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Capítulo 8: Contra reloj

Llevar a cabo un juicio hacia otra persona no es nada fácil, y más si hay que tener en cuenta miles de leyes que se atraviesan en el proceso judicial, que hasta a veces, lo complican, por eso hay especialistas que se encargan de hacer de intermediarios, porque el ser humano no puede poseer conocimiento de todas las ramas existentes en su totalidad, en especial porque no le alcanzaría la vida para ello, aun así, éste ha demostrado que se puede hacer varias funciones sin comprometer los limites para con uno mismo. Ahora bien, en el caso de Manfiel, él debía condenar según los actos a base de pruebas, sea de índole circunstancial o preconstituidas, lo que nos da la idea de que poseen un parentesco de lo más fidedigno a las leyes humanas. No obstante, hay una diferencia, y es que aquí hablamos de seres sobrenaturales, y las pistas para desentramar esta clase de hechos, estaban fuera de lo común y eran más difíciles de obtener, además, Manfiel también debería participar activamente, lo que podría acomplejar todo, sin mencionar que, en el caso de hacer una falsa acusación, acarrearía consecuencias graves.... Por fortuna, no era la situación de los avatares que conocemos, quienes ahora, un par de ellos, se encontraban: una, caminando de un lado a otro, mientras la otra, disfrutaba de una taza de té que les había traído una de las sirvientas de Manfiel.

—¿Dónde se supone que están? ¡Ya deberían haber llegado! —declaró ansiosa Solvintu.

—El juicio va a empezar y ellos aún no arriban... —Solventa miró su taza y explayó sus pensamientos al aire—. ¿Les habrá sucedido algo en lo que buscaban las pruebas? —este comentario hizo que Solvintu se detuviera en su caminata de forma abrupta.

—Si ellos no traen las pruebas que necesitamos... tendremos que afrontar un giro dentro del juicio que podría terminar en nuestra condena —advirtió seriamente bajando la mirada, y Solventa, entre cerró los ojos con el ceño fruncido; obviamente que deberían hacerlo, pero por ahora solo podían confiar en la fidelidad de los demás avatares. Y al fin, en este vital momento, las puertas se abrieron de golpe, revelando la llegada de Dinariel y Jofiel, quienes se encontraban en muy malas condiciones e igualmente agotados.

—¿Qué les ocurrió? —Solventa dejó su té sobre la mesa apenas impactada, pero Solvintu quizás lo estaba aún más.

—Fuimos... emboscados —declaró Jofiel, pero antes de que él continuara, Dinariel, quien ya había recuperado el aliento antes que él, levantó una mano frenándolo y luego ella siguió con la charla.

—Por lo visto, ya estaban preparados para una confrontación, por lo que mandaron a un buen grupo que poseía aquellos aparatos —informó el avatar de fuego.

—Es sorprendente que no hayan terminado con sus vidas; tuvieron suerte —declaró Solvintu llevándose una mano a los labios impresionada.

—¿Y qué hay de las pruebas? ¿Pudieron conseguir alguno de los relojes para ser examinado? —indagó Solventa.

—No... —Dinariel se mostró deprimida y un tanto resignada—. Nos vimos obligados a anularlos a todos; eran ellos o nosotros... —cerró los ojos.

—Ya veo... —espetó Solventa conteniendo su irritación.

—La única esperanza que nos queda es el nuevo avatar —indicó Solvintu—. ¿Llegará a tiempo? —y así como las dudas había arribado en ella, pronto fueron dispersas gracias a la pronta llegada de la mencionada.

—¡Perdón por la espera! —señaló el avatar de viento, quien entró apresurada acompañada de Abeliel y Alaniel.

—Por fin llegas... —señaló algo irritada Solventa—. Y espero que con buenas noticias —es así que, sin sentirse ofendida por la muestra borde de su compañera de trabajo, Leniel le mostró una sonrisa orgullosa, para entonces exponer el hallazgo de su compañero.

—He aquí la prueba definitiva —indicó, y el rostro del resto que estaba apesadumbrado por los resultados del avatar de fuego, se vio alivianado.

—¡Buen trabajo! Imagino que no ha sido nada fácil quitárselo a uno de esos granujas —expresó Dinariel llevándose una mano a la cintura satisfecha.

—No fue exactamente así como lo obtuvimos —explicó el avatar de viento, dejando pasmadas a las demás. ¿Entonces cómo lo había obtenido?

—Cómo es que... —fue interrumpida Solventa por Leniel.

—Alaniel lo encontró después de que pudimos salir del macabro juego de Baal —este último dato impactó principalmente a Dinariel.

—¿Estuvieron dentro del dominio de Baal? —expresó casi sin aliento—. Pensé que ese lugar era solo un mito debido a la escasa información que hay de él como así también a lo complicado que es encontrar su ubicación exacta.

—Sí... nosotros tampoco nos esperábamos semejante desenlace —dio a entender Leniel.

—Sin embargo, lo importante es que están aquí ahora con nuestro principal testigo y las pruebas que necesitamos —soltó Solvintu suspirando.

—Sí, el resto de los detalles se los he dejado a Kadmiel; él vendrá más tarde acompañado de algún elemental que nos dé la información que buscamos acerca del encuentro extraño con este aparato —le entregó el reloj a Solventa.

—Muy bien, entonces, ya que está todo zanjado, creo que estamos listas para darles batalla —sentenció animada el avatar de fuego mientras cerraba un puño en el aire y, justo después, llegó la sirvienta de Manfiel a avisar que todo daría comienzo.

—¿Están preparadas avatares? —preguntó la susodicha.

—¡Lo estamos! —aseguró Dinariel.

***

Para llegar hasta donde lo habían hecho, no fue nada fácil, y aunque estaban listos para alegar contra lo que pudiese asomarse, no se sentían seguros de pelear contra el mismo heredero, pues nada les garantizaba su victoria por más preparados que estuviesen. De todas formas, los implicados tomaron su puesto luego de haber dejado que Manfiel se acomodara en el estrado, y en contra posición, a los lados se encontraban los avatares elementales con sus guardianes detrás de ellos, mientras que del otro se posicionaba Hangra, el acusado; ese peliblanco de ojos color sol, observaba a un público neutro que se divisaba desde las bancas y sonreía como si estuviera en una reunión con amigos. Este último detalle, les traía malas vibras a las chicas, pero más se le acentuaba al no ver por ninguna parte, al heredero de oscuridad, quien, por algún extraño motivo, no se encontraba al lado de su fiel seguidor. Sin embargo, esto no le impidió a Manfiel ponerse de pie, y golpear con su mazo el estrado unas tres veces para llamar la atención de todos los presentes.

—Mis estimados observadores de la verdad —exclamó ese juez sujetando ahora con ambas manos el mazo con el que abrió sesión, luciendo así imponente—. Hoy nos encontramos aquí con el motivo de festejar el juicio hacia el demonio general Hangra y a su amo, el heredero oscuro: Belial, quien se le reconoce por ser el prometido de su alteza, la heredera de la luz —en cuanto Manfiel declaró esto, los testigos empezaron a cuchichear entre ellos, pues no veían al heredero, y su asombro dejaba por enterado que aquellos individuos no calcularon la llegada de dicha celebridad a la casa Manfiel.

—¿Escuchaste eso? ¡Vendrá ese demonio! —expresó una mujer a otra susurrando.

—¿No estaremos en peligro? ¡Todos aquí somos ángeles! —le explicó la otra bajo el mismo tono, mientras detrás de ellas se escuchaban otras voces llenas de arrepentimiento, al acudir como siempre, a este espectáculo desagradable, incluso Dinariel, Jofiel, y los otros avatares, a excepción de Solventa y Solvintu, se impresionaron.

—¿Va a venir el heredero oscuro? —dijo desconcertada Leniel y miró a sus más comprometidas camaradas, de las cuales, habló Solventa porque Dinariel como Jofiel tampoco estaban al tanto.

—Sí, y ya entenderás por qué a medida avance el juicio —advirtió, y esto solo dio pie a que Dinariel hablara unos segundos en secreto con Jofiel.

—¿Qué hacemos ahora, avatar de fuego? Mi hermano es... —Dinariel lo calló.

—No podemos arriesgarnos a que el tratado se termine por destruir o este lugar se volvería una carnicería; solo no hablemos demás —le aclaró a Jofiel, quien asintió, pero pese a las malas noticias, la función debía continuar, así que, Manfiel llamó al silencio al golpear tres veces con su martillo la mesa, asustando así a Dinariel como a Leniel por la brutalidad con la que lo hizo.

—¡Silencio! —ordenó y, una vez las voces pararon, observó con recelo al público—. Con o sin la presencia del acusado, Hangra aún puede representarlo —de inmediato sacó un papiro que desenrolló e iba a seguir con su monologo hasta que alguien azotó las dos puertas de la sala al entrar, obligando a los que estaban de espalda a voltear, y a los que sí la tenían de frente, a posar sus ojos sobre éstas, dando así con el sujeto que faltaba.

—No hará falta que me represente —advirtió ese hombre.

—Al fin ha llegado —soltó Solventa; dicho personaje que aguardaron y hacía ahora acto de presencia, demostraba ser tan o más hermoso que Abeliel o cualquier otro ángel con el que pudiera compararse. Pues esos cabellos que reflejaban la luz, le daban a su albina como larga cabellera, unos tonos ligeros violáceos que lo hacían destacar, mientras que sus orbes lila lo acompañaban, dándole un toque profundo en su mirada que ya de por sí era afilada. Por otro lado, su atuendo principesco, no gritaba de ninguna manera ser quien era, pero daba a entender que alguna posición militar tenía gracias a esos claros colores en donde destacaban algunas medallas con un diseño propio de lo dicho y, para darle el toque, una capa roja cubría solo uno de sus hombros, la cual por consiguiente, llevó arrastrando por el aire sin importarle dejar algunas mandíbulas por los suelos a su paso; tal vez su apariencia estaba por encima de los demás, pero su actitud era aún más altanera, porque apenas llegó a sentarse junto a su compañero, ni siquiera pidió disculpas por el retraso.

—Ese tipo me da mala impresión... —señaló por lo bajo Leniel echándose un poco hacia atrás para hablarle a Abeliel, quien la observó y luego miró al heredero sin decir una palabra al igual que Alaniel, en consecuencia, no se esperó que Belial respondiera observándolos también. Este hecho inoportuno, tensó tanto a Leniel como a sus guardianes, aunque más al rubio, porque esos ojos llenos de prepotencia iban sin ninguna duda hacia él.

—Príncipe Belial, que usted llegue tarde a un juicio tan importante, deja mucho que desear —lo encaró Manfiel bajando unos segundos el pergamino que sostenía; al parecer no tenía miedo de reprocharle su descolocado comportamiento y más por su absurda posición; eso no le daba derecho a hacer lo que quisiese o al menos eso era lo que él creía.

—Tengo cosas más graves de las cuales preocuparme, así que es normal que haya tenido una leve demora, o es que acaso usted, juez de jueces, ¿nunca se ha encontrado con algún contra tiempo en su devenir? —después de decir esto, removió su mirada de Abel y se centró en Manfiel.

—Porque sea el heredero de oscuridad, no significa que esté ajeno a la ley —insistió Manfiel entre cerrando los ojos—. Haré mi deber como corresponde, así que deberá atenerse a las consecuencias de lo que se le acusa en el caso de ser hallado culpable —advirtió; Manfiel no le demostraría piedad a nadie, lo que significaba que guiaría cualquier sala con mano de hierro, sin importar quien se sentara en la silla del acusado; lo justo siempre sería ser objetivos pese a las razones del enjuiciado. En cuanto al heredero, éste entre cerró los ojos sin contestarle a ese hombre desagradable, mientras tanto, Hangra rezaba internamente porque Belial no se descolocara por su mal genio, el cual rivalizaba con el del juez, y cuando el peliblanco no recibió respuesta, entonces volvió a tensar el papiro para relatar las razones de esta exposición—. Belial, hijo de rey del inframundo; Hangra, general de las tinieblas y mano derecha del príncipe Belial, están hoy aquí bajo la acusación de atentar contra su propia unión con la heredera de luz, sumado así, como daño colateral a la destrucción de una aldea de ángeles mixtos, que fue avasallada con pretensiones ocultas y que pronto, los demandantes revelarán dichas razones —es así cómo el albino enrolló el enunciado, y lo guardó dentro de su manga, para finalmente, dar otros tres sobrecogedores golpes en la mesa—. Es así cómo doy por abierta la sesión.

Con las acusaciones tendidas como una manta recién colocada, y acomodada, los argumentos se ubicaron en la garganta de cada ser allí presente, para así repartir comenzar a impartir... su propia definición de: justicia. 

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