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Rebeldía

Luché contra la inconsciencia durante horas. Necesitaba pedirles a mis madres que no hicieran nada contra Asgerdur, que era inocente, que había salvado mi vida. Había sido la única persona con la que había tenido contacto durante esos oscuros días, quien había impedido que perdiera la cabeza.

Los brebajes de Ava eran muy efectivos, tal vez demasiado. Solo me permitían permanecer consciente durante unos breves instantes cada día, lo suficiente para alimentarme con caldos y purés y bañarme en una gran tina que me parecía un lujo innecesario.

Inmediatamente después de aquella rutina llena de pomposidad y excesivos cuidados, colocaban en mis manos una taza con aquel brebaje. Ava no se retiraba hasta que comprobaba que lo había consumido por completo.

Traté de luchar contra eso, de verdad que lo intenté. Pero era absolutamente imposible escapar, o tal vez, no lo intentaba lo suficiente. Mi mente solo era una gran nube confusa de gritos desesperados que ensordecían mis pensamientos, una parte deseaba sumergirse en las sábanas de suave y delicioso aroma y no surgir jamás. La otra, solo quería luchar contra este nuevo encierro, escaparse y llegar nadando a Hallkatla si era necesario.

Un día permitieron que abandonara el camarote, al parecer de habían dado cuenta que me encontraba recuperada y no necesitaba más de aquel brebaje. Asignaron a mi cuidado a una molesta guardiana del castillo, una chica de cabello rubio platino en punta, con unos ojos felinos tan amarillos que parecía leerte el alma. Se presentó como Leah, llevaba ya un par de años en el servicio al palacio y no quería abandonarlo por ninguna otra profesión.

Sus pasos me seguían como una sombra maldita donde quiera que fuera. Si salía a tomar aire a la cubierta, ella estaba ahí, a tres pasos de distancia de mi espalda, ansiosa un vigilante, como un resorte a punto de saltar a causa de la tensión. Pronto, cualquier lugar que pudiera visitar del barco se me hizo aburrido, mis madres se encontraban en el castillo de popa, así que evité aquel lugar como si tuviera la peste.

Aburrida y con una extraña sensación en el pecho, como si una uña rasgara poco a poco mi corazón, recordé que Asgerdur se encontraba en el barco, acusado de secuestro y piratería.

—¿Dónde está Asgerdur? —pregunté a Leah mientras lanzaba pequeños trozos de pan duro al mar. En ocasiones algunos pececitos salían a la superficie a comer. Era una manera de combatir la ansiedad, de desquitarme con el pan mohoso que comí en el pasado.

Leah dudó unos instantes, como si le hubieran prohibido decirme la verdad. Fruncí el entrecejo y repetí mi pregunta.

—En los calabozos, princesa—respondió con cierta vergüenza.

—¡Pero él me salvó! —exclamé tirando el resto de la hogaza de pan al mar.

—Solo lo hizo para salvar su propio pellejo—repuso Leah siguiendo mis pasos apresurados sin apenas esfuerzo—. Vio la situación crítica en la que se encontraban y decidió entregarla.

—Se equivocan, él me ayudó desde el principio—tenía ganas de gritar, de patalear y de golpear algo ¡¿Se podía ser más obtuso en esta vida?!

—¿Desde el principio? —inquirió Leah preocupada y curiosa a partes iguales.

—Por supuesto, de no ser por él estaría muerta, durmiendo en el lecho marino—sentencié con vehemencia.

—Pero tus madres dijeron lo contrario.

Cerré mis puños con ira, no sabía que les ocurría a mis madres, pero me escuchaban mucho menos de lo normal. Tal vez el casi perderme las había convertido en ese tipo de madres sobre protectoras, esas que llevaban a sus hijas ya adultas a la Palestra y trataban de quedarse a ver los entrenamientos. Sus hijas mimadas y con una espada en la mano, eran un peligro para sí mismas y para las demás.

—Llévame a los calabozos. Vamos a liberarlo.

—Nada de eso, Anahí—mi madre apareció a través de una de las escaleras que conectaban los entrepuentes—. Asgerdur colaboró en tu secuestro, es un pirata y morirá como los demás prisioneros.

—Él salvó mi vida—gruñí—. Coló medicamentos, atendió mi herida y me llevó comida, sin él estaría muerta.

—No seas ingenua, él sabía que su plan no tendría éxito, simplemente estaba construyendo su balsa de salvamento—los ojos de mi madre refulgían de furia contenida.

—¿Y cómo sabes que no tendrían éxito? Pudieron infiltrarse en nuestras filas, atacar nuestro barco, secuestrarme y, por si fuera poco, cobrarles un rescate.

Mi madre apartó la mirada con incomodidad. Parecía que había tocado una fibra sensible, pero no sabía la razón detrás de aquella reacción ¿Estaba avergonzada o era algo más?

—Madre ¿Qué me estás ocultando?

—Nada, hija.

Algo encajó en mi cabeza y de un momento a otro lo vi todo con claridad. Amarga bilis subió por mi pecho y por un momento la realidad se llenó de puntos negros y rojos. Las advertencias de mi madre de tomarlo con calma cayeron en oídos tan sordos como un pozo profundo.

—¡¿Me utilizaron para atrapar a los piratas?!—chillé—¿Pusieron en peligro la vida de Zirani y la mía? —jadeé con desesperación al comprender las implicaciones de aquel plan.

En ese momento Cadie decidió hacer acto de presencia, acunaba su amplio vientre con singular cariño y otra pieza cayó en algún lugar de mi mente.

—Claro, tienen otra princesa que puede reemplazarme—repuse con veneno en mi voz. Todo tenía sentido ahora.

—Hija, no es lo que crees, subestimamos a los piratas, creímos que Vivian podría con ellos, necesitaba ayuda para desenmascarar a los traidores entre sus filas, nuestro reino necesitaba encontrar el enemigo oculto entre nuestros aliados, la situación era crítica, aún lo es—sonrió condescendiente—. Es algo que no entiendes debido a tu edad, pero si nos permites explicártelo, descubrirás que es una oportunidad de provecho para tu educación.

—¿Educación para qué? —espeté con cinismo— ¿Para dirigir el ejército interno? Todas mis vidas me educaron para heredar la corona.

—¡Y lo seguimos haciendo! No sabemos si este nuevo bebé será una niña—acarició el vientre de Cadie con ternura—. Lo que ocurrió fue un terrible error.

—Es increíble—escupí con cinismo—. Mis propias madres me utilizaron para sus sucios planes—sujeté el mango de mi espada— ¡Un pirata fue mucho más leal a mí que mi propia sangre! ¡Incluso yo conozco de suficiente diplomacia como para saber que una dignataria de otro reino no puede ser utilizada así! ¿O acaso la consideran inferior?

Sin que pudieran detenerme me alejé corriendo y avancé con paso firme hacia los calabozos. Leah se había quedado junto a mis madres, sin saber muy bien que hacer. Esa era una gran ventaja, no me seguiría ni arruinaría mis planes. Era demasiado tímida y poco impositiva para seguirme.

Los calabozos estaban ubicados casi en el mismo lugar que en la fragata. La marinera asignada a la guardia no alcanzó a separar los labios para saludarme. Sujeté su cuello con fuerza y exigí las llaves de los calabozos. Noté que llevaba una mano temblorosa a su cinto, no para buscar las llaves, sino para sacar su daga. Con un fuerte rodillazo aplasté aquellos dedos contra la pared.

—Si lo hacías ibas a amenazar a tu soberana—amenacé—. Obedece y lo olvidaré.

Aquella chica ahogó un gemido de dolor y con la mano libre me acercó las llaves. Agradecí con una sonrisa despectiva y estrellé la parte posterior de su cabeza contra la pared. Dormiría un rato.

Crucé a zancadas el estrecho pasillo que separaba las dos filas de celdas e hice caso omiso a los gritos y amenazas de los piratas capturados. Ni siquiera sentí satisfacción al verlos encadenados a la pared, sentados sobre sus propios desperdicios y temblando debido al frío y la humedad perennes. Mi objetivo era otro.

Asgerdur se encontraba en la última celda, no estaba atado a la pared, por lo que se acercó a toda prisa a la puerta tan pronto me vio ahí.

—¿Anahí? ¡Estás viva! Pensé que algo te había ocurrido. No me habían sacado de aquí, así que pensé lo peor—jadeó. Su cabello se encontraba de punta y su ropa estaba acartonada. No le habían permitido lavarla luego de haber salvado mi vida.

—Nos vamos de aquí, Asgerdur.

Con dedos frenéticos probé cada llave hasta encontrar la correcta. Mis oídos en su frenesí paranoico escuchaban ya los pasos de las guerreras enviadas a detenernos. Por suerte, Asgerdur y yo logramos recorrer el pasillo y las escaleras sin ningún inconveniente. Al parecer, mis madres habían decidido darme espacio y a la vez, me habían subestimado. Creían que era la joven de los berrinches que habían dejado en un barco maldito y condenado a un ataque pirata.

—Te meterás en problemas, muéstrame el camino hacia un bote salvavidas y me iré sin que lo noten—murmuró Asgerdur mientras nos escondíamos bajo una escalera para tomar aliento y pensar.

—Me iré contigo, eso les enseñará—gruñí iracunda.

Asgerdur tuvo la sabiduría de no preguntar nada más y me siguió a través de algunos pasillos mientras planeábamos nuestro acercamiento a uno de los botes ara huir.

—Debemos hacerlo de noche—indicó.

—Notarán que ya no estás—sacudí la cabeza—. Debemos hacerlo ahora, solo necesitamos una distracción.

—Fuego—indicó con tono lúgubre.

—Es demasiado arriesgado, quiero huir, no matar a mis madres—rechacé alarmada.

—Si inicia en la cocina, podrá ser controlado rápidamente y la dirección del viento contribuirá a evitar su propagación—indicó—. Solo debes dejar caer alguna vela sobre una toalla, generalmente están tan grasientas que encienden rápido.

Asentí no muy segura de aquel plan, pero debíamos hacer algo rápido. Actuar antes que la guardiana de los calabozos fuera descubierta o despertara.

Dejé a Asgerdur escondido en un pequeño armario de suministros y me escurrí hacia las cocinas. Fingir malestar y desequilibrio fue sencillo. La amable cocinera se distrajo buscando algunas hierbas, momento que aproveché para dejar caer una vela sobre un paño roñoso que había tenido mejores días.

La pobre mujer me empujó fuera, preocupada por mi integridad, luego, dio la alarma y la tripulación en pleno corrió a atender aquel peligro en potencia. Asgerdur tenía razón, nada aterraba más que un incendio en altamar. Aún más cuando se trataba del barco real y la vida de las soberanas se encontraba en peligro.

Corrí en dirección contraria, silenciando los amargos gritos de culpabilidad que escapaban de mi corazón. No paraban de recordarme que un susto así podía poner la vida de Cadie y la de mi futura en peligro, que el incendio podía salirse de control y todos moriríamos a unos días de distancia de la costa.

Corrí a la bodega y me hice con un barril de agua, luego encontré un paquete de galletas y con aquellas efímeras provisiones bajo el brazo subí en busca de mi amigo norteño.

Localicé a Asgerdur ahí donde lo había dejado, siempre habilidoso, había encontrado un trapo andrajoso y se había cubierto el rostro con él. No levantaba sospechas, todos los que luchaban contra el incendio habían hecho algo similar.

Nos escabullimos entre la multitud que pasaba baldes de agua salada de mano en mano desde la amurada de estribor. Era perfecto, podíamos huir desde los barcos salvavidas desde la amurada de babor.

Aquellos barcos estaban cubiertos con una gruesa lona, por lo que deslizarnos debajo de ella fue sencillo. Asgerdur procedió a deslizar los nudos para bajarnos suavemente sobre las olas. Un leve golpe y un chapoteo indicó que habíamos caído y nos encontrábamos libres del barco de mis madres.

Retiramos la lona trabajando hombro con hombro y juntos levantamos el pequeño mástil que poseía el barco. Estaban diseñados para llevar al menos diez personas cómodamente, veinte si era necesario. Podían navegar gracias a su vela y lo único que limitaba el tiempo de navegación era la cantidad de víveres que llevaran consigo sus usuarios.

Extendimos la vela y la ajustamos para captar el primer soplo de fresco aire que nos llevaría hacia la libertad. Asgerdur tomó los remos y yo hice otro tanto con el timón, debíamos alejarnos todo lo posible sin ser vistos.

Desde mi posición en el timón pude echar la vista hacia atrás y mirar la pequeña columna de humo que emanaba de la cocina. La pena invadió mi corazón, mis madres enloquecerían de preocupación y llorarían durante días y noches completas, pero ellas me habían traicionado, me habían utilizado como un simple cebo, no les había preocupado mi vida.

—Si te has arrepentido, aún puedes dar media vuelta y regresar. Yo puedo huir hacia Cathatica, en 12 días puedo alcanzar sus costas si el viento está a mi favor.

—No, está bien, quiero ir contigo—sequé un par de lágrimas traicioneras—. Necesito navegar hacia Hallkatla y ustedes son los mejores navegantes.

Asgerdur sonrió orgulloso y dio un impulso extra a los remos.

—Desde la época de nuestros ancestros, guiados por el gran dios Anker, señor de la tierra, los mares y la guerra—recitó.

Asentí distraída, contemplando como disminuía el tamaño del barco de mis madres con cada soplo del viento y cada brazada de Asgerdur. Por alguna razón no sentía tanta nostalgia como cuando vi desaparecer el muelle al partir hacia tierras desconocidas para mí. Tal vez se debía a la traición amarga que experimentaba mi alma.

—Esto no es solo por ti ¿Verdad? —inquirió Asgerdur luego de un rato. Había dejado de remar y ahora un fuerte viento del suroeste nos empujaba a gran velocidad a través de las olas.

Negué con la cabeza y mordisqueé una galleta, teníamos muchas de esas, pues el bote se encontraba aprovisionado con carne seca y galletas suficientes para mantener con vida a 10 personas durante una semana. La ración mínima, una taza por persona, no aplicaba en este caso y podíamos ser más permisivos con nuestra sed.

—¿Es por amor?

—Solo sé que permitieron que su vida corriera peligro. Quiero decir—tomé asiento en el fondo del bote y cubrí nuestras cabezas con la lona, el sol era inclemente y caía sobre mi coronilla con ardor implacable—. Al principio me dolió ser utilizada como una carnada ¡Son mis madres! Pero luego, no pude evitar pensar que también la habían utilizado. O que quizás, era tan insignificante para ellas que no les importaba su muerte.

—Es una heredera al trono. Es importante—repuso Asgerdur dando un largo trago a un jarro de metal con agua. Luego, vació el sobrante sobre su cabeza, silbando de alivio.

—Tiene hermanos que pueden sustituirla, mis madres solo se atrevieron a jugar con la poca importancia que les dan a las mujeres en ese reino—expliqué abrazando mis rodillas.

—Les importan lo suficiente para hacerlas reinas.

—Solo si se casa con algún guerrero poderoso.

—Los amores imposibles le dan sentido a la vida, es algo por lo que luchar cuando no tienes nada.

Permanecimos en silencio hasta que el sol besó el horizonte, entonces el frío hizo gala de su poder y la oscuridad del ancho mar que nos rodeaba congeló mi corazón.

¿Qué locura había cometido? Lanzarme a altamar en una barcaza en compañía de un pirata. Bien hecho, Anahí, bien hecho.

—No tema, princesa, mis antepasados navegaban en pequeñas barcas como ésta y lograron descubrir nuevas tierras—dijo Asgerdur desde la popa, descansaba un pie de manera desenfada sobre la amurada y se balanceaba con el barco como si fueran uno y no temiera caer a la helada oscuridad.

Asentí no muy convencida y me cubrí con la lona para mantener lejos de mi cuerpo, aquella helada mordedura del viento.

—Tus dientes no nos dejaran dormir—bromeó Asgerdur trabando el timón luego de revisar las estrellas. Mantenía la proa siempre apuntando hacia una en particular. Rebuscó entre las provisiones y con un grito de alegría se acercó a mi posición, justo delante de la vela—. Ron con limón, obligatorio en toda provisión que se precie.

Rompió el sello del pequeño barril que llevaba bajo el brazo y sirvió dos generosas porciones en nuestras respectivas jarras.

—Despacio, princesa, es para calentar el espíritu, no el cuerpo—guiñó un ojo y dejó el barril a buen recaudo con los demás. Di un sorbo tentativo y permití que la ardiente bebida bajara por mi garganta—. La ayudará a dormir.

En otra ocasión me habría aterrado dormir junto a un hombre luego de tomar alguna bebida alcohólica, pero mi vida ya no era lo que conocía, cada día una nueva vuelta se presentaba a mí, obligándome a destruir mis costumbres y lo que consideraba como "ser yo" para transformarme en alguien más, alguien más fuerte, más astuta, más despierta, de lo contrario, todos aprovecharían la oportunidad para pasar sobre mí, incluso mis madres.

Me sentía afortunada por haber sobrevivido a tan absurda trampa, después de todo, las antiguas casas de Calixtho sometían a peores pruebas a sus vástagos, todo por el derecho al título. Yo lo había ganado por nacer bajo finos doseles de tul, por llevar el beneplácito de la reina de sangre. Ahora, 19 años después, un nuevo nacimiento, esta vez con sangre real, era el acontecimiento más esperado. Una probabilidad del 50% había sido suficiente para desplazarme y aunque aseguraban hasta el cansancio que esa no había sido su principal motivación, sabía que aquel fino detalle había estado sobre la mesa.

Me habían protegido de los horrores de la guerra y la sangre, había nacido en tiempos de paz relativa, pero conocía los pútridos y oscuros rincones de la diplomacia y la política, la dureza y frialdad de las estrategias militares y el llamado de la sangre. No era prioridad, Zirani no lo era por su raza, solo había que sumar uno y uno y tendrían un magnífico dos para desenmascarar al reino de Ethion.

Quizás mi huida había sido apresurada y aún me faltaba mucho por aprender, quizás siendo mayor habría aceptado ser utilizada de tal forma, pero ahora, la prioridad era aquello que tanto habían menospreciado, era mi turno para decidir sobre mi vida y lo haría siguiendo el llamado que experimentaba mi corazón 

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