Incertidumbre
La diferencia entre la realidad y la inconsciencia era un fino velo de agotamiento y ojos nublados por las lágrimas. O al menos, así lo era para mí. No puedo mover mi cuerpo y en las pocas ocasiones que abrí los ojos, me encontré con el techo oscuro de mi celda o con la luz cancina de la lámpara de la sirvienta bailando en mis ojos.
El aire húmedo me dificultaba la respiración y hacía que el sudor se pegara a mi frente como una capa de grasa difícil de eliminar. En ocasiones inclinaban mi cabeza para darme de beber algún caldo, por el sabor, era de pescado; en otras, me daban a beber agua o ron rebajado con jugo de limón. No era la mejor alimentación, pero superaba al amargo pan duro y mohoso y el vaso de agua de dudosa procedencia.
—No creo que deba permanecer aquí, Einar—escuché decir a Asgerdur un día ¿O era de noche? El frío había calado tan hondo en mis huesos que apenas y notaba la diferencia.
—Es MI prisionera y los prisioneros permanecen en el calabozo—chilló Einar—. Maldición, Helmi ¿Podrías bañarla? Apesta.
Oh, ¿Así que ese era el nombre de la sirvienta? Era muy bonito.
—Esa peste no es solo provocada por la suciedad que la cubre, capitán. La provoca la infección, solo empeora con esta humedad.
—¡No voy a permitir que salga de aquí! Eso es lo que ella quiere. Esto es solo una treta, un berrinche—exclamó Einar a viva voz, haciendo latir mis sensibles oídos.
—No es nada de eso, si no sale de aquí, probablemente le queden un par de días de vida, como mucho—explicó Asgerdur con paciencia casi infinita.
—Entonces, si muere será tu culpa. Y ya sabes que le pasa a los que fallan en este barco—amenazó con veneno en su tono—. La quilla necesita una limpieza.
Lo escuché alejarse pisando con fuerza sobre los tablones de madera. La fiebre reclamó de nuevo mi consciencia y apenas sentí el agua tibia recorrer mi cuerpo. Solo disfruté del alivio que me brindó aquella cálida sensación y la suavidad de unos dedos habilidosos recorriendo mis trenzas y deshaciéndolas.
Quise protestar, eran el único recuerdo que tenía de Zirani. Debí de manotear o quizás, chapoteé de más en el agua. Helmi sujetó mis manos y susurró algo que no llegué a entender. Luego, escuché una suave melodía abandonar sus labios. Por las tonadas, era alguna canción de cuna de Cathatica y gracias a ello comprendí que probablemente era alguna sobreviviente del ataque perpetrado para robar este barco.
Tal análisis robó mucha energía a mi cuerpo y la siguiente vez que desperté me encontraba de nuevo en el calabozo. Asgerdur trataba de ayudarme a beber caldo de pescado.
—Falta solo una semana. Tal vez puedas lograrlo—susurró en el silencio de los calabozos—. No lo digo por dinero o por mi cabeza, sino por justicia. No mereces esto ¿Sabes? Pero Einar es un hombre demasiado ambicioso. Yo era feliz asaltando barcos, mi parte del botín lo enviaba a mi familia en Cathatica, pero Einar—hizo una pausa en la que inclinó de más el cuenco y casi me ahoga con su contenido—. Él depuso a nuestro capitán y secuestrarte se convirtió en su ambición. Admito que la recompensa supera por mucho lo que podemos encontrar en un año, pero no es justo, al menos para ti.
Vaya, un pirata con cierto sentido de la moral, mascullé para mí. El caldo estaba muy condimentado y provocaba ardor en mi garganta, sin embargo, su sabor no era tan desagradable.
—Le pediré a Einar que te saque de aquí, no es sano permanecer demasiado tiempo en estas condiciones—prometió antes de cerrar la celda.
Pudieron pasar horas o minutos, incluso días, no estoy segura. Entre las nubes de lucidez e inconsciencia, el paso del tiempo carecía de total sentido. Solo supe que, por fin, pude notar el impacto de los rayos del sol sobre mi rostro y el suave viento salado del mar.
—Espero que tengas razón, Asgerdur y que ella necesite del sol para mejorar—espetó Einar—. A mí solo me parece una treta.
—Nadie actúa una palidez tan cadavérica, capitán—respondió Asgerdur. Su voz sonaba curiosamente cercana y honda. Moví levemente mi cabeza y comprendí que me cargaba contra su cuerpo.
—No me fío, átala a los obenques del palo mayor.
—Capitán, no se tiene en pie, mucho menos va a huir—protestó Asgerdur y no pude evitar temer por su vida.
—Yo soy el capitán, Asgerdur, no lo olvides. Y si yo ordeno que la ates a los obenques para que tome el sol que tanto has insistido en darle, entonces lo harás.
—Sí, señor—cedió Asgerdur. Poco tiempo después sentí que me apoyaba en la amurada, que levantaba mis brazos y pasaba una gruesa cuerda alrededor de mis muñecas—. Lo siento, princesa, pero órdenes son órdenes.
Abrí levemente los ojos para encontrarme con una mirada azulada y un rostro curtido por el mar, pero afable. El cabello rubio paja caía sobre su frente y su nariz profundamente aguileña hablaba de muchas peleas en su vida.
—Al fin despiertas—sonrió levemente—. Sé que no es la mejor manera de tomar sol—señaló con un gesto mis manos atadas—. Pero es lo único que pude hacer para sacarte de ese agujero pestilente.
—Gracias—susurré. Mi garganta se sentía como un desierto.
—Es nada. Lo que de verdad desearía es tratar esto—señaló la herida infectada. Traté de mirar, pero mi cabeza dio una punzada terrible—. No te muevas, trata de ahorrar fuerzas, falta muy poco para llegar a tierra, tal vez en tu reino encuentren la cura.
Asentí levemente y miré hacia el cielo. Era de un azul puro, como si estuviéramos ya a mitad de año. La calidez hacía maravillas por mi cuerpo aterido por el frío y por breves instantes me sentí mejor, menos cerca de la muerte.
—Permanecerás aquí unos instantes, trata de disfrutarlos.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el suave arrullo de las olas, el canto del viento en las velas y cabos y la tibieza del sol. Por primera vez en semanas, pude dormir con facilidad, sin tener que luchar contra el frío, la dureza de mi cama o el aire húmedo e imposible de respirar de los calabozos.
Continúe inconsciente del paso del tiempo y la siguiente vez que desperté me encontré de nuevo en brazos de Asgerdur. A mis oídos agotados llegaba embotado el ruido de gritos y vítores. El vaivén del barco era menor ¿Qué ocurría? Traté de abrir los ojos o de girar la cabeza, pero era casi imposible para mí.
—Hemos llegado a tierra—explicó Asgerdur al notar mi movimiento contra su pecho—. Enviamos una paloma mensajera hace una semana, así que ya nos esperan en el puerto. Es una suerte que el viaje hasta Ethion solo tome una semana, y no tres como tomaría viajar a Luthier.
Traté de asentir, pero era imposible. Presa del alivio de sentirme en tierra, me dejé ir a las profundidades de un sueño casi sin retorno. No podía soportarlo más.
—Ethion pagará por esto, Einar—escuché decir a mi madre, Eileen.
—Esto ha sido obra mía, no de mi reino.
—Entonces deberás responder ante la justicia de tu reino—amenazó Cadie.
—No hay nada que el dinero no pueda comprar—repuso Einar con arrogancia—. Hablando de dinero, pedí media tonelada de oro por su hija, si desean tenerla en sus brazos antes que de su último aliento, les aconsejo que paguen.
A mis oídos llegó el gruñido indignado de las guerreras que resguardaban a mi madre. Sabía que nunca se habían topado con esa clase de insolencia antes.
Poco tiempo después, escuché el paso de una carreta pesada y luego sentí en mis doloridos huesos el movimiento de la superficie en la cual reposaba. En solo instantes las manos de mi madre acariciaban mis mejillas y sobre mi frente cayeron dos lágrimas. Quise decirle calmarla, decirle que todo estaba bien, pero era imposible para mi poder articular palabra.
—Estarás bien, hija, nos aseguraremos de ello—susurró Cadie en mi oído. Su mano aferró mi hombro con firmeza mientras era trasladada.
Sentí en mi espalda el cambio de una superficie dura a una suave y suspiré. Me encontraba en la carreta real. Sabía que por delante tenía un largo viaje hasta el castillo, pero al menos, estaba fuera de peligro.
—Ava, tienes que hacer lo posible por salvarla—rogó mi madre a la doctora oficial del palacio.
Empezamos a movernos. El conocido tintineo de las armaduras de la Guardia Real acompañaba el paso de los caballos y el repiqueteo de las ruedas. Unas manos seguras levantaron mi camisa y el jadeo de sorpresa de mi madre no se hizo esperar.
—Voy a ordenar el regreso. Esto no puede quedar así, Eileen.
—No podemos. Solo sobrevivirá si llegamos al reino. No podemos entretenernos. Además, Ethion solo nos dio paso bajo la condición de no atacar a nadie en sus tierras.
—Tu hija puede no sobrevivir ¿No quieres venganza?
—También es tu hija—repuso Eileen con veneno en su voz. Nunca la había escuchado así—. Y quiero tanta venganza como tú, pero hay prioridades.
Las expertas manos de Ava examinaban la herida y la extensión de la infección. Sabía que la zona estaba hinchada y con un tono asqueroso que variaba entre negro y verde, para luego extenderse enrojeciendo la piel hasta la mitad de mi abdomen.
—No es muy positivo el pronóstico—susurró Ava—. Por suerte en mis viajes he encontrado que algunos hongos son capaces de curar la peor de las infecciones.
—Haz todo lo necesario—ordenó Cadie.
—Necesitaré de fuego. Tengo que drenar la herida, limpiar todo el tejido muerto y preparar el cataplasma.
Las manos de mi madre de sangre sujetaron una de las mías. Podía reconocerlas en cualquier lugar y circunstancia. Eran suaves, seguras, tibias y emanaban un aura de calidez hogareña que difícilmente encontraba en otro tipo de contacto. Traté de regresarle el suave apretón, para darle a conocer que estaba con ella, que no me dejaría ir tan fácilmente, pero era muy difícil.
—Estarás bien. Estoy segura que todos esos viajes de Ava darán sus frutos.
Sonreí para mí. Ava era una doctora muy curiosa, rara vez permanecía en el palacio. Prefería viajar y escribir una gran enciclopedia médica, donde anotaba todos sus descubrimientos a lo largo y ancho del mundo. No era irresponsable con su puesto, siempre estuvo ahí cuando la necesitamos y si no lo estaba, sus ayudantes conocían a la perfección todo lo necesario para recuperar nuestra salud.
En algún momento inclinaron mi cabeza y me ayudaron a tomar una infusión espesa y fuertemente especiada. Gemí ante la impactante sensación, mi lengua se encontraba demasiado sensible, había sido alimentada con poco más que pan, caldo de pescado y agua, no había sido un rango amplio de sabores en un largo tiempo.
Abrí los ojos lentamente y traté de enfocar mi mirada. Las sacudidas de la carreta, hacían de esta acción más difícil de lo que ya era.
—Ahí estas—sonrió Ava con ternura. Era una mujer en sus cuarenta, con un rostro en forma de corazón y una mirada afable y sabia.
—¡Anahí! Hija. No sabes cuánto lo lamento—mi madre acunó mi rostro con su mano y depositó un suave beso en mi frente—. Pensé que nunca te volvería a ver—admitió con angustia.
Traté de responderte, pero la mano prudente de Cadie me detuvo al posarse en mi hombro. Su mirada transmitía tranquilidad pese a lucir unos ojos llenos de lágrimas y ávidos de venganza.
—Conserva tus fuerzas, Anahí. Pronto estarás en casa y todo será un mal recuerdo—el tono de su voz prometía la calidez y la seguridad del hogar, el suave aroma de las sábanas de mi cama y la comida caliente que preparaban en las cocinas. Tal vez, solo estaba alucinando.
Cerré mis ojos llevada por un irresistible peso en mis párpados. Sabía que era obra de la infusión y que Ava se encargaría de aliviar el mal que amenazaba mi vida.
Desperté debido a la helada sensación que dejó el paso de una oleada de agua sobre mi cuerpo. Traté de llevar las manos a mi rostro para limpiar las gotas que escocían con inusual ardor en mis ojos, pero me encontré imposibilitada por la cruda mordedura de las cuerdas en mis muñecas.
Luchando contra el escozor, logré abrir mis ojos, solo para encontrarme con la vista de la cubierta, el palo mayor y la amurada de estribor. La zozobra que tal imagen causó en mí, terminó por derribar todas mis esperanzas y mi espíritu de lucha.
¿Dónde estaban mis madres? ¿Dónde estaba Ava? Mi vida había estado a salvo por unos instantes, el paraíso de mi mente me había salvado de la cruda realidad. ¿Por qué no había permanecido en el interior de aquel sueño? ¡Era mucho mejor que la realidad!
Permití que gruesas lágrimas de amargura escaparan de mis ojos. ¿Qué importaba ya si la princesa heredera lloraba como una niña? Estaba sola, abandonada a mi suerte, al borde de la muerte a causa de un enemigo que se desarrollaba en mi interior. ¿Por qué tardaba tanto en llevarme lejos de aquí?
Una nueva ola impactó contra la amurada y bañó mi cuerpo por completo. Mis lágrimas se confundieron con el agua salada. No sentía ya el frío en mi piel, ni siquiera cuando el viento se coló entre mis ropas como un ladrón en una casa.
Levanté mi mirada y noté nubes oscuras en el horizonte ¿Una tormenta? El miedo revolvió mis entrañas, si nos alcanzaba eran elevadas las probabilidades de hundirnos. Este barco no era el mejor de su categoría y ya estaba averiado por el combate con mi gente.
¿Zirani estaría bien? ¿Habrían escapado a la tormenta? Sacudí la cabeza e ignoré la punzada que atravesó mi nuca. Zirani debía de estar en tierra, ya fuera en la isla de Goi o en Hallkatla, en su hogar. Suspiré, si ella estaba a salvo no me importaba nada más, solo quería que estuviera segura y en paz.
¿Estaría preocupada por mí? Torcí el gesto, seguramente sí. No debí permitir que nuestros sentimientos crecieran de esa forma, el amor solo trae dolor y desesperación al alma. Tristemente, el corazón muchas veces domina sobre el deber, provocando problemas que vale la pena enfrentar.
—Llévala al calabozo, Asgerdur. Probablemente no nos encontremos con esa tormenta, pero no quiero que nada le pase a nuestra hermosa fuente de oro—los dedos mugrosos de Einar recorrieron con parsimonia mi mejilla.
Un irrefrenable asco se posó en mi estómago y pronto las arcadas testificaron lo insoportable que era el toque de Einar para mí. Devolví mi comida sobre sus botas y el dobladillo de sus pantalones.
—¡Maldita zorra! —exclamó con odio. Lo último que fui capaz de sentir fue una bofetada contra mi mejilla y la exclamación de sorpresa y reproche de Asgerdur.
Cuando desperté me encontraba de vuelta en el calabozo, acostada sobre el suelo húmedo. El barco se mecía con locura y la oscuridad solo incrementaba la sensación de impotencia y desesperación. Me encontraba en la parte más baja del barco, si nos hundíamos, no sobreviviría.
Bandazo tras bandazo me las arreglé para rodar hasta las rejas que separaban mi celda de la contigua. Entrelacé un brazo con los barrotes para sujetarme y evitar rodar por el suelo. Era lo único que podía hacer, mi única libertad en aquellos momentos.
El tiempo transcurrió impasible, el cruel y desesperante movimiento continuaba y mi vida parecía escapar con cada nueva ola de humedad que calaba hasta mis huesos. Si no había muerto antes, sin duda lo haría ahora ¿Por qué era tan difícil morir?
Muchas guerreras de nuestro reino habían muerto por menos. Una cuchillada, una estocada, un corte demasiado profundo. Una inocente flecha en un brazo, que terminaba por cercenar alguna arteria, todo se resumía a un hecho sencillo, a un giro brutal de la suerte ¿Por qué me esquivaba? ¿Por qué no me llevaba ya?
Mi herida putrefacta ya manchaba mi camisa con una supuración de asqueroso olor. No había visto nada peor, entonces ¿No debía de estar muerta ya? ¿Cuál era el sentido de mi existencia?
Entre pensamientos fatalistas sobreviví esa noche y la siguiente, e incluso, la siguiente a esa. Lo supe porque Asgerdur bajaba de vez en cuando con agua y pan duro. No hablaba conmigo, solo se limitaba a esperar que, al menos, tomara el agua. Sabía que desde las sombras Einar lo observaba, impasible, incrédulo, cruel. Se negaba a aceptar mi delicado estado, lo creía una treta, un engaño propio de las mujeres que él tanto detestaba.
Cuando por fin la tormenta amainó, fui arrastrada al exterior y atada de nuevo a los obenques del palo mayor. El sol estaba frío y los tablones de madera se encontraban tan húmedos que empaparon hasta mis huesos. Tirité, Asgerdur debía estar loco si había permitido esto. Luego, entendí las razones detrás del rudo tratamiento.
Einar se encontraba en el castillo de popa, a su lado se encontraban tres hombres de aspecto vicioso y en el suelo, la sirvienta que me había atendido en los calabozos.
—Como ustedes saben, acabamos de sobrevivir a una dura tormenta, nuestras reservas de alimentos son escasas y nuestro barco se encuentra en una posición desconocida. En tales circunstancias la disciplina y el buen comportamiento son fundamentales para sobrevivir.
Toscos gruñidos aceptaron las palabras de Einar. Desde las jarcias, los marineros proferían gritos de aceptación.
—Esta pequeña esclava—propinó una patada a Helmi—. Fue atrapada robando en el almacén del sobrecargo, haciéndose con provisiones solo para ella. Provisiones que son fundamentales para nuestra supervivencia y que una mujer como ella, no necesita.
Bufé y luché levemente contra mis ataduras. Sabía que el destino de aquella chica no era para nada prometedor y aunque sabía la disciplina en alta mar era mucho más dura que en tierra firme, estaba segura que no merecía lo que fueran a hacerle.
—Tal acto es traición y todos sabemos cómo se paga la traición—exclamó y los gritos de júbilo emergieron de la tripulación ahogaron los sollozos desesperados de Helmi.
—No digas nada—susurró Asgerdur en mi dirección—. Veas lo que veas, escuches lo que escuches, no digas nada. Einar ya ha decidido el destino de Helmi y nada podemos hacer para salvarla.
Observé anonadada como cuatro marineros pasaron un extenso cabo por encima del mascaron y lo llevaron bajo la quilla. Lo aseguraron con un fuerte nudo y luego arrastraron a Helmi hacia él. Al verla pasar frente a mí, supe que no caminaba por su cuenta no por alguna herida, no, el terror le impedía moverse.
Gritos de súplica inundaron el barco cuando la ataron al cabo que cruzaba la quilla. Contuve las ganas de vomitar, me era imposible apartar la mirada, aunque sabía muy bien lo que planeaban hacer.
A la orden de Einar, los marineros empezaron a tirar del cabo del lado de estribor, arrastrando a la sirvienta por encima de la amurada de babor. Un suave chapoteo me indicó que había caído al agua.
Mentalmente rogué para que la quilla estuviera limpia. Sabía que era imposible que eso ocurriera, pero no estaba de más soñar.
Finalmente, luego de interminables segundos, Helmi emergió por encima de la amurada de estribor. Sus ropas se encontraban en jirones, su piel, desde la cabeza hasta los pies, arañada y cortada. Las heridas más profundas sangraban y se abrían con cada una de sus respiraciones agitadas.
—De nuevo—ordenó Einar.
—No deberías ver—susurró Asgerdur en mi dirección—. Este es un acto de tal barbarie que los ojos de una princesa no deben ver.
—Es común en la marina—susurré por encima de las arcadas que dominaban mi débil estómago.
De nuevo, los gritos de Helmi fueron ahogados por el mar. Mi cuerpo temblaba a causa de la conmiseración con aquella pobre chica. No podía imaginar el horror y la tortura que estaba sufriendo bajo el mar. Mi propio malestar parecía una mera caricia del destino comparado con lo que ella estaba sufriendo.
Repitieron aquel acto una tercera vez, solo para extraer un cuerpo completamente desgarrado. Helmi no reaccionaba y colgaba de las cuerdas como una muñeca de trapo.
—Asgerdur, revísala—escupió Einar.
—Está muerta, capitán—sentenció Asgerdur nada más colocar su mano sobre el pecho de Helmi—. La pérdida de sangre y la tensión del castigo acabaron con su vida—dictaminó observando los profundos cortes en la piel de Helmi.
—Débiles—siseó Einar—. Encárguense del cuerpo—ordenó a un grupo de marineros—. Lleva a nuestra huésped de regreso al calabozo, creo que ha tenido suficiente aire fresco por hoy—se mofó en la distancia.
Mis manos fueron liberadas y mientras era cargada hacia los calabozos, traté de mover mis dedos para recuperar la sensibilidad en ellos. Mis brazos ardían y mis ojos dolían, resecos, a causa de la fiebre que se negaba a abandonarme.
—Levanta tu camisa—susurró Asgerdur en la oscuridad del calabozo.
Traté de negarme, de desobedecerlo, pero la triste realidad era que, ni siquiera podía levantar mi camisa por mi propia cuenta.
—Lo haré por ti, tranquila—anunció. Sentí sus dedos sujetar el borde rasgado de mi camisa y levantar la tela por encima de la asquerosa herida. Un aroma repulsivo inundó el calabozo—. Esto debería aliviar un poco la infección—susurró. Sentí sus dedos forzar un trozo de madera en mi boca—. No hagas ruido.
En la oscuridad brilló el filo de un cuchillo. Luego, lo sentí contra la piel hinchada y supurante, inmisericorde, certero. Me concentré en morder el madero y gruesas lágrimas escaparon de mis ojos.
Dedos firmes presionaron la piel, forzando al pus a abandonar mi cuerpo. El aroma nauseabundo hizo casi imposible el respirar. O tal vez eran mis esfuerzos por no gritar.
—Einar te quiere viva, pero no me permite tratarte, a fuerza de caldo de pescado no sobrevivirás una semana más—bufó con la voz contenida.
Contra mi piel sentí el suave roce de un pañuelo de algodón, luego, un suave aroma llegó a mi nariz, la cual, tristemente acostumbrada a la fetidez, casi lloró de alegría. Olía a vainilla, a menta y a miel. Los dedos de Asgerdur aplicaron suavemente aquella mezcla en mi costado.
—No puedo vendar—sus manos me ayudaron a quitarme la camisa—. Déjalo secar y luego vístete. No lo hagas antes, este ungüento ha costado demasiado—susurró con triste solemnidad.
Escuché como cerraba la puerta y como sus pasos se alejaban. Ahí, en medio de la oscuridad y el sopor, comprendí el significado de sus palabras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro