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Prueba de fuego

Uno de los peores momentos que puedes vivir en medio del mar cuando te quedas sin las velas del palo mayor, cuando el agua está racionada y la comida escasea y su calidad está puesta en duda, es quedarte sin viento y eso fue lo que nos ocurrió dos días después de mi encuentro con Zirani.

La tensión que se vivía entre ambas era casi insoportable. Luego de aquel beso que nunca fue, Zirani solo me buscaba para entrenar y poco más, si veía que iba a hablarle, solo dejaba caer su espada y se marchaba del vestíbulo. Einar por otra parte, siempre estaba dispuesto a acompañarme durante todas las horas que estaba libre, así que me era imposible hablar con aquella princesa escurridiza.

No tenía tiempo para encontrarla y pese a que los labios de Einar y sus caricias me distraían de mi objetivo y que su compañía era grata, no podía sacar de mi mente aquella expresión de entrega y confianza cuando cerró sus ojos, dispuesta a dejarse ir.

Todos esos acontecimientos me llevaron a obviar las claras señales de una segunda catástrofe. Sólo el silbato de la capitana, llamándonos a cubierta me informó que algo ocurría.

Me encontré con Zirani en la cubierta y me acerqué a ella. Me valía un bledo lo que la capitana tenía para decir, necesitaba hablar con ella, exigirle que dejara de huir de mí. Sólo deseaba hablar, aclararlo todo.

Sin embargo, su expresión seria y su entrecejo fruncido detuvieron el discurso que estaba a punto de soltarle. Aquella mirada me gritaba "Ahora no, grandísima estúpida ¿No ves que estamos en problemas?"

Iba a replicarle que yo no me andaba revolcando con una de las oficiales y que por esa razón desconocía el problema, pero habría sido una locura. ¿Quién en su sano juicio responde a una mirada como la de ella con palabras?

—Señores pasajeros—saludó la capitana mientras se apoyaba en la cerca que separaba el castillo de popa del alcázar. Su expresión era de la más absoluta seriedad y de un plumazo borró las preocupaciones sobre amoríos que poblaban mi mente. Por un momento me sentí avergonzada de pensar como una adolescente hormonal.

—Como saben, nos hemos desviado hacia la isla de Goi debido a las fallas que presenta nuestra gloriosa fragata. El viaje debía tomar a lo sumo, una semana, pero nos hemos topado con una zona de calma casi absoluta—señaló las velas y por primera vez noté que colgaban casi laxas sobre las vergas.

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí que el barco apenas y se balanceaba sobre el oleaje. Sólo lo hacía de lado a lado, pero no de arriba a abajo. Comprendí que todos lo habían notado mientras yo solo había estado preocupada por la extraña actitud de Zirani.

—Necesitaremos remar—anunció—. Se establecerán turnos. Todos aquellos mayores de 16 años deberán remar al menos una vez al día en turnos de 4 horas. Si nuestros cálculos son correctos, podremos alcanzar Goi en dos semanas.

Bufé mientras los demás pasajeros lucían una mezcla de expresiones en sus rostros. Algunos aceptaban su deber con solemnidad y otros, aquellos provenientes de Ethion, negaban con la cabeza y murmuraban destilando enojo en su incomprensible idioma.

—Este retraso nos causa un problema más. Deberemos reducir las raciones de agua de dos litros por pasajero a un litro hasta que alcancemos Goi. Cómo utilizan su agua es asunto suyo, pero les recomiendo que dejen de lado toda coquetería y se concentren en sobrevivir.

Gruñí para mis adentros. Llevaba un par de días utilizando un litro para lavarme y otro para beber. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora?

—El agua de mar no es tan terrible como la pintan y pueden utilizarla para lavar su ropa con el jabón que todos llevan en sus camarotes. Incluso, pueden utilizarla para asearse.

Casi escupí mi incredulidad recordando la insoportable comezón que me daba el agua de mar luego de un día de playa. Mis madres siempre cargaban consigo algún barril con agua dulce para retirar la sal de mi cuerpo.

—Nos encontramos ante una situación extrema que requiere del máximo de su colaboración—finalizó la capitana—. Sólo trabajando juntos lograremos sobrevivir.

Dalla tomó el lugar de la capitana y empezó a leer los horarios. Me tocaba justo después del mediodía mientras que Zirani y Einar debían remar en el grupo que reemplazaría al mío. Por suerte, no nos había tocado trabajar de noche.

Regresé a mi camarote sumida en mis preocupaciones. ¿Sería capaz de remar? ¿Qué tan terrible podía ser? Miré a mi alrededor notando por primera vez el tamaño colosal del barco. ¿De verdad podríamos moverlo?

Escapé de mis cavilaciones recordando que había estado a unos pasos de Zirani y en mi estupidez olvidé enfrentarla. Golpeé ni frente con el libro de Einar. ¡Tenia demasiadas cosas en la mente!

En el almuerzo nos encontramos con un plato de pan y carne seca nada apetecible. El pan estaba fresco y me ayudó a disimular el extraño sabor y la textura poco agradable de la carne. Nos sirvieron un vaso de vino a cada uno, mismo que apuramos aquellos que teníamos turno con los remos.

—No te esfuerces demasiado advirtió Einar tomando mi mano bajo la mesa—. Es un trabajo muy duro y Zirani y tú no han parado de entrenar.

Sabía que estaba genuinamente preocupado por mí, pero aquellas palabras causaron algo de rabia en mi interior.

—Soy perfectamente capaz de soportarlo. No soy como las demás princesas—solté su mano.

—No quise insinuar nada—sus mejillas enrojecieron—. Pero debes aceptar que no has pasado por lo mismo que tus antecesoras.

—Claro, no tuve que demostrar mi valía en batalla ni derramar mi sangre por culpa de tu gente—mascullé.

—Oye, solo estoy preocupado por ti. Se lo duro que es remar.

Suspiré, entendía su preocupación, pero años de educación y autosuficiencia me habían llevado a reaccionar de ciertas maneras, sobre todo cuando me encontraba frente a un hombre.

—Está bien, lo entiendo. Sólo estoy algo ansiosa—fingí una sonrisa y me levanté de la mesa. Mis ojos se posaron en Zirani sin poder evitarlo. Se le notaba preocupada y sorbía su vino casi sin ganas. No era el momento para hablar con ella, no con casi todos los pasajeros de popa en el comedor.

Me dirigí al entrepuente ubicado en la línea de flotación, se encontraba justo debajo de la primera y única línea de baterías de esta fragata. Ambos entrepuentes actuaban como sollados, en ellos dormían, comían y se divertían los marineros y marineras. En el entrepuente de las baterías se encontraba una habitación firmemente cerrada. En ella se almacenaban las armas y la munición, firmemente protegidas de la humedad.

Recordé entonces que al zarpar estas se nos habían presentado como las habitaciones de los marineros, no había visto los cañones hasta aquel fatídico día con Finna. Supuse que en alta mar sí que era necesario tenerlos a punto y un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Cómo sería un combate en el mar?

Bajé hasta la sala de remos. La humedad y el calor eran insoportables y supe, por el ligero aroma almizcleño en el ambiente, que el primer turno había concluido sus labores.

Algunos marineros y pasajeros se habían ubicado ya en los bancos, mirando hacia la popa. Al final se encontraba Finna con un tambor. Su mera presencia me llevó a detener mi búsqueda del banco menos húmedo y a tomar asiento rápidamente en un banco semivacío lejos de su mirada.

—Bien—empezó cuando ya todos los bancos se encontraban ocupados—. Escuchen muy bien porque sólo me explicaré una vez—su voz de trueno detuvo en seco todos los cuchicheos—. En los laterales de cada banco se encuentran marineros experimentados que les ayudarán a mantener el ritmo. Al remar, el ritmo y la técnica lo son todo.

Miré a ambos lados y note a los dos marineros que flanqueaban mi banco. Un chico y una chica que apenas superaban los 20 años.

—Llevaré el ritmo con este tambor. Sujeten los remos.

Seguimos sus instrucciones, sujetar el remo era sencillo. Luego, imitamos sus movimientos, la madera era pesada y muy densa. Aun cuando lo movíamos cinco personas, era complicado empujar el agua y seguir el ritmo del tambor al mismo tiempo.

Por suerte, pronto logramos acostumbrarnos. Los marineros que se encontraban a ambos lados eran de gran ayuda, con su fuerza guiaban el remo y nos permitían adaptarnos al movimiento.

Pronto, Finna dejó el tambor a un joven grumete y subió a cubierta. El sudor parecía recorrer mi frente al ritmo de cada golpe de tambor y ni siquiera la suave camisa blanca aliviaba el sofoco de mi piel. Comprendí con horror que era imposible mantener este ritmo durante días tomando solo un litro de agua al día. Sentía que ya había sudado tal cantidad en pocos minutos.

La primera hora transcurrió con rapidez. Lo supe por el gran reloj de arena situado en un taburete junto al grumete. Había vaciado un cuarto de su contenido.

Nadie hablaba o murmuraba, solo se escuchaban resoplidos, el aire se enrarecía cada vez más y sentía incluso, como mis muslos se deslizaban sobre el banco. Un escalofrío de asco recorrió mi espalda. No podría pasar dos semanas en estas condiciones, era sencillamente repulsivo.

Para la cuarta hora mis brazos temblaban y mis dedos estaban agarrotados. Ni siquiera durante las heladas guardias durante mi patrullaje me sentí tan miserable. Para completar la lista de penurias, mi estómago había empezado a rugir.

Traté de distraerme mirando a los remeros que se encontraban frente a mí. Todos tenían las camisas pegadas al cuerpo. Incluso Eyra había dejado de lado sus pieles y llevaba una sencilla camisa de tejido fresco, pues las fibras se encontraban entrecruzadas de tal manera que dejaban espacios entre ellas.

A su lado, dos pasajeros de la proa resoplaban y jadeaban e incluso uno ya se notaba ido y tambaleante.

Más allá descubrí a uno de los comerciantes, no remaba, solo seguía el movimiento del remo con los brazos mientras sus compañeros se esforzaban por él.

Rechiné mis dientes, aquello no era justo. ¿Pero quién iba a creerme? Tomarían mi acusación como una queja ante el trabajo y ya bastante difícil e incómodo era sentarme en este banco cuando mis muslos amenazaban con resbalar a cada movimiento.

Por suerte, la última hora terminó y fuimos libres para dejar nuestros puestos. se acercaba la hora de la cena y teníamos unos instantes para asearnos.

No me hacía gracia bañarme con agua de mar, así que me dirigí a mi habitación en busca de mi ración de agua. Tal vez, podría tomar medio litro para retirar la sal de mi piel.

Lamentablemente, mi garganta reseca y mis músculos agarrotados tenían otros planes. Antes que pudiera notarlo, había vaciado la jarra y mis labios aún se sentían resecos. Mis brazos temblorosos dejaron caer el vaso en el suelo del camarote.

Di una patada a la pared. La rabia y la importancia burbujeaban en mi interior. ¿Por qué debía pasar por todo esto? ¿Acaso lo merecía?

Respiré un par de veces para calmar mi acelerado corazón y el ardor en mis ojos. No me quedaba de otra. Tomé el asqueroso jabón y un cubo vacío y me dirigí a buscar agua en cubierta.

Disfruté de la fresca brisa salina de la tarde. En las amuradas de babor varios pasajeros recolectaban agua con sus cubos, podía ver cómo sus movimientos débiles y rígidos los delataban como los remeros de mi turno. Me uní a ellos, con un cabo até el cubo y lo dejé caer al mar. El chapoteo y el suave sonido de las olas contra el barco me hicieron desear ser aquel cubo. ¿Tan malo sería lanzarme al mar?

—¿De nuevo contemplando tu final, princesita? —rodé los ojos ante aquel tonito. Podía reconocerlo en cualquier lugar, era Sarah, la que tenía el privilegio de besar a Zirani y no ser rechazada después.

—Recojo agua para darme un baño—bufe.

—Oh vamos, ni siquiera apestas de verdad—se burló apoyándose en la amurada con gesto desenfadado—. Esto no es tierra firme, no puedes bañarte todos los días.

—Pues vaya asco—gruñí mientras subía el cubo.

—Lo digo en serio—dijo con aparente severidad—. Si tomas demasiados baños con esa agua o lavas en exceso tu ropa y no utilizas agua dulce para enjuagar, vas a sufrir—vaticinó con una sonrisita—. Aunque tal vez te haga falta—tomó un mechón de mi cabello—. Demasiado suave—juzgó—. Se supone que eres una princesa guerrera ¿De verdad tenías tiempo para tantos cuidados en tierra?

Por un instante vi rojo. Estaba harta de las acusaciones sobre mi supuesta delicadeza, el prejuicio hacia mi estatus. Sin medir las consecuencias la empujé con todas mis fuerzas, las cuales, luego de cuatro horas de remar sin parar, eran escasas. Tal vez eso evitó que cayéramos al mar, pero atrajo la indeseada atención de la capitana.

—¿Algún problema, teniente? —inquirió fulminándome con la mirada hasta dejarme del tamaño de una cucaracha. Sin poder controlarlo un nuevo escalofrío recorrió mi cuerpo.

Sarah sonrió al ver mi expresión, así que supuse que era de absoluto terror, para nada la de una altiva princesa que había aprendido a utilizar una espada prácticamente antes de bañarse por su cuenta.

—Ninguno, capitana—amplió su sonrisa—. Sólo estábamos hablando.

Vivían nos miró con cierta desconfianza. Yo sabía que había visto el empujón y sólo esperaba una señal de Sarah para atraparme.

—Y terminamos bromeando—añadió Sarah sin perder la calma.

—Está bien, espero que sus "bromas" no provoquen un problema más grave—insinuó antes de marcharse. Envidié su equilibrio, parecía caminar completamente estable, como si modelara un vestido, aun cuando la cubierta se balanceaba suavemente.

Suspiré y di la espalda a Sarah para recoger mi cubo. Para mi gran horror noté que apenas y podía alzarlo un par de palmos por encima de las olas antes que mis brazos cedieran.

—Vaya debilucha—rio colocándose detrás de mí. Sujetó la cuerda por encima de mis manos y tiró del cubo. Su presencia me enervaba y sentirla tan cerca de mí, tomando mis manos y apoyando su pecho contra mi espalda poco ayudaba a controlar mis emociones.

—Aléjate—espeté cuando noté que el cubo había alcanzado la amurada.

—No tan rápido, princesita—susurró en mi oído provocándome un escalofrío. A este paso, pasaría el resto del día tiritando—. Uy, vaya reacción—la sentí sonreír altiva contra mi oreja—. Escúchame bien, princesita, estamos ante un serio peligro. Y no, no nos espera en la isla. O al menos, no es la amenaza para la cual se preparan Zirani y tú.

—¿Qué sabes de la isla? —susurré sorprendida.

—Lo que Bera me contó. No te cree, nadie lo hace.

—¿Y tú sí?

—Digamos que llevo mucho tiempo en el mar y las absurdas costumbres y lujos de la tierra firme no me son conocidos. Ustedes podrían haberse acostumbrado a la paz. Yo no. Llevo sobre las aguas muchas más horas que la misma capitana y he aprendido a desconfiar.

—¿De qué se trata esta nueva amenaza? —pregunté mientras sentía que una piedra se asentaba en mi estómago.

—Hace dos días, la calma nos ayudó a visualizar un barco a nuestra popa. Al parecer nos está siguiendo. No pudimos ver ningún estandarte, aunque la distancia tampoco ayudó demasiado.

—¿Sin estandartes? Eso significa que...

—Sí, piratas. Es lo más probable, pero la capitana no desea dar la voz de alerta hasta que se confirmen sus sospechas.

—¿Y por qué la desobedeces?

—Porque eres parte de la realeza y porque tengo el presentimiento que podemos confiar en muy pocas personas en este barco—susurró aquello con tal solemnidad que incluso empecé a temblar.

Era tal mi turbación que no la sentí separarse de mi cuerpo. Sólo fui consciente de su movimiento cuando se inclinó sobre mí y añadió:

—Asegúrate de entrenar bien a Zirani, esto puede ponerse muy feo.

Y tras aquellas enigmáticas palabras ser marchó para continuar sus rondas por la cubierta.

Terminé de subir el cubo y lo llevé hasta mi camarote. Estaba tan alienada por aquellas advertencias que apenas y noté la incomodidad de bañarme con agua salada.

Luego de refrescarme empecé a notar la rigidez en mis músculos. No era ajena al trabajo duro, pero esto era muy diferente. Arrastré mis pies hasta el comedor y las asquerosas gachas de avena me parecieron el mejor de los manjares aun cuando no tenían frutas ni leche como en el palacio.

La cena se vio interrumpida por la llegada del nuevo grupo de remeros. Sudorosos y agotados tomaron asiento y pronto los pajes les sirvieron la ración de gachas que les correspondía. Noté con horror que Zirani se encontraba anormalmente pálida, dando un aspecto enfermizo a su piel canela.

—Deberías tomar algo—le tendí mi vaso de vino. Zirani lo tomó con manos temblorosas y bebió todo el contenido de un solo trago.

Volví a servirle vino de la jarra de cobre que descansaba entre nosotras. Este segundo vaso lo bebió con más calma y al finalizar, tenía un aspecto mucho más sano.

—Lo necesitaba—susurró agotada.

—Este no es trabajo para princesas—masculló Einar. Una punzada en el pecho me recordó que apenas y me había preocupado por su bienestar.

Bueno, me dije, él es un hombre de mar, está habituado al trabajo duro. Preocuparme por él no tendría sentido.

—¿Cómo estás? —inquirí con algo de culpa.

—Bien, hacía mucho que no remaba, pero los músculos recuerdan rápido—palmeo su pecho con arrogancia y regresó su atención a las gachas.

Sí, no tenía nada por lo cual preocuparme. Regresé mi mirada a Zirani, quien apenas y había probado sus gachas.

—¿Te sientes bien? —pregunté—. No has comido.

—Deja de preocuparte por ella—masculló Eyra desde mi diestra. La miré sorprendida. Era la primera vez que hablaba conmigo y lo hacía para regañarme—. Si quieres que se fortalezca debes dejar de rodearla de plumas de ganso.

—No estaba hablando contigo—respondí altiva.

—No ha comido porque sus brazos son tan débiles que no dejan de temblar—señaló las gotas de gachas que manchaban la mesa alrededor del plato de Zirani.

—Oh—mordí mi lengua a tiempo. Estuve a punto de sugerir mi ayuda en la tarea, pero eso sería terriblemente bochornoso. Por un instante me puse en el lugar de Zirani, su orgullo se vería herido si la ayudaba a comer frente a todos—¿Quieres que lo lleve a tu camarote? —susurré, ganando un nada amigable gruñido de parte de Eyra.

—Déjame en paz, puedo hacerlo sola. Además, no tengo hambre—apartó el plato y se levantó con violencia de la mesa.

Forcejeó unos instantes con la cerradura de la puerta, arruinando su salida dramática, y se marchó a través del vestíbulo hasta su camarote.

—Bien hecho—ironizó Eyra alzando su copa en mi dirección.

—Si no va a comerlo—Einar atrajo hacia si el plato de Zirani y empezó a devorarlo—. No estamos en una situación que nos permita tirar comida—se excusó ante mi mirada helada.

—No entiendo—admití apurando el nudo de mi garganta con un ardiente trago de ron. Protesté un poco ante el sabor y maldije al idiota que dejó el ron junto al vino.

—Es el orgullo de una guerrera—explicó Eyra sirviéndose un abundante vaso de ron. Se repantigó en la silla y miró con aire soñador hacia el techo—. Si no te has dado cuenta del cambio en su mirada es que eres una pésima maestra.

—Escúchame, si solo vas a hablar para insultarme...

—Oh, lo siento. A veces la verdad duele—clavó sus profundos ojos grises en mi—. Eres una gran guerrera Anahí, pero eso no te hace la mejor opción para enseñar a Zirani. Es más, ella debería practicar con más personas, adaptarse a diferentes estilos—sonrió amenazante.

—Ya ¿Y está es tu manera de ofrecerte voluntaria para la tarea?

—Si no es problema—se inclinó hacia mí y susurró—. Dada la situación, no tienes muchas opciones.

Bebí de un trago mi copa de vino. Sentía que la telaraña se estaba tejiendo a mi alrededor y desgraciadamente, yo me encontraba atrapada en el centro.

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