Peligro en el horizonte
Zirani combatía contra Eyra en el vestíbulo. No había podido negarme a su oportuna ayuda, no cuando un navío pirata nos pisaba la popa. La guerrera de Cathatica se movía con presteza y agilidad, era una dura contrincante que no dudaba en hacerte rodar por la cubierta del vestíbulo si hacía falta.
Tensé la mandíbula al ver caer a Zirani por enésima vez, había dudado una décima de segundo antes de efectuar un ataque contra Eyra y ésta había aprovechado la ocasión.
—No dudes, si dudas en combate estarás muerta en un segundo—recitó girando la espada en su mano como si se tratara de un simple palillo.
—Si atacaba así ibas a bloquearme y contraatacar, habría terminado muerta de todas formas—se defendió Zirani.
—Sí, lo habrías hecho—aceptó Eyra con un encogimiento de hombros.
—¿Entonces porque estuvo mal lo que hice? —inquirió confundida mientras se ponía en pie con dificultad.
—Por dos razones. Anahí, ¿Cuáles son? —suspiré, odiaba sentirme parte de la tortura de Zirani, pero era lo único que podía hacer para salvarla.
—Podías defenderte del contraataque y continuar viva o morir de pie a causa de tu error. Una muerte digna y limpia en batalla—recité.
Zirani asintió con solemnidad. Sus ojos no se notaban confundidos, sino decididos y firmes. Era una mirada que conocía muy bien y aunque me llenaba de orgullo, me aterraba. Una parte de mi prefería proteger a una delicada princesa que se escondería bajo el sollado a pelear lado a lado con ella como guerrera.
Di media vuelta y abandoné el vestíbulo por la escalera de popa. Necesitaba aire fresco. Evité mirar hacia atrás, no deseaba ver la proa de algún barco enemigo, solo quería relajarme y despejar la mente.
—Oh, ahí estás—Einar se encontraba en una de las jarcias. Con gran agilidad bajó y se plantó frente a mí. Se balanceaba sobre la punta de sus pies y sus talones nervioso—. Oye, sé que fui algo rudo la última cena que compartimos juntos y quería disculparme—sus mejillas se tiñeron—. Odio está situación, tu no deberías pasar por todo esto y yo no debería hacerlo más duro para ti.
Tomó mis manos entre las suyas y las acarició con sus pulgares. Inmediatamente me sentí mejor, más tranquila y relajada. Él me comprendía, sabía que no estaba hecha para soportar tantas penurias, o al menos eso creía, aunque a la vez, él aceptaba que era perfectamente capaz de enfrentarlas. Sacudí la cabeza, mi mente era una gran contradicción.
—Tampoco debí insinuar que eras débil o algo así.
—Está bien—di un apretón a sus manos—. Sólo estabas preocupado por mí—liberé una de mis manos y acaricié su mejilla. El roce áspero de su barba era una nueva sensación contra mis dedos, me hacía cosquillas a pesar de sentirse como pequeñas espinas.
—Anahí, estamos en cubierta—me recordó Einar sin separar su rostro de mi mano, por el contrario, depositó un beso en la palma y sonrió ampliamente.
—¿Y qué? —si íbamos a morir pronto, las leyes y costumbres podían irse por la borda.
—Tienes razón—sus ojos brillaron y sujetó mi cintura con mucha delicadeza. Acercó su rostro al mío y pronto nos vimos envueltos en un beso tan suave y lento que me hizo olvidar lo mucho que me raspaba su barba.
—Siempre llevando la contraria ¿No es así? —la voz de Sarah nos hizo dar un salto y separarnos—. Tienen suerte que nadie los viera, deben ser más cuidadosos—depositó un coscorrón amistoso sobre la coronilla de Einar y alborotó su cabello en el proceso.
Einar enrojeció profusamente y manoteó la mano de Sarah lejos de su rebelde cabello. Ambos parecían llevar una amistad bastante cordial y una punzada de celos dominó mi corazón.
¿Es que era incapaz de alejarse de las personas que yo...?
¿Yo que, exactamente? Suspiré y me dediqué a mirar cómo se empujaban y reían entre chistes marineros que no podía entender. Mi saliva adoptó un sabor amargo insoportable ¿Cuántas noches solitarias en el mar habían compartido? ¿Cuantas tormentas habían enfrentado hombro con hombro para luego celebrar en la privacidad de un camarote?
—Debo irme—protestó Sarah al escuchar el silbato de Vilborg llamándola desde la toldilla. No sabía cómo, pero aquel silbato que emitía diferentes melodías según las órdenes que impartía la capitana se había convertido en mi mejor amigo.
—Sí, muy lejos—murmuré, quizás demasiado alto porque Sarah alzó una ceja en mi dirección. Estaba por disculparme ante lo sería de su expresión cuando rompió a reír.
—Muy bien, muy bien, nada mal para una princesita—sonrió y se alejó contoneándose en exceso.
Einar tomó mi mano y acarició mis nudillos con el pulgar. Su mirada era profunda e intensa y por un segundo sentí una conocida presión en mi vientre. Acabábamos de ser casi descubiertos, la tensión de encontrarnos viviendo un amor prohibido y aquella odiosa demostración de camaradería con Sarah terminaron por encender una llama que por el momento se había mantenido bajo control.
—Vamos a mi camarote—susurré. Einar asintió y bajamos al entrepuente donde Zirani y Eyra no paraban de entrenar.
Zirani nos miró sorprendida y debido a su distracción Eyra logró conectar un golpe con la hoja plana de la espada.
—¡Auch! —protestó y por un segundo estuve tentada a lanzarme sobre Eyra. Sin embargo, sus palabras me hicieron ver que sería contraproducente para el entrenamiento de Zirani.
—Si en batalla te distraes por un segundo, mueres—recitó altiva la guerrera nórdica—. Tus líos amorosos, tu familia, tus amigos que mueren a tu lado deben dejar de importar en el momento que estás frente a tu enemigo. Tu objetivo es matar a tu oponente. Más tarde entrenarás con Sarah, es necesario que mejores con rapidez.
Einar tiró suavemente de mi mano recordándome que tenía otros planes. Aunque gran parte de mi deseo por él se había perdido al ver a Zirani, la mención de Sarah encendió de nuevo la llama en mí. No iba a permitir que esa idiota reclamara lo que no era suyo.
Abrí la puerta de mi camarote y nos colamos dentro con rapidez. Einar no perdió tiempo y buscó mi boca con decisión. Sus gemidos sordos eran algo nuevo para mí y sus manos grandes sujetando con insistencia mis caderas toda una nueva experiencia de sensaciones.
—Puedo detenerme cuando quieras—jadeó contra mi cuello—. No quiero que lo nuestro sea tan efímero como la llama de una vela.
Acaricié los planos y curvas de su pecho y abdomen, otra nueva experiencia que quería memorizar. Noté que mis manos temblaban, pues lo poco que sabía sobre estar con chicos me lo había explicado mi amiga Xandra. Ella era mucho más experimentada que yo.
Einar gruñó cuando acaricié el borde de sus pantalones por debajo de su camisa. El suave vello que bajaba hasta perderse bajo la cinturilla me daba curiosidad y no pude evitar acariciarlo suavemente con la yema de mis dedos.
Lo sentí buscar mi boca en la penumbra del camarote. Sonreí cuando gimió contra mis labios y no pude evitar bajar una mano curiosa hasta encontrarme con su dureza.
La cálida sensación y la evidencia de su deseo por mí me llenaron de orgullo y de una nueva oleada de calor. Sus manos no permanecieron quietas por mucho más tiempo y pronto subieron a mi pecho, insistentes, curiosas y quizás, sin la suavidad a la que estaba acostumbrada.
—¿Anahí, estás segura? —volvió a preguntar. Sus ojos se enfocaron en los míos, podía ver cómo solo una pequeña línea de azul resistía a la oscuridad de la lujuria y el deseo.
Nunca había tenido dudas al ceder ante la pasión del momento. El cuerpo hablaba y la mente callaba. Pero Einar era un chico, con las complicaciones que ello acarreaba para mí. A pesar de lo que podía decir la parte racional de mi mente (muy ocupada contando días tratando de recordar si era o no fértil) ganó la parte de mi cuerpo dominada por mis hormonas.
Deslicé fuera de su cuerpo la camiseta raída que seguramente había visto días mejores. Su pecho fuerte y definido atrajeron mis dedos y mis labios como la luz atrae a las polillas. Él no perdió el tiempo y me liberó de mi camisa de lino. Era incapaz de escuchar algo más que el latir de la sangre en mis oídos y los susurros de amor y jadeos llenos de deseo de Einar.
En algún momento pateamos lejos nuestras botas. Reímos con complicidad cuando cada una cayó en una esquina diferente de la habitación.
—No pensé que esto ocurriría tan pronto—admitió Einar contra mi cuello—. Quiero decir, pensé que esperaríamos un tiempo. No estoy apurado—admitió acariciando mi espalda.
—¿Para qué esperar? El significado que se le da al momento depende de cada persona. Para mi tiene el mismo valor ahora que en dos semanas o en tres años. El amor es amor sea hoy o mañana—dije con convicción, luego, sentí como un peso se instaló en mi estómago—¿O acaso eres de esos chicos? —me aparté de sus brazos y lo miré a los ojos. Sentí mi corazón arder.
—No, no me malinterpretes por favor—tomó mis manos—. Es sólo que tú eres una princesa y yo soy un simple marinero.
—¿Y eso importa por qué? —inquirí cada vez más molesta.
—Pues, que deseaba algo de tiempo para preparar algo especial—sus mejillas se colorearon de un brillante carmesí—. Sólo me faltan algunas monedas y podré comprar una manta nueva a la sobrecargo—señaló mi hamaca—. No son muy adecuadas para la pasión.
—Oh, entiendo—aquella conversación había permitido que mi cabeza se desintoxicara del deseo desmedido. Comprendí las razones detrás del rechazo de Einar e incluso me pareció tierno de su parte.
—Pero puede ser ahora, si lo deseas—acarició mi mejilla con infinita ternura.
—No, creo que esperaré. Tienes razón, debemos hacerlo bien, crear un buen recuerdo—mentí. Era una mentira piadosa. En el pasado no me había importado terminar en el suelo del bosque o entre la paja de las caballerizas, no me importaba el lugar, solo lo que dictaba mi corazón y era allí donde residía el gran problema.
Iba a hacerlo por despecho. Por celos hacia Sarah. Por la confusión que reinaba en mis sentimientos y por el miedo que ahogaba mi corazón ante la amenaza inminente.
Einar asintió y depositó un casto beso en mis labios. Luego, me dio la espalda para buscar su camisa y sus botas. Me permití la indulgencia de disfrutar de su cuerpo semidesnudo y sin querer formé un puchero cuando lo vi cubrirse de nuevo.
—Ey—sonrió con algo de orgullo—. No te preocupes, te cansarás de verme.
—No lo creo—admití. Era imposible para mí cansarme de admirarlo. Deposité un beso de despedida en sus labios y lo dejé marchar. Antes de cerrar la puerta a sus espaldas agregó:
—Yo tampoco me cansaré de mirarte—lanzó un beso al aire y recién fui consciente de mi semidesnudez.
Algo frustrada, decidí pasar leyendo las horas que restaban hasta mi siguiente turno en los remos. Abrí la ventana de mi camarote y así como me encontraba me acosté en mi hamaca. Aún sentía el cuerpo agitado, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto.
Con el paso de los minutos caí en una duermevela muy relajante, estaba agotada, mi cuerpo exigía descanso. Mi siesta fue interrumpida por angustiados golpes en mi puerta. Adormilada abrí la puerta de par en par.
—¿Qué? —pregunté mientras frotaba el sueño fuera de mis ojos.
—¡Anahí—aquel grito de Zirani me sacó definitivamente de las tierras de Morfeo. Confundida la observé taparse los ojos y como sus orejas adoptaban un adorable tono rojizo—¡Tápate!
—¿Qué? Oh—miré mi torso semidesnudo y bufé. Sólo era un poco de piel, aún llevaba mi sujetador encima—. Zirani no seas exagerada—tomé sus manos y con suavidad las aparté de su rostro sudoroso. Era evidente que acababa de finalizar su entrenamiento.
—Estas desnuda—abrió los ojos y trató de enfocar su mirada en los míos. Sin embargo, era una lucha perdida, podía ver cómo a cada instante sus orbes azabaches se desviaban hacia mi pecho, mi abdomen y mi cintura.
—Estaba pensando acudir a mi turno así ¿Qué opinas? —bromeé.
—¡No! —gritó con tal fuerza que incluso me hizo saltar ligeramente en mi lugar—. Yo no quiero... quiero decir, no puedes ir así por el barco. Hay hombres y... ¡Hombres! ¡Anahí estás loca!
Confundida y algo frustrada por tal cambio de ideas puse un dedo sobre sus labios para silenciarla.
—¿Te importaría completar una idea a la vez? —pedí tratando de no dejarme llevar por la suavidad de sus labios.
—¡Lo hiciste con Einar! Podrías estar embarazada ahora mismo, un bastardo en la línea de sucesión ¿Sabes acaso lo grave que es eso—a cada oración daba pequeños golpecitos con su dedo en mi pecho, empujándome dentro de mi camarote? Cerró la puerta a sus espaldas y me fulminó con la severidad de su mirada.
—Primero, no, no lo hice con Einar—pude ver el alivio en su mirada. Sin embargo, sus acusaciones me habían molestado. Ella no era nadie para regañarme—. Segundo, se cuáles son los riesgos de hacerlo con un chico—y solo para añadir algo de sal a la herida y dejar en claro mi libertad añadí: — Y tercero, para la próxima vez lo planificaré mejor.
—Yo, yo...—Zirani se encontraba sin palabras, miraba a todos los rincones de mi habitación como si las palabras se encontrarán ocultas en los tablones de madera que formaban parte de mi humilde hogar—. Anahí, es que yo...
—¿Tu qué, Zirani? —espeté algo impaciente.
Esperaba cualquier respuesta, no sus labios contra los míos y mi espalda contra la pared. Sus manos sujetaban mis mejillas con cierta firmeza y sus labios robaban de los míos los besos que alguna vez temió recibir. Estaba por estrecharía entre mis brazos cuando recordé de golpe a Sarah.
—¿Qué crees que haces? —espeté apartándola de mí. Sujeté sus hombros y la mantuve a un brazo de distancia. No podía pensar con ella más cerca de mí.
—Yo, no lo sé—sus ojos se humedecieron. Sacudió sus hombros para librarse de mis manos y huyó de mi camarote.
Genial, simplemente genial. Había vuelto a empujarla a los brazos de Sarah.
Los días siguientes transcurrieron presa de una terrible rutina, comida cada vez más pasada y risitas de Sarah y Zirani en cualquier rincón. Incluso se sonreían cuando entrenaban juntas, era enfermizo.
Por mi parte me había recluido en mi camarote, solo salía cuando me tocaba remar, cuando Einar deseaba hablar conmigo en la cofa, para comer y buscar agua.
Aquel día, sin embargo, una extraña comezón me había dejado atrapada en mi hamaca. El movimiento parecía empeorarla, el sudor y el roce de la ropa irritaban mi piel, por lo que había optado por quedarme en ropa interior y observar las misteriosas marcas rojizas que manchaban mi piel.
Dividida entre la preocupación por aquella misteriosa enfermedad y la irritación que me causaban las risitas de Zirani y Sarah pasé la mayor parte del día. Para la tarde fue Sarah la que tocó mi puerta.
—Oye princesita, no deberías encerrarte todo el día para hacer berrinche, te saltaste tu turno en los remos—bromeó abriendo la puerta con su llave maestra—. Uh, eso no se ve bien—señaló el sarpullido que marcaba mi piel—. Lo demás sí que está perfecto—guiñó un ojo.
—No empieces—gruñí agotada. Tenía hambre y la comezón no había menguado en todo el día.
—Oh, no seas así, eso te pasa por ser una maniática de los baños con agua de mar. No tenemos agua dulce suficiente para tratarlo, pero estas de suerte. Se acerca una tormenta. Algo de lluvia le hará bien a tu piel, tu ropa y nuestras reservas. Vístete.
Cerró la puerta a sus espaldas y se negó a abandonar mi camarote. Con dificultad me levanté de mi hamaca y busqué mi ropa. No iba a poder echarla por mucho que lo deseara.
—Escúchame bien, Anahí. Debes tomar una importante decisión y no puedes equivocarte. No puedes seguir alejándola y luego hacer una escena de celos. Tampoco puedes estar con Einar si en el fondo deseas estar con ella, eso es bajo.
—Lo dice la mujer que anda de brazo en brazo—mi insulto perdió fuerza porque en ese instante una ola de comezón atacó mi estómago.
—No voy a negarlo, pero quienes están conmigo están conscientes de los límites—su mirada se oscureció y un relámpago iluminó sus facciones—. Es hora—sacudió la cabeza como si saliera de un trance—. Lleva toda la ropa que puedas, debes lavar todo lo posible.
En cubierta se encontraban casi todos los pasajeros, la ropa se encontraba en el suelo a sus pies y todos frotaban furiosos sus jabones, a pesar de eso, era una escena casi de fiesta, quienes no lavaban bailaban bajo la lluvia y cantaban. El agua caía del cielo como un regalo de la misma Tierra. Sentí como si mis poros respiraran por primera vez luego de una semana y la comezón se redujo considerablemente.
Aquí y allá se encontraban los barriles de agua vacíos para recolectar el agua de lluvia. Algunos niños corrían y jugaban, completamente empapados. En la toldilla pude ver cómo Xenia observaba la escena entre consternada y aliviada. Probablemente tendría que tratar un par de resfriados, al menos, el tratamiento se encontraba a bordo. La deshidratación sí que era intratable en este navío y bajo nuestras condiciones actuales.
Decidí unirme al ambiente y me dispuse a disfrutar de la lluvia. El frescor era bienvenido y pronto me encontré sonriendo pese a la situación que vivía. No era momento de amargarse, debía ser feliz mientras pudiera.
Terminé de lavar mi ropa y aproveché algunas jarcias para colgarla. A mi alrededor algunas chicas de Calixtho se habían despojado de sus camisas. Las imité, poco me importaba el pudor ahora, Zirani, Sarah o los problemas, estaba lloviendo y era libre de tomar un merecido baño. Reí sin control y di un par de palmadas, agua fresca en medio del mar, casi parecía un sueño.
—¡Vaya! —exclamó Einar a mi espalda—. Había extrañado la vista—sonrió y rodeó mi cintura con sus brazos. Su cabello se encontraba completamente apelmazado y su pecho desnudo relucía por el agua que lo cubría y acariciaba al bajar hasta perderse en la cinturilla de su pantalón. Mordí mi labio inconscientemente y eso bastó para empujarlo a un beso lleno de pasión.
No notamos los ojos grises que nos observaban angustiados, los ojos oscuros que se resquebrajaban ante una cascada de lágrimas ni la mirada acusadora de la capitana que bajaba de la toldilla para hacer frente a lo que ella creía era el peor de los crímenes que se podían cometer en su barco.
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