Archivo 5: La batalla de Manhattan
―Nuestras armas no sirven de nada contra ellos... ―la frustración del soldado era evidente, pero aquel sentimiento era fútil comparado a la amargura que derretía el pecho de Bryan. Las imágenes de ese primer encuentro rasgaban no solo su mente, sino que también lo destrozaban hasta el centro.
Bryan solo se movía por una razón: la venganza. Aunque para cualquiera que lo viera en ese momento, no distaba mucho de un zombi. Solo caminaba por inercia.
―Sin comunicaciones ha sido un infierno coordinar el ataque. De todas formas, trajimos todos los FGM-148 que había en la base. Espero que tengas mejor puntería que yo.
Las palabras sonaban vacías en la mente de Bryan, le costaba procesar incluso lo que veía. Todo se asemejaba a aquellos brumosos sueños que no querían dejarlo ir a la tierra de los vivos.
Plummer fue el soldado que le encontró vagando por las muertas calles de Jersey. Era un soldado de piel rosada y colorín. Sus lentes le daban un aspecto más científico, similar al de los nerd que le encantaba torturan en sus épocas de juventud.
―Esa cosa esta interfiriendo con todos nuestros aparatos tecnológicos. Sabemos que la bomba electromagnética que nos golpeó destruyó todos los circuitos. Incluso a los motores pareció bombardearlos con algún tipo de partícula que no comprendemos... los que estaban en funcionamiento sufrieron una oxidación espontánea... o algo similar a que si nos hubieren bañado con galio.
―¿Galio? No entiendo nada de lo que dices... ―la desorientación era extrema en su cabeza. Justo en ese momento se dio cuenta que seguía a Plummer a través de las calles desoladas. Estaba en piloto automático. Lo único que permanecía latente en su pecho, como una herida supurante de veneno, era el vago recuerdo de su encuentro con los invasores. Solo un profundo odio parecía mantenerse alerta en su cuerpo.
Finalmente, ambos soldados llegaron al punto de encuentro. Incluso sus relojes habían dejado de funcionar, por lo que no tenían otros medios para medir el tiempo. Lo primeros rayos de luz tocaron por primera vez la inmensidad de los rascacielos de Manhattan. Debían ser aproximadamente las siete de la mañana, de un nuevo día de invierno. El frío se colaba por todas las calles de aquella silenciosa ciudad. La gente había escapado despavorida durante toda la noche. Solo fantasmas y soldados se atrevían a moverse entre aquellas infernales calles.
―¿Estás seguro del alcance de esta cosa? ―Bryan tenía serias dudas sobre el plan, además, estaban sumamente lejos del objetivo.
―Si nos acercamos demasiado, nuestras armas serán atraídas por el campo magnético... será como hacerle una resonancia a alguien con implante metálico.
Bryan asintió. No quiso preguntarle más cosas a Plummer, pero le hizo recordar a un grupo de chicos ñoños en la preparatoria a los que solía molestar. Se suponía que en el ejército no había esa clase de nerds.
―Además, el FGM-148 Javelin tiene un alcance máximo cercano a las tres millas. Si bien, la detonación sucede siempre por dos hombres, la mira infrarroja está muerta... necesitaremos la mejor de las punterías para esta operación.
Bryan se quedó mirándole.
―¿Eres una clase de armapedia o algo así?
Plummer sonrió, sintiéndose alagado por el comentario.
―Me gustan las armas... esta belleza penetra hasta veintitrés pulgadas de blindaje.
―Entonces, confío en que estamos a la distancia máxima de alcance.
―Así lo quiso el teniente. El sargento dio la orden de desplegar las tropas de forma escalonada, utilizando los muelles a lo largo del río Hudson. Nosotros somos la última línea de ataque.
Las tropas esperaron en la línea de fuego, soportando casi cuarenta libras en sus hombros. El Javelin media casi seis pies de largo, y según Plummer, era la mejor arma que podían utilizar en esos momentos. Aquel misil antitanques esperaba pacientemente la orden para liberar todo su poder.
Durante el trascurso de la noche, los altos mandos del ejército estuvieron movilizando las tropas a la velocidad del rayo. Bryan no sabía la ubicación de toda la infantería alrededor del perímetro invasor, pero solo esperaba una cosa: que le dieran a probar el mayor poder bélico posible a esas criaturas.
La luz del sol finalmente encontró a aquella nave extraterrestre. Luces iridiscentes fueron refractadas por los debilitados edificios aledaños y las agitadas aguas de la bahía Upper.
Todos los hombres vieron la primera bengala. La batalla por Manhattan iniciaba.
La nave nodriza enemiga era tan colosal como la isla de Manhattan. El campo gravitacional generado alrededor de la estructura, mantenía vehículos, camiones, incluso embarcaciones enteras girando alrededor, como si de una tómbola se tratase.
Los primeros disparos fueron realizados por la humanidad, desde el reloj solar del Hyatt Regency. Los misiles se deslizaron por el aire tomando altura con rapidez, dejando tras de sí una estela de humo. Aquella era la primera vez que su patria debía enfrentar un ataque en su soberanía continental. Aquellas alimañas lo pagarían muy caro.
Una centena de misiles antitanques Javelin impactó en el frontis de aquella estructura alienígena. Una gigantesca bola de fuego cubrió e iluminó las congeladas aguas de la bahía Upper. Cientos de trozos metálicos salieron desperdigados por la fuerza de la explosión, que rápidamente se convirtió en una nube de humo negro.
Plummer era el tirador designado de su escuadra. Dos compañeros más le apoyaban con las ametralladoras M60, las cuales tenían un menor alcance, pero serían necesarias por si el enemigo decidía dejar su nave nodriza.
Una segunda bengala iluminó las aguas del río Hudson, y el segundo batallón apostado en el primer muelle río arriba, disparó. El cielo se iluminó con una nueva tanda de misiles Javelin, que perezosamente despegaban y comenzaban a tomar altura y velocidad.
―Los misiles están siendo afectados por el magnetismo de esa cosa ―sentencio Bryan, con los binoculares pegados al rostro.
―¡Al menos dime que le estamos dando a algo! ―suplicó Plummer, aguantando el peso del lanzacohetes.
―Solo puedo ver muchos restos metálicos cayendo a la bahía, pero no parece que haya penetrado la coraza de aquella cosa.
Una sensación anormal recorría el corazón de todos los hombres. Cada uno de ellos era excepcional. Cada hombre estaba dispuesto a morir por su patria, pero el miedo lograba asomarse a través de ellos. Aquel monstruo que dormía bajo sus pieles, era el temor a lo desconocido.
Una tercera bengala fue disparada, y en esa ocasión fue el turno de Plummer y los suyos de abrir fuego. Una nueva lluvia de misiles Javelin hendió el aire de aquella mañana, acortando la distancia entre ellos y el enemigo a la velocidad de un rayo. Una nueva bola de fuego cubrió toda la zona y Bryan pudo observar con rabia a través de los binoculares, como cientos de millones de dólares eran arrojados a la basura. A través del humo, seguía viendo aquella colosal estructura sin daño alguno.
Entonces la respuesta invasora no se hizo esperar.
La luz fantasmagórica que refractaba la superficie de aquella mole de metal y rocas, se apagó al instante. Tal como si algún punto desconocido hubiese absorbido toda la luz, el blindaje de aquella nave se volvió obscuro, como las profundidades abisales del infierno.
―Esa cosa esta abriendo sus puertas... ―fue el gruñido de Bryan. El recuerdo de aquellas criaturas le perforó la mente de inmediato, a la vez que una bomba sensorial comenzó a taladrar su cabeza. Su cuerpo comenzó a temblar descontroladamente―. ¡Hay algo saliendo del objetivo!
El rugido de Bryan, fue confirmado por los demás soldados que, al igual que él, monitoreaban cualquier avance enemigo. Los soldados de artillería, equipados solamente con las M60, se pusieron nerviosos. Ni siquiera el acero dejaba de temblar cuando se llevaba a sus límites.
―¡Están disparando algo, señor! Pueden ser misiles de largo alcance!
Era difícil no sentir pánico ante aquella escena.
Un cuerpo tan colosal como la misma isla de Manhattan descansaba ingrávido sobre la bahía Upper. Le habían lanzado los mejores misiles antitanques que tenían, capaces de perforar cualquier coraza, y aun así, no lograban ni siquiera rasguñarlo; y lo peor, es que con ello solo consiguieron agitar el avispero.
Bryan observó cómo cientos de compuertas eran abiertas sobre la superficie de aquella ballena metálica. La luz rojiza se filtraba desde sus entrañas y de un momento a otro, obscuras figuras salieron disparadas hasta perderse en el cielo.
―¡Los misiles enemigos desaparecieron, señor!
Aquel grito desesperado puso en alerta máxima a todas las tropas apostadas en el muelle. Los soldados de artillería se aferraban a sus ametralladoras, buscando en el cielo algún enemigo al que disparar.
Las bengalas iluminaron aquella mañana ensombrecida, y una nueva lluvia de misiles Javelin cruzaron el aire desde todos los frentes. Necesitaban destruir aquellos misiles invisibles antes que destruyeran sus ciudades.
Los rugidos de las explosiones inundaron el ambiente, y los misiles comenzaron a golpear a algunas de las armas enemigas que dejaban el campo magnético. Al menos seis misiles perdieron la trayectoria y fueron derribados ante aquella lluvia inagotable de explosivos. Las cargas alienígenas no explotaron, pero derribaron edificios enteros como si de un juego de lego se tratase.
La respuesta enemiga fue abrumadora y rápida.
Solo fueron unos destellos en la superficie de la nave invasora, tan brillantes como el sol, y de inmediato, a la velocidad de la luz, el ejército de los Estados Unidos fue bombardeado sin piedad. El muelle y el reloj solar del Hyatt Regency, desaparecieron vaporizados en menos de un segundo. Una columna de vapor se levantó furiosa y estridente, con tal furia que elevó por los aires los trozos de rocas pulverizadas por el rayo enemigo.
De un solo golpe, los enemigos barrieron no solo las esperanzas de la humanidad, sino también las vidas de aquellos valientes camaradas que ponían todo lo que tenían para resguardar su nación.
Las rocas que antes sostenían el muelle, cayeron como lluvia sobre los soldados desperdigados en la rivera del Hudson. Una de ellas, lo suficientemente grande como un vehículo, estuvo a punto de aplastar no solo a Plummer, sino que también a Bryan. Sus compañeros del pelotón no tuvieron tanta suerte.
Los ojos atónitos de Bryan se posaron en el vacío que quedó después de la explosión. Todo fue vaporizado por el haz de luz enemigo. ¿Qué clase de armas eran capaces de hacer algo así?
―¡Salgan de ahí, carajo! ―el rugido del sargento Williams les hizo despertar.
A duras penas, los sobrevivientes desmontaron las ametralladoras del suelo y corrieron buscando una nueva posición que les diera cobertura en caso de un segundo ataque. El edificio de cinco plantas a sus espaldas, amenazaba con derrumbarse en cualquier momento a causa de la onda expansiva de la primera explosión.
Los hombres avanzaron con rapidez hasta estrellarse con el mar de torres que serpenteaba por el pasaje Harbor. Frente a ellos, un gran edificio de oficinas les destellaba no solo la luz del sol, sino el obscuro reflejo de la gigantesca nave enemiga. ¿En qué demonios estaban pensando? ¿Cómo siquiera se les había ocurrido atacar semejante nave extraterrestre?
Un cementerio de automóviles de último modelo descansaba desperdigado por las calles de Jersey. Muchos de ellos, evidenciando las locas colisiones que sucedieron inmediatamente después de la calamidad caída del cielo. Los Oshkosh ni siquiera pudieron arrancar de los barracones a causa del mar de gente que dejó sus automóviles tirados.
Era igual a correr por las calles muertas de alguna película de zombis; solo que en esos momentos, todo era real.
―¡Plummer! ―vociferó Bryan, mientras corría con una M60 recuperada en el muelle―. ¡Sea lo que sea que están disparando, no parece que se dirijan al norte! ¡Creo que se dirigen a Washington, o Filadelfia!
―¡Maldita sea! ¡Ellos van por el presidente!
Un nuevo estruendo sacudió no solo el pavimento, sino también los cielos. Seguramente los sobrevivientes de aquel devastador rayo láser, fueron más rápidos que ellos en buscar una nueva posición de tiro. Los Javelin seguían intentado penetrar sus escudos.
Todo el pelotón fue testigo de una veintena de misiles que salieron desperdigados por el cielo en dirección norte, un segundo después, aquellas ojivas extraterrestres también desaparecieron al volverse invisibles.
Estaban solos. Sin comunicación. Con la cadena de mando rota y quizá, a punto de perder la casa blanca si el enemigo alcanzaba a bombardear la capital. Sus armas ni siquiera lograban penetrar el blindaje alienígena, sus enemigos en cambio, dominaban aquellos haces mortales de luz, que eran muy superiores a todo cuanto la humanidad poseía. A pesar de todo, seguían corriendo como locos para buscar una mejor posición de tiro. Los demás cuerpos del ejército no se daban por rendidos, y menos ellos. Hasta la muerte.
―¡Plummer! ―rugió el sargento Williams―. ¡Ve a lo que queda del muelle! ¡Busca sobrevivientes y defiende tu posición!
Aquella orden desesperada solo hizo temblar el alma de los soldados. No había nada que defender en el muelle. Todo fue vaporizado en menos de un segundo. Bryan no dejó que la duda se asomase por su mente. Siguiendo las órdenes, acompañó a Plummer y lo que quedaba de su equipo a la ubicación, torciendo por la rivera del Hudson.
El miedo era una metralla que sangraba en lo más hondo de sus corazones.
Finalmente llegaron a orillas del río. El reloj solar había desaparecido, al igual que toda la belleza de aquel sitio icónico de Jersey.
El agua ennegrecida por el turbio reflejo de aquella colosal estructura, atestiguaba no solo el poder enemigo; sino también, como una funesta melodía, presagiaba la larga guerra que se venía por delante.
Bryan intentó montar la ametralladora. Un par de soldados traía consigo los misiles Javelin. Plummer cargó el misil y quedó listo para disparar apenas el sargento diera la orden.
Nadie estaba disparando sus armas.
Bryan cogió los binoculares. El odio que sentía en su interior le desesperaba. Necesitaba su venganza. Ni siquiera recordaba cómo demonios había salido ileso de aquel lugar... no recordaba nada de esas últimas horas. Su cerebro se esforzaba al máximo por mantenerlo despierto y alerta. Todo su ser estaba enfocado en una sola cosa: destruir al enemigo.
―Plummer, hay algo que me inquieta... ―soltó sin más―. Yo fui testigo cuando esa cosa casi nos mata a todos... no soy muy listo, pero creo que es imposible que una estructura como esa se haya detenido así sin más. Ninguna de nuestras aeronaves supersónicas puede detenerse en el aire con tanta precisión... y creo que se debe a esas estacas...
Bryan apuntó a aquellas extrañas estructuras repartidas por la bahía Upper.
―Estoy seguro que, antes del impacto, esa nave las disparó... y de alguna manera, frenaron su caída...
Como Plummer estaba en posición de tiro, Bryan le acercó los binoculares.
―Si asumimos que esos pilares son los que mantienen el campo de energía activo, quizá la mejor manera de dejarlos vulnerables, sea disparando primero a esos mecanismos.
Plummer fue quien comunicó la idea de Bryan al sargento Williams, y él a su vez fue quien hizo correr la voz al resto de sobrevivientes que quedaban circundando el perímetro de la bahía Upper.
El sol matutino bañó a los edificios torcidos y a las partículas terrestres ingrávidas que giraban como una tómbola alrededor de la nave enemiga. Para ese entonces, la mayoría de los soldados que especuló la trayectoria de los misiles enemigos, aceptaban la derrota como un balde de agua fría.
Los rumores se esparcían más rápido que las buenas noticias.
El silencio volvió a reinar en la bahía. Solo el chirriante recorrido de los metales que giraban cual abejas, componían su sinfonía tétrica e inhumana. No hubo ningún disparo, ni humano o extraterrestre; era como si la calma los hubiera sumergido a todos antes de engullirlos.
A causa de la observación de Bryan, los sobrevivientes fueron dirigidos por el sargento Williams a través de la ciudad, específicamente al descampado que estaba en la ribera norte del canal Morris. El magnetismo era fuerte, y cada paso que daban cerca de aquel perímetro imaginario, era suficiente para arrebatarles las pocas armas que aun funcionaban.
Aquel pilar extraño estaba incrustado en la tierra, en la parte norte del Liberty State Park, justo al lado del canal. ¿Cómo era posible que a nadie se le ocurriera atacar antes aquellas estacas? A medida que se acercaban, parecía ser el mejor plan de todos.
Las horas de la madrugada pasaron con tal rapidez, que Bryan tuvo que omitir asuntos clave en su cabeza. Al encaminarse con su escuadrón al punto de origen, los recuerdos comenzaron a taladrar su cabeza.
¿Por qué demonios no podía recordar nada? La paranoia estaba a punto de atacarle. Un millar de preguntas comenzaba a gotear en su mente con lentitud.
El puñetazo de Plummer le despertó.
Cayó a tierra con dureza. Sus ojos volvieron a enfocar la realidad.
Plummer le apuntaba con su pistola de servicio, al igual que otros dos soldados.
―Mentí por ti anoche, porque no podía concebir en mi mente una idea tan loca. Pero como ves, el mundo se fue al carajo. Te lo preguntaré una última vez... ¿Cuál es tu apellido Bryan?
La confusión se apoderaba de cada pasillo de su mente. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué Plummer le apuntaba con el arma? ¿Qué acababa de suceder instantes atrás?
Estar cerca de aquella cosa extraterrestre le afectaba la cabeza.
Algo en sus ojos se reflejó y fue percibido por Plummer.
―¿Por qué intentaste volarte la tapa de los sesos Bryan? ¿Aun te llamo así... o eres un maldito extraterrestre? ―los dos hombres que apoyaban a Plummer se miraron entre sí, nerviosos. Sus armas lentamente se alzaron hacia él.
―Estuve cerca de aquella nave Plummer... ―Bryan noto un sudor frío recorriendo su cuerpo. Estaba desorientado, en algún lugar con muchos árboles y pasto―. Yo vi a aquellas cosas descender de la nave...
Aquellos seres con seis extremidades. Su cabeza le dolía.
Eran sumamente altos. Sus recuerdos se volvían borrosos.
Un anillo... un colgante... una mano desmembrada.
―Soy Bryan Callahan... ―el odio se hizo presente en aquellas últimas palabras. Su odio crecía con más fuerza al recordar aquellos fragmentos―. Soy el cabo Callahan para ti soldado
Plummer suavizó el ceño y bajó su arma.
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