✪Finis✟
—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que dijo Semyazza al llegar donde estaba Mikhael.
La tormenta de nieve era increíblemente fuerte dentro del infierno. Pero las cosas estaban siendo mucho más extrañas que eso, pues los copos estaban mezclados con cenizas.
Ninguno entendía qué era lo que estaba pasando con el clima en ese lugar.
Sin embargo, a pesar del clima y del fuerte viento, no impidió que Semyazza pudiera escuchar lo que el arcángel había bajado a decirle.
De alguna forma Mikhael se había sentido con la obligación de hacerlo, puesto que sabía cuánto le importaba a su hermano Kim SeokJin.
TaeHyung cayó de rodillas sobre la nieve, estupefacto. Las lágrimas salieron unas tras otras por la noticia de que SeokJin había fallecido en un accidente automovilístico. A causa de que en una de las curvas, otro auto venia en el carril contrario por querer rebasar al de enfrente, y no tuvieron tiempo de esquivarlo.
Estaba destrozado, como jamás lo había estado en toda su vida. Tenía una clase de sentimientos encontrados. Estaba triste, pero también aliviado. Porque si SeokJin no estaba ahí, entonces significaba que había logrado ir al cielo. Y se sentía sumamente agradecido por eso, porque sabía que era lo que alguien como SeokJin merecía; estar en paz.
Tal vez jamás volverían a verse otra vez, pero el que SeokJin estuviera a salvo, fuera de cualquier sufrimiento, era lo que más reconfortaba a Semyazza.
Los chicos estaban destrozados. Por supuesto, cómo no estarlo cuando dos de sus amigos habían fallecido. Y la persona que se había visto más afectado por ello, era EunWoo.
No podía creer que, JiMin, el chico que le gustaba y con el que hubo un millón de malentendidos, se había ido. Se había ido y él jamás pudo ser claro ni valiente como para decirle toda la verdad de lo que sentía por él. Se sentía arrepentido y enojado consigo mismo.
Los demás lo estuvieron reconfortando mientras el funeral se llevaba a cabo en Busan, con la familia de JiMin. El cuerpo de SeokJin fue acogido ahí también con todo el cariño de la familia, tristes de que jamás lo pudieron conocer como se debió. No hubo problema en esa parte, pues SeokJin realmente no tuvo una familia que fuera a ver por él, más que sus amigos.
Todos lloraban a excepción de JungKook y YoonGi, que a pesar de que la partida de los chicos también les dolía, sabían que estaban en un mejor lugar, literalmente.
Mikhael había recibido la orden de regresar al cielo. Y claro, iba a obedecerla. Creyó que ya había hecho todo lo que tenía que hacer, no quería tener más problemas con nadie ni ser cuestionado sobre su lealtad.
Estaba deshaciéndose de las pocas cosas que había adquirido durante su estadía, como la ropa que iba a donar y demás. Sin embargo, recordó que aún tenía las alas de Luzbel consigo, ocultándolas en un lugar cliché como lo era debajo de la cama. Jamás se preocupó por ello, pues no permitía que el personal de limpieza entrara y jamás había invitado a alguien a ese lugar, fuera de la vez que conoció a YongSun.
Decidido en darle un último vistazo a las alas de su hermano, sacó el plástico donde debían estar envueltas. Quería ver cuál era su estado después de la última vez.
Su sorpresa fue que, al abrir el plástico ya no había nada. No habían alas algunas qué observar, solo cenizas.
Pudo haberse preocupado si no fuera porque sabía que Luzbel estaba por regresar al infierno. Las cosas estarían bien.
Observó a YongSun una última vez mientras esta ordenaba algo en un Café. Era cierto que jamás se acercó directamente a ella, mas de vez en cuando seguía sus pasos porque de alguna forma, quería asegurarse de que estuviera bien. Había agarrado un leve apego emocional hacia ella, llegando a la conclusión de que se debía porque había sido el primer humano al que se acercaba de verdad.
Sabía que YongSun era una buena persona. Que si trabajaba duro, podía llegar a cualquier meta que se propusiera. Confiaba en ella, y por eso le deseó lo mejor antes de finalmente irse.
Los chicos se sentían mal por tener que dejar a sus amigos con el corazón roto por la reciente pérdida, pero sabían que lastimosamente no iban a hacer ningún cambio quedándose allí. Y lo mejor era que ellos continuaran con su camino para evitar que más cosas malas llegaran.
Como Luzbel ya no contaba con sus alas, ahora su única opción como medio de transporte más rápido era un avión. Por eso estaban en el aeropuerto, sentados en una de las bancas, esperando a que les autorizaran entrar a la sala de embarque y la hora de su vuelo llegara.
YoonGi nunca había salido del país. Y por supuesto, días antes tuvo que hacer los respectivos trámites para obtener su pasaporte. JungKook por su parte, ya contaba con papeles falsos. Una artimaña que había hecho desde hacía mucho y hasta el momento le seguía sirviendo.
Luzbel notó que YoonGi estaba cabizbajo. Por lo que, sin importarle quienes lo vieran, JungKook tomó la mano de su novio y entrelazó sus dedos, haciéndole saber que estaba allí para darle todo su apoyo, reconfortarlo y darle ánimos.
YoonGi recostó su cabeza en el hombro del pelinegro. Y así permanecieron en silencio durante varios minutos.
No habían comido nada durante todo el día, y el viaje de Busan a Seúl había resultado ser demasiado agotador, tanto mental como físicamente.
—¿Tienes hambre? —el menor negó con la cabeza y JungKook no pudo hacer nada más que suspirar. A decir verdad YoonGi tenía el estómago cerrado por tantas emociones dentro de él—. No has comido nada en todo el día —se separó lentamente para ponerse de pie—. Quédate aquí, ¿sí? Conseguiré algo para cenar.
Dicho eso, JungKook se alejó hacia el Food Court del aeropuerto, dispuesto a buscar algo con lo que su novio pudiera alimentarse bien.
YoonGi inhaló y exhaló hondo. Ahora estaba en un punto donde no podía creer nada de lo que estaba sucediendo. De un momento a otro su pareja no era nada más y nada menos que Luzbel, el ángel caído que tenía todo el poder sobre el infierno. De un momento a otro existía una profecía sobre ellos. De un momento a otro se había enterado que era mitad demonio y mitad humano. De un momento a otro había limpiado del suelo de su apartamento la sangre que le pertenecía al hombre que había sido su primer novio. De un momento a otro SeokJin y JiMin se habían ido. De un momento a otro estaría en China únicamente para cruzar un portal que lo llevaría a otro mundo.
Todo eso eran cosas que resultaban parecer ser tan irreales. Pero a la vez estaba consciente de que no lo eran. Y eso se sentía muy extraño.
—YoonGi.
El mencionado salió de sus pensamientos y subió la mirada hacia la persona que estaba de pie frente a él, sorprendiéndose, puesto que era a quien menos esperaba ver.
—MinGyu —y a pesar de su sorpresa, fingió una pequeña sonrisa, disimulando el tornado de emociones que tenía dentro de él—. ¿Qué haces aquí?
El chico no respondió. Tensó la mandíbula, como si estuviera nervioso o intentando tener el valor para hacer algo. YoonGi se extrañó un poco por su actitud. MinGyu solía ser un chico risueño que le gustaba conversar demasiado, pero esta vez se veía como todo lo contrario a eso.
Y es que MinGyu en verdad estaba aterrado. Cuando conoció a YoonGi, le agradó tanto que esperaba tener una amistad con él, y aunque las cosas no terminaron así, porque no se volvieron tan cercanos como se imaginaba, tampoco se esperaba que estaría ahí para lo que iba a hacer.
Tenía miedo, porque él era un buen chico al que jamás se le hubiese pasado por la cabeza hacerle daño a alguien.
Pero no era quien para cuestionar las órdenes de Dios, ¿cierto?
—¿Estás bien? —inquirió YoonGi—. No pensé encontrarte aquí. ¿También saldrás de viaje?
Tembloroso, MinGyu sacó el arma del bolsillo canguro de su suéter, apuntando directamente a YoonGi. Por supuesto, el de cabello rojizos se alarmó al ver el arma de fuego. No fue el único, varias personas que estaban alrededor se asustaron y se encogieron en su lugar, no queriendo llamar la atención del tipo que sostenía el arma.
—MinGyu, ¿qué haces? —alzó las manos en son de paz, con el corazón latiéndole a mil por segundo.
—Lo siento, YoonGi —sollozó—. En verdad lo siento.
YoonGi lo notó, el chico temblaba del pánico, tanto que le costaba sostener el arma con firmeza. Era evidente que era su primera vez haciendo algo como eso, pero no entendía por qué había ido hasta él.
Teniendo fe de que MinGyu estaba tan asustado como para hacer algo, YoonGi se puso de pie lentamente.
—No te muevas, ¡no te muevas! —gritó, con las lágrimas resbalándose por sus mejillas.
YoonGi no volvió a moverse ni un centímetro más. Sabía que dudar de sus posibles reacciones podría ser un error. Observó el lugar por donde se había ido Luzbel, rogando en sus adentros que apareciera para ayudarlo.
—¿Por qué estás haciendo esto? —intentó hacer tiempo en lo que el pelinegro regresaba o en lo que apareciera alguien de seguridad.
—¿Es verdad? ¿Has estado con él?
—No sé de qué hablas.
—¡El diablo! ¡¿Has estado con él?!
Entonces YoonGi lo entendió. MinGyu estaba ahí para matarlo por la profecía. Realmente no le importó cómo se había dado cuenta de eso, en ese momento lo único que quería era salvar su vida.
Sabía que el chico iba a la iglesia y creía en todo lo que tenía que ver con el creador de todo, pero no esperaba que fuera hasta ese extremo.
—MinGyu —habló con voz suave.
—No intentes engañarme, YoonGi, lo sé. Sé que es el tipo que iba por ti cada vez que salías del trabajo. ¿Por qué? ¿Acaso no ves que solo está jugando contigo, con tu alma?
—Puedo jurarte que él es una buena persona. No es como crees.
—¿Cómo puedes decir eso? —soltó incrédulo—. Es enfermo, YoonGi. Tolerar tu homosexualidad era una cosa, pero que te acuestes con el diablo aun estando enterado de quién es, ¿no te da asco?
—Por favor —le suplicó—. Confía en mí, él no...
—¡Cállate! —le quitó el seguro al arma—. ¿Acaso dirás que todo lo que está escrito es mentira? ¡Eso es blasfemia! ¿No te das cuenta? —negó con la cabeza—. No quería creerlo, pero supongo que ya supo hacer de las suyas contigo —exhaló—. Pero al menos puedes estar feliz, cuando mueras le harás compañía en el infierno —respondió, decidido.
Y cuando visualizo a varios policías correr hacia él, decidió actuar.
JungKook estaba recibiendo la comida que había ordenado cuando se escuchó un fuerte disparo dentro del aeropuerto.
Todo se detuvo en ese instante. Las personas de esa zona no sabían qué era lo que sucedía y él era una de ellas. Otro disparo se escuchó y más gritos de gente por el mismo lugar donde sabía que YoonGi lo esperaba. Al caer en cuanta de eso, soltó la comida y caminó hacia el lugar donde su novio debía de estar.
Al llegar a esa zona, varias personas lo empujaron por querer salir corriendo de allí, pero a JungKook no podía importarle menos, porque todo su mundo se vino abajo cuando vio a YoonGi en el suelo, junto con otro cuerpo y varios policías a su alrededor.
No pudo reaccionar durante varios segundos. Su respiración se había cortado y por un minuto sintió como si todo le diera vueltas y como si todo estuviera en cámara lenta.
Le costó asimilar lo que estaba sucediendo. Y no pudo salir de su trance hasta que uno de los policías se acercó, colocando una mano en su hombro para zarandearlo un poco y hacerlo caer en la realidad.
—Señor. Señor, tiene que salir, no puede estar aquí.
Entonces finalmente JungKook reaccionó. Se zafó del agarre del policía y corrió hacia donde YoonGi estaba. Otros policías quisieron detenerlo, pero no lo lograron, pues extrañamente el hombre era más fuerte que todos ellos.
Nuevamente el aire se escapó de sus pulmones, su corazón se estrujó, sus ojos picaron por las lágrimas que amenazaban con salir y sintió todo su cuerpo temblar cuando llegó donde el menor.
Su cuerpo yacía sobre el suelo, la perforación de una bala estaba sobre su frente y el charco de sangre cada vez se hacía más grande a su alrededor.
JungKook cayó de rodillas al lado del menor, no queriendo creer lo que estaba viendo. ¿Cómo era posible? Ellos habían estado juntos en todo momento y solo se había descuidado un par de minutos para comprarle algo de comer.
—YoonGi —llamó, con un enorme nudo en su garganta. Incluso su labio inferior temblaba por las terribles ganas de llorar que estaba reteniendo—. YoonGi —repitió, llevando una mano hacia la mejilla de su novio—. YoonGi, por favor... mi amor, despierta. Abre los ojos —suplicó, en un vago intento de creer que todo se trataba de una broma de pésimo gusto.
Pero cuando Luzbel fue consciente de que YoonGi no iba a despertar, fue cuando estalló en llanto.
Levantó con cuidado la parte superior del cuerpo de su pareja y lo recostó sobre su regazo, abrazándose a él para llorar desconsoladamente.
El problema no solo era que YoonGi había muerto. El problema era que Luzbel no podía sentirlo. No tuvo ni un solo recuerdo de la vida de YoonGi después de que fuera asesinado y eso significaba que su alma no estaba en el infierno. Sabía que no estaba en el cielo tampoco, por lo que la única respuesta, era que el alma de YoonGi había dejado de existir. YoonGi había dejado de existir.
Luzbel lloró, se deshizo en lágrimas como jamás lo había hecho en toda su existencia.
Le habían arrebatado lo único que amaba en verdad y lo único que apreciaba en su vida.
—Señor —llamó una policía nuevamente.
Pero JungKook no la escuchó, siguió aferrado al cuerpo de YoonGi.
—Señor, lo que está haciendo es incorrecto. Acaba de destruir la escena del crimen. Le pediré, por favor, que acompañe a uno de los oficiales.
Nuevamente el pelinegro no respondió, porque seguía hundido en su miseria y en su pena. ¿Por qué? ¿Por qué no podían dejar que fuera feliz con la persona que amaba? ¿Por qué eso tenía que ser un obstáculo para todos? ¿Por qué YoonGi tuvo que sufrir las consecuencias de lo que él sentía?
—Señor.
Lo único que adoraba se lo habían quitado de la peor manera. De la más injusta y la más egoísta. Ellos no tenían por qué hacerlo, no tenían el derecho.
YoonGi y él iban a irse, iban a alejarse de ese mundo para no causar problema alguno, y aun así a nadie le importó. Porque seguían aferrados a una maldita profecía.
JungKook gritó desgarradoramente, gritó de la impotencia, de la tristeza y el enojo.
Finalmente alguien lo había conocido y lo había aceptado por quien era. Finalmente hubo alguien que lo amaba de verdad. Finalmente hubo alguien que le había dado sentido a todo lo que él era, alguien que le había devuelto la felicidad y le había hecho sentir cosas que nunca pensó que podría. Alguien que le había enseñado muchas cosas de la vida a pesar de que él era mucho mayor. Ese alguien se había vuelto todo para Luzbel.
Y ese alguien ya no estaba.
—Señor, obedezca por favor, o tendrá que ser a las malas.
Y poco a poco lo que era una tristeza profunda, se fue volviendo furia.
¿Creían en la existencia de una profecía? ¿Creían que él era peligroso? ¿Que era un diablo despiadado? ¿Que era el causante de todo mal? Bien. Entonces le demostraría a ambos mundos qué tan malo y qué tan peligroso podía ser.
Si tanta fe tenían de que él iba a ser quien destruiría la Tierra, entonces eso era lo que les iba a dar.
Luzbel era una bomba de tiempo, y finalmente, había llegado a cero.
La policía se volteó hacia su compañero de trabajo, dándole la señal de que se llevara al pelinegro a la fuerza, ya que no estaba cooperando.
El hombre policía caminó hacia Luzbel, y justo cuando estaba por tocar su hombro, una fuerza descomunal lo hizo volar varios metros atrás hasta chocar contra una pared, haciéndole un hueco por la fuerza con la que había impactado.
Los demás policías retrocedieron y sacaron sus armas, asustados con lo que estaban viendo. Pues de la espalda del pelinegro habían salido dos enormes alas negras. Estas no estaban llenas de plumas. No. Eran alas lisas, parecidas a las de un murciélago. Los ojos de Luzbel también se volvieron negros como el carbón. Con mucho cuidado, colocó a YoonGi en el suelo nuevamente. Se puso de pie y se volteó en busca de los policías.
Mientras el pelinegro se acercaba más a ellos, estos comenzaron a disparar por el terror. Sin embargo, ninguna bala lograba hacerle algo. Impactaban contra su cuerpo, pero su piel parecía solo absorberlas sin que nada le pasara y luego volvía a estar completamente nítida, como si nada lo hubiese herido.
Luzbel llegó donde uno de los policías. Le arrebató el arma y con su otra mano lo alzó, sujetándolo del cuello. Lo lanzó al aire, estrellándolo contra una de las columnas del edificio.
Volteó hacia la mujer policía, y esta entró en pánico. Siguió disparándole mientras Luzbel se acercaba a ella.
La pistola se quedó sin balas desafortunadamente para ella, y mientras trataba de volver a cargar el arma, Luzbel la estampó contra otra pared. La mujer quedó inmóvil, observando esos ojos oscuros que de alguna forma lograban reflejar la ira que sentía.
Luzbel ladeó la cabeza mientras miraba a la policía. Bajó un poco la mirada hacia su pecho antes de volver a subirla a su rostro. Y mientras observaba sus reacciones, colocó las yemas de sus dedos justo donde sabía que se encontraba su corazón. Presionó sobre el lugar, lo suficientemente fuerte como para que sus dedos perforaran la piel y lograran llegar hasta el órgano. No le importó ni el llanto ni los gritos desgarradores de la mujer. Eso ni siquiera se asemejaba a lo que él sentía. Sujetó el órgano y como si de nada se tratara, lo extrajo de su cuerpo.
Ya no había nadie en el aeropuerto, pues todos habían salido despavoridos en cuanto Luzbel empezó a matar sin piedad todo humano que se le metía enfrente. Todos huyeron cuando cientos de demonios entraron al edificio, caminando por las paredes y por cualquier rincón, enfocados en destruirlo todo.
El equilibrio que Luzbel manejaba en el infierno, se había roto. Dejó salir a los miles de demonios y los regó por todo el mundo, destruyendo todo a su paso, matando todo lo que se les atravesara, ya fuera persona, animal o planta.
La estructura del aeropuerto cayó abajo en cuanto el pelinegro salió de ahí. Por dónde pisaba, las cosas se volvían un caos, los bombillos parpadeaban y luego explotaban, el fuego corría a su paso mientras veía a sus demonios también haciendo de las suyas.
Llegó a la iglesia donde había ido la última vez que quiso comunicarse con su padre. Ya no era como antes, pues sus demonios la habían derrumbado antes de que él llegara. Eso no le importó, de hecho le dio mucha satisfacción.
Caminó tranquilamente hacia donde podía percibir que antes estaba el altar de la iglesia. Y entre una pila de escombros que habían allí, él tomó asiento, adoptándolo como su nuevo trono.
—¿Esto era lo que querías de mí, Padre? —subió la mirada al cielo, con la frialdad y el odio marcados en su rostro.
Llegando a la medianoche, cuando todo Corea y países cercanos ardían en fuego, con demonios por doquier y almas atrapadas en la Tierra. Varios de los escombros del aeropuerto se movieron, como si alguien los estuviera empujando desde abajo. Así ocurrió hasta que el primer pedazo de concreto cayó abajo, luego otro y luego otro. Hasta que una mano sobresalió del agujero.
Derribó los otros pedazos y por fin YoonGi sintió que pudo respirar. Inhaló con fuerza mientras se liberaba a totalidad. Se puso de pie, completamente cubierto de polvo y más suciedad, con su ropa rasgada.
Subió la mirada, dándose cuenta de que todo lo que lo rodeaba, al igual que sus antiguos sueños, era fuego y destrucción. Y no tuvo que pensarlo demasiado para saber quién había sido el causante de ello.
De pronto recordó lo que había sucedido antes de que despertara bajo toda esa basura. MinGyu, su ex compañero de trabajo lo había asesinado.
Llevó una mano a su frente, notando entonces que la herida de bala ya no existía.
Se volteó hacia los escombros del aeropuerto, preguntándose por un corto lapso por qué él seguía ahí cuando se suponía que debía estar muerto.
Y una pequeña suposición se le vino a la cabeza.
Miró una varilla de acero que sobresalía de aquella misma basura. Y sin pensarlo mucho, insertó la palma de su mano con fuerza, ocasionando que la varilla lo atravesara.
Soltó un fuerte quejido por el dolor, pero tan pronto se liberó de la varilla, su mano sanó a los segundos.
Sonrió inevitablemente al descubrir que ahora era tan inmortal como Luzbel. Y porque ahora definitivamente iban a estar juntos para siempre.
No importaba dónde, no importaba si el ejército celestial bajaba para armar una guerra. Juntos estarían preparados para enfrentar todas las adversidades.
El mundo estaba podrido, lo había estado desde mucho antes de que Luzbel lo visitara por segunda vez. Él no los llevó al final, el humano se extinguió por sí solo.
Los ángeles, guiados por la fe, también se dieron cuenta de que en realidad solo habían ayudado a que su profecía se cumpliera.
Ahora no había vuelta atrás, porque quizá eso era lo que se necesitaba. Extinción general. Un cambio radical para la Tierra. Un nuevo mundo.
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