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Injusticias

No hay peor sensación que la que puedes experimentar cuando te separan violentamente de un beso. Tal vez exagero, hay muchas sensaciones terribles en la vida, pero aquel momento, cuando me separaron de Einar a la fuerza, sentí como mi corazón se rompió y mi estómago se llenó de la bilis más amarga. Abrí mis ojos y me lancé sobre la capitana, quien tenía a Einar sujeto por el cuello.

—¡Anahí, no! —escuché gritar a Sarah, pero le presté muy poca atención. Clavé mis dedos en el brazo de Vivian y di un fortísimo pisotón a los dedos de su pie. Logré soltar su agarre sobre Einar y lo atraje hacia mi como si se tratara de un muñeco de trapo.

—¡¿Agredes a un oficial y cometes traición contra la corona?!—rugió Vivían desenvainando su espada.

—Y tu desenvainas tu espada contra un miembro de la familia real—repuse manteniéndome a una distancia prudente de la punta de su espada—. Tú dirás a quién pertenece la peor traición.

—Conoces nuestras costumbres, eso que haces va contra tu linaje y tú destino—acusó la capitana—. Tus madres te confiaron a mi cuidado con la esperanza de que les devolviera una mujer sabia ¡No una traidora a Calixtho!

—No he hecho nada malo. Sólo amar y ser amada—posé mi dedo en la punta de la espada—. Mis bisabuelas lucharon por el equilibrio y la igualdad y siempre he procurado seguir su ejemplo. Vivían bufó y yo continué—. Amo a Einar y no vas a hacer nada para impedirlo. Este barco pertenece a la flota de mis madres y por si acaso lo olvidas, son tus reinas. Yo soy tu princesa y quieras o no tengo autoridad sobre ti, aun si una carta de mis madres dice lo contrario.

—Me asegúrate de enderezar esa lengua—amenazó Vivian—. Y a ti te enseñaré a respetar nuestras costumbres—dijo a Einar—¡Aprésenlos!

Aquella orden llevó a los oficiales y guardiamarinas sobre nosotros, mientras que los marineros dieron un paso hacia ellos, no iban a permitir que uno de los suyos fuera apresado.

—¿Ahora se trata de un motín? —chilló Vivian desenvainando su espada.

Miré aterrada a mi alrededor. Vilborg, Bera y Audr desenvainaron también y apuntaban a los marineros. ¿Todo esto por mí historia de amor prohibido? ¿Acaso nadie respetaba mi autoridad? Sentí unos dedos entrelazarse con los míos. calmando los temblores que se hacían cada vez más notorios.

—¡Basta! —exclamó Zirani acercándose—. Esto es increíble. Pensé que Calixtho había cambiado sus políticas, que ahora reinaba la paz y que cada quien era libre de seguir a su corazón. ¿Ahora debo enterarme que no es así y que todo lo que predican es hipocresía?

Mis ojos casi escaparon de sus órbitas. No entendía porque Zirani estaba defendiendo lo que yo sentía por Einar. Una mano contrajo mi corazón y por un segundo odié que en su alma no existiera ni una pizca de egoísmo. ¿Por qué debía ser tan correcta? Esa era su gran virtud y a la vez, su peor debilidad.

—Ella es tu princesa, le debes respeto—continuó—. Mira a tu alrededor, estás llevando tu navío a un motín por algo tan simple como un beso entre dos amantes.

Vivían apartó su espada unos centímetros, sus ojos aún ardían a causa de la furia, pero pude leer la rendición en ellos.

—Muy bien—sacudió la cabeza y frunció los labios con evidente disgusto—. Con este tema deben lidiar las reinas, no yo. Yo solo soy la capitana de este navío. ¡Todos a sus labores!

La orden fue repetida por Finna y pronto todos los marineros y oficiales se dispersaron. La capitana envainó su espada, nos regaló una última mirada de disgusto y se dirigió hacia la toldilla de popa.

—Zirani, no sé cómo agradecértelo—susurró Einar con sinceridad. Su pecho aún bajaba y subía presa de la ansiedad.

—Si quieres agradecerme, asegúrate de no lastimarla. Si lo haces, yo misma me encargaré de arreglar las cuentas contigo.

Aquellas palabras me hicieron sonreír, un sentimiento cálido y muy agradable se expandió a través de mi pecho al escuchar a Zirani amenazar a Einar en mi nombre. Luego, caí en cuenta y comprendí sus primeras palabras ¿Se estaba dando por vencida? ¿Me estaba entregando? Sentí como si una luz se apagara en mi pecho de manera repentina. Suspiré. No tenía por qué dolerme y, sin embargo, lo hacía.

—Anahí, ¿Estas bien? —inquirió Zirani posando una mano en mi hombro. El contacto de sus manos sobre mi piel desnuda envió una descarga desde esa zona hasta la punta de mis pies.

—Sí, solo fue un momento muy desagradable—aparté el cabello empapado de mi rostro y fijé mi mirada en los suyos. Al menos, podría demostrarle mi gratitud—. Pero gracias a ti, no pasó a mayores. Sin tu intervención, esto habría resultado en un baño de sangre. Los ánimos ya están caldeados y yo solo agregué sal a la herida.

—Bueno, la capitana exagera en sus funciones, no podía permitir que siguiera ejerciendo su voluntad sobre ti, es injusto—apartó la mirada al ver que Einar tomaba mi mano entre las suyas y la acariciaba en un gesto reconfortante—. Te dejo en buenas manos—forzó una sonrisa y se marchó hacia las escalas.

—Deberíamos bajar también—aconsejó Einar al verme temblar. No lo hacía a causa del frío, pero no iba a confesarle el gran tumulto de emociones que bailaban en mi corazón—. Seguirá lloviendo un rato y luego el cielo se despejará, para mañana al mediodía tu ropa estará seca.

Me dejé guiar por Einar hasta los camarotes. Recibí algunas miradas furiosas de los supuestos mercaderes y una ceja alzada por parte de Hasiq, quien por primera vez había soltado uno de sus libros y llevaba su ropa empapada. Desconocía si estaba implicado, solía sentarse con su gente, pero eso no lo implicaba en el complot, ¿O sí?

Einar me llevó a mi camarote y esperó pacientemente afuera mientras me vestía con ropa seca. O al menos eso creí, porque cuando salí ya se encontraba vestido también con ropa seca.

—Es muy mala idea resfriarse en altamar—se excusó pasando una mano por su cabello. Cada mechón se encontraba ligeramente húmedo y despeinado de una manera muy sensual.

—Sabes, creo que no debimos vestirnos—bromeé rodeando su cuello con mis brazos. Sus manos instintivamente sujetaron mi cintura y me acercaron a los planos y curvas de sus músculos.

—Si me esperas unos segundos, tal vez pueda buscar algo para celebrar—dejó un casto beso en mis labios y desapareció corriendo hacia la bodega.

Tardó un par de minutos en regresar, llevaba consigo una gruesa manta de color azul y una bolsa de papel con miel y pan.

—No es lo que deseaba ofrecerte, pero es lo más lujoso que vende la sobrecargo—se excusó señalando la miel—. El pan es de las cocinas, está fresco y...

No pude contenerme, lo sencillo, aunque tierno de su gesto, había llenado de calidez mi corazón y aunque en Calixtho una manta, una opípara cena y una fogata en medio del bosque eran suficiente para mí, Einar me había demostrado que el gesto podía ser aún más sencillo y tener un significado aún más grande.

Busqué sus labios con emoción y nos permitimos perdernos en mi camarote. La luz de la luna se colgaba a través de mi diminuta ventana y dotaba a aquella manta de un tono plateado casi tan brillante como la plata. En sus manos la miel y el pan se convirtieron en el banquete más delicioso que pude probar alguna vez, sentía como si no pudiera probar de nuevo otro pan u otra miel que él no me ofreciera, sentía que, si eso pasaba, perderían todo su sabor.

La manta era suave y muy mullida. No necesitamos planear nada. La lluvia mantenía a los pasajeros en cubierta y el ruido incesante de las gotas ahogaría cualquier sonido a los oídos indiscretos.

Su cuerpo fuerte y atlético encajaba con el mío a la perfección. Me sentí completamente llena, como si mi cuerpo hubiera encontrado alguna mitad que le había sido arrebatada al nacer.

Sus ojos fijos en los míos, su espalda bajo mis manos, todo me anclaba a un paraíso terrenal del que por un momento sentí miedo de abandonar.

—No sabes cuánto tiempo deseé compartir esto contigo—susurró entre jadeos y el vaivén de su cadera.

—Creo que desde que nos vimos por primera vez—busqué sus labios para perderme de nuevo en las caricias de su lengua.

Por unos instantes olvidé quien era yo, mis sentimientos hacia Zirani y las implicaciones de lo que acababa de hacer. En ese momento, sobre el pecho de Einar, solo era una princesa de cuentos de hadas que acababa de demostrar su amor al caballero de brillante armadura.

La lluvia nos arrulló a un descanso sin interrupciones. El suave latir de su corazón y el suave subir y bajar de su pecho hicieron de Einar la almohada perfecta para mí.

Despertamos mientras la lluvia aún caía suavemente sobre los tablones del barco. Decidimos tomar otro baño bajo la lluvia, está vez amparados en la privacidad de la noche y en los marineros de guardia adormilados.

—¿Sabes? Aún no me lo creo—dijo en mi oído mientras me abrazaba por la espalda. El agua se encontraba fría y ahora caía con mayor suavidad, sin embargo, al contacto con nuestra piel, no dejaba más que suaves y cálidas caricias.

—Deberías creerlo—acaricié uno a uno los dedos que descansaba sobre mi vientre. Una sonrisa boba dominó mi rostro al recordar la sensación de fuego que dejaron al recorrer mi piel.

—Ten por seguro que por ti sería capaz de enfrentar a tus madres y al reino entero si hace falta—depositó un beso en mi sien y estrechó sus brazos a mi alrededor.

—Oh, no digas eso, seré yo quien enfrente esos problemas. Soy la futura heredera, haré lo que me plazca—respondí en un arrebato de rebeldía. Mi corazón latió furioso, enérgico, como aceptando mis palabras, mi destino.

Sellamos mis palabras con un beso bajo la lluvia. En mi fuero interno quemé varios libros románticos de la biblioteca del palacio. Besarse bajo la lluvia podía ser incómodo, las gotas de agua se metían entre los labios como pequeñas invasoras y terminaban por empapar de más un beso perfecto.

Después de aquellos sucesos Zirani y yo mantuvimos una distancia cordial. Volvíamos a entrenar juntas, a compartir la mesa y empezamos a murmurar contra la capitana cuando la veíamos pasear por cubierta. Era extraño como me sentía cada vez más apegada a Einar y más alejada de ella.

Aunque eso cambiaba cuando Sarah aparecía en el horizonte, siempre confiada, siempre contoneándose de más y siempre con una sonrisita de suficiencia en el rostro. En la mayoría de las ocasiones en las que me veía con Zirani, se acercaba para depositar un beso en sus labios, o para susurrarle algo al oído, palabras que por más que deseaba escuchar, evadían mis oídos como el viento esquivaba nuestras velas.

Lo peor era que las risitas de Zirani y sus sonrojos jamás me esquivaban. No me atreví a preguntarle qué se traía con la teniente del barco, aquello no habría terminado bien y me reservaba mis dudas acerca de tan extraña relación.

Lo único que podía hacerla llevadera era la expresión de total horror de la capitana cuando veía las garras de Sarah sobre Zirani. No había nada que pudiera decir, era una relación perfectamente permitida y no tenía razones de peso para separarlas. Una oficial naval y una princesa, no llegarían a nada. En secreto, aquella idea aliviaba mi egoísta corazón.

—A estas alturas deberías haber superado el mareo—dijo una voz cantarina y suave a mi diestra. Levanté la mirada y me topé con el imposible tono oliva analizándome con curiosidad. Era Karla, una de las terceras oficiales del navío.

Enarqué una ceja en su dirección, estaba realmente curiosa. Aquella chica nunca me había hablado en todo el viaje.

—Oh, lo lamento, alférez Karla—sonrió y estrechó mi antebrazo entre sus dedos. Repetí el gesto por inercia, pero nada más—. Y lo de antes lo decía por el tono verdoso de tu rostro—miró a Sarah y a Zirani, quienes estaban muy entretenidas besuqueándose en la amurada—. Oh ya veo.

—Disculpa, pero ¿Se te ofrece algo? —inquirí tratando de mantener el veneno fuera de mi voz.

—Bueno—tomó asiento a mi lado, apoyando la espalda contra el pequeño cerco que nos separaba del palo mayor—. En todo este tiempo no he tenido tiempo de hablar con la famosa princesa que ha desafiado tres veces a la capitana. No he tenido tiempo libre—estiró sus piernas, golpeando las puntas de sus botas entre sí.

—Ya estás hablando con ella—bufé quizás con más furia de la debida, la mano de Sarah estaba subiendo por dentro de la camiseta de Zirani.

—Menudo lío tienes en la mente—sonrió y sacó una galleta de uno de sus bolsillos. Al menos así la llamaban está gente de mar, pero solo era pan demasiado duro ya para ser considerado como tal.

—Tu que sabes.

—Mucho, suelo hacer guardias en el combes y en el castillo de popa. Lo veo todo.

—¿Y tú punto es? —pregunté con hostilidad.

—Que el guardia de cofa me acaba de informar que estamos siendo perseguidos por un navío sin estandartes. Estamos a unos cuatro días de la isla de Goi, pero nos dará alcance antes de llegar. Incluso si llegamos, la gobernadora de la isla no es de confianza. Podemos morir y nadie nunca diría la verdad.

—¿Entonces es cuestión de horas? —balbuceé con un nudo en la garganta.

—O de días si el viento se levanta. En ese caso, ellos también tomarían velocidad, pero el diseño de su barco es anticuado, nosotros tenemos un recubrimiento de planchas de cobre en la parte inferior, navegaremos más rápido que ellos—suspiró—. Pero justo ahora estamos en desventaja. Nuestros remeros son ustedes, algunos marineros, grumetes y pajes. Ellos tienen esclavos.

—¿Por qué me dices esto?

—Sabes porqué—dirigió su mano a la cinturilla del pantalón y sacó tres bayas venenosas—. Habla con Zirani, tiene que entender que cuando llegue el momento deberá tomar una importante decisión.

Karla dejó las bayas, de un inocente aspecto, en la palma de mi mano. Recordé las mías, ocultas en una esquina de uno de mis baúles.

Deposité las bayas en uno de los bolsillos de mi pantalón y subí a la cofa. El marinero de guardia me saludó y con un gesto tosco me indicó la dirección donde se encontraba el barco, luego, me prestó su catalejo.

Como si mirara desde la mitad del mar pude ver aquel tenebroso enemigo. Era un barco siniestro, las velas se encontraban tan remendadas que parecían estar constituidas solo por los hilos utilizados para repararlas. Su falta de estandartes era aterradora, como si fuera un barco sin identidad.

—Se informará a los pasajeros pronto. La capitana quiere que estén preparados para un posible combate—explicó.

—Entiendo—mis dedos rozaron las bayas dentro de mis bolsillos. Me despedí del marinero y bajé de la cofa tan distraída que casi caí de las jarcias en un par de ocasiones.

Al llegar sana y salva a cubierta encontré a Zirani al fin libre de las ventosas-brazos de Sarah, tomé su mano y tiré de ella llevándola conmigo hacia los camarotes.

—¿Anahí? ¿Qué sucede? —no paraba de protestar, solo silenció sus palabras al verse encerrada en mi camarote. Algo sorprendida apoyó su espalda contra la puerta.

—Lamento haber sido tan brusca, pero era necesario—dejo salir el aire de mis pulmones. Zirani desconoce la práctica que voy a explicarle, puede sonarle dura, incluso terrible, pero es por su bien.

—¿Qué ocurre? —sus ojos se clavan en los míos llenos de dudas y miedos. Puedo ver cómo su labio inferior empieza a temblar—¿Están por atacarnos? Sarah me advirtió de un barco pirata, pero siempre me aseguró que estaríamos bien—su voz temblaba y un blanco cadavérico cubría su faz.

—Es cuestión de días para que nos dé alcance—confirmé—. Zirani, escúchame—tomé sus hombros y froté sus brazos para aliviar los temblores que la dominaban—. Te enseñé a pelear para que pudieras defenderte si se da la ocasión. Y sé que puedes hacerlo, eres muy capaz.

—¿Tu lo crees? Entonces, ¿Por qué tengo tanto miedo? —una lágrima escapó de sus ojos. No pude resistirme y la retiré con mi pulgar.

—Porque es tu primera batalla y porque es sensato temer por tu vida.

—Tú no tienes miedo—atrapó mi mano con la suya y la apoyó contra su mejilla.

—Lo tengo—acepté dejando escapar todo el aire que se acumulaba en mi pecho—. Temo por cada uno de los pasajeros de este barco, por mi vida y por ti. Por eso necesito saber que llegado el momento estarás bien. Que no permitirás que te hagan sufrir—mi dura mirada incrementó sus temblores, los cuales ya habían cesado al sentir mi mano contra su rostro.

—¿Qué... qué quieres decir?

—Que, si el barco cae, debes comer estas. Sólo si hemos fracasado, si hemos perdido y vas a ser hecha prisionera—deposité en su palma temblorosa las tres bayas que me había facilitado Karla—. El destino de una prisionera es terrible, Zirani y en altamar nadie podrá rescatarte. Es imposible escapar. Debes prometerme que, llegado el momento, vas a comerlas.

Las lágrimas ahora corrían implacables sobre el rostro de Zirani. Era imposible para ella controlarse y algunos hipidos alteraron su respiración. No pude contenerme y la estreché entre mis brazos.

—Shhh, no llegaremos a eso, me encargaré de mantenerlos en cubierta. No te tocarán ni un pelo—prometí contra su suave cabello.

—¿No pelearé? Espera, ¿Por qué me entrenaste y....? ¡No es justo! —su rostro sonrojado y surcado por las lágrimas restaba seriedad a su enfado.

—Espero que no llegues a ello, pero si se da el caso, estaré más tranquila sabiendo que puedes defenderte y mantenerte con vida—aparté algunos mechones rebeldes y los sujeté detrás de sus orejas. Tendría que trenzar su cabello para la batalla.

—Pensé que tendría que luchar en primera fila—protestó con tal fiereza que incluso las lágrimas de su rostro parecieron evaporarse.

—No, no estás preparada para ello. Te quedarás aquí o en la bodega, a salvo—dije con firmeza.

—No es justo—bufó.

—Pero es lo mejor—tomé la mano que sujetaba las bayas—. Guardarlas en un lugar de fácil acceso durante la batalla y consúmelas cuando veas que todo está perdido.

Con manos temblorosas Zirani llevó las bayas al interior de su escote. Asentí y me dispuse a abrir la puerta del camarote. Tenerla tan cerca, en un momento tan emotivo, estaba haciendo estragos con mi control. Sólo deseaba tenerla entre mis brazos y consolarla, hacer que olvidara todo lo que podría ocurrir.

—¿Dolerá? —inquirió deteniendo mi mano antes que abriera la puerta. El temblor había regresado a sus labios.

—Oh, no, son muy rápidas, solo un ligero dolor de estómago—susurré tratando de alejarme de aquellos labios tan indefensos.

—Entonces quiero probar algo antes.

Y antes que pudiera alejarme, rodeó mi cuello con sus brazos y me acercó a ella. Sus labios hicieron contacto con los míos y pronto la suave presión y sus caricias me llevaron a responder el beso y tomar el control del mismo. Mi lengua acarició sus labios, aliviando aquel temblor que poco a poco desaparecía para convertirse en suaves suspiros de placer y libertad.

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