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Capítulo 12: Cartas...

Dentro de una habitación almidonada, y adornada con diversos toques de elegancia, yacían todos los avatares elementales junto a sus centinelas, y si bien dijimos que estaban todos, solo Solventa faltaba, pues había sido escoltada hasta la torre del silencio para dar comienzo a la primera parte de su castigo.

—No sé si hice bien a la hora de quedarme callada frente a ese tipo... —mencionó al fin Leniel para romper la tensión que había en el cuarto, a lo cual Dinariel, quien estaba sentada a su lado, le acarició el antebrazo negando con la cabeza.

—En realidad estuviste bien. No valía la pena seguirle el juego a ese demonio después de todo lo ocurrido —la animó, pero Solvintu interrumpió la conversación de manera nada amable.

—Deberías haberle dicho todo lo que en realidad pensamos de él, pues si hubiésemos sabido estos resultados, le tendríamos que haber incluso escupido en la cara, al fin de cuentas, nos demostró que no es ninguna esperanza para nosotros, es más, ¡es un traidor! —mencionó con severidad y toques de asco, cosa que impresionó a más de uno, pues no creían que Solvintu podría tener esta clase de actitud.

—Avatar de agua, no debería de decir eso, no es correcto —le reprochó el guardián del avatar de fuego; este muchacho se había atrevido a seguir defendiendo a su hermano, pero ahora por motivos diferentes; pues no se trataba de la sangre, solo intentaba hacerla entrar en razón por el título que esa mujer tenía, aun así... no le correspondía hacerlo.

—¡Jofiel! —lo reprochó su protegida.

—Quizás no sea correcto... —a pesar de que era inapropiado el proceder de Jofiel hacia ella, no lo juzgó, ya que en el fondo sabía que tenía razón, por lo que simplemente siguió dando su opinión como si valiera todo mientras esto quedara entre ellos—. Pero considero que es realmente injusto lo que le ha tocado a mi hermana —se puso de pie expresando aquello con un tono más calmo y con puntuales signos de indignación.

—¡Espere avatar de agua, estamos aquí reunidos precisamente para idear una forma de cómo tratar con el asunto...! —quiso explicarle apresurada Leniel, pero ese antiguo ser no quería escuchar razones, de ahí se dirigió a la puerta, obligando de este modo a Kadmiel a correrse a un lado, pues éste estaba justo en medio, aunque antes de que la vieran partir, esa mujer de cabello azul se giró mirándolos con resentimiento.

—Ustedes deberían ser los que estén sufriendo las consecuencias, no ella —escupió con desprecio, y entonces, se marchó dando un portazo e instó a los corazones ajenos a sangrar en silencio; estos cambios tan abruptos en la personalidad de Solvintu en ausencia de Solventa, era todo un predicamento. ¿Cómo podrían ahora lidiar con esa clase de irregularidad en su ánimo, en especial con la situación que manejaban? ¿Acaso no era de vital importancia permanecer unidos en esta clase de situación?, o al menos, así lo creía que debería de ser para Leniel. Y mientras casi todos los implicados se hundían en el sentimiento amargo que les había regalado Solvintu, Abeliel decidió intentar aplacar las aguas:

—Señorita Leniel... —justo cuando había empezado, el avatar de fuego, Dinariel, se enderezó, miró a Abeliel, y cortando su frase dijo:

—No deben preocuparse por ella; Solvintu necesita despejarse, en especial por todas las cosas que ha tenido que vivir, sin mencionar que esto... seguro que es un golpe duro para ella, por lo que no dejen que sus palabras los afecten y centrémonos en lo que es realmente importante: resolver esto —comentó, a lo cual todos asintieron, sintiendo de inmediato un alivio en el ambiente, y de esta manera empezaron con la reunión, donde varias posibilidades se presentaron. Por otro lado, era sorprendente que Manfiel fuera lo suficientemente amable como para permitirles quedarse a hacer sus planes dentro de sus dominios, y más que nada era porque él mismo quería ser testigo de cada uno de sus movimientos.

—¿Y bien? ¿Qué tal va la reunión? —cuando menos lo esperaron, Manfiel entró dentro de la habitación para indagar sobre las propuestas que habían tirado sobre la mesa.

—Ya tenemos una idea por dónde empezar —señaló Leniel sonriendo.

—¿Ah sí? ¿Entonces cuál será su siguiente paso? —indagó, pero en ese momento, Abeliel tomó del hombro a su allegada y le negó con la cabeza cuando advirtió que estuvo a punto de abrir la boca, más luego, Dinariel fue lo suficientemente hábil como para brindarle soporte, así que respondió por ella.

—Es algo que tendrá que ver por su propia cuenta cuando tengamos todo listo —advirtió Dinariel—. Así que amable juez, tendrá que ser por un tiempo paciente.

—Ya veo... —al saber que no iba a ser beneficiado por su posición, lo aceptó sin refutar, así que... llevándose las manos a su espalda, le echó una mirada a Jofiel, quien estaba parado detrás de Dinariel al igual que Abeliel y Alaniel a excepción de Kadmiel, pero no dijo nada, solo entre cerró los ojos y ese otro ángel le imitó el gesto. Por último, cerró su único ojo y volvió a hablar—. En ese caso, solo me queda recordarles que tienen una fecha límite antes de que Solventa sea ejecutada por los pecados que aceptó de ustedes —advirtió, más luego abrió su ojo y a su lado, apareció un reloj de arena que se mantuvo flotando—. Solo durará una semana su estadía en la torre del silencio, así que espero poder verlos mucho antes de eso —comentó y entonces, dejando atrás ese reloj que observaron entre todos con cierta tensión, se retiró.

—Bien compañeros —dijo Dinariel poniéndose de pie, acto que fue acompañado por Leniel—. Es hora de ponernos en marcha. Mañana empezaremos a movilizarnos, así que regresemos a la memoria nebulosa —ella se refirió a las cuatro torres rodeadas por la niebla.

***

Una vez dentro de las cuatro torres, Dinariel y Leniel se separaron para volver a sus respectivos cuartos, pero antes, el avatar de viento debía hacer una tarea de gran importancia que no podía saltearse ahora mismo, y eso era, entregarle el pendiente que le correspondía a Alaniel al ser ya miembro de sus guardianes, así que, se adentraron a la sala común, y estando en presencia de Kadmiel y Abeliel, ella extendió su mano, ofreciéndole al nuevo la herramienta que ahora le correspondía usar.

—Esto es para ti, Alaniel.

—Muchas gracias —el mixto tomó el objeto, y entonces se lo colocó—. ¿Puedo hacer una pregunta? —después de decir esto, se adelantó—. ¿Para qué sirve? —señaló el arete—. Siempre veo que cuando ellos pelean o se transportan, empiezan a brillar, así que me preguntaba qué eran...

—Se trata de nuestra propia herramienta mágica —indicó Leniel llevándose ambas manos a la cintura mientras lo explicaba—. Ya que los demonios tienen los relojes para su beneficio, nosotros tenemos los aretes que sirven para mejorar nuestras capacidades espirituales —se pausó un momento y se acomodó un mechón de cabello haciendo titilar apenas un momento ese pendiente con el cual ella también cargaba—. Quizás no sean tan poderosos como los relojes, pero al menos nos permite no estar en tanta desventaja —advirtió, a lo cual Abeliel agregó:

—Los aretes son algo que con el tiempo serán remplazados por una mejor herramienta a futuro; por ahora es lo mejor que tenemos además de nuestras armas espirituales y nuestros Syrkeis —dio a entender, y Kadmiel, sin contenerse, también dio un aporte.

—La heredera de la luz es quien se encarga de nuestras tropas, así que también se ocupa de esto y otras tareas complejas que nadie más puede hacer gracias a su inmenso poder —explicó.

—Ya veo... ¿pero no es demasiada responsabilidad para una sola persona? —mencionó Alaniel preocupado.

—No hay mucho qué hacer —respondió Leniel—, en especial cuando el poder de la heredera no se iguala al de nadie, por eso... entre más fuerte seas, mayores responsabilidades tendrás; si fuera tan fácil asignar a alguien para una sola tarea, entonces serían las cosas mucho más fáciles, pero la realidad es que nos faltan manos... —advirtió y luego miró a Abeliel, pues él volvió a abrir la boca después de ella.

—Por ahora la mayor preocupación que tenemos es entrenarte, y que seas lo más diestro posible a la hora de responder a los ataques, así que empezaremos mañana —avisó.

—Entiendo, ¡daré lo mejor de mí! —los dos guardianes junto al avatar sonrieron satisfechos, pero se detuvieron con curiosidad cuando Alaniel volvió a hablar—, pero tengo una última pregunta. ¿Qué son los Syrkeis?

—Bueno, son seres de este plano que pueden volverse tus compañeros de lucha —indicó Kadmiel—. Cada uno de ellos tienen sus propias habilidades que pueden ser pulidas por su maestro. ¿Recuerdas lo que habló Hangra sobre la fidelidad entre demonios?, en este caso, los Syrkeis al aceptarte como maestro, terminan obteniendo una parte de ti, y si alguien los elimina, es como si estuviesen destruyendo una parte de tu alma.

—Eso suena muy peligroso... —expresó Alaniel algo cohibido.

—Y lo es, por eso será un tema que trataremos más adelante cuando domines tus propios dones —informó Leniel levantando un dedo—. ¡Pero bien! —aplaudió un par de veces y entonces soltó—. Es hora de irnos a dormir, mañana será la ascensión de la heredera de luz, y estará ese patán ahí, además de tener que estar los cuatro presentes y en condiciones, llevaremos a cabo nuestra primera misión dividida en varias secciones, así que atentos.

—¡Tan pronto! —Alaniel exclamó sorprendido llevándose una mano al rostro por la impresión.

—Sí, después de todo, hemos quedado atrapados todo un día en ese juego infernal, ni mencionar que el tiempo pasa de manera diferente dentro del palacio de Manfiel —explicó Leniel.

—Aah... —soltó un sonido nervioso; Alaniel aún no sabía todos los detalles sobre la vida de sus parientes, después de todo, hasta ahora solo había vivido en esa aldea que ahora ya no existía ni un solo brote de ésta. Sin embargo, eso no significaba que no fuera a aprender sobre la marcha.

—Bien, dicho esto, vámonos.

***

Los tiempos que se manejaban entre los planos de este universo variaban horriblemente, pero pese a ello, eso no impedía que se desarrollara hermosamente su ambiente, adornando así la nave de flores artificiales, que en algunos casos eran más vivas que las que estaban en terrenos humanos danzando contra el viento, y si bien, sus colores podrían ser en algunos casos solo grises metalizados, no siempre estaba conformados de esta manera. Alguna vez también gozaron del privilegio de ver los verdes diversos, con sus variantes en aromas, hasta que la guerra terminó por importunarlos, separándolos en diversas regiones, conocidos también como planos. En esta clase de lugares, podrías encontrar paisajes excepcionales, propios de la ciencia ficción o la fantasía, y que en algunos casos, te motivaba a querer permanecer atrapado en esa zona. No obstante, esto era algo peligroso, pues los humanos que llegaban a estos planos mediante los sueños, se veían en obligación de ser escoltados en secreto por otros ángeles, que en su mayoría eran los que habían sido asignados en su nacimiento, pero ni Abeliel, ni Leniel, ni ninguno de los que vimos hasta ahora en esta historia, tenían tareas semejantes, pues eran ángeles que estaban obligados a mantener el orden entre planos, especialmente, la heredera de la luz, quien estaba pronto esta nueva mañana para ser expuesta como la nueva esperanza del reino celestial. Sin embargo, aunque el día se mostrara especialmente agradable, y le daba otros toques a la nave de extensos parajes, este no sería el lugar para presentarla, pues se había dicho con antelación, que sería en el valle de la floración, un lugar que contrastaba perfectamente con los dominios celestiales, y que daba un poco más de significado a la llegada de la heredera de luz que, hasta el momento, se le desconocía su nombre.

—Al fin ha llegado el momento —indicó Leniel llevándose sus manos a la cadera una vez se estiró para desperezarse.

—Será un día ajetreado —indicó Abeliel.

—¿En verdad está bien que vayamos todos? ¿No es suficiente con que vaya un solo guardián contigo, señorita Leniel? —indagó Alaniel.

—Me temo que debemos estar todos presentes, es etiqueta, además, si no lo hacemos, seremos señalados como los que están en contra de la unión —advirtió, y luego de explicar esto, miró a sus alrededores—. Por cierto... ¿dónde está Kadmiel? No lo veo desde anoche...

—Fue a hacer un recado, señorita —advirtió Abeliel, quien luego vio llegar al nombrado con un batir de alas al aterrizar—. Y llega justo a tiempo.

—Mis respetos para mis compañeros de batalla —dijo el pelinegro en una sutil reverencia, y luego saludó a su protegida—. Saludos a la aventurera del viento —Leniel estuvo a punto de reprocharle, pero justo vio que Kadmiel se reverenciaba y le extendía con sus manos una carta, lo que le hizo pensar que el asunto era demasiado grave como para que ese espadachín olvidase lo que habían hablado antes.

—¿De quién es? —preguntó Leniel.

—De su hermana, mi señorita... es... urgente —advirtió el pelinegro sin levantar la vista, y preocupados, el resto se miró entre ellos. ¿Qué les traería el destino ahora?

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