Capítulo 3: Mi primer hijo dragón
La guerra que se desató desde los principios de los tiempos, estaba lejos de terminar, y aunque ya había un anuncio que contradecía este hecho, había quienes no aceptaban dicha deshonra o trato, es por eso que se convirtieron en rebeldes con causa, pues creían que esto era el sinónimo de derrota y humillación; obviamente, aunque se negaran al respecto, la unión de ambas fuerzas (propuesta por el supremo de luz) dejaba en claro una cosa, que el que resuelve el conflicto a base de palabras o con sus tropas, es el verdadero vencedor de la cruenta batalla, por lo que lo peor que se le puede hacer a un ser orgulloso, es ganarle la guerra con una solución pacífica. De este modo llegamos a este desencuentro en el que estaban envueltos: Kadmiel, Abeliel y Jofiel.
—¡Detrás de ti Kadmiel! —Abeliel apuntó con su arco después de la advertencia dada, y entonces arrojó una flecha a la dirección dicha, dando de forma impecable en el blanco.
—¡Gracias! —señaló el advertido mientras observaba caer a ese demonio detrás de él y luego volvió a prestar atención a su frente, pues estaba cruzando su espada con otro que ejercía presión con una lanza, la cual al poco apartó y acertó un golpe letal a su portador.
—¡Piensen rápido de una buena vez! —dijo Jofiel quien se adelantaba y asesinaba sin piedad a los demonios con una precisión arrolladora, mientras que Abeliel como Kadmiel no se quedaban atrás; uno brindaba apoyo desde lejos, mientras que el otro encaraba la batalla, así como Jofiel, quien pronto se vio alcanzado por Kadmiel—. ¡Por fin pones de ti, ángel samurái! —señaló el guardián de fuego corriendo a su lado.
—¡Esto no es un paseo, sabes! —aseguró derribando a otro demonio más—. ¡Deberías tomarte más enserio la batalla! —indicó el compañero de Abeliel, distrayéndose en el proceso.
—Lo hago. Extermino demonios descarriados —le aseguró con un tono confrontativo, y en ese momento, apegó su frente contra la del que le reclamaba—. ¿Acaso no es suficiente para ti?
—¡Eres un...! —de repente, tres flechas cayeron delante de ellos, dándoles a tres demonios que estuvieron a punto de darles mate; estos dos poseían una gran fortuna al tener a Abeliel como su pilar de apoyo.
—¡Déjense de distraerse! —exclamó el del arco, quien se dio cuenta desde su posición que había un habitante de la aldea que estaba siendo perseguido por al menos seis demonios en las afueras—. Oye Kadmiel, mira a tu izquierda —señaló el rubio.
—¿Qué? —preguntó y a su vez miró también Jofiel, notando esa concentración de demonios que se iba alejando.
—¿Están escapando? —dijo confundido el guardián del avatar de fuego.
—¡No! —Abeliel bajó del lugar en el que estaba disparado, y entonces, rebasó a ambos en lo que gritaba a su compañero—. ¡Vente conmigo Kadmiel, hay que detenerlos! ¡Tú quédate aquí Jofiel! ¡Confiamos en ti! —advirtió el rubio, y así es cómo el samurái angelical lo siguió hasta que se internaron en un bosque perdiéndose en él.
***
Dentro de este plano en el que se encontraban los avatares elementales junto a sus guardianes, las lycoris también estaban esparcidas ocasionalmente a sus alrededores, dejando entre ver que seguían vigente la sobrenatural naturaleza del lugar, en la cual, una de estas flores fue machacada por el muchacho que estaba siendo perseguido vilmente; sin dudas, aquellos demonios guardaban terribles intensiones para con él. Sin embargo, la suerte de ese dragón mitad ángel, se vio terriblemente arrebatada cuando dio al final de su camino con un acantilado que le impidió concluir su huida.
—Este es tu limite, muchacho... —mencionó uno de esos terribles villanos—. Ahora entrégate para formar parte de nuestro armamento —le indicó uno de esos seres mientras ofrecía su garra a él.
—Definitivamente es algo que no voy a hacer —indicó el muchacho, quien volteó hacia ellos con una mirada llena de determinación; tal vez su apariencia demostraba delicadeza por su manera de vestir, ya que se asemejaba a la de un sabio de su tribu, y esto incluía a la coleta corta que tenía atada por un listón rojo, el cual era lo más parecido a una pulsera de cuerda. Esta última descripción nos inclina a hablar del color de su cabello, que era tan distinguido como la brea, mientras que esos ojos castaños, a pesar de ser tan simples en color, no perdían su peso revolucionario.
—Bien... tampoco es como si necesitáramos tu permiso para meterte en nuestra colección —advirtió otro de los inmundos seres allí presentes, quien levantó su jabalina con la intensión de arrojarla, pero un silbido cruzó el aire con más rapidez antes que él, atravesándole de ese modo el pecho al susodicho.
—¡Qué está pasando! —gritó otro de sus miembros observando caer a su camarada, y dejando impresionado a la presa que perseguían. De este modo, levantaron la vista y dieron con el culpable: era Abeliel, y desde abajo del árbol en el que estaba posado el primero, su compañero de lucha se encontraba con su espada desenvainada.
—¿Listo Kadmiel? —comentó Abeliel tensando su arco.
—¿Por quién me tomas? —preguntó el ángel samurái poniendo una pose de batalla, e instantes después, se lanzó a sus contrincantes para terminar lo que había empezado momentos atrás, exterminando de esta manera a los que habían ido a importunar a ese muchacho en compañía de su camarada, por lo que, sinceramente, no valía la pena entrar en detalles respecto a la masacre que aquí se llevó, porque solo bastó menos de tres minutos para que todo cesara—. Y esto ha sido todo —aclaró Kadmiel agitando su espada para limpiarla de la inmunda sangre demoniaca, a lo que Abeliel se bajó de su posición acercándose a su amigo quien luego se reunió con ese inocente que ni siquiera había logrado esconderse para mantenerse a salvo, aunque por fortuna ni hizo falta que lo hiciera.
—¿Todo bien? —le preguntó Abeliel al muchacho una vez estuvieron los tres en cercanía.
—Sí, se los agradezco mucho —respondió casi sin aliento, y ambos asintieron satisfechos, pero cuando iban a retirarse, el pelinegro los detuvo—. ¡Esperen! ¡Yo soy Alaniel! ¿Cómo se llaman?
—Oh, él es Kadmiel, y yo soy Abeliel —comentó el rubio llevándose la mano al pecho—. Somos los ángeles guardianes de Leniel —explicó, y sorprendido, Alaniel se llevó una mano cerca de los labios.
—Nunca imaginé que ya estarían en esta dimensión. Pero eso no explica porque justamente están aquí... ¿No deberían estar escoltándola? —preguntó confundido, a lo que ese par suspiró.
—Es una larga historia, y me temo que eso no es necesario que lo sepas —comentó Abeliel.
—Lo mínimo que podemos hacer por ti ahora, es llevarte de regreso —advirtió Kadmiel.
—Antes de eso, ¿puedo hacerles una pregunta? —consultó Alaniel.
—¿Qué cosa? —levantó una ceja el pelinegro guardando su espada.
—¿Puedo ser el aprendiz de alguno de ustedes? ¡Los admiro! ¡Son increíbles! ¡Quiero ser tan fuerte como ustedes! —aseveró el muchacho a lo que los dos hicieron una mueca.
—No creo ser un buen profesor... —alegó Kadmiel.
—Yo no estoy seguro si realmente pueda... —comentó Abeliel.
—No se preocupen por eso —se llevó una mano al pecho con entusiasmo—. Si hay algo que no entienda, como su discípulo se los haré saber, y entonces podrán guiarme como corresponde —a lo cual ambos se miraron mutuamente completamente confundidos; no sabían exactamente qué hacer con ese muchacho, así que Abeliel llegó a la siguiente conclusión:
—¿Qué tal si nos acompañas luego de haber resuelto este asunto, y se lo consultaremos a la señorita Leniel? —aconsejó.
—¡Claro!
Llegados al fin a un acuerdo, los tres se retiraron de regreso, para encontrarse ahora a Jofiel, quien se había cargado a todos los demonios restantes y ahora los estaba esperando parado en medio de toda esa carnicería.
—Por fin regresaron... —expresó ese ángel.
—¿Te deshiciste de todos? —preguntó impresionado Abeliel.
—Sí, pero no pude proteger a la aldea lo suficiente —aclaró para entonces echarle una mirada al desastre; había tanto híbridos como demonios mezclados entre sí por sobre cada sendero o casa que mirabas; era una escena imposible de digerir para quien no estuviese acostumbrado.
—Esto es terrible... —comentó Kadmiel compadeciéndose de ese pueblo, e inmediatamente miró a Alaniel, volviendo a pensar en la propuesta de la que habían hablado minutos atrás; tal vez debería considerarla. En cuanto al chico, éste se veía acongojado por el hecho, pero no lo suficiente como derramar lágrimas al respecto.
—Creo que es mejor informarles a nuestros avatares... —avisó Abeliel, quien de repente, su voz fue superpuesta por otra.
—¡Vaya! ¡Esto es un auténtico desastre! ¡Es una lástima no haber llegado antes! —los tres enseguida voltearon a ver al entrometido que arribaba, dándose cuenta de que era un hombre alto, incluso más que ellos, de cabello largo platinado, moreno, y de ojos dorados; el hombre vestía muy bien, dándoles a entender luego, gracias a un escudo bordado que cargaba sobre su hombro izquierdo que era un general infernal.
—Hangra... —expresó con cierta molestia Jofiel.
—¡Oh! —expresó el moreno—. ¡Jofiel! ¡Tanto tiempo sin verte! —se acercó caminando con gran confianza para luego percatarse de las sombrías miradas de los demás que lo acompañaban.
—¿Qué haces aquí? —le dijo a secas Jofiel.
—Bueno... venía a detener este desastre, pero me vi ocupado con otros asuntos, así que... —dio una rápida mirada a su alrededor—. No he llegado a tiempo —finalizó.
—Lo que han hecho tus camaradas es una clara muestra de que no pretenden acabar con esta guerra y que planean dar de baja el acuerdo de paz con su alteza —advirtió Abeliel, a lo que, con una mirada relajada, Hangra respondió:
—Estamos conscientes de que habrá demonios que no les parecerá para nada que Belial se comprometa con su nueva líder —hizo un leve movimiento de hombros como si estuviera resignado mientras sonreía—. Pero al mismo tiempo no podemos hacer demasiado, más que tratar de impedir que actúen.
—Desde mi punto de vista no se lo están tomando demasiado enserio... —dijo severamente Kadmiel.
—¿Por qué dices eso? —preguntó con inocencia Hangra llevándose una mano a la barbilla.
—¿No crees que el panorama te está dando la respuesta que buscas? —le consultó Abeliel seriamente; Kadmiel en esta ocasión no dijo nada porque su amigo le había robado las palabras de la boca.
—Oh... eso... —musitó el moreno, y entonces desestimó el asuntó con una gran sonrisa—. ¡No hay nada que hacer al respecto, pero podríamos dejar este asunto entre nosotros! ¿No les parece? —sugirió en un descarado intento de simplificarse las cosas con tal de no tener que informar a sus superiores.
—¿Por quién nos tomas? ¡Si hacemos eso seríamos unos traidores! —gruñó Kadmiel muy molesto e intentó avanzar contra ese general infernal, pero Abeliel con sabiduría intervino al impedirle el paso con su mano.
—No vamos a pasar por alto este evento, así que pondremos al tanto a nuestro avatar —a lo que Hangra manteniendo esa expresión risueña dijo:
—No servirá de mucho tampoco, porque todos los rebeldes los han matado ustedes tres, ¿no? —comentó—. Probablemente no haya nada que zanjar aquí, en especial si todos los del pueblo también están muertos —señaló—. Así que solo sería un evento desafortunado que se intentó resolverse entre dispares —aclaró ahora mirándose las uñas de forma egocéntrica.
—Me temo que aquí te equivocas —intervino en la charla Alaniel, quien fue pasado por alto por el moreno—. Yo soy miembro de esta aldea, y puedo testificar de forma fehaciente que tus demonios vinieron exclusivamente a tomar no solo la vida de mi comunidad, sino que de una forma especial la mía propia.
—... —Hangra por fin había borrado la sonrisa que había en su rostro gracias a la intromisión de Alaniel.
—Será mejor que lo dejes, Hangra, y atente a las consecuencias de esto —alegó Jofiel, quien estaba del lado ganador—. Sé que mi hermano será compasivo contigo en el caso de que muestres sinceridad con él, pero si te pones moños al respecto, sabes tú mismo lo duro que puede ser —con este argumento, Hangra suspiró pesadamente al respecto, y entonces se sinceró dejando de distraerse.
—Sé que tienes razón Jofiel, pero a veces Belial es un tanto... complicado —informó, y luego observó al muchacho que invadió su charla, al cual le sonrió logrando que Alaniel se tensara, de ahí volvió a fijar su mirada en: Abeliel, Kadmiel y, especialmente, en Jofiel—. Mandaré a alguien a limpiar el lugar, y también, nos podremos ver en la corte si quieres llevar esto más lejos —le señaló Hangra—. Estoy seguro que le encantará a Manfiel vernos en los tribunales —estiró su mano hacia él mientras expresaba esto último con ironía, cuestión que hizo que Jofiel frunciera el ceño, es así que Hangra les dio la espalda, abrió un portal y desapareció dentro de éste.
—¿Y ahora qué hacemos? —consultó Alaniel preocupado.
—Debemos regresar a las cuatro torres donde se instalan los avatares —advirtió Kadmiel.
—Sí, allí se encargarán de pedirle cita a... Manfiel —alegó Abeliel, quien apenas y conocía un poco a ese individuo, pero Jofiel sí que empatizaba con él.
—¿Está bien que yo vaya entonces? —curioseó Alaniel, a lo que Abeliel asintió mientras le daba media espalda para contestarle.
—Sí, no te preocupes por ello, en especial cuando tú eres un testigo clave para nosotros —dio a entender Abeliel, de ahí Jofiel les indicó que regresaran rápido; este hombre ya no se veía de buen humor, y bien sabían porqué aquellos dos, menos Alaniel, quien preguntó al respecto por lo bajo.
—¿Qué le pasa? ¿Por qué tiene esa mirada tan afilada?
—Tiene un largo historial de desencuentros con ese juez, no porque Jofiel le haya hecho algo, sino porque los casos de él terminan siempre en otras manos, y dado ese dato, Manfiel sospecha que lo están protegiendo, por lo que, si llega a tener alguno de sus casos, ese juez piensa que será capaz de ponerlo en evidencia —explicó Abeliel mientras caminaban detrás de Jofiel.
—Por lo que escuché, hay veces que se cruzan inevitablemente cuando están los avatares reunidos con él, por lo que siempre le deja en claro que lo va a desenmascarar —aclaró Kadmiel, y luego agregó—. Y como has de saber, aquí los rumores en los planos se extienden como pólvora.
—Lo sé, pero los de mi aldea no queríamos seguir esas costumbres, por eso intentamos ignorar los mal intencionados sonidos que trae el viento —comentó Alaniel, pero bajó la mirada apenas recordó que solo quedaba él de su linaje—. O al menos lo éramos... —es aquí que los dos ángeles que lo salvaron se miraron entre sí con preocupación, pensando una vez más en aquella propuesta, no obstante, como ya se dijo antes, iban a dejar este asunto en manos de su ama, así que, una vez pusieron un pie cerca de las cuatro torres, se decidieron por entrar.
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