Archivo 3: Incertidumbre
―¡Todos vamos a morir! ―Scott le cogió por los hombros con tal fuerza que Jhon dejo caer el bolso con su laptop y todo adentro. Los demás investigadores les miraron exaltados. Todos actuaban demasiado raro esa mañana.
―Cálmate Scott. ¿Qué demonios está pasando?
Jhon se había quedado hasta altas horas de la noche escribiendo los informes en su computadora; y justo cuando pensaba en acostarse y dormir al menos un par de horas, recibió un llamado urgente del profesor. Todos fueron citados inmediatamente a la sede de la agencia europea espacial.
―¡Aun no está en las noticias, pero con lo que quedó del internet...!
―¿De que estas hablando...? Cálmate Scott...
―Nadie nos va a decir la verdad Jhon... estamos acabados... el profesor nos quiere a todos reunidos, pero nadie podrá hablar al público... por eso nos tienen aquí...
Jhon blanqueó los ojos y entró a una de las habitaciones de la ESAC. Una pulcra sala de conferencias les dio la privacidad que Scott curiosamente necesitaba. El hombre rápidamente cerró las cortinas, paranoico, al igual que las películas donde existía un enemigo en todos los rincones.
―Ellos no quieren que sepamos la verdad Jhon...
―Sabes, no dormí nada anoche, apenas puse la cabeza en la almohada y tuve que volver aquí. Ilústrame...
Los ojos verdosos de Scott se posaron en él como una súplica, pidiendo la clemencia de un condenado a muerte.
―Ellos ya están aquí...
Jhon movió la cabeza, sin enterarse de nada. Se suponía que esa frase debía significar algo al menos.
―Los extraterrestres nos están invadiendo.
Pasadas las cinco de la mañana, todo el personal científico estaba reunido en la sala de conferencias. Los rostros somnolientos se mezclaban con el nerviosismo y el cuchucheo de todos ellos. Todos sabían que algo malo estaba pasando, no era habitual que se les llamara tan temprano a menos que alguna emergencia estuviera ocurriendo.
La sala estaba bien iluminada, y las butacas cómodamente intentaban atrapar a sus ocupantes en un sueño eterno; o así sería en breves momentos.
Las puertas fueron abiertas y el doctor Hawking ingresó caminando con prisa, tras una mujer rubia vestida completamente de negro. Jhon dirigió su mirada y se percató de los soldados que aguardaban en las puertas, armados hasta los dientes. La mujer no parecía tener problemas en que su conversación fuese escuchada por todos los presentes.
―Buen día todos. Hace cinco horas, la mitad de los satélites del planeta fueron destruidos en lo que creemos, fue una explosión electromagnética gigante.
Las manos temblorosas de los presentes, la angustia y la paranoia de sus rostros se reflejaron de inmediato. Miradas desorbitadas recorrieron la sala. Pies desenfrenados golpeaban el piso intentando controlar los nervios. Aquella mujer lucía como una roca inmutable ante todos ellos, dando una noticia que solo podían concebir en sus fantasiosas mentes.
―En estos momentos, el gobierno del presidente necesita la cooperación conjunta de todas las mentes de la ESA. Por esa razón estoy aquí ―la mujer se giró hacia el profesor, quien tenía tres doctorados en astronomía, xenobiologia y astrofísica―. Elija a uno de los suyos para que se quede en esta base. Tome a los mejores y sígame.
La tensión era tal en la sala que podía palparse y cortarse con un cuchillo.
Las botas de los soldados resonaron contra la cerámica cuando un nuevo individuo ingresó a la sala de conferencias. Su escolta era simplemente impresionante.
―Teniente coronel, en nombre del presidente, le hago entrega de la base ESAC. Toda información debe ser coordinada de inmediato con la oficina presidencial.
La voz de Scott llegó trémula a sus espaldas, acusándose del miedo que le provocaba toda la situación.
―Ella no nos dio su nombre... pero estoy seguro que ella trabaja para el centro nacional de inteligencia, o en su defecto, está relacionada con el ministerio de defensa.
―Deja de hablar Scott ―musitó Jhon, incómodo y sorprendentemente acalorado en ese momento.
―Tampoco nos dio el nombre del teniente coronel. Ellos no quieren que sepamos quien mueve los hilos en esta operación... ellos no nos dejaran irnos de aquí Jhon...
El teniente coronel era un mastodonte de músculos. Su expresión seria intimidó no solo a los científicos de la sala, sino que también inspiraba respeto en los rostros de sus subalternos.
La dura voz del teniente coronel resonó en la sala.
―A partir de este momento, toda la información que la agencia recopile, se considerará ultra secreto e información clasificada. Cualquier persona que intente dejar la base sin mi permiso, será merecedor de la pena capital por poner en riesgo la seguridad nacional. Cualquier llamada o contacto con el exterior está estrictamente prohibido.
El estómago de Jhon se empequeñeció.
Scott tiritaba y no podía controlar los espasmos nerviosos en su butaca.
―¡A trabajar!
Cuando la luz tocó los ojos de Jhon, solo pudo fijarse en que la agencia espacial europea había sido completamente acordonada por los vehículos militares. En cuestión de minutos, soldados fuertemente armados cerraron el perímetro y vigilaban cada esquina del lugar. Desde su ventana, pudo observar como al doctor Hawking, junto a sus escogidos, se les ponía una capucha negra y eran llevados al interior de un camión blindado.
Su teléfono celular seguía sin tener ni una barra de señal. Lo mismo con el internet. El ejército estaba bloqueando todas las señales peligrosas en la agencia.
Sabía lo que Scott opinaría al respecto, y eso que ni siquiera lo tenía cerca.
Aquella mujer mencionó que perdieron la mitad de los satélites mundiales, ¿era acaso un acto de guerra de alguna de las potencias militares? El mundo que solía conocer estaba todo vuelto de cabeza. Hace algunas semanas, la tensión en el mundo crecía a causa de supuestos globos espías Chinos derribados por los Estados Unidos. Hace poco se conmemoraba el primer año de la guerra entre Ucrania y Rusia; y parecía que a nadie le importaban las víctimas. Corea del Norte, Hong Kong, etc. Vivian en una época donde el dolor ajeno poco parecía importar. Incluso él se mantenía estoico ante la situación del mundo, sin tener poder para intervenir, viéndose privado solamente a seguir adelante por el mismo.
―¿Ya terminaste de darle vueltas a todo esto? ―Scott caminaba nervioso. Tras de él, pero a varios metros de distancia, dos militares armados realizaban la guardia a través del pasillo―. Porque hay mucho trabajo por hacer, y no parece que podamos ir a ningún lado ahora.
―Perdón Scott ―se disculpó de inmediato―. Hay muchas cosas que me rondan en la cabeza. Creo que me va a dar un ataque de angustia si seguimos así...
Su compañero guardo silencio. Desde aquel momento en la sala de conferencias, el ambiente se había vuelto demasiado toxico y tenso para seguir. Jhon notó el semblante alicaído de Scott, y no pudo evitar lanzar alguna tontería para levantar el ánimo.
―Todo esto me recuerda a aquella vez en la preparatoria que se me ocurrió ponerme aretes ―dijo, recordando que también por Thomas solía hacer lo mismo; aunque el tiempo hubiera dividido sus caminos.
Ambos amigos pusieron rumbo a la sala de control. El lugar era sumamente amplio, abarrotado de grandes computadoras que eran más viejas que ellos. Los superordenadores eran necesarios para cualquier agencia espacial, sin embargo, lo mejor de lo mejor siempre iba a parar en aquellas instalaciones donde se realizaban las misiones. Ellos solo eran una sede de investigación.
Las pantallas divididas mostraban las últimas imágenes del Eolos2b4c, uno de los tantos satélites que tuvo la suerte de sobrevivir a lo que fuera que hubiese pasado.
Un centenar de científicos trabajaba en ese momento con todas las imágenes y datos meteorológicos que los satélites podían entregar. Debido a que los satélites viajaban a una media de treinta kilómetros por segundo, se necesitaban bastantes imágenes y rotaciones para verificar completamente la información que se mostraba.
Cada uno de sus colegas trabajaba en un sector del globo; inclusive, analizando las imágenes y lecturas de horas antes del suceso. El café se trasformó en el rey de la sala, a pesar del riesgo que suponía y la enemistad eterna de los líquidos y consolas.
―Según la información que se tiene en conjunto, la última transmisión de los satélites fue a eso de la media noche sobre Marruecos y a las seis de la mañana sobre el mar de Japón. Literalmente, todos los satélites de cara al continente americano, sobre el océano pacifico e incluso parte de Oceanía, fueron inutilizados y podrían o no caer irremediablemente a la tierra dentro de las próximas horas.
Jhon bebió un largo trago de café bien cargado, era necesario para aplacar el sueño. Si hubiera sabido que tendría que trabajar tan temprano, habría dejado el informe para otro día.
―No entiendo que están buscando... todas las imágenes nocturnas están... a obscuras...
―Así es genio. Mi teoría inicial fue que una potente llamarada solar nos golpeó sin que nos diéramos cuenta.
―Eso no es posible ―sentenció Jhon, entrecerrando los ojos―. El Proba-2 nos habría alertado al menos con media hora de antelación si alguna tormenta solar se dirigiera a la tierra.
―Pues el año pasado, una tormenta solar dejo fritos e inservibles a cuarenta satélites de SpaceX ―argumentó Scott. Su voz por primera vez sonaba seria―. Además, el Proba-2 ya está cumpliendo su ciclo de operatividad... no me extrañaría que sus sensores fallen después de trece años en el espacio.
Ambos amigos siguieron buscando alguna pista entre los miles de fotogramas que la computadora les entregaba. Todas las imágenes nocturnas eran escalofriantes, en ella no había más que obscuridad.
―Creo que tengo algo... ―susurro Scott―. Mira esto... creo que necesitaremos imágenes termales de lo que sucedió en este hemisferio. Según el Eolos2b4c, existe una inyección súbita de vapor de agua en este punto... ¿Pero por qué?
―¿A cuanta distancia se tomó esta imagen?
―El vapor de agua llegó hasta la estratosfera...
Ambos amigos se miraron boquiabiertos.
―¡Profesor Teslar! ¡Encontramos algo!
Jhon agachó su cabeza, avergonzado. No quería llamar la atención de los demás, pero su amigo solía emocionarse demasiado en su trabajo. El aludido se dio vuelta lo justo para darle la orden que compartiera su pantalla. Scott lo hizo de inmediato, tal como un niño que busca la aprobación de los mayores en todo lo que hace.
―Si revisan en las siguientes coordenadas, catorce grados norte y ciento cincuenta y nueve grados oeste, el Eolos2b4c captó en cada rotación hasta ahora un aumento exponencial del vapor de agua, el cual, según las lecturas, habría llegado a la estratosfera.
Un centenar de científicos dejó de hacer lo que fuera que hacía para prestar atención a las imágenes que el doctor Teslar mostraba en la pantalla.
―Según mis cálculos... creo que se vaporizaron en el impacto alrededor de trescientos a quinientos millones de toneladas métricas de agua salada...
Sus palabras fueron lapidarias.
Todos comenzaron a observar sus computadoras. Todos escucharon atentamente la palabra "impacto". ¿Qué objeto golpeó la tierra? ¿Cómo era posible que ningún radar se percatara de alguna amenaza? Ya había sucedido en el pasado que algún meteorito se escapaba de los radares y se detectaba demasiado tarde, pero esa cantidad de agua en la estratosfera era la respuesta final de todo lo que estaba sucediendo.
Jhon no pudo oír las palabras que se dijeron en la sala. Su mente absorta intentaba buscar una respuesta; intentaba entrelazar las pistas que tenía. Scott descubrió el impacto de un cuerpo celeste a más de quinientos kilómetros de Hawái. Las horas avanzaban, pero necesitaba saber que estaba pasando en esa parte de la tierra.
El tiempo se les estaba agotando.
«Los extraterrestres nos están invadiendo» recordó Jhon. Aquellas palabras le sacaron una sonrisa. Scott estaba aprovechando de fantasear con las invasiones extraterrestres que siempre veía en la televisión. Su energía y actitud le recordaba a Thomas. ¿Cómo estaría su amigo? Hacía mucho tiempo que no hablaban, de hecho, la última vez que le escribió fue para su cumpleaños, hace tres meses atrás.
Todos los científicos estaban fascinados y horrorizados a la vez, mientras estudiaban las imágenes de las primeras horas del Eolos2b4c. En esos momentos, era imposible dilucidar nada de lo acontecido en el continente americano. Allá eran las tres de la mañana y todo seguía a obscuras.
¿Qué clase de desastre sería capaz de dejar un continente entero sin energía eléctrica?
Las imágenes que encontró Scott apuntaban al impacto de un meteorito; si eso era cierto, ¿porque sus instrumentos no detectaban sismos u otras señales tectónicas?
―¡Jhon, no dejes que te abduzcan los aliens!
Las palabras de Scott lo sobresaltaron. Aun así, el muchacho continuó hablando hasta por los codos.
―Según el mismo patrón de lo que impactó en Hawái, pudimos determinar a lo menos ocho fenómenos similares en las aguas del océano pacifico. Esta es la mayor lluvia de meteoritos de la historia humana...
―Estoy confundido... ¿no dijiste que era una invasión ex...?
―¡No hables idioteces! ―Scott casi le metió todos los dedos a la boca para acallarlo. El resto de sus compañeros les fulminó con la mirada. Aquellas situaciones infantiles no podían ser toleradas en ese ambiente de tanto estrés.
―No digas nada de eso en voz alta... recuerda que el ejército nos tiene intervenidos... ellos saben todo lo que hacemos o decimos, incluso lo que escribimos... ―le susurró tan bajo que tuvo que hacer un esfuerzo increíble para entenderle.
―Si nos tiene tan intervenidos... ¿qué demonios haces hablándome entonces?
Scott comenzó a hacer señas.
―No seas idiota. Están más intrigados por la información de las sondas que por nosotros ―Jhon levantó la cabeza y apuntó a los científicos de la derecha―. Ellos están analizando los datos del Helios-3 y el Proba-2.
―Ya te lo había dicho antes... ellos no van a revelarnos ninguna información relevante a nosotros... y mientras estemos aquí, el internet está controlado por el gobierno...
Jhon observó la tristeza que le provocaba a su compañero perder el internet.
―Yo sé que querías que esto fuera provocado por los aliens, pero todo apunta a que lo que nos golpeó fue una lluvia de meteoritos, y justo en el momento en que una llamarada solar decidió alcanzarnos... es como si el cosmos se hubiera puesto de acuerdo para casi extinguirnos.
―O quizá fueron los arácnidos de Klendathu los que nos enviaron el meteorito.
Jhon lo miró desconcertado.
―¿Nunca viste la película? ¿Es una de culto...?
―He visto suficientes películas de ciencia ficción. Sé dónde queda Klendathu.
―Pero en la película ellos enviaban un meteorito que no se podía detectar e impactaba en la ciudad de Buenos Aires... y justamente, sucede que todo el continente americano resulta ser el blanco de los meteoritos... ¿casualidad? Yo no lo creo.
Jhon miró su reloj, el único instrumento que portaba que no podía ser intervenido por el ejército en esos momentos.
―Necesito dar un paseo... ―Scott hizo un ademan sobre la cantidad de trabajo pendiente. Jhon respondió de inmediato―. Las cosas se pondrán realmente interesantes al mediodía.
El Eolos2b4c daba una vuelta al globo cada noventa minutos. Cuando el reloj comenzaba a marcar las once de la mañana en Madrid, el satélite meteorológico comenzaba a entregar las imágenes que todos esperaban con ansias.
Tal como mostraban las imágenes del día anterior, varios objetos no identificados habían colisionado en el océano Atlántico. La capa de vapor condensado se elevaba hasta los veinte mil metros de altura.
Todos en la sala hacían su mejor esfuerzo para contener sus emociones al ver las imágenes de aquel nuevo amanecer. No solo era un sentimiento terrorífico y apabullante, una nueva emoción que la raza humana jamás había experimentado, se desprendía de todos ellos en la sala.
―Ya no habrá que preocuparnos por cuidar el medio ambiente... ―bromeó sin ganas Scott―. El efecto invernadero... el cambio climático... todo empeorará de ahora en adelante.
Un sepulcral silencio reinó en la sala cuando todos vieron las pantallas principales. Uno de los meteoritos había impactado en Sudamérica; en algún lugar de Brasil. La nube de partículas ascendía hasta la troposfera, y los vientos alterados arrastraban aquellos residuos por todo el continente. Una densa capa de polvo cubría completamente a Brasil, superando incluso la barrera de la troposfera.
Ellos eran los primeros en saber lo que estaba pasando. La carga del mundo descansaba sobre sus hombros.
Los minutos avanzaron, al igual que las nuevas imágenes que llegaban de los satélites. Todos los instrumentos de medición ubicados en la cara del desastre, fueron anulados por aquella misteriosa lluvia de meteoritos. Al final de la jornada, solo pudieron confirmar el impacto efectivo de al menos dieciséis cuerpos extraños.
―Ni siquiera la bomba usada en Hiroshima habría podido levantar tanto polvo en la troposfera... ―era la forma de Scott de consolarle―. Calculo que el impacto directo fue en algún lugar de las amazonas. Al menos el impacto no habrá activado todo el cinturón de fuego del pacifico...
Jhon seguía ensimismado en la pantalla, comparando cada imagen del satélite y ajustando al máximo el zoom.
―Estoy seguro que toda tu familia está bien. No confirmamos ningún impacto terrestre en américa del norte.
Jhon estaba en trance, sin darle importancia a las palabras de su amigo.
Scott insistió.
―¿Qué estás buscando...? Deberías estar feliz.
Jhon no respondió de inmediato. Sus dedos temblorosos pasaban por el teclado del computador, mientras que la curiosidad de Scott se reflejaba en cada segundo que pasaba
―¿Tú ves algo anormal en esta imagen?
Scott se acercó a la pantalla, se ajustó las gafas, pero solo podía ver los pixeles de la fotografía. ¿Cómo se suponía que pudiera distinguir algo de Nueva York en una imagen tomada desde un satélite?
―Pues... no sé a dónde quieres llegar. Para mi es una imagen totalmente normal.
―Eso creí yo también la primera vez que la vi. Incluso pensé que podía ser un error en el lente... pero es imposible...―Jhon comenzó a mostrarle las siguientes imágenes en secuencia de las rotaciones efectuadas por el Eolos2b4c―. Fíjate en este punto...
Gracias a las demás imágenes que el satélite les proporcionaba, Jhon estaba armando el rompecabezas. Las primeras impresiones eran difusas, ya que la velocidad del satélite era sumamente alta; pero a medida que fotografiaba el mismo punto una y otra vez, la computadora le permitía clarificar la imagen.
Jhon sintió como el frío recorría su columna dorsal.
Trago saliva, intentando que su mente no colapsara por el exceso de trabajo, el hambre y el sueño combinados.
Scott ahogó un grito. Una mezcla de miedo nerd y sorpresa.
―A menos que la isla de Manhattan haya decidido volar sobre la bahía Upper...
Jhon sintió su cuerpo desvanecerse.
«Eso no es humano...»
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