Verano
I
Estío presente, Italia
2010
Corazón y alma,
uno arderá.
Cae el aguacero. En él truena, vive, añora, suspira.
La verdad se pinta en el único rayo de sol.
No queda más que el silencio tras la caída de la última gota.
No queda más que la mirada difusa entre el gris del viento y los lienzos negros.
¿Podrá la lluvia alguna vez reír?
Tal como reír tras lo triste. Tal como una sonrisa tras la noche.
Sobre la alfombra escarlata corre, entonces, tras las venas el líquido argénteo. El alrededor desluce, se derrama, se desborda, se funde.
A lo lejos ella observa.
Marlena da la vuelta. Se mira al espejo.
Carmina corretea a través del espacio. La pelota rebota a un lado del espejo de borde perlado. Casi lo rompe, el leve susto transcurre en cuestión de un segundo, y se acerca.
Recoge el balón y de puntillas procede a observar su reflejo con gracia. Al fondo, se muestra una habitación vacía.
Pero Marlena estaba allí.
II
Estío pasado, Italia
1999
Mental laguna,
laguna real.
Posan cisnes de cristal sobre agua ilusoria. Se asfixian de amor tras el arrullo de la decadencia, aunque ininterrumpido predomine el sutil consuelo de mariposas de plata que afirman, volando, la momentánea sensación que desprende del inexplicable romanticismo en ruinas y su preeminencia.
Bajo el ocaso de fantasía no se les reza a ínclitas deidades, ni por salvación se les implora aun cuando por el perdón de los pecados se ruegue. La serpiente seduce con su vanidad y engaño, convence con naturalidad.
Sobre el aro de plata la píldora se derrite. Fluye.
El espesor del humo condensa el viento. El silencio, presuroso e incesante, sentencia martirio y anhelos.
Pica la nariz. El polvo corre.
La lozanía y los vergeles aún desprenden fulgor sobre la superficie. Los árboles resguardan secretos. Las hojas y las raíces, mutuamente, añoran, los callan. El tronco, quieto, sabiduría esconde.
La soledad proporciona calidez y es con la tristeza que el rosal del apego se marchita durante la noche, bajo un cielo que no refulge igual.
El ruiseñor de oro susurra melódico. La golondrina de azúcar, como una vela, gotea y gotea por sus almas que, incesantemente, arden. El céfiro ya no habla, ni resplandece el sol antes del amanecer.
Una flor llora con la golondrina. Las hormigas pican el brazo. Pétalos escarlata caen sobre sus rostros y la alfombra. El espejo observa callado.
¿Puede la vida llorar también? Los árboles guardan silencio, otra vez. Con la mirada, se preguntan, ¿antes de la despedida, puede el verano hacerle el amor al otoño, sin causarle el menor daño?
Sueños y más sueños. La cercana lejanía. Querer escoger la vida. Un pájaro se atreve al silencio romper.
—¿Es esto libertad?
Ante la interrogante se enojan los insectos. Pican más los brazos, el escozor genera paz.
La delicadeza se torna violenta, como el cerezo y su veneno. Aquella noche los sucesos no fueron continuos, cavila el colibrí. Las primeras reminiscencias embargan siempre fugaces, tangibles y pasan, sin intenciones de saltarse intervalos, por el tercer momento, después al quinto y luego, quizás, al décimo. Propenso a evocar fragmentado, lo único cierto era que el bucle se repetía y repetía.
Jamás en el mismo orden durante su inicio o desarrollo, como la laguna bajo el claro de luna que no posee comienzo pero sí final, porque es perceptible aun a lo lejos y su inicio podría ser, sencillamente, cualquiera.
Existence, well, what does it matter?
I exist on the best terms I can
The past is now part of my future
The present is well out of hand
Marlena percibe el sonido blanco. Se levanta, se mira. La negrura del delineado contornea la profundidad de unos melancólicos orbes cerúleos, y se derrite en la piel. Con sus manos revuelve su cabello y éste cae, entonces, sobre sus hombros y a lo largo de la espalda. Con parsimonia, solemne, le da una última calada al cigarrillo.
El sonido del bajo la despierta un poco más. Parpadea, el bosque desaparece. La casa parece fundirse en sí misma. El entorno gira en espiral.
Al segundo parpadeo, el bosque regresa de nuevo. Durante un breve instante, nadie hace nada, como si nunca estuvieron vivos, como si, quizás, nunca hubiesen existido.
Pero al tercer parpadeo, la luna tiene rostro, los árboles voz. ¿Era aquello real?
III
Estío pasado, Italia
1999
Incendio en verano.
En la quinta avenida el exterior se mantuvo siempre inerte.
Las casas, las farolas, las personas, la perspectiva discreta.
Desde afuera, de la casa azulada brota humo. El ventanal del primer piso emana llameante el resultado del oleaje que condujo al fondo, al vacío, a la irreparable decadencia.
En el interior, el bosque arde flameante. Los árboles lloran, los pájaros huyen, los rosales piden, con vehemencia, socorro.
Instintivamente, Marlena toca su vientre. Arthur la mira, no es capaz de moverse y brotan, de sus ojos, cristales. Juntos, se abrazan, sienten como el calor se extiende por sus cuerpos. Los arropa, los consuela.
—No es real —susurra—. Nada lo es.
—Cierra los ojos, Marlena —con su mano, acoge su pómulo izquierdo—. Es un sueño, y pasará.
Tras la oscuridad, el futuro ardió en su vientre. Una pequeña alma sollozó y con ella, dos corazones tristes
De nuevo, cae el aguacero.
Llovía fuego.
IV
Estío presente, Italia
2010
¿Podrá el fantasma proclamarse?
Carmina corre mientras persigue su balón turquesa, como su hogar.
A la lejanía, el espejo muestra, de nuevo, una habitación vacía. Pero Marlena está ahí, mirándola.
Porque tras el descubrimiento del calor, Carmina se convirtió en todo lo que un día nunca fue.
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