoy en la madrugada encontramos a tres individuos, supuestos investigadores de la ESAC, que hackearon el firewall e ingresaron a la red. Acuso a estos hombres de alta traición, condenándolos a la pena capital. Sin embargo, ellos aseguran ser xenobiólogos que tienen información importante que compartir.
―¿Reconoce los nombres, profesor? ―aquella era la voz de una mujer.
―Efectivamente conozco a esos dos. Son chicos dedicados, pero no recuerdo que hayan mencionado ese campo de estudio durante sus entrevistas.
Aquellas palabras los sepultaron. El corazón de Jhon se agitaba como en una maratón, a punto de estallarle en el pecho. Se descubría más rápido a un mentiroso que a un ladrón.
―¡Yo sé que lo que golpeó la tierra no fue un meteorito! ―el grito desesperado de Scott desconcertó a todos en la sala―. Y estoy seguro que ellos no son ni pleyadianos, ni arturianos, ni ninguna de las otras dieciséis razas alienígenas con las cuales la humanidad ha mantenido contacto desde hace siglos...
Había suficiente tensión en la habitación para darse cuenta que, alguna de las locuras pronunciadas por Scott, abría la curiosidad de los investigadores. El profesor fue quien rebatió su vana esperanza.
―Por favor. Cualquiera puede ver un video un YouTube en estos días y creer que es experto en extraterrestres. Esos dos son solo charlatanes. Creí que me contactaría por algo realmente importante...
Scott no lo dejó terminar.
―¡Saben que es verdad! ¡Ellos no son como las otras razas alienígenas! ¡Ellos son seres avanzados capaces de moverse en cuatro direcciones a través del espacio!
―¡Ya basta de estupideces! ¡Estamos haciendo un trabajo verdaderamente importante aquí! Si me disculpan, tengo trabajo que hacer...
―¡Existen al menos diez cuatrillones de estrellas en el universo, es imposible que sigan pensando que somos la única forma de vida inteligente! ¡Ellos ya están aquí! ¡Ellos han hecho el primer contacto, y a menos que les ayude, ellos acabaran con todos nosotros! ¡Tiene que creerme!
En aquella habitación, Jhon percibió un fuerte olor a orina. Scott no pudo aguantar la presión.
―Scott Butterfield. Dime todo lo que sabes y quizá, te permita permanecer encerrado de por vida... ―la voz de la mujer denotaba hastío.
Scott sopesó con cuidado sus palabras. Sabía lo que estaba en juego.
―Ya se lo conté a ellos en la habitación anterior... y no importa que... ustedes acabaran con nosotros de todas formas.
Aquellas lapidarias palabras se mezclaron con el infernal ambiente al interior de esa habitación. Ambos jóvenes no anidaban esperanzas falsas. El fin estaba cerca.
―Al menos, si van a matarme... ―la voz de Scott se quebró―. Quiero mirarlos a la cara...
―Yo también prefiero morir de frente... ―las lágrimas se agolpaban en los ojos de Jhon. No podía percibir nada de lo que ocurría en la habitación. Estaba a punto de orinarse en los pantalones y todo su cuerpo tiritaba como una gelatina―. No somos animales para que nos disparen así sin más.
Se hizo una pausa en la habitación, una eterna y prolongada espera donde nadie se atrevió siquiera a decir una palabra. Jhon solo podía escuchar su trabajosa respiración y la de Scott, muerto de miedo. Aterrado hasta el centro.
―Teniente coronel, haga el favor de esperar afuera de la habitación. Necesito hablar a solas con los prisioneros.
Ambos jóvenes escucharon las botas del verdugo acercarse a ellos, quien pasó a su lado, y continuó hasta la puerta de aquella sala. Cuando escucharon la puerta cerrarse tras de sí, recién su corazón pudo latir con calma.
―Les pido a ambos una disculpa ―comenzó ella. Su voz denotaba cansancio―. No tienen ni idea de cómo están las cosas acá afuera. El teniente coronel no debió descargar su frustración en ustedes, pero estamos al límite. Cualquier información real nos será de utilidad...
Hubo un silencio incómodo. Ambos jóvenes, sobre todo Jhon, dudaba en abrir la boca. Sin embargo, quien quiera que fuera esa señora, les tuvo la paciencia que nadie demostró con ellos en semanas.
―Se les acaba el tiempo... ―les apremió, con una voz que no admitía más pérdida de tiempo.
―Los seres extraterrestres que nos invaden, no creo que tenían la intensión real de invadirnos... ―la voz temblorosa de Scott apenas se escuchaba. Jhon podía percibir su frenética respiración. Estaba mintiendo para salvares la vida a ambos―. Nosotros analizamos las imágenes que disponíamos gracias al Eolos2b4c, un satélite atmosférico que quedó en operaciones...
El cansancio y estrés mental estaban causando estragos en la cabeza de Jhon. Su compañero siguió con la mentira.
―Yo mismo fui el que detectó un gigantesco impacto a seiscientos kilómetros al sur de Hawái. Todos pensaron que fue un meteorito, e incluso yo lo sospechaba hasta que, junto a mi compañero, descubrimos las primeras imágenes de la costa este de los estados unidos.
Jhon apenas si escuchaba a su amigo y compañero. Sus muñecas hinchadas ya no dolían, estaba comenzando a sumirse en un sueño profundo después de aquellas emociones tan fuertes sucedidas minutos atrás.
―Nosotros encontramos en los fotogramas, una estructura gigantesca. Tan grande como la isla de Manhattan, sobre la bahía Upper. Un meteorito de esas dimensiones, tiene más del doble del tamaño del meteorito que mató a los dinosaurios. Un objeto de esas características, impactando a la tierra... nos habría partido a la mitad solo con el impacto...
―No les digas nada... ―la voz de Jhon se escuchaba vagamente debajo de la capucha.
―¿Nada más que no sepan? ―atinó a encubrir Scott―. Sé que toda esta información ya la poseen. Los altos mandos que nos tienen encerrados ya han comunicado toda la información recolectada... solo que ellos no saben contra que nos enfrentamos...
«Deja de mentir... no lo empeores más Scott» quería gritar Jhon, pero no se atrevía.
―En la deep web se les conoce con muchos nombres: los arquitectos, precursores, ancestrales, etc. Yo en cambio, los bauticé como los geekers. Seres altamente desarrollados que han alcanzado una civilización del segundo tipo en la escala de Nikolái Kardashov. Estos seres han alcanzado tal consumo energético, que son capaces de dominar el viaje intergaláctico a niveles que nosotros solo podemos soñar.
Scott hizo una pausa. Ninguno podía ver a su interlocutora, pero algo les decía que, de alguna forma, las cosas parecían estar yendo bien. El muchacho se decidió a continuar su fantasía.
―En los sesenta, un físico llamado Freeman Dyson propuso una mega estructura que, en teoría, sería capaz de aprovechar al máximo la energía de una estrella. Desde esos años, se ha vuelto una de las más acertadas formas en la que una civilización podría avanzar en la escala de Kardashov...
―¿A qué te refieres con esa escala de Kardashaw? ―inquirió aquella, pronunciando mal el nombre además.
―La escala de Kardashov mide la cantidad de energía que una civilización es capaz de generar y consumir. Nuestra civilización es demasiado joven aun para llegar siquiera al nivel uno, pero una civilización que alcanza ese nivel, es capaz de utilizar toda la energía que produce su planeta. Una civilización de segundo nivel, sería capaz de utilizar toda la energía de su estrella y sistema planetario cercano. Una de tercer nivel, controlaría la galaxia entera.
―Entonces, tu aseguras que la civilización que nos invade... los "geekers", ¿pertenecen a este tipo de civilizaciones?
―No me cabe duda, señora. Tenemos una nave hecha de algún material extraño, capaz de soportar el vacío y la radiación espacial, que entró a la atmosfera terrestre a la velocidad de un meteorito... ―La mente de Scott estaba uniendo los hilos a una velocidad apabullante, mezclándola con todas las fantasías de su cabeza, que en ese momento, ya no parecían tan locas. Incluso parecía olvidar su situación―. Y sin embargo, fue capaz de detener un impacto que, de otra forma, habría destruido toda la vida en el planeta. Tuvimos a lo menos ocho impactos más en la tierra. Uno de ellos en la amazonia, y borró del mapa todo a cuatrocientos kilómetros a la redonda. ¿Sabe lo que eso significa?
La habitación se sumió en el silencio. Jhon ya no estaba a su lado, había caído rendido por el cansancio y el estrés mental. Scott en cambio, se sentía más vivo que nunca.
―Aquellas naves no cayeron por que sí. Creo que nadie en su sano juicio, lanzaría sus naves a estrellarse contra un objetivo militar...
―A menos que no sean naves... ―replicó ella―. Bien podrían ser bombas de destrucción masiva.
―Creo que todos en el gobierno, o al menos los altos mandos, saben que esas naves no eran bombas. Lo que a mi realmente me preocupa, es la cantidad de radiación cósmica con la que la tierra fue bombardeada.
Scott guardó silencio. Tenía la boca seca, añoraba un refresco, preferentemente una Pepsi bien helada, pero estaba seguro que no se lo darían. A menos, que se volviera a sí mismo indispensable para la investigación.
―No tenemos ningún indicio de radiación... ―se apresuró a negar ella. Scott rio bajo la capucha. Parecía que su elaborado plan estaba dando resultados.
―Eso es porque los espectrómetros de la tierra, solo pueden percibir las moléculas radioactivas de los elementos que hay en la tierra ―mintió, sintiéndose bobo por eso. Era obvio que así no funcionaban esos aparatos, pero confiaba en que ella no lo supiera. Intentó arreglar su error―. Me refiero a que, todos los científicos saben que el universo está compuesto por la energía y la materia obscura. Incluso existe la antimateria en el universo, pero solo hemos podido especular de ella porque nadie ha podido tener un poco en las manos. Creo que la onda electromagnética que golpeó a los Estados Unidos, fue solo uno de los muchos pulsos que el planeta recibió de golpe a causa de la llegada de los geekers. Imagine la cantidad abismal de energía que cualquier cuerpo de esas dimensiones necesitaría para desplazarse en el espacio... incluso, la materia y energía residual de aquel evento, sería como lanzar una gran piedra a un charco de agua. Las ondas que golpearían la orilla serían sumamente violentas...
―No puedo negar que todo lo que dice es sumamente interesante señor Butterfield sin embargo, en ninguno de los registros oficiales, que ahora tengo frente a mí, señala algo respecto a sus estudios en xenobiología. Incluso su edad lo delata.
El pánico se apoderó nuevamente de Scott. Se creía a si mismo tan cerca y seguro de salvarse, que en esos momentos, volvía a caer en el abismo. Necesitaba encontrar algo pronto, algo que nadie más supiera, información irreprochable.
―...el teniente coronel los escol...
―¡Vienen por mí! ―un grito desesperado, la única opción de salvar sus vidas. La puerta de la habitación se abrió, y los pasos del verdugo avanzaron hacia él―. ¡Los geekers saben que estoy aquí! ¡Yo sé que quieren, yo sé porque han venido! ¡Soy el único que ha hecho contacto con ellos! ¡Ellos vienen por mí!
Un extraño sonido les perforó los tímpanos, como un disparo a quemarropa.
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