Silencio
Dicen que lo peor que puedes vivir en alta mar es una tormenta. Yo difiero, sobreviví a una y aunque fue la experiencia más aterradora de mi vida, no se compara con la angustia que sentí al verla marchar de mi camarote una vez que el barco se estabilizó lo suficiente.
Pero, ¿Por qué me angustiaba? Era de esperarse, Zirani no despreciaba nuestro estilo de vida, pero no lo compartía ni lo aceptaba del todo. Lo ocurrido solo había sido un momento de debilidad y curiosidad de su parte.
Acaricié mis labios, no dejaban de hormiguear, ni siquiera el amargo regusto del ron mezclado con limón podía desvanecer de mi boca el sabor de sus labios.
—Soy una estúpida—suspiré. No era ninguna adolescente enamoradiza para dar tal importancia a un beso.
Tomé un gran sorbo de ron y noté con alivio, como empezaba a hacer efecto sobre cada centímetro de mi magullado cuerpo. El dolor desaparecía, los ecos del miedo se convertían en meras sombras en el fondo de mi mente.
Ahora entendía porque habían entregado una pequeña barrica de ron a cada pasajero. Luego de una experiencia así, lo mínimo que muchos deseaban hacer era olvidarla. Las experiencias de vida eran importantes para construir el carácter, pero algunas era mejor arrancarlas de la mente.
Un suave golpeteo me sacó de mis cavilaciones. Me impulsé con el pie desde la pared contraria para acercarme a la cerradura. Abrí la puerta y revelé a un agitado Einar.
Estaba empapado. Su cabello se encontraba completamente apelmazado contra su cráneo, sus ojos carecían de aquel brillo característico que tanto me encantaba observar y sus manos manchadas de brea no dejaban de temblar.
Enseguida le serví un generoso vaso de ron, el cual vació casi de un trago, sin despegar los labios del borde ni para respirar. Extendió la mano con ansiedad y le serví un segundo vaso.
—Ha sido la peor tormenta que he experimentado en mi vida—masculló entre sorbos—. Casi perdemos el palo mayor, por suerte, el palo de mesana y de trinquete están intactos. Las velas necesitarán algunas costuras y pedimos el rumbo a causa de ese remolino. Tenemos que esperar que salga el sol para ubicarnos.
Miré a través de mi ventana, el cielo estaba casi tan oscuro como la noche misma.
—Si—respondió a mi pregunta no formulada—. Tardará en salir, pero con suerte podremos verlo en un día o dos.
—Solo un par de días de retraso, eso no es tan malo—musité, aunque en mi interior estaba tirando de mi cabello. Dos días más de tortura.
—¿Un par? —rio con amargura—. Tendremos suerte si solo nos retrasamos una semana, a eso añade que perdimos los animales. Las olas los arrastraron y poco pudimos hacer para salvarlos. Incluso, si hubieran sobrevivido, estarían en tan mal estado que habría que sacrificarlos.
—¿No tenemos comida? —inquirí alarmada ¡Iba a morir de hambre!
—Si tenemos, aún quedan sacos de trigo, algunos vegetales y carne salada. Llegado el caso, podemos pescar—sonrió con amargura—. Lo verdaderamente grave es el agua. Perdimos algunos barriles.
—Seguro que los de vino y ron están intactos—respondí con ironía jugando con el ron que quedaba en mi vaso.
Genial, sin agua y solo con comida básica. Este viaje solo iba a peor.
Como si de una señal divina se tratase, escuchamos el silbato de la capitana. Era un llamado a cubierta. Todos debíamos acudir. Einar y yo subimos las escaleras entre tropezones, él parecía mucho más estable que yo. Después de todo, era un hombre de mar, seguro tenía el hígado macerado en ron.
La capitana se encontraba en la cubierta de toldilla junto a las oficiales. En el alcázar nos encontrábamos los pasajeros y a partir del combes, los marineros y algunos pasajeros de clase baja que iban rumbo al Nuevo Mundo a iniciar nuevas vidas. Aquellos pasajeros eran un misterio casi nunca se les veía por el barco, pero se sabía estaban alojados en pequeños camarotes justo debajo del castillo de proa.
—Nuestro glorioso navío ha sobrevivido a la tormenta más poderosa de su vida—empezó. Su porte severo no se encontraba menguado por el agotamiento que, muy a su pesar, demostraban sus ojos—. Trágicamente, hemos perdido a tres valiosos marineros quienes, en cumplimiento de su deber, cayeron por la borda ante lo más crudo de la tormenta.
Mencionó sus nombres con gran sentimiento, a lo que siguió un minuto de silencio.
Observé con detenimiento la cubierta, en cada centímetro se podían notar los estragos dejados atrás por el temporal. Aquí y allá se notaban averías. Algunos cabos de las velas se encontraban sueltos, de las jarcias destrozadas colgaban trozos de mustias algas, la madera se notaba tan húmeda que parecía que en cualquier momento se iba a desmigajar y algunos obenques se balanceaban con el brusco movimiento de las olas aún agitadas.
—Nos encontramos ante una situación crítica. Como sabrán, perdimos los animales de granja y algunos barriles de agua. Es por ello que he decidido implementar un esquema de racionamiento que nos permitirá llegar a la isla más cercana. La cual, según nuestros mapas, es la isla Goi.
—¿No íbamos hacia Hallkatla? —inquirí en voz alta.
La capitana alzó una ceja en mi dirección, suspiró y cuadró sus hombros con la maestría de quien está acostumbrada a tomar decisiones difíciles.
—Hemos perdido casi en su totalidad el juanete mayor, la gavia y la vela mayor—señaló hacia el palo mayor, desde sus respectivas vergas colgaban algunos jirones de tela—. Las velas de los palos de trinquete y mesana no son suficientes para impulsarnos hasta el Nuevo Mundo y moriríamos antes de llegar y lo que es peor, se encuentran averiadas. Debemos detenernos en esa pequeña isla para reponer nuestras provisiones, reparar el palo mayor y encontrar nuevas velas.
Asentí, aquello tenía sentido, no me apetecía para nada morir de hambre en alta mar. Además, en Calixtho corrían horrendos rumores sobre tripulaciones caníbales. Barcos del reino que perdían su rumbo a causa de ataques piratas y cuya tripulación perdía la cabeza.
—Cada pasajero deberá encargarse de la limpieza de su camarote. Nuestros marineros, pajes y grumetes están ocupados manteniendo esta gloriosa embarcación a flote. Necesitaremos de toda su colaboración.
Rodé los ojos. Solo en la Palestra había lavado li uniforme. Del resto, siempre eran las sirvientas las q se encargaban del orden y la limpieza de mi habitación.
Así fue como me vi cargando un cubo vacío y estropajo hacia mi camarote. El estropajo absorbía el aparente eterno pozo de agua en que se había convertido mi habitación y aunque estrujara con todas mis fuerzas, exprimiera litros de agua y lanzara los contenidos del cubo por encima de las amuradas, el agua no parecía ceder.
No quería admitirlo, pero de haber ocurrido algo similar a inicios de este viaje, no habría luchado contra el agua que inundaba mi habitación. Quizás, solo quizás, empezaba a cambiar. Para gran horror de mi yo del pasado.
En mi enésimo viaje para vaciar el cubo la vi, estaba arrodillada trabajando tan arduamente como yo en secar su camarote. Bufé, entendía que estábamos escasos de personales, pero hacer trabajar a una mujer herida era de animales.
Me acerqué a ella movida por la preocupación. Zirani, al verme, trató de alejarse. El movimiento del barco se lo impidió y tuvo que sujetarse del dintel de la puerta.
—No voy a saltar sobre tus pobres y magullados huesos—protesté—. Solo venía a ver si estabas bien, no deberías estar trabajando.
No pude evitarlo, me incliné y aparté el flequillo que tapaba el moretón sobre su ceja.
—Nos pidieron que limpiáramos, que no podían ayudarnos y—volvió a sujetarse del dintel. Dejé mis dedos contra su frente y noté que su piel, además de pálida, estaba fría y sudorosa.
—Ven conmigo—tomé su mano y la ayudé a ponerse en pie.
Di un vistazo a su camarote, estaba completamente inundado y su hamaca aún colgaba solo de un soporte. Suspiré y la llevé hacia el mío.
—¿Qué haces? —inquirió preocupada. Sin embargo, no luchó contra mí y ello, lejos de aliviarme, me angustió.
—Necesitas descansar, no trabajar—sentencié tajante ayudándola a subir a mi hamaca.
—¿Quién secará mi camarote? —inquirió tratando de sonar turbada, sin embargo, no se me escapó el suspiro de alivio que dejó salir sus labios.
—Lo arreglaré con alguien—dije mientras me arrodillaba para continuar secando aquel charco interminable. Podía sentir su mirada sobre mi nuca, mas no levanté la mirada, ya era bastante incómodo estar arrodillada trabajando como una sirvienta a sus pies.
—Se siente tan extraño—confesó.
—¿El qué? —quise agregar "¿El beso?" pero no era momento de echar sal a la herida.
—Esto—señaló con una mano débil el suelo—. En mi tierra era mi madre o yo quienes limpiábamos y mi padre y hermanos se mantenían en sus hamacas, descansando luego de cazar. Me siento fuera de contexto.
Me mordí la lengua. Nuestras realidades eran absolutamente contrarias. Ella era la chica servil y obediente que siempre respetaba a sus padres y yo la niña mimada que todo lo tenía al sonar una campanita.
—Bueno, disfruta del tratamiento—forcé una sonrisa y continué secando, tal vez, con más ahínco que antes. Necesitaba terminar pronto.
—¡Terminé! —exclamé arrojando el estropajo dentro del cubo. El piso limpio y seco de mi camarote era una gran recompensa. Tenía las manos congeladas, arrugadas y algo doloridas, pero había valido la pena.
Levanté la mirada y la vi, dormía, aunque parecía agitada. Decidí que no podía esperar más. Necesitaba que la oficial médico le diera un vistazo ya.
Tomé el cubo y subí a cubierta. El lugar parecía tan destrozado como antes, aunque ya estaban limpiando y reparando las jarcias e instalando nuevos cabos. Dejé el cubo cerca del castillo de proa -donde vi que los estaban dejando los demás pasajeros- y me dirigí hacia el castillo de popa.
—Necesito a la oficial médico—solicité a Audr, quien estaba de guardia en las escalas que daban a la toldilla—. La princesa Zirani no se encuentra bien—añadí. Aquello pareció alarmar a la joven guardiamarina. Dio media vuelta y corrió hacia la toldilla, donde se encontraban las oficiales.
Luego de unos instantes que me parecieron eternos, trajo a Xenia consigo. La doctora se veía agotada, no era para menos, tenía todo un barco a su cargo.
—¿Qué le ocurrió? —inquirió directa mientras caminaba a mi lado.
—Cayó de su hamaca durante la tormenta. Se ha golpeado la cabeza.
Al decir aquello, Xenia solo aceleró el paso. Ingresó a mi camarote y con sorprendente delicadeza tomó la mano de Zirani y buscó su muñeca.
—¿Qué sucede? —balbuceó confundida.
—Tranquila, estás en buenas manos—contuve una sonrisa. Quién diría, la tosca oficial tenía un lado maternal. Esperaba una doctora mal encarada y severa.
Zirani apenas habló durante la revisión. Solo me lanzaba miradas exasperadas cuando Xenia no la veía.
—Un poco de jarabe de opio hará maravillas contigo—recetó luego de un rato—. El golpe no ha sido grave. Solo estas alterada y no es para menos, luego de sufrir una tormenta como la de anoche y tras escuchar los anuncios de la capitana—empezó a buscar en su maletín el mencionado jarabe—. Y mira que le recomendé que esperara a mañana, a que todos estuvieran más calmados, pero Vivian es muy enérgica—sirvió una cucharada generosa de jarabe y la acercó a la boca de una muy sonrojada Zirani.
—Trágalo de una vez—aconsejé, recordando el amargo sabor de aquel medicamento en mi infancia. Zirani obedeció y su rostro se contrajo en una mueca de asco.
—Muy bien—la felicitó Xenia—. No trates de caminar, quédate en este camarote—se dirigió a mí—. Solicitaré a la capitana una nueva habitación para ti y le ordenaré a un paje para que la tenga lista, es evidente que has preparado la tuya y no esperabas este contratiempo.
Asentí y tomé asiento junto a Zirani. Los efectos de aquel potingue se empezaban a notar. Luchaba por mantener los ojos abiertos y mantener a raya la obscena expresión de relajación absoluta que buscaba dominar su rostro.
—Ey, si luchas es peor, solo déjate llevar—recomendé tomando su mano—. Al principio da algo de miedo, por los colores y eso, pero luego se convierten en sueños muy divertidos.
—No has probado los hongos del chamán—bufó.
—Con ese jarabe tengo suficiente—distraída acaricié el dorso de su mano. No me di cuenta que lo hacía hasta que noté su mano laxa contra las mías.
La observé dormir. Sus facciones se relajaban y se veía como la delicada chica de 18 años que era. No como la futura esposa de algún rudo guerrero aborigen. Estaba sumida en mis pensamientos cuando Bera llamó suavemente a la puerta para indicarme que mi nuevo camarote estaba listo.
La guardiamarina torció el gesto al ver que sujetaba la mano de Zirani, pero no dijo nada. Solo me escoltó hasta mis nuevos aposentos y me deseó buenas noches.
Un día entero de tormenta, musité para mi mientras pateaba mis botas y me recostaba en la áspera hamaca. Era un camarote de babor, por lo que el viento no ingresaba tan bien como en el mío.
Lo que, si podía escuchar, eran las conversaciones de los comerciantes, aunque después de lo que escuché, tenía serias dudas respecto a su profesión.
—Mira si no son aceptados nuestros planes que incluso esta tormenta nos lleva a donde deseamos ir—dijo un con un fervor enfermizo.
—Los caminos se abren para los practicantes de la verdadera fe—respondió el otro.
—No sean idiotas, las oficiales conocen la verdadera naturaleza de Goi, no las dejaran ni un momento a solas.
—Lo dudo ¿Viste como trataron a la princesa? Claro, con su actitud yo también lo habría hecho, maldición, la habría atado de los tobillos hasta que rogara perdón.
Me sentí ruborizar, aquellos idiotas hablaban de mi sin ningún pudor o respeto. Era la heredera, en unos años tendrían que reverenciarme. Pateé la pared y tarde me di cuenta del estruendo que provoqué.
—¿Qué fue eso? —susurró alarmado uno de ellos.
—Este barco maldito se cae a pedazos—respondió otro.
—No podemos seguir hablando aquí. No es seguro.
Me abofeteé mentalmente, por culpa de mis berrinches iba a perder la oportunidad de informarme mejor sobre aquellos funestos planes.
Escuché como abrían la puerta y dos pares se pasos se perdían a través del vestíbulo. Maldije de nuevo mi capacidad para hacer berrinches y me dediqué a pensar en que hacer a continuación.
Era obvio que debía informar a Vivian sobre esto. Aquellos hombres eran peligrosos y habían logrado abordar su navío con funestos planes. ¿Y si habían convencido a los marineros?
Bajé de mi hamaca, me calcé mis botas y abandoné mi camarote. Vivian tenía que estar en el suyo, con el barco en tan malas condiciones, seguro tenía mucho trabajo por delante.
Al acercarme pude ver que era Bera quien montaba guardia. Me vio y no pudo disimular una sonrisita.
—¿De nuevo te han zurrado el trasero? —inquirió con sorna agitando sus trenzas.
—Necesito hablar con la capitana—espeté ignorando su provocación.
—¿Y qué desea hablar una mimada como tú con una mujer tan ocupada como la capitana?
—Es urgente, tu cerebro de rata no lo entendería—respondí cayendo en su juego.
—Pues sin mi permiso no puedes pasar—canturreó altiva—. Y como intentes algo, la misma capitana se encargará de darte una lección.
—¡Bera! —bramó la capitana desde su despacho—. Déjala pasar. Luego discutiremos tus atribuciones y deberes.
Sonreí al ver a Bera palidecer y al pasar a su lado no pude evitar agregar:
—Alguien sí que tendrá una conversación con la capitana.
Disfruté del tono fuego que adquirió su rostro moreno y me abrí paso al despacho. La capitana daba la espalda a la puerta y miraba hacia el mar, perdida en sus pensamientos.
—Más te vale que sea importante—amenazó.
—Lo es—dije recuperando el sentido de urgencia—. Algunos pasajeros están tramando un complot, capitana.
Vivian alzó una ceja, me invitó a sentar con un gesto y luego ella tomó asiento frente a mí.
—¿Quienes?
—Adel, Basim y Fadil—dije con seguridad. El ceño de la capitana se frunció—. Los escuché hablar sobre la isla Goi, sobre como nuestro desvío beneficiaría sus planes.
—La isla Goi es conocida por su riqueza en productos exóticos, no es de sorprender que estén entusiasmados—frotó su entrecejo agotada—. Eso no es un complot de ningún tipo, Anahí.
—Hablaban de secuestrar a alguien, a una princesa—añadí exasperada al ver que no me creía ni siquiera un poco.
—Ya, y las únicas princesas a bordo son tú y Zirani—se levantó y empezó a pasear detrás del escritorio—. Debo admitir que la isla es peligrosa, es conocida por sus fondeaderos clandestinos para piratas, nada que no pueda solucionar con asignándole un par de guardias, pero acusar a tres ilustres pasajeros es grave—añadió con severidad.
—Solo he venido a comunicar lo que he escuchado—protesté con amargura. ¿Acaso no era esa la reacción más responsable?
—Escúchame, Anahí, puedo dejarlo pasar, puedo atribuirlo al cansancio y al estrés a causa de la tormenta, incluso a que no deseas pasar por esa isla por el retraso que implica—negoció—. Pero si continúas insistiendo deberé tomar medidas estrictas—amenazó. Aquello, lejos de disuadirme, me enfureció.
—Vine a comunicar lo que escuché, porque creí que era la opción más responsable, ahora veo que el dinero puede más. ¿Cuánto le han pagado por su silencio? —acusé perdiendo el control.
—Basta—rugió eliminando la distancia que nos separaba—¡Bera!
La guardiamarina ingresó al despacho más que dispuesta a ayudar. Podía ver en sus labios una sonrisita de suficiencia que no me agradó en lo absoluto. Empecé a lamentar mis palabras.
—Por favor—la capitana señaló la maldita esquina llena de varas. Bera, muy diligente, le acercó una de las varas. Podía jurar que escogió la más gruesa de todas—. Quédate, como lo indica el manual, en el caso de pasajeros, este castigo requiere de testigos.
Bera asintió y se mantuvo firme junto a la puerta.
—Anahí, traté de evitar esto—dijo la capitana con genuino ¿Remordimiento? Rechiné mis dientes y me levanté de la silla. No quería rendirme, porque hacerlo era aceptar que ella tenía razón y yo no, sin embargo, un forcejeo solo lo empeoraría, y estaba segura de que Bera estaría más que encantada de ayudar.
Permití que la capitana me inclinara sobre el escritorio. Ahora que sabía que esperar, mi corazón latía a toda prisa y mis manos sudaban. Escuché la vara silbar y me preparé para el primer impacto.
Apreté mis dientes, no iba a darles la satisfacción se escucharme gritar. Estaba siendo víctima de la injusticia y del abuso de poder. Además, no iba a darle más material a Bera para que se burlara de mí.
Seis varazos, ni más ni menos. Al terminar, la capitana me permitió levantarme y sin mediar palabra, señaló la salida del despacho.
No tuvo que indicarlo dos veces y antes que ordenara a Bera escoltarme, abandoné aquel lugar lo más rápido que podía. Zirani o yo estábamos en riesgo y debíamos hacer algo. Necesitaba un plan.
Me encontraba sola frente al peligro. Ante la autoridad no era más que una adolescente berrinchuda que no deseaba permanecer un día más a bordo de esta bañera flotante. Carecía de voz y voto y había sido humillada de nuevo. ¿Qué podía aprender de esta experiencia?
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