Archivo 6: Carnicería
El sargento Williams dio la orden. Una bengala surcó los cielos, como un relámpago de luz y esperanza, marcando la trayectoria. Un segundo después, los misiles Javelin atravesaron los cielos en busca de su presa, aunque en esa ocasión, la distancia era totalmente diferente.
Los misiles golpearon con fuerza su objetivo, y el rugido de la explosión sacudió a una ciudad dormida. Una gigantesca bola de fuego desperdigó los cientos de estructuras metálicas que servían como escudo a los enemigos.
Una nueva ola de misiles hizo su trabajo y por primera vez, todos fueron testigos de aquella tormenta de plasma y rayos emitida por el pilar. La azulada luz que horas antes emanaba de aquella estructura, se extinguió, tal como si una falla interna la hiciese colapsar. Un pulso invisible rompió la velocidad del sonido y todos los presentes sintieron su impacto.
Bryan seguía pegado a los binoculares, monitoreando cualquier señal enemiga. Aquella no se haría esperar si lograban derribar los mecanismos que mantenían la nave principal suspendida y protegida en el aire.
―Plummer. ¿Qué sucedió con los extraterrestres que se estrellaron en mi ubicación? ―inquirió Bryan, usando su restaurada autoridad.
―Nadie se acercó al perímetro después de lo sucedido, señor. A usted lo encontramos vagando por las calles... desorientado... ―Plummer se detuvo un instante. Midió sus palabras antes de continuar―. Estaba solo, señor.
Bryan sospechaba la respuesta. Intuía la verdad. La sensación que aun calaba en su cuerpo, era toda una pesadilla, pero se obligaba a sí mismo para no perder el rumbo. Después tendría todo el tiempo para lastimarse y dejarse morir. No entendía por qué la vida lo dejaba a solas para pudrirse en la pena.
Entonces todo enmudeció.
Como si del canto de una ballena fantasmagórica se tratase. Un sonido apenas audible comenzó a sonar en la cabeza de todos los presentes, pero su intensidad subía gradualmente.
La cabeza de Bryan Callahan estaba a punto de estallar.
―¡Están usando armas sónicas! ―chilló Bryan, mientras luchaba por no caer al suelo. Todos sus compañeros estaban igual, cayendo como moscas, ensordecidos por una sensación anómala y desesperante.
El ataque de la humanidad de detuvo. Soldados sudados adornaban el suelo como animales heridos, mientras que las puertas del infierno se abrían nuevamente. Desde el suelo, los soldados pudieron ver como las entrañas de la nave alienígena soltaba cientos de huevecillos ennegrecidos, que de un momento a otro, despegaron en todas direcciones.
Bryan observó uno de esos ovoides acercarse a ellos a toda velocidad. No era un huevo ni nada menos, era una nave igual a la que le arrebató la vida a Helena.
La frecuencia del sonido era tan fuerte, que sometió a todos los soldados a la redonda. Una nave estilizada y obscura, con destellos plateados en los costados, aterrizó a solo unos pasos de ellos.
Unas puertas fueron abiertas a los costados, y todos vieron como las alas de la muerte se abrían, destilando un vapor somnoliento y extraño en el aire. Entonces las criaturas bajaron.
A plena luz del día, aquellos seres que median más de diez pies de altura, salieron de su nave y avanzaron hasta ellos. Sus brazos alargados les apuntaban, y la luz del sol apenas podía escapar de su piel extraña y aparentemente mecanizada. Eran seres de torso amplio, humanoides como jamás se habían visto en Hollywood. Las extremidades superiores eran las más largas y articuladas; sus pies, se recogían de una manera extraña, tal como si de insectos se tratasen. Aquellas criaturas no poseían un rostro.
Donde debía situarse la cabeza de un humano, ellos tenían una protuberancia corpulenta y rígida, a semejanza de una coraza de piedras ennegrecidas y escamadas; sin embargo, carecían de rostro y un área obscura ocupaba el centro de todo, impidiendo que la misma luz escapara.
Doce seres les apuntaban con sus largos brazos. El temor y la histeria generalizada, sumado a la tortura auditiva bajo la cual se hallaban, dejó a todo el ejército rendido a los pies enemigos. ¿Por qué demonios las cosas terminaban así? ¿Realmente serían vencidos sin siquiera poder matar a uno de ellos?
El sonido no decrecía. Todo ellos estaban indefensos ante las armas enemigas.
Bryan observó desde su posición, agitado y con el sudor frío recorriéndole el espinazo, como el enemigo los cercaba, les apuntaba sus brazos, pero por alguna razón que no tenía lógica, ellos no los estaban matando.
Entonces el milagro ocurrió.
Sobrepasando la altura de los rascacielos de Manhattan, con una estela de furia tras de ellos y a una velocidad atronadora, los misiles subsónicos BGM-109 Tomahawk, atacaron al objetivo.
La explosión sobre la superficie de aquella nave fue gigantesca. Una lluvia de gigantescos misiles, cada uno con media tonelada de explosivos, rugía e intentaba despedazar al enemigo.
Un murmullo, semejante a un mar de vidrio estallando al mismo tiempo, se escuchó. El arma sonora enemiga fue desactivada gracias a la explosión y los maltrechos soldados, a duras penas pudieron coger sus armas.
El factor sorpresa duró lo suficiente para que el enemigo les diera la espalda.
Bryan no iba a desaprovechar la oportunidad.
Enviando el dolor al infierno, se esforzó por alcanzar la M60, una ametralladora capaz de disparar más de seiscientas rondas por minuto. Con la rapidez de un condenado a muerte, apuntó su ira contra ellos y apretó el gatillo.
Una furiosa ráfaga de balas dio en el blanco, y Bryan, sintiendo como una rabia asesina se apoderaba de él, intentó eliminar a todos sus enemigos. El canto de la guerra se activó en aquellos hombres, y de un momento a otro, el aire se llenó de balas.
Una encarnizada batalla por el futuro de la humanidad comenzaba.
Bryan observó a sus enemigos caer acribillados, pero ellos también disparaban. Desde sus extremidades, candentes rayos de luz rasgaron tela, carne y kevlar por igual. Sus disparos eran demasiado rápidos, además de certeros.
Entonces el enemigo utilizó otro tipo de munición.
Un par de esferas golpeó la tierra y una pequeña onda expansiva le siguió. Muchos de los soldaos de la primera línea salieron volando por los aires, electrocutados por la descarga eléctrica que centellaba desde el epicentro. Sin embargo, los relámpagos no fueron capaces de dañar a los extraterrestres, sino más bien, parecían acariciar sus pieles.
Bryan corrió por el campo buscando refugio, al igual que todos los sobrevivientes. Todos sabían que no durarían ni un minuto si seguían enfrentándolos en campo abierto.
El Liberty State Park se convirtió en un campo de guerra, con árboles arrancados de cuajo cuando los disparos enemigos, después de cercenar a sus blancos, chocaban contra ellos. Estaban en clara desventaja en aquel terreno.
Bryan ordenó la retirada estratégica de sus hombres, señaló con rapidez a Plummer, quien era el tirador designado, para que avanzara y tomara una posición. Luego sería el turno de Plummer de ofrecer fuego de cobertura.
Los rayos de luz destrozaban todo a su paso, y en cosa de segundos despejaron el terreno delante de los extraterrestres. El apocalipsis se desató aquella mañana en Jersey. Los misiles Tomahawk seguían lloviendo copiosamente sobre la nave enemiga. Los explosivos eran tan brutales que el mismo cielo palidecía por el humo y los restos químicos dispersados por el viento.
Nadie podía oír a su compañero, por lo que las señas eran la única forma de dirigir a las tropas. El bullicio era infernal y el enemigo, imbatible.
El sargento Williams y sus hombres iniciaron la retirada, mientras que Plummer y los demás tiradores les cubrían a varios metros de distancia. Entonces Bryan observó con impotencia que sus disparos parecían no surtir efecto sobre el enemigo.
Aquel par de esferas que envió por los aires a sus hombres, seguían emitiendo una frenética onda de rayos a su alrededor, de tal manera que los disparos quedaron suspendidos por una especie de campo magnético, sin llegar a tocar a los invasores. Ellos continuaron avanzando, cada disparo laser era una muerte segura, y su puntería no tenía falla.
Bryan retrocedió, confiando en que Plummer cubriría su espalda. Aun les quedaban misiles Javelin, pero usarlos en tan corta distancia, sería un suicidio. Un zumbido subsónico le alertó a su derecha. Un haz de luz sesgó la vida de uno de sus camaradas y al hacer contacto con el mármol, lo destrozó en mil pedazos al instante. Partículas de piedra le golpearon el rostro, como las esquirlas de una granada, y trastabilló. Sintió el sabor de su sangre en la boca cuando se arrastró por el césped maltrecho.
«Los bravucones no son lo mío, cariño»
La voz de Helena resonó en su inconsciente. ¿Cuántos años de ello?
«Aunque contigo, puedo hacer una excepción»
La sonrisa traviesa de ella le estaba llamando. Cuanto deseaba tenerla en sus brazos.
«Necesito que seas un bravucón amor».
En verdad le estaba pidiendo eso...
«Ya sabes lo que debes hacer, tontito».
Bryan rugió con furia. El tiempo se detuvo a su alrededor. Con la fuerza de un animal cabreado, se puso de pie y aseguró su arma entre los brazos. No moriría ese día. No se iría sin pelear.
Les hizo señas a sus hombres para que se internaran entre los árboles que cubrían los estacionamientos; al menos en esa área conseguirían cubrirse con los vehículos abandonados por la gente. A pesar de que sabía que sus balas no les harían daño, aun así continuó disparando a discreción. Tenía el deber de ayudar a sus hombres tanto como pudiera.
Entonces el milagro llegó en su debido momento.
Otro escuadrón se encargó de flanquear al enemigo, y desde una distancia segura dispararon los Javelin que todavía quedaban. Los misiles dieron en el blanco generando una grandiosa bola de fuego y enviando por los aires a los enemigos.
Bryan sintió la euforia de la venganza recorrerle el cuerpo, pero sabía que era demasiado pronto para celebrar. Luchaban contra un enemigo superior a ellos en todos los aspectos, con armas laser igual que en las películas de ciencia ficción. Sus naves eran tan resistentes que incluso, parecían mantenerse intactas después de que les atacaran con los misiles antitanques Javelin y los destructivos Tomahawk.
Nadie sabía cuál buque les estaba prestando fuego de cobertura, ni tampoco la manera en la que eran tan certeros, sobre todo considerando que el enemigo había destruido todos los dispositivos electrónicos. Si aquel buque tenía la oportunidad de transmitir mensajes, necesitaban coordinar cuanto antes y lanzar una ojiva nuclear contra la nave enemiga.
Ningún soldado americano aprobaría jamás semejante acción, pero era inevitable pensar en esa arma, como la única forma viable de causarle daño a esa estructura.
Bryan amaba a su patria, y estaba dispuesto a morir por la misma; sin embargo, también era consciente de que a los generales en el pentágono no les interesaba su seguridad. Él y sus compañeros pronto serían solo peones en la guerra contra los invasores extraterrestres.
Finalmente, durante un recorrido que pareció una eternidad, Bryan llegó a los estacionamientos. Tal como pensaba, era todo un cementerio de vehículos colisionados y que, fueron abandonados por sus dueños al percatarse de no podrían escapar en ellos.
¿Si todos los vehículos fueron inutilizados en Nueva York a causa de aquel ataque masivo, por qué razón los buques de la marina seguían activos? ¿Acaso el radio del ataque electromagnético solo afectaba a toda la costa este? Si era así, solo debían esperar a que llegara la caballería.
Bryan posicionó la M60 sobre uno de los vehículos abandonados. Fue irrisorio dañarle la pintura a aquel Corvette Stingray, quien fuera el dueño del vehículo, de seguro había desembolsado una gran cantidad de dólares; ahora solo servía para apoyar la ametralladora y disparar las pocas rondas que aún quedaban.
Les hizo señas a Plummer, quien abandonó su posición dejado tirada la ametralladora y corriendo con su fusil de asalto M16. Bryan apuntó, endemoniado por todo lo que estaba ocurriendo y abrió fuego a discreción. Solo debía presionar el gatillo y un aluvión de balas distraería a los malditos extraterrestres.
Entonces el sargento Williams apareció entre los árboles, corriendo con su fusil mientras que otros hombres le cubrían la retirada. Tres haces de luz desintegraron los robustos troncos que llevaban años asentados en el parque, lanzando por los aires tierra, césped y cuerpos sin vida.
Una fuerte explosión desorientó a todos los soldados que, al igual que Bryan, defendían la retirada. Un relámpago de luz desintegró uno de los vehículos, y su combustible existente, detonó con furia. Otros relámpagos de luz volvieron a atravesar el metal, como si de telas se trataran. El acero derretido por el calor voló por los aires, mientras los soldados de la retaguardia tuvieron que abandonar aquella zona.
El enemigo ya aparecía a través de los árboles del parque.
Los haces de luz fueron más violentos y destructivos. El enemigo necesitaba despejar su visión y los árboles y vehículos les estorbaban. Uno a uno, comenzaron a estallar los restos tecnológicos de la humanidad. Bryan supo de inmediato que la batalla estaba perdida y abandonó su posición tan pronto como vio a los alienígenas acercarse, y segundos después, el Corvette voló por los aires convertido en una bola llameante. La única opción para salvarse, era perder al enemigo en el centro científico Liberty.
Bryan se deshizo del fusil, sin balas que disparar, solo le estorbaba.
Corrió con todas sus fuerzas aquella maratón desesperada, al igual que sus compañeros. El enemigo comenzaba a dispersarse, pero sus disparos seguían siendo igual de letales y precisos.
Avanzaron a toda velocidad por los estacionamientos. Allí, al igual que en todo Jersey, los coches eran un desastre.
Las mamparas de la entrada estaban hechas añicos, fruto de la histeria colectiva que se apoderó de la gente luego de ver que el fin del mundo tocaba sus puertas. Aquellas personas no sabían lo que era el verdadero terror.
En las afueras, los misiles Tomahawk habían desaparecido. Una espesa nube de humo ennegrecía aquella mañana, y los relámpagos mortales seguían destrozando todo a su paso.
Bryan y los demás, habían sobrevivido.
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