Capítulo 17: Pozo ciego
Con el repaso ya hecho, el plan se ejecutó estando a la espera de que Delfos esta vez retribuyera todo lo que había hecho mal en su pasado para con ellos, y les sirviera de salvavidas para solventa, pero en el caso en que no pudieran dar con él, entonces deberían rastrear su paradero; esta vez no lo dejarían escaparse. En cuanto a Leniel, Kadmiel y Alaniel, ellos tres se dirigían al plano que le tocó abandonar a Kadmiel cuando se encontró con ese elemental tan sospechoso, así que, después de caminar un buen rato por el bosque, dieron al fin con el lugar.
—¿Es aquí Kadmiel? —preguntó Leniel; aún era de día, así que Alaniel echó un vistazo a las copas de los árboles que resplandecían en pequeños destellos de plata.
—Sí... Reconozco perfectamente esos dos árboles —indicó con la mirada, en donde se acercó para luego pasar la mano sobre uno, pues justo allí había dos marcas hechas con una espada—. Hice esto para no desorientarme en lo que buscaba al elemental, y viendo lo juntos que están estos dos... definitivamente este es el lugar —aseveró separándose del árbol y dejando ver a Leniel aquellas cicatrices imborrables.
—Entonces... ¿acaso aquí no debería haber algún cadáver? —preguntó algo cohibido Alaniel.
—No... —enseguida le contestó Leniel—. Los elementales se desmoronan en el ambiente una vez mueren, pero... —Leniel se quedó realmente enrarecida por esto, pues recordaba bien la versión de su guardián cuando estaban reunidos en la habitación que les prestó Manfiel.
—Sé lo que piensa, mi señorita, pero le aseguro que ese bribón estaba herido; la sangre de los elementales es perfectamente reconocible solo por poseer una brillantez más nítida que la de nosotros —aclaró.
—¿Pero no habías dicho que le diste una estocada cuando te atacó? ¿Acaso no pensaste que terminaste por rematarlo? —indagó Alaniel, a lo cual Kadmiel negó con la cabeza.
—No, es decir... al principio yo creí que estaba desmayado, pero cuando lo revisé, entendí que estaba muerto, pero no comprendí porqué no se desvaneció —aclaró, a lo cual Leniel empezó a hacer conjeturas mientras se llevaba una mano a la barbilla pensativa.
—¿Podría ser que haya algo que los haga fingir su propia muerte o...? —Leniel estaba tan centrada en lo que estaba diciendo, que no notó que de repente, faltaba uno de ellos.
—Un momento —dijo repentinamente Kadmiel, sacando de sus pensamientos a su compañera—. ¿Dónde... está Alaniel? —expresó con los ojos ampliamente abiertos.
—¿Eh? —olvidándose de lo que estaba a punto de decir, Leniel miró a sus alrededores y comprobó que efectivamente... él ya no estaba—. No puede ser... hace un segundo estaba hablando con nosotros.
—¡Ah! ¡Mire eso mi señorita! —señaló el suelo; no muy lejos de ellos, había una formación circular muy anómala, la cual se movía con tonos grises y violáceos como si se tratara de un pozo de fango... ¡Qué era esa cosa tan sobrenatural!, por suerte, Leniel tenía el conocimiento suficiente como para alarmarse.
—¡Maldición! —gimió con angustia Leniel y se inclinó sobre la sospechosa fosa—. ¡Es una formación umbrosa!
—¡Una formación umbrosa! ¿Está usted segura, mi señorita? —dijo igual de impactado Kadmiel—. Si es de este modo, entonces no perdamos tiempo —indicó, a lo cual Leniel terminó asintiendo, y entonces ambos en consecuencia, se adentraron dentro de ese túnel misterioso.
***
Sin saber que sus camaradas estaban internándose en el fango, Dinariel y Jofiel fueron directo a confrontar a Delfos, quienes en un parpadeo los perdieron de vista, pero contando con el título que tenían, no podrían hacer más que ir detrás de ellos con gran astucia, llegando entonces al comienzo del torrente de las estrellas, emblemático sitio que solo podían acceder un reducido grupo de ángeles de alto estatus, ya que Delfos, a pesar de ser un neutral, es decir... que no estaba de un lado ni del otro, era el único que podía lograr moverse a sus anchas, después de todo, se estaba hablando del hombre que escribió el primer libro que hablaba sobre la creación. Es así que, observando los alrededores decorados por el vacío, y el suelo repleto de un mar estelar, pisaron dicho sendero y caminaron con firmeza hacia la fortaleza estructurada, la cual no era otra que una nave, que por dentro era semejante a un castillo. A todo esto, no era la primera vez que Dinariel y Jofiel pisaban ese lugar, pero sí era la primera vez que insistían en encontrar tan vehementemente a Delfos, por consiguiente, justo cuando aquel trío estaba despidiéndose para dividir caminos nuevamente, Dinariel se apresuró para interrumpirlos.
—¡Un momento! —se dirigió casi con descortesía a Delfos, el cual la miró con desdén, e igualmente al compañero de ésta que llegó después—. ¡Quiero decir...!, espere un momento maestro de las manecillas; señor Delfos, hay algo que necesitamos tratar con urgencia con usted —se corrigió Dinariel, la cual a la par informó sobre su necesidad, mientras que Taruis... ella estaba a un lado de la pareja más importante ahí, y por la expresión que estaba poniendo, seguramente ya intuía lo que Delfos iba a opinar al respecto.
—Creo que ha llegado de la forma menos apropiada posible... —indicó mirándola de arriba abajo, y después de examinarla, Delfos añadió—, además, lamento decirle que voy de salida, así que cualquier urgencia que tenga, tendrá que esperar...
—No puede esperar —se apresuró a decir Jofiel—. ¡Necesitamos de su ayuda ahora mismo! —su señalamiento fue casi como una orden, y claro, esto no le gustó ni al discípulo, pero mucho menos al maestro.
—¡Qué falta de respeto! ¡Por favor! ¡Al menos debería de controlar mejor a ese perro guardián! ¿No es acaso usted el avatar de fuego? ¡Debería disciplinarlo! —Delfos regañó abiertamente a Dinariel, plantando la indignación tanto en ella como en su guardián, pero ese anciano no había acabado—. ¡Debía ser mujer! —se acomodó unos mechones de cabello que tenía sobre los hombros para luego echárselos hacia atrás—. En mis tiempos, solo los del género masculino eran los más prometedores; ahora cualquier arpía puede tomar un puesto... ¡qué decepcionante!
—¡Delfos! —le llamó molesta Dinariel, mientras que Taruis miraba a su maestro indignada—. Por si no se ha dado cuenta... lo único que no ha cambiado han sido las pruebas de ascensión, y su anticuado título —Jofiel miró sorprendido a Dinariel, pues si bien él se consideraba un rebelde, que ella saltara como si se le hubiese echado gasolina por encima a las llamas, era un espectáculo de poco ver, porque como avatar estaba obligada a mantener el juicio de manera neutral, pero con Delfos... con él era todo muy complicado—. ¡Debería tener un mínimo de decencia y respetar a sus iguales! ¡No creo que a la heredera de luz le guste ser tratada de esta manera, así que debería cuidar su vocabulario de ahora en adelante y aprender a ser más cortés! —advirtió Leniel llevándose ambas manos a la cintura; ella podría verse en diferentes ocasiones bastante más tranquila que Solventa, pero una vez la provocaban, dejaba salir a la luz su propio buen carácter.
—Sí... la heredera... —bajó la mirada diciendo ese nombre con decepción, pero pronto se recuperó, atrayendo las interesadas miradas de sus discípulos, quienes estaban preparados para escuchar sus siguientes elocuentes como desagradables palabras—. Sabes que ella fue creada con ese género solo para hacer que el heredero oscuro se interesara en ella, ¿verdad? —interrogó a la castaña, quien frunció aun más su ceño por el atrevimiento—. Por tu expresión... creo que aún muestras fe en las cuestiones equivocadas, así que déjame introducirte, jovencita... de que en una guerra lo más importante es la estrategia, por lo tanto, como probablemente no haya ser que se compare con el bastardo hijo del oscuro, entonces han caído en la estrategia de crear una debilidad para él en lugar de una competencia, ¿se entiende? —hasta Jofiel se quedó sin aliento con esta revelación. ¿Entonces con estas palabras Delfos dejaba en claro que ella no era más que una moneda de cambio? ¿Eso era realmente lo que... significaba?
—¡Cómo te atreves a decir semejante blasfemia de Seitán! —lo señaló Dinariel—. ¡Si ella ahora mismo te escuchase, te mandaría a la torre del silencio!
—¿Eso crees? Lamentablemente para ir allá se requiere más que unas simples palabras poco ostentosas, como el hecho de que alguien matara a los sirvientes del supremo juez del alba plateada —Delfos se llevó una mano a la cintura, y mientras tanto, aquel par sintió que la voz se les escapó, y por lo mismo, el dedo de Dinariel se retrajo. ¿Entonces este hombre se enteró rápidamente de lo que había pasado entre ellos?
—¿Cómo es que...? —expresó Dinariel con la voz temblorosa, sin llegar a terminar la frase.
—Estoy seguro que no es la primera vez que escuchan que las noticias se pasean a través del viento —era cierto... ¡se habían olvidado de que miles de ángeles habían estado en el juicio, lo que significaba que...!—, tampoco es ningún secreto de que el heredero oscuro no está contento con Seitán, lo cual es una lástima —la forma en que ese oráculo decía aquello, denotaba poca empatía de su parte; un escaso interés que simplemente indicaba que le daba igual la situación o simplemente se mostraba resignado, por lo tanto, esto empujaba a creer que él tomaría el mismo camino que otros de su misma línea de sangre, el cual era aliarse con el bando más fuerte... cosa que era aún algo cuestionable, porque si bien este tipo era un hueso duro de roer para hacer que les brindara una mano, la verdadera razón por la que no daba su ayuda tan fácil, era porque los asuntos del supremo de luz se interponían con sus investigaciones, y claro, con las enseñanzas que le brindaba a su discípulo más importante: Altair—. Por lo tanto, cualquier asunto que vengan a tratar aquí, no tiene importancia; no hay esperanza para nuestra raza o para la suya, así que les aconsejo que se piensen dos veces las cosas que van a hacer de aquí en adelante —en esta ocasión, Jofiel se mantuvo con las palabras atoradas firmemente en su garganta, pues no quería hacer que Delfos terminara por irse así sin más gracias a lo inmiscuido que era, así que dejó el resto en manos de Dinariel en lo que solo se limitaba a rechinar los dientes de la furia que ese vejestorio le provocaba.
—Lo siento, pero he de declinar esa oferta, y en cuanto a lo que ha opinado sobre la situación actual... imagino que ha visto algo que nos compromete a todos, ¿no es así...? —lo interrogó entre cerrando los ojos, a lo que Delfos le regresó el mismo gesto, y entonces mirando hacia otra parte respondió con incordio:
—No es de mi interés revelar el futuro a personas insensatas como usted...
—Entonces imagino que sí está dispuesto a colaborar con nosotros con el caso del avatar de tierra —le interrumpió.
—Con su permiso... —Delfos intentó rebasarla al no lograr callarla con sus palabras, pero Dinariel le obstruyó el paso, ganándose una nueva mirada de desprecio de parte de este oráculo, como así también de Altair, quien se mantenía al margen y lo seguía como un perro, no obstante, Taruis solo miraba el asunto con un casi disimulado pánico.
—Respóndame —le exigió.
—La respuesta ya te la había dado... No tengo motivos por el cual ayudarles esta vez, y si no tiene el asunto que ver con la heredera o el heredero, me parece nada más que una pérdida de tiempo —de un empujón apartó a Dinariel del camino, y Jofiel para evitar que cayera, fue asertivo al atraparla en el momento, sin embargo... para pesar de ellos, Delfos junto a Altair se habían ido en cuanto levantaron la vista.
—¡Agh! ¡Se fueron! ¡Esos mald...! —Jofiel casi los insultó de no ser porque Dinariel intervino enseguida.
—¡Cuidado Jofiel! —le expresó Dinariel, quien se reincorporaba con su ayuda.
—Perdón... —expresó con pesadez.
—Taruis —Dinariel se dirigió a la chica, quien no había dicho ni una sola palabra ante toda la escena, pero quien ahora parecía estar dispuesta a hablar con ellos después de todo lo ocurrido.
—¿Sí?
—¿Sabes alguna forma de convencer a Delfos a cambiar de opinión...?, por alguna razón ahora está más irracional que antes... —le comentó con preocupación.
—El maestro Delfos solo cree que la actitud que mostró el heredero en la asunción de su alteza, más los rumores que le llegaron sobre lo ocurrido en el juicio, es un hecho innegable de que las cosas no resultarán bien entre ellos —indicó.
—¿Acaso no es algo a juzgar demasiado pronto?, es decir... la heredera misma dijo que iba a hacerlo cambiar de opinión —a lo cual Taruis bajó la mirada un poco deprimida.
—El maestro tiende a juzgar muy rápido, por lo que a menos que sea testigo de lo contrario, no va a ceder —esta nueva información les indicaba que no podían tener esperanzas con este hombre y, además, éste se negaba a tratarlos a menos que el asunto tuviera algo que ver con la heredera o el heredero oscuro, lo que hizo que se le prendiera la lámpara a Dinariel.
—¡Eso es! ¡Debemos ir a buscar a Abeliel, Jofiel! —indicó Dinariel.
—¿Para qué? —la miró confundido.
—¡Él conoce a Seitán, por lo tanto, es nuestro boleto a Delfos!
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