✪Ûnus✟
Una chica de origen húngaro, despertó en medio del hielo. Su piel parecía ser de porcelana, su cabello pelirrojo y rizado llegaba hasta su espalda baja, sus ojos eran de color miel, labios finos, complexión delgada, "31 años de edad" y aproximadamente 1.68m de altura.
Era una mujer hermosa, con un rostro inofensivo que podría engañar a cualquier mortal. Pero para su mala suerte, ya no iba a tratar más con ninguno de ellos.
La mujer se levantó del suelo, viendo todo a su alrededor. Estaba en medio de un campo cubierto por kilos y kilos de nieve. Detrás suyo estaba la entrada a un bosque saturado de pinos, que también estaban blancos debido al clima.
Exhaló suavemente. Ella conocía ese lugar. Lo que no sabía era cómo había llegado ahí. Antes de cerrar los ojos por última vez, sabía que estaba acostada en su habitación, con su esposo durmiendo al lado suyo.
Bajó la mirada hacia su cuerpo, notando entonces que llevaba la misma ropa de ese mismo día, cuando entró a ese bosque a la edad de 17 años. Tocó su cabello, también notando que era el mismo peinado de ese día, pues a sus 31 años ella ya tenía el cabello corto.
La mujer inició a respirar pesadamente, sin saber qué diablos estaba sucediendo.
—¿Por qué lo hiciste, Imara? —dijo una voz femenina detrás de ella.
Imara por supuesto que reconoció esa voz, y fue justo lo que la dejó más aturdida. Casi con los ojos llorosos, se volteó lentamente hasta encontrarse con la que alguna vez fue su mejor amiga.
—¿Aneska? —susurró.
—Dime por qué. ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!...
Imara no pudo retener más sus lágrimas, por lo que estas iniciaron a resbalarse por sus mejillas. Bajó la mirada aún con su respiración pesada. Debía estar teniendo una pesadilla. Aneska no podía estar ahí frente a ella. Aneska estaba muerta, ella lo sabía. Pero, ¿por qué todo se sentía tan real?
—... ¿Por qué?
Imara levantó la mirada cuando la voz se Aneska se tornó mucho más grave. Cayó al suelo del susto al ver que su amiga ya no estaba, en cambio ahora era un hombre. Probablemente el hombre más hermoso que había visto en toda su vida, pero aun así su presencia era demasiado intimidante.
—¿No piensas responder, Imara? —preguntó con una sonrisa cínica—. Porque si no lo haces, entonces yo lo haré por ti —miró hacia el bosque por un segundo, antes de volver a posar su mirada en la pelirroja—. Estabas celosa de Aneska, por eso la mataste.
—No —negó con la cabeza.
—Sentías rabia de que tu mejor amiga fuera feliz, más que tú. Odiabas ver que ella lograba todo lo que tú nunca pudiste en tu miserable vida.
—¡No! —flexionó sus piernas hasta tocar su pecho y con las palmas de sus manos tapó sus oídos, no queriendo escuchar lo que ese tipo estaba diciendo.
—Los amigos que siempre quisiste, las oportunidades que anhelabas, el novio que alguna vez soñaste. Todo eso lo tenía ella mientras que tú sólo la observabas y la envidiabas desde un rincón.
—¡Cállate! —gritó.
—Querías su talento, querías su personalidad, querías sus logros... No —se corrigió—. Querías ser ella. Querías su vida y por eso la mataste a su corta edad de 17 años —continuó—. La llevaste a este mismo bosque sin que nadie se enterase. Te aprovechaste de la confianza que ella sentía hacia ti porque eras su mejor amiga, y golpeaste su cráneo con una roca repetidas veces.
—Por favor, no sigas —suplicó.
—¿Sabes? Ella no murió en ese instante. Tú te fuiste y ella seguía con vida. Su muerte fue muy lenta —le explicó—. Y mientras tanto, tú fingiste que no pasaba nada. Cuando encontraron su cuerpo fingiste que no sabías nada. Viste a sus padres hundirse en depresión, los viste sufrir, los viste llegar al borde de la desesperación al no encontrar al asesino. Los visitabas para fingir que ellos te preocupaban y no levantar sospechas. Luego de eso continuaste tu vida sin arrepentimiento alguno. Incluso te casaste y tuviste un hijo. Es curioso, ¿no? Le diste la vida a alguien luego de habérsela arrebatado a otra persona.
—¡Cállate! —gritó más alto—. ¡Cállate! —repitió—. Eso no es cierto. Esto es una pesadilla. Una maldita pesadilla —trató de convencerse, con las lágrimas aún saliendo de sus ojos y las manos temblorosas.
—Esto no es una pesadilla —volvió a sonreír—. Todo esto es muy real, más de lo que sé que desearías.
—¿Qué? —subió lentamente la mirada hacia él, sorprendida por esa confesión.
—Oh, por supuesto, creo que debí iniciar por esa parte —rodó los ojos—. Verás, estás muerta.
—¿Qué? —soltó anonadada.
—Moriste mientras dormías —explicó—. Lo cual me parece algo injusto. Fue una muerte muy linda para alguien como tú —suspiró—. En fin —aclaró su garganta—. Bienvenida al infierno, donde pasarás el resto de la eternidad.
—Sigue corriendo por todo el bosque. ¿Acaso no se cansa? —comentó Lilith, viendo a la recién llegada queriendo escapar de ese infierno desde hacía horas, mas le era imposible.
—Sabes que siempre son así al inicio —respondió—. Está corriendo en círculos, así que mientras más se tope con el cuerpo de su mejor amiga, más culpable se sentirá. Ese es su castigo.
—Te has vuelto blando, Luzbel.
—No soy blando, busco los castigos adecuados.
—Pues ahora te falta originalidad —volteó a verle—. ¿Qué te está pasando? Últimamente te he notado muy desanimado.
—No es nada —bufó. Al dar media vuelta, el panorama había cambiado por completo. Ahora se encontraban en su frío y tétrico castillo. Luzbel se sentó en su trono, posando su mirada en Lilith—. Quizá solo necesito un respiro.
—¿Un respiro del infierno? —le vio, incrédula—. ¿Y dónde irás? ¿Al mundo de los vivos?
—Tal vez solo por un momento —lo consideró—. He estado haciendo lo mismo por millones de años, incluso el diablo puede aburrirse de ello —se defendió.
—Tiene sentido —asintió con la cabeza—. Después de todo, tú no perteneces a este lugar.
—Lilith —le recriminó.
—¿Qué? Estoy diciendo la verdad y lo sabes. Yo estoy aquí porque así lo deseé, ¿pero tú? ¿Estás aquí por qué? ¿Por haberle dado conocimiento a los humanos? ¿Por no haberlos dejado morir en ignorancia? ¿Por haber querido darles sentido a sus vidas?
—¡Estoy aquí porque desobedecí a mi padre!
—Y aun así en tu interior sabes que no hiciste nada malo —recalcó. Luzbel no respondió—. Desobedeciste porque los amabas. Sin embargo, mírate. Mira cómo esos seres que tanto amabas te terminaron pagando —bufó—. Para ellos tú eres el malo, Luzbel.
—Lo sé... —bajó la mirada—. Para ellos ya ni siquiera me llamo Luzbel.
—¿Y aun así irás a su mundo?
—No es su culpa, ¿sabes? Es lo que les han enseñado desde siglos atrás.
—Está bien —suspiró rendida. Ella lo sabía, a pesar de todo Luzbel parecía seguir teniendo algo de esperanza en la humanidad—. Es tu decisión.
—¿Puedes encargarte del infierno durante mi ausencia?
—Sabes que sí. Puedes regresar cuando quieras y todo estará bajo control —sonrió con malicia—. Con gusto me encargaré de los recién llegados.
Luzbel negó ligeramente con la cabeza y se puso de pie, yendo hacia la salida del tétrico castillo. Lilith era muy diferente a él, ella era quien no sentía compasión por la humanidad, ni siquiera le importaba lo que ellos hicieran, y a diferencia de Luzbel, ella sí consideraba el infierno su hogar.
Quizá por esa misma razón Luzbel no le había dicho cómo se sentía en verdad, ella no iba a entenderlo.
La verdad estaba alejada de lo que algunas religiones le hacían creer a las personas. Luzbel no era ese Lucifer o ese Satanás que muchos pensaban que era, esos habían sido nombres que los mismos humanos habían inventado, dando alusión a que él era el malo, a que él era oscuridad y lujuria, a que él era mentira y tentación, a que él era pecado.
A veces le era gracioso y a la vez doloroso el cómo las personas lo culpaban por las cosas malas que hacían, ¿que el diablo los poseyó? ¿Que el diablo los tentó a cometer un crimen? ¿Que el diablo los incitó a pecar? ¡Mentira! Esos son los mismos humanos que prefieren que alguien más tome la responsabilidad de sus propios actos.
Porque era una estupidez. Él no los incitaba a mentir, a robar, a matar, a violar, a cometer adulterio, a perderse en las apuestas. Las personas lo hacían porque ellos lo decidían, no porque había una fuerza sobrenatural tentándolos a ello.
El diablo no se metía en la vida de los vivos, él solo se ocupaba de los muertos cuando llegaban a infierno. Y sí, los castigaba porque ese era su trabajo. Y porque las personas merecían pagar por las cosas malas que hicieron en vida.
Él no era como las películas de terror o como los religiosos lo describían. Él no tenía cuernos, no tenía alas de murciélago y mucho menos pezuñas. Él solo era un hombre, quizá el más hermoso que existía.
Su hogar no era el infierno porque él era un ángel. Un ángel que estuvo dispuesto a recibir aquel castigo por el amor que sentía hacia la creación de Dios, el ser humano. Él no fue desterrado del cielo por creerse superior a Dios o por haber querido tomar su lugar, esa fue otra cosa que los humanos inventaron. Él fue desterrado por haberle dado conocimiento a los humanos, porque él y los otros ángeles caídos les enseñaron la diferencia entre el bien y el mal, porque les enseñaron acerca del amor, la escritura, la lectura, el cultivo, la astronomía, entre muchas otras cosas.
Y como pago de ello, el hombre alteró toda la historia. Ellos tergiversaron todo. El amor lo vieron como lujuria, la mentira como una herramienta, las armas como un método para matarse entre ellos, la magia como brujería, y la belleza como un camino a la perfección.
El diablo era el malo, el ser del cual debían mantenerse alejados. Pero, ¿qué pasaría si el hombre se diera cuenta de que hasta cierto punto, el malo siempre fue él?
Y a pesar de todo eso, Luzbel seguía teniendo esperanzas.
Pero el ver como las personas rehuían de él, el ver cómo ni siquiera les importaba su existencia... Eso era lo que le hacía sentir tan solo.
Y ese tipo de personas dementes que sacrificaban animales en su nombre, no contaban en lo absoluto, pues ellos estaban adorando a un ser que ni siquiera existía.
Luzbel realmente estaba cansado y quería darse un respiro de todo. Por supuesto no podía dárselo en el cielo, así que el único lugar que le quedaba era el mundo de los vivos. ¿Quién sabe? Probablemente las cosas habían cambiado un poco.
—Vamos, YoonGi —le apresuró SeokJin desde adentro de la furgoneta, sentado en el lado del conductor.
—Sí —lo secundó TaeHyung, quién iba de copiloto—. JiMin está esperándonos en el bar, y sabes cómo se pondrá si llegamos tarde.
—Lo sé. Ya voy, ya voy —dijo de mala gana.
Terminó de bajar las gradas que lo conducía a los viejos apartamentos donde él vivía, y luego de eso se subió a la parte trasera de la furgoneta, donde ya se encontraban HoSeok, EunWoo y WheeIn.
La única chica entre los cuatro, observó con atención lo que parecía ser una cortada en el cuello del recién llegado.
YoonGi se dio cuenta de ello, por lo que intentó subir aún más el cuello de tortuga de la prenda beige que llevaba puesta.
—¿Qué te pasó? —preguntó WheeIn sin más rodeo. Eso ocasionó que HoSeok y EunWoo voltearan hacia ellos dos.
—Nada. No me di cuenta de que había un clavo que sobresalía de la pared —se alzó de hombros, desviando la mirada.
—Dinos la verdad —habló HoSeok—. ¿Fue ese idiota de nuevo?
—¿Cuántas veces debemos decirte que lo dejes de una maldita vez? —insistió EunWoo.
—Chicos, no fue él —dijo más serio, queriendo convencerlos. Pues en definitiva no planeaba confesarles que su novio lo había amenazado con un cuchillo. Eso los volvería locos.
TaeHyung los había escuchado, y a pesar de que estaba casi seguro de que YoonGi estaba mintiendo, tampoco dijo nada.
Cuando llegaron al bar, todos se encargaron de bajar sus instrumentos para ir a acomodarlos en el escenario. Por suerte para todos, habían llegado a tiempo por lo que no recibieron una reprimenda por parte de JiMin.
—Yo cerraré la furgoneta, vete adelantando —le dijo TaeHyung a SeokJin, quien había terminado de bajar las últimas piezas de la batería de YoonGi.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto —asintió despreocupado.
—Bien. No tardes —SeokJin le sonrió antes de caminar hacia la entrada del establecimiento y donde estaba el resto de la banda.
TaeHyung miró hacia el cielo, dándose cuenta de que ya estaba oscureciendo. Incluso La Luna iniciaba a hacer acto de presencia.
Cerró la puerta trasera de la furgoneta y volteó hacia su izquierda, al lado contrario de donde estaba el bar. Sus ojos se enfocaron específicamente en un callejón. Había algo ahí que de alguna forma lo estaba llamando desde el momento en que llegaron, y creía saber qué era.
Volteó hacia el interior del establecimiento por un segundo, al asegurarse de que cada quien estaba en sus propios asuntos y nadie lo necesitaba, caminó hacia aquel callejón.
Se detuvo justo en la entrada, esbozando una media sonrisa al ver esa silueta que podía identificar muy bien, incluso dentro de la oscuridad.
—Jamás creí que te vería por aquí —metió sus manos en los bolsillos de su pantalón—. Luzbel.
—Ha pasado mucho tiempo —dio un par de pasos para estar más cerca de él, dejando que las luces artificiales iluminaran su rostro—. Semyazza.
—No más Semyazza. Ahora mi nombre es Kim TaeHyung —aclaró.
—Claro —sonrió—. En ese caso... —aguardó unos segundos, en los que lució pensativo—. Puedes llamarme Jeon. Jeon JungKook.
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