Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Archivo 4: Respuesta

Las refrescantes aguas el océano pacifico bañaban con suavidad las blanquecinas arenas de Waikiki beach. El día era perfecto, con un sol radiante en su cenit y las nubes esponjosas revoloteando en el horizonte. Steven no sabía lo que se perdía.
Ashley dejó su teléfono celular junto a sus cosas en la playa. Estaba decidida a no darle más importancia a él, Steven se lo merecía por faltar a su palabra.
Los edificios se alzaban como una pared de corales, apretujados entre palmeras y visitantes de todas las edades. A esa hora, la playa estaba llena de turistas y bañadores. Era la oportunidad perfecta para broncearse bajo el sol.
Las embarcaciones seguían a la derecha de la playa, atadas y a la espera de que los turistas decidieran pagar el pasaje. El Na Hoku II estaba a punto de zarpar, y Ashley le hizo señas a Keanu para que le esperara.
―Aloha Keanu ―Ashley ladeó la cabeza con ternura, como siempre que deseaba algún favor especial. Sus cabellos dorados como el sol ocultaban la flor que llevaba en la oreja derecha.
―Aloha, wahine blonde ―Keanu sonrió divertido―. ¿Estas segura que deseas embarcar sola? ―preguntó Keanu, un lugareño regordete y bonachón, de piel cobriza y una sonrisa siempre presente―. No quiero tener problemas con tu novio… eh
―¿Y eso porque tendría que ser un problema? ―dijo de forma coqueta.
―Mi madre solía decir… he kehau ho'oma'ema'e ke aloha ―Keanu vio el rostro de interrogación de la chica y añadió―. Lo que quiere decir que, el amor es como un roció purificador. Pero debes respetarlo.
―Yo lo respeto, y mucho por si no te habías dado cuenta.
Keanu volvió a sonreír. Era imposible enojarse con él.
―Las mujeres solteras suelen llevar su flor en la oreja derecha… y créeme que los jóvenes no pasan eso por alto en estos días.
―Bueno, digamos que por hoy, me place estar soltera ―soltó con una sonrisa pícara.
―Ku’ia kahele alias na’au ha’aha’a ―Ashley hizo un puchero. Keanu repitió la frase en su idioma―. Una persona humilde, camina con cuidado para no lastimar a otros.
Ashley se tomó unos segundos para reflexionar. Sentía unas ganas irreprimibles por golpearle la panza, pero su sonrisa bonachona, le impedía hacerlo.
―Creo que mejor nos vamos, o los turistas nos van a tirar por la borda.

La isla Honolulu se veía pequeñita en el horizonte. Las olas más calmas azotaban la proa del catamarán y a la distancia podía contemplar la belleza de las demás islas. Estaban en medio del mar, con el viento como única compañía y la vasta profundidad del océano pacifico.
Los ojos de Ashley se posaban en la isla Honolulu. Era como si pudiera tener visión de rayos x. Visualizaba a Steven en la base al otro lado de la isla, y aquel recuerdo le hizo cambiarse la flor a la oreja izquierda. Se suponía que ese día era para ellos. Llevaba semanas planificándolo, y él sabía lo importante que era ese momento, pero prefirió ir a jugar un partido de rugby a la base; o al menos, eso pensaba ella.
Se acordó de su teléfono celular.
Lo sacó de la pequeña mochila que llevaba a sus espaldas, pero no lograba encender. Estaba segura que tenía la batería completa cuando salió del departamento en la mañana.
―Keanu… ¿tienes algo para cargar el teléfono?
―¿Tú también tienes el teléfono apagado? ―le preguntó una chica morena de su edad. Keanu no estaba por ningún lado.
―Mi “papánua” está intentando sacarnos de aquí en estos momentos.
―¿Hay algún problema con el barco? –la mirada curiosa de Ashley se fijó por primera vez en los demás navegantes.
―Tiene problemas con los instrumentos de navegación. Nada parece funcionar…
Keanu alzó la cabeza. Se le veía frustrado y fue directamente al motor del catamarán. Ashley le observó paciente, al igual que el resto de la tripulación. Keanu forzaba una y otra vez el reinicio del motor, hasta que finalmente logró que encendiera. Las gotas de sudor corrían por su piel cobriza y de un gesto, pidió la ayuda de la muchacha morena para que le ayudara a poner las velas en posición.
―Lamento mucho los inconvenientes. No sé por qué, pero ningún aparato electrónico parece funcionar ―Keanu les dedicó una mirada suplicante y una sonrisa nerviosa―. Así que volveremos a la costa de inmediato.
De pronto, a la lejanía, el cielo de la tarde se encendió con el paso de una estrella fugaz, hasta perderse en el océano.
El destello fue instantáneo y a la lejanía, una columna de borrasca comenzó a alzarse con lentitud, a medida que se expandía por los bordes.
Todos observaron fascinados aquella formación anómala, cientos de kilómetros mar adentro.
―Verdaderamente parece la explosión de una bomba atómica… ―bromeó Keanu, quien sin perder más tiempo, giró el timón y puso rumbo a Honolulu.
Ashley no pudo alejar su vista de aquella anomalía. La borrasca se alzaba como el brazo de un gigante por sobre el horizonte, alcanzado incluso las pocas nubes que se atrevían a cubrir el cielo. De un momento a otro, el océano pacifico ya no parecía ser tan pacifista.
A los veinte minutos de emprender el retorno les alcanzó el sonido.
Un rugido feroz les golpeó a todos, una onda de viento y vapor marino azotó el catamarán y Ashley salió despedida, de bruces contra el piso de la embarcación. A duras penas logró aferrarse a la baranda para no caer por la borda.
Las velas del catamarán enloquecieron, lo mismo que la embarcación. La onda de choque fue tan fuerte que los lanzó varios cientos de metros más adelante. Enseguida de ello, vino la lluvia torrencial que, como agujas, les azotó con una furia inusitada.
Aquella hermosa y despejada tarde de marzo, pronto se convertía en una feroz tormenta.

Las viejas campanas de la segunda guerra mundial volvieron a teñir aquella tarde. La confusión en las tropas solo duró un segundo, el tiempo suficiente para que los oficiales dejaran a cargo a sus subalternos y todos fueran reunidos en las dependencias del almirante Tromert.
Todos los ojos de las torretas fueron puestos en el cielo, mientras que los cañones antiaéreos buscaban cualquier señal de alarma. Ningún patriota olvidaría jamás el cobarde ataque a Pearl Harbor, hace más de ochenta años atrás. Aquella vez les tomaron por sorpresa, pero nunca volvería a repetirse.
―¿Dónde está mi enlace con el pentágono? ―el almirante Tromert lucía furioso, como un animal sediento de sangre―. ¡Quien rayos está en el aire! ¡Necesito saber quién nos está atacando ahora!
El almirante le arrebató furioso los binoculares a uno de los hombres, y como si de un halcón se tratase, escudriñó cada pulgada del cielo.
―¡No tenemos comunicaciones señor. Todos los aparatos electrónicos de la base están muertos!
―Perdimos contacto con Delta y Echo. No tenemos contacto con ninguno de nuestros buques, señor.
Los ojos furiosos del almirante Tromert estaban listos para asesinar a alguien. La duda no existía en el corazón de aquel viejo y experimentado hombre. Los demás si parecían asustados de la situación, pero no su almirante. El rugido les despertó de golpe.
―¡Estamos bajo ataque! ¡Pongan a toda la base en el máximo estado de alerta! ¡Quiero a todos los aviones fuera de la pista y a los navíos fuera de los muelles ahora!
Todos los oficiales de la base desalojaron el lugar de inmediato, siguiendo las órdenes del almirante.
―Confirma si alguna maldita cosa funciona aun en la base. Necesito contactar con tierra y dar la alarma de ataque ―el almirante Tromert se detuvo en seco y pivoteó hacia el vicealmirante―. No sé si son los malditos Chinos o los coreanos; ni siquiera si es el mismísimo Putin. Quiero todos nuestros cañones de largo alcance, los misiles y los tomahawk apuntando a quien quiera que no lleve nuestra bandera.
―¡Todo el mundo a sus puestos! ¡Estamos bajo ataque!

La base el cuerpo de marines de Hawái se revolvió como un avispero. En tres minutos, todos los marines estaban ya en posiciones. Los pelotones corrían junto a sus escuadras formando los grupos de ataques entre gritos. El USS Independence, un buque de asalto anfibio clase Wasp, de casi trescientos metros de eslora intentaba zarpar con una veintena de helicópteros de combate en la pista.
En esos momentos, para ningún patriota cabía la duda de que estaban siendo atacados por fuerzas hostiles. El enemigo había detonado un poderoso pulso electromagnético que terminó friendo todos los radares y dispositivos electrónicos. Estaban a ciegas, pero no indefensos.
Al otro extremo de la base, el USS Harrison, un portaaviones clase Ford de propulsión nuclear, que era la joya de la flota del pacifico, intentaba funcionar sin éxito. Con sus casi trescientos cuarenta metros de eslora y sus sesenta F-18, era la principal piedra angular para barrer los cielos en busca del enemigo.
Luego de diez minutos que parecieron eternos, solo los buques que contaban con un motor diésel lograron zarpar. De alguna forma que no se explicaban los técnicos e ingenieros, el pulso electromagnético enemigo tuvo tal intensidad, que no solamente deshabilitó los sistemas electrónicos, sino más bien, los había liquidado.
Todos los vehículos que se encontraban en funcionamiento a la hora del impacto, quedaron irremediablemente muertos. De alguna forma, los circuitos no solo fueron sobrecargados, sino que una oxidación espontánea se encargó de matar motores y piezas de maquinaria. Quien quiera que fuese el atacante, sus armas PEM era por mucho, más sofisticadas que las de ellos.
―¡Steel! ―rugió el sargento Smith―. ¡Presta apoyo a O´conell!
Un soldado menudo y compacto, de cabello rubio rapado al cero, dejó de inmediato la artillería antiaérea. Corrió donde el sargento y se detuvo de inmediato saludándole. Steven Steel era una roca.
―¡Llevan ordenes muy importantes a Pearl Habor! ¡No dejes que nadie les detenga!
Steel asintió y de inmediato corrió al oshkosh, un 4x4 acorazado de última generación. Saludó a los hombres y de inmediato se hizo cargo de la torreta. Steel se especializaba como artillero de la marina.
El rugido del motor fue una canción para los hombres, que consternados por su nula capacidad defensiva, luchaban para no desmoronarse en la incertidumbre.
Cuatro vehículos más partieron de la base.
Steven sintió como el viento le golpeaba el rostro. Era un recorrido de dieciséis millas por la ruta tres, atravesando el corazón de la isla en medio de hermosos bosques ancestrales. Aquel recorrido no les tomaría más de veinte minutos.
Nadie se atrevió a pronunciar palabra alguna al interior del vehículo.
Ellos no eran personas normales. Eran patriotas. Hombres de acero que entregaban todo por su país. Cada uno de ellos sobrevivió allí donde muchos renunciaron. La marina no era para los cobardes.
Steven sentía la vibración y ferocidad del vehículo al avanzar por la carretera. La interestatal estaba vacía, como siempre. Casi ningún local la usaba; y a pesar de que tenía como nombre interestatal, la verdad era que no atravesaba ni conectaba con el continente. Solo se toparon con algunos vehículos detenidos en medio de la pista a causa del ataque con pulso electromagnético. Lamentablemente no podían detenerse. Incluso le pareció ver a uno de los sargentos de la base tirado al lado de la carretera, una sonrisa se dibujó en el rostro al pasar de largo, a pesar de las señales que ese hombre les hacía para que se detuvieran.
«Por un caballo que no llegó se perdió la guerra»
Las palabras de su padre hicieron eco en su cabeza. Su cuerpo estaba tenso, cual acero templado; pero su corazón y mente se escapaban en otra dirección. Ella estaba en la playa de Waikiki, molesta con él porque ella no comprendía lo que era el deber. Aunque aparentemente estaba sola, la verdad era que se había fugado con su corazón.
Un mar tormentoso de dudas y temor rugían en su interior, pero por fuera, con el ceño fruncido y un enojo latente, luchaba para enfocarse en su misión.
Un destello llamó la atención de Steven.
De inmediato dirigió la mirada al cielo, en busca del enemigo, pero un sol radiante le sonrió. Las nubes se atiborraban a los bordes del mundo, pero algo sobrenatural parecía destellar difusamente en el firmamento.
El primer objeto apareció a sus nueve en punto, destellando y rasgando el cielo. Aquel objetivo no venía ingresando solo a la atmosfera. A lo menos tres objetivos adicionales, seguían la trayectoria del primero.
―¡Tenemos misiles a las nueve en punto! ―rugió Steel, sintiendo una corriente de adrenalina que le electrificaba todo el cuerpo.
Todas las miradas giraron en esa dirección. Aquellos objetivos ingresaban sumamente rápido a la atmosfera; sin embargo, la trayectoria parecía no coincidir con sus principales y sospechosos enemigos.
―¡Son misiles intercontinentales! ―aseveró Tech, y Eccho dejó su fusil de lado para ver mejor por los binoculares.
Todos sabían lo que pasaría si aquellas ojivas tocaban tierra. Incluso si explotaban a un par de millas de distancia, Hawái entero seria borrado del mapa. Su patria era la única nación que había utilizado un arma nuclear durante un conflicto real; la bomba lanzada sobre Hiroshima ni siquiera tocó tierra, pero tuvo una potencia aproximada de dieciséis kilotones de TNE y la temperatura ascendió a un millón de grados centígrados. Las ojivas nucleares actuales, dejaban en pañales a las del cuarenta y cinco.
El silencio apabullante se apoderó de aquella tarde invernal. Todos observaron impacientes como a la distancia, el objeto de mayor tamaño se perdía en la barrera de los bosques, y cientos de millas mar adentro. Nadie percibió el destello de la explosión nuclear. Tampoco fueron testigos del despegue de los misiles balísticos, o los tomahawk para repeler el ataque. Ni siquiera los f-18 surcaban los cielos para defender su territorio.
Solo un sepulcral silencio.
Una estela se alzó por los cielos, en forma de hongo, y rápidamente se expandió hacia las alturas. Una nube de vapor le acompañó a la velocidad del rayo, al igual que la única idea racional en su cabeza: tenía que encontrar a Ashley. No podía perderla.
El Oshkosh avanzaba a toda velocidad por la carretera, dejando atrás a las últimas laderas verdosas, ya presto para adentrarse en la ciudad. No pasaron ni cinco minutos desde el impacto, cuando sobre sus cabezas, a velocidad supersónica, uno de los misiles se detuvo en seco.
Sus mentes humanas no pudieron comprender lo que sucedió en aquel momento. Fue como si todo se hubiese detenido en el tiempo.
Aquel misil, más veloz que cualquier cosa en el planeta, disparó munición magnética que se incrustó en la tierra. Las esquilas de roca y pavimento cruzaron el aire, pero no fueron tan veloces como la nave que los lanzaba. Una burbuja electromagnética les atacó de inmediato, y fue como subirse a la montaña rusa, golpeando todo su cuerpo con los fierros.
El oshkosh giró por los aires con brusquedad, y Steven sintió su cuerpo volar a una vertiginosa velocidad, tal como una marioneta, unida por invisibles hilos de metal, fuera arrojada por un niño.
Steven sintió el sabor de la sangre en su boca. Un dolor agudo le perforó la espalda, y sintió su cadera a punto de romperse cuando colisionó con el pavimento. Sin darle tregua, su fusil y armas, todo objeto metálico, fue invocado con prisa a un epicentro invisible. Steven fue arrastrado por el piso con furia por una fuerza desconocida.
El oshkosh, y los vehículos cercanos al punto de impacto, giraban como trompos a una velocidad abrumadora, tal como si fueran licuadoras de metal ingrávidas, a varios pies de altura.

La explosión cercana lo hizo reaccionar.
Steven se levantó de entre los muertos en medio de un mar de balas.
Desorientado y aturdido, levantó la cabeza lo suficiente para analizar la situación.
A un cuarto de milla desde la carretera, un objeto alargado que media más de trescientos pies de largo, reposaba ingrávido en el punto de impacto.
Aquel cuerpo brillaba con una tonalidad azulada verdosa, similar al uniforme que él mismo usaba, pero con colores más flúor y vivos.
La marina acordonaba el área, pero mantenía la distancia para evitar ser atrapados por el campo magnético.
Alguien más había cortado sus correas, todo objeto metálico era atraído a una burbuja imaginaria, con un radio sumamente amplio. El fuego de cobertura no era capaz de atravesar el escudo, pero debía cumplir su propósito: distraer la mirada enemiga de lo realmente importante.
Las escuadras avanzaban guiándose solo por señas.
Un rugido voraz les sorprendió a todos, con huracanados vientos que azotaron a los soldados. Aquella debía ser la onda expansiva del primer impacto, suponiendo que no hubiera estado demasiado tiempo inconsciente; de lo contrario, significaría el impacto masivo de múltiples objetivos.
Un sonido extraño perforó los aires, calándole los oídos. Aquel sonido lastimero era semejante a un mar de vidrios moliéndose al mismo tiempo. El enemigo no solo poseía armas magnéticas, sino también sonoras.
Múltiples objetivos abandonaron la nave. Eran sumamente altos, y sus cuerpos emitían una luz iridiscente bajo los escasos rayos de luz que se filtraban desde la atmosfera. Una gigantesca nube de vapor ya cubría los cielos de Hawái, como un presagio lúgubre de lo que les esperaba.
Tal como ocurría siempre en las películas que a Ashley le encantaba ver, haces de luz atravesaban el metal como si de mantequilla se tratase, enrojeciéndolos hasta el punto de fundición. Aquellas criaturas antropomórficas tenían cuatro brazos, y dos de ellos eran sumamente largos y letales.
Los camiones blindados cerraban la ruta tres, y tras su blindaje, los soldados preparaban los misiles Javelin. Cada misil pesaba veintiséis libras, suficiente explosivo para derribar a los enemigos blindados, y dándoles una oportunidad a la infantería de hacer frente a un invasor superior.
Disparar a esa distancia parecía una locura, pero la situación era más que desesperada. Nadie en el mundo sabía qué estaba ocurriendo ahí. Ni el presidente de los estados unidos debía conocer la situación, o contra quien luchaban. Incapaces de comunicarse con el alto mando, solo tenían una misión primordial: destruir al enemigo y salvaguardar la seguridad nacional.
Los misiles Javelin salieron eyectados directamente hacia la nave enemiga.
La explosión fue brutal.
Steven Steel fue arrastrado por la onda expansiva. El calor aumentó bruscamente, amenazándole con quemarle hasta la piel. Una gigantesca bola de fuego lo envolvió todo, y un segundo después, una nube negra reemplazó a las llamas.
La nave enemiga seguía intacta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro