IV. "Paralelo".
1986
MUNDO PARALELO
Para ser un simple cajero en un supermercado de Doncaster, un pueblo bastante pequeño y algo fantasmal, en donde todos se conocían y compartían las mismas creencias, su vida no era... tan mal.
Bueno, esperaba que no.
Todas las mañanas se despertaba con el maldito gallo de despertador y, mientras su preciosa abuela preparaba el desayuno, él reproducía su canción favorita. A veces sentía que ya no era su canción favorita sino una parte de él. Se la pasaba cantando el mismo verso, la repetía una y otra vez sin dudar nunca, y las personas que lo conocían, como su mejor amigo, rogaban a Dios, y a todos los santos existentes que aquella tortura acabase.
Tal vez los demás no lo comprendían realmente: aquella canción era con la que Louis Tomlinson quería bailar hasta el cansancio, la que quería oír en una situación donde él saliese victorioso y otro —probablemente el prestamista del pueblo, al cual le debía bastante dinero— quedase boquiabierto.
Pero lo más importante es que era la única canción que podría escuchar y no tendría nada religioso de por medio. Últimamente, los adolescentes estaban más rebeldes. Al menos, en donde vivía, él era uno de los pocos que no le prestaba tanta atención a la religión. Su abuela estaba de acuerdo, ella creía que no había que vivir de la iglesia para amar a Dios. Louis no estaba muy seguro de amar a Dios y eso lo ponía terriblemente nervioso, incluso a sus veintidós años de edad. La gente podía ser muy persuasiva.
En el último tiempo, no le tenía miedo a la supuesta ira de Dios. Todo se debía a que no solo no estaba seguro de amarlo, sino que sentía atracción por personas de su mismo género. Según la gente de la iglesia de su pueblo, eso no estaba nada bien. Él no podía evitarlo, le traían, y eso era todo. Se lo había comentado a su abuela, y esta le había dicho que ya era una persona adulta, y que hiciese lo que quisiera, siempre y cuando sea honesto.
Tal vez fue un castigo para ella o para Louis —realmente no estaba seguro—, pero meses después, su pequeña abuela enfermó del corazón, y dependía de un medicamento para continuar viviendo en buenas condiciones.
Louis nunca deseó tanto conservar a su abuela consigo, pero, incluso con aquella fuerte ilusión en su pecho, no quería que la anciana notase la vulnerabilidad que el joven cargaba sobre sus hombros. Necesitaba con urgencia a alguien que le prestase ayuda económica sin cobrarle intereses exorbitantes. Un milagro, lo que sea. No siempre tenían el dinero suficiente. Él era el único trabajando y tenía que hacer tareas extras en el supermercado donde laboraba, no solo para poder comprar los medicamentos sino también para cubrir otras necesidades.
Últimamente, todo era muy agotador. Necesitaba dormir y no podía conciliar el sueño durante las noches hasta que se hacía la madrugada. Dormía cuatro horas todos los días sabiendo que, tarde o temprano, el cansancio del trabajo y el agotamiento del insomnio harían su efecto. ¿Quién cuidaría a su abuela entonces? No podía dejarla morir.
Pero Louis cometió un error. Uno muy grande.
Aquel día despertó tres horas después del horario de entrada en el trabajo. Nunca había corrido tan rápido en su vida, y aunque su abuela intentaba tranquilizarlo, diciéndole que estaría bien, no le hizo caso. Apenas abrió la puerta de su casa, con cansancio en sus preciosos ojos azules, y totalmente despeinado, se encontró con el causante de muchas pesadillas: el prestamista.
—¡Louis! ¿Cómo va todo? ¿Bien? Te ves extraño sin tus lentes —comentó, fingiendo un tono amigable. Louis llevó la mano a su rostro, palmeando. Había olvidado sus estúpidos lentes. Eso explicaba el ver borroso, creía que podría quedarse ciego del cansancio.
—Todo bien, iba al trabajo justo ahora —cerró la puerta con discreción, pero sintió un tirón del otro lado. Los nervios se instalaron en su estómago cuando su abuela se asomó con su ceño levemente fruncido—. ¡No!, ¡no!, ¡No salgas, hace frío!
Ignoró totalmente a Louis, viendo de arriba abajo al hombre frente a su casa
—¿Buen día?
—Buen día, señora —el hombre dio un asentimiento—. Mi nombre es Paul, mucho gusto.
—Igualmente. —Alzó su mirada a Louis, quien tenía tensa su mandíbula y veía fijamente al hombre frente a él—. ¿Cómo lo conoces, cielo?
—Del trabajo. Somos cercanos —respondió Paul, sonriendo y metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón—. No sabía que vivías con tu abuela.
—Sí, siempre viví con ella —respondió, moviendo su cabeza para hacer a un lado su flequillo. Se giró a observar a su abuela y le sonrió amablemente, algo tenso—. Entra, abuela. Ya me voy al trabajo.
—¿Estás seguro?
—Sí, amor —le dio un beso en la frente—. Estaré aquí lo más rápido que pueda.
Esperó a que su abuela entrase a la casa para cerrar la puerta y girarse. Le hizo una ligera venia al hombre frente a él y comenzó a caminar, esperando que lo siguiera. Éste lo hizo de inmediato.
—¿Tienes algo para mí?
—Uh...no esta vez. Incluso estoy yendo tarde al trabajo —se sinceró, caminando más apresuradamente.
El hombre chasqueó la lengua.
—¡Hey!, vamos, hombre. No juegues conmigo. No estoy muy de buen humor. Dame al menos un poco.
Louis negó.
—Puedo darte un poco cuando salga del trabajo, pero ahora no tengo nada, ni para un du-...
Jadeó adolorido cuando fue empujado contra la pared de una casa, lastimando su espalda y la coronilla de su cabeza. Alzó el rostro cuando la mano de Paul se instaló en su cuello, apretando y clavando las uñas en su piel.
—Louis, en serio no estoy de buen humor. ¡Quiero mi dinero! —susurró, acercándose a su rostro—. He tenido la paciencia suficiente, no puedo esperar para siempre, ¿verdad? —No recibió respuesta. Apretó el cuello del castaño con más fuerza—. Intentaré esperar un poco más, ser más paciente, pero no te sorprendas si un día llegas a casa y la vieja está colgada a una soga en el techo —Louis miró hacia otro lado, sin poder evitar quejarse. Recibió una bofetada—. Mírame cuando te hablo, porque te hablo muy en serio, y si tu abuela sorpresivamente comete suicidio, no hará falta sentirme culpable. Tú solo sabrás quién tiene verdaderamente la culpa aquí por meterse en cosas que no sabe.
Sin más, lo soltó, y pareció girarse dispuesto a irse. A Louis se le cortó la respiración cuando recibió un puñetazo en la nariz, cerró sus ojos con fuerza por el dolor. Llevó una mano a su rostro, adolorido y esperando por unos segundos antes de volver a abrir sus ojos.
Rogaba por un milagro. Rogaba por algo que aliviase aquella miserable vida.
—¡Maldita sea! —Limpió la sangre debajo de su nariz, aunque continuaba saliendo. Se dirigió a pasos rápidos y furiosos hacia el supermercado—. ¡Hijo de puta!, ¡hijo de puta!, ¡hijo de puta! —susurraba.
Intentó no pensar en nada. Tan sólo se mantuvo mascullando aquello hasta llegar al trabajo, en el que fue cruelmente regañado y humillado por ir en aquellas condiciones. Tan sólo le permitieron ir a la caja, sentarse y comenzar a atender a las personas, pero como castigo no le dejaron limpiarse la cara.
—Tan solo... algo. Algo, quién sea, no me importa, ayúdeme en esta mierda de vida. Dios, Jesús, Satanás, a quien mierda se le dé la gana —Rogaba Louis.
Dejó de meter cosas de una clienta en la bolsa debido a que su mirada fue a las luces del supermercado, que parpadeaban. No hubiese sido extraño si no fuese porque parpadeaban en un mismo orden. Una bombilla se apagaba y se prendían cuando dos volvían a parpadear.
Una estúpida idea cruzó por su mente, pero lo hizo. Recordando el código morse que había aprendido gracias a su abuelo fallecido, sus ojos se abrieron de más ante el mensaje repetitivo.
“Estoy aquí. Estoy aquí. Estoy aquí. Estoy aquí” . Parecían decir las luces... como si sus ruegos hubiesen sido escuchados.
Los focos explotaron, provocando el susto de todas las personas en el lugar. Se oyó una risita dulce, traviesa, y los ojos de Louis buscaron a esa persona en la fila.
Se encontró con un bonito chico —no tan joven, aproximadamente de veinte años, pero su forma de vestir lo hacía lucir algo peculiar—, de rizos, con vestimenta oscura, antigua. Debajo del largo saco negro llevaba una camisa blanca abotonada hasta arriba y una pequeña, adorable corbata del mismo color que el saco. No podía ver lo demás, pero no parecía llevar más que unos pantalones cortos debajo. Su sonrisa era deslumbrante, con hoyuelos en sus mejillas, mientras veía alrededor con pura emoción y curiosidad.
—¡Esto parece una película de terror! —comentó, casi chillando de la emoción.
Louis le dio la razón inclinando su cabeza.
Cuando finalizó de atender a la mujer, había llegado el turno del misterioso joven.
—Buenos días —murmuró Louis educadamente, aunque no tenía muchas ganas de desear buenos días a la gente. El joven era adorable...pero extraño. Alzó ambas cejas cuando éste último dejó una gran cantidad de dulces que planeaba comprar—. Vaya...
—Me gustan mucho, mucho las golosinas —se excusó, encogiéndose de hombros mientras observaba las manos de Louis registrar en la caja cada dulce—. Pareces hacer todo tan fluido, e incluso sin luz. ¿Hace mucho trabajas aquí?
—Hace casi cuatro años —respondió de manera seca. Se sintió mal por la animada manera en la que el rizado le hablaba, así que decidió devolver la pregunta—. ¿Tú? ¿Hace mucho vives aquí? Nunca te he visto.
El chico negó, viéndolo fijo a los ojos.
—Yo acabo de llegar.
Louis le devolvió la mirada por unos segundos, terminó con las últimas golosinas antes de tomar una bolsa pequeña y meter todo allí. Esperó la paga luego de informarle el monto, como habitualmente hacía, pero se sorprendió al notar cómo el rizado daba la vuelta, saliendo del lado del cliente y quedando del lado del cajero, donde estaba el castaño.
—¿Qué...?
Sus ojos se abrieron de más cuando fue tomado de las mejillas e inclinado hacia abajo, a la altura del desconocido muchacho. Sintió unos fríos y húmedos labios sobre los suyos, acariciando su labio inferior de manera lenta y suavecita. Ni siquiera respiraba, estaba realmente sorprendido, tanto que apenas podía moverse. Un agradable cosquilleo se instaló en su estómago, pero duró poco debido a que el rizado se alejó, viéndolo a los ojos con una pequeña sonrisita ladina.
—Nos vemos, Louis.
Sin más, tomó la bolsa y se fue. Louis parpadeó rápidamente, sin llegar a tiempo a seguirle con la mirada debido a que no se encontraba más en el lugar. Vio alrededor, notando que algunas personas lo miraban con cierto espanto por la escena de minutos atrás. Respiró profundamente y volvió a acomodarse en su asiento, esperando a más clientes mientras se preguntaba quién era ese joven, porqué lo había besado y cómo sabía su nombre.
Cuando llegó el final del día, luego de estar todo el rato limpiando, refregando paredes, limpiando el piso, y cambiando los focos de luz, se reunió con su jefe, esperando la paga. Su ceño se frunció al recibir mucho menos de lo mínimo esperado.
—¿Tan solo esto por llegar tres horas tarde? —preguntó Louis tristemente sorprendido. El anciano lo observó extrañado por la queja—. ¡Son las doce de la noche! Mi turno terminaba a las ocho y media. —argumentó el joven hombre.
—Por mí vete a la hora que quieras, luego de todo lo que provocaste hoy hasta puedes ir buscando un nuevo trabajo.
Ya harto, se mantuvo firme y enojado. No iba a quebrarse.
—¿Qué es exactamente lo que hice hoy?
—Además de tu tardanza, llegar golpeado y andar con un humor de perros durante todo el día, te atreviste a.... a besar a un hombre frente a todo el supermercado —comentó asqueado y enojado, bajando la mirada. No podía ni mirarlo—. No estoy en contra, pero me parece repugnante, y todos te vieron.
—Bueno, eso claramente es estar en contra. ¡Y yo no lo besé, el me besó!, el que me hayan golpeado no es mi culpa, y tampoco el quedarme dormido, porque trabajo más horas de las que debería. ¡He estado trabajando muchísimo estos días, recibiendo una miseria!
—¡¿Miseria?! ¡¿A eso le llamas miseria? —Apuntó al dinero en la mano de Louis, el cual formó un puño, arrugándolo—. ¡Es lo menos que te mereces, maleducado! ¡Voy a dejarte volver mañana, solo porque soy una buena persona!
—¡Por mí váyase a la mierda y quédese allá! — Eso había sido todo, no iba a dejar que lo tomaran de imbécil. Se giró, y caminó hacia la puerta—. ¡Usted no es una buena persona! Tanto que va a la iglesia, ¡Vaya y cuéntele a Dios y a la Virgen María que me hacía arrastrar por el pasillo para limpiar la mugre de sus zapatos por poco dinero!
—¡Hijo de la reverenda p...!
Cerró la puerta justo a tiempo, guardando el dinero en su bolsillo mientras caminaba a paso rápido y furioso por el supermercado, hacia la salida.
El frío lo invadió. Se maldijo al haber olvidado su abrigo dentro. De todas formas, no tenía absolutamente nada en él. Podría vender algunos libros de su estantería y algunos muebles. Algo, debía pensar en algo.
—¿No tienes frío? —Dio un salto al oír la voz a su lado. Sorprendido de ver al mismo joven que lo había besado en el supermercado, detuvo su paso. Éste se giró, también deteniéndose. Louis pudo notar que más abajo de los pantalones cortos llevaba unos calcetines largos hasta las rodillas, negros, y unos zapatos algo elegantes, con velcro.
Su ceño se frunció al notar su propio abrigo en una de las manos del rizado.
—¿Qué...? ¿Cómo tomaste eso? —Le quitó el abrigo con brusquedad y se lo puso.
El ceño del misterioso chico se frunció, manifestando su confusión mientras ladeaba levemente su cabeza.
—Yo te esperé hasta que salieras.
— ¿Por qué? No te conozco. Ni siquiera sé tu nombre.
—No tengo un nombre —respondió, más seco. La dulzura se estaba desvaneciendo, cada vez estaba más circunspecto, hablaba un poco más bajo y el color verde en sus ojos se oscurecía—. Estoy aquí porque tú me llamaste.
El corazón de Louis latió con más fuerza, sin comprender qué sucedía exactamente, suponiendo algo, pero... no.
No podía ser. Simplemente, no podía.
—No entiendo nada.
—No es muy difícil de comprender —respondió con algo de arrogancia, dando media vuelta y continuando su andar nada presuroso. Se giró a una distancia considerable, viendo fijamente al castaño, como aguardando.
Louis se detuvo y lo observó por unos segundos antes de, nuevamente, comenzar a andar. Una vez llegó a donde estaba el chico, ambos continuaron el camino en silencio. El castaño se encontraba realmente tenso.
¿Acaso era un sueño? ¿Una pesadilla?
—Creí oír que estabas dispuesto a recibir un milagro de quién sea. ¿Por qué ahora estás tan asustado? —Suspiró, negando con suavidad, mientras soltaba pequeños "Mmm"—. Ustedes no saben realmente lo que piden hasta que lo obtienen, ¿verdad? —Lo observó de reojo—. Bueno, déjame decirte algo —se detuvo, y junto a él, Louis—. Lamentablemente para ti, soy todo lo que jamás deseaste, pero puedo ayudarte más que un ángel.
—¿No eres un ángel?
El rizado alzó las cejas, inclinando un poco su cabeza.
— ¿Luzco como uno?
"Sí" Pensó Louis.
—¡No! —carraspeó, y continuó caminando a la par del muchacho. Se mantuvo en silencio, pensando exactamente qué podría decir—. Entonces... ¿quién eres tú?
Una risita provino de los gruesos y rojizos labios del mozuelo.
— Si te digo, puede que te asustes —canturreó bajito. Metió una mano en su bolsillo y sacó una paleta que había comprado en el supermercado donde trabajaba Louis, metiéndolo en su boca luego de quitar la envoltura. Saboreó ruidosamente, quitándolo de su boca al finalizar y sosteniéndolo en su pequeña mano—. Uhm, bueno. Soy algo así como un servidor del rey del inframundo. ¿Eso está bien? ¿Es una buena manera, delicada, de decirlo?
Louis metió las manos en su bolsillo. No podía permitir que el jov... que el demonio notase los temblores en ellas. Intentaba permanecer tranquilo, pero sentía que la cordura se le estaba escapando de las manos, que nada era real.
Simplemente, se mantuvo en silencio, pensativo y con los nervios de punta. Adelantó el paso, oyendo las quejas caprichosas del rizado. Subió los cortos escalones de la entrada de su hogar y dio un par de golpes, provocando insultos de su abuela del otro lado hasta que abrió la puerta.
—¿Lou? ¿Qué te pasó en la cara? —preguntó, preocupada. Louis de inmediato la abrazó, soltando una risita forzada, intentando volver su preocupación un poco más ligera—. ¿Por qué te ríes? ¿Qué pasa?
—¡Shhh!, ¡shhh!, Abuela, no pasa nada, —se apartó un poco, y la anciana lo tomó del rostro— estoy bien. Yendo al trabajo me di un gran golpe, estaba algo dormido.
—¿Desayunaste? Louis, ¿comiste algo? —hablaba realmente rápido.
El castaño le tomó las manos, negando con suavidad.
—Sí, comí —mintió—. Por favor, no te preocupes. Todo está bien. No tienes que preocuparte, abuela.
—Necesitas descansar, ¿de acuerdo? Voy a prepararte algo rico para comer —apuntó con su dedo índice a su nieto cuando este iba a hablar—. Y me importa una mierda si ya comiste. —Louis rodó sus ojos, intentando no reír por el vocabulario de su abuela. Siempre hablaba de aquella forma, pero irradiaba ternura por su dulce voz—. Te vas a acostar y dejas que tu abuela te prepare cosas ricas.
—¿Tomaste la pastilla, abue?
—Es la última —comentó, intentando sonar desinteresada mientras se giraba y caminaba hacia la cocina—. Pero ya la tomé. Puedo intentar conseguir mañana.
Louis la siguió hasta la pequeña cocina, observándola poner la tetera mientras la oía comentar que le prepararía una sopa.
—Abue, encontraremos algo, no te preocupes.
—Cielo, tú no te tienes que preocupar. Es mi salud. De esto me encargo yo, ¿de acuerdo? Ahora vete a la cama, no me hagas repetirlo.
Suspiró profundamente antes de voltearse y caminar hacia la habitación, tragando saliva con fuerza mientras cerraba la puerta de su cuarto. Encendió la luz y se volteó, dando un salto al encontrarse con el chico de rizos sobre una mecedora en la esquina del cuarto, hamacándose. Aquella silla era de su abuela, pero él la usaba en las noches de insomnio donde, extrañamente, hamacarse funcionaba.
—¿Esa es tu abuelita? ¡Qué linda! —Empujó con uno de sus pies una caja pesada.
Louis bajó la mirada, abriendo sus ojos de par en par al notar que la caja estaba llena de otras más pequeñas, cajas de farmacias reconocibles ante sus ojos. Eran los comprimidos de la medicación que necesitaba su abuela.
—¿Eso...? ¿Eso es...?
—¡Sí! ¡Lo sé! —exclamó, sonriente mientras se ponía de pie. Derecho y formal, realizó una reverencia hacia Louis—. De ahora en más, seré tu fiel sirviente.
—¿Mi sirviente? —el demonio asintió, enderezándose y viendo fijamente al castaño el cual, poco a poco, fruncía su ceño— ¿A cambio de qué?
La sonrisa del rizado se volvió más ligera, con menos emoción.
— ¿No es obvio? —Alzó un poquito una de sus cejas, y ambos se observaron fijamente—. ¡Quiero comerme tu alma!
Louis empalideció de manera inmediata, parpadeando rápidamente.
— ¿Mi alma? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Cuando mueras, por supuesto —respondió el joven, dando un paso al frente—. Te seré totalmente leal, te protegeré y daré lo que desees. Sin embargo, cuando llegue el día de tu muerte, yo me llevaré tu alma e incluso estaré contigo en la infinita oscuridad.
—¿Y qué si me niego?
El demonio inclinó un poco su cabeza, aún con una fría sonrisita en sus labios. Tan sólo cuando hacía aquello, o se mantenía de forma seria, no lucía para nada dulce. Era como si todo rastro angelical se esfumase a la velocidad de la luz.
—Me voy, y conmigo se va todo lo que he traído.
Allí fue cuando Louis comprendió que debía aceptar. Por su abuela, por su trabajo, por sus vidas...
Por él.
—Está bien. Acepto. —Admiró la sonrisa en los labios del demonio expandirse, mostrando unos adorables hoyuelos—. ¿Me dirías tu nombre?
—No tengo uno —se sentó en la cama de Louis en un salto y, al haber rebotado, no pudo evitar dar otro saltito—. ¿Me puedes poner uno? Después de todo, eres mi amo.
Louis sintió un tirón en su miembro por esa última frase, y dirigió su mirada a la habitación. ¿En serio aquello lo estaba poniendo duro? Como se notaba que no estaba con alguien desde hacía... siglos.
Dirigió sus pensamientos a lo que había dicho el demonio, y su mirada se dirigió a la estantería del rincón, repleta de libros.
—Harry —mencionó en un susurro, llevando su mirada al joven de rizos, el cual dejó de dar saltitos y lo miró seriamente, parpadeando con lentitud—. Te vas a llamar Harry.
El demonio sonrió de lado.
—Me queda precioso.
Desapareció en un parpadeo cuando la abuela de Louis se adentró al cuarto. Le dejó la sopa de calabaza en la mesa de noche, y el castaño aprovechó para darle la sorpresa de los medicamentos. Le mintió, diciéndole que lo habían ascendido por su buena conducta, y la hizo realmente feliz hasta que salió del cuarto, pues había llegado la hora de dormir.
Y, entre tantos pensamientos, logró dormirse. Jamás se había dormido tan temprano, pero se había deshecho de muchas preocupaciones que anteriormente invadían su mente. Ahora la única preocupación que tenía era la de una presencia demoníaca acechando su alma, dando diez pasos cuando él daba uno. Siempre por delante, siempre sigiloso y obediente.
Pero no le importaba ir al Infierno. Harry ahora se había vuelto una parte de él.
¿Y lo mejor?
No le desagradaba ni un poco.
2001
MUNDO ORIGINAL.
Muerte cerró el libro de manera brusca, boquiabierto, soltando un jadeo algo silencioso.
—Esto... —Negó y volvió a abrir el libro, buscando entre otras páginas. ¿No había continuación? ¿Realmente se iba a quedar con la intriga para toda la vida?
—¿Qué estás haciendo?
Soltó un gritillo del susto, dejando caer el libro al suelo y girándose deprisa. Se encontró con el mismísimo Diablo, que también era su esposo y la criatura sobrenatural que más amaba en el universo.
Y en otros, seguramente.
Luego de un largo día de trabajo como Muerte, éste se había ido al infierno a buscar a su esposo. Estaba cansado, necesitaba atención y muestras de cariño. El rey del inframundo estaba ocupado y Harry decidió esperar. Se había distraído husmeando algunos contratos en el escritorio a un lado de la fogata, pero finalmente decidió hojear todos aquellos libros que había en la enorme e infinita pared.
Se había subido a la larga escalera y había tomado aproximadamente seis libros de la sección en la que, una vez, Louis le había indicado que se basaban en mundos alternativos, universos paralelos, etc. Podría haber cualquier cosa, pero jamás creyó que encontraría aproximadamente dos libros en donde hubiese vidas paralelas del mismísimo Diablo. Era algo confuso, porque éste era el rey del inframundo en todos los mundos. Sin embargo, tenía historias.
—Yo...yo...yo estaba... ¿Dónde estabas tú?
El ceño del Diablo se frunció un poco.
—Trabajando, por supuesto.
—Es que yo...te extrañé —En la mirada de su esposo notó aquella señal que le hizo acercarse y refugiarse en su pecho, siendo envuelto por brazos cálidos y fuertes—. Tuve un día agotador.
—Siempre los tienes —Sintió un beso sobre su cabello, y caricias de los dedos repletos de anillos de su esposo acariciando su espalda—. ¿Qué estabas leyendo? —Harry apartó su rostro del pecho de Louis, alzándolo y cerrando sus ojos cuando recibió un suave y lento beso en sus labios—. ¿Mmm? ¿Estabas husmeando mis libros, niño?
—La sección de los universos alternativos. Aparentemente, tú fuiste un simple mundano y tenías un demonio. Adivina como se llam...
—Harry. Sí, eras tú —interrumpió, asintiendo lentamente y asiendo con fuerza el cuerpo de su esposo para que no se alejase—. ¿Te sorprende?
—Sí, y no lo entiendo. ¿No que tú eras el único Diablo? ¿Cómo puedes tener una vida si eres como ésta en todas?
—Mi historia no es como la de los demás. El libro donde dice eso, más bien, es algo que podría haber sucedido. —Lo aferró más cerca, haciéndolo ponerse de puntitas de pies—. ¡Niño travieso!, husmeando el despacho del Diablo.
Aquel último comentario provocó que las mejillas de Muerte comenzasen a arder, bajando su mirada, mientras sus dedos acariciaban la nuca del rey del inframundo.
—Lo siento, estaba aburrido —respondió, y alzó nuevamente la mirada, cerrando sus ojos cuando recibió otro lento, profundo, pero pausado beso.
—¿Fuiste a ver a los niños?
—Sí, estaban durmiendo. Fionn se irá apenas lleguemos, pero quise venir por ti.
—¡Mmm! —Tomó el labio inferior de su niño favorito, chupando antes de lamer, finalizando con un beso que le quitó el aliento al más bajo—. Bueno, entonces vamos.
Tan solo bastó para que Harry acomodase el libro, se girase, y tomase la mano de su esposo. En un parpadeo, ambos habían salido de aquel despacho, retomando la vida que diariamente sobrellevaban sin problema alguno y con mucho gusto.
2002
HALLOWEEN
—Entonces, Louis y tú están destinados, tanto en este universo... ¿Como en otros? —Fionn se encontraba encantado, fascinado con aquella sorpresa. El Diablo asintió ante su pregunta, sosteniendo a sus dos hijos en brazos, quienes querían permanecer despiertos, verdaderamente intrigados por el tema, pero el sueño les ganaba—. Eso es... bueno, iba a decir que era increíble, pero en ningún momento aparecí allí.
—Hay muchos de esos libros. ¿Quién sabe, Fi? Tal vez, en otro universo, eres el mejor amigo de Louis, o mi archienemigo.
—Es extraño pensarte a ti como villano —comentó el mejor amigo de Muerte, quien sonrió débilmente—. Como alguien propuesto a realizar maldades, ¿sabes? Jamás podría imaginarte en esa posición.
Repentinamente, el ambiente se volvió algo tenso, porque todos permanecieron en silencio, sabiendo perfectamente —aún más Louis— lo que el rizado pensaba al respecto.
—De acuerdo —Fionn se puso de pie, observando al arcángel— ¿Los llevo a la cama?
—Yo iré. Permanece con tu amigo un rato, tal vez necesiten hablar de un par de cosas —El Diablo se puso de pie, sosteniendo mejor a sus hijos en brazos, murmurando suavemente en un idioma indescifrable algo verdaderamente precioso que, para suerte de Muerte, ya podía comprender gracias a su destino sobrenatural— No me tardo.
—Está bien —murmuró Harry, siendo rodeado por los hombros con el brazo de Fionn, quien se sentó a su lado, suspirando profundamente. El rizado lo observó con curiosidad—. ¿Qué ocurre?
—¿Necesitas hablar?
—Estoy bien, Fi. Realmente, lo estoy.
—Yo no mencioné que podrías sentirte mal, simplemente digo... —la Parca se encogió de hombros, mirando hacia las llamas de la fogata, que mantenía cálido el ambiente— que, si necesitas hablar, aquí estoy para ti.
—Y yo para ti. Es solo... son solo pensamientos negativos en mi cabeza, que temo que sucedan... o hayan sucedido, —murmuró Muerte, con su mirada perdida en las golosinas que sus hijos habían dejado sobre la alfombra— pero creo que... expresarlos en voz alta, últimamente, no es lo mío.
—Comprendo —respondió Fionn antes de revolver los rizos cortos de su mejor amigo, sonriéndole con cariño—. Espero que todos esos pensamientos, incluso si pasan años, desaparezcan al saber lo que verdaderamente, pensamos de ti quienes estamos a tu alrededor.
Harry sonrió débilmente.
—De acuerdo.
La Parca se levantó de su sitio.
—¿Sabes lo único que no te voy a perdonar en la vida? No haber ido al concierto de Frank Sinatra. Ahora está más muerto que el corazón de Louis y tuve que hacer cosas peores que una invocación al Diablo para conseguir esas entradas.
Los enormes ojos de Muerte se abrieron de más, repentinamente preocupado.
— ¿Qué...? ¿Qué hiciste?
—¡Nah!, bromeaba —Fionn rio, entusiasmado por haber dramatizado—. Tuve que lavar los platos. Odio lavar los platos. ¡Que cosa horrible, Harry! En verdad —ambos se sonrieron mutuamente antes de que la Parca hiciese una reverencia—. Me voy, el trabajo me llama.
—Gracias por llevar a los niños a divertirse —agradeció su mejor amigo, agitando su mano con suavidad, en una despedida—. Te adoro.
—No te pongas así conmigo, que me enamoro —la mirada de Fionn se dirigió al pasillo, donde, casualmente, Louis regresaba a la sala—. Mierda, me voy —Y, en tan sólo un parpadeo, ya no se encontraba allí.
Harry rio dulcemente, observando a su esposo y extendiendo su mano para que éste se sentase a su lado, cosa que hizo. Repentinamente, el rizado se encontraba en un estado que él llamaría hecho un moco, quería estar pegado a Louis, sin interrupciones, tan solo recibiendo y dando cariño.
—Lo escuché —dijo el Diablo, haciendo reír a su niño favorito antes de besar suavemente sus labios—. Las va a pagar.
—Déjalo, hace mucho por nosotros, y lo adoro.
—Lo sé —murmuró el arcángel, aunque parecía costarle admitirlo—. Por cierto, ¿no le has informado que estamos casados?
Las mejillas de Harry se tornaron rosadas, mostrando una repentina timidez mientras ocultaba su rostro en el hombro contrario.
—Creerá que me refiero a un casamiento de verdad, no a un compromiso. Además, me gusta conservar esa historia para mí, para nosotros.
Louis le dirigió una mirada tan cálida, que ni siquiera podía igualarse a la calidez que producían las llamas de la fogata. Con suma delicadeza, alzó el mentón de su esposo, observándolo a los ojos por unos segundos antes de aproximarse a sus labios, tan sólo rozándolos. Los ojos de Harry se entrecerraron un poco, esperando aquel tan anhelado beso que siempre deseaba obtener.
—Un pequeño secreto entre nosotros... Me agrada.
—A mi parecer, fue uno de los mejores días de mi vida —comentó Muerte, quien llevó una de sus manos a la nuca de Louis, acariciando su corto y lacio cabello—. No me lo esperaba.
—En aquel entonces, fue difícil para mí... —Dejó lentos y entrecortados besos en los gruesos, rojizos labios de su niño favorito—, pero siempre estaré dispuesto a que esto dure para toda la eternidad. Te lo prometí.
—Espero que se cumpla, Lou.
—Es una epifanía, la acabo de inventar, y lo decreto... porque quiero y puedo.
Durante el resto de la madrugada, mientras sus hijos, quienes estaban agotados por el gran día que tuvieron, dormían, se dedicaron a besarse con lentitud, suavidad, conversando entre caricias y recordando aquel memorable día.
FIN.
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